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Aritmancia~ Enero 2017


Mery Gaunt Karkarov
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Para la sorpresa de la pelirrosa, aquel mes, justo el primero del nuevo año, había sido regado de alumnos para el conocimiento de Aritmancia. Y para su alegría, era ella quien impartía la maravillosa clase. Obviamente nótese la ironía.

 

- Si al final voy a llevar razón -gruñó la pelirrosa mientras caminaba por los pasillos del Ateneo-. Anne me odia más de lo que imaginaba -pateó la puerta de su aula, en la cual había un cartel que ponía "Aritmancia" acompañado por unos números juguetones y bailarines, los cuales, la mayoría de las veces, hacían que la gente entrara con emoción a la clase.

 

Alzó su varita y al instante las cortinas se recogieron, haciendo que la clase quedara totalmente iluminada por la luz solar. Pudo comprobar como el material que había pedido hacía dos meses atrás por fin había llegado.

 

Se trataba de unos números de unos 45 centímetros hechos por goma espuma y forrados por telas de colores, un total de nueve números, exactamente los nueve principales.

 

Se sentó en su escritorio y sacó tres notas, las cuales habían llegado a sus manos por parte de la Directora, indicándole que en cada una de ella se encontraba el nombre de uno de sus alumnos. Así que, de manera obvia y lógica eran tres.

 

Quiso abrir los sobres y saber quieres eran los alumnos, pero en vez de eso sacó las piedras de color verde que siempre llevaba en su maletín, colocó una encima de cada sobre y, con un giro de muñeca y varita, tanto los sobres y las piedras desaparecieron del escritorio directas a sus destinatarios.

 

Cada gema verde haría de traslador hasta aquella misma aula, donde Mery estaría esperándoles con una sonrisa en su rostro, aunque lo que más quisiera fuera matarlos uno a uno.

 

Miró toda la sala, la clase parecía prometer bastante, incluso podía decir que sería la mejor que iba a impartir, pero claro, sin saber quiénes iban a ser sus alumnos, no podía afirmarlo al cien por cien, pero es que ese número cuatro, justo el que estaba enfrente suya a tres o cuatro metros, le decía que iba a ser así, que debía de confiar en aquella clase.

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Los ojos negros del Rexdemort se clavaron inmediatamente sobre el sobre de papel, después miro con curiosidad la piedra verde sobre su pequeña mesa de madera y llevando su mano sobre su barba suspiro. –Un traslador. – Poniéndose de pie, para ponerse un suéter gris y tomar su varita.

 

Leyó de nueva cuenta la carta, termino de un sorbo su té negro y se preparó para tomar el traslador.

 

 

 

-Aritmancia. – Dijo al estar parado enfrente de la puerta de madera y leer lo que tenía encima, tomo aire y abrió la puerta para entrar.

 

En silencio, el chico con los tentáculos tatuados en el cuello entró en la sala. Lo primero que noto fueron esos números de colores brillantes. Pasó su mano sobre su cabello negro y prosiguió investigando la habitación hasta notar a una figura en la misma.

 

Giro la cabeza al lado y levanto una ceja. – 15, quizá 17 años.- Pensó el hombre y observo a la niña con cabello rosado sonriendo.

Axel respondió con una sonrisa bajo aquella tenue barba, y su mente empezó a maquinar para donde se dirigía la clase, al notar que se encontraban solos en el aula.

 

-Hej, Usted debe de ser la profesora. – Se acercó un poco el mago, ofreciendo su mano derecha y un beso en la mejilla izquierda como saludo. –Una metamorfomaga, o quizás un vampiro. – Pensó el hombre al alejarse, sin dejar de sonreír.

 

-Axel Rexdemort, mucho gusto. – Rasco un poco la cruz tatuada sobre su sien y dio un par de pasos hacia atrás. –Debo de ser el primero en llegar.- Su acento danés a veces hacía imposible entender las palabras de Axel pero en ese caso, se notaba un poco de emoción. Desde hace algo de tiempo Axel tenia anhelo de aprender sobre los números y su relación con la magia.

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El sobre se materializo al frente de mis libros, había optado por pasar ese día leyendo en la biblioteca de la mansión, uno de mis entretenimientos favoritos, curiosa agarre el sobre del cual cayo una piedra, la carta era corta solo una bienvenida a mi primer conocimiento, emocionada tome mi chaqueta y me la coloque encima de la remera blanca.

 

Tome la piedra sintiendo el conocido gancho en mi ombligo y reapareciendo al frente a una puerta con el letrero Aritmancia respire hondo y abrí la puerta encontrándome con dos personas una la conocía de vista, ese cabello y el porte que tenia eran inolvidables, al otro no lo recordaba en absoluto.

 

-Hola espero no haber llegado tarde- incline la cabeza hacia cada uno y tome asiento un tanto alejada.

 

Esperaba ver en el aula a uno o mas conocido, mi primo no había logrado anotarse y mi mejor amigo había optado por otra carrera por lo que me sentía un poco sola y abandonada, mas porque me había anotado por insistencia del primero.

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¿Por qué tenía que ser un traslador? ¡Los odiaba tanto! Para empezar, el sentimiento nauseabundo de estar siendo arrojado desde el ombligo ya era un no de entrada. Pero lo peor surgía parte de su propia paranoia. El tema de los trasladores es que nunca sabés hacia donde bien vas a llegar. Por eso nunca los usaba, salvo que realmente sea él el que estuviese encantando en el objeto. Y es que su expresión al ver esa piedra verde fue una mezcla entre susto y pánico repentino. De ahí que la dejó tal cual había aparecido frente suyo, en el escritorio de su local.

 

Era como un pequeño recordatorio de sus deberes facultativos. La clase de Aritmancia ya se había preparado para comenzar y esta vez no pretendía llegar tan tarde, como la de Astronomía y su fallido intento en Runas Antiguas. Un flash en su cabeza le permitió repensar esa novedad de hacer las clases en lugares exóticos y rogó a cuanto ser celestial que ese no eso no se repita. Lo que él postulaba, para estar en contra de estos pequeños viajes de capo era una mezcla entre disgusto y necesidad de comodidad ¿Por qué desperdiciar las bellas instituciones como era la Universidad? ¿Siendo que, bueno, toda la comunidad mágica pagaba por eso?

 

- Buen día.

 

Llegó bien al salón. Suponiendo que ya conocía medianamente los espacios y bueno, esos números que daban la bienvenida eran inconfundibles. Sus ojos estaban cansados, al igual que su paso largo. Desde el atraco a Hemu, producto de la borrachera anterior con un par de mortífagos más no había podido pegar un ojo. No había peor cosa que Orión con una pizca de resaca y mucho sueño.

 

Bostezó al entrar. Se refregó el ojo izquierdo y observó. Los conocía a los 3. No dijo mucho, más que un ademán con su cabeza y procuró buscar un asiento. Con su varita hizo aparecer un libro oscuro, tinta y pluma. Por último apoyó el codo y a su vez, su cabeza.

 

- Perdón por la tardanza. Lindos números por cierto.

 

Era un día claro, pero frío. El invierno estaba pegando más duro que nunca en Ottery. Cada tanto, una fuerte brisa se levantaba, acariciando con fuerza los ventanales. El salón estaba casi vacío, a no ser por ellos, algo que acostumbraba ver entre tanta comunidad mágica, que a veces, se rehusaba del conocimiento. Por último y como había entrado en calor, dejó el saco de cuero a un lado.

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La sonrisa infantil del muchacho Rexdemort se hizo más evidente al escuchar entrar a otra persona a la sala. – Al menos no estaré solo.- Pensó mirando de arriba abajo a la mujer que recién entraba, era muy aburrido llevar clases con una sola persona. –Hej.- Hizo un ademan a la joven pero esta parecía un poco más concernida en sus pensamientos. Axel le dedico una sonrisa fugaz a la profesora y tomo asiento en la primera línea, estaba emocionado aprender un conocimiento nuevo siempre era algo que le emocionara al Warlock,

 

Suponía que solo serían los tres, pero el sonido de la puerta le dijo que no estaba en lo correcto.

 

-Hijo de… - Susurró al ver al hombre que entraba despreocupado al aula, sus negros ojos se clavaron de inmediato sin perder pista de sus acciones. Escucho el saludo del Black sin dejar de mirarlo fijamente.

 

Se levantó lentamente y camino hacía el hombre, aun con la sutil sonrisa. – Orión…- Llevo su mano derecha al cuello de ropa del Black y lo levanto a la fuerza con una sola mano. Una escena un poco extraña considerando que Axel era algo más pequeño.

Sujetaba del cuello a Orión, su puño izquierdo estaba apretado y listo, en cualquier momento le azotaría la cara.

 

-¿Por qué no me dijiste que Gabrielle está viva i******? – La sonrisa del tatuado desapareció casi instantáneamente y su grave voz se hizo más notoria. – Sabes cuánto la amo y no me dijiste que estaba viva.- Su respiración se ponía cada vez más tensa y no dejaba de ver los ojos de Orión.

 

Levantó un par de milímetros del piso al gran hombre y lo soltó. –Hablaremos después de eso. – Soltándolo y suspirando resignado, que ganas tenía de darle un puñetazo a su cuñado o dejarlo en el mundo de los muertos.

 

Noto que las mujeres lo veían, por lo que solo suspiro de nueva cuenta y sonrió con la mirada. – Una disculpa profesora. - Se alejo y volvió a su lugar, para volver a tomar asiento.

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Los pies de la Gaunt se balanceaban hacia delante y detrás, demostrando así la desaparición de la poca paciencia que le quedaba. Suspiró, miró la hora y miró la puerta. ¿Qué le pasaba a la gente? Tocar la piedrecita no era algo en lo que se necesitara un máster, y tampoco leer una carta.

 

Suspiró, volvió a mirar la hora, repitió el bailoteo de sus pies en el aire-. Quizás no venga nadie… -pensó mientras miraba la punta de sus pulgares de los pies. Alzó la mirada hacia la puerta y enarcó una ceja.

 

Barba, ojos negros, tentáculos en su cuello. ¿De dónde se había escapado aquel muchacho? Sintió gana de sonreírle y decirle alegremente que saliera de su clase, que no quería estar rodeada de gente un tanto desaliñada y con su cuerpo lleno de tinta. Su mirada voló a la cabeza, ¿aquello era una cruz? El asco estaba reflejado en la cara pálida de la pelirrosa.

 

- Si, yo soy la profesora –salto del escritorio y se colocó de pie, a unos meros del joven, quien parecía darle absolutamente igual la intimidad y zona de confort de la mortífaga.

 

¿Acababa de besarle la mejilla?, ¿en qué mundo vivía aquel chico? Un escalofrío recorrió su espalda y, de la manera más disimulada que pudo, limpió su pómulo izquierdo. Siempre con una sonrisa en su rostro.

 

Había comenzado a agobiarse, ¿dónde estaban los demás alumnos? Necesitaba con urgencia ver una cara conocida allí, alguien con el que se le olvidara aquel hombre que tenía sentado, con un brillo en los ojos de emoción y una sonrisa de niño pequeño. Se acercó a una ventana, encendió un cigarrillo y comenzó a fumar, ¿qué otra cosa podía hacer?

 

- Mery Gaunt –se presentó Mery con la voz distante-. Un placer Axel –sonrió, una sonrisa llena de frialdad y mentira. Odiaba conocer a gente nueva. Pero había algo qué si le gustaba de aquel desconocido, su nombre.

 

Volvió a mirar hacia la puerta, la segunda alumna acababa de llegar. Sonrió al ver esa cara. No eran amigas, pero si conocidas, guiadas por las mismas personas y el mismo sentimiento. Al menos así debería de ser.

 

- Alegna, que alegría de verte –sonrió la vampiresa con un brillo de esperanza en la cara. Ya no estaba sola ante el peligro-. No, no llegas tarde, todavía queda alguien por llegar –su mirada se clavó de nuevo en el tal Raxdemort, intentando averiguar de qué le podía sonar su cara, su nombre.

 

Pero nada.

 

Miró hacia la ventana, ausentándose de la clase. Los pájaros se refugiaban del frío entre las ramas y hojas de los árboles, los cuales eras azotados por el frío viento. Y ahora que veía que el aire comenzaba a entrar en el aula, se dio cuenta de que el olor a sangre humana había sido impregnado en toda la habitación. Rodó los ojos y suspiró, debía de mantenerse, siempre debía de ser así.

 

La respiración pesada de alguien de la clase hizo que Mery se girara rápidamente.

 

Encontró una escena bastante divertida. Comenzó a avanzar hacia los dos jóvenes, descubriendo que uno de ellos era Orión, una persona que tampoco es que Mery adorara, al contrario, podría decir que tenía unas ganas de matarlo impresionantes. Pero siempre estaba el bando de por medio, así que debía aguantarlo.

 

- ¡No te disculpes Axel! –gritó Mery con una carcajada-. Al contrario, te dejo que prosigas, yo encantada de ver como se muere –sonrió de oreja a oreja y se alejó, sentándose de nuevo en el escritorio.

 

Miró al Black, clavando su mirada en los orbes azules de éste. Le sonrió y saludó con una mano, como su fuera una niña inocente que nunca ha roto un plato en su vida. Pensó en su sangre recorriendo el suelo de su aula de Aritmancia, en cómo quedaría saciada por varios días. Notó sus ojos oscurecerse y tornarse rojos.

 

Anne.

 

- Aunque mejor no lo hagas Axel –sintió como una corriente eléctrica recorría su espalda. Si su madre Anne se enterara de que alguien había muerto en el Ateneo la que liaría sería pequeña, y ni que decir de si se enterara de que había sido en la clase de Aritmancia donde Mery daba las clases-. No quiero a la directora Anne detrás de mí –suspiró y se levantó, colocándose frente al pizarrón verde.

 

Escribió los números del 1 al 9, separados por guiones para que así tuvieran un espacio considerado.

 

- Si hablamos de la Aritmancia podemos sacar muchos significados, muchos resúmenes y teorías de varios países –se giró para hablar de cara a los tres alumnos-. Pero, no tenemos todo el tiempo para estudiar cada disciplina de la Aritmancia y todos sus estudios, ya quisiera yo –rio y señaló los números que había escrito-. La Aritmancia es la disciplina que estudia las propiedades de los números, de los cuales podemos sacar una predicción del futuro a base de éstos mismos –explicó brevemente-. En ésta clase nos vamos a centrar en eso justamente, la predicción del futuro –caminó hasta el centro del aula e hizo aparecer tres regalos.

 

El primero de todos, con un envoltorio de color verde lima, se podía observar tres números, el 23, el 8 y el 15, además de 7 pájaros. El segundo regalo, más pequeño, estaba envuelto en papel de color rojo, en el cual había seis números, el 8, el 67, el 34, el 55, el 1 y el 9. Por último, el regalo del papel de color azul cielo, estaba formado por veinticuatro piezas de puzle y tres números a cuatros, ambos dibujados encima del envoltorio.

 

- Bien, quiero que cada uno escoja uno de los regalos y lo observe bien –volvió a caminar hacía la pizarra-. Para poder tener una predicción medianamente exacta tenemos que saber que cada número posee un significado único y especial mediante el cual podemos descubrir infinidad de cosas –rascó sus ojos y crujió los huesos de su cuello con un movimiento circular-. Esto quiere decir que jamás podemos tener un número compuesto para absolutamente nada, SIEMPRE –recalcó la palabra con lentitud y vocalizando bien-. Tenemos que llegar a un número simple, un número del uno al nueve –sonrió y se sentó en la mesa-. Para llegar al número simple debemos de hacer sumar entre los números compuestos y simples que encontremos hasta que quede solamente uno solo –no sabía si la explicación había quedado clara del todo, pero le daba igual, ellos tenían boca para preguntar las dudas-. Espero, por la cuenta que os trae, que hayáis apuntado algo de lo que he dicho –comentó frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.

 

Miró hacia la ventana, e la cual había estado fumando hacía minutos atrás. Se le había olvidado cerrarla y por eso quizás su pelo no había dejado de moverse de un lado a otro en su explicación. Un giro de muñeca con su varita y las puertas de la ventada quedaron selladas.

 

- ¿Alguna duda? –preguntó sonriente-. Podéis ir analizando cada uno vuestra caja, ver que números y figuras tienen y llegar hasta el número principal –comenzó a balancear de nuevo los pies mientras observaba a cada uno de los alumnos.

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Encima que la cabeza se le partía a la mitad, Axel se había tomado el atrevimiento de recibirlo de una forma… grata. Bueno, era entendible. El tipo estaba casado con su hermana, quien creía muerta, porque supuestamente se suicidó y todo eso. También lo creía muerto a él. Pero él también creía muerta a Gabrielle. En fin, toda una descripción digna de un drama. Y es que le hubiera avisado si realmente hubiera tomado conciencia en aquel encuentro furtivo en el local-vivienda de Axel.

 

Sintió su cuello apretándose. No podía reaccionar, siendo que esperaba un abrazo más que una patada simbólica a los genitales. Y si contestaba con la misma violencia, iba a ser peor. Alegna y Mery eran también mortífagas. Él no era más que un respetado miembro de la comunidad mágica. La situación así se tensó, hasta que él le devolvió con una sonrisa a modo de agradecimiento por devolverlo al suelo.

 

- Hablaremos después de eso.

 

- Pero con alcohol de por medio. Así puedo devolverte el favor –le respondió, suspirando al unísono.

 

Ya sentado, con su pluma y tinta escuchó a Mery. Se masajeó la garganta y carraspeó varias veces. Diablos, sí que le había hecho daño. Pero Orión podía soportar peores golpes, como el no tener suficiente té por el resto del día. Su vista iba de la profesora, a Alegna, y de ella al tatuado. Se preguntó qué le había pasado a su marca tenebrosa. Dibujó una parecida a la que tenía en el pergamino: un zigzag, terminando en un triángulo con puntas redondas, la serpiente que no es venenosa.

 

Se espabiló cuando Mery pidió que elijan los envoltorios. Su vista se fijó inmediatamente en el azul cielo. Con un movimiento de la varita lo acercó hasta donde tenía sus materiales de trabajo. Lo abrió, dejó por un lado el envoltorio con los números y por el otro se puso a armar el rompecabezas, mientras pensaba en los números. Esto estaba fácil, al haber estudiado Adviniación, se podía acercar más fácil al resultado.

 

- Acá tenemos veinticuatro piezas –murmuró, apoyando su cabeza en su mano, mientras las movía buscando armar la imagen-. Y acá tenemos tres números cuatro, lo que suman doce. Si sumamos estos dos números, tenemos treinta y seis, y si de ahí, sumamos los esos dos llegamos a 9.

 

Había terminado.

 

- Nueve, el número principal es nueve. Lo que me lleva a pensar en una suerte de representación completa, por ser el último número. Siento que significa algo con conexión, porque el nueve tiene parte de todos los otros números, pero es algo completamente diferente.

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El saludo de Mery me enrojeció las mejillas no conocía a la bruja y la verdad me sorprendia que conociese mi nombre. También me pregunte si sabia lo que había tenido con un Gaunt de su familia y que relación tendrían ellos. El crujido de la puerta no me hicieron voltear pero si la voz del hombre que ingresaba la conocía, trabajaba con él y en una ocasión compartimos alguna bebida en la playa, nada emocionante pero al menos no me caía tan mal como a nuestro compañero que por lo visto en su actuar le tenia cierto “aprecio”

 

Sonreí mientras negaba con la cabeza y murmuraba un “neandertal” no era lugar de esa clase de disputa y menos una declaración de amor hacia…. Valla saber quien era ella. La carcajada de Mery me saco de mis pensamientos y abriendo mis ojos al ver como alentaba al muchacho a continuar y darle ese golpe que se veía que refrenaba. Suspire tratando de volver la atención a la clase, parecía que la profesora lo pensó mejor pues volvía a la clase

 

La Gaunt ahora mostraba unos paquetes casi al mismo tiempo que Orión el paquete rojo llego hasta mis apuntes. Seis números estaban envueltos en él, calcule mentalmente dándome por resultado el 3, numero completo que se podía ver en casi todo lo que hacíamos pasado-presente-fututo, nacimiento-vida-muerte, cuerpo-mente-espíritu, dormir-comer-cag… sonreí mientras pensé lo ultimo.

 

Este numero trataba de la plenitud, se podría decir que era completo, lo adoraba, mucho de lo que representaba me gustaba y me describía. Jugué con el envoltorio callada mientras con mi mano diestra anotaba lo que había descubierto de los números dados.

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Cerró los ojos y trago saliva, su cuñado que decía ser su amigo y todo por ese est****o culto de enmascarados negros. Axel tenía sus sospechas, Orión quizá seguía trabajando con ellos. Movía la cabeza rápidamente, Orión no podía ser tan tonto para seguir recibiendo órdenes, necesitaba pensar en otra cosa.

 

-¿Cajas de colores? – Levantó la vista, la primera prueba eran cajas de regalo. Miro las cajas, y se levantó por la última que sobraba la verde. Mirándola con curiosidad una vez que estaba en sus manos. Tendría que dejar el deseo de romperle la cara al Black para otra ocasión.

 

Frunció el entrecejo, no entendía nada de lo que decía la profesora. Blandió rápidamente su varita la cual se transformó en una pluma, mientras escribía los números rápidamente en una hoja de papel.

 

Los miraba concentrándose, no entendía la relación de los tres números. Cuando escucho a sus compañeros compartir sus respuestas.

 

-Si sumo todo…- Pensó el hombre, escribiendo un par de operaciones en la hoja. - ¿Y quizás tenga que dividir? - Llevándose la pluma a los labios.

 

-¿Siete? - Dijo en voz alta sin pensarlo. – El número es siete. – Sin dejar de mirar su hoja llena de tinta. El siete era un numero natural,muy usado en infinidad de cosas, como los colores del arcoíris o en la astrología. Axel termino de escribir, estaba seguro que el siete era el número que debía de encontrar.

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No hacía falta tener la habilidad de legilimancia para poder sentir la bronca que emanaba el Rexdemort. Orión, por su parte, le lanzaba miradas furtivas cada tanto. Quería observar cada detalle. Luego se lo iba a cobrar de alguna forma. No quería derrochar tanto aceite. No es que el tipo sea del rencoroso, al contrario, pero creía que Frenger estaba buscando ese tipo de encuentro, y como él es una buena persona no se lo podía negar.

 

- Ahora, tengo una pregunta. Ya tenemos todos nuestros números y no es que me quiera adelantar mucho a la clase.

 

Bajó la mirada luego, quería hilar bien las preguntas. Indudablemente, le parecía pésima la actitud de intentar demostrar más inteligencia que la profesora, pero realmente tenía unas dudas que evacuar y para algo estaba pagando con sus impuestos esa clase.

 

- ¿Hay posibilidades de que exista el… 0? ¿Cuáles serían los principios más importantes para determinar el o los números?

 

Cuando terminó de hablar se fijó en el rompecabezas ya terminado. Era una hermosa playa de la polinesia francesa. El Bora Bora. Le pareció extraño. Hacía muchísimo que no la visitaba y por su cabeza cruzó la típica idea de unas merecidas vacaciones.

 

- Entonces, el paso más importante es la obtención de un número simple. Pero ahora me estoy encontrando en una posición difícil para poder conectar el nueve con… esto.

 

Sintió un escalofrío recorrer su espalda. De las ventanas podía colarse el fresco del invierno que, aún con el sol radiante, se podía hacer presente sin problemas. Había dejado su saco a un lado de su asiento, llevando solamente un cárdigan sweater verde oliva del tío abuelo Hop. Se quedó viendo en Mery, algo en ella le recordaba alguien. Cortó un pedazo de pergamino en el que escribió alguna nota para Mery. Él también tenía asuntos que arreglar con ella.

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