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.:: Castillo Black ::. (MM B: 97834)


Matthew Black Triviani
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- Otto... - Sonreí al ver a mi hijo mayor en la puerta de la cocina e inmediatamente me levanté de la silla y me acerqué para abrazarlo. Warhol desde la distancia nos miraba con esos ojos curiosos que tanto lo caracterizaban.

 

Al separarme lo tomé por los hombros.

 

- Lamento no haberte avisado que volvería, - Suspiré.- pero estoy muy contenta por vos y por tu esposa. Por suerte pude ponerme al corriente de las novedades.

 

Tragué saliva. Nunca había contraído nupcias y me había relacionado poco y nada con los padres de mis hijos, por lo que no conocía nada de lo que respecta a la formalidad en una relación.

 

- Les debo un regalo. De hecho, me gustaría organizar una cena con Jessie.- Lo interrumpí antes que respondiera a la propuesta.- Sólo si ella se siente cómoda, no hay problema si no quiere, o mismo si tú no quieres...

 

Me frené en seco y di cuenta que había hablado un montón sin darle siquiera un respiro al pobre muchacho que veía a su madre por primera vez luego de tanto tiempo.

 

Miré hacia un costado, Dylan nos miraba desde la mesa sin saber si pararse, seguir comiendo su galleta o qué hacer. Lo señalé con el brazo entero.

 

- Él es tu hermano, Dylan. - Lo abracé a Otto por la espalda para que quedara frente a él.- Acaba de llegar al castillo.

 

Giré hacia Dylan.

 

- Dylan, él es tu hermano Otto, a quien te mencioné anteriormente.

 

Sonreí y esperé a que alguno de los dos quebrara aquel silencio.

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En eso escucha un ruido suponía que era su elfo con la comida, así que el demonio rápidamente abría la puerta pero no…….no era su elfo. Sino era el de su madre algo que le sorprendió un poco Warhol decía en su mente-Warhol Que haces aquí?-pregunte curioso, mientras el elfo con su típica manera de hablar anunciaba que su madre había regresado, haciendo que Otto sonriera y sin tiempo que perder le seguía hacia la cocina. Pero bueno las cosas que menos uno esperan son las mejores.

 

 

En eso escuchaba una voz familiar una sonrisa en su cara aparecía y sin tiempo que perder iba hacia su madre, notando como se levanta de la silla para darle un abrazo. El demonio hacia lo mismo respondió a su abrazo-Mom-dice de forma alegre mirando el elfo de su madre lo miraba de forma peculiar. Luego de un rato con el abrazo oyendo lo que decía la Black-No, tranquila no hay problema, mejor llegar tarde a nunca llegar-comento en modo de broma mientras escuchaba su suspiro-Bueno creo que estamos a la par Mom, me alegra que pudiste ir, aunque luego te fuiste rápido pero muchas gracias , por tus buenos deseos recién llegamos de la luna de miel no hace mucho y todo fue bien-dijo amable con una sonrisa de oreja a oreja cambiando la mirada a otro mago que estaban con ellos.

.

 

Si era raro que un Black se casara más en esto tiempo, digamos que yo era la excepción si habían parejas, había gente que tenía sus hijos pero hasta ahí no era común que alguien se animara a dar el siguiente paso en una relación por suerte ambas bodas salieron bien y fueron todos los que tenían que ir.- Mama claro que aceptamos, así que no te preocupes cuando se despierte cuadramos bien ese detalle, más bien gracias por ese gesto de tu parte-dice tiernamente. Y luego la sorpresa que agarraba a Otto bajo de guardia otro hermano, un hermano, como, donde, cuando, porque muchas repuesta a tantas pregunta mi madre me abraza por detrás quedando frente a frente sobre el por ahora lo mejor era mostrar los modales-Hermano el placer es mío soy Otto-dijo amable estirando su mano-Y bienvenido a la familia Black.-terminaba decir esperando que estrechara su mano, depende de cómo reacciona lo abrazaría.

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  • 2 semanas más tarde...

- Qué bien! - Respondí al recibir su respuesta a la idea de la cena.- Le diré a Warhol que prepare todo, pero antes pregúntale a Jess qué día tienen libre y házmelo saber así organizo.

 

Lo tomé de las manos y las apreté.

 

- Me alegra mucho verte. - Hice una pausa.- Y que estés conmigo junto con tu hermano. Volveremos a ser una familia como en aquellos tiempos.

 

Lo abracé y me separé para ver cómo se presentaban. Aquello que me estaba pasando era extraño, pero a la vez muy bello. Es que era muy extraño que me pasaran cosas hermosas, y estaba empezando a aprender a disfrutarlas.

 

---

 

No bastaron ni un par de horas de que amaneciera al día siguiente que ya estaba levantada. Caminaba de un lado a otro de mi habitación con un papiro en mano y la vuelapluma dando vueltas y danzando alrededor de mi cabeza. Las notas que leía carecían de coherencia, puesto que le había ordenado a la pequeña que escribiera todo lo que se me viniera a la cabeza cada vez que salía a cubrir un evento para el Profeta, pero a veces olvidaba mandarla a dormir por las noches y la pluma no descansaba, redactando palabra por palabra de cada imagen que aparecía entre sueños.

 

- Nunca había escuchado que podías hacer esto...

 

Le hablaba como si la pluma me entendiera y pudiese responderme.

 

- Es como una puerta a un mundo desconocido. - Desvié la mirada hacia la pluma que seguía bailoteando en el aire.- ¿Será que sueño en voz alta? ¿O estás tan conectada a mí como la varita?

 

Sonreí orgullosa y volví a leer. Una serie de frases inconexas parecían relatar la historia de un oso que usaba traje de payaso, y que ese oso era el equilibrista de un circo muy prestigioso. El oso aparentemente caminaba a lo largo de la cuerda floja, pero quería tirarse a lo que en el suelo era un mar de burbujas de colores. Nadie sabía qué había debajo de esas burbujas, pero el oso era curioso y le atormentaba la idea de averiguarlo.

 

- Quiero que hagas esto todas las noches, por favor.

 

Doblé el papiro a la mitad, me acerqué al escritorio que se encontraba pegado a la ventana y lo guardé en el primer cajón. La pluma inmediatamente disparó hacia el mismo lugar y al cerrar el cajón se dejó de mover. Me quedé varios minutos con la mirada fija en el cajón, repensando lo que había leído en aquellas notas.

 

- Es muy curioso...

 

Sacudí la cabeza y me dirigí a la cama, tirándome de espaldas sobre ella y hundiéndome en el acolchado de plumas. Suspiré y me llevé las manos a la cabeza. Cerré los ojos y sonreí.

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Y luego la sorpresa que agarraba a Otto bajo de guardia otro hermano, un hermano, como, donde, cuando, porque muchas repuesta a tantas pregunta mi madre me abraza por detrás quedando frente a frente sobre el por ahora lo mejor era mostrar los modales-Hermano el placer es mío soy Otto-dijo amable estirando su mano-Y bienvenido a la familia Black.-terminaba decir esperando que estrechara su mano, depende de cómo reacciona lo abrazaría.

 

Su madre era especial claro era su madre pero no era la típica madre, aun así sabía que ella quería a sus hijos, claro no es la típica madre, pero así lo que podía demostraba su amor a su seres queridos a su manera, creo que Goshi ha hecho un buen trabajo criándome a mí y mis hermanos, cuando la Black y ayudando a la marca en cuanto ella pudiera. El joven miraba su hermano parecía un buen tipo, solo es cuestión de ayudarlo a que se adapté a la familia Black y darle el voto de confianza para ser más unidos como hermanos claro estaba.-Si ahora anda dormida, pero cuando despierte te aviso con tu elfo vale-dijo amable-Así será mama así será, hare lo posible para poner al día a mi hermano con todo y a ti si quieres-comento moviendo su cabeza de forma positiva.

 

 

 

 

 

Otto andaba en su habitación en el sofá de su habitación, su esposa andaba durmiendo mientras él se había levantado temprano . No tenía sueño así que estaba leyendo el profecta de ese día había comenzado por la parte deportiva, quería saber los últimos resultados del deporte mágico por excelencia.

 

Mirando resultados de un lado hacia otro-Que mal van los tornados, esta temporada-dijo en voz baja para sí mismo. Mientras ahora leía una noticia sobre un nuevo descubrimiento para quitar el acnés parecía ser un polvo mágico, pero había un nota más abajo diciendo que este polvo tenia efecto secundario.

Editado por OttoBlack

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  • 1 mes más tarde...

Si bien era cierto que la Yaxley Manor estaba bastante tranquila, aún contenía bastante ruido para los estándares que Maida buscaba en los últimos días. Así que decidió volver a la casa de sus tías, aprovechando que con lo inmenso de la construcción, era sencillo desentenderse de los pocos familiares que aún dormían en casa. Maida, además siempre dejaba en su habitación a su elfo doméstico, por lo que seguramente no sería tanto problema encontrar comodidad en el recinto.

 

Estaba cansada, porque había decidido venir a pie, lo que le dio un tono rojizo a sus mejillas, decidió sentarse en el amplio pastizal que significaban los jardines delanteros del Castillo, y estiró las piernas lo mejor que pudo con la túnica gris que se había colocado ese día. Además, apoyaba la cabeza sobre sus brazos cruzados por debajo. El cielo estaba un poco despejado, aunque por la tonalidad, seguramente estaba más cerca del atardecer que del mediodía. Podía oír el canto de algunas aves y el ruido de algunas hojas meciéndose con ligereza al viento. Sonrió sin quererlo, hacía bastante tiempo que no se dedicaba a observar ningún paisaje. Le tomó unos minutos decidirse a girar sobre el césped y quedar boca abajo, como si quisiera quedarse dormida.

 

Por unos segundos se reprochó la actitud en la mente, la idea era mejorar, no volverse a encerrar como lo hacía en la Manor. Pero el olor a tierra húmeda era bastante más adictivo de lo que se podía uno imaginar.

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La nieve caía sin pedir permiso, dejando un manto blanco en aquel terreno irregular que no era otra cosa que un bosque. Corriendo sin parar, la figura de un muchacho de unos catorce años se lograba divisar con algo de dificultad.

 

—Ten cuidado, Martin. No conocemos este terreno y no toda la magia es amable. —El hombre fornido de cabello blanco apenas visible, fundido con la nieve, rozaba la octava década de su vida. Había sido en el pasado un mago de mil batallas y un millón de conocimientos. Ahora intentaba transmitir parte de su experiencia a su nieto.

 

El joven de cabellos negros, de marcado desorden, hizo caso omiso. Corrió como si la vida le fuera en ello en dirección al árbol más grande que en su vida había visto. ¿Cómo podría haber vivido, hasta entonces, sin lograr visualizar aquella obra de la naturaleza? Cuando estaba formulando la pregunta en su mente, algo lo hizo detenerse en contra de su voluntad… Ahora ya no corría, ahora caía, y lo hacía hacia atrás, de espalda. Un dolor intenso recorrió la zona baja de su espalda, recorriendo centímetro a centímetro hasta su nuca. Perdió el conocimiento.

 

. . .

 

Sumergirse en el pensadero se había convertido en uno de sus pasatiempos favoritos desde que había regresado a Gran Bretaña. Black podía analizar, a la luz del presente, su pasado. Detalles que había dejado pasar por alto, sin darse debida cuenta de ello, ahora los contemplaba. No sin imperfecciones, claro está, porque no eran otra cosa más que recuerdos, recuerdos del recuerdo en algunos casos. Pero eran valorables y valorados por él mismo.

 

La mirada perla contempló el cielo despejado a través de la ventana de su habitación. La habitación constaba de varios muebles, con una pulcritud sumamente marcada, y la cama que se hallaba en el centro, tendida. En el exterior, varios de sus animales mágicos se divertían con las condiciones climáticas. Intuía que las aves desplegarían sus alas durante aquel atardecer, sonrió al pensar aquello.

 

Durante los últimos años ya no viajaba como antaño, pero se había concentrado en profundizar sus conocimientos en los pocos destinos visitados. Su último curso de Pociones no era otra cosa que una parte de un objetivo superior: convertirse en un experto de la alquimia.

 

La cicatriz que empezaba encima de su ojo izquierdo y terminaba a unos tres centímetros de la comisura de sus labios, en su mejilla, se veía más tenue bajo la luz solar. Los vendajes que aún se veía obligado a llevar, a causa de la maldición de la rosa durante su adolescencia, estaban enroscados en su lugar; pero no serían necesarios durante unos días. Los quitó con un movimiento de varita mágica y luego prosiguió a vestir una camisa azul marino, sin abrochar los tres botones superiores. Los pantalones de tela negra, casi una marca de siempre, haciendo contraste con lo perla de sus ojos y la cabellera negra, de hebras plateadas, culminaban su atuendo junto a unos zapatos azabaches.

 

¿Ya eran las seis de la tarde? Black bajó por la escalinata principal del castillo. A veces añoraba aquel lugar, por eso regresaba y lo disfrutaba como no lo había hecho en sus anteriores visitas. Siempre se repetía aquella historia.

 

Optó entonces por ir a los jardines, y pasar un rato con los animales mágicos, y tal vez correr con su lobo por el bosque de laberínticos caminos, o volar en la Saeta de Fuego. Pero se encontró una presencia no esperada, no por imposible, sino por extraña.

 

—Por un momento pensé encontrarme en la Universidad… Pero sería extraño ver a la profesora de Pociones acostada en su jardín. —Maida estaba allí, como si fuese cosa de todos los días estar sobre la hierba, con una túnica gris y boca abajo—. ¿Disfrutas de la tranquilidad que sólo el honorable Castillo de los Black puede ofrecer? —Recorrió a la bruja con su mirada. No hubiera imaginado volverla a ver tan pronto, tras sus clases.

 

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#7 Fontaine PP ~ #6 de Rune MM ~ #1 Ragnarsson KK

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A diferencia de otras oportunidades, desde que había hablado con cierta bruja, estaba intentando no hundirse en ese vacío que sentía desde noviembre. Pensó que algunas actividades propuestas iban a animarla, sin embargo, esas jamás habían llegado, no se distrajo, perdió su puesto en Cooperación Internacional y en un intento desesperado, buscó refugio en Inquisidores. Porque si, si tenía que ser completamente sincera consigo misma, se estaba refugiando en su primo/mejor amigo, aunque él no se diera cuenta de aquello. ¿Cómo alguien llegaba a los veintipico sin tener un centro autosuficiente? Maida inhaló con fuerza dejando que sus pulmones se llenen de ese olor particular de la tierra húmeda, jamás había tenido miedo de ensuciarse, de hecho, siendo amante de la herbolaria y las pociones, era habitual verla así.

 

Quería desesperadamente que ese aroma le bloqueara los pensamientos, cada vez estaba más convencida de usar una poción, aunque eso significara admitir su debilidad. Quizá fue por esa insistencia que saltó tres metros hacia atrás, figurativamente, cuando sintió una voz grave. Quedó apoyada en sus manos, con las piernas a medio recoger y en una actitud completamente defensiva. ¿Había olvidado que tenía varita? Si, pero son detalles con esta chica. Apenas alzó la mirada, se dio cuenta que no había razón alguna para volver a sus viejos hábitos, su cerebro se encargó de hacer el re-play de lo que ha dicho y Maida sonrió de lado.

 

No, tengo mejores sitios dónde esconderme en la Universidad —respondió acomodándose la túnica, para sentarse y que sus piernas quedaran cubiertas, las abrazó con sus rodillas— no debí asumir que la casa estaba tan sola —confesó encogiendo los hombros—, pero sí, buscaba un poco de tranquilidad, debo volver al Ministerio en unos días y la verdad, estoy tan preparada como un aspirante que no logró sus éxtasis , tiemblo al viento sólo de recordar. Debería quedarme en casa.

 

Liberó una de sus manos y palmeó el suelo, como si le invitara a sentarse, pero justo entonces, notó la vestimenta del Black. Poco apropiada para ensuciarse, ¿algún día ella se vería así? Menos dispuesta a trepar árboles o reptar por los bosques, no era que lo hiciera seguido, pero si tuviera que hacerlo, estaba lista. Sabía que Martín era familiar suyo, porque en algún momento se había topado con él en una reunión dentro del castillo, pero jamás había revisado el árbol. Durante la clase, su atención estaba dividida casi en cinco, así que por vez primera, veía esos destellos grises en su pelo y algunas cicatrices expuestas en la poca piel que quedaba a la vista, siendo la más notoria una en el rostro, aunque delgada, robaba protagonismo a algunas facciones del Black ¿fue antes o después de la clase? ¿Con quién podría estar discutiendo un hombre como él? ¿Por qué siempre asumía que todos eran pacifistas? ¡Había sido mortífaga, por el amor al cielo! Y aún así, era incapaz de pensar que la primera solución era un Avada.

 

Vestía como si se fuera ir de citas con alguien, pero claro, no todos andaban por la vida en túnicas gigantescas como ella, o con el cabello apenas sujetado, nuevamente, como ella. El azul de la camisa resaltaba esa palidez que poseían casi como una marca genética los Black, ese color marino también le hacían resaltar los grises que coronaban su visión. Carraspeó al notar que quizá estaba mirándolo fijamente, y que eso solía incomodar a algunas personas, Maida no era irrespetuosa nunca, pero a veces no tenían modales muy comunes a la gente. Enderezó un poco la espalda y pensó en qué podía estar haciendo él en el jardín de los Black.

 

¿Buscas a la tía Gabrielle o a Mahía? Porque lamento decirte que ellas si que no están en casa —es más, hacía mucho que no sabía de ninguna de ellas, frunció el ceño sin darse cuenta— Me pondré de pie para evitarte el dolor de cuello, Martín, porque dudo que esos pantalones aprecien ensuciarse con el césped, y sospecho que ya arruinaste alguna prenda mientras hacías el elixir de euforia. ¿o no?

 

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Black sonrió con sus ojos por la mención de la Universidad y los rincones que ella conocía, y que utilizaría para esconderse. Recordó que algo así pasaba con él mismo, pero no en aquel lugar, sino en la antigua Academia de Magia y Hechicería, la cual ya no funcionaba tras la remodelación del colegio con más historia del mundo. Los jardines y las ruinas, dos lugares que guardaría en sus recuerdos hasta la eternidad, y muchos pensamientos propios que ya se encontraban listos y lo aguardaban en el pensadero.

 

—Es una buena elección, la verdad. Siempre que regreso, tras meses de ausencia, encuentro el castillo de igual forma: vacío. Pero no lo considero un problema, intuyo que tú tampoco. —Acarició con su mano derecha la mejilla cuyas marcas o cicatrices brillaban por su ausencia, sobre una barba de días recientes.

 

Vio la mano de la bruja palmear sobre la hierba, y antes de hacer algo más, manteniéndose parado en su frente, volvió a escucharla. Maida lo hizo pensar en Gabrielle, a quien echaba de menos y ansiaba ver tras su regreso. En algún momento, se decía, iba a regresar, y podrían hablar una vez más.

 

—No, no es a ellas a quien busco. En realidad, en este castillo, si vienes con la intención de ver a alguien lo más probable que puede ocurrir es que te pases la vida y nada pase. Por eso, no vengo con esta intención. —Tras la pausa, giró su cuello, mirando su alrededor, notando cómo el sol parecía ir descendiendo lentamente por el cielo, como despidiéndose de a poco—. Adquirí hace no mucho algunas criaturas mágicas y, como podrás imaginar, la dirección que suelo dar para mis propiedades, es esta. Es más, estaba por ir a verlos.

 

Black le extendió la mano, con la intención de ayudar a la bruja a reincorporarse.

 

—Aún recuerdo esa noche —dijo con aire pensativo, sumergiéndose momentáneamente en un pasado no muy lejano—. Pensé que me volvería loco con el único ingrediente que traía tu carta. Pero pude sortear algunos sortilegios y quebrantando no menos de diez reglas penadas por la ley mágica, accedí a los restantes. Nunca supe si te había satisfecho mi elixir, o si lo habías probado. Pero sí, estropee más que sólo ropa. —Empezó a caminar, haciéndole un gesto a Maida de que lo siguiera—. ¿Quieres ir un rato al bosque? Dicen que hay cosas que ni los miembros de la familia conocen, por ahí nos encontramos una sorpresa… —Los más antiguos dejaban sus pertenencias mágicas, de gran tamaño, resguardadas en lo más profundo del bosque. Eso incluía también a aquellos Black que habían muerto ya, o desaparecido de forma poco clara.

 

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Tras la mención de sus tías algo pareció sacarlo de actualidad, pero ¿era muy confianzudo preguntar qué? ¿era muy tarde para preguntar que conexión familiar tenían? Se rió hacia sus adentros, ¿quién aún se cuestionaba esas cosas? Lo que decía era cierto, quién venía en busca de algo, terminaba haciendo cualquier otra cosa. Esta situación aplicaba al mismo cuento, ella había ido en busca de silencio y soledad, ¿que encontró? Un ex alumno al que realmente no le estaba siendo tajante al hablar. Se volvió a reír, aunque sin darse cuenta, esta vez, lo hacía enteramente con los labios. Retuvo en su cabeza lo de sus criaturas, ¿hace cuánto no visitaba a las suyas? Asintió viendo su mano extendida hacia ella y de manera educada, la rechazó apoyándose en el suelo por unos segundos e impulsándose para quedar en pie enseguida.

 

Perdona, tengo las manos echas una mugre y reitero que me daría mucho pesar ensuciarte en lo más mínimo —se justificó lo más sincera que pudo mientras se sacudía algunas hojitas de la túnica—, yo no creo que hubiera sido buena idea probar en mí alguna de las pociones de mis alumnos, aunque la tuya parecía estar a término. Aún la tengo en mi baúl por si quieres ser la víctima de tu propio caldero —bromeó encogiendo los hombros—.

 

Lo de ir al bosque no se le antojaba mucho, Maida no era precisamente muy aventurera, es más las pocas veces que se había atrevido a algo como una excursión de esas, terminaba tomando una interminable cantidad de frascos de herbovitalizantes. Quizá todo se veía en el gesto, pero es que, nuevamente se cuestionaba todo, acababa de darle clases a Martín, y en la mazmorra de Pociones, Maida se veía casi siempre como pez en el agua, decir que no a la excursión del Bosque, era mostrar debilidad. Justamente la clase de comportamientos que intentaba sacar de su sistema, cada día con menos suerte que el anterior. Giró el cuello apretando los labios mientras decidía, pronto terminaría el día y eso de anochecer lejos de la casa, sólo complicaba las cosas.

 

Martín ya estaba caminando, y lo más lógico era despedirse, volver a la casa y descansar, ¿no? Chasqueó la lengua y claramente, hizo lo contrario, en cuanto quiso darse cuenta, estaba ya caminando al lado de él. Resoplaba con fuerza igual, tenía miedo, por un lado podría ser que él sólo le mostrara gusarajos, gnomos de jardín y cosas así, y por el otro, ya se veía corriendo para escapar de un Erumpet o algo así. Lo hermoso de la ropa que usaba normalmente, era que podía esconder el ligero escalofrío, los temblores y la ligera transpiración que ahora invadían su cuerpo. Tantos años viniendo al castillo y evitando esa parte del mismo, para ahora ir por voluntad propia.

 

Creo que prefiero quedarme sin las sorpresas y solamente verificar que tus criaturas estén bien —masculló mientras caminaba casi al mismo ritmo, y es que él avanzaba a grandes zancadas que le costaban tres pasos a la bruja—, no me llevo demasiado bien con tesoros escondidos, o cosas peores.

 

Pronto los árboles se hicieron cada vez más cercanos, y sus troncos más gruesos, ¿retroceder ahora la haría quedar muy mal? Él miraba fijo el camino, y eso daba cierta confianza, es decir, seguramente él sí conocía el camino. Cada trinar de pajarillos la hacían quedarse quieta unos segundos antes de continuar el paso, casi se dobla el tobillo unas cuatros veces con semejante maniobra.

 

¿No es más sencillo tenerlos en alguna especie de establo o al cuidado de profesionales? —que era exactamente lo que había hecho ella, dejarle toda la responsabilidad a Mushu, el elfo doméstico— Me temo que de se-seguir, es decir, si comenz... lo que intento de...no, a ver, dame dos segundos y me ordeno —dijo exasperada cuando notó que comenzaba a trastabillar con la lengua, se bajó de unas ramas secas y se cruzó de brazos, no habían tenido ni diez minutos de caminata pero el rostro de la mujer era un poema, el brillo de su sudor perlaba el contorno del rostro y sus mejillas estaban rosadas como si hubiera hecho una maratón de dos horas al menos— Martín, ¿qué criatura exactamente estamos yendo a ver? Si mide más de un metro, espero que estés preparado a verla morir, porque del susto seguro que algún Avada le suelto.

 

Se adelantó lo suficiente para quedar frente a él, y olvidándose por completo de lo húmedas que tenía las manos y lo tomó por los brazos. Error, como si la camisa de Martín fuera hecha de fuego, se apartó enseguida y el terror se apoderó de sus ojos, obligándola a hacer muchas cosas a la vez: retroceder sin caerse, sacudirse las manos, pensar como disculparse y además, una explicación de semejante comportamiento. Tragó saliva y cerró los ojos.

 

Perdón, le tengo miedo a los erumpets —comentó viendo el suelo y rascándose la frente—, mucho más que a probar alguna de tus pociones.

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—Supongo que eso significa “miedo extremo” —bromeó Black, pensando en los efectos que podrían causar sus brebajes.

 

Considerando que aquellas palabras venían de su profesora de Pociones, quien además lo había aprobado, no estaba seguro si debía tomarlo con humor o con tristeza. Optó, internamente, por la primera, ya que para la segunda había demasiadas cosas para relacionarla.

 

—No debes tener miedo. Las criaturas que tenemos por aquí, no son salvajes. Ninguna intentará comerte la cabeza ni incendiarte el cuerpo. Excepto, claro está, que haya algún dragón cuya presencia desconozca. —Si bien lo último podría ser una broma, también podía ser cierto, ¿habría dragones refugiados en aquel bosque?

 

Los árboles de tronco grueso indicaban que estaban llegando al corazón del bosque. Black había visitado aquel lugar un par de veces, y siempre aparecían nuevas cosas que terminaban sorprendiéndolo. Se detuvo en seco y contempló a la bruja, lucía un poco alterada, ¿acaso le incomodaba su presencia, o era el lugar? ¿O serían ambas cosas?

 

De repente, un pájaro azul con el pecho blanco y el pico amarillo apareció ante ellos. Sin hacer ninguna muestra de sonido, se posó en el hombro del mago de cabellos negros.

 

—De seguro lo reconoces. Es un jobberknoll, no emite ningún sonido hasta que… —«su vida acaba». Aquel pájaro contaba además con muchas propiedades especiales, y sus plumas servían para dos de las pociones más famosas del mundo mágico: desmemorizantes y sueros de la verdad.

 

Las ramas de los árboles empezaron a agitarse y no era producto de alguna especie de brisa o algo parecido. Un aleteo lejano que se volvió más intenso hablaba a las claras de que otra criatura mágica estaba aproximándose. De repente, el caballo volador se detenía ante ellos.

 

—Si te invito a un viaje sobre un aethonan, seguramente tu respuesta sea… —No terminaría la frase, esperando, por un instante, que la bruja lo sorprendiera. Pero creía saber su respuesta final, a juzgar por su comportamiento dentro del bosque. No la culpaba, pero eso no significaba que la entendiera del todo.

 

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