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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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En los bosques cercanos a Luss

Amanecer~

No conoce a la mujer que corre a toda velocidad junto a ella, pero no puede evitar observarla de lado, pues admira su capacidad para mantener su ritmo, a pesar de tener más edad que ella y ser una humana. La bestia le dice que no es cualquier humana pero de todas formas es notable que pueda igualar el paso (aunque tan sólo sea uno regular y no acelerado) de un licántropo. Su rostro tiene una película de sudor en la parte alta de la frente pero ella no parece inmutarse por ello si no que dedica toda su atención a los lobos que van ante ella. Mel había intentado conocerlos sin éxito por meses, con la certeza de que no podía ser una coincidencia que criaturas tan listas y de tan hermoso pelaje rondaran cerca de su hogar. Había tenido razón y ahora tenía ante ella el motivo por el cual ellos se habían negado a hacer amistad con ella: ya tenían una lealtad qué guardar.

 

—Hacia aquí.

 

Por alguna razón, la voz de la mujer le daba escalofríos; no miedo, si no una extraña emoción... ella tenía una voz muy particular, ronca y grave. Mel no había conocido a nadie similar, salvo tal vez Richard. La voz de Mel no era nada como eso.

 

—Es allí —señaló Catherine por fin, satisfecha, con una mezcla de cautela y alivio.

 

No parecía muy distinto a cualquier otro claro. La luz del sol empezaba a iluminarlo, con los rayos cayendo de forma oblicua sobre la primera porción de tierra en ser tocada. El resto, permanecía todavía en relativas sombras, aunque era perfectamente visible, pues los árboles rodeaban el claro de manera casi antinatural. Mel no pudo evitar notar que al centro, había un árbol que destacaba por encima de todos los demás: blanco, tanto la madera como las hojas, casi parecía desprender un brillo tenue, fantasmal. En el suelo, había también cosas que brillaban débilmente pero Mel no creyó distinguir lo que eran.

 

Catherine pareció encontrar esto particularmente alarmante. No lo dijo pero Mel pudo ver como sus ojos se abrían como platos, como si reconociese el lugar y eso le preocupara. Los lobos mientras tanto, se habían adentrado sigilosos al claro, olfateando el suelo con insistencia. Según Catherine, los lobos habían percibido algo extraño en esa zona en particular y por eso se habían puesto a aullar como locos a las cinco de la mañana. Catherine, que justamente estaba llegando en escoba, había descendido y los había tranquilizado. Mel había salido al reconocer sus aullidos y lo último que había esperado había sido encontrarse con una desconocida. Se habían saludado y presentado y más tarde Catherine parecía haber entendido que Mel era una Moody y eso había sido suficiente para que la arrastrara en esa empresa.

 

Si algo tenía que admitir Mel, era que Richard solía hacer lo mismo, así que empezaba a acostumbrarse. De hecho, hasta le había hablado de Ellie y por eso, Catherine le había dejado una nota a su prima, sobre la repisa de la chimenea, con su estilizada caligrafía ¿cuánto tardaría ella en notarlo? Mel habría sido de la opinión de que dejarla en el cesto de la fruta sería muchísimo más efectivo, porque sin duda su prima tomaría desayuno, pero Catherine no la había oído. Sólo esperaba que consiguiese alcanzarlas, ya enterada de los pormenores del asunto gracias a la nota.

 

Lo que no esperó, fue lo que sucedió a continuación. Avanzaron tras los lobos mirando hacia un lado y hacia el otro. Mel hasta recordó la agradable sensación de la brizna bajo sus pies, pues se había descalzado para poder percibirlo y llevaba ambas zapatillas sujetas en una mano. No habían alcanzado todavía el árbol, cuando notó qué eran las cosas a los pies de éste: libélulas, que por algún motivo brillaban todavía, muertas. A su vez, tras el tronco, Mel también alcanzó a distinguir una figura, que se perfilaba como si se ocultase tras el árbol deliberadamente, para que no lo viesen. Sin embargo, cuando salió a plena vista, Mel se quedó quieta, sin saber qué decir.

 

Porque conocía esa figura y estaba segura de que Catherine no.

 

—¿Qué...?

 

Quiso decir "¿qué haces aquí?" pero no sonaba apropiado. O lo que fuera que se suponía que decían las personas en esas situaciones. Entonces cerró la boca y no dijo nada, tan sólo con la vista fija en él.

 

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El Cazador

 

Capilla del Amanecer - Interior

Madrugada

 

La noche era fría y oscura como la boca de un león, por más que agitara la mano delante de el no podía verla, pero sí podía escuchar el sonido al cortar el viento. Práctica que había ya sido parte de él desde hacía muchos años y muchas vidas para su mente. Todo lo que le habían dicho parecía tomar lógica y forma mientras los años pasaban, pero a veces se preguntaba si las dudas que tuvo al principio eran silenciadas por la edad o tal vez olvidadas.

 

Debía esperar el amanecer, como hacía todos los días para entregarse a sus deberes cotidianos o a la misión que le habrían encomendado, sin embargo hacía tiempo que el buzón estaba vacío y temía que sus superiores lo hubieran olvidado. O tal vez peor. Sin embargo fuera de las misiones que le dieran, el tenía una propia que rumiaba todas las noches al dormirse y todas las mañanas al levantarse, y en su mente ya tan deshumanizada contaba los días imaginarios que le faltaban para llegar a ese momento.

Sintió frío en el estómago y descubrió que hacía tiempo que estaba encima de un guante forrado con malla; se revolvió entre las mantas de piel y retiró el objeto para colocarlo en la mesa al lado de su cama o al menos era su intención, la cual al escuchar el sonido de la malla en el suelo descubrió que era errada.

 

Palpó con sus dedos la parte donde la malla había estado, le costó encontrar el lugar debido a las múltiples cicatrices y marcas de quemaduras que tenía en el torso, pero al reconocer el patrón de la marca encontró el lugar. Quiso quejarse, pero ya no tendría sentido para él, no le preocupaba el estado de su cuerpo desde hacía mucho, puesto que sabía para sus adentros que nadie más lo vería.

Sin embargo, cerca a las marcas que había dejado la malla recorrió una cicatriz que se había hecho recientemente.

 

Gruñó. Sin embargo fue de satisfacción, para él cada cicatriz era señal que había sobrevivido, por poco quizás, pero había logrado sobrevivir a la situación. Pero esa cicatriz, es LA cicatriz. La bestia que se la había hecho ahora abrigaba su lecho, y la cabeza decoraba la sala de trofeos de la Capilla.

 

Tocaron la puerta con golpes secos y pausados y luego de unos momentos volvieron a tocar llamando con una voz pausada pero profunda.

 

HNO WILHELM
(Temeroso)

¿Brüder Wirt?

La hora del ruiseñor Brüder Wirt...

WIRT
(Tranquilo)

Aquí soy. Gracias hermano.

 

El hombre se había levantado mecánicamente dejando caer la piel del camastro, primero bajando los pies y girando para levantar su cuerpo de costado tal cual era su costumbre diaria. Tomó el hábito y la ropa que se colocaba a diario para dirigirse a las duchas que estaban bajo la Capilla. Sin embargo escuchó de nuevo el golpe en la puerta, pero esta vez más breve que el anterior.

 

HNO WILHELM


... tiene correspondencia Brüder Wirt...

 

El balde de agua fría fue bastante breve y se transformó en alcohol que bajaba por su garganta y llenaba de energía pero sobretodo ansias de una nueva cacería.
Miró a su alrededor una vez la luz terminó de entrar a su celda, su pared sólo tenía un marco de cazador el cual estaba vacío, sabía que si la carta decía lo adecuado ese marco podría sujetar una cabeza de lobo.

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¿Y mi trio?

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Luego de haber tomado el desayuno sola, distrayéndose con uno de los ejemplares de Corazón de Bruja de Mel, encontró la nota sobre la repisa de la chimenea. Aquello le sorprendió bastante e, incluso, se preguntó si no sería uno de los extraños sucesos que tanto suceden desde que conoce a Richard y a Mel. A primera vista, por la elegante caligrafía, pensó que debía tratarse de un recado de Richard, aunque luego consideró que él era un tanto más estrambótico. Cuando comenzó a leer, desechó la idea por completo, pues la nota había sido firmada por una tal Catherine Moody, aliada con Melrose Moody en aquel asunto que su prima le había comentado y al cual, reconoce, no le prestó demasiada atención a pesar de las heridas que ésta mostraba; como si no fuera poco, también extendía la invitación a unirse a la "empresa".

 

De un momento el otro, el letargo en el que había estado sumergida la semana pareció disiparse. Ellie se dirigió, sin cuidar el sonido de sus botas en los escalones de madera, a su habitación y se apresuró a cambiarse el camisón por ropa más apropiada: una túnica verde oliva, de mangas tres cuartos y larga hasta sus pantorrillas, un par de botas marrones y una capa de viaje marrón. Finalmente, trenzó su cabello en una trenza. Sin creer que necesitaría demasiadas cosas, se limitó a tomar su varita mágica de la mesa de noche y su Saeta de Fuego del balcón, sólo porque según las indicaciones de Catherine, el lugar estaba alejado y Ellie, consciente de su condición física, supo de inmediato que demoraría horas en llegar camino y correr no era una opción.

 

Así, pues, se sube a la escoba voladora y vuela en la dirección indicada, recordando una vez más que debe encontrar un claro en cuyo centro está un árbol de madera blanca. Debería ser pan comido. Esperando alcanzar a Catherine y a Mel, y agradeciendo que el Ministerio de Magia parezca no apartar los ojos de Londres, no tiene reparos en inclinarse ligeramente hacia adelante para volar más rápido. Bajo ella, los árboles son borrón verde; a pesar de que la escena no parece que vaya a variar, mantiene la vista allí y se asegura de no volar tan alto.

 

Lo que distingue no es la madera blanca, sino un resplandor perlado que parece iluminar el claro. Poco a poco, desciende, y a su vez en el suelo dos figuras comienzan a dibujarse. Cuando está cerca, está a punto de saludar a Mel con un grito, hasta que se da cuenta de que ésta parece estar petrificada, pero no entiende por qué.

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El Cazador

 

Capilla del Amanecer - Interior

Primeras luces del día

 

Las instrucciones eran claras, y él jamás había desobedecido ninguna. Mantén las armas listas, le habían dicho durante su entrenamiento, también Defiende al débil y es lo que, según el mismo, había estado haciendo todos esos años de puga, pero también le habían dicho Sigue las instrucciones.

 

Nada era más sencillo que seguir las instrucciones. No podía entender como para algunas personas era tan complicado hacer los que les decían o indicaban, es ilógico.

 

MENSAJE

(voz de anciano, imperiosa)

Suma Importancia.

Lobos grandes son pasando el bosque.

Mas impíos viven y reinan en la costa del Mar del Norte.

Purgarles.

 

Se ató la correa con firmeza sobre la sobrevesta blanca y al cinto montó el tomo del libro que siempre llevaba en sus cacerías, las grebas las amarró con paciencia como si disfrutara el momento y se tomó el tiempo para colocarse el guante de malla en la mano izquierda luego de ponerse el de cuero en la derecha. Por último se ciñó la capa de viaje y caminó hacia el centro de la capilla.

 

El halo de luz que caía desde un tragaluz y iluminaba el piso del amplio salón, El Cazador se arrodilló pidiendo por la bendición de la luz y su socorro en los momentos de necesidad que pudiera tener. Al cabo de un rato se levantó, y salió hacia el pequeño vestíbulo en donde el hermano Wilhelm lo esperaba.

 

Con una sonrisa nerviosa el hermano Wilhelm le entregó un morral de cuero evitando la mirada al Cazador, cuando este lo tomó, el hermano dio media vuelta y regresó a sus actividades alrededor de la capilla.

 

El cazador salió de la capilla, y sacando una varita del interior del guante de malla se abandonó al deseo de estar al inicio del bosque.

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¿Y mi trio?

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A pesar de que el tiempo pasa, Mel no abre la boca ni aparta la mirada. Sigue observando, con el cuerpo tenso. Se trata más de la reacción de la bestia que de la persona; es cautela, no una expresión de amenaza si no más bien de medición. Ni siquiera parpadea. Pronto, va llegando más y más luz y Mel cae en cuenta, sin volver la vista al suelo, que no sólo había habido libélulas si no también luciérnagas muertas en el suelo.

 

En cuanto a la situación, ella había abandonado la vida que llevara en el pasado para reincorporarse a la sociedad, hacía ya más de un año. Recordaba todavía que su primer encuentro había sido con un vampiro (Lestat Rambaldi) y recordaba cuan desagradable había sido para ella encontrarse ante él, cuando su olor le resultaba tan distintivo y penetrante. Al menos Catherine no era un vampiro por lo que Mel esperaba que todo no se tornara en una escena violenta pero tenía que tener en mente tales sensaciones del pasado si quería llegar a entender sus reacciones. Ella había sido más arisca y menos propensa a conversar pero quizá con él sería distinto...

 

Mientras tanto, Catherine lanzaba miradas interesadas en dirección al desconocido pero no se atrevió a interrumpir. Tenía la curiosa sensación de que no debía hacerlo o de otro modo desataría una cadena de sucesos que no deseaba detonar. En su lugar, volvió la vista hacia atrás, pues había oído un ruido y allí había una bruja.

 

Le tomó un rato caer en cuenta que debía ser la prima que Melrose había mencionado en la mañana. Los rasgos de su rostro denotaban cierto parecido con el de las tías Moody que habían muerto y le habían legado a Catherine las cosas. Eso la turbó. Ella era Moody también, por supuesto, pero le recordaba que en realidad, el hecho de que fuese ella la destinataria de todo el legado Moody había sido simplemente debido a la coincidencia de que ella fuese la única descendiente conocida por el Ministerio de Magia en ese entonces. Se prometió arreglar eso apenas estuviesen de vuelta.

 

Tan sólo le hizo señas para que se acercara más, sin interrumpir al par que tenían delante. No parecía una buena idea hacerlo pero tampoco quería que la muchacha se fuera por sentirse excluida o creer que no le hacían caso.

 

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Ellie se había subido a la escoba completamente despreocupada y, por el contrario, ansiosa por la aventura que aquella carta prometía; sin embargo, ahora que se encuentra en el claro, se da cuenta de que las cosas no serán así. Aún desde arriba y sin distinguir por completo lo que sucede, percibe una tensión en el aire que le hace pensar que quizás volver a casa y pasar el resto de la tarde leyendo. Sin embargo, una de ellas —la que, por descarte, debe tratarse de Catherine Moody— le dirige una mirada y le hace señas para acercarse, como si nada extraño estuviese sucediendo.

 

Sintiendo que no tiene alternativa, desciende muy poco a poco, manteniéndose atrás de la bruja de apariencia demacrada y lo más alejada posible de Melrose y el extraño personaje. No lo conoce y quizás Catherine tampoco, pero es evidente que su prima sí. De hecho, está tan concentrada, que está segura de que ni siquiera advierte su llegada; espera, además, que el otro tampoco.

 

Cuando sus pies alcanzan el suelo, se baja de la Saeta de Fuego y, como no está segura de dónde dejarla, simplemente la sostiene en la mano. No avanza, porque siente que no se supone que debe interrumpir. Tampoco se atreve a hacer preguntas.

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El fujitivo

 

Luz de luna me abandona y se lleva mis fuerzas,

ella la ha escondido en su seno, terriblemente eterno

y al cantar el ruiseñor trae consigo el alba argenta

soy entonces prisionero de Apolo y hiereme sus flechas.

 

La carne de mi brazo ya quema mis sentidos,

de el hilos blancos se elevan a la bóveda clara ahora,

pasos lentos soy a medida que me abandono,

solo el brazo sano responde a mi juicio y acusa delante.

 

Piedra caliente y humeante se forma en siniestra mia,

dentro de mí aún reposome en mi tugurio,

sin sentir el frío acero ni el punzante maleficio,

¿Será de día o de noche aún? Ni el carcelero lo sabe.

 

La hiel que a beber me da nubla mi vista más,

le respondo lo que no quiso nunca saber en mi demencia.

¿Son aquellos gritos míos o eco de la fria piedra?

Su ritmo me hunde, y me pierdo dentro de mi prisión.

 

Despierto entonces, el aire del bosque me baña,

Mi brazo muere ya y cae sin poder dominarlo,

delante Agnes, Alice y Merga notan mi pesado andar,

antes de hablarles, el velo me cubre y solo veo las estrellas.

Editado por kaiser

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¿Y mi trio?

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—¿Drystan?

 

Su voz es aire que escapa a duras penas de su garganta, un susurro aterrorizado. Había observado por largo rato en sus ojos, encontrándolos confusos y vacíos. Entonces, él había dejado al descubierto el extremo de su cuerpo que hasta ese momento había seguido detrás del árbol. Mel no pudo evitar soltar un gemido de pánico. Estaba quemado, del color del carbón y la carne tenía una forma extraña, como si se hubiese deformado bajo la presión del calor al que había sido sometido. De haberlo visto separado de su cuerpo, apenas habría notado que se trataba de un brazo ¿cómo era que no se había muerto por envenenamiento en su propia sangre todavía si ese brazo seguía pegado a su cuerpo quién supiera por cuánto tiempo?

 

Sólo había una posible explicación y eso era que la bestia, sus instintos, su fortaleza, lo habían mantenido de alguna forma consciente. El por qué semejante situación no había contaminado todavía el resto de cuerpo era ya menos explicable pero Mel sólo podía achacárselo a su condición de licántropo, al igual que lo primero. Ambos la compartían y ambos se habían visto por primera vez cuando le habían dado la espalda a la sociedad, para vivir en los Highlands, de alguna forma sin más que la vida silvestre de los bosques ¿Qué demonios había ocurrido desde entonces para que se encontrara ahora en semejante estado?

 

Mel entonces pudo notar que blanqueaba los ojos y se lanzó hacia adelante más por mero instinto. La cabeza de él llegó a su estómago cuando lo sujetó con esfuerzo para luego descender lentamente hasta el suelo, dejando que ésta descansase sobre su regazo. Se obligó a ver el brazo quemado una vez más y reprimió a duras penas las ganas de vomitar. Un par de lágrimas afloraron a sus ojos, nublándole la visión pero no cayeron, si no que consiguió volver a ver con claridad tragándose el nudo en su garganta.

 

Ese chico era quien ella había conocido y a la vez, no lo era. No tenía idea de qué había ocurrido pero tenía que ser algo grave. La mirada de él antes de desvanecerse había sido poco menos que enloquecida y ver el estado de su brazo no hacía más que confirmar el hecho de que algo había salido terriblemente mal. Además ¿cómo iba a reparar eso? Por primera vez en mucho tiempo, los ojos de Mel reflejaron algo más que una preocupación superficial: desesperación. De eso estaba cargada su mirada cuando alzó la vista, hacia Catherine, cayendo en cuenta de que Ellie estaba allí también.

 

Mel aferraba los hombros de su amigo para asegurarse de que no rodase de lado sobre la quemadura o que su cabeza se quedase sobre su regazo pero no sabía qué más hacer. Necesitaba instrucciones o ayuda o lo que sea que le diese la posibilidad de hacer algo y moverse pero ¿existía tal posibilidad?

 

—Yo... yo... —las lágrimas amenazaron con salir de nuevo pero consiguió hablar con la voz quebrada en lugar de llorar— él es como yo, yo... se llama Drystan...

 

No pudo seguir. La respiración lenta que percibía le dio el claro indicador de que vivía pero ¿por cuánto?

 

Catherine por otro lado, no se quedó quieta tampoco si no que tomó un libro. Un libro que Mel conocía pero que no reconoció al instante: magia Uzza. Se colgó del cuello un amuleto con un eje central del color del topacio y enseguida, colocó las manos sobre Drystan, susurrando para sí misma a la par que la magia parecía emanar de sus manos como una luz ligera y blanquecina. Mel no se movió ni un centímetro. Sus ojos soltaron por fin sus lágrimas y aferró la tela de la ropa de Dryn. No importaba qué tipo de persona fuera o de quién se tratara. Lo que acababa de ver, era demasiado horrible como para deseárselo a nadie.

 

@kaiser @Eileen Moody

Editado por Melrose Moody

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Cuando la voz de Mel rompe el pesado silencio, pareciera que hace que la escena se descongele; el hombre se aparta del árbol, en donde pareciera haber estado ocultándose o refugiándose. Su primer pensamiento es, a su parecer, irracional, más no puede contenerlo. Ellie se pregunta para qué desperdició un par de meses de su vida trabajando en el Hospital San Mungo, si ahora se siente tan impresionada, asqueada, aterrorizada y, a la vez, tan desconcertada por aquello había desfigurado por completo el brazo del pobre hombre. En un principio, no es capaz de asociar aquella imagen con una herida pues ¿qué arma podría hacer algo como ello? ¿Qué persona o qué criatura o qué desafortunado accidente podría hacerle eso a alguien? Definitivamente, razona en un par de instantes, tiene que tratarse de una malintencionada transformación, incluso de una terrible maldición, porque sólo la magia ocasionaría algo así.

 

Tan sólo un momento después, Drystan se desploma y Mel alcanza a evitar que termine en el suelo. Todavía observando de espaldas a su prima, no es capaz de descifrar qué es lo que sucede entre ella y el hombre. Sólo cuando vuelve el rostro hacia ellas, se da cuenta de que no necesita usar la legeremancia, para descifrar lo que sus ojos expresan; está preocupada de una forma particular, de la forma en que alguien sólo se preocuparía de un ser querido. Sí, le da curiosidad, ¿quién será él y qué significará para su prima? ¿Acaso ella tendría información de lo que le ha sucedido? Información, que está al alcance de una mirada más fuerte... pero no es capaz de hacerlo, no a Mel. Tampoco puede acosarla con preguntas. Debe ser paciente.

 

Entiende, por las vagas palabras de Mel, que él es también un hombre lobo. Cuando Catherine extrae un amuleto de topacio amarillo y se lo cuelga en el cuello, Ellie comprende que, en verdad, se trata de una herida, no de un hechizo ni una maldición. Quizás eso debería tranquilizarla, pues es algo más fácil de tratar, pero sólo hace que se sienta angustiada pues no es capaz de imaginar cómo aquello habría sucedido. Por su cabeza, pasa la idea de decirle a aquella bruja que no lo cure todavía, para poder estudiar su brazo... pero aprieta los labios, pues es una idea demasiado cruel. Observando más de cerca, es evidente que que siga vivo es un milagro ocasionado por la licantropía y, quizás, un poco de suerte.

 

Un breve resplandor blanco le impide distinguir lo que sucede pero, cuando éste desaparece, también lo hace el color negro e incluso aquella terrible desfiguración. Tras la imagen anterior, ahora ver un brazo aparentemente normal parece tratarse de una locura. Drystan permanece inconsciente y Ellie lamenta no haber traído consigo nada más que su varita y su escoba. A pesar de que podrían reanimarlo con un sencillo encantamiento, no está convencida de que sea seguro hacerlo sin darle otros cuidados, como una cuidadosa selección de pociones. Despierto, sería mucho más útil. «Es decir... podríamos brindarle más ayuda», se dice a sí misma, sorprendida por lo insensible de ese pensamiento.

 

—Quizás deberíamos llevarlo a la casa —dice Ellie por lo bajo, tras agacharse junto a Mel, aunque a quien observa es a Catherine. A pesar de que el aspecto de Drystan ha mejorado drásticamente sin el brazo chamuscado y deformado, es obvio que el bosque no es el mejor lugar para mantener a una persona que ha pasado por lo que él—. Si abro un portal... —murmura, pero prefiere esperar a que Mel diga algo. Es extraño que sea ella la que dirija sus acciones, pero ¿de qué otra forma podría ser, teniendo en cuenta que se trata de un hombre lobo y probablemente un viejo conocido?

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El fugitivo

La mente

 

Ora es cuan dentro de mi soy y seré,

ora es y mi piel intenta separarse al recuerdo,

ruego a todo que la parca alada me lleve,

¿Olvidar podría una vez en brazos del Estigia?

 

Son pocos los recuerdos que me llegan, pero son,

aun con ellos el horror me quema la piel y la voz,

más solo intentos vanos y secos se ahogan dentro,

y al sentir al tacto descubro la nula lengua.

 

Voz de hierro mordiendose llega a mi mente,

ella araña mis sentidos y lacera el alma mia,

"¿Ves que ahora me pertenece?" señala mano en alto,

y yo con terror veo aun mi lengua gritando.

 

Puñal de hielo dentro mio al recordarlo,

el brujo lanzó mi carne aun moviéndose al fuego,

el hueso de su mano baila y las llamas tornaronse verdes,

hace la pregunta entonces y el ente contesta.

 

La voz nubla mi vista o será el horror que asoma,

en la breve mirada existe una infinidad de mundos,

fríos y muertos, áridos y negros me pierden,

se que no vendrá, no por una simple lengua.

 

Torre negra, larga e interminable veo al levantarme,

el brujo habla con el fuego y observa el caos,

la bestia me bendice ahora, me levanta y me lleva,

tras el umbral, miles mios yacen mudos, ciegos o cojos.

 

Las puertas interminables me llevan lejos y cerca,

alla donde la última se levanta, simple y vana,

mi brazo paga el precio entonces para cruzar,

fuera de ellos entonces, la negra noche y claras estrellas.

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