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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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Al amanecer, la luz pálida apenas logra colarse por los cristales polvorientos de las ventanas. Madeleine observa cómo los rayos atraviesan el salón, iluminando poco a poco los muebles cubiertos de tela, el suelo cubierto por una no muy fina película de polvo, las paredes pálidas y frías... A veces, se le ocurre que el castillo tiene una magia que ellos desconocen, pero que está conectada íntimimamente a las matriarcas (bueno, a mi). Piensa que el castillo cambia según su estado de ánimo, y así permanece, no importa lo mucho que se esfuercen sacudiendo y llenando el lugar con perfume; con ella así, el lugar se verá igual de abandonado, olerá a viejo y encierro, repelerá cualquier visita.

 

Le gustaría levantarse y poner algo en el gramófono, si es que el olvido no lo ha descompuesto. Sin embargo, tiene el cuerpo pesado y adolorido, por haberse dormido a base de whisky de fuego; además, tiene la sensación de que si se mueve, su delicado estómago se vaciará ante tanta sacudida. No, lo mejor es seguir recostada en el sofá, a pesar de que se esté llenando de polvo y cada vez la nariz le de más cosquillas. Quizás, podría intentar seguir durmiendo; después de todo, en el suelo, la varita rota que guarda en el bolsillo de su vestido está intacta, y la presencia de Catherine no es un árbol, sino toda su persona.

 

Esta es la lección; cuando tu madre desaparezca y envíe un reemplazo, no dejes que sea un reemplazo. ¡Mejor! Que no se entrometa con la familia, con la Orden, con absolutamente nada. No necesitas a nadie más.

 

Con todo el llanto que tan fácil le había salido (el alcohol fue más bien para facilitar el sueño), ya había quemado la etapa de la pena. Ahora, con los ojos hinchados y ojerosos, sentía un infantil resentimiento en lo más profundo de sí.

 

Da varias vueltas en el mueble intentando conciliar nuevamente el sueño, hasta que escucha tres golpes en la puerta.

 

El resentimiento la abandona por un segundo y, en cambio, comienza a pensar: ¿Y si...? Pero no le da la oportunidad a la idea para desarrollarse. Hay un patrón, y sabe cuál es. Primero, la abandonan, y ella termina hecha un desastre; luego, llega alguien más, y ella acepta a esa persona en su vida (luego de hacerse un tanto la difícil, por supuesto) para "llenar el hueco"; luego la vuelven a abandonar, y allí comienza nuevamente el ciclo. Sí, Catherine tenía razón, el círculo está cerrado; o estoy atrapada en él. Pero ya no más. Va a romper ese ciclo, de la forma en que tenga que hacerlo. No volverá a ser lo que era antes, pues siempre ha sido así, siempre ha buscando saciar alguna necesidad de cariño. La diferencia, ahora, radica en que no lo hará. Ella es suficiente para sí misma. Tiene que serlo.

 

Pero eso no hace que la persona tras la puerta se vaya. Madeleine observa, por la ranura inferior de la puerta, dos bultos cortado la luz que pasa; deben ser los pies. Pies decididos a no irse, hasta ser atendidos. Por primera vez, espera que sea algún fastidioso funcionario ministerial.

 

Lentamente, toma la varita del suelo, donde la dejó antes de dormir. Por un momento, duda, temiendo encontrarse con algún fantasma... Bah, no me importa. Ya no me importa nada más. Así que termina agitándola con desenfado, haciendo que la puerta se abra, dejando entrar más luz al salón.

 

―¿Quién ca***o es?

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La respuesta la asusta. De hecho, apenas por muy poco le gana a los ánimos de salir corriendo y se mantiene donde está. Es una voz decidida y clara; también, poco amable. Melrose se debate un instante antes de preguntar.

 

―¿Se encuentra la matriarca? ―tiene entendido que las llaman así en Inglaterra ahora. Nada tan burdo como papá o mamá.

 

Su voz suena algo ronca porque tuvo que volar bajo la lluvia la noche anterior. Se sorbe la nariz intentando no hacer mucho ruido pero el tiro le sale por la culata, así que se limpia disimuladamente con el dorso de la manga, como si pudieran verla o la espiaran desde la muralla. Se lo han dicho algunas veces pero teme oler a perro mojado. "Lobo mojado" más bien pero eso no importa. Espera, contra todo pronóstico que lo que dicen sea verdad. Que Catherine Moody y su hija Mad... Madeline... bueno, que no sean prejuiciosas, que reciban familia perdida, justo como dicen los rumores.

 

―Verá, es que yo quería conversar con ella...

 

Quiere llenar el silencio que se ha instalado tras la puerta pero no sabe qué más decir. Ahora que ha soltado eso, parece demasiado tarde como para irse, tal cual había considerado al inicio.

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Mientras se incorpora, suelta un par de palabrotas, no precisamente por lo bajo. Le duele el cuerpo y tiene un familiar malestar estomacal, que sólo se aliviará cuando pase un par de minutos a solas con el váter. Y más allá de las incomodidades físicas, no tiene deseos de atender a nadie... Sí, quizás debería despedirla y pasar el resto de la mañana con lo le queda en la botella. O... o quizás pueda distraerme. Quizás conversar no sea tan malo. Quizás compartamos una cerveza. Es bastante extraño en ella pensar así, especialmente con respecto a alguien que no conoce, pero se siente terriblemente sola. Incluso el tener a algún funcionario ministerial fastidiándola, preguntándole por la Orden del Fénix (aunque parece que ya todos olvidaron aquel asunto), le sentaría bien, tan sólo para no pensar en Catherine y la soledad y la tristeza y ese tipo de cosas tan deprimentes.

 

―Pasa. Espera un rato. Puedes servirte lo que quieras en la cocina.

 

Antes de ver a la visitante atravesar el umbral de la puerta, Madeleine sube las escaleras hasta su habitación. Luego de vaciar tanto la vejiga como el estómago en el váter, se cepilla con fuerza los dientes y se da una ducha rápida, con el agua tan caliente que cuando sale su piel está enrojecida. Se viste con una vieja sudadera de Gryffindor, unos jeans y unas pantuflas negras. Regresa al salón en menos de quince minutos, sacudiéndose el cabello para librarlo del exceso de agua. La mujer está sentada en el sofá, y no parece haberse atrevido a tomar nada de la cocina. No la conoce, y no tiene un uniforme o placa del Ministerio de Magia.

 

Frunce el ceño, pero de todas formas le hace un gesto con la cabeza para que la siga a la cocina. Un café es todo lo que le hace falta para sentirse completamente viva.

 

―Bien. Aquí está la matriarca. ¿Qué es eso tan importante que quieres hablar conmigo?

Editado por Madeleine.

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Ella pasa, caminando como una autómata. Es raro, porque le ofrece de su cocina y se va antes de siquiera preguntarle su nombre. Melrose observa alrededor apabullada, sintiéndose como perro grande en perrera pequeña (lo que es irónico, porque el lugar es enorme). Todo se ve vetusto, cubierto de polvo, pero algunas cosas llaman su atención: un aparato antiguo, de esos que usaban para escuchar música hace siglos (cree) y que del que no conoce el nombre, un portaretratos del que no alcanza a ver el rostro.

 

Está a punto de sentarse cuando recuerda que esta mojada así que se apresura a tomar su varita para secarse la túnica y el cabello. En general, termina por hacer un repaso completo de su cuerpo. Sigue teniendo la sensación de que huele a perro mojado (una paranoia reciente, debido a su licantropía) pero no lleva pociones encima para echarse y disimular el olor, así que se resigna.

 

En su lugar, toma asiento sobre el mueble polvoso y espera pacientemente, jugando a tirar de los hilos de la tela que lo cubre. Eso, hasta que logra hacer un hoyo casi sin darse cuenta y toma la varita desesperada por componerlo. Es justo cuando ha terminado de repararlo y deja la varita a un lado, que aquella mujer vuelve a entrar en la estancia.

 

Se siente cohibida ante su soltura pero la sigue sin rechistar, luego de tomar su varita. La saeta de fuego en cambio, la deja en el suelo. La cocina, a pesar de que parece algo abandonada (aunque en menor medida) al igual que la sala, tiene un olor agradable. Aspira espiando con su naricilla un rato, antes de darse cuenta de que ella le ha dicho algo importante. Bien, la otra matriarca. Queda unos momentos en blanco con la noticia pero consigue recuperarse antes de que el silencio se vuelva incómodo.

 

―Yo.. pues yo siempre busqué sobre la familia de mi madre porque mi padre nunca quiso contarme ¿sabe? ―de pronto entiende que se le está trabando la lengua― Entonces yo averigüé y ahora que ha muerto, o sea mi señor padre, pues di con información fidedigna gracias al departamento de misterios y eso, que por la profecía que hizo una vez mi madre y resulta que era una Moody y yo averigüé que por acá vivían y...

 

Su voz se va apagando, a medida que nota lo desvergonzado que va a sonar su pedido. De hecho, "solicitar posible y momentáneo asilo" no sonaba tan mal en su cabeza pero ahora parece una locura ¿por qué diablos iba alguien a aceptar recibir a un completo extraño en su casa por más grande que fuera el sitio? Es verdad que a Mel cualquier rincón le hubiera bastado pero...

 

―Uhm... ―se da cuenta que está enrojeciendo― mireyopuedoirmesiquiere...

 

Pero su voz es apenas audible mientras gira su varita entre ambas manos. No tiene ni un knut para pagarles: se ha gastado hasta el último peñique en sobornar al hombre que le había dicho lo de la profecía. De pronto se da cuenta de que tampoco tiene muestras fidedignas de eso, es decir si le pide que pruebe lo que dice, así que sus ganas de salir corriendo siguen en aumento.

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Al principio, cuando la mujer comienza a hablar de los Moody, Madeleine se arrepiente de haberla dejado entrar (me llamo Moody por culpa de Cath, ella me trajo a este lugar...). Pero entonces se pregunta, ¿por qué? Es decir, claro que gracias a Catherine conoció descubrió un linaje tan honorable como lo es aquel; claro que gracias a ella, encontró un hogar cuando más lo necesitaba, pero ¿por qué dejar que sea ella la que domine su relación con la familia Moody? No le cuesta mucho observar el paralelismo: cuando Pandora murió, abandonó Winterfall, pues ella era lo único que la conectaba con los Stark. Pero ella nunca se había sentido identificada con la historia y tradiciones del Norte, con el lobo huargo, con el arciano en el bosque de dioses... en cambio, sí siente el castillo de piedra musgosa, la humilde cabaña en Ottery y la propia Escocina como algo suyo.

 

Y no voy a renunciar a todo eso por su culpa. Ella se fue, pero este es mi hogar y mi familia. Mi nombre.

 

Madeleine interrumpe la elaboración de su emparedado para volverse hacia la bruja. Escucha el agua hervir en la estufa, lo cual significa que ya es hora de preparar el café, pero aquello puede esperar tan sólo un momento más. No había prestado mucha atención a sus palabras, pero en realidad no hacía falta, pues más que todo eran divagaciones y "relleno": lo importante es que la Moody es su familia materna.

 

―¿Y quién es tu madre? ―pregunta, aún a sabiendas de que no reconocerá el nombre. Sin embargo, no necesita buscar en los libros; en el bolsillo de su sudadera, el chivatoscopio se mantiene inmóvil, lo cual significa que no le está mintiendo.

 

>>Espero que no te hayas imaginado una tremenda reunión familiar ―añade, mientras se vuelve para echar en el pequeño caldero de peltre algunas cucharadas de café en polvo. El olor a café inunda la cocina, y aquello hace que Madeleine se sienta ligeramente reconfortada. Nada mejor para pasar la resaca que un café bien fuerte, con poca azúcar―. Últimamente, sólo estoy yo por aquí.

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¿Una tremenda reunión familiar? Mel traga saliva disimuladamente, intentando que no se escuche un sonido estridente en su garganta; si ella hubiera imaginado semejante reunión jamás se habría atrevido a visitarlos en primer lugar. No, Mel está ahí precisamente porque había pensado, quizá con tino, que serían pocos y tendría oportunidad de hablar a solas con la matriarca. Claro, no es la matriarca con la que había esperado hablar pero es directa y amable y eso basta de momento. De hecho, le ha hecho un favor pues acepta lo que dice sin mayores pruebas y no la ha corrido todavía. Parece casi un milagro.

―Mi madre se llamaba Rose, señorita dice la muchacha sin notar que su rostro y especialmente sus ojos se iluminan y una sonrisa tímida asoma cuando habla sobre su madre―, por eso me pusieron ese nombre, es decir, porque yo me llamo Melrose ―añade.

 

Gira la boina de lana negra, que se ha quitado, entre sus manos y el pompón se mece de un lado a otro mientras lo hace. No sabe si debería añadir algo pero casi sin darse cuenta empieza a aspirar muy fuerte la aromática fragancia que flota en el aire.

 

―¿Qué olor es ese? ―pregunta entonces intrigada; no lo ha olido antes o si lo ha hecho, jamás con esa intensidad pero huele muy bien, de hecho es una de las pocas cosas que no le han apestado con la nueva nariz que tiene desde que recibiera la mordida― Pareciera delicioso.

 

No quiere ser grosera pero ¿le habrá parecido a Madeline... Madelaine...? Bueno ¿será que la matriarca la ha encontrado algo ruda? Lo bueno es que ella parece ser una persona simple y directa, un poco como ella y de las personas que no suelen ofenderse o pensar que Melrose es un problema pero a veces no hay forma de saber cuando un inglés va a ofenderse por una formalidad que un escocés se ha saltado ¿o acaso sería posible que tuviera la suerte de que la matriarca fuese también escocesa?

 

Richard Stark

Percibe ruido. En lo profundo de su sueño eso es lo que percibe y le molesta. Sin embargo, consigue acallar un poco el ruido para no despertar del todo, aunque su mente empieza a divagar. Recuerda que el día anterior se había puesto sentimental y había enviado un gigantesco arreglo de flores a la oficina de Rouvás. Sí, Athena debe haberlo visto, probablemente todo el cuartel, quizá incluso le de una visita gracias a ello. En su mente, se siente satisfecho, aunque sigue pensando en maneras de provocar su visita sin tener que pedírselo realmente ¿por qué es que la condenada muchacha no suele dormir en casa? ¿En qué otros sitios dormiría de todas formas? Tiene que ver la manera de saber si tiene un novio o algo, para hacer que lo echen de Inglaterra... quizá así y pagando por un anuncio publicitario con escobas y fuegos artificiales, conseguiría su atención si es que las flores y la nota de "De parte de el amor de tu vida" no habían funcionado.

 

(Luego se dió la vuelta entre las sábanas y frazadas y por ello, no recordaría todas esas maquinaciones al despertar).

Editado por Melrose

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-Oye, Richard, despierta.

 

El muy condenado se había vuelto a enrollar en las sábanas dispuesto a seguir durmiendo, pero eso ella no lo iba a permitir.

 

Fue el día anterior. Venía llegando desde la calle con los Aurores luego de un día de trabajo en terreno, cuando lo vio: Un enorme y bonito arreglo floral sobre su escritorio. Nadie comentó nada pero era evidente que alcanzó a ser visto por sus conpañeros de labor. El color se le subió a las mejillas mientras se apresuraba a entrar al cubículo intentando actuar lo más normal posible.

 

Diferente fue cuando minutos más tarde se quedó solo y se apresuró a mirar la tarjeta. Solo versaba "De parte del amor de tu vida". La primera imagen que se le vino a la mente fue la de un risueño Gryffindor. Esbozó una sonrisita nerviosa, aparte de sorprendida le causava gracia que se autodenominara así. Nadie sabía aún que lo que había entre ellos apenas comenzaba a prosperar. Más tarde se lo tendría que agradecer.

 

Siguió su día normal. Una vez terminada la jornada laboral de marchó a su actual "residencia", todavía momentánea: La Madriguera. Le agradaba el lugar pues siempre había gente allí, aunque más de alguna terminó trasnochada por alguna charla.

 

Nadie se opuso a que la ocupara así que tomó una de las habitaciones más alta donde también estaban la mayoría de sus poseciones. Una de ellas una cajita donde contenía algunas fotografías y cosas pertenecientes a su madre.

 

Invadida por la nostalgia fue que tomó un par de cosas para rememorar otros tiempos. Cuando iba por el cuarto recuerdo (que era una carta que su madre recibió de parte de Moody en algún momento de su vida) se percató en la particular forma de escribir las "D" mayúsculas.

 

-¿Será...?

 

Grande fue su sorpresa al darse cuenta que las letras eran exactamente iguales.

 

-Esta me la vas a pagar Richard Moody. -Le saltaba la venita en la sien del coraje.

 

Ahora que lo estaba recordando le acompañó el mismo sentimiento del día anterior. ¿Por qué le enviaba ese tipo de mensajes? ¿Acaso quería llamar su atención? Pero si nunca más le habló desde su última charla, de la cual cabe mencionar que salió huyendo como siempre hacía. Lo bueno fue que no alcanzó a involucrar a nadie más, o las cosas habrían tomado otro rumbo.

 

Lo movió por última vez, como no hubo reacción tomó medidas más drásticas.

 

-¡RICHARD MOODY, ES HORA DE QUE DESPIERTES! -Practicamente le gritó en el oído para aumentar sus chances de buen resultado.

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Madeleine nota algo que le agrada en Melrose, aunque sabría decir qué es, exactamente; se trata, sin embargo, de que no detecta el acento inglés en la muchacha. No, en lugar de esa pronunciación profunda y "correcta", habla pronunciando de esa forma ligeramente fuerte las "eres", de la misma forma en que lo hacía Catherine y ella misma.

 

―No me digas señorita ―rezonga con la voz ronca, mientras se sirve café en una taza de porcelana, y lo coloca en la mesa, junto a su plato donde ya está servido el emparedado de atún. Se sienta por fin, ansiosa por comer, pues luego de haber vomitado todo lo que tenía en el estómago; además, la comida suele mejorar sus resacas―. Soy Madeleine.

 

Comienza a comer sin reparos. Ella le había indicado a Melrose que podía tomar algo de la alacena, pero ya que la encontró sin nada frente a ella, supone que no tiene hambre. Mientras le da el primer sorbo a su café, extra fuerte y con poca azúcar, escucha la pregunta de la visitante (y, según sus palabras, ahora residente). Aquello la hace fruncir el ceño, pues ese es un olor que todo el mundo, a su parecer, conoce.

 

―Eh... es café. Sí, es bueno.

 

Desde la planta superior, escucha un grito. Reconoce el sonido, pues el que suele hacer Athena cuando discute con Richard, algo que Madeleine sabe que es inútil. Para que la muchacha no se preocupe por ello, hace un gesto con la mano para que no le importancia al asunto. Lo del café es más importante.

 

―¿Qué, no lo conoces?

Editado por Madeleine.

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Empleado del Departamento de control de criaturas mágicas

 

 

Los papeles saliena por arte magia Amelie la directora del departamento de criaturas solicitud un reunión donde decía que la aprobación de criaturas se volvía abrir, saori pinto una sonrisa sabiendo esto Amelie Black lestrange hizo una organización donde saori tomo iniciativa tomando un par hojas y pergaminos con los poster para entregar en las mansiones y castillos del oterry eso era su misión.

 

Saori da un beso a su madre y salio con paso firme peinando su cabello y su maletín con los papeles, en su camino miro donde ir primero y el otro camino que debía tomar era al Moody teniendo ya un objetivo la joven demonio se trasporta rápidamente a entregar este aviso.

 

-Ok ya llegue - suspiro lentamente mientras sacaba uno de los poster.

 

Camino mirando la bella entrada de aquel lugar se puso algo nerviosa por lo general se la pasa mas en la oficina, peino su cabello y toco suavemente la puerta.

-Tock Tock

Sonó la puerta, saori se quedo un momento en la puerta esperando hasta que un elfo apareció y de inmediato saori se asusto un poco el elfo hizo una mirada algo extraña y dijo - que se le ofrece joven - con sus brazos cruzados Saori responde muy amable mente.

 

-Hola buenos días, vengo a entregar esta información para darles a saber.- saco el poster y miro al elfo con una sonrisa - Ok aquí esta.

 

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―No, jamás había olido algo así...

 

Se da cuenta de que se ha sonrojado. De hecho, no había esperado que fuera algo tan habitual para ella como para que le parezca raro que Mel no lo conozca. Silenciosamente, intenta recordar si es que había percibido tal olor antes pero no se hace a la idea. De hecho al inicio había esperado que fuera algún tipo de té desconocido pero era obvio ahora que se trataba de algo distinto.

 

Por otro lado, los ruidos provenientes del piso de arriba suenan bastante serios, en opinión de Mel pero la matriarca los desestima enseguida. Algo atónita y sin mucha imaginación para preguntar algo más, añade:

 

―Entonces ¿cómo debería llamarla?

 

Intenta olvidar lo del café y concentrarse en intentar hacerse a la idea. Cree entender que ella da por sentado que no habrá problemas con que se quede y eso le parece bien, es decir, es mucho más de lo que podía haber esperado (había pensado que el asunto habría de requerir repetidas visitas, comprobaciones y sobre todo algo de rigidez y presentación de argumentos) de hecho, por un momento se asusta de que las cosas estén yendo tan bien. Y claro, no quiere meter la pata a lo que parece ir tan bien pronunciando mal su nombre.

 

A su vez, le pareció oír que alguien atendía la puerta pero piensa que debe estar equivocada. Después de todo, no ha visto a nadie más allí y el resto de habitantes, por lo que ha oído, se encuentra en el segundo piso.

 

Richard Stark

 

Su mente, trabaja a mil por hora, a pesar de que aún sigue medio dormido. Hay alguien, un ser que espera sea enviado por su mano a los quintos infiernos en breve, que le está perturbando el sueño. No sólo eso, si no que no parece captar las indirectas de él, rodando de un lado a otro haciendo caso omiso de su llamado. Encima de atrevido, idi***. Richard no consigue hilar los pensamientos adecuadamente cuando gira de un lado al otro pues su adecuado procesamiento mental pareciera supeditado a mantenerse estático de manera continua para funcionar, así que se detiene. Pues desde luego va a captar cual es el maldito problema.

 

Eso, se apoya apenas en los brazos para atisbar y darle su merecido. El grito que ha recibido es tremendo y ya no va a seguir fingiendo. Había estado a punto de hacer que la araña del techo cayera sobre el individuo. Un poco menos de autocontrol y habría movido la mano con premura. De hecho, había estado a punto de hacerlo sin siquiera ver. Es una suerte, porque la que grita es Athena ¿Qué decir a continuación? Decide que va a ser amable pero firme...

 

―Athena, escúchame bien ―sus gestos son displicentes y sus ojos, amenazantes, pero su voz se mantiene en un susurro medido a pesar de ser perfectamente entendible― nunca, nadie me levanta por la fuerza de aquí ―respira de manera concentrada pero aún así resulta desigual, al igual que su tono cuando agrega― ¿entiendes? ¿Podrías SÓLO LARGARTE una media hora antes de poder atenderte?

 

Allí está. Exactamente así es como lanza todos sus esfuerzos al tacho y se tiende de lado tapándose con el cubrecama para seguir durmiendo. Ama a su hija, eso es más que evidente ¿pero separarlo de su King Size? Eso es algo que ni el diablo lograría sin salir ileso. Claro que, jamás podría hacerle daño a Athena.

 

(Porque como es obvio, sus ideas acerca de lo que es doloroso y lo que hace daño, están algo distorsionadas de la media común pero mientras no haya sangre supone que está todo bajo control).

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