Jump to content

Prueba de Nigromancia #7


Báleyr
 Compartir

Publicaciones recomendadas

La luna en lo más alto del cielo se reflejaba sobre el lago en calma, iluminando con fantasmales destellos plateados el camino que llevaba a la isla y a la pirámide. Un camino recto y aparentemente inofensivo que Leah no podría seguir para llegar a su prueba de Nigromancia. No, ella tendría que probar sus conocimientos antes de poder pisar la pirámide, tendría que demostrar sus habilidades para pasar varios obstáculos antes de presentarse ante el portal. El Arcano se hallaba de pie en la orilla del lago, envuelto en una túnica negra, lisa y sencilla, con su barba gris larga y cuidada cayendo sobre su pecho.

 

- Es una noche perfecta.

 

Lo era, apenas viento, apenas frío. Iluminada por una gran luna llena y rodeada de pequeñas estrellas que destellaban en la inmensidad del universo. Era una noche perfecta para salir a caminar ¿pero sería tan perfecta para abrir la puerta al mundo de los muertos? La pirámide al fondo parecía lejana e intocable, recordaba cada vez que se había presentado ante ella. como alumno y como profesor. Recordaba la ansiedad de la noche previa a la prueba de nigromancia como si hubiese sido ayer, ese miedo inconfesable que disfrazó de confianza y fanfarronería. Había sido tan joven y tan insoportable.

 

- La prueba se llevará a cabo dentro de la pirámide, en la isla que está en el centro del lago. Es la única prueba que cuenta para obtener el anillo de Nigromancia. Sin embargo, para poder llegar a la pirámide vas a tener que pasar algunos obstáculos. Cuatro en total ¿Qué pasa si fallas? Podrías no estar preparada para presentarte a la prueba, pero todo puede pasar. Trata de no morir.

 

- Existe un puente que une esta orilla y la orilla de la isla, pero no está en este mundo. Deberás abrir un portal para poder encontrar el puente y comenzar tu viaje.

 

Abrir un portal era parte del conocimiento básico, a pesar de la gran cantidad de formas de hacerlo. Algunos portales eran más duraderos y seguros que otros, dependiendo de la cantidad de energía que requirieran para abrirlos. Leah podría atravesar al otro mundo siguiendo el rito que quisiera, egipcio, mesopotámico, griego, nórdico, magia negra, oriental. Báleyr quería -y esperaba- sorprenderse. Le daba completa libertad para enfrentarse a los obstáculos.

 

- El segundo obstáculo se presentará dentro del portal, mientras atraviesas el puente de las ánimas. En ese momento en el que eres más vulnerable a las almas y a sus manipulaciones. Te harán creer en ellos y en sus vidas pasadas, te van a convencer de cosas que jamás han sucedido o te culparán de sus pesadillas. O serán amables y te darán la bienvenida. Quién sabe.

 

- La tercera prueba se presentará al salir del portal y volver a este mundo. En la orilla de la isla encontrarás diez cadáveres que podrás utilizar para pasar el tercer obstáculo: El laberinto. Un pequeño ejército de no muertos tratarán de impedir que entres en el laberinto y que salgas de él. No te equivoques, no les importa nada, ni tu vida ni la de nadie, ya que su naturaleza les impide sentir compasión. Solo siguen las órdenes de su creador.

 

Que no era otro que Báleyr. Los no muertos, a veces como inferis, no eran más que cuerpos sin almas, muertos que se reanimaban mediante una magia tan antigua, oscura y poderosa que no necesitaba de un alma para hacer el rito. Realmente no estaban vivos, no en el sentido habitual de la palabra, estaban animados, eran títeres que obedecían a su creador sin miedos, temores y, por supuesto, sin compasión ninguna. El ejército de no muertos de Baleyr constaba de cuarenta legionarios, soldados expertos que se abalanzarían sobre Leah en cuanto la vieran.

 

- Puedes enfrentarte a ellos como prefieras, te dejo esos cuerpos para que tengas otras opciones.

 

Podía reanimarlos para tener su propio batallón.

 

- Al salir del laberinto, encontrarás un cuerpo que tendrás que sanar, encontrar su alma y volver a la vida, si te parece lo correcto.

 

El Arcano avanzó sobre la arena, por la orilla del lago en calma, con los brazos cruzados en la espalda.

 

- Una vez pases los cuatro pequeños obstáculos, podrás presentarte dentro de la pirámide.

 

Al otro lado, la pirámide seguía viéndose como algo inalcanzable, era el último objetivo para Leah y sería allí donde encontraría a Báleyr, quién la guiaría desde la otra orilla para dejarle espacio. El viejo se giró sobre sí mismo y le dedicó una última mirada fría antes de desaparecer.

nuRQYmF.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Nada le causaba más ansiedad que recorrer el Ateneo, en plena noche, para cumplir las demandas de Báleyr. Tratándose de una mujer como ella, cargada de conocimientos y poder mágico, podría llegar a pensarse que lo mínimo que podía estar sintiendo era aburrimiento por volver a presentarse en una prueba de habilidad. Pero si bien tenía todas esas cualidades, nada podía ayudarla a combatir el temor que le provocaba la materia que estaba cursando o, más bien, el temor que le producía el no cumplir las expectativas de su maestro.

 

Cada tanto enredaba los dedos en los pliegues sueltos de su túnica, buscando algo que hacer a medida que se acercaba al lago, donde la silueta bien definida del Arcano se hacía más y más grande. Lo había visto desde lejos y se había dirigido allí casi por inercia, aunque muy bien sabía que no había otro sitio en donde pudieran haberse encontrado. Parecía tan tranquilo que le provocaba más ansiedad, logrando que salivara más de lo debido. Y como muestra de su angustia, tragó una vez antes de hablar en cuanto llegó a él.

 

—¿Puedo empezar ya?

 

La pregunta la había practicado varias veces antes de enfrentarse al Ateneo, más que todo porque dudaba mucho que pudiera decir que sí aceptaba la prueba -otra vez- en ese estado. Pero Báleyr sólo le dedicó una última mirada fría que produjo una gota de sudor en su nuca, la cual descendió lentamente espalda abajo al recordar todas las instrucciones que le había dado. Dentro de su túnica de aprendiz, el Grimorio se mantenía estático con ayuda de su peso en un bolsillo y en el otro, haciendo equilibrio, la varita soltaba una pequeña vibración mágica que le hacía pensar en el ronroneo de un felino.

 

Se hizo primero con ella, deslizando suavemente los dedos por la lisa estructura de madera pulida, antes de sacar el Grimorio. Un susurro bastó para que la varita dejara de ser tal, transfigurando hasta convertirse en una larga vara de cristal del color de la sangre, tan larga como un bastón pequeño. Si iba a hacer magia avanzada, lo haría bien. Con un movimiento de dedos, la hizo girar sobre su mano y luego pronunció un simple hechizo de los años primarios de cualquier mago, que logró que el libro levitara en el aire a la altura de sus ojos.

 

Según habían practicado en clase, en varias ocasiones, el método más "sencillo" era el egipcio. El cántico lo había memorizado después de muchos intentos y las palabras parecían flotar frente a sus ojos como un espejismo tan sólo recordar el hechizo. Sin embargo, pensó que lo mejor sería cerrar con broche de oro las enseñanzas de su maestro. Si bien su posición de Mortífaga no era algo público, por más sospechas que hubiera, sabía que el hombre podría haber visto un aura oscura en ella y, por lo tanto, un portal hecho con magia negra sería mostrarse ante él de una forma más profunda de la que había llegado a hacerlo en otros momentos.

 

Las páginas del Grimorio saltaron de pronto, moviéndose con la velocidad de un viento inexistente, hasta que la página correcta quedó abierta ante sus ojos. Tan sólo las letras escritas en un idioma antiguo y pesado crearon una sensación extraña en la calma de nocturna, pero no era nada a lo que no estuviera acostumbrada. Alzó la vara hacia el cielo, cerró los ojos y luego cortó el aire con la punta hasta que esta dio con el suelo, en un golpe curiosamente moderado. Entonces sus pupilas, rodeadas por un iris verde como la maldición asesina, volvieron a posarse en las palabras escritas en las hojas y empezó a pronunciar el hechizo.

 

Como era hablante de Parsel, cada vez que pronunciaba una palabra larga esta sonaba excesivamente dramática, como si hubiera querido darle el tono tetral desde un inicio y, por ende, ésta se volvía mucho más oscura. A medida que hablaba el cielo se oscurecía y sólo cuando éste perdió todo rastro de la luz lunar, empezó a moverse. Sus pasos eran similares a una danza, ensayada y muy complicada, que necesitaba de toda su concentración y de resistencia muscular. Y a la vez, la vara iba cortando la arena del lago hasta formar un dibujo que no estaba viendo, pero que sabía qué significaba. Para cuando acabó, estaba metida en un círculo con trazos complicados y sólo bastó una última palabra, un maleficio, para que éste cobrara vida.

 

Una potente luz rojiza emergió del suelo, específicamente de los dibujos que había realizado, y cuando alzó la vara al cielo el dibujo saltó hasta cubrir su cabeza y luego volvió a precipítarse contra la tierra. El sonido que produjo fue casi metálico, un golpe entre dos objetos contundentes. La luz se extinguió y con eso, el entorno volvió a parecer lo que era en realidad. Podía ver el lago, los escasos botes que estaban amarrados en troncos desiguales y el agua chocando contra la orilla, tanto de su lado, como en la isla. Pero no estaba ahí, estaba en el mundo de los muertos, con el aura de la magia negra rodeándola como un poderoso imán para las cosas que Báleyr había preparado para ella; todo parecía cubierto por una tela muy fina, negra y el puente resaltaba en un azabache tan potente que podría haber sido de pura obsidiana.

 

Tomó el Grimorio, que parecía un poco más pesado en aquél plano, y lo metió en el bolsillo de su túnica con el cuidado que daría una madre a un bebé. Y posteriormente, volvió a poner los ojos en el puente. El miedo de defraudar al Arcano había desaparecido al ocuparse, pero ahora que estaba ahí, no pudo evitar pensar que había llegado el momento de la verdad. Por ello inhaló por la nariz, tratando de serenar sus pensamientos y apretó la vara, pensando que así sería mucho más fácil encontrar la paz, refugiándose en el ligero vibrar de la magia en su interior.

 

El primer paso fue dubitativo, los siguientes fueron firmes y veloces, como si quisiera llegar de una vez por todas al otro lado. Sólo que algo la detuvo en ese momento y sabía que Báleyr estaba observando. Era momento de demostrar que era una Nigromante.

"%20alt=YwwEbg4.gif


"%20alt=


"%20alt=hQEsmVo.gif3lqIQgZ.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

La primera vez que se adentró en el umbral el mundo de las sombras le pareció un sitio siniestro y anárquico. Tal vez esa misma carencia de orden y propósito era lo que le parecía más antinatural y lo que, a la vez, convertía a los mismos nigromantes en seres poderosos. Tenían la habilidad -o don- de ser juez y verdugo, de penetrar en esa pestilente y enmarañada red de oscuridad para otorgar sentido y dirección a las almas perdidas, de erigirse como amos de un poder sin parangón alimentado por esas extrañas fuerzas del inframundo. En un mundo caótico, el nigromante se convertía casi en un dios de la mano de la muerte.

 

Recordó aquella sensación que lo embriagó la primera vez, el cosquilleo en la punta de los dedos y el agitamiento de sus sentidos. El primer bocado de lo que para muchos se convirtió en una droga desquiciante que los llevó a perder la razón. Por algo durante la edad media los cultos y ritos de nigromancia se asociaron a la locura ¿Cómo no iba a serlo? Una mente poco preparada podría sucumbir a la violenta belleza del poder de los muertos. No todos estaban hechos para soportar la soledad y el dolor de ese camino, menos para manejar el poder y los conocimientos disponibles detrás de ese velo mortal.

 

Vida eterna, longevidad, grandes batallones de cadáveres, devolver a los amados a la vida, sanar las enfermedades más raras o simplemente utilizar la muerte y sus secretos como armas y conjuros tan terribles como grandiosos. Sabía lo que atraía a los magos querer dominar la muerte y abrirse paso al mundo de las sombras como señores de la oscuridad ¿podía juzgar sus razones? No estaba ahí para hacerlo, no podía evitar el abuso de la habilidad, solo podía enseñar las luces y sombras que rodeaban a los nigromantes y dejar que la prueba final valorara a cada alumno.

 

Se arrebujó en la capa cruzando los brazos a la altura del pecho, alzándose como una estatua gris inmutable al otro lado de la orilla, a la espera de Leah.

nuRQYmF.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Una intrusa... una intrusa que juega con magia negra.

 

Podría haber dicho que la voz pertenecía a un hombre o a una mujer, si hubiera decidido ponerle un género, pero el sonido había sido contaminado por el plano de los muertos y más allá de las palabras, sonaba como si las sombras en sí hubieran decidido hablarle. ¿Y qué género podría tener una sombra? Era ambiguo, oscuro y por sobre todas las cosas, amenazante. Pero no sintió miedo de ellas, ni de lo que decían, siguió su camino por el puente con la frente en alto y la vista en el objetivo. La isla donde Báleyr la esperaba, aunque no precisamente en la orilla como un maestro cariñoso.

 

¿Otra vez aquí? ¿Después de tanto que querías volver?

 

Apretó la mandíbula ante esa acusación.

 

Ah, lo recordaste.

 

¡Claro que lo recuerda! Estaba aterrada.

 

Aminoró un poco el paso, sintiendo frío por primera vez desde que había invocado el portal. Para utilizar magia negra y poder controlarla, no sólo debía existir un pacto entre ella y el mundo de los muertos sino fortaleza en su interior, o ésta la consumiría. Y si bien tenía toda la energía canalizada y el cuerpo en perfecto estado, la debilidad psicológica era algo de lo que podrían aprovecharse las sombras. Tal vez tuvo que mencionarle a Báleyr por qué le había costado en primera instancia crear un portal al mundo de los muertos. No porque no pudiera, le había costado porque una vez había sido presa de ese plano, años atrás.

 

¿Cuánto tiempo estaré aquí?

 

¿Y si no logro salir?

 

¿Y si...?

 

—Regresé —los cortó—, viva y volveré todas las veces que sea necesario.

 

Su voz era como el filo de la hoja de una espada cortando el aire, fría, con el siseo particular de quien está enfadado. Arrastró cada palabra como si los muertos fueran tontos, incapaces de comprenderla, e incluso les lanzó una mirada amenazante sin mover la cabeza. Al no saber dónde estaban, pensó que lo mejor era seguir endureciendo las facciones con las pupilas fijas al frente. Ellos sí la veían a ella y verían la forma en que sus dientes brillaban ligeramente a pesar de la oscuridad, expuestos en una mueca que hacía sus rasgos más letales de lo que pretendía. Era una demonio, viva, con poderes grandes, no se debía jugar con ella.

 

Como era de esperarse, a los muertos no le hizo gracia su altanería. El ambiente se oscureció incluso un poco más, escuchó blasfemias y maldiciones varias, pero ninguno de ellos se atrevió a hacer nada contra ella. Quizás por su semblante, quizás por la vara de cristal en su mano o, quizás, porque estaba a un sólo paso de cruzar el puente. Se detuvo entonces, esperando, dando tiempo a las almas perdidas de que hicieran algo. Pero las amenazas cesaron y con una pequeña reverencia, salió del portal.

 

Tuvo que entrecerrar los ojos cuando la luz de la luna la recibió, acostumbrada a la cortina de oscuridad que había tenido que atravesar. La isla estaba en calma, silenciosa, ajena a lo que ocurría del otro lado y por lo tanto, era un presagio de que apenas estaba a punto de empezar su tarea como Nigromante. En la arena, tendidos como sacos de huesos y sangre, habían diez cadáveres que podía utilizar para la tarea de cruzar el laberinto. Cada uno en un estado diferente de descomposición.

 

¿Debería usarlos?

 

Chasqueó la lengua, por supuesto que debía. ¿Para qué iba a dejarle una decena de cadáveres si no iba a usarlos para pasar la prueba? Dejó la vara de cristal en el aire, levitando, mientras empezaba a verificar los cuerpos desde más cerca. Hombres y mujeres jóvenes, de no más de treinta años, con distintas causas de muerte. Tenía todo el tiempo del mundo para culminar la tarea y aún así, perdió varios minutos valiosos decidiendo con cuáles debía empezar o si, en todo caso, debía ocuparse de todos. Decidió finalmente que dejaría a tres atrás, aunque eso no significaba que no serían utilizados.

 

Dos sencillos y uno complicado quedaron separados del resto, colocados con cuidado uno junto al otro. Dos habían muerto por una bala Muggle y el otro había muerto de alguna enfermedad, puesto que sus órganos estaban en muy mal estado y era el que peor olía de todos. Ellos no serían revividos, al menos no durante la prueba, simplemente estarían ahí, esperando a que ella acabara con el resto. Se concentró entonces en una mujer que debía tener varios meses muerta, porque sólo sabía que era una mujer debido al largo cabello.

 

Palpó su piel, retiró los restos de ropa inservible y vio los daños. Puñaladas profundas adornaban su torso, lo que podía explicar la hinchazón, habían alcanzado los órganos vitales y era lo que le había dado muerte. Tomó la vara de cristal y empezó su trabajo, mucho más centrada que cuando había empezado con la clase hacía varios días atrás. Esterilizó la zona, cubriendo la arena donde todos estaban tendidos con una manta quirúrgica de las que solían usar en el LAIC y se dignó a limpiar su cuerpo, poniendo especial atención a las heridas. Luego curó los órganos, cerrando los cortes irregulares posteriormente. Luego cerró los cortes de la piel y eliminó la infección post mortem.

 

Uno a uno, siguió el mismo proceso. Un mago que había muerto por una maldición asesina, fue el que menos trabajo le llevó. Limpio su cuerpo, se aseguró de dejar su cuerpo en un estado decente y luego pasó al siguiente. Otra bala muggle, de esas que se partían en mil pedazos al impactar, ese fue el que más tiempo le llevó. La bala había impactado en el pecho y la metralla se había esparcido por todo el pecho de la víctima, llegando a los pulmones e incluso a la boca del estómago. Tuvo que arreglárselas para encontrar cada resto metálico sin abrirlo más de la cuenta, puesto que sería más doloroso a la hora de volver, pero al final logró limpiar cada zona del tórax sin problemas. Cerró las heridas, internas y externas, y pasó al siguiente.

 

Muerte natural, nada de tiempo. Una chica había sido víctima de algo... extraño. Ni siquiera podía definirlo. Era como si un objeto contundente le hubiera caído encima y, en consecuencia, la mayor parte de sus huesos estaban rotos y los órganos, aplastados. Era un desastre total y nada agradable de ver. Pero ya curada de espanto con todo lo que Báleyr la había hecho ver, sólo pudo sentir pena por la pobre muchacha. Empezó por los huesos, que al ser reparados alzaron la piel y la hicieron parecer otra vez un ser humano. Luego, decidiendo que un corte no superaría el dolor de semejante muerte, seccionó un espacio considerable de su vientre para poder ver lo que hacía adentro. Cuando acabó, tuvo que felicitarse a sí misma.

 

Los dos últimos habían muerto de formas horribles y particulares. Uno ahogado y la otra quemada. Limpió los pulmones, bajó la hinchazón del cuerpo y curó los cortes superficiales que tenía en la dermis. A la chica tuvo que reconstruirle casi todo, empezando por algunos huesos que se habían visto afectados por las altas temperaturas y finalmente con lo más importante, la piel. Cuando terminó, todos eran cadáveres casi nuevos, como si nunca hubieran estado en descomposición. Se puso en pie, limpió sus manos por enésima vez e inhaló profundamente. El cántico lo había memorizado y era una suerte, porque ya veía un poco molesto el tener que usar el Grimorio después de tanto trabajo.

 

Casi como si no lo hubiera planeado, había colocado los cuerpos todos en una posición específica, cada uno marcando una punta del dibujo que estaba trazando en el suelo y era porque, si bien Báleyr no se lo había enseñado, si lograba enlazar las almas en un mismo portal, sería más fácil encontrarlas. Así que cuando el canto egipcio terminó y el portal fue invocado, todas las almas fueron llamadas al mismo tiempo. Las voces entremezcladas de los muertos ya no la molestaban tanto como antes después de su actuación en el puente, así que cuando alzó la varita, lo hizo más confiada que nunca.

 

Memoria Aeterna.

 

Dos susurros a la izquierda, un nombre al frente, dos negaciones del lado derecho y algo detrás. Los tenía. Creó una esfera de luz que flotó sobre su cabeza y uno a uno, no sin dificultad, los atrajo poco a poco hasta ella. Siete almas para siete cuerpos. Apretó la vara entre los dedos y regresó al mundo de los vivos, donde siete bocas se abrieron al mismo tiempo para inhalar vida de nuevo. Sonrió de medio lado, limpiando la capa de sudor que había cubierto su frente e ignorando las preguntas entre jadeos y ahogados gemidos de dolor que salían de los hombres y mujeres que se había empeñado en traer a la vida. Ya se encargaría de ellos.

 

Celerus...

 

Inferi.

 

Al pensar esto, repetidas veces, hizo que los tres cadáveres que había dejado a un lado se sentaran lentamente, con parsimonia, antes de ponerse en pie. Escuchó algunas exclamaciones de horror y cómo alguien que se había logrado incorporar caía medio aturdido de nuevo a la arena, pero no le importó. Había un ejército que iría contra ella, pero ella tenía el suyo. Siete vivos, tres no muertos y...

 

Aura del Escudo Fantasmal —invocó, reuniendo las fuerzas de las Auras en su pecho, hasta exteriorizarlo en una ola de luz azulada, espectral.

 

Frente a ella, tres esferas azuladas empezaron a tornarse cada vez más pálidas, hasta ser de un blanco muy ténue, casi imperceptible por los ojos humanos. Y éstas, a medida que esto ocurría, formaban la estructura de un cuerpo que hacía muchos años había dejado de existir entre los vivos. Gellert Grindelwald, Lord Voldemort y Bellatrix Lestrange, tres fantasmas que irían con ella en su paso por el laberinto. La hilera de dientes blancos resplandecieron cuando sonrió. Estaba cansada, pero nunca se había sentido tan viva como en ese momento, controlando la muerte como si ya tuviera su anillo de habilidad.

"%20alt=YwwEbg4.gif


"%20alt=


"%20alt=hQEsmVo.gif3lqIQgZ.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

  • 2 semanas más tarde...

A sus muchos años había aprendido a cultivar la paciencia, y el tiempo, aquel terrible enemigo, se había convertido en un simple compañero. Había abandonado la angustia de descontar los años temeroso de la muerte para apreciar todo cuanto existía desde una perspectiva diferente. No fue fácil volverse paciente, ni mucho menos dejar atrás el miedo a perecer como todo ser vivo, esa evolución le había costado mucho más de lo que le gustaba admitir. Por eso se mantenía inmutable durante las pruebas de habilidad, el tiempo realmente no le importaba, a menos que se malgastara.

 

Ciertamente, no le gustaba perder el tiempo. Golpeó el suelo con el bastón de cristal y un ruido terrible sacudió la tierra, un estruendo que pareció quebrar la isla y azotar con temblores todo aquello que los rodeaba. El sismo hizo que las palmeras y los árboles se doblaran y espantó a las aves incluso de la otra orilla. Los cimientos de la pirámide rugieron, como despertando de una largo sueño. Dentro de ella había una magia antigua que esperaba ansiosa a la Ivashkov. El golpe del bastón no solo desató los viejos encantamientos de la isla, sino que apremió su pequeño batallón de no muertos dentro del laberinto para que atacaran a su alumna.

 

Sacó la pipa y se puso a fumar. Leah estaba a punto de enfrentarse al ejército de no muertos que esperaban en el laberinto, por lo que le quedaba muy poco para poder presentarse ante él en la pirámide. El viejo Arcano observaba desde el umbral, erguido como una estatua y expulsando perfectos anillos de humo por la boca, disfrutando cada paso que su alumna daba mientras saboreaba el cálido sabor del tabaco.

 

@

nuRQYmF.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

  • 2 semanas más tarde...

Una exhalación produjo una voluta de vaho delante de su rostro que se extinguió tras unos segundos de ascenso, justo a tiempo para permitirle ver a los miembros del ejército de Báleyr. No recordaba que hiciera frío cuando había empezado a explotar sus conocimientos de Nigromancia y tampoco recordaba que lo hiciera antes, en pruebas de una habilidad diferente. Pero no había que ser un genio para entender que, entre tanta muerte, era imposible que hubiera algo de calor. Ella contaba con Inferis y fantasmas, así como aquellos que habían pasado mucho tiempo en el plano contrario al que debían acostumbrarse otra vez.

 

Y aún así, lo que ella tenía de su lado era escaso en comparación a lo que avanzaba casi con parsimonia hasta su lugar.

 

Apretó la vara de cristal, del color de la sangre recién derramada, con los verdes y calculadores ojos fijos al frente, usando toda la visión panorámica para trazar un silencioso plan sin mostrar signos de preocupación. Eran muchos, pero no era imposible. El Arcano había sido bastante específico con sus reglas y en esa parte, en perfecto inglés, había dicho que podía detenerlos como quisiera y eso era precisamente lo que ella tenía planeado hacer. Los hombres y mujeres que había regresado a la vida voltearon a mirarla nerviosos y algo tambaleantes, en deuda, al mismo tiempo en que los fantasmas posaron sus ojos inexpresivos en ella.

 

Su prioridad era acabar con todos en un tiempo reducido, puesto que si la pelea se prolongaba demasiado Báleyr juzgaría sus métodos. Pero tampoco podía permitir que dañaran a las personas que tanto había tardado en traer de vuelta, eso sí habría sido una pérdida de tiempo. Por lo tanto, inhaló profundamente antes de asentir, una única vez, dando la señal de mando. La batalla comenzó y al exhalar, el vaho quedó nuevamente ante su rostro ocultando el movimiento de sus labios y aún así ni siquiera los gritos de guerra del batallón que tenía delante logró opacar el primer hechizo que salió de su boca.

 

Fuego Maldito Mortis.

 

Al momento, sus manos hicieron un movimiento preciso con la vara de cristal y ésta vibró con una violencia brutal entre sus dedos, emitiendo una llamarada amplia y feroz de tonalidades rojizas. Una vez en el aire y cuando parecía que no podía crecer más, las llamas se alzaron con vida hasta separarse en tres bestias fácilmente reconocible para cualquiera que pudiera estar observando su prueba. Pero lo que ella buscaba no era impresionar a nadie, ni siquiera a su maestro, sino conseguir una ventaja a raíz de las amplias alas extendidas y la velocidad de su vuelo; incluso en medio de la confusión calórica, era posible escuchar el graznido de las aves Fénix al lanzarse hacia sus enemigos.

 

En el caso de una batalla normal, cada una de ellas habría ocupado un único objetivo. Tratándose de un ejército de muertos, el impacto se hizo mucho mayor cuando estos empezaron a chocar entre sí, compartiendo las abrasadoras llamas del ataque de la mortífaga. La primera fila cayó de inmediato y fue ahí cuando los que acababa de revivir entraron en acción. No tenían la misma fuerza que ella y mucho menos el poder mágico, pero vio con cierta gracia cómo se las arreglaban para derribar e inmovilizar al lado contrario con métodos algo ortodoxos que daban resultados. Los fantasmas tenían la misión de protegerlos, así que cuando un muerto se aproximaba demasiado, los detenían antes de que lograran hacerle daño a los demás.

 

Los inferis por su parte, no habían atacado ni a la primera ni a la segunda fila. De hecho, tampoco estaban yendo por la tercera. Curiosamente, cada uno había ocupado una posición estratégica en los flancos del enemigo. Detritus, pensó. Una capa rojiza de bruma la cubrió a ella y a sus dos sirvientes, dejando a uno por fuera únicamente porque este seguía dando tumbos hasta la parte trasera de la contienda, ignorado por los demás. Cada vez que alguno de los miembros del ejército intentaba tocarlos o hacerles daño, el escudo parecía repelerlos como si no estuvieran haciendo nada. Y sin más remedio, no veían otra opción que no fuera retroceder ante ellos.

 

Esto estaba creando un efecto interesante, una especie de embotellamiento. Con ellos trazando una cintura en sus costados, sólo podían hacia delante o hacia atrás y como era evidente, si pasaban la línea se encontraban con fuego o con fantasmas, que los impulsaban a una muerte segura. Intentando volver, el Inferi olvidado los detenía y poco a poco, el ejército fue bajando hasta ser un grupo numeroso pero ya no tan peligroso como antes. La bruja sonrió con malicia, mostrando toda la hilera de dientes blancos y perfectos antes de lanzar el último hechizo mortal.

 

Fuego Maldito —sentenció, apuntando al frente con diversión.

 

Ésta vez no necesitaba ni de la velocidad ni de la altitud de un Fénix, sino de la potencia de su ataque y algo más agresivo. Por ello, tres Hipogrifos se formaron de una llamarada si se quiere más poderosa que la de antes y se abrieron paso a galope a través de la horda de enemigos. Uno directamente hacia el frente, otro dando un salto sobre el primero y el tercero, como una escoba, limpiando todo en un planeo muy lento que terminó con gritos y el desagradable olor a quemado. Sus inferis, intactos. Los humanos, sin un razguño. Y los fantasmas, tan aburridos como en un principio.

 

—Perfecto.

 

Un movimiento de varita extinguió el fuego, dejando sólo cuerpos incinerados en la arena manchada por el polvo azabache y algo de sangre que no sabía, ni quería saber, de dónde provenía. Dedicó una reverencia a los fantasmas que, a pesar de su distancia, repitieron la misma acción con ella. Eran iguales, a pesar de que sus circunstancias eran distintas a las que fueron suyas en vida. Los inferis cayeron con un golpe seco en la arena y los vivos, aún algo sorprendidos por la rapidez de su plan, se le quedaron mirando perplejos por su tranquilo semblante. No había sudado, ni una gota y tampoco parecía agotada. No por nada era un Ángel Caído de la Marca Tenebrosa, las batallas eran algo con lo que había crecido en el bando.

 

No les dijo nada, se limitó a hacer otra reverencia, más corta y menos formal que la que le había dedicado a sus antepasados mortífagos. Pero no menos respetuosa. Los liberaba de su deuda y así, podrían irse. Como fuera que quisieran irse, por supuesto, porque no había modo de llegar a la otra orilla. Sin guardar la varita, transitó sobre el desolado campo de cadáveres que había creado como su ama y señora. La muerte y ella eran una sola por más de un motivo, algo del día a día. Y con ese pensamiento atravesó el laberinto sin un ápice de remordimiento. Sólo que al salir, encontró un cuerpo más tendido en el césped.

 

Era una mujer y la reconocía, por supuesto que sí. Se trataba de un miembro de la Orden del Fénix, una de las mujeres que había salido a la luz con la insignificante revelación del bando contrario al suyo. Con la punta del zapato, movió su barbilla para verla bien. "Si te parece bien". Esa había sido la última aclaración de Báleyr. No, no le parecía bien traer a la vida a una Traidora a la Sangre. Había muerto por una maldición asesina y esa era la única bondad que había merecido en vida, no la traería de vuelta sólo por una clase. Esa era su verdad y su decisión. La había educado para traer a la vida, no para traer a la vida a todo el mundo. Por eso volvió a pasar por encima de ella en completo silencio, subió las escaleras de la pirámide y se postró delante del hombre, segura de sí misma y con una mirada que delataba por qué no la había revivido.

 

—Maestro.

"%20alt=YwwEbg4.gif


"%20alt=


"%20alt=hQEsmVo.gif3lqIQgZ.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

  • 3 semanas más tarde...

- ¿Lista para entrar?

 

La prueba se estaba alargando más de lo necesario, más de lo que otros alumnos habían tenido que soportar. Leah estaba arrodillada frente al viejo, cerca de la puerta para enfrentarse a la prueba final, aquella en la que Báleyr no podría asistirla a menos que su vida corriera peligro, e incluso entonces sus acciones estaban limitadas. De la oscuridad del umbral comenzaron a salir brazos fantasmagóricos, lenguas llameantes de fuego negro avivadas por la sola presencia de la alumna. La llamaban desde lo más profundo de la pirámide, invitándola a entrar con su fuerza invisible. El Arcano extendió el bastón hacia la puerta y las llamas se separaron.

 

- Lo único que te puedo asegurar es que la prueba no va a ser fácil. Mis barreras eran un mero preámbulo para lo que está por venir. He aquí la verdadera prueba final, ¿estás lista para encontrarte con tu destino, Leah Ivashkov?

 

Báleyr en su vida había visto dos pruebas iguales. Cada uno de los alumnos que había preparado se habían tenido que enfrentar a retos diferentes, tan personales y distintos que no se atrevía a hacer conjeturas acerca de lo que viviría Leah. Allí dentro se tendría que enfrentar con una magia antigua, oscura y mucho más poderosa que la que Báleyr poseía. ¿Sería capaz de salir con vida? Inspiró hondo. Pocas veces podía albergar alguna esperanza.

 

- Estaré esperando aquí afuera - le tendió un anillo, similar al que llevaba puesto- con este anillo podré estar en contacto contigo en todo momento mientras realizas la prueba, aunque no puedo intervenir. Me temo que todo va a depender de ti una vez cruces el portal.

nuRQYmF.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Las palabras de su maestro no resultaban alentadoras, como de costumbre, sino curiosamente pesadas. Cada consejo se reflejaba en su mente como una tortura psicológica muy leve, efectiva, pero mínima. Sentía presión y algo de temor. Temía por su habilidad, el tiempo perdido y la opinión del Arcano, que dudaba sinceramente que estuviera pensando en si las cosas saldrían bien. Temía por su orgullo y con lo que podría ver dentro de aquél portal, pero más que todo temía por no demostrar lo que había aprendido en las semanas pasadas con Báleyr. Inspiró hondo, cerrando los ojos durante un instante que pareció eterno y volvió a abrirlos cuando el hombre le entregó un anillo similar al suyo.

 

Asintió secamente, sin responderle, pasando el anillo por su dedo anular con un ritual casi tan mágico como el poder que desprendía el frío metal. Y como era de esperarse, no lo miró cuando entró al portal. El estómago se le revolvía cada vez que pasaba por un portal como aquél, recordándole a la sensación que quedaba al tocar un Traslador segundos antes de que se activara. Así que cuando cayó en la completa oscuridad, torpemente por la falta de visión, sintió cómo las tripas saltaban en su interior como si se hubieran desprendido. Cubrió su boca temiendo escupir algo vital y solo entonces notó que tenía las manos heladas.

 

Como demonio, solía mantener una temperatura tan alta que resultaba preocupante para el resto de los mortales. El detalle no sólo llamó su atención, sino que activó todas las alarmas que podía tener. Sino había peligro cerca, debía estar en un lugar muy, muy, profundo del plano de los muertos. No podía ver nada y aunque encendió la varita con un murmullo, no iluminó nada más que su cuerpo y parte de una capa fina de líquido que cubría el suelo, azabache como el resto. Tragó saliva, confundida y con la sensación de estar atrapada llegando a sus tuétanos, antes de empezar a andar. Caminó durante cinco minutos, buscando algo que ella misma desconocía, hasta que prestó atención a lo que había alrededor.

 

El constante murmullo de un viento inexistente la rodeaba, llegaba de todas las direcciones y trataba de decirle algo, muy por lo bajo, como un colibrí invisible que quisiera transmitir su mensaje a través del vertiginoso movimiento de sus alas pequeñas. Supo lo que tenía que hacer entonces, por lo que se preparó para comenzar la prueba con un único suspiro. Alzó la varita, canalizando la energía de su cuerpo hasta hacerla correr por sus venas a voluntad, como una oleada de algo palpable que sólo ella podía ver; la envió a su brazo y la paso como una extensión a la vara escarlata, hasta que ésta vibró como si estuviera cargada, como un arma cualquiera.

 

Memoria Aeterna.

 

Al pronunciarlo, un murmullo se hizo mucho más fuerte que los demás después de que un destello azulado resplandeciera en la punta de su vara de cristal.

 

"Haz caso a tu padre"

 

Tembló de pies a cabeza como si el agua fría del suelo se hubiera convertido en una ola, bañándola en un arranque de violencia repentina. Era una voz amable aunque torcida por el tiempo que había pasado en la penumbra, opacada por el dolor y un dejo de diversión que la volvía temible, al menos para ella. Era la voz de quien había sido su madre adoptiva en algún momento, aunque había algo detrás, el sonido de algo que parecía cubrirla, empujarla hacia atrás. La luz azulada se había alejado como un halo hacia el horizonte y aunque sólo quedaba el rumor de su resplandor, podía percibirlo en la lejanía, marcando su ubicación.

 

Dudó, no podía disimularlo a Báleyr, quien observaba, porque tampoco pudo hacer la vista gorda para sí misma. Dudó en avanzar y dudó si valía la pena enfrentar algo tan cruel. No por la muggle, sino porque ella había sido la causante de su muerte. Apretó los dedos entorno a la suave superficie de cristal, cálida, lo único cálido que tenía cerca y se concentró en los acelerados latidos de su corazón, marcando a raíz de ellos el ritmo de sus pasos. La infinidad del paisaje se hizo corta, demasiado corta. Y no tuvo que aguzar la mirada para ver lo que tenía delante, porque lo vio un minuto antes de acercarse lo suficiente para olerlo.

 

Era una masa similar a la que había ayudado a destruir antes, una mezcla grotesca y desagradable de muchas almas sobrepuestas que desprendía un olor mil veces peor de lo descriptible. Si antes se le había revuelto el estómago, pese a las prácticas que había tenido con humanos en la clase, ahora estaba segura de que si abría la boca escupiría todo el sistema digestivo. No había ojos, ni rostros, ni bocas. Aún así, sentía cientos de miradas posadas en ella, escuchaba las risas ahogadas y se sentía juzgada por desconocidos, como si estuvieran ahí, vivos delante de ella y listos para agregarla al bulto que habían creado con el paso de los siglos.

 

Decidió que no era momento para ponerse romántica ni mucho menos, debía trabajar y demostrar lo que había logrado en poco tiempo, tomando en cuenta la experiencia de su maestro. Miró la masa acercarse lentamente, como si pesara una tonelada y cortó el movimiento con uno suyo, veloz, un giro que trazó un círculo a su alrededor. Posteriormente, empezó el cántico egipcio que había memorizado más que bien, realizando una serie coreografiada de movimientos de la mano izquierda, trazando dibujos que pronto empezaron a tomar forma y color en la oscuridad. Rojos, como su aura y todo lo que la envolvía.

 

¿Qué acaso no me recuerdas?

 

Estoy aquí por tu culpa.

 

Haz caso a tu padre, Leah.

 

¿Tienes miedo?

 

Eres una chiquilla.

 

Cerró los ojos y prosiguió, tratando de no escuchar. Pero el hechizo estaba hecho para que escuchara, así que no había nada que pudiera hacer.

 

¡Me mataste!

 

Abre los ojos, ¡cobarde!

 

Los abrió, sí, pero para terminar el hechizo. La vara de cristal se estiró hasta convertirse en un pequeño bastón y aunque tuvo que renunciar a una parte de su fortaleza para hacer lo que hizo, envió su energía hacia delante para disolver la masa que estaba ya encima de ella. No sabría decir cuántas almas se desprendieron en ese momento, ni cuántas parecían encolerizadas por ello, porque la oscuridad y una leve capa de lágrimas le impedían ver más allá de una negrura intensa. Repitió el hechizo, esta vez en voz alta, intentando alejar así a la masa de sí.

 

Ésta vez sintió dolor, en el alma, en los músculos, en los huesos. Pero no se detuvo. Cada movimiento salía más lento que antes, mucho más pesado y cada palabra se alargaba al máximo, como si le estuviera costando hablar más que cualquier otra cosa. Pero al terminar y enviar el hechizo hacia delante, lo hizo sin vacilar como la primera vez. Más almas se desprendieron y más de una trató de acercarse demasiado, por lo que tuvo que defenderse. Y aún asi, no paró.

 

Dos, tres veces más cantó lo que Báleyr y el Grimorio le habían enseñado, sintiendo el anillo calentarse cada vez que perdía la fortaleza a un punto de quiebre inminente. Hasta que sólo quedaron dos almas. No se atrevió a mirar cuando se separaron, porque ninguna de ellas hablaba. Porque eran o habían sido personas que había conocido. Ésta vez fue menos brusca y las almas se separaron de una vez, sin protestar o arremeter contra ella. Cayó al suelo agotada, sintiendo cómo todo lo que ella era se quedaba en ese limbo al que había llegado y no miró cómo el primer asesinato que había cometido quedaba perdonado, después de tanto tiempo. No llegó a ver cómo se alejaban despacio, porque se desmayó antes de poder hacer algo.

 

 

La luz le lastimó los ojos cuando separó los párpados y un intenso dolor de cabeza le recorrió la cabeza de atrás hacia adelante, como si una flecha estuviera clavada en su nuca. Temblaba ligeramente y sentía frío, lo que era una señal de debilidad imposible de ocultar. Pero aún así lo intentó, porque Báleyr estaba cerca y la observaba. Ella misma no había salido de la prueba, a menos que hubiera terminado con exito antes de desplomarse. ¿Y si él la había tenido que socorrer? Apretó la mandíbula, sintiendo dolor hasta en los dientes y se armó de tripas corazón para sentarse de una sola vez y, luego, ponerse en pie. Estaba más pálida de lo normal y de nuevo daba la sensación de estar rota, dentro, muy dentro de sí. Bajó la cabeza.

 

—Maestro.

"%20alt=YwwEbg4.gif


"%20alt=


"%20alt=hQEsmVo.gif3lqIQgZ.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Faltaban pocos minutos antes de que los primeros rayos de sol rompieran la oscuridad de la noche, era ese instante en el cual el silencio parecía pender de un hilo antes del amanecer y las sombras se alargaban pesadamente sobre toda la tierra. El nigromante se encontraba todavía de pie, erguido como una estatua incansable con su ojo azul indagando el infinito, apoyado en el bastón con ambas manos, a unos cuantos pasos del portal cuyas lenguas de llamas negras se batían de forma arrebatadora hacia él, sin alcanzarlo. Dentro, Leah Ivashkov llevaba horas enfrascada en una guerra que solo ella podía librar y ganar.

 

El portal podía llevar hasta la magia más profunda y despertar los secretos de cada persona con una facilidad abrumadora, jugar con la mente y los limites de los magos hasta llevarlos al borde de la locura, e incluso de la muerte. Por eso, a cada estudiante se le entregaba un anillo especial que trazaba un vínculo durante la prueba entre Arcano y pupilo con el fin de evitar ese tipo de sucesos. Él veía lo que ella veía, sentía lo que ella sentía como si estuviera a su lado, como si él estuviera haciendo la prueba. Sin embargo, las precauciones muchas veces no habían sido suficientes, no siempre habían podido salvar a todos los alumnos de las garras de una muerte cruel y solitaria. Parte de los riesgos que se corrían al examinarse para habilidades tan difíciles y avanzadas.

 

¿Entrar o no? Leah parecía fatigada y perdida. La prueba estaba comenzando a hacer mella en su energía, sobre todo en su confianza. Un paso al frente y la habilidad que tanto ansiaba la Ivashkov se le escaparía entre los dedos. ¿Lo haría? No. Se mantuvo firme en su puesto como un guardián seguro de que si entraba le haría más daño. Tendría que resolver la prueba sola.

 

Estiró los dedos sin pestañear, seguía con la mirada fija en un punto invisible, con el rostro inmutable y ensombrecido. Los cabellos grises y las arrugas eran lo único que delataba su avanzada edad, por lo demás, parecía un hombre en la flor de la vida, fuerte y ágil capaz de aguantar sin problemas esa larga espera de horas. Lo llevaba haciendo tanto tiempo que casi era un ritual al que se consagraba con total disposición. No había nada más importante para él que los nuevos nigromantes que salieran de la Universidad fueran magos realmente preparados y aptos. No iba a arrojar al mundo ineptos llevando consigo sus preciados conocimientos.

 

Las llamas frente a él se avivaron con especial luminosidad. La estancia de la estrella de las siete puntas se aclaró por completo mientras el portal se abría, dejando salir un cuerpo envuelto en llamas azules que fue cayendo al suelo a medida que avanzaba.

 

- Leah Ivashkov -el anciano extendió su mano sobre ella, sin agacharse. Las llamas desaparecieron-. Comenzaba a impacientarme.

 

El portal volvió a la calma cuando el sol del amanecer comenzó a colarse en la estancia.

 

- Lo has hecho muy bien. Enséñame tu anillo.

 

El Arcano se acercó para inspeccionar con su único ojo el anillo de aprendiz, enseguida, posó su mano sobre él.

 

- La magia te reconoce como Nigromante. Desde ahora portas el anillo de la habilidad con el cual quedas vinculada a la prueba y a la habilidad para siempre. No podrás enseñar nada de lo que has aprendido ni de lo que aprendas, pero podrás seguir aprendiendo y practicando por tu cuenta. Para ti el camino acaba de comenzar.

 

El Arcano soltó su mano para que Leah pudiese ver el cambio que había sufrido el anillo que debía llevar con orgullo. Ahora ambos podrían marcharse de ahí después de una noche larga y extenuante.

 

- Cuando me necesites, ya sabes donde encontrarme.

 

 

 

nuRQYmF.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Guest
Esta discusión está cerrada a nuevas respuestas.
 Compartir

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.