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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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La noche se había puesto bastante fea. Había un par de truenos y refusilos que iluminaban la boca de lobo que era la escena fuera del castillo. Un fuerte viento se había levantado. Orión había llegado a los terrenos del castillo Black justo cuando se largó a llover a cántaros. Había pasado la noche y madrugada en la Torre Negra, recopilando la información crucial para los movimientos que había decidido con Gatiux.

 

Intentaba cubrir su cara con el antebrazo, mientras daba grandes zancadas. Ya estaba todo empapado igualmente. Tenía la cara pálida, había tenido una predicción, borrosa y todo desfigurada por sus problemas con la videncia. Sentía que había algo que estaba sucediendo por encima de ellos. Faltaban piezas en el rompecabezas. Y ese sentimiento no dejaba de causarle una leve angustia y preocupación en el pecho. Por lo menos, ahora tenían un camino a seguir. El tema era que no estaba preparado para accionarlo en ese momento.

 

Las habilidades cartográficas de Gatiux eran sorprendentes. Se había quedado con el mapa del supuesto lugar por descubrir y cuando se separó de ella en la madrugada de ese día, se dirigió a su oficina. Pasó el resto del día intentando traducir una visión que lo atacó, mientras miraba el amanecer. Era complicado. Ya no tenía la habilidad de antes, porque su propio lenguaje psicosocial había cambiado radicalmente.

 

Las botas chocaban contra la piedra, dejando un rastro de huellas húmedas que pobres elfos tendrían que limpiar finalmente. Tiró el sobretodo húmedo en uno de los sillones. Miró para todos los costados en la sala, no sabía siquiera a quién hablar primero. Sintió la voz de la Malfoy y con gran decisión, emprendió camino al comedor.

 

- ¡Estamos en peligro! –corrió y la tomó del brazo.

 

Nunca quiso matarla del susto.

 

- Tenemos que salir. Tuve una… especie de visión –tragó saliva-. ¿Recuerdas lo que te conté en mi oficina? ¿Qué fue lo que pasó?

 

Miró de reojo a Maida. Ella había estado presente en el recuerdo del pensadero de Greengass. Sobre aquella bruja. Meses atrás, Orión se había embarcado en una búsqueda de una reliquia mágica en un lugar un poco… prohibido. La sangre de los Blacks estaba contaminada por algo, algo que él recibió esa noche. No estaba todo muy claro. Pero había algo seguro. Orión vio una salvación. Un escape. Y todo indicaba, que el mapa de Gatiux era la clave.

 

- Cuando desaparecí, una hechicera vino por mi cabeza. La asesiné. Pero como toda magia tenebrosa, quedaron restos. Está por venir a buscarnos. La tormenta es prueba de ello. Debemos ir al Manor que vimos en el recuerdo de Fernando.

Editado por Orión Yaxley

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Gatiux se quedó congelada en el lugar mientras Orión la zarandeaba como un loco, gritando algo de estar en peligro. El corazón le comenzó a latir con furia mientras miraba alrededor, buscando al que parecía perseguir al mortífago que había llegado corriendo. El mero instinto de supervivencia hizo que su katana plateada apareciera en su mano diestra de forma inconsciente. Se sintió algo más segura cuando sintió el tacto del mango en la palma. Los cascabeles colgando tintinearon. Fue aquel ruído el que puso calma a la locura, centrando a la mujer de cabellos violetas.

 

Cuando logró centrarse, los ojos amarillos de la banshee le miraron fijamente, escuchando con atención todo lo que contaba. La importancia de los detalles. Tragó saliva, se estaban enfrentando a magia oscura que les sobrepasaba por mucho. Si los mataban en aquella ocasión no creía que pudiera haber vuelta de hoja ni jugar a la nigromancia como en la guerra que azotaba a la Comunidad Mágica.

 

- ¿Pero tienes nombres? ¿Te persigue sólo a tí?

 

Una pregunta ¡diota, puesto que si algo perseguía a Orión, también lo perseguía a ella. Si Orión no aparecía, sería Gatiux la primera persona que intentarían capturar para hacer chantaje emocional al mortífago. También desde el punto de vista del destino que compartían en aquel momento, si un problema se cernía sobre él también lo hacía sobre la Malfoy, porque no pensaba dejarlo luchar a solas aunque no supieran a que se enfrentaban.

 

- Necesitamos avisar a los demás. -resolvió la banshee- A cualquiera que creamos que esté involucrado contigo, está en peligro. Van a intentar atacar algún vínculo sentimental si no te obtienen a ti.

 

Miró a Maida y pensó instantáneamente en Luisitha. Si no se llevaban a la hermana, capturarían a la sobrina. Gente que se entregaría a cambio de que no le hiciesen daño a Orión, en chantaje inverso. A ellos también debían protegerlos. Tenían que huir rápido, pero no podían desaparecer sin más. Conjuró unas hojas de papel. Se había pasado la mañana investigando el paradero del Manor que vieron, por lo que escribió unos números (coordenadas), de dónde tenían que reunirse de forma urgente.

 

- Tenemos que enviar esto a todos aquellos que se meterían en problemas por tí e intentarían salvarte. Y a tu descendencia directa.

 

Corrieron hasta la lechucería, allí, empezaron a atar a las patas de las aves aquella escueta nota, indicándoles a quienes tenían que encontrar. Gatiux corrió hasta su habitación y con ayuda de la magia comprimió varias maletas en una mochila que no pesaba nada, quizás el destino había querido que estuviera lista para salir corriendo en cualquier momento. Luego agarró unas cadenas que aunque parecían pesar demasiado eran livianas como una cuerda.

 

- No pienso dejar a Trasto aquí.

 

Sabía que la mera mención del cancerbero hacía temblar las piernas de Maida, se imaginaba que sería mucho peor cuando tuviera que caminar junto a la criatura, pero no pensaba abandonarlo a su suerte después de tantos años a su lado. Corrió por el jardín, descalza, sin importarle la tormenta o las gotas de lluvia que empapaban su cara. El perro se aproximó a su dueña y agachó el cuello para que ella enganchase la cadena. Volvió trotando hasta la entrada principal donde aguardaban Orión y Maida.

 

Huían de la tormenta y del funesto destino que intentaba darles alcance.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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La Black sostuvo a su hermana rodeando la cintura con un brazo, escuchando su grito ahogado y el temblor en sus piernas. No quería que se cayera. Esperó pacientemente a que se recuperara dando pequeños besos en su hombro y cuello, susurrándole mil y una veces lo mucho que la amaba hasta que la sintió rodar y presionar los labios contra los suyos. Acarició su mejilla y rió ante su comentario.

 

- Primero habría que ver si él aparece. Y luego seguro que despotricaría sobre el hecho de que sus hijas hagan incesto – Acarició su cabello y lo lavó tiernamente, procurando que el agua caliente callera sobre ella mientras le hablaba – Luego de seguro vuelve a irse.

 

Cerró la regadera y cubrió a Gabrielle con la toalla, sin dejar de mirarla a los ojos mientras lo hacía. Ya no podía esconder el amor que le tenía. La quería cuidar, como si ella fuese un pirata y la Delacour su tesoro más preciado. Y no estaba lejos, de hecho.

 

La vio empezar a quejarse ante las atenciones y le puso un dedo en los labios, riendo sonoramente con felicidad; sabía lo independiente que era su mujer, pero esta vez necesitaba atenderla. Le mencionó el hecho de que debían cambiar sus ropas para estar presentables y perfumarse para poder bajar, pero lo cierto era que se moría de ganas de llevar la fragancia que ella utilizaba en su piel.

 

- Creo que deberíamos comer algo – Mencionó mientras escuchaba el sonido en su estómago y la miraba apenada, encogiendo los hombros mientras sentía el arrebato de sangre en sus mejillas. Se debía ver graciosa.

 

- De paso podríamos hablar de ese tema… y si te deja más tranquila, me gustaría conocer a tu hija… Poder hablar bien con ella… cómo es… si salió tan inteligente y adorable como la madre.-

 

Observó vestirse a la Delacour con placer y le tiró un beso cuando se sintió descubierta, luego se dio vuelta e hizo aparecer sobre la cama un nuevo atuendo que debía de estar en su cuarto, pero que no iría a buscar hasta allá para ponérselo. Se colocó los pantalones de cuero negro que ya estaba extrañando, y que marcaban sus atributos de buena manera, y una camiseta blanca sin mangas, olvidando ponerse sostén antes de eso. No habría problema, la blusa no transparentaba en nada. Por último, hizo desaparecer su vestido azul y se amarró el cabello en una coleta alta del mismo color.

 

- ¿vamos? – Le dijo tendiéndole la mano a su hermana, haciéndole dar una vuelta antes de rodearle la cintura con un beso y besarle – Vos debés saber dónde está. Y sino, la buscamos. Pero primero… vamos por esa charla y unos bocadillos. -

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La actitud de Gatiux la hizo recordar a una de las pocas amigas que había conseguido en sus años del Instituto de Hechicería. ¿Charla de chicas? Ufff, hacía aproximadamente mil años que no tenía una de esas. Y mucho menos sobre intereses románticos que básicamente, ella no había tenido. La miró, así sonriente como estaba se le hacía familiar, y no por la vez que pudo verla en la Marca Tenebrosa, sino de otro lado, pero, ¿de donde? Quizá eran locuras suyas.

 

Es un Malfoy —comenzó con una sonrisa evocando la última vez que le había visto—, de hecho, cosa extraña me dijo que le gusto.

 

Si, aquellas frases eran muy de la muchacha de ojos azules, y es que quizá por el antiguo guardián que tenía, ningún chico se le había acercado antes. Ni decir coqueteado. No tenía muchas razones para sentirse como una chica linda que recibe invitaciones a salir todos los fines de semana. Como fuere, el apellido, se lo decía por un tema de reconocimiento, siempre le había gustado mantenerse en el círculo de familias que se sabíanb la inclinación sobre los linajes de sangre y eso.

 

¿Guiar espiritualmente? Si, lección uno como evitar ponerme roja cada vez que Nathaniel Malfoy me mira —dijo antes de reírse.

 

Le gustaba esta nueva etapa de su relación con la novia de su tío. Era genial, llevaba mucho tratando de ampliar su círculo de amistades con las chicas. Y si el Black la había escogido a ella, seguramente Gatiux era una mujer excepcional y especial. Iba a decirle algo cuando se vio tomada de la mano, escaleras abajo hacia la cocina del Castillo Black. Ahí, claro, había un elfo doméstico. Uno que no era Mushu, ¿dónde se había metido? No importaba, vio sobre la mesada algunas frutas y verduras esparcidas en cestos, lucían tan frescos que inmediatamente a Maida se le abrió el apetito. La otra mortífaga en cambio, le impartía órdenes e indicaciones al empleado del hogar.

 

Mientras esperamos, con tu permiso —caminó hacia una de las canastas y tomó una manzana entre los dedos— ¿Quieres una?

 

Una vez las indicaciones y disposiciones de la cena estuvieron claras, ambas salieron camino al lugar dónde debía llevarse a cabo la cena. La siguió con la mirada mientras mordisqueaba su fruta con tranquilidad. Una calma que graciosamente no sentía porque se moría de hambre y apenas se había dado cuenta, esperó que el elfo no demorara mucho. Escucho el tema de su madre y el Ministerio y le dio silentemente, toda la razón. Ella misma tenía pilas de papeleos puestos uno sobre otro en el escritorio.

 

Quién como tú, desde que yo entré al Ministerio y dejé de huirle a mis responsabilidades, me pasé al lado contrario, casi casi soy una adicta al trabajo —comentó antes de resoplar un tanto angustiada por si misma—, soy muy competitiva, vi que había una posición de Jefa de Oficina disponible y me puse a hacer méritos. Ojalá sirva de algo. Perdón, ¿puedo tratarte de tú? Apenas ahora me di cuenta y la verdad, no sé si te anduve tratando de tú o de usted. Estoy segura que en cuanto pueda, mamá vendrá a verme, siempre ha sido muy cariñosa conmigo, o bueno, al menos las veces que la vi y pude conversar con ella con tranquilidad. La verdad es qu...

 

No había verdad alguna. Tan apabullante como siempre, el Black —el que había sido sin querer, el motivo de la discusión inicial de ambas mujeres—, hacia una entrada medio dramática tomando del brazo a su pareja. ¿Y Maida? Ahí, bien, gracias. Sosteniendo una inocente manzana y tan asustada como seguramente lo estaría Gatiux. O no. Era su novia, seguramente estaba acostumbrada a esas cosas. Ella en cambio entendía poco o nada. De hecho, sólo comenzó a entender algo de lo que Orión intentaba explicar cuando mencionó a la bruja que ambos habían visto en el Pensadero Greengrass, pero no le pareció apropiado mencionarlo. No sabía si ella estaba al tanto de la situación y no quería verse envuelta en otro lío. Tampoco quiso decir nada, después de todo, el tío Orión no parecía haberse dado cuenta de su presencia.

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Bufó. Nubes de tormenta le entorpecían la vista de cualquier estrella, por lo que acomodó su telescopio donde correspondía, pero no, no se salió del balcón. Los fuertes soplidos del viento, en parte, le gustaban. Y a lo lejos logró ver el primer relámpago, cuyo sonido resonó tan sólo unos cuantos segundos después. Desde pequeña le había gustado contar los segundos que se demoraba el sonido después de la luz, para así saber si la tormenta se acercaba o se alejaba. Sin embargo, no alcanzó a predecir nada. La tormenta había llegado de improviso en tan sólo un segundo, algo completamente antinatura.

 

Kya retrocedió lentamente percibiendo peligro, su corazón con una aparente arritmia le indicaba que algo andaba mal. Y su gato, el gordo felino que minutos atrás había estado durmiendo, se había hecho una bola de pelos erizados y soltaba grandes maullidos. Tragó saliva mientras intentaba tranquilizarse, el gato y la tormenta no presagiaban nada bueno y tuvo una increíble necesidad de escapar. ¿Por qué? Ella jamás escapaba de algo, pero esa vez era diferente, la actitud de Shadow era de terror puro, ¿desde cuándo ese gato siquiera se asustaba de algo?

 

Tranquilízate, est****o gato —le reclamó alarmada, percibiendo su propia varita materializarse en su mano izquierda—. Me matarás de los nervios.

 

Respiró unos segundos intentando tranquilizar sus temblorosas manos. No era vidente, pero siempre había percibido el peligro y eso era lo que se acercaba. El viento sopló de nuevo con un silbido aullante, atravesó su habitación nuevamente hacia el balcón para cerrar las puertas, pero la lechuza que estaba parada en la baranda llamó su atención. Se acercó a ella y desató el mensaje, abriéndolo entre temblores y leyendo lo que decía.

 

Sin querer lo dejó caer.

 

Minutos después, una maleta se estaba armando sola con brusquedad. La ropa iba directo a ella, sin doblarse como normalmente Kya lo hacía. Ella, bueno, estaba muy preocupada de su gato como para tomar atención al orden. Lo metió entre arañazos a su caja y lo encerró, escuchando aún sus bufidos y levantándolo a duras penas ante el movimiento nervioso del mismo.

 

Una vez asegurado aquel gato, tomó su maleta y bajó corriendo las escaleras, ante la puerta de salida abrochó como pudo su gabardina y salió. Sabía que Gatiux no le mandaría una carta sólo porque sí, y todos esos presentimientos... no estaba segura en el Castillo Black, no en ese momento.

 

Traspasado el gran jardín y llegado al punto justo de cada día, su figura desapareció.

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~ Black Pride ~ Semper Fidelis ~ Toujours pur ~
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~Start~

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Sostenía el puño cerrado, con fuerza, pero esta vez el anillo decoraba el anular de mi mano izquierda. Tenía una piedra brillante de color verdeazulada que cambiaba según el ángulo en que uno la mirase, la cual era abrazada por filamentos de plata que se fundían en el aro que rodeaba la falange. Desde que ese anillo cayó en mis manos había cobrado el vicio de acariciar su piedra con la punta de mis dedos, como si su roce activara cierta hormona que lograba relajarme. No era más que un placebo, eso lo sabía más que bien.

 

En una realidad paralela yo era feliz. Cada vez que la piedra se tornaba azul me recordaba flotando entre nubes de algodón y terciopelo de la mano de la mejor compañía que hubiese descubierto en décadas. Y sonreía. Si. Esta Goshi amargada, dramática, iracunda y testaruda era capaz de sonreír con una sonrisa más grande que todos los alpes noruegos juntos, y no lo había descubierto hasta hacía apenas unos años.

 

Miles de kilómetros de distancia me separaban de ese mundo utópico cada vez que regresaba a Ottery. Es que por más feliz que fuera había algo que siempre me hacía regresar, una duda, una intriga en el qué andarán, la nostalgia o añoranza en los viejos seres queridos. Y sabía que volver me dolería, y sabía que más dolor sería el volver a irme, pero la felicidad no quita lo cabeza dura.

 

En una de mis últimas vueltas había descubierto mi segundo lugar favorito en Ottery, y allí me encontraba yo, en la cima de uno de sus árboles más altos a unos cuantos metros de los límites del terreno del Castillo. Tenía las ramas tan fuertes que soportaban mi peso hasta en los brotes más alejados del suelo, lo que me permitía obtener una vista panorámica hermosa de un paisaje soñado. En medio de ese paisaje, alta y esbelta se alzaba la mansión Black con sus decenas de lucecitas en las ventanas y sus torres imponentes afiladas hacia el cielo.

 

Estar allí me daba cierta tranquilidad. Por las noches sacaba deducciones a partir de las luces encendidas. Las habitaciones con destellos eran las que se encontraban ocupadas. La mía, completamente a oscuras, me dejaba en claro que Warhol estaba haciendo muy bien su trabajo custodiando mis cosas. No llegaba a ver la puerta de entrada, ya que mi visión estaba orientada desde el ala Oeste, pero sí llegaba a ver desde allí las sombras en los ventanales que daban a la Sala Principal. Nunca había demasiado movimiento, lo cual denotaba una basta normalidad en lo que era el Castillo. Nunca fuimos muy buenos anfitriones.

 

Llevaba ya un rato allí cuando el cielo empezó a gotear y una nube negra la cubrió por encima de mi cabeza.

 

- Esto no se va a poner para nada agradable...

 

Dije para mis adentros, poniéndome de pie sobre la rama que me sostenía para pegar un pequeño salto a la siguiente, bajando peldaño a peldaño. Cuando vi el suelo bajo mis pies, me aferré fuerte con ambas manos para quedar colgada de la última rama y me dejé caer, sintiendo las hojas secas crujir bajo mis talones. Terminé en cuclillas por efecto del salto y me hice una bolita justo antes de que una ráfaga atentara contra el bosque, arrastrando ramas y piedras pequeñas.

 

Cuando el viento cesó, volví a levantarme y empecé a correr hacia la puerta del castillo. Si tenía suerte, llegaría justo antes de que la tempestad me dejara hecha un trapo mojado.

 

Al llegar a las rejas que delimitaban el predio, vi a lo lejos el cancerbero de Gatiux, justo en la entrada del Castillo. Alcé una ceja, en una mezcla de sorpresa y desconfianza, y decidí trepar los barrotes.

 

Cuando volví a tocar el suelo ya tenía mi varita en mano. La lluvia empezaba a ser más fuerte y dificultaba mi visión entre los árboles del terreno. Mis botas empezaban a embarrarse. Decidí agacharme y acercarme despacio en estado de alerta. Tenía un muy mal presentimiento acerca de lo que estaba pasando.

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Siguió las instrucciones de su hermana, aún su mente estaba completamente alejada de la realidad, aún no terminaba de asimilar todo el éxtasis que había sentido cuando ya tenía que comenzar a cambiarse. Dos duchas en un día y... otras cosas.

 

Meneó la cabeza ¿Qué estaba haciendo? Tenía quién sabe qué tantos segundos (tal vez minutos) viendo su closet; se sintió idi*ta ¿Le estaría viendo? Giró el rostro y encontró esos ojos azules que tanto amaba, sintió el rubor colorear sus mejillas y frunció los labios apenada. Pasó su mano por sus vestidos y eligió uno azul, zafiro. Abrió sus cajones y eligió interiores del mismo color y apresuró a cambiarse.

 

Pocas veces se había sentido tan completa; escasas, casi nulas, años atrás... y no deseaba recordar. Bajó la mirada y entrelazó sus propias manos sintiendo el anillo de Mahia, sonrió y el rubor volvió a sus mejillas.

 

Había estado tan perdida en sus pensamientos que no había prestado atención a sus palabras, bueno, a medias, tenía que comenzar a revisar el caché para poder encontrar palabras claves. Hija... plática... Levantó la mirada de inmediato y sus cabellos rubios cayeron sobre sus hombros, sintió unas cuantas gotas de agua mojar sobre su vestido y pasó su mano para alborotarles detrás de sus hombros.

 

¿Vamos?

 

Aquellas palabras le despertaron del letargo; meneó la cabeza y sonrió. Sintió sus labios y se dejó llevar, Gabrielle era su títere y eso le encantaba; posó su mano en el rostro de la otra rubia y se separó escasos centímetros para mirarle a los ojos. El amor que sentía por ella se desbordaba de sus ojos, sonrió, no lo creía... la tenía.

 

– ¿En verdad crees que esto pueda ser secreto? – dijo levantando la ceja, casi a modo de regaño– No puedo ocultar el amor que te tengo ¿Tú puedes?

 

Su mano se deslizó desde su mejilla bajando por su cuello, rozó levemente su pecho y y sonrió con malicia al sentir de cerca su piel; su mano se detuvo en su cintura y acercó su cuerpo al de ella. No, las cosas no se podían ocultar y ella no deseaba hacerlo. Ya dirigían una familia juntas, qué mas daba una etiqueta de más.

 

Mordió su labio inferior y acercó un poco más su rostro al de ella, rozó sus labios y le mordió, le observó con malicia y se despegó de inmediato.

 

– Tenemos que hablar primero con Akiza, mi hija...– desvió la mirada, el tema era difícil de tocar. – ¿Sabes? Ni siquiera conoce a su padre...

 

Giró su cuerpo hacia el balcón y se cruzó de brazos, ida; sintió un golpe de realidad y suspiró. Era doloroso saber que nunca le habían buscado, que nunca habían hecho algo por tenerla, por procurarla. Apretó los puños ¿Y qué? Ahora merecía ser feliz y su hija merecía tener a alguien que la apoyara tanto como ella, no alguien que ni se molestaba en aparecer por primera vez en su p*ta vida.

 

Y de nuevo ella, su rubí... Su recuerdo y el corazón semi acelerado.

 

Sus pasos se dirigieron a su hermana y sonrió al verla. Black sería el apellido por siempre, "Toujour pur" . Dejó escapar una risa y le abrazó desde la espalda, metiendo sus manos debajo de la blusa y tocando su pecho.

 

– Tú decides qué etiqueta darle a esto, soy tuya. Solo recuerda mi ambigua situación.

 

Mordió su espalda y bajó su mano hasta la de ella entrelazándola con la suya para guiarle hasta el patio trasero, donde Akiza se encontraba. Se calzó unas ballerinas negras que había en la entrada de su cuarto y caminó apresurada hasta la salida al exterior.

 

Los ojos miel de la Delacour se clavaron en su hija. Tan... ella. Era su orgullo, lo único bueno que había salido de aquel dolor del pasado y su hijo pequeño, mismo que había dejado en Francia, alejado de su padre y de todo lo que pudiera llegar a herirle. Sujetó fuerte la mano de Mahia entre la suya y giró el rostro para verla a los ojos. Acercó sus labios a ella y depositó un beso tierno en los de ella.

 

Volvió la mirada a su hija y caminó unos cuantos pasos para quedar cerca de la rubia; se sentó a su lado y acercó sus labios a la oreja de su hija tratando de no asustarle.

 

– Akiza... Hija... – su voz era un leve susurro y al verle abrir los ojos sonrió.– Tiempo sin verte en casa, tanto qué hablar.

 

 

 

 

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Suspiró.

 

Habían pasado un par de días desde que su Juliene y Carlos se habían aparecido sin más, logrando desestabilizar su vida una vez más. ¿Por qué lo habrían hecho? Era una pregunta a la que Cillian nunca lograría encontrar respuesta, si bien podía decirse que conocía a su esposa lo bastante bien, lo cierto era que la mente de la vampíro era algo bastante complejo.

 

Se movió una vez más, intentando encontrar una posición cómoda, quería dormir pero su mente no dejaba de atacarlo con extraños recuerdos y luego estaba el tiempo, ¿de dónde demonios era que había salido una tormenta en aquellos días? Podía escuchar como la tormenta iba arreciendo poco a poco.

 

Al final decidió levantarse, no tenía caso seguir intentado dormir cuando estaba claro que no lo conseguiría. Un segundo después, algo comenzó a tocar a su ventana. Se acercó hasta ella, una lechuza golpeaba el cristal tal y como si su vida dependiera de ello, apenas abrir la ventana la lechuza entró y Cillian tomó el mensaje que tenía para él.

 

¿Qué demonios?

 

No entendía a la perfección la magnitud del problema y mucho menos sabía exactamente que pintaba él en todo aquello, pero si se habían molestado en ponerlo en advertencia seguro que algo malo estaba a la vuelta de la esquina. Aún no tenía pertenencia alguna en aquella habitación más allá de un par de cambios de ropa así que no se detuvo a empacar.

 

Salió de su habitación en pijama y así se dirigió hasta la salida del castillo para acto seguido desaparecer. ¿Volvería alguna vez a aquel lugar? Había memorizado la dirección que venía en la carta, por lo menos eso pensaba así que lo más seguro era que en un par de segundos estuviera en los alrededores del Manor.

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"Todo era oscuro, sentía que me estaba ocultando de algo, sentía que estaba en peligro, escuchaba pasos y unas risas al fondo del bosque, en ese momento sentía que mi cuerpo temblaba, eran ellos...me iban a hacer daño, no podía creer que lograron encontrarme...quería moverme, sin embargo una herida en mi pierna no me permitía moverme, no sabía que hacer. Me traté de quedar callada mientras seguía viendo cómo se acercaban, con esa risa...odiaba esa risa, cerré los ojos tratando que no sientan mi respiración o mi cuerpo que estaban cerca de ellos, no estaba segura si iba a funcionar...escuché ya mas fuerte esos pasos, sentía que algo no podía controlar y hacía que levemente se mueva las hojas de los árboles levemente

 

"No...para no puedes hacer que se den cuenta que estás aquí" pensé con desesperación mientras trataba de frenar ese reflejo. Miré que ya se estaban parando, ¿Se dieron cuenta? pensé un poco desesperada, que hago...no podía correr, no podía atacar, no podía hacer nada, estaba a su merced, de pronto sentí que una mano me posaban en la parte trasera de mi cuello sacándome con fuerza de mi escondite.-Aquí estás!, creíste que pudiste huir de nosotros...estás muy equivocada jajaja, vienes con nosotros otra vez! jajaja.- gritó de alegría riéndose estridente mientras yo di un grito..."

 

Abrí los ojos de golpe, miré el cielo azul, sentía la suave brisa del ambiente a mi alrededor, tenía un poco de sudor en mi frente, me senté rápidamente respirando entrecortadamente, no había tenido un sueño tan vivido como ese, miré mi pierna recordando que en aquella parte de mi cuerpo tenía una cicatriz extraña, si eran real, lo que soñé era algo que me ocurrió en esos momentos de captura. Di un largo suspiro poniendo mis piernas sobre mi cabeza, abrazándolas. No quería recordar, sin embargo esos sueños hacían que reviva esos momentos perdidos, no podía creer eso. De pronto escuché pasos que venían hacia mí, di un leve respingo al sentir una voz atrás mío, que la reconocí de mi madre.

 

Esperé que no se de cuenta esa reacción tan precipitada, sin embargo tener un sueño tan horrible, no podía mantener la compostura que a mi me hubiera gustado tener.- Madre...¿Cómo estas?- pregunté un poco sobresaltada, no quería estarlo pero las circunstancias eran diferentes.- Si...hace mucho que vine acá, quería ir a saludarte pero el sueño fue más pesado...-comenté tratando de sonreír. Miré también a la persona que estaba a lado de mi madre, si no me equivocaba era mi tía, hice una pequeña reverencia de respeto.- Hola...¿eres mi tía cierto?- pregunté inocentemente sin darme cuenta, que ese estaban tomando de la mano, un detalle insignificante creería yo...

 

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Estaba segura de haber visto a Akiza en algún momento otro momento de su vida. Quizá cuando era más pequeña o en algún desayuno que últimamente se hubiese realizado en el castillo, pero realmente no estaba muy segura. Sólo sabía que aquellos rasgos femeninos y cabellos dorados se le hacían extremadamente familiares. Tal vez fuese lo mucho que se parecía a su madre, exceptuando la altura y aquellos ojos azules que más se parecían a los de ella que a los de la Delacour.

 

Mahia se quedó detrás de Gabrielle mientras esta trataba con su hija, dejándoles un poco de espacio para que se pusieran al día, observando detenidamente a la menor de las tres. Si bien la muchacha se mostraba algo confundida luego de haber sido sorprendida por su madre, no parecía deberse a ello el sobresalto. La miró extrañada y evitó realizar alguna consulta sobre ello, por el momento se dedicaría a conocerla.

 

Apreció la sutil reverencia y le devolvió el gesto con la mano libre. La oyó hablar y apretó discretamente el agarre que tenía con su hermana antes de responderle.

 

- Tu tía, sí. Podría decirse que sí... en cierto sentido. – Sonrió de costado, mostrando uno de los colmillos a su sobrina. No le tenía confianza aún, pero era la hija de su hermana y le interesaba conocerla, por lo que regalarle una o dos sonrisas más de lo que normalmente haría no caía mal.

 

- Tu madre habla mucho y muy bien de vos… De hecho venía con el único motivo de conocerte. Yo y tu madre somos muy cercanas, pero nunca estuve lo suficiente en el castillo como para conocer al resto de los que viven acá. Ahora me quedo para siempre…– Dio un paso hacia ella y se frenó en seco, manteniendo un poco de distancia mientras le señalaba el ingreso al castillo con la mano libre - ¿Nos acompañas a picar algo? Podemos hacer que los elfos nos preparen buena comida… o simplemente puedo cocinar yo y de paso disfrutas de la compañía de tu madre.

 

Se volvió hacia Gabrielle esperando su aprobación y aflojó la mirada, suspirando y conteniendo el impulso de atraerla hacia ella y depositar un suave beso en sus labios. Primero quería que ella tomara las riendas con su hija y pudiese hablarle a su modo. Movió los labios en silencio, gesticulando un "te amo" mudo, y se volvió a su Akiza para esperar su respuesta.

Editado por Mahia Black

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