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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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El que hace el tenedor al caer sobre el plato de cerámica, hace que Rhiannon se sobresalte. Casi puede escuchar la reprimenda por dejar caer el cubierto, por haberse perdido en sus pensamientos. Al principio, había encontrado cautivadora la mirada de Richard, pero ahora tiene la sensación de estar siendo vigilada. No entiende por qué, pero se siente amenazada. El instinto le dice que... No. No puede prestar atención a esa parte de su psique.

 

—¿El río Wye? —aunque hace su mayor esfuerzo, su voz se quiebra y siente que no puede huir de la mirada castaña. Alza el rostro y, sin poder evitarlo, busca a Eileen.

 

El río Wye...

 

«Lo vi», dice Ellie para sus adentros.

 

Aunque nunca ha estado en Gales, sabe que aquel es el río Wye y que ese pueblo es Tintern. Aunque nunca ha visto a aquella mujer, sabe que es su madre. Es decir, la madre de Rhiannon. Siente el temor y la angustia, pero antes de que la escena termine de tomar forma la joven aparta la mirada y la conexión se interrumpe. Una punzada de culpabilidad golpea a Ellie en el pecho, pero no se arrepiente. Tiene que hacer algo, ya ha dejado que aquello vaya muy lejos.

 

—¿El tocador? —suelta Ellie, como si la pregunta hubiera salido de los labios de Rhiannon, que permanece inmóvil y callada en su asiento. Aunque su tez es clara, reconoce que luce pálida y acalorada, algo inusual— Arriba, la primera puerta a la derecha.

 

Rhiannon se disculpa con un hilo de voz y entra a la casa. Su plato, está prácticamente intacto.

 

—Mel, necesito que me ayudes con...

 

Ni siquiera termina de articular la frase, simplemente balbucea una incoherencia mientras toma a su prima el brazo y la hace seguirla hacia la cocina. Siente la mirada de Richard sobre ellas, mientras se alejan, pero decide no prestarle mucha atención. Normalmente es buena ignorando las andanzas de Richard, pero aquella no es una travesura habitual. Rhiannon es una persona y no quiere que caiga en lo que sea que esté tramando Richard en aquella ocasión. Porque Ellie está convencida de que, si Richard tiene algún interés en su especial aprendiz, no puede ser por nada bueno. Se asegura de cerrar la puerta tras ellas, aunque cuando asoma la mirada por la ventana, él sigue sentado sin tocar la comida.

 

—Mel, por favor —musita Ellie, sin querer levantar la voz—. Si sabes qué es lo que trama Richard, dímelo, por favor. ¡No me mires así! Sé que trama algo con respecto a ella —masculla, haciendo un gesto hacia el piso superior—. No puedo decirte qué es, pero... bueno, ella es... tiene una condición especial —dice con torpeza, sin pensar si aquella forma de plantearlo podría no ser la más acertada, especialmente teniendo en cuenta que su propia prima tiene la condición de la licantropía—. Y... y... ¡es que no confío! ¿Por qué hacer esta...? ¿Qué se supone que es esto? ¿Una reunión familiar o algo por el estilo? A mi no me engaña. ¡Sé que está tramando algo y no quiero que lastime a Rhiannon!

 

Cuando termina de hablar, se da cuenta de que había estado gritando. Escucha pasos, pero no quiere saber quién es.

 

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Los ojos de Richard, normalmente burlones o brillantes o incluso aburridos, están como muertos. Son hoyos oscuros a pesar de que el tono de sus pupilas es claro. Eileen no tiene tiempo de notarlo, porque se ha llevado a Rhiannon y a Melrose consigo. Se queda sentando, jugueteando con el cuchillo de la mantequilla, haciéndolo girar en círculos en el aire tan solo moviendo sus manos. Casi puede oír lo que se desarrolla adentro, no porque tenga poderes sobrenaturales si no porque eso ha pasado antes, ya, y tiene que tomar una decisión. Se levanta luego de notar que ya no se siente observado; es en realidad un instinto más que verdadera habilidad para ver a través de la ventana o vigilar a los demás. Se ha visto amenazado por personas tantas veces, que ha aprendido a percibir la tensión de alguien que lo vigila o, a veces, la sed de sangre que los acompaña en el momento justo antes de atacar.

 

Sus pasos son quietos, sinuosos. Está acostumbrado, después de todo, se ganó la vida como ladrón, al inicio. Sus recuerdos vagos sobre la corte de Matías Corvino y sus arrogantes miembros, acude a su cabeza. Sus rostros escandalizados, las risas hipócritas y veleidosas. Que individuos tan aburridos y despreciables habían sido, todos. Ahogados en su propia comodidad. Casi había olvidado que la mayoría de las personas en sociedad estaban hechos de la misma fibra: seres patéticos y derrotistas.

 

Cuando abre la puerta, se da cuenta de que alguien llegó a esa pequeña reunión primero: Rhiannon, que los observa desde la base de las escaleras. Ella no se había molestado, al parecer, en ocultar sus pasos, a diferencia de él. La mira a los ojos antes de dirigirse a Eileen. Ella había estado increpando a Melrose antes de que él abriese la puerta, había alcanzado a escuchar perfectamente el último trozo de su diatriba antes de encararla. La expresión muerta de Richard no cambia. No siente remordimiento o temor, ni siquiera ira; está demasiado ocupado con el mismo tedio que le inspiran todos los seres humanos que pisan el mismo suelo que él. A pesar de creer, de olvidar por un instante que las cosas no eran así, perdido en fantasías sobre una familia, ahora se daba cuenta. Ninguno es distinto del otro, todos están de alguna manera amarrados en ese mismo círculo de barro común: rostros, pensamientos, temperamento. Nada nuevo surgiendo de la tierra, por siglos...

 

—Yo también quiero oír mi propio plan —dice con voz tenue. A pesar de ello, no es difícil percibir una amenaza latente. Está cansado. Ni siquiera tiene ganas de lidiar con la sensibilidad de una bruja que no alcanza a entender que ese molde al que quieren contreñirla no es necesario ni va a gustarle. Que debería estar orgullosa de no ser de la misma pasta corriente que aquellos que intentan asesinar su poder—. Ah no, espera, no tengo uno. Kincade, tu sabes qué eres ¿no es así? —no se molesta en suavizar sus palabras, porque adivina de todas formas que la muchacha huirá, así que no hay vuelta atrás— Pero ¿tu sabes quién soy yo? ¿Qué, soy yo?

 

No espera una respuesta antes de continuar:

 

>>A ti, Ellie —replica con tono condescendiente— no necesito preguntártelo. No sabes quién soy y no sabes qué hacer con Kincade y aún así, te niegas a admitir tu ignorancia. Sería triste, si no fuera porque en realidad apenas llega a lamentable<<.

 

Lo siguiente que pensaba, no lo voceó "y yo estoy cansado de intentarlo". Encontrar a alguien, lo suficientemente fuerte como para sobrevivir, como él, como los gemelos y sin embargo, no con la naturaleza cruel de los gemelos: sus gemelos de los que ahora no sabe nada. Athena nunca heredó sus poderes, era tan solo un milagro de interés en ese desierto de imbecilidad. El propio Richard no es algo que sea tema de discusión en ese momento. Aquella muchacha, aquella frágil, pequeña chica ¿por qué había creído que podría significar una posibilidad? ¿Por qué había intentado convencerse de que podría ser aquella que al fin consiguiera mantener con vida y a quien pudiera utilizar (sí, utilizar) pero también enseñar su propio conocimiento sobre siglos acerca de sus poderes?

 

"Quizá algún día llegue, pero no es ella" se dijo a sí mismo. Como se había dicho tantas veces en el pasado, cuando luego de una charla parecidaa la de ahora, se perdían y luego algún ladrillo, como los muchos que existían en el engranaje de la sociedad, los encontraba y entonces, eran empujados a la oscuridad, de la que no salían más que como un producto, un objeto intercambiable en el mercado negro, que otros tipos parecidos a Richard (aunque no Richard) terminaban subastando y vendiendo y nadie jamás sabía la identidad o el origen de esa oscuridad, si no tan solo la finalidad última que cumpliría.

 

No se dio cuenta de que Melrose se había lanzado hacia él si no hasta que la tuvo encima. Fue cosa de segundos: la muchacha estaba sobre ella y al momento siguiente, la había estrellado contra la pared y estaba luego, irremediablemente, deslizándose al suelo. Solo cuando vio su cuerpo quieto, sintió que había ido demasiado lejos. Salió de allí sin mediar palabra y, tomando la moto voladora de los establos y calándose los googles, partió.

 

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When routine bites hard
And ambitions are low
And resentment rides high
But emotions won't grow
And we're changing our ways
Taking different roads
Love, love will tear us apart again
Love, love will tear us apart again
Quien la viera, juraría que está dormida. Madeleine está acostada en el sofá del salón, con los ojos cerrados, una expresión facial de tranquilidad y las manos entrelazadas sobre el vientre. Quien la vieja, juraría que no presta atención a lo que ocurre a su alrededor. Madeleine está acostada en el sofá del salón, con audífonos en cada oído y un reproductor de CDs entre las manos. Bajo el plástico traslúcido, un disco compacto con la inscripción Joy Division escrita con marcador permanente gira silenciosamente. Aunque está descansando, en un ritual que alguien que no la conociera podría confundir por meditación, una parte de ella permanece alerta. Siempre hay una pequeña parte de sí misma que nunca descansa y se mantiene alerta. Y es por eso que, de repente, se encuentra abriendo los ojos de golpe.
Lo que percibió, no fue un sonido. Fue... una especie de estruendo, que hizo vibrar el aire levemente. Un golpe.
La imagen mental de una cuadrilla de mortífagos invadiendo la casa de la familia Moody la hace saltar del sofá. Como un fantasma, se planta bajo el umbral que separa la sala de la cocina; es allí a donde la lleva su instinto. El reproductor de discos compactos está en el suelo; los audífonos, desconectados, están enredados alrededor de su cuello.
Madeleine dedica una única mirada para estudiar la escena y así, en base a lo que perciba, actuar. En un segundo, tiene toda la información que cree necesaria: Mel inconsciente, tendida en el suelo; Ellie pálida, llorosa y probablemente en estado de shock; y...

 

«Algo malo».

 

Con un rugido ronco, Madeleine levanta la mano derecha hacia aquella cosa. Percibe el latido del corazón, el correr de la sangre y la fuerza de los músculos. Está bajo su control, no tiene salida. Lentamente, comienza a cerrar la mano en un puño: la sangre corre con más lentitud, los latidos cardíacos se reducen, los músculos se atrofian... Pero el grito de Ellie —o más bien, el sollozo— hace que salte hacia atrás e interrumpa la conexión. Repentinamente asustada, Madeleine salta hacia atrás y sus manos se aferran a la pared que tiene en la espalda. A pesar de que le hizo caso y está inmóvil, Ellie sigue exigiendo que la deje en paz.

 

✾ ✾ ✾

 

Sabe que Rhiannon no ha apartado la mirada de ella. Sabe que la muchacha, de apariencia frágil, de fachada inocente, mantiene sus vivos ojos verdes sobre ella: la siguen mientras camina por el salón y la cocina, pretendiendo estar elaborando una poción herbovitalizante que en verdad no necesita, pues ya le suministró a Melrose la dosis necesaria para que recupere la consciencia. Intenta convencerse de que, quien la vigila, es sólo una muchachita... pero, a esas alturas, es una estupidez. Se detesta por sentirse de aquella forma, pero la verdad es que está asustada. Rhiannon ha dejado de ser Rhiannon y ahora es, de verdad, lo que le aseguró ser desde el principio. Quien la vigila es... es algo que va más allá de su entendimiento. Es una bestia que ni siquiera su mente fue capaz de crear en alguna pesadilla. Es un monstruo que podría arrancarle un brazo o una pierna con tanta facilidad como ella podría arrancarle una extremidad a un insecto.

 

Rhiannon... Ella va más allá de lo que conoce. Se supone que siempre lo supo, pero tuvo que verlo para comprenderlo. Ya no es una idea, ya no es la página de un libro. Ella es real y su condición también.

 

Es irónico. Hace unos momentos, habiendo observado los ojos escarlata en aquel cuerpo sombrío y amenazador, fue capaz de reconocer que se trataba de Rhiannon. Vio los ojos, sintió su miedo y su dolor, y fue capaz de detener a Madeleine. «¡Déjala en paz! ¡QUE LA DEJES EN PAZ!». Pero aquel efecto se desvaneció y... tiene la sensación de que no comprende qué ocurre. Le avergüenza admitir que reconocer a Rhiannon como una persona de repente le parece algo imposible. El tiempo corre: en un par de años, no podrá volver a su forma humana, será una bestia para siempre. ¿Alguna vez habría sido humana? ¿Alguna vez habría sido una persona? ¿Alguna vez tuvo la más mínima esperanza?

 

Madeleine anuncia con sequedad que Melrose ha abierto los ojos, pero Ellie tampoco cree que pueda enfrentarse a ella. Su prima saltó hacia Richard, para... ¿para defenderla, acaso? ¿O sólo fue un acto de lealtad, pues sabía que Richard tenía algo de razón? La verdad es que prefiere no conocer la respuesta. Es suficiente con saber que terminó en el suelo por su culpa. La violenta reacción de Richard, sus palabras, todo fue su culpa. Quisiera poder enojarse, como se sentía hace tan poco tiempo, pero no es capaz de hacerlo.

 

«No sabes quién soy y no sabes qué hacer con Kincade y aún así, te niegas a admitir tu ignorancia. Sería triste, si no fuera porque en realidad apenas llega a lamentable».

 

Ellie no fue capaz de responder, pero hay algo en lo que no estaba en lo correcto. No era que no admitiera su ignorancia, no era que quisiera ocultar que no tenía la menor idea de qué hacer con el problema de Rhiannon. Es que se trataba de su desafío. Era una oportunidad única. Era una investigación sin precedentes, era un experimento ambicioso que podía revolucionar el campo del Estudio de Maldiciones. Se llegó a convencer de que auténticamente se preocupada por Rhiannon, pero ¿alguna vez fue así? ¿Cuántas veces le preguntó cómo se sentía? ¿Cuántas veces se interesó en su vida, más allá del tema de la maldición? ¿Cuántas veces la apartó sin remordimientos de su vista, cuando su insistencia era un estorbo para otros proyectos o para su tranquilidad mental? Richard encontró a Rhiannon en el lugar y el momento perfectos, allí donde Ellie no podía evitar que la robaran de ella.

 

—¿Y bien? —Madeleine rompe el silencio, cansada. Ninguna de las brujas ha hecho nada más que intercambiar incómodas miradas y ya está cansada— Esta es mi casa también, maldición. Quiero saber qué demonios pasó con Melrose, a dónde fue Richard y... y...

 

Pero no recibe una respuesta, por supuesto. A pesar de que fue ella quien cargó a Melrose hasta su habitación, quien trajo el kit de pociones de Ellie y quien cubrió con su capa de viaje a la bruja semi-inconsciente con las ropas rasgadas, que apareció en el lugar donde la bestia desapareció. Un vaho oscuro parecía rodearla, aunque no estaba segura de que Melrose y Ellie pudieran percibir aquello. Quizás Madeleine no lo habría hecho antes, pero ahora le resulta imposible ignorarlo. Es el rastro de la magia negra, del dolor, de lo trágico.

 

—Señorita Moody —Rhiannon es la siguiente en hablar. Las tres a la vez, Ellie, Melrose y Madeleine vuelven el rostro hacia ella. Durante un largo rato estuvo meditando en lo que escuchó decir a la persona en la que se suponía que debía confiar, pero que evidentemente no veía en ella algo más que una persona con "una condición"; en lo que escuchó decir a Richard e incluso en la reacción sin palabras de Melrose. Parte de sí, le dice que lo mejor es regresar a casa, tal y como se lo ha repetido su padre los últimos meses. «Ellos no se preocupan verdaderamente por ti. Sentirán odio o, peor aún, lástima por ti. Pero eres mi primogénita, eres una Kincade y aquí, nadie se atreverá a tratarte como a alguien inferior». Sin embargo, tiene que saber—. Quiero decir, señorita Eileen. Lo que el señor Richard quiso decir, es que ¿cree que podría ayudarme?

 

—Mhm...

 

—¿Disculpe?

 

—Q-quizás... no estoy segura...

 

—Pero, no querías que se entrometiera —repone Rhiannon. Aunque su estado es deplorable, por lo menos en comparación su lo arreglada que estaba al llegar, mantiene la compostura de alguien de su alcurnia. Ellie es incapaz de mirarla a los ojos, así que baja la mirada al cofre de pociones.

 

—Quería protegerle de él. Él... él a veces no tiene buenas intenciones...

 

—¿Pero usted, sí las tiene?

 

—¡Claro! Yo sólo quiero...

 

—Nunca le he pedido que me proteja. No lo necesito y no lo deseo. Lo que le pedí, fue su ayuda. Usted me prometió que haría todo lo posible...

 

—¡Eso he estado haciendo!

 

—No —Rhiannon se pone de pie, con una mano sobre el pecho asegurándose de que la capa la cubra perfectamente—. Evidentemente no. Lo cual, sería comprensible si no fuera porque no quiere que nadie más me ayude. Para mi, el tiempo corre y no puedo desperdiciarlo preocupándome por las intenciones ocultas, detrás de la ayuda que alguien me puede ofrecer. Es un privilegio que no tengo.

 

»Además, ya no estoy segura de sus intenciones —sus palabras se sienten como una ráfaga helada, que le hielan dolorosamente el pecho.

 

En su mano aparece un perfecto cuadrado de pergamino, que le entrega a Madeleine.

 

—Gracias —dice, elaborando una sonrisa de recatada gratitud—. Reconozco que no comprendo la naturaleza de su magia, pero, si no me hubiera detenido, no sé qué habría pasado. Le agradezco su franqueza. Y lamento profundamente todo este incidente, de modo que procuraré no volver a importunarlos. Aún así, ¿podría abusar de su amabilidad y pedirle que le entregue ésta nota al señor Richard Moody? Es la dirección donde puedo recibir lechuzas. Dígale que... que me interesa saber quién es.

 

»En cuanto a la capa...

 

—No te preocupes —Madeleine toma el pergamino y lo guarda en el bolsillo sus pantalones de andar en casa.

 

Tras despedirse con una moderada reverencia, Rhiannon sale por la puerta de la habitación. Entonces, Ellie vuelve el rostro y observa cómo su sombra se aleja por el pasillo. ¿Volverá a saber de ella?

Editado por Ellie Moody

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  • 2 semanas más tarde...

Mel tiene un fuerte dolor de cabeza. La escena de alguien llevándola lejos, hacia una habitación tibia, cubriéndola de algodones, también se siente poco real. Cuando reacciona, la cabeza todavía le duele pero basta tomar el vaso con una poción ya fría que descansa en su mesa de noche para reponerse. Por una razón que desconoce, la han llevado a la habitación de Richard, con esa absurda cama estilo princesa, con doseles blancos y sábanas de incontables hilos. Todo es demasiado suave y blando. Mel se incorpora de un salto y empieza a estirar sus miembros. A pesar de que quiere decir que todo esta bien, no lo está. La reacción de su casero no fue solo sorpresiva, fue un shock en toda regla. Mel no esperaba ser golpeada y mucho menos con semejante cantidad de fuerza y magia. Ni siquiera sabía que Richard podía hacer algo como eso, aunque estaba bastante al tanto de que sus poderes no eran habituales.

 

Cuando baja hacia el primer piso, se da cuenta de que tiene una pequeña herida en la frente, por lo que busca su varita para curársela pero no la encuentra. En el piso de abajo parece haber algo de ajetreo, así que desciende esperando hallar allí algunas respuestas pero no hay rastro de Richard. Solo Ellie y Madeleine que no entablan ningún tipo de conversación. Mel quiere averiguar más pero la poción no parece ser suficiente o es que la magia de Richard era algo más allá de lo que parecía en la superficie porque luego del pequeño placebo que le dejara la poción fría, la cabeza vuelve a dolerle.

 

Se dirige hacia la cocina en silencio y se hace un sándwich con jamón, queso y un poco de lechuga fresca. Alguien debía de haber devuelto la mesa y las cosas del desayuno al aire libre aunque de momento no se le ocurre quien podría haberse tomado la molestia luego de ese incidente. No hay señales de la invitada y tampoco de Richard. Mel mastica con la mirada perdida por un rato antes de preguntar por su varita, al aire. No está esperando por una respuesta de parte de Madeleine o Ellie precisamente pero la frente le escoce y quiere curarse cuanto antes. Además, también quiere saber un poco más del asunto que se perdió. Piensa en que es curioso que antes estaba tan preocupada de que las cosas con su prima no estuvieran bien por haber pasado tanto tiempo distantes y ahora... nada de eso importa. Al fin y al cabo, no se arrepentía de haber intentado hacer que Richard se detuviera, aunque hubiese fallado miserablemente.

 

Terminado el sándwich cuela un poco de café y empieza a freír huevos, trozos de panceta, pimientos y a sazonar el pan de días anteriores con mantequilla y orégano para meter al horno y así reciclarlo. No se detiene para nada, mientras canturrea en voz baja, todavía pensando en los eventos pasados. Le preocupa esa muchacha, le pareció ver algo similar a una sombra aunque no está segura de que podía ser, ya que en ese momento su mente estaba nublada ¿se encontrará bien? ¿Le dolerá algo? Mel está acostumbrada al dolor; después de todo, había decidido, por iniciativa propia, seguir convirtiéndose cada luna llena en un licántropo, para así poder mantener un mejor humor y salud por el resto de los ciclos. No negar a la bestia le traía ventajas: el uso más libre de sus poderes, el hecho de que no enfermaba ni antes ni después de luna llena. A pesar de que la mayoría de magos afirmaba que la pócima mejoraba su salud, a Mel le sucedía lo contrario. Cuando no soltaba a la bestia, era como si esta se resistiera a su voluntad, la hacía sentirse débil constantemente y de mal humor. Sin embargo, eso significaba niveles absurdos de dolor que estaba acostumbrada a tomar y, a pesar de estar acostumbrada, no le gustaba. No sabía por qué se comparaba con esa muchacha si ella no era medio humana pero ¿acaso le pasaba algo que también le dolía? Por alguna razón no podía dejar de preguntárselo aún cuando parecía ser una idea inconexa.

 

Cuando terminó de cocinar, sirvió la mezcla en un bowl y colocó los panes recién sacados del horno en un plato. Luego, puso ambas cosas sobre la mesa pequeña, colocó tres tazas de café y se sentó a la mesa. Luego de echar bastante azúcar a su propia taza y mover varias veces, alzó la vista hacia Madeleine y Ellie antes de invitarlas a la mesa y le dio el primer mordisco a su pan que tenía ahora la consistencia de una tostada, con la mezcla encima, que le daba un regusto jugoso y agradable.

 

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  • 2 semanas más tarde...

La mañana es fría, húmeda y silenciosa. El mundo es un lugar pacífico. Cuando abre los ojos, sus recuerdos son borrosos y se siente esperanzada. «Fue sólo un sueño —se dice, incapaz de moverse, como si el más mínimo movimiento fuese a romper la ilusión—. Fue sólo un sueño. Todo está bien. Nada ha cambiado». Pero a medida que su mente se aclara y las memorias cobran fuerza, el dolor aparece y la obliga a volver a cerrar los ojos. Las imágenes aparecen en su mente, desordenadas y vívidas: Melrose volando por los aires, Richard marchándose, Rhiannon decepcionada. Desearía poder tomar sus acciones y revertirlas, tomar las palabras que dijo y devolverlas a su garganta. Maldición, desearía nunca haber conocido a Rhiannon, desearía no haber sucumbido a sus deseos más frívolos, a la idea de la gloria a costa de ella. Desearía estar todavía en Edimburgo, donde no se habría entrometido en las vidas de Richard y Melrose. Desearía...

 

Vuelve el rostro hacia la mesa de noche e, iluminada por la pálida luz del sol, observa la varita mágica. No tiene un giratiempos a la mano, pero tiene los conocimientos suficientes como para hacer un portal al pasado. Podría prevenir el desastre. Estira la mano, pero no cree tener la fuerza para sostener la varita si quiera. ¿Cuál es el caso? ¿Revivir toda esa mier**? ¿Arruinar las cosas todavía más? O, todavía peor: salirse con la suya. Claro que podría hacerlo. En el Departamento de Misterios, estudió los fundamentos del viaje en el tiempo, estudió las paradojas y todo lo que necesita para no arruinarlo. Está convencida de que podría mover las piezas necesarias para salvar su trasero y evitar que sus verdaderos colores salgan a la luz. Los volvería a tener engañados: Rhiannon creería que la está ayudando, Melrose pensaría que es una buena persona y Richard no se entrometería en sus planes, pues ni siquiera los podría conocer.

 

¿Éso es lo que quiere? ¿Alimentar su propio cinismo?

 

Lentamente, Ellie se sienta en la cama. Los recuerdos la atormentan con tal fuerza, que le cuesta mantenerse en el presente. Pasa varios minutos allí, observando al vacío, antes de levantarse e ir al baño del pasillo. No entiende por qué lo hace, sin embargo. Como lo ve, lo mejor que puede hacer es encerrarse en su cuarto y dormir hasta que todo se arregle: hasta que Richard regrese, las heridas de Melrose sanen y Rhiannon haya encontrado una cura. Sólo entonces, tendría fuerzas para volver a encarar la vida.

 

Pero, por supuesto, así no funcionan las cosas.

 

Nuevamente, se queda anonada frente al espejo, sin reconocer a quien le devuelve la mirada. No le gusta la apariencia de aquella mujer. No le gusta el cabello grisáceo y quebradizo, la piel reseca, la mirada ojerosa. No le gusta lo que hay detrás de sus ojos. Sin embargo, se obliga a cepillarse los dientes, desenredarse el cabello y lavarse la cara. Sólo se atreve a bajar las escaleras, porque todavía es muy temprano y Melrose y Madeleine tienen la reputación de dormir hasta más tarde. No es que tenga hambre, pero necesita caminar un rato. Cuando era una niña y se sentía triste, salía muy temprano en la mañana de la cama, mientras todos los demás dormían, y deambulaba por los pasillos del castillo de Hogwarts o salía al parque cercano a su casa. No cree que eso hiciera que los problemas desaparecieran, pero por lo menos se distraía y era capaz de pensar en algo más.

 

Sin embargo, aquella idea se ve destrozada cuando encuentra a Madeleine en la planta baja. Por su apariencia, adivina que no ha dormido. La austera bruja la observa por un segundo, antes de apartar la mirada. No hay nada que decir.

 

Por inercia, sus pies la llevan a la cocina. En el salón, Madeleine se echa en el sofá frente a la estufa. Pasó la noche arreglando el desastre de los demás, como de costumbre. También recurrió a su experiencia como sanadora, para atender a Melrose. A primera vista, no pensó que hubiera pasado nada grave, pero cuando intentó curar la herida en su frente reiteradas veces y de distintas formas, comprendió que había algo que no estaba bien. Pensó en notificarle a Eileen acerca de aquel tema, pero... bueno, no quería. Luego de todo lo sucedido el día anterior, el ambiente quedó tenso y no sabe cómo sentirse. Es decir, claro que no está del lado de Richard. Él normalmente es un i******, pero cruzó una línea muy importante: no se levanta la varita mágica contra la familia... salvo en casos excepcionales. No creía que aquel momento fuese uno de ellos. Por otro lado, bajo su aparente calma, la joven Rhiannon parecía muy afectada y no había nadie más a quien culpar salvo a Eileen.

 

Para no lidiar con ello, se mantuvo ocupada, pero ahora desea descansar. Intenta acomodarse para echar una siesta en el sofá, aunque hay algo que le incomoda en los jeans. Al buscar en el bolsillo, extrae una gema con forma de lágrima. Madeleine pone los ojos en blanco, al recordarlo. Es ese tonto cachivache que le obsequió el arcano Nguyen, como recuerdo. Había pensado que se trataba de un objeto especial, pero no sólo el arcano le dijo que era un objeto sin mucha importancia, sino que ella tampoco le encontró un uso especial. No servía ni siquiera como pisapapeles, pues era demasiado chico, y en cuanto a usarlo de colgante, pues la joyería no es lo suyo. Así que desde entonces la barajita va de aquí para allá, aunque de alguna forma siempre la carga encima. Decide dejarla cerca, para no perderla, pero donde no le estorbe. Así, pues, la arroja junto con su billetera llena de dinero muggle y su bolsa de galeones —donde sólo hay sickles y knuts— frente a la estufa. Y, por fin, se acomoda y cierra los ojos...

 

No la despierta la llegada de Melrose. Durante la siesta, sin embargo, le llega el olor a huevo fritos y tocino, impidiéndole conciliar un sueño muy profundo.

 

—Lo siento, no he visto tu varita —responde Ellie, sin levantar la mirada. Se siente acorralada en la cocina, mientras su prima, con aparente tranquilidad, se dispone a cocinar—. Madeleine fue la que acomodó todo, me parece, quizás... —pero un sonoro ronquido les informa que, en ese momento, Madeleine no está disponible para atenderlas.

 

Se queda en silencio, sin saber qué hacer ni qué decir. Sería más fácil para ella si Melrose la interrogara o, por lo menos, se enojara y le gritara, o algo por el estilo. Pero sobrellevar esa tranquilidad y poca preocupación, no es algo que pueda hacer en ese momento. Aquel silencio, le parece una tortura y no puede hacer nada más que prolongarlo.

 

Cuando la comida está dispuesta en la mesa, Madeleine ha vuelto a aparecer, con cara de cansancio y sueño, pero con energías suficientes para partir el pan con las manos y untarlo con la yema blanda del huevo frito. Ellie observa el plato servido frente a ella, pero no puede levantar el tenedor. La verdad, ni siquiera recuerda en qué momento tomó asiento.

 

—Oh, todavía tienes esa herida —murmura Madeleine, tras mirar distraídamente la cara de Melrose—. Quizás mis primeros auxilios estén muy oxidados, no pude hacer nada al respecto...

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  • 1 mes más tarde...

Mel se toca la frente con aire distraído ante el comentario de Madeleine. Había estado pensando en qué podría decirle a Ellie para aliviar la situación cuando Madeleine se sentó a la mesa. Ella ya había dejado la sartén en la cocina poco antes. Por lo demás, moría de hambre, así que esperó a terminar de comerse los huevos y tocino que tenía en la boca antes de contestar.

 

—No hay problema, tal vez se deba a mi condición —arguyó insegura. Sin embargo, era perfectamente consciente de que la tendencia de los licántropos era a la sanación, no al revés—. Bien... de todas formas, estoy acostumbrada al dolor —a pesar de que no es su estilo, sus ojos se fijan en su prima, sin apartar la mirada; no sonríe, quiere transmitirle tranquilidad y la conoce lo suficiente como para saber que sonreírle solo la haría sentir más culpable—. Tu no me pediste que me lanzara sobre Richard en el estado en que se encontraba. No tienes que sentirte responsable.

 

Luego de decirlo se siente mucho mejor, si bien la cosa no ha cambiado en realidad y existe la posibilidad de que su prima sea lo suficientemente amable (pero est****a) como para seguir sintiéndose alicaída. También está el asunto de la invitada, sobre quien no se atrevió a preguntar: no es su prioridad. Sigue comiendo con energía, tomando jugo; tiene que comer lo suficiente como para que le alcance para toda una jornada.

 

—Disculpe... ¿Madeleine?

 

Mel todavía no se acostumbra a tratar con la bruja. Luce como una persona seria, centrada, el tipo de persona que está acostumbrada a que no la tome en serio, por lo que normalmente evitaría tratar pero en este caso, sabe que su ayuda podría ser invaluable y de todos modos, es algo que le concierne, siendo un miembro de la familia. Cuando está segura de que le está escuchando, continúa:

 

—Quería saber si estaría dispuesta a venir conmigo, para buscar a Richard —siguió. Su tono era llano, práctico y efectivo. De rato en rato, se tocaba la herida de la frente sin darse cuenta pero apartaba la mano rápido—. Creo que sería capaz de rastrearlo y pensé que cuanto antes lo encontremos mejor.

 

Si bien no es una experta leyendo el ambiente, es capaz de decir con certeza de que buscar a Richard no está en la lista de Madeleine o incluso de Ellie pero es todo lo que copa la mente de Melrose. Encontrarlo, confrontarlo, preguntarle cosas. Así es como se solucionaban las cosas en su antiguo clan: soltando lo que haya que decirse cara a cara ¿por qué iba a ser distinto en una familia? Por supuesto, tiene dudas ¿pero no las tienen todos?

 

Sus ademanes no aflojaron la súbita presión que habían adoptado. No era una presión agresiva, si no una que demandaba una respuesta. Aunque no había mencionado el nombre de su prima, estaba implícito que la invitación también era para ella.

 

Lejos, a muchos kilómetros de allí, un montón de esferas oscuras, similares a pompas de jabón gigantes, se asentaban alrededor de un muchacho pelirrojo, en un prado despejado. El tono verde de la hierba contrastaba enormemente con esas esferas negras que parecían flotar sin objetivo alguno. Alrededor, no se oían pájaros, ni el sonido de un río cercano. El silencio era atronador, mientras el muchacho en posición de loto, se mantenía con los ojos firmemente cerrados.

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  • 2 meses más tarde...

Madeleine frunce ligeramente el ceño al escuchar la pregunta de Melrose. «¿Cómo es posible que ese bastardo haya logrado que esta muchacha se preocupe por él?». Richard es su tío, pero Madeleine no está segura de qué es lo que siente por él. Es su familia, sangre de su sangre, pero... no le gusta. No puede confiar en él y, por eso, no puede quererlo ni preocuparse por él. Sin embargo, lo cierto es que podría buscar a Richard. Buscarlo para darle un puñetazo en la cara, por lastimar a alguien de su familia. Hacerlo pagar. Madeleine se encuentra con sus manos formando puños bajo la mesa, pero se da cuenta de que sus intenciones no son las mismas que las de Melrose; ella parece genuinamente preocupada por el bienestar de Richard y, probablemente, no comparta su perspectiva.

 

Por otro lado, el factor de Ellie hace la situación todavía más difícil. No tiene la menor idea de qué es lo que estará pasando en su cabeza ahora mismo y no quiere colaborar a la tensión creciente en lo que queda de la familia Moody. Sabe que hay una relación especial entre Melrose y Ellie, más de hermanas que de primas, y no quiere que su respuesta pueda ocasionar algún quiebre.

 

Sin embargo, el peso de responder desaparece cuando Ellie, cuyo plato se ha enfriado completamente frente a ella, habla en voz alta con un semblante decidido.

 

—Madeleine no irá —declara Ellie, cuyos ojos no son capaces de alzarse hasta los rostros de las dos muchachas—. Yo soy la que debe acompañarte, Mel, nadie más. Tengo que hacer las cosas bien

 

Sabe que aquel es un acto completamente irracional. Madeleine tiene más experiencias en ese tipo de misiones que ella y, quizás, sea lo suficientemente fuerte como para controlar la magia errática y caótica de Richard. Ella... No sabe cómo podría ser de ayuda y teme estar condenando la misión de Melrose, pero en su interior, algo le dice que es su deber y que es un viaje que deben hacer sólo las dos, juntas.

 

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Mel sonríe. Lo hace de verdad, no es una risa de burla, si no una sonrisa complacida. Sabe que su prima quiere arreglar algo, aunque no está segura de qué. Deja los cubiertos a un lado antes de hablar pero cuando lo hace, no se restringe en lo más mínimo:

 

-No, no te preocupes Ellie -su voz, lo mismo que sus gestos, son reconfortantes, denotan comodidad, si bien Richard sigue en sus pensamientos-. Somos una familia. Hagámoslo juntas, Madeleine también puede ayudar.

 

No está segura de que la bruja quiera, a pesar de lo que ha dicho pero se incorpora de la mesa para alistarse y una vez arriba, se cambia de ropa y pone en un bolso todo lo que piensa que puede necesitar, desde pociones, los anillos y colgantes Uzza, un poco de pergamino y chicles.

 

Cuando baja, no está segura de si volver a preguntar pero supone que ya no le corresponde de todas formas.

 

Mientras tanto, en el prado, algo se mueve. El brujo en el centro de las pompas oscuras no mueve ni un músculo y permanece con los ojos cerrados pero un par de risas se oyen en el amplio espacio vacío, a excepción de la oscuridad flotante.

 

Las dos figuras que se aproximan son también pelirrojas y sus ojos fríos exudan burla cuando se aproximan a Richard, ante quien exhiben sonrisas maliciosas.

 

-Entonces... padre -señala uno- ¿A esto estás reducido?

 

El otro no se queda atrás.

 

-Te has vuelto descuidado y est****o y éste es el resultado.

Editado por Melrose Moody

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Rastrear a Richard es una misión que, hasta donde sabe, podría durar tanto un par de horas cómo varios días; hasta donde saben podría estar en las Tierras Altas, en un pub de mala muerte en Londres o en una jungla amazónica. Es por eso que Ellie toma algunas precauciones. Prepara un bolso con varios frascos de conserva, trozos de pan y carne curada, mientras que en su mochila personal se asegura de llevar un par de túnicas de repuesto y ropa interior limpia. Equipa también algunas pociones de su inventario personal y objetos mágicos que podrían ser útiles, aunque asegurándose de no llevar demasiado peso encima, pues aquello podría dificultar todavía más el viaje. Ellie está en la cocina, esperando, antes de que Mel baje las escaleras. Viste una túnica verde oliva, y un sombrero y botas marrones. Su cabello está recogido en una trenza suelta, que cae encima de uno de sus hombros.

 

Mientras tanto, Madeleine se ha quedado sentada en la cocina. Ellie no dijo nada ante las palabras de Melrose y Madeleine se sintió incapaz de adivinar qué pasó por su mente en aquel momento, razón por la cual no está segura de qué hacer. Ellie dijo que debía hacerse responsable de sus errores, mientras que Melrose insistió en que todos son una familia y todos podían ayudar. Sin embargo, a su parecer, Ellie parece la más afectada emocionalmente, así que evaluar su decisión a través de ella... Sutilmente, por supuesto.

 

—¿Por qué dijiste que debías acompañar a Melrose?

 

—Ya lo sabes —replica Ellie, cruzando los brazos sobre el pecho. Está a la defensiva, quizás tuvo que haber sido más sutil—. Soy responsable de lo que pasó, debo responsabilizarme de encontrarlo y evitar que cause más problemas.

 

—Mira, todas sabemos que Richard es Richard. Estas cosas pasan con él todo el tiempo.

 

—Creo que debo aclararme con Melrose, también —añade por lo bajo y Madeleine deja de sentir deseos de seguir hablando.

 

Cuando Melrose baja, están en silencio.

 

—Bueno, creo que lo mejor es que se lleven dos hipogrifos —musita Madeleine, sin querer afirmas ni negar que las acompañará. Por un lado, le parece que eso le dará cierta paz a Ellie, pues no es ajena a que a veces no está cómoda a su alrededor; por otro lado, no puede dejar que enfrenten a Richard completamente solas. A pesar de la condición de licantropía de Melrose, su tío demostró ser capaz de lastimarla de verdad.

 

Cuando las dos brujas salen al patio trasero, para buscar los hipogrifos en el bosque, Madeleine va corriendo a su habitación para cambiarse.

 

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Editado por Ellie Moody

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Mel se aproxima a los hipogrifos con cuidado. Son criaturas bellas, de plumas grises. Inclina la cabeza y espera una respuesta positiva, antes de intentar subirse a uno. Saca de su bolso, también, algo que había tomado de último momento: una camisa de Richard, tomada a escondidas de su habitación. Inhala profundo el aroma del brujo, una mezcla rara, sutil y casi embriagadora que, sin embargo, si se tratara de otra persona, haría que se mantuviese alerta y lejos. Lo bueno, es que no tiene que rastrear el aroma del brujo, si no el de la colonia que superpone a éste: una cara mezcla que huele a viento, a algo fresco cerca del mar, un poco de pino y otras resinas agradables. Es un olor característico, que no tendrá forma de confundir ya sea en el bosque o en la ciudad.

 

Casi puede oír a Madeleine adentro, aunque sus oídos no son así de finos. Supone que también irá, lo mismo que ella y su prima. Intenta pensar en si está olvidando algo pero no se le ocurre qué pueda ser. Saca la brújula del bolso, por si llegara a necesitarla y asiente en dirección a Ellie.

 

Deben partir cuanto antes. El rastro ya no es muy notorio y podrían perderse. A pesar del excelente olfato de Mel, si les lleva varias horas de ventaja eso podría significar que sus habilidades se tornarían inservibles cuando el olor se mezclase con otros más indistintos en el aire. Además, si había partido hacia la ciudad... eso sería lo peor. Aunque cara, existía la posibilidad de que la colonia no fuera exclusiva y que alguien más la usara también, por lo que el rastro también podría confundirse.

Editado por Melrose Moody

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