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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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Cierra los ojos y se le escapa un suspiro, un leve gemido. Realmente ha pasado tanto tiempo desde la última vez que se enamoró de verdad. Sabe que Connor es más que solo un gusto, que es más que un amorío del que va a aburrirse. Llevan ya varias semanas disfrutando de sus cuerpos y en el fondo de su corazón sabe que aunque las cosas no funcionen, que aunque Connor elija a Ben, deberán pasar muchos años para que vuelva a abrir su corazón.

 

Se muerde los labios, pone los ojos en blanco y se obliga a dejar de pensar. Pierde la noción del tiempo, pasan 30 minutos que parecen eternos y al mismo tiempo un instante. No puede pensar en nada más, su cuerpo no se lo permite. Haciendo uso de su cuerpo hace que ambos se volteen, ahora es Connor quién está encima. Hobb deja de moverse y pasa sus uñas por la espalda de su amante. No necesita decir una sola palabra, le está pidiendo que lleve el ritmo.

 

—Te quiero, les quiero

 

Las palabras suenan entre cortadas producto de la agitación del momento. Él mismo apenas y las entiende pese a que de ante mano sabe lo que está diciendo. Se calla, se da cuenta que en ese momento no hay espacio para hablar; el único lenguaje que importa es el de sus cuerpos siendo uno.

 

 

 

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  • 3 semanas más tarde...

Aylin Stark

 

A pesar de estar corriendo, volando, sobre los tacones número quince, la mujer no corre el peligro de romperse el tobillo. Su sirviente acudirá a través de la desaparición pero para una "purista" como ella, hacerlo de esa forma es una afrenta. Así que corre, usando sus habilidades naturales. Es casi demasiado fácil. Pronto, se encuentra ante un camino empedrado. Sabe lo hay al final de él.

 

Cuando se aproxima a la puerta, lo hace con cautela. Su vestido de franela con mangas abullonadas y bordes cubiertos de finos bordados apenas hace ruido pero eso podría ser suficiente para él. Para detectarla, para huir.

 

Pronto, él se encuentra allí también y el sonido inconfundible de un crack. Aylin entonces fuerza las visagras sin ningún esfuerzo y su figura corona la puerta. Adentro, hay una escena demasiado cotidiana: gente comiendo pizza, conversando. A ella nada de eso le importa.

 

Tan solo el pelirrojo que en ese preciso instante acaba de terminar su pedazo y parece querer dirigirse a una muchacha regordeta, como si esa última le hiciese una puya.

 

Su cuerpo se tiende automáticamente en una reverencia que lleva hasta el suelo, como si se dirigiese a un viejo rey. Richard permanece impasible, pero Aylin es capaz de ver la arruga casi imperceptible en su ceño.

 

Él la odia. No importa, porque ella está vez busca su aprobación:

 

--Querido tío --su voz es ronca y grave; con delicadeza, se retira un mechón platino de una mejilla, sabiendo que el azul destaca tanto como el blanco en su cabellera. La viva imagen de Pandora, a excepción de los ojos-- he venido en busca de tu ayuda.

 

Una única ceja levantada y luego, silencio. Aylin solo conoce a una de las presentes: Madeleine, su media hermana. La que desprecia a su bienamado sirviente. Eso tampoco importa. No piensa dejar que nadie más rompa el silencio que la figura que ahora la observa impasible, antes de decir:

 

--Bienvenida Aylin, aunque no viniste con invitación alguna --su voz está desprovista de la miel que derrama cuando se dirige a desconocidos y conocidos por igual. Es un tono cruel--. Me temo que asustas a mis invitados ¿Podrías tomar asiento?

 

Aylin sabe que la está retando. Sus invitados se ven sorprendidos quizá, pero Aylin sospecha que no asustados. No cree que sea la primera vez que vean un vampiro, porque son comunes en Ottery y Diagon. Quizá sí la primera vez que ven uno tan antiguo. Aylin tiene que hacer un esfuerzo por asentir y acomodar la puerta. Luego, casi demasiado rápido para el ojo humano, compone la puerta con la varita y la vuelve a guardar en la manga.

 

Toma asiento en un mullido sillón individual y su querido sirviente coloca un banquillo a su lado para sentarse próximo, aunque no al mismo nivel.

 

Aylin sonríe, a la espera.

Editado por Melrose Moody

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Ha pasado mucho tiempo desde la última que estuvieron así, reunidos en familia. A pesar de que las palabras de Luna son un recordatorio de que la vida en la comunidad mágica no es miel sobre hojuelas, Ellie decide no permitir que arruinen el momento. Sabe que tiene razón, todos lo saben. Mientras más tiempo de tranquilidad hay, más crece el temor de que estalle el caos y casi desea que ocurra de una vez. Es insoportable ver cómo el globo se infla de buenos momentos, de salidas con los amigos, de tiempo en familia, sólo para que todo se pierda en la explosión... Pero hoy no quiere pensar en esas cosas. Los últimos meses fueron lúgubres y solitarios, y quiere creer que las cosas serán diferentes. Quiere pensar en que habrán más reuniones así, más pizzas familiares, con historias, chistes, puyas, absolutamente todo eso.

 

«Así será», se dice a sí misma. Pero entonces, las bisagras de la puerta se revientan cuando alguien la empuja desde afuera; la puerta queda intacta, apoyada en la pared lateral, y bajo el umbral aparece una figura delicada. Ellie frunce el ceño, no enojada o asustada, sino sin comprender. No es posible que esa muchacha pudiera destrozar las bisagras sin aparente esfuerzo. Observa cómo atraviesa el pequeño vestíbulo hasta llegar a la sala, hacia Richard, para finalizar con una exagerada reverencia. El rostro de Richard es difícil de leer sin la legeremancia y él es una de esas personas con las que prefiere no utilizar sus habilidades. Lo que sí percibe, es que la voz del hombre es dura cuando se dirige a ella. Nunca había oído ese tono en él.

 

Madeleine se levanta, dejando un pedazo de pizza a medio comer. Se limpia la boca con la manga del suéter y camina hacia Aylin con pasos fuertes, decididos, enojados. Junta todo su coraje para mantenerle la mirada a la muchacha; ignora el dolor que le provoca aquella especie de visión del fantasma de su madre, el arquetipo de la hija perfecta de Pandora.

 

—Oh, por favor, Richard —replica Madeleine, cruzando los brazos sobre el pecho—. Estamos en el siglo veintiuno, hace falta más que piel pálida y olor a viejo para asustar a los incautos humanos.

 

Ellie, incapaz de seguir comiendo, pasea su mirada por los rostros de Richard, Madeleine, y aquellos dos extraños. No sabe si reír, para romper la tensión, o si debe sentirse asustada como lo sugirió Richard. La escena es extraña y no la comprende. Por un lado hay cajas de pizza y latas de refresco, y por el otro está esa muchacha de aires viejos y que está acompañada por un sirviente, mucho más obediente que un elfo doméstico y seguramente con muchas más ganas de humillarse ante su ama. Es grotesco, pero no es eso lo que más le intriga.

 

—B-bueno... —musita Ellie, sin saber qué hacer. Le gustaría invitar a Luna y a Dennis arriba y dejar a Richard y Madeleine con sus "invitados", pero de repente tiene la sensación de que no será posible, como si fueran rehenes— ¿E-eres de la familia, Aylin?

 

—De ésta familia, no —replica Madeleine, sin darle tiempo a contestar a su media hermana.

 

—Oh...

 

—Gracias por interrumpir nuestra velada familiar, Aylin. Ni siquiera quiero saber cómo rayos pudiste encontrarnos. Sólo... ¿qué demonios quieres?

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  • 4 semanas más tarde...

—Oh... ¿realmente? —su risa tintinea, clara y cristalina, sus ojos como dos globos de cristal pulido— Valientes humanos.

 

Sus palabras son como una bofetada, que desestima toda intervención. No solo porque sus aires no parecen encajar en esos momentos en la sala de estar si no porque, sin importar lo que ha escuchado, su mirada no se aparta de la de Richard. Finalmente, su tío sonríe y eso hace que la situación parezca aligerarse. Sin embargo, Mel, Ellie y Madeleine a esas alturas ya estan demasiado familiarizadas con los modos de Richard como para no saber que esa sonrisa es más falsa que un sickle de cobre.

 

—En ese caso, será mejor llevar la conversación al piso de arriba.

 

Su voz es el suave susurro que suele utilizar en los negocios o cuando intenta conquistar a alguien en un bar. Similar al sonido que hace un gato muy cómodo. Mel siente escalofríos pero no está segura de que sean los indicados, más bien parece lo contrario, aquellos que resultan desagradables. Aylin por otra parte, no parece afectada. Hace una seña y el muchacho a su lado se incorpora también. Ambos siguen a Richard al piso de arriba y pronto, han recorrido el pasillo y la puerta se ha cerrado tras ellos.

 

Mel no sabe qué hacer, qué pueda significar todo eso o por qué demonios ha sucedido y Madeleine no parece encontrarse muy comunicativa tampoco. Al final, Mel no puede evitar la tensión así que es la primera en romper el silencio:

 

—¿Qué acaba de pasar?

 

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  • 4 meses más tarde...
Las últimas semanas, Ellie se ha mantenido mas bien aislada de los demás. No se había percatado del pasar del tiempo hasta que, al bajar las escaleras para prepararse un café, de echó un vistazo al calendario de la cocina. Casi deja caer el jarrón lleno de café molido, cuando vio la fecha. «¡Ya casi es marzo! Cómo ha volado el tiempo...». Aquel pensamiento le llenó el corazón de pesar. El año ya no es tan nuevo; están llegando al final del primer trimestre y ¿qué ha hecho en todo ese tiempo? Nada más que releer sus apuntes, sin llegar a hilar nada concreto. Nada más que arreglar un par de teteras, alfombras y relojes en su negocio. Nada más que cenar ocasionalmente con Melrose y Richard, sin quedarse lo suficiente como para que el último sugiera abrir una botella de vino. El tiempo vuela, vuela, y ella apenas lo ha aprovechado.


Mientras toma una taza de café negro y mordisquea una tostada de pan con mantequilla. Quizás ese día debería hacer algo diferente... Aunque el problema es conseguir qué hacer. Además de Melrose y Richard, podría afirmar que no tiene más amigos. Sí, tiene compañeros de la Orden del Fénix, aunque mantener contacto más allá de los asuntos de la organización le parece insensato; sí, tiene conocidos, pero no lo suficientemente cercanos como para atreverse a escribirles una simple invitación a tomar una cerveza y platicar. No tiene pensado tomar ningún curso en el futuro inmediato, tampoco tiene un proyecto importante en marcha. Si no piensa en primer lugar en hablar con Melrose, es porque siente que sería un poco chocante; tiene la sensación de que la ha estado ignorando desde hace mucho y buscarla a estas alturas parece algo chocante, como si fuera muy tarde para eso.


Al terminar de comer el pre-desayuno, decide darse por vencida. Mañana será un nuevo día. Sin embargo, antes de que pueda refugiarse en su recámara, alguien toca la puerta.


Normalmente, las visitas en la casa no son algo convencional. Extraña, a decide ir a atender. Se ata el albornoz para ocultar lo más posible su pijama, que consiste en un camisón con los colores —ya bastante desteñidos— de Hufflepuff que tiene desde la adolescencia. Quizás se trate del cartero, que les hace llegar las facturas muggles que deben pagar por vivir en aquel pueblo. O quizás alguien haya pedido el desayuno por delivery. Por las divagaciones y la pereza de la mañana, se mueve con lentitud. Es entonces cuando alguien más aprovecha la oportunidad para abrir la puerta. Ellie se queda estupefacta.


—Buenos días, señor Moody —conoce esa voz y también conoce al "señor Moody".


Richard sólo se aparta de la puerta para dejar pasar a Rhiannon Kincade.


—Rhiannon —musita Ellie, con el ceño fruncido—. ¿Sucede algo?


—Buenos días, Eileen —la saluda la joven bruja, cuando entra al salón. Sólo le dedica una breve mirada a la humilde vivienda y parece que decide no hacer ningún comentario al respecto. Está vestida con un conjunto de tonos pasteles y tiene el cabello castaño recogido en una cola de caballo en la nuca. Entre las manos, trae una cesta que huele a pan fresco. El olor es reconfortante y llena el salón— Estoy bien ¿cómo amaneces tu? Traje un pequeño detalle para el desayuno.


—¿El desayuno...?


Richard la interrumpe y le indica a Rhiannon que le de la cesta a Eileen, quien se encargará de "encontrarle un lugar". Definitivamente, el café no fue de mucha ayuda. Ellie, confundida todavía, observa a la joven dirigirse con Richard hacia la puerta que da al patio trasero. Entonces se da cuenta de que lo sigue una elfina que no es de la casa, con una cesta llena de frutas, mermeladas, galletas. Richard fue quien invitó a Rhiannon a la casa, pero ¿por qué...?


«Oh, como si no fuera obvio».


—¡Esperen! —abrazando el cesto de panes y bollos, se echa a correr tras ellos. Aquello no puede tratarse de algo bueno.


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Richard Moody

 

La cita pactada tiene calidad de investigativa pero es también la prueba definitiva. Hasta ese momento no ha querido decirle a Eileen acerca de su nuevo vínculo con Rhiannon. No ha querido arruinarlo porque sabe que la muchacha la tiene en gran estima y no puede predecir la reacción de Eileen o quizá, que puede predecirla demasiado bien. Así que intentó por todos los medios no hacerlo, hasta que Rhiannon le avisó de último momento sobre esa visita. Por supuesto "pactada" y "avisó" eran términos meramente formales para decir que Richard había tenido forma de enterarse sin que ella supiera. Había tenido la esperanza de que Eileen pasara de bajar, como había hecho en los últimos tiempos pero se había equivocado de lleno. Ella había bajado y no hubo manera de evitar el encuentro. Richard pensó que tal vez era lo mejor a esas alturas. Pronto, tendría que poner a prueba a Rhiannon y eso implicaría pedir la ayuda de Melrose. Si la muchacha sabía algo, sin duda tarde o temprano lo sabría Eileen.

 

—Por supuesto, bien día Ellie —replica Richard cuando ella los sigue, poniendo su mejor sonrisa—. Cuántos más a la mesa mejor.

 

¿Cuántos más a la mesa mejor? Bueno, no puede mostrarse mezquino y pelear por raciones de comida con ella cuando Rhiannon está mirando. Ya verá la forma de sacarle el oro cuando Kincade ande muy lejos. Si Kincade supiera lo que cuesta mantener la dieta regular de ese par de Moodys (aún con los ingresos que pueden aportar a la casa) quizá no las tendría en tanta estima pero no puede hacerlo de otra forma. Las disposiciones de las tías Moody respecto a la herencia a Catherine y la disposición de la casa para que en ella se reciba a cualquier otro Moody era de una especifidad tan prístina que ni siquiera sus mejores abogados habían podido encontrarles vacíos legales. Esas brujas sí que habían sido algo más...

 

La mesa está dispuesta al punto en el patio. No es lo que fuera antes, apenas un jardín y luego porciones de tierra desnuda. Ahora está todo verde y el verano no ha hecho más que incrementarlo. La cabaña de las pociones (de donde al fin han sacado todos los papeles de los estudios de las tías Moody, para salvarlos de una posible explosión) es perfectamente visible desde allí y le trae a Richard cierta nostalgia. Guarda allí también cosas que le encantaría probar con Kincade...

 

Solo que no es el momento.

 

—Oh, sí, toma asiento por favor.

 

Desea arrebatarle el pan recién hecho a Eileen pero deja que la muchacha los acompañe. Había tenido cuidado de llamar a Freya del castillo de los Evans McGonagall. En general, sabía que era mejor tener noticias de ese lugar dejándola allí (y ella parecía preferirlo así, recordando tanto a su vieja ama muerta como a su nueva ama siempre ausente, prestando servicio a la familia por la que sentía verdadera lealtad) pero si precisaba de ella, la elfina tenía estrictas órdenes de hacerle caso. Richard aprovechaba eso de vez en cuando, como ahora, por lo que la mesa se encuentra ya bastante surtida, con compota, mantequilla, huevos revueltos, tocino, trozos de queso curado y batidos de frutas. Hay también papas cocidas (y fritas) y un trío de cuencos con salsa al lado de éstas. En general, parece esperar tan solo a la estrella del momento: el pan de Rhiannon.

 

—Perfecto.

 

La elfina se retira entonces con una venia y Richard asiente para que pueda desaparecer de vuelta al castillo de los Evans si así lo desea. Ella no tarda ni medio minuto en hacerlo. Cuando vuelve la cabeza (seguro de que Rhiannon está viendo a lo dispuesto en la mesa) le lanza una única y significativa mirada a Eileen. Una mirada que es más bien una advertencia, justo a tiempo además, antes que la glotona de Melrose esté allí también, diciendo que ha olido el tocino y quiere sumarse. Saluda a Rhiannon y se presenta con nombre completo, estrechando su mano sin siquiera inmutarse si ella habría permitido el contacto o no y está sentándose a su lado con un pie encima de la silla en una postura relajada y preguntándole a qué se dedica y que opina de los segundos desayunos cuando Richard vuelve a la mesa.

 

No se le escapa que su saludo hacia Eileen es casi parco o más bien tímido; incluso le parece notar un leve rubor en sus orejas aunque no es fácil asegurarlo, debido a su piel tostada por el sol. Está decidido a averiguar qué diablos ha sucedido entre esas dos pero, mientras tanto, Kincade es su prioridad y el sigue jugando el papel de anfitrión preocupado.

 

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Rhiannon se quita la ligera capa beige, que lleva encima del conjunto azul pastel. Es un hermoso y fresco día de primavera, por lo que debe aprovecharlo como es debido. Cuelga la capa en el perchero del salón, intentando mantenerlo lo más lejos posible del abrigo lleno de polvo y la capa desteñida llena de parches. Con un vistazo general le basta para comprender que aquella casa es sencilla y que podría ser de mal gusto que esté observando demasiado; por eso, sigue gustosamente a Richard el breve trayecto hasta el patio trasero. Eileen camina a toda prisa tras ellos, en unas ropas que parecen un pijama —y que, por lo tanto, no observará demasiado para no parecer descortés; aunque le parezcan vulgar, comprende que aquella es la casa de Eileen, de modo que sigue sus propias reglas—. Por lo menos, el patio luce mejor. El verde del césped y el amarillo de las flores silvestres la saludan cálidamente.


—¡Qué buen lugar para tomar el desayuno! —normalmenre Rhiannon exagera un poco con sus cumplidos, pero en esta ocasión habla con mucha honestidad. Aquello es mucho más agradable que tomar la primera comida del día en una larga mesa, donde la luz de las ventanas no alcanza a entrar y es observada desde las paredes por los severos ojos sus antepasados. Genuinamente, le gusta aquel lugar. Es... Es familiar.


Cuando Eileen los alcanza, la elfina toma la cesta de pan fresco. Rhiannon evita mencionar que fue preparado en una panadería del Callejón Diagón bajo su pedido; no está mintiendo. Aunque si se lo preguntan, debería confesar que no es una cocinera nata.


Espera que a Eileen no le moleste haber venido sin avisarle. Aunque Richard, por lo que le dijo, es tan Moody y dueño de la casa como ella, siente cierta lealtad con la bruja y no puede evitar preguntarse si es una traición venir a su hogar bajo la invitación de alguien más. Ese pensamiento la aflige ligeramente, pero intenta convencerse de que Eileen parece estar tranquila, quizás un poco somnolienta pues es evidente que acaba de salir de la cama y ni siquiera ha hecho su rutina de skin care matutina. Rhiannon fue incapaz de tan sólo imaginar rechazar aquella invitación. Richard Moody parece ser —y actúa como— un importante miembro de la comunidad mágica. ¿No debería ella codearse con ese tipo de personas? Y más allá de aquello, ¿no merece tener una mañana tranquila, con buena comida y compañía?


En ese momento, se acerca una muchacha a ella. Una bruja de piel tostada, que reconoce estar ahí por la comida. Se presenta como Melrose Moody. Le gustaría saber exactamente cuál es la relación que hay entre todos, pero quizás sea un mejor tema para cuando comience la comida.


—Mucho gusto. Rhiannon Kincade —responde, intentando no mostrarse alterada tras el demasiado familiar saludo de Melrose—. Es cierto, la comida luce y huele espectacular.


Eileen permanece en silencio. Interceptó la mirada de Richard... Y no le gustó nada lo que vio en sus ojos. Él es una de las pocas personas con las que no sentiría remordimientos de usar la legeremancia, pero lo ha intentado silenciosamente y nunca ha tenido éxito. Quizás por eso, a veces, le tiene cierto miedo. Richard. No sabe qué es lo trama, no sabe qué es lo que piensa cuando sonríe o cuando le dirige una mirada de ese calibre. De repente, tiene escalofríos. Preocupar a Rhiannon no es una opción; de hecho, alterarla es una pésima idea. Pero algo debe hacer ¿no?


Al tomar asiento, decide tomar la palabra. Aunque quizás debería hablar con Melrose, ésto es un poco más urgente. Es una situación que podría tornarse peligrosa. Necesita comprender qué sucede.


—No sabía que se conocían —comienza Ellie.


—Fue hace poco tiempo —responde Rhiannon, mientras se coloca una servilleta en el regazo—. En el curso de Aritmancia en Castelobruxo.


«mier**. Eso fue culpa mía».


—No sabía que estabas interesado en... En ese tipo de adivinación, Richard —repone Ellie, con una sonrisa tensa—. Dime, ¿encontraste tu fortuna en los números?

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  • 1 mes más tarde...

—Oh, fui muy afortunado —replicó Richard sin un ápice de vergüenza—. Por supuesto, tu ya conoces sobre eso —luego volvió la vista hacia Rhiannon— Y ¿usted señorita Kincade? ¿Encontró lo que buscaba o era tan solo una lección ilustrativa?

 

El brujo estaba teniendo una excelente mañana y había decidido que no iba a permitir que su ahora disfuncional familia lo echara a perder, la empañara o simplemente la sacara de contexto con sus modales rústicos. Con perfectos table manners se estableció a la cabecera de la mesa ignorando con éxito el hecho de que Mel ni siquiera se había molestado en tomar el cubierto correcto para empezar a comer su desayuno y que se había apresurado a cortar una pera con su propia navaja.

 

—Por cierto ¿tengo entendido que creciste en Londres?

 

En realidad, no tenía absoluta idea de en dónde pero pensó que era una forma rápida de intentar obtener la información que deseaba. Mel, a pesar de estar disfrutando a ojos vista (acababa de zamparse su primer vaso de jugo e iba por el segundo) parecía no querer buscar conversación con Ellie, lo que era extraño y no ayudaba para nada con las intenciones del propio Richard. Además...

 

—Preguntaba porque —agregó— yo mismo no me crié en Londres, aunque muchos pudieran pensar lo contrario.

 

Alzó la vista y tomó un poco de jugo. Sus rizos brillaban al sol, al igual que su piel clara pero era su expresión la parte más encantadora. Eso ya no engañaba a nadie en la casa (al inicio, hasta Mel había tenido problemas para concentrarse en su comida, antes de habituarse a ese bello rostro, y hasta en alguna ocasión el huevo frito se había deslizado de su cubierto y caído sobre la mesa manchándolo todo y delatando el que se hubiese quedado viendo fijamente a su casero) pero quizá sí surtiera efecto con Rhiannon. Hacía muchísimos días que ambas primas no le habían oído hablar tanto en un mismo instante, normalmente solía permanecer en silencio o comunicarse de forma menos expresiva, a menos que tuviese alguna misión entre manos en la que quisiese apoyo.

 

@@Ellie Moody

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—Por favor, Rhiannon está bien —contesta, para ganar tiempo mientras se le ocurre algún comentario acerca de las lecciones de Aritmancia.

 

Es consciente de que Eileen sabe por qué asistió a aquel curso; lo hizo justamente siguiendo su consejo de buscar respuestas por sí misma. Sin embargo, sólo Eileen lo sabe y ella le aseguró que nadie más se enteraría acerca de su condición. Ni sus amigos más íntimos, ni su propia familia. Y tiene que ser cierto, porque la están recibiendo con una calidez y alegría que no mostrarían con alguien como ella... Ni siquiera Eileen, quien dice ser su mentora, es así; Rhiannon percibe que en muchas ocasiones, se siente incómoda con ella y está segura de que le tiene miedo. Quizás por eso, lentamente, fue dejando de lado el tema de la investigación de la maldición. Quizás por eso, nunca antes la había invitado a su hogar y tuvo que haberlo hecho un mago que apenas está conociendo. No puede evitar sentirse como una tonta. Sin embargo, no debe prestar atención a esos sentimientos: sólo la harán ponerse nerviosa y no puede permitirlo, no en ese momento, en ese lugar, con esas personas.

 

—Ah, sólo quería salir de la rutina —responde, mientras se sirve yogurt griego sobre el plato de granola y frutos rojos—. Me pareció un curso de lo más interesante, aunque no estoy segura acerca de su veracidad. Pero no puedo negar que fue toda una experiencia, conocer Castelobruxo. ¿Quién hubiera pensado que terminaría haciendo un curso en Brasil con tu familiar, Eileen? ¡Qué pequeño es el mundo mágico!

 

—Sí, es muy pequeño —responde Ellie con un suspiro, mientras pica las patatas que se sirvió junto a un par de salchichas rostizadas, aunque no ha probado medio bocado todavía. No le gusta vigilar a Richard y comienza a preguntarse si debería simplemente confiar en él... ¿qué sería lo peor que podría pasar? Quizás, él simplemente quiere tener una amiga con una condición rara, igual que la suya. Pero hay algo en esa idea que simplemente no la convence.

 

Levanta la vista hacia Melrose, preguntándose si debería hablar con ella al respecto. No puede contarle acerca de Rhiannon y no está segura de si desconfía de Richard de la misma forma que ella lo hace; después de todo, Mel prácticamente trabaja con y para él. Además, se muestra bastante retraída esa mañana y no está segura de que sea sólo por estar comiendo, ya que su prima nunca ha tenido problemas en hablar con la boca y la cara llena de comida. Repentinamente, se siente cansada; cada vez, la idea de dejar que las cosas sigan su propio curso es más tentadora.

 

—Oh, no —responde Rhiannon con una leve risa, al comentario de Richard. Se pregunta si es algo bueno o malo, que no sepan nada de ella. Por otro lado, no está segura acerca de qué tanto debería contar de ella misma. Ni siquiera a Eileen le ha hablado demasiado de sí misma, de su familia, pero, por otro lado... extraña hablar. En casa, hablaba con sus hermanos, con sus tíos, con sus abuelos. Aquí no tiene a nadie—. Soy de Gales y crecí en Tintern, en la casa familiar. Es un pueblo muy bonito, pero he vivido allí toda mi vida y quería conocer otros lugares. Siempre quise visitar el Callejón Diagón, Hogsmeade, Ottery Saint Catchpole. Espero pronto visitar Hogwarts, siento mucha fascinación por ese castillo.

Editado por Ellie Moody

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  • 4 semanas más tarde...

Richard Moody

 

Su rostro se ilumina al escuchar las palabras de Rhiannon. No es algo planeado, es un Richard original. Sus palabras van acompañadas de ademanes que usa para hacerse con un poco del pan recién hecho, al que corta con prolijidad y empieza a untarle un poco de mantequilla sin apartar la vista ni siquiera un segundo de su invitada.

 

—Yo visité una vez Tintern pero fue hace mucho tiempo —le dice, sin especificar que había sido para la época de la disolución de los monasterios, en 1536. Había sido un tiempo incierto y caótico y aparta la mirada al decirlo, concentrándose en su pan y el vaso de jugo—. Recuerdo que la abadía era muy hermosa, aunque yo prefería las proximidades del río Wye.

 

Un viejo monje le había dicho una vez que eso era todo lo que una persona de Tintern querría oír si alguna vez se mencionaba su ciudad pero no estaba segura de si Kincade lo estaría. Personalmente, Richard prefería no pensar en su pueblo natal, incluso a pesar de su buena memoria el nombre estaba borrado de su mente desde hacía mucho. Se preguntaba si Rhiannon habría tenido el mismo tipo de dificultades con los habitantes de Tintern, el tipo de dificultad que él habría podido tener cuando empezaba a descubrir sus poderes, la decepción que resultó para sus padres aunque no hubieran magos en las proximidades...

 

Lo sabría apenas viese la expresión en su rostro. Así que alzó la vista y fijó los ojos en ella.

 

Mientras tanto, Mel seguía teniendo dificultades para comunicarse con Ellie, a quien Richard casi que había ignorado luego de que lo cuestionara. Intentaba captar su mirada pero la muchacha parecía perdida en sus pensamientos. Quizá Mel había tenido razón al inicio y era mejor no intentar... de por si era raro que ella se preocupara por cosas como esa o asuntos en general de cualquier índole. Le estaba dando demasiadas vueltas.

 

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