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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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La orden se dio en esos momentos: debíamos de partir. Resultó la visita bastante tranquila, simplemente para corroborar que la Orden del Fénix había desaparecido por completo y que los mortifagos estaban tomando el poder en todo el país, ya no había una sola familia segura, claro, aquellas que no apoyaban los ideales que seguíamos fielmente.

 

Me despedí en silencio del Señor del Caos debido a que no requeriría sus servicios en esos momentos, esperando que en un futuro no tomara represalias en mi contra por haberlo invocado por la mitad del tiempo que él siempre se mantenía, pero así eran las cosas a veces.

 

- Ce fut un plaisir, camarades, nous nous verrons dans le prochain.

 

Después de mis breves palabras, salí del torreón para caminar hasta las afueras de los terrenos de aquella residencia para poder desaparecer sin que el hechizo anti desaparición me afectara.

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Luego de haber realizado algún destrozo era hora salir del lugar ya que nadie se había presentado a defender dicha mansión y los mortifagos tenían asuntos más importantes que realizar que seguir esperando , ya se habían divertido un rato destruyendo el lugar y luego que escucho las ordenes de que era hora de salir y robar algo aunque que se podía robar si habían destruido todo a su paso y era mejor no perder tiempo en buscar algo en alguna habitación


Sus compañeros la habían dejado un poco atrás pero la vampira se apura a salir lo más rápido que puede y justo a tiempo porque apenas sale al aire libre, tres Aethonan salen de la varita de su abuela leah y destruyen los torreón y justo a tiempo aunque un poco de polvo cae en su largo cabellos y con sus propios ojos ve como queda destruido con ese último ataque


- Creo que salí justo a tiempo, que por poco me quedo adentro entre los escombros y luego la vampira se desaparecer del lugar al igual sus compañeros

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  • 2 semanas más tarde...

Así, Bel Evans McGonagall, se había casado.

 

Para Richard eso no significaba un gran cambio pero al menos, había tenido la oportunidad de llevar a Melrose al castillo donde se suponía que también podía pasar parte de sus días. No se había molestado en averiguar demasiado sobre ello porque Melrose, a diferencia de otros Moody no era una persona complicada o que jugara en intrigas. Era un libro abierto, de mente simple, fresca y rápida, más predispuesta a una caminata o una pelea que a conspiraciones o engaños.

 

Richard mira entonces hacia el balón que sostiene entre sus manos y echa un poco más del contenido de la probeta que tiene en la otra hasta que un anillo de humo violeta se aleva hacia el techo de la cabaña. Luego, vacía el contenido en un frasco y tapa la solución con un corcho. Luego, lo oculta en las profundidades de su abrigo, sin darle mucho repaso al asunto.

 

Al salir al exterior, el viento frío le pega en la cara a pesar de que ya es media mañana. Hay sol pero no consigue calentar del todo el ambiente, si no que más ilumina el espacio que debe recorrer entre la cabaña y el castillo. No muy lejos de allí, los aethonans lanzan sonidos curiosos y Tomoe observa con tranquilidad desde las almenas.

 

Richard se dirige a él.

 

--¿Alguna noticia de Athena?

 

El guardián niega con la cabeza antes de hacer una venia y dirigirse a otra zona del muro. Tiene un oído fino, pues Richard no hizo ni siquiera el esfuerzo de gritar, sólo alzando la voz más allá de lo normal y él pudo aún así oírlo desde allá arriba. Ha empezado a preocuparse desde que no tuviera noticias de ella luego de la boda. Duda que haya concretado sus amenazas sin pasar siquiera a recoger sus cosas pero no es en el peligro de su prometido en quien piensa si no más bien en otra mucho más cercana a él. Los gemelos ¿qué había conseguido averiguar Athena de ellos? Desearía... sólo desearía que la preocupación lograra rasgar la superficie y llegar a la profundidad de su cerebro pero es inútil. No siente nada de eso.

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Ellie observa el bosque se abre frente a ella, pálido y frío, y deja entrever una sonrisa torcida. Ottery St. Catchpole, en un principio, le pareció la última ciudad donde querría vivir. Las calles adoquinadas por las que caminó estaban bordeadas por extravagantes mansiones y castillos que, si bien no la intimidaban, sí le provocaban una sensación de rechazo. A ella le gusta lo sencillo, lo honesto, lo que no es pretencioso. Por eso le gustó aquella "entrada", al final de unas de las calles principales de Ottery. Allí, los adoquines se pierden entre los árboles y desaparecen en un camino de tierra que sigue sin dudar; tras ella, un medio kneazle de color castaño, con motas blancas y cafés, camina sin rebasarla ni tropezarse son la sencilla túnica negra de la bruja.

 

A esas alturas de la vida, el camino de tierra que conduce desde las calles de Ottery hasta la cabaña está marcado por el constante uso de los pocos Moody que allí residen. A la luz el día, puede seguirlo con facilidad; de noche, tiene que ser más complicado, está segura. Sin embargo, no piensa en marcado. No porque no lo considere una buena idea, sino porque, si las historias de sus padre sobre los Moody son completamente ciertas, aquello sería algo que no tolerarían. Se volverían locos. Desecha la idea sin darle mayor importancia. En cambio, se encuentra divagando sobre aquella nueva aventura.

 

Pronto, comenzará a trabajar en el Departamento de Misterios y se asentará permanentemente en Ottery St. Catchpole. Comenzar una vida propia, ésa es la aventura. A pesar de que aquella cabaña es propiedad de los Moody, según la información que logró conseguir, es muy poco concurrida por sus familiares de por allí; ellos parecen preferir el castillo asentado en las Southern Uplands. Trasladarse allí habría contentado muchísimo a sus madres, pero Ellie es incapaz de engañarse a sí misma: no estaría cómoda. En cambio, en ése lugar, al cual tiene derecho tanto por sangre como por crianza, sí que podría sentirse ella misma, mucho más que en las estrechas y estiradas casas de Old Town. Y aquí no habrá ningún viejo que me moleste por vivir mi vida...

 

Ilusionada por las nuevas posibilidades, empuja suavemente la puerta,, luego de hacer girar la calleen el cerrojo. Ésta se abre con un crujido que hace eco por todo el salón. El lugar está amueblado; sin embargo, una ligera capa de polvo lo cubre todo. Huele a encierro. En lugar de desanimarla, toma aquello como una buena señal; significa que no será molestada (no es que la familia sea una molestia... pero, oh, a veces...).

 

Sin mucho cuidado, Ellie deja las maletas junto a la puerta y la cierra a sus espaldas. En cambio, comienza a abrir las ventanas, para dejar entrar la natural y fría luz de la mañana, y al mismo tiempo airear el lugar.

 

 

@Melrose

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Otro día más al conteo.

 

Era como apilar cartas. Ponía otro sobre sobre el montón de la mesa y veía los días pasar con monótona repetición. Empezaba a considerar que quizá había sido un error alejarse de los asuntos del concillio, al menos el peligro de ser asesinado lo había mantenido ocupado. Ahora, sólo se agitaba de un lado al otro, esperando por que algo sucediera pero la tensión sólo se estiraba sin que algo pasara o que Richard figurara qué esperaba exactamente. La primera carta había llegado poco antes de la ausencia de Madeleine y era corta.

 

Louisiana ha estado oliendo a flores ya dos semanas. El olor es penetrante y dulce, al igual que el de los bananos que nunca había visto antes de llegar aquí. Garden District no está tan ocupado como otras calles aunque el barrio francés es más encantador que nunca. Tengo entendido que es por la fama in crescendo de una mujer en esta misma calle. Al parecer, es una famosa practicante de santería. Antes de llegar aquí, jamás había oído sobre eso.

 

Espero estén todos bien.

 

No ponía remitente pero Richard no había necesitado tal información. Todos los datos que necesitaba estaban en la caligrafía que escribía delicadamente sobre pergamino con tinta negra. Cuatro días después la misiva era más corta todavía.

 

He recorrido de cabo a rabo el barrio de lo que fuera el canal irlandés. Hay energías mágicas extrañas allí, energías que no he podido dilucidar. También sé por qué no he recibido contestación a la primera de mis cartas pero no te guardo rencor, Richard. Sólo sé que no pienso volver.

 

Richard no recordaba si se había visto embargado por algún tipo de sentimiento ante las cartas. Sólo había pensado que quizá Madeleine debería haberlas leído pero para entonces la pequeña bruja había ya dejado de frecuentar el castillo. Mientras tanto, él había visto su expectativa crecer y crecer ¿pero qué esperaba exactamente, de nuevo? Claro que antes de que llegara a alguna conclusión, la tercera misiva había llegado, apenas el día anterior.

 

He conocido a una familia interesante. Se apellidan O' Carroll pero se consideran a sí mismos descendientes yoruba. Hay magia muy particular en ellos pero no consigo entenderla del todo, no funcionan como ningún mago o bruja que conociera antes. Ven a través de mí, es un tanto tétrico. De cualquier forma, envía mis saludos a todos los demás. Sé que este exilio es autoimpuesto pero quisiera que entendieran que ahora soy capaz de abrigar esperanzas.

 

Catherine.

 

¿Y para qué había sido la firma esta vez exactamente? El nombre le llegaba con tres semanas de retraso. De cualquier forma, Madeleine ya llevaba sin asomar la nariz por los Southern Uplands dos semanas y Athena algo más que eso. Richard frunció el ceño para sí mismo, dándose cuenta de que no hacía más que pensar en ellas, incluso después de haber dejado como lo había hecho desde el inicio, la carta sobre la pila que empezaba a juntarse sobre la mesa.

 

Fue sólo unas horas después que cayó en cuenta de que se encontraba en el castillo completamente solo.

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Guiada por su espíritu aventurero, explora sin reparos la cabaña. La cocina está desprovista de productos frescos; lo único que encuentra, al fondo de la alacena, son varias latas y frascos de embutidos, granos y frutas en almíbar, todas cubiertas por una fina capa de polvo. En las habitaciones superiores, mínimamente amuebladas, también hay polvo. Lo que Ellie denomina "olor a encierro", comienza a desaparecer a medida que abre las ventanas y el pálido sol inunda el interior del hogar. Tan sólo eso hace que el lugar luzca un poco más vivo, más familiar. De todas formas, me tocará hacer una limpieza a fondo.

 

El último lugar que visita, es el ático. Sin embargo, ése lugar es diferente. Hay menos polvo y hay menos frío, como si hubiese estado más habitado que el resto de la casa. Sin embargo, si alguien vivía aquí, se fue definitivamente, piensa, mientras observa el colchón desnudo sobre el suelo. Y que se ***a, porque tomaré ésta como mi habitación. Con la esperanza de descubrir la identidad del misterioso inquilino, se acerca al único mueble que hay en la habitación: un armario de madera, con las puertas entre abiertas. Lenta, cuidadosamente, las abre. Al observar el interipor, resopla, resignada, pues no hay nada de ropa, sólo ganchos vacíos. Sin embargo, en el suelo, hay algo.

 

Ellie nunca ha visto una espada de verdad. Reconoce que la vaina está hecha de piel de dragón, pues ella tiene varios implementos del mismo material. La empuñadura parece hecha de algún cristal oscuro y opaco. Nerviosa pero también emocionada, se agacha frente al armario y sostiene la empuñadura con suavidad. Sosteniendo la funda con la otra, tira lentamente de la espada, para desenfundarla... y se sobresalta. El sonido es una especie de llanto, pero con tintes musicales. No es el sonido en sí lo cual le pone nerviosa, sino que, al observar a sus espaldas, no observa nada. En realidad, aquel canto parece venir del interior del armario. Ya me volví loca...

 

Aún así, no suelta la espada.

 

―Qué metal tan raro ―susurra, al ver la hoja. No es hierro, ni acero, ni cobre, ni piedra, ni madera... no se parece a nada que haya visto antes. Es un metal que le hace pensar en la obsidiana, pero mucho más resistente y opaca, que pareciera guardar brillos bajo la superficie. Ni en la hoja ni en la vaina hay marcas del dueño.

 

Decide dejar la investigación para más tarde. No sólo está cansada por el viaje, sino que, más importante aún, tiene hambre. La expectativa de almorzar frijoles fríos no le emociona, pero dado que todavía no ha comenzado a trabajar, no tiene otra alternativa. Baja las escaleras de mano pensando en la espada y en el misterioso inquilino, observando perdidamente la pared contraria. Al notar algo raro, no obstante, enfoca la mirada. Hay otra puerta, allí, frente a ella. No la recuerda.

 

Por supuesto, Ellie salta al suelo y trata de abrirla. Ni ante sus esfuerzos físicos ni ante su varita cede. Está muy bien sellada.

 

―¿Hola? ―decide intentar llamar. ¿Por qué no? Está sola. Si aquel pobre intento resulta demasiado loco, nadie se enterará― ¿Hay alguien aquí?

 

@Melrose

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Lleva tanto tiempo sin dar un sorbo a su vasco de whisky que bien pudiera ser que todo el alcohol se haya evaporado. A su lado, Melrose descansa plácidamente, con la cabeza apoyada en su regazo y roncando levemente. Tiene la boca algo entreabierta y Richard está seguro de que no puede ser un cansancio normal. Lo cierto, es que ella suele dormir así de pesado y especialmente ahora debido a que hace sólo dos noches ha sido luna llena.

 

Es entonces cuando oye los golpes en la puerta. Al principio cree haberlo imaginado ya que nadie suele tocar. Todos saben que la contraseña es Ojoloco, cosa que disgusta a Richard, quien estuvo desde el principio a favor de ponerle otra. Es decir, es tan obvia que está seguro que más de la mitad de los mortífagos de Ottery la adivinarían, aún cuando no los calificaría precisamente como un grupo de tipos brillantes; eso, por supuesto, si apareciera alguno. Parecen estar casi tan extintos como sus ingresos.

 

Se incorpora del sillón dejando la cabeza de Melrose reposar sobre el mueble y se acerca a pasos cortos con el vaso de whisky todavía en la mano. Lleva unos pantalones gastados de tono grisáceo y una camisa blanca que tiene los dos botones de arriba desabrochados. Bajo ella, se puede entrever un collar de cuero trenzado. Cuando casi está ante la puerta, ésta vuelve a sonar así que casi no queda duda alguna. Sus movimientos son entonces rápidos y definitivos, girando el pomo y tirando con fuerza.

 

Del otro lado, la cara de una desconocida parece mostrar algo similar a la sorpresa. La verdad es que no presta demasiada atención como para poder asegurarlo. Él por otra parte, no se siente particularmente afectado por sentimiento alguno, como casi siempre. Sin embargo, tiene que admitir que hay algo muy cercano al alivio asomando entre la bruma del vacío: al menos, no son los gemelos.

 

―¿Y tu eras...?

 

Alza una ceja de manera inquisitiva. A pesar de que ella habló primero, no lo sabe, debido a que no había podido oír nada tras la puerta hasta abrirla.

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Ellie vuelve la cabeza, y observa el pasillo de suelo y paredes de madera que tiene la rústica y humilde cabaña; luego, vuelve nuevamente la cabeza, y observa el pasillo de piedra que se extiende más allá de la puerta. Aquella imagen le hace pensar en un castillo muy antiguo, diferente a los que vio caminando por las calles de Ottery St. Catchpole. En un principio, le parece sorprendente; sin embargo, recuerda los anuncios de Puertas Mágicas y todo tiene sentido. La cabaña, mediante esa puerta, está comunicada con otro lugar. Cuál es ese lugar, es lo que la intriga.

 

Entonces, sus ojos se posan sobre el hombre. Debe tener unos veintimuchos, al igual que ella. Pero éso es todo en que pudieran llegar a ser similares. En primer lugar, puede ver algo que no le agrada; le habla con aparente impaciencia, como si ella fuese una interrupción. Una molestia. Bueno, pero por lo menos es honesto.

 

―Soy Ellie ―dice con firmeza, extendiendo la mano a manera de saludo, como es la costumbre―. Eileen Moody. Me estoy trasladando a este lugar... ―explica, haciendo un gesto hacia todo lo que está a sus espaldas. La mirada que le dirige el hombre no es agradable, a lo que su voz, inconscientemente, se endurece― al cual tengo derecho ―añade, sin fingir una sonrisa para aliviar sus palabras.

 

>>Ése lugar... ―hace otro gesto hacia lo que está a sus espaldas― ¿Qué es? Es decir, ¿también es alguna propiedad familiar?

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No le agrada la manera en que pregunta llamándola "propiedad familiar". Quizá sólo sea imaginación suya pero puede ver la implicancia de un posible derecho sobre ella. Se limite a asentir con la cabeza, para luego dejar asomar una leve sonrisa.

 

―Herencia de Catherine Moody en los Southern Uplands. El Castillo de los Moody, sí.

 

No da mayores detalles puesto que está considerando seriamente tirarle la puerta en la cara pero demasiados siglos de aprendizaje hacen que se mantenga ecuánime y formal. Además, le ha interesado también la parte en la que dijera "lugar al cual tengo derecho" porque es la primera vez que se entera de un Moody cualquiera que llegase al cúmulo familiar ya con la idea de tener derecho sobre algo en particular. La mayoría, eran cuanto mucho como Mel: personas prácticas, en busca de cobijo temporal o solicitando permiso de quedarse, con mucha ceremonia de por medio. Era una de las razones por las cuales las damas Moody habían heredado todo a Catherine: ante los anuncios del ministerio, no se había conocido de nadie más tanto en proximidad de lazos familiares como en llevar el apellido de la familia.

 

Quizá era que sus pretensiones de la cabaña eran también de índole práctica. A pesar de no haberla visitado en semanas, de pronto se siente con ánimos de echarle una visita, tal es la naturaleza habitual de su codicia. Sin embargo, se contiene sabiendo que debe averiguar esa primera duda antes.

 

―Entonces... ¿te instalarás allí por algún motivo en particular? ―es evidente que tiene que ser un motivo en concreto o de otro modo ¿por qué recién? ¿por qué ahora?― ¿Trabajo quizá? ¿O algún familiar que necesite atención en San Mungo?

 

En su cabeza, una película sobre un padre con mayores derechos a la herencia que los de Catherine empieza a correr a todo color. Su expresión no delata sus maquinaciones pero se torna algo vacua. Alguien con menos conocimiento de su carácter podría interpretarlo incluso como preocupación.

 

Desde luego, ha aceptado de plano que Ellie no le está engañando. De hacerlo, ya pagaría más tarde con creces.

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―¡Oh! Así que es EL castillo ―suelta, poniéndose puntillas para observar más allá del hombro del hombre. Aquella revelación la emociona tanto, que ni siquiera se percata de que no sabe cómo se llama el sujeto.

 

Desde muy pequeña había escuchado hablar de él, pues su padre ayudar a sus padres con pequeños trabajos de magricultura, al tener diversos conocimientos de Herbología y Cuidado de Criaturas Mágicas. Sin embargo, un par de años atrás, luego de la muerte de sus abuelos, su padre no volvió a visitar el castillo. Por supuesto, ya entonces Ellie era una adulta a la que podía hablársele con claridad. Parece que el apellido familiar se perderá, dijo en una ocasión. Philbert Moody había renunciado a la herencia del castillo, pues prefirió vivir en Old Town junto a su mujer, sin aislarse de la sociedad. Éso no era lo que le preocupaba, en todo caso, sino que las dos posibles herederas de las propiedades de la familia, no querían en realidad formar familias, sino a sí mismas. Pero un tiempo después, se enteraron de que encontraron a quien dejarle todo; una descenciente de los Moody que, mucho tiempo atrás, abandonaron Escocia. Espero que no deje perder el apellido, comentó su padre.

 

Ellie nunca visitó el castillo. En realidad, no le había llamado la más mínima atención; sin embargo, el tenerlo allí, le emociona pues repentinamente recuerda lo que sabe de él. Los terrenos, la fábrica de pociones y capas de invisibilidad, la monumental biblioteca.

 

―Sí, me mudé a Ottery por el trabajo ―dice, volviendo nuevamente la mirada hacia el hombre, quien no se aparta de la puerta todavía―. Supuse que no molestaría a nadie usando esta cabaña... tiene pinta de que no la usan mucho ―explica―. El lugar está abandonado.

 

>>Pero, entonces, ¿tu eres, ehm, algo de Catherine Moody? ¿O de los Moody en general?

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