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~Mansión de la Familia Gryffindor~ (MM: B 104490)


Mael Blackfyre
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Dido, la elfina doméstica de Annick, se encontraba en la cocina preparando una papilla de zanahoria para Elros, el pequeño hijo de la pelirroja. Hacía varias horas la mansión se había quedado en silencio, lo cual resultaba bastante extraño dado que los Gryffindor solían ir y venir a todas horas. Por eso la elfina se sobresaltó al escuchar una voz femenina que saludaba y pedía chocolate y galletas.

 

Se-señorita, no la esperábamos –dijo dirigiéndose a Hilary al mismo tiempo que levantaba el trapo de limpiar que se le había caído momentos antes–. En un momento sale el chocolate caliente –dijo chascando los dedos para encender la estufa en tanto corría por una olla para preparar la bebida–. Dido guardó galletas en el recipiente plateado que está sobre la alacena.

 

Miró hacia el lugar donde brillaba un recipiente que contenía las galletas favoritas de muchos miembros de la familia, y justo en ese momento Annick entró a la cocina.

 

Dido, creo que lle… –no concluyó la frase, pues miró a Hilary y su rostro se iluminó con una sonrisa–. ¡Hilary, qué haces aquí! –exclamó con emoción mientras se acercaba para darle un fuerte abrazo y un beso en la mejilla–. Me da mucho gusto verte, ¿cómo has estado?, ¿a qué hora llegaste?.

 

La pelirroja hablaba con emoción mientras formulaba tales preguntas. Por un momento pasó por alto que quizá Hilary deseaba descansar; sin embargo se había entusiasmado mucho al verla y deseaba poder hablar con ella durante un largo rato.

 

¿Quieres permanecer aquí en la cocina o prefieres ir a la sala o al jardín?– En cuestión de minutos un dulce aroma comenzó a inundar la cocina y los pasillos de la mansión, pues el chocolate caliente pronto estaría listo.

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Escuché a la elfina mientras limpiaba el desastre que había hecho. Mis ojos verde aqua se dirigieron al envase mencionada por la criatura. Me iba a dirigir a ella cuando entro en la cocina una particular bruja hablando, me reconoció. La realidad era imposible que no me reconociera pues era mi madre.

 

Luego de un fuerte abrazo mi madre Repentinamente me bombardeada con preguntas por lo que comencé a responder marcando las respuestas con mis dedos como si estuviese contando. - Hola ma. Estoy bien, llegue hace un rato. En realidad acabo de llegar y vine directo a la cocina. Y ahora que lo mencionar podríamos ir al jardín hace mucho tiempo no lo visito. Siempre que vengo a la mansion, en ocasiones anteriores, a estado lloviendo.- Seguramente no había que decirle mucho a la elfina para que llevara las cosas al jardín.

 

Al pasar por la puerta no se podia evitar ver el paraíso hermoso que tenia la Mansion. Extrañaba pasar tiempo en ese lugar, recordaba que cuando estaba en la Academia solía recostarme por horas sobre la grama mirando al cielo y pensando en lo que quería para mi futuro. La verdad es que nunca hubiese pensado que estaba muy distante a mi realidad. Nada pasó como esperaba. - ¿Como está papá? ¿Y mi hermanito? ¿Cuantos hijos han adoptado mientras estaba afuera?- Formulé la ultima pregunta sin estar segura de querer saber la respuesta.

 

Cuando llegué a un lugar verde lo suficientemente amplio busque mi varita para conjurar una sabana sobre el suelo. - Espero que no te moleste sentarte en el suelo, si quieres buscamos unas de esas sillas de terrazas que hay por ahi. Extrañaba hacer esto, desde que estaba en la Academia no lo hacia.- me senté sobre la manta con una sonrisa. Nada es como estar en casa. Sabia que podía estar relajada aun cuando la bruja me hiciera un interrogatorio. Y estaba en su derecho, aun no habíamos hablado de cuando me desaparecí y de todo lo que había sucedido en esa isla tropical. Definitivamente teníamos que ponernos al día.

 

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Eran en total 3 tomos grandes contando la historia Familiar de los Rambaldi. Desde su llegada al castillo no había indagado del todo en el pasado de su familia adoptiva, así que en vez de sumergirse en una de sus novelas favoritas, decidió ponerse a ello.

 

Al entrar hace dos horas a la biblioteca, había admirado las columnas y estantes llenas de libros, y aunque era un poco más chica de las que había visto mientras viajaba, admitía que si era una de las más acogedoras.

 

La peliblanca tomó en sus manos un tomo en particular. El árbol genealógico de los Rambaldi era extenso, pero tan solo vió los primeros nombres antes de saltar a fechas más recientes, donde aparecieron personas que recientemente había conocido.

 

Pasó una de sus uñas de hierro por el nombre de la intrigante Alessandra y sonrió de lado. Kamra quería saber un poco más de ella, ya que solo sabía su nombre y que pertenecían a la misma familia. Así que miro unos cuantos nombres más arriba y allí estaba.

 

Era hija de una mujer llamada Kyttara. No le parecía interesante indagar más en eso, pero antes de cerrar el libro pudo notar la manera en que se unían los nombres de la mujer y de su Padre Lestat.

 

- Vaya...no alcanza con tener que aprender a convivir con una hermana bromista - dijo con algo de pereza - solo me falta que sea psicópata, pero ya que.

 

Se levantó de su asiento y acomodó su blusa con mangas al descubierto...azul Francia, el color más perfecto. Normalmente no solía usar shorts pero hoy había escogido uno de cuero con pequeños adornos en tachas plateadas. Por otro lado sus botas de hoy eran más que hermosas, de color beige liso. Estos resonaron sobre el suelo haciendo eco en la gran habitación mientras iba donde había dejado a sus elfos leyendo, al alcanzarlos dió unas pequeñas palmaditas para llamar su atención.

 

- Raissa, llévame a donde sea que esté Kyttara Gryffindor Rambaldi, porfavor.

 

Esto no era por aquella chica rubia que la tenía pensando todo el tiempo en corazones y flores, claro que no. Solo necesitaba conocer a la susodicha en cuestión y ver qué tipo de sorpresa tenía para ella.

 

- Por favor...que almenos tenga una pizca de sentido de la moda, con eso me basta - al terminar de decir eso, su elfina la tomó de su mano y juntas desaparecieron del lugar para luego verse frente a unas verjas de color negro.

 

La forma de los leones en ellas era imponente, detrás se podía admirar un extenso jardín y la Mansión más adelante. Empujó un poco la reja y se puso a caminar en dirección a las puertas de la residencia.

 

No le interesaba del todo admirar el paisaje, ya que había llegado a ese lugar con la intensión de ir y venir rápido. En la mañana había revisado una página muggle que decia el clima y desafortunadamente, el sol odioso se pondría en lo alto una vez más.

 

Se mantuvo admirando un instante el tallado de la puerta principal antes de tocarla. Para su fortuna no tuvo que esperar mucho, ya que un elfo de la casa la recibió.

 

- Busco a @ ,dile que es de parte de Kamra Rambaldi y que no me gusta esperar.

Editado por Kamra Rambaldi

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La pequeña criatura se movió inquieta justo en el instante donde divisó a lo lejos que uno de los elfos del castillo atendía a una desconocida, sus arrugados dedos fueron presionados entre si en un ademán de nerviosismo. Todo debido a que últimas fechas su ama era todo menos la persona amable y alegre que viera el día de su boda, aunque no podía reprocharle absolutamente nada, después de todo el perder tan de pronto a la persona quien le jurara amor eterno no era situación sencilla. Incluso una elfina sabía la diferencia entre un corazón roto y uno feliz.


Con timidez tocó tres veces a la puerta para después retorcer sus dedos mientras esperaba la respuesta de su señora, sabía sin preguntarle a su igual que habían venido en su búsqueda. Después de todo ella era la guardiana de aquella morada, tras lo que le pareció una eternidad la espigada figura de una mujer de frías pupilas verdes inspiraba con cierta exasperación –¿esta vez de quien se trata? –Pregunté en automático sin apartar la vista de la Naika.


Al no obtener la respuesta deseada hice un ademán con la mano para que me dejara sola y comenzará mi elegante andar hacía la entrada, sabía dentro de mí que tenía que ser alguien conocido o al menos importante. Ya que había dado órdenes explicitas de no ser interrumpida. Muchos se preguntaban que hacía a solas en esa habitación, pero nadie, hasta ese momento, me lo había preguntado e internamente lo agradecía.


Antes de salir al jardín miré por un par de minutos mi rostro en el espejo para acomodar mi cabello rubio, si algo me caracterizaba era mi necesidad de verme y sentirme por demás hermosa por lo que en esa ocasion vestía un lindo enterito de color azul . El elfo que yacía frente a la visita giró su rostro a la derecha e hizo una reverencia al ver que me acercaba a ellos.


–Puedes retirarte –le dije al elfo con voz monocorde, éste desapareció tras una reverencia. – Kyttara Gryffindor Rambaldi–me presenté mientras escudriñaba los rasgos de la desconocida –y ¿tú eres? –Pregunté con cierto tono de impaciencia, a últimas fechas mi humor pendía de mis estados de ánimo


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Kamra admiraba la decoración del lugar mientras - con su aguda audición - alcanzaba a escuchar parte de la conversación del elfo y su aparentemente malhumorada hermana.

 

Sonrió un poco al notar que podrían ser un poco parecidas, ya que a Kamra no le gustaban las visitas inesperadas.

 

Por suerte escuchó el resonar de sus zapatos al aproximarse pronto, odiaba tener que esperar mucho. A su parecer era una perdida total de tiempo y muchas veces no valía la espera.

 

Bajó a su lugar una estatuilla que había estado observando y se posicionó cerca de la puerta de entrada, cruzando sus brazos bajo el busto.

 

Entonces apareció ante ella, presentándose a si misma como Kyttara Gryffindor Rambaldi. Su tono impaciente y demandante le hizo querer rechinar los dientes, pero decidió mantener la calma y pensar que ella era la madre de la que quería que fuera su futura esposa.

 

- Mi nombre es Kamra Ivashkov Rambaldi, soy hija de Lestat.

 

Le tendió una de sus manos esperando a estrechar la suya.

 

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  • 2 meses más tarde...

Una residencia más, la lechuza se convence de que con ella, ya apenas quedarán tres residencias más por visitar para que su misión esté completa. El buen clima favorece que llegue sin contratiempos hasta los terrenos de la Familia Gryffindor, posándose sobre uno de los amenazantes leones que custodian la entrada principal de la edificación.

 

Ella solo se limita a dejar en el buzón la invitación de bodas. Y tras beber un poco de agua del comedero, y chucherías lechuciles, parte hacia su siguiente destino. No sabe lo mucho que le ha costado a la matriarca enviarla con esa misiva, porque en un Gryffindor una de las personas que más ama en este mundo, aunque ahora se cuestione si tan siquiera le llegaré la invitación.

 

Solo por eso no se ha tomado la molestia de dejarla personalmente. Igual la presencia de los miembros de la familia que ha tratado por tantos años va ser más que bienvenida.

 

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«El mundo sigue girando aunque tú pienses que todo está estancado», pensó Annick al ver que entre la correspondencia había una invitación a un enlace matrimonial. Separó el pergamino del resto de documentos y lo dejó visible sobre la mesita que adornaba el pasillo que conducía al véstibulo; así cualquiera que entrara o saliera podría ver la invitación.

 

Se preguntó si sería buena idea asistir a la boda; y lo primero que pensó era que seguramente tendría que hacerlo sola. No le apetecía. Jamás había sido buena para socializar, y estando sin compañía se sentía mucho más vulnerable.

 

Atrás había quedado la vieja costumbre de los Gryffindor de reunirse por montones, y desde hacía un tiempo la algarabía de la familia había sido reemplazada por el silencio y la tranquilidad. «Demasiada tranquilidad», reflexionó con pesar la fenixiana. Primero había dejado de tener noticias de sus hermanos; ahora no sabía nada ni siquiera de sus hijos. ¿Acaso algo estaba mal con ella?

 

Llevaba semanas formulándose preguntas similares, y lo único que conseguía era ganar dolores de cabeza o irresistibles estados de somnolencia que la hacían ver pasar el tiempo sin lograr hacer algo que considerase productivo.

 

Decidió intentar alejar aquellos pensamientos y salió al jardín a pasear con Elros, su pequeño hijo, y con sus mascotas, Kyara y Pólux. En cuanto pisó el césped respiró hondamente para llenar sus pulmones del aroma de la naturaleza, con la esperanza de que eso le transmitiera un poco de serenidad y alegría...

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Elros estaba encerrado en su alcoba hace un par de horas desde que el alba tocó su ventanal traspasando el visillo previo a su cortinaje grueso, el cual se le había quedado a un costado por falta de tino durante la noche, lo que le llevó a despertarse más temprano de lo habitual. La invitación de su compañera Bel a su matrimonio en el castillo Evans McGonagall le había llegado a sus propias manos desde las delgadas de su elfo Brahms; aunque también tenía la noción de que la fenixiana habría de invitar a toda la familia Gryffindor al ser unidas en cuanto a los ideales de La Orden del Fénix se refiriese. -Vaya drama el tener que vestirse formalmente para luego ensuciarse y comer como si el mundo se fuese a acabar ¿No lo crees Brahmsy? A todo esto... agradécele a Rhaenya por el planchado del traje. Si no fuese por ella o Dido... no sabría qué hacer frente a este tipo de cosas algo... ¿domésticas?- expresó el chico pelirrojo mientras se peinaba, con un poco de gel alisador para el cabello, mirándose seriamente en el espejo de su cuarto de baño. -Amo... Brahms le pide permiso para retirarse a la cocina. Eneas y Tanis me esperan para poder ir a los huertos traseros de la mansión. Brahms tiene que cosechar unas calabazas para la festividad de Halloween- dijo el pequeño de orbes marrones; recibiendo un gesto de aprobación con la mano por parte del veinteañero que ahora se apretaba una incómoda y peculiar espinilla en el mentón.


Los últimos sueños recurrentes sobre acontecimientos en el Templo de su Clan le tenían muy nervioso; ya que pese a que hace un buen tiempo que no pisaba el Bosque Prohibido, sabía por las energías de su corcel que todo marchaba tal y como Uther lo mandaba, bajo las normas de un grupo de hermanos que compartían las mismas convicciones. Tras bajar por las escaleras hasta el vestíbulo de la morada de sus padres; el muchacho vestido de azabache se encontró con Orión, el gato siamés de su madre; a quien tomó cariñosamente del lomo y lo apegó a su tórax para acariciarle mientras cruzaba la puerta de salida hacia los jardines... Debía de apurarse o Rouvás le colgaría de su mejor parte corporal. -¡Mamá!- gritó al ver que Annick estaba caminando sobre el césped junto a su "yo infante" y los dos perros: la golden y el samoyedo. -¡Buen día, má! Le avisé a papá que iría al matrimonio de Bel... Athe me espera... ¿Ustedes irán?- consultó sin soltar al gato de entre sus brazos; el mismo que se erizó un tanto al ver a Pólux y a Kyara cerca, revoloteando y jugando entre ellos.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Luego de que Kyara y Pólux olisquearan parte del jardín, la pelirroja decidió que era tiempo de ejercitarlos un poco; así que con un movimiento de varita convocó un par de pequeñas pelotas. Llamó a sus mascotas, y cuando éstas vieron los juguetes, comenzaron a mover la cola rápidamente.

 

Vayan por ellas –con una sacudida de varita ambos objetos esféricos salieron disparados varios metros al frente. Elros comenzó a gritar y reír inocentemente al ver cómo Kyara y Pólux se lanzaban como bólidos.

 

En menos de un minuto ambos canes regresaban trotando mientras sostenían las pelotas con el hocico, y las dejaron caer a los pies de Elros y Annick. La pelirroja volvió a sacudir la varita para realizar la misma acción, lo cual provocó nuevamente un ataque de escandalosa risa por parte de su pequeño hijo.

 

Mientras los perros volvían a atrapar los objetos, una voz familiar se dirigió a la bruja: se trataba de Thomas, quien llevaba a Orión entre los brazos. «Buen día», respondió el saludo y continuó escuchando lo que éste comentaba.

 

Dudo mucho que asistamos a la boda –en ese momento la golden retriever y el samoyedo volvieron a dejar caer las pelotas y se mostraban ansiosos porque el juego se repitiera–, últimamente tu padre ha estado sumamente ocupado.

 

Con el ánimo exaltado, Pólux comenzó a juguetear, y entre uno y otro movimiento terminó por acercarse demasiado a Elros haciéndolo perder el equilibrio y tumbándolo en el pasto. Por fortuna éste lo encontró divertido y reía mientras articulaba palabras en su mayoría poco claras.

 

Espero que te diviertas –aconsejó al pelirrojo mientras volvía a sacudir la varita para enviar lejos las pelotas. El samoyedo tardó en reaccionar, pero logró alcanzar a Kyara en tres saltos–. Supongo que tienes listo el traje que usarás. Si necesitas algo más, pídeselo a Dido o Eneas.

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  • 4 semanas más tarde...

Bufó, mientras pasaba por las rejas del territorio de los Gryffindor. No podía creer que se encontraba de civil. Bueno, sí, lo podía, ya le habían dicho del trabajo y por mucho que reclamase, no podía escaparse de esas obligaciones. Intentó cambiar la cara. Se acordaba de las veces que había prendido fuego los terrenos y eso le arrancó una leve sonrisa. Sus ojos azules fueron, entonces, de los campos a la puerta.

 

Sabía que ese tipo de trabajos, del tener que ir y entregar sólo “correspondencia” era ir a molestar y ser un poco intruso. Lo que, si tenía en claro, era que no utilizaría ningún elfo esclavizado. Esas prácticas barbáricas que detenían la mejora de la comunidad británica.

 

Llevaba una túnica ministerial, con un conjunto de saco, camisa y pantalondes de vestir. Además de todo eso, gorro y bufantes. Diciembre estaba a la vuelta de la esquina, con todo lo que eso conllevaba. En parte, las prendas ministeriales le daban la categoría de visita oficial. No quería ser atacado por locos huraños.

 

Llegó hasta la puerta, pasando por las dos estatuas, del león y el… ¿lobo? No entendía la obsesión que algunas personas podían tener frente a ese animal. La simbología del lobo significaba tantas otras cosas, como soledad. En su mente, se encogió de hombros. Suspiró, intentando quitar las distracciones y pegó en la puerta el pergamino del Censo.

 

- Creo que así al menos lo van a ver.

 

 

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Soltó una carcajada y tachó con su varita el ¡Feliz Noche de Brujas! Luego, puso algo así como "Felices Fiestas" o algo que ameritaba la ocasión.

 

Por último, tocó levemente la puerta y sin esperar a que lo recibieran, se dirigió a los límites del terreno, para poder desaparecerse sin problemas.

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