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∞ La Mazmorra ∞ (MM B: 99618)


Mentita
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Había una botella de absenta vaciándose y gracias a su demoníaco ser la embriaguez no llegaba, como siempre era necesario una gran cantidad de alcohol para emborracharlo, pero cuando se dice gran cantidad no se habla de un par de litro, sino varios pares. Terminó la primera botella y de inmediato pidió otra, era algo que le fascinaba, el alcohol fuerte.. aquella sensación de que su garganta se incendiaba y luego su pecho se abría en dos, podía sentir como era capaz de escupir fuego por la boca cuando tomaba rápidamente bebidas potentes.

 

Lo bueno llegó en forma de snack cuando la Triviani le ofreció en un recipiente algunos comestibles salados bastante interesantes. Dovakhin tomó uno y lo llevó directamente hacia su boca sin pensarlo, luego volvió a la charla pensando en lo que previamente le había dicho la mujer.

—Creo que no es necesario que explique que no todo el mundo me cae mal— Exclamó y en seguida se escuchó el crujir de la papa que había agarrado. —No podría arremeter contra ti en tu propio local, en cualquier caso debería ser en otro lugar, en otro momento— Bromeó sin reírse mientras aceptaba la segunda botella de absenta y se servía a sí mismo.

 

Luego un comentario llamó la atención del Haughton. —Lamento no poder decir lo mismo— Contestó —En cualquier caso espero que el recuerdo sea grato— Afirmó. Por un lado estaba el Dovakhin altanero y petulante, reacio al amor y las buenas acciones y por otro lado estaba el Comprensivo y educado muchacho, el perfecto hijo que su madre deseaba. Ambas personalidades no eran dos polos opuestos, sino eran dos extremos que mediaban el punto medio donde se encontraba el Haughton.

 

Era loco, pero era sensato. Era odioso, pero inteligente y sobre todas las cosas, era poderoso, pero reservado. Aquellas combinaciones lo habían dejado con vida hasta ese momento. El sobrevivir era una cualidad en aquél mundo mágico donde la violencia y los asesinatos estaban a la orden del día, sin embargo a pesar de todo, de sus pro y sus contras, el Demonio siempre prefirió ser el malo antes de que alguien más malo le arruinase la vida.

 

—De todas maneras cada vez que te observo no puedo evitar pensar que eres una persona peligrosa, aún para mi.— Admitió dando a entender que no creía el cuento de la vulnerable joven que aparentaba ser. Quería ver realmente su verdadera cara y saber con quién estaba tratando, después de todo, aquello era divertido.

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Lamentó no poder explicarle a quién se refería, sería hurgar demasiado en el pasado y no era lo que le apetecía. Podría haberle dicho que le recordaba a sí misma, que veía en él un reflejo tal vez más joven, pues ignoraba la edad que el muchacho tenía. Con esas ansias de llenarse las manos de sangre, de poder, de gloria. Unos deseos que, supuso, la llevaron a seguir ideales bastante oscuros, muy siniestros. La Triviani no recordaba el cuándo ni el cómo, pero intuía el por qué de la Marca Tenebrosa en su brazo izquierdo, mismo que sólo se vislumbraba a sus ojos.

 

Bien podría haberle mentido y decirle que sí eran recuerdos gratos, pero estaría lejos de la verdad. Y no porque fuesen non gratos realmente, sino porque no podía recordarlos con claridad. Muchos de sus contactos habían desaparecido y le habían dejado con una vida que no lograba entender; inclusive la relación con su madre se había echado a perder, su familia no era más que un estorbo para ella, al punto de haberse deshecho de todos los vástagos que había adoptado alguna vez.

 

Recordaba haber parido a un varón, durante una época de transición hacia la humanidad -que no le duró demasiado-, pero el rostro del padre y el vínculo con éste eran una nebulosa en su cabeza. Del mismo modo estaba vivo en su memoria el momento en el que asesinó al niño, y cada vez que lo rememoraba lo hacía con menos dolor. Los pocos vestigios de humanidad se habían ido con él, dejándola desmadejada y llena de rabia. Una rabia que fue encaminando por las vías correctas hacia su misantropía.

 

― ¿Peligrosa, yo? ―siseó la gitana y rió por el comentario.― Si eso crees... no me incomoda que se crea de mí, quizás, lo peor. Es un halago. ―miró la bebida que se había preparado y se sorprendió al encontrar el recipiente vacío.

 

De inmediato buscó una botella de ron, le puso algo de hielo y un par de especias, y se sirvió. Era increíble cómo poco a poco se iba soltando; ¿tal vez producto del alcohol? Lo dudaba, no era del tipo de embriagarse con facilidad con apenas una botella. Lo que en un principio se esmeraba en esconder, fue aflorando en su mirada y en su voz. Sus ojos grises se mantenían fijos en su acompañante, mientras se preguntaba qué era exactamente lo que Dovakhin necesitaba saber.

 

― Concédeme una respuesta, ¿que me hace hace peligrosa? ―apoyó ambos codos sobre la barra y dejó reposar el rostro en una de sus manos.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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No buscaba incomodarla, tal como ella había dicho el Haughton también asumía que el decirle a alguien que era peligroso era halagarlo de cierta manera. Muchos se habían salvado de una muerte lenta y dolorosa por confesar su miedo hacia el mortífago, si había algo que le podía era saber que tenía el poder y el control absoluto. Lo cierto era que Dovakhin con el tiempo fue despojándose de aquella seguridad que sentía al creerse todopoderoso, incluso hacía no mucho tiempo había tenido un encuentro con Avril, con quien compartía un lazo sanguíneo pero ningún recuerdo ni experiencia vivida pues ella se había marchado mucho antes de que él estuviese apto para mantener conversaciones de adultos, según Mónica.

 

El tiempo había pasado, tenía dos hijas grandes y no recordaba cuando había sido la última vez que había festejado un cumpleaños. Claro que se enteró de que era padre no mucho tiempo atrás y desde entonces se puso a pensar en cuanto tiempo había pasado ¿cuantos años tenía él en realidad? Si lo pensaba jamás envejecía y aquello que le resultó tan normal durante tanto tiempo ahora era uno de los motivos principales de sus cuestionarios.

 

Se sentía débil y olvidado como una nimbus 2000. Sabía que tuvo su época de gloria pero que había pasado hace rato, sin embargo luchaba constantemente por volverse más poderoso y más sabio. De alguna manera lo lograría a fin de cuentas.

—Era justo lo que buscaba— Respondió sobre el asunto del halago.

 

La escena fue avanzando y entre ellos se llegó a un clima de cierta confianza, si se le puede llamar confianza. Estaban cómodos o eso se podía percibir en el ambiente, más allá de que ambos aborrecían a las personas y tenían un perfil curiosamente similar en algunas partes, entre ellos no parecían llevarse mal.

Fue cuando Dovakhin se sentía más cómodo que llegó la pregunta de Candela, había sido cortés y agradable pero se dice por ahí que nunca hay que tirar demasiado de la cuerda.

 

—Las mujeres de por sí son peligrosas. Y aquellas que pueden simular vulnerabilidad y matarte con un solo movimiento de varita suelen ser aún más peligrosas— Contestó. Quizás las respuestas de Haughton no le agradaran a ninguno de los dos, quizás si... todo dependía de como fuesen tomadas.

—Eres la típica mujer bonita que se muestra débil pero que constantemente analiza a sus pares, entras en confianza, tomas la información que quieres... incluso estoy seguro de que eres capas de asesinar a cualquier hombre que se pierda en tu belleza— Sentenció sin miedo a equivocarse. No la estaba coqueteando, por dentro sabía que no había persona capaz de llevarse aquél éxito más que una o dos mujeres del pasado que fueron un simple traspié.

 

Candela podía ser de muchas maneras, pero lo que más peligrosa la hacía era ser tan similar a Dovakhin en algunos aspectos. El muchacho era influenciable aunque alegara no serlo, aunque realmente creyera con total seguridad ser totalmente autónomo e independiente en cada una de sus acciones. La realidad era que en reiteradas ocasiones habría sido capaz de matar por otras personas, aún jactándose de aborrecer a todo el mundo. Esa era la pequeña maldición que tenía, pero estaba en recuperación después de desaparecer tanto tiempo. Su locura no sería aprovechada por nadie más.

 

—Tu dime si me equivoco— Sentenció luego de la respuesta que le había pedido la Triviani. —¿Qué te parece si hacemos que alguno de los elfos traiga a alguien al bar y lo torturamos?— Propuso con ansias. No solía compartir su diversión, pero quizás y sólo quizás a la dueña del negocio le gustaría torturar a algún que otro muggle o algún mago impuro de poco valor mágico. De pronto había mandado al caño toda su madurez, quería jugar un rato.

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La Triviani se sentía seriamente complacida por las palabras de Dovakhin, más allá de que no concordase con él en un par de cosillas, le dejó ser. Tenía la certeza de haber causado una buena impresión, por lo que podía escuchar, y hasta pensó que fue demasiada la estima en la que había caído. Por lo que enarcó una ceja y se enderezó lentamente.

 

Ella estaba completamente segura de lo que era y de lo que no, y una hábil asesina de varita no era. Quizás más si utilizaba su propia naturaleza tenía mucho más éxito que con la magia. Y por eso la acumulaba, estaba enamorada de su condición de bruja más que de la de ser demonio. La magia significaba poder, y el poder llevaba a la gloria. Ya quisiera deshacerse ella de todo el mundo, hacerlos trizas, pero un mundo donde añoraba gobernar debía tener súbditos, ¿no es así? No se puede ser rey sin reinado.

 

― Agradezco los cumplidos, pero puedo ser todo... menos típica ―se ayudó de la barra y saltó sobre ella para sentarse en el borde, cerca del Haughton.

 

Cruzó ambas piernas dejando entrever, apenas, su nívea piel a través de los jirones de su vestido. Apoyó las manos sobre la madera y en la diestra se vislumbraba una fina marca de color escarlata que subía por su brazo y se perdía por la corta manga de su atuendo. Era la marca que pertenecía al tatuaje de salamadra -el estigma de su ser demoníaco- y que su larga y desaliñada cabellera castaña ocultaba sin mucho esfuerzo. Por último, estaba descalza, tal como acostumbraba.

 

― Uhm... ―caviló unos segundos antes de responder a su invitación.

 

Hacían bastantes años que lo único que torturaba eran elfos. La última persona que había sufrido a sus manos había sido un ex Ministro del país de Rusia, al que tuvo que matar luego haberle sacado la información que deseaba. Y muy por el contrario a como pensaba Dovakhin, no lo había hecho valiéndose de su "belleza", sino más bien de su simple ser sanguinario.

 

― Vale, ―aceptó con el gesto aún concentrado en sus pensamientos― pero que sea alguien que tú conozcas... No tiene mucha gracia cuando no sabes nada de tu víctima, o cuando ésta no te conoce. Debe saber quién eres. Es más entretenido así.

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Pensó detenidamente quién podría ser aquél conocido pero no se le caía una idea, generalmente mataba a todos los que conocía a excepción de familiares y compañeros de bando o trabajo, lógicamente torturar a alguna de esas personas significaría un gran problema para ambos así que se puso a pensar en aquellos que había conocido en su ausencia, durante su viaje de tres años. Alguien debía haber en su memoria.

 

Pronto llegó un rostro y un nombre a su mente. Se presentó como caído del cielo cuando al Haughton no se le ocurría a quien castigar, fue un regalo del señor tenebroso desde el más allá, así lo tomó él.

—Creo que tengo a alguien— Comentó chasqueando los dedos de su zurda sin quitar la vista de Candela.

—Su nombre creo que era Brutus— Mencionó —Un tipo calvo y robusto que se dedica al cuidado y crianza de animales mágicos en Noruega— Exclamó recordando de a poco. —Cuando lo conocí tenía en su poder unos huevos de dragón, pero como yo estaba de paso y nunca tuve idea de cómo criar uno no le hice daño y lo dejé con sus bestias— Explicó mientras se cruzaba de brazos.

 

Una mirada de complicidad se formó en los ojos de Dovakhin quien esperaba que Candela entendiera sus intenciones, si iba a torturar a alguien que conocía, mataría dos pájaros de un tiro sacando un poco de información de él. Se acercó un poco más a la Triviani y le habló en voz baja, para evitar que la otra mujer que estaba a sus espaldas -si es que aún seguía allí- oyera. —Podríamos tener uno cada uno— Propuso dando a entender lo que quería. Estaba todo más claro que el agua y sólo dependía de la dueña del negocio para proceder, aunque claro que si ella quería podían cambiar de víctima.

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Brutus, ¿a quién se le ocurriría llamar a una persona de esa manera? A menos que se tratase de alguien que le hiciera honor al nombre, esa ya sería otra historia. Candela consideró la propuesta del muchacho y no pudo evitar regalarle una cómplice sonrisa. Realmente no tenía pensado que sus planes cambiaran de una simple tortura a una especie de misión por criaturas, y ya que nunca había tenido un dragón la idea de pronto resultaba tentadora.

 

En su familia, la única que poseía un ejemplar era su tía, matriarca de la familia. Había tenido que registrarlo bajo la tutela del apellido Triviani, de otro modo tendría que haber renunciado a él y enviarlo a la Reserva. Muchas veces había tratado de robárselo, pero la gitana no era conocida por see una excelente domadora de dragones, y éste daba una dura batalla cada que se encontraba con la bruja. Suponía, entonces, que criar uno desde el huevo sería una ventaja ¿o no?.

 

- Me has convencido... -sentenció ya imaginándose en posesión del huevo.

 

Estaba más que convencida del uso que podría darle, ya sea vendiéndolo o incluso madurarlo para hacer de él un excelente arma o un vehículo para sus propios negocios. Sí, definitivamente estaba haciendo una buena elección.

 

- ¿Dónde encontramos a este... Brutus? ¿Podemos convocarlo? -preguntó con la llama de la ansiedad prendida en sus ojos mercurio, una llama que se encendía cuando halĺaba algo de su interés.

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Dovakhin sonrió divertido ante la respuesta de su acompañante, evidentemente se lo iban a pasar en grande aunque Brutus no era ningún muggle, sino más bien un mago sin dirección que se había dedicado exclusivamente a las bestias mágicas. A pesar de su nombre, aquél tipo era de apariencia decente y por lo que había podido conversar con él, parecía además muy inteligente aunque lógicamente podía equivocarse pues se relacionó el menor tiempo posible y luego se alejó de él pues el Haughton jamás toleró a las personas si no le servían para algo.

 

En un segundo hizo aparecer su vuelapluma y comenzó a escribir una carta, la cual obviamente era engañosa y buscaba llamar la atención del sujeto para hacerlo aparecer lo más pronto posible. La carta tenía una caligrafía envidiable pues Dovakhin desde pequeño fue muy meticuloso con las cosas que hacía, rozando la obsesión por lo perfecto.

"Estimado Brutus, a través de la presente solicito con urgencia su presencia en 'La Mazmorra', un negocio ubicado en el callejón diagón. Es de vital importancia que venga lo más pronto posible, y sólo, ya que nadie puede enterarse de ésto. Necesito su ayuda pues encontré una criatura de lo más extraña, jamás la había visto ni leído sobre ella en los libros de historia, ni siquiera en la reserva mágica de Newt Scamander, o en su libro de animales fantásticos y dónde encontrarlos. No quise denunciarlo a las autoridades por miedo a lo que podrían hacerle al pobre. Parece asustado y no tengo manera ni tampoco la más remota idea de cómo hacerlo tranquilizarse. Espero su pronta aparición en el negocio.

Atentamente: Dovakhin Haughton"

Lo que sucedió después fue impagable. El mortífago se había tentado con aquella broma de mal gusto, no podía parar de reír mientras leía y volvía a leer la carta una y otra vez en su mente. Finalmente la leyó calmado y en voz alta para Candela y se dispuso a enviarla.

—Discúlpame un momento— Salió del negocio y llamó a su lechuza para entregarle la carta y que ésta se la llevase volando al pobre Brutus. Finalmente decidió volver a entrar y una vez estuvo frente a la Triviani se sentó nuevamente en su lugar, alzó su copa y procedió.

—¿Un Brindis?— Propuso con una enorme sonrisa en su rostro.

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Por un momento empezó a pensar en alguna buena razón para hacer más creíble la historia que Dovakhin estaba contando en su carta, se preguntaba qué tan ingenuo podía llegar a ser aquel Brutus para llegar al local de la Triviani sin pensárselo ni un segundo. Lo averiguaría tarde o temprano al fin y al cabo, sería capaz de comprobar el grado de persuasión del Haughton, después de todo, el conocido y la idea eran suyas, era correcto dejarle a él escribir aquel telegrama.

 

Candela no se privó de las risas que el muchacho le contagiaba, hacía tanto que no reía de tal modo que creyó que se había vuelto loca. Quizás más de lo normal. A pesar de que, lo normal para ella sería averiguar dónde se encontraba exactamente el experto en criaturas y someterlo por cuenta propia. ¿Existía cierto sentimiento de lealtad, entonces? No, se aseguró a sí misma de que no. La lealtad era una palabra demasiado fuerte en su vocabulario y no la relacionaría tan fácilmente con un joven al que apenas conocía y que, probablemente, jamás vería nuevamente.

 

Sin embargo, y porque de algún modo tenía que definir la situación actual -porque ella debía encontrar razones para lo complejo, de otro modo perdería sentido― quiso llamarlo "complicidad", pasajera por supuesto, pero complicidad al fin. Tuvo que obligarse a salir de sus pensamientos cuando Dovakhin volvió. Éste tenía la victoria dibujada en el rostro mientras ofrecía un brindis, al cual laTriviani se unió con gusto. Levantó su copa y observó que estaba vacía; y como no se puede brindar con algo vacío, la llenó una vez más, pero en esta ocasión lo que quedaba de la absenta que el Haughton bebía.

 

― ¿Por los huevos? ―murmuró la bruja elevando el cristal.― ¿Cuánto crees que tarde en llegar?

 

La gitana era impaciente, no veía la hora en que llegara Brutus, en que atendiera al llamado. Pero tenía decidido salir a buscarlo si no se aparecía pronto.

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Congelado se quedó cuando la Triviani aceptó el brindis, por alguna extraña razón su cerebro no paraba de alburear aquella frase. Suprimió el chiste con todo el poder de concentración que jamás había tenido y sin cambiar la expresión de su rostro corrigió el fallido de su compañera —Por la maldad y la recompensa— Ahora sí una sonrisa cruel se dibujaba en sus labios que se escondían de a poco detrás de la copa de absenta, que luego de chocar con la de su interlocutora drenaba el brebaje exquisito sobre la boca del Haughton, que luego deslizaría por su garganta aquél líquido alcohólico que le hacía sentir que sería capaz de escupir fuego, como si realmente tuviese la sangre de dragón

  1. (Dovakhin significa Sangre de Dragón)

Podía ver cómo aquél encuentro había sido más gratificante que muchos otros, Candela era una mujer divertida y en cierto aspecto, parecida al Haughton. Era como si hubiese encontrado una prima o algo similar, ya saben, como alguien con quien compartes la infancia y la formación, las travesuras y los aprendizajes. Por un momento aquellos dos longevos demonios encerrados en cuerpos jóvenes no eran más que niños haciendo travesuras. Travesuras realmente sanguinarias pero travesuras al fin de cuentas.

 

Ni siquiera tenía idea de cuanto tiempo había pasado pero de alguna forma aquello no era un problema, habían transcurrido muchos atardeceres y amaneceres desde la última vez que el Mortífago se había divertido tanto, claro que ésto sucedió a partir de la carta pues anteriormente había sido todo bastante formal y aquello siempre era un poco tedioso.

 

—Tendríamos que preparar una fachada para cuando llegue el Bruto, digo Brutus— Sugirió el hombre que tras la cuarta botella -si, había pasado un rato- Ya comenzaba a ver como la Triviani se convertía en dos y luego en una por fragmentos de segundo, intuía una borrachera próxima. —No sé cómo funcionan los elfos— Tomó uno de los del negocio del brazo y lo levantó para examinarlo de cerca. Con la criatura colgando de su extremidad Dovakhin le picaba el pecho con el dedo índice de la otra mano —¿Será que se puede transformar?— Preguntó —Si es posible haz que se transforme en algún bicho raro así le hacemos creer al tipo éste que él es la Criatura— Propuso dejando ahora al pobre elfo doméstico con los pies en el suelo.

 

 

 

 

 

•••

Había pasado un rato prolongado y en un momento inesperado la puerta del negocio se abrió con fuerza. Detrás de ella surgió un robusto hombre sin cabello, abrigado hasta el cuello y con los dos ojos abiertos como platos. Medía dos metros y pesaba al rededor de ciento cincuenta kilogramos. Tuvo que agacharse un poco para pasar por la entrada. Una vez adentro se quitó los guantes que llevaba puestos y miró a Dovakhin

 

 

Brutus:

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—Vine en cuanto me llegó su lechuza, señor Haughton— Exclamó muy cordial el Noruego quien de inmediato reparó en la mujer que acompañaba a Dovakhin —Mis disculpas my lady, Brutus Broadmoor, para servirle— Se presentó con una reverencia y clavó sus claros ojos en los de la Triviani expresando cierto interés en aquella joven.

—¿Y bien? ¿Qué tienen para mi?— Preguntó ansioso el hombre que tras un chasquido hizo aparecer una jaula vacía del tamaño de una mesa, que dentro tenía otra jaula más pequeña y dentro otra aún más pequeña y así sucesivamente. Parecía un buen tipo...

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Contempló al pobre Rod siendo examinado por el Haughton, éste le enviaba miradas suplicantes, y todo tipo de gestos implorantes para apelar a la compasión de Candela; pero ésta no entendía por qué lo haría, ¿por qué habría de salvar a su elfo? Después de todo, el motor de su existencia era la de satisfacer los deseos de su ama y la de los clientes del bar. Dovakhin lo requería como carnada, y eso iba a ser la criatura.

 

― Habría que cambiarle algunas características que no lo hagan ver tan... elfo. ―puso ambos pies en el suelo, cruzó los brazos y se agarró la barbilla mientras pensaba.― Quizás aquí, aquí... y aquí... ―señalaba distintos puntos del cuerpo de Rod― Y por supuesto, el tamaño. Lo delataría al instante.

 

Y así, sacando su varita fue transformando las partes indicadas, de modo que el elfo quedara irreconocible. Una especie nueva.

 

 

*************

 

Al cabo de un par de horas la puerta del bar se abrió abruptamente, dejando entrar por ella a un hombre de robusta fisonomía. No era mucho más alto que el Haughton, pero sí más corpulento. A Candela le hizo gracia pensar en David y Goliat, una historia muggle que solía entretener a niños pequeños, pues se imaginaba a sí derrotando al pobre Brutus con un simple golpe. Pero terminar con él apenas en la presentación le quitaría la belleza a lo que seguía después.

 

― Un verdadero placer, señor Broadmoor. ―imitó la reverencia estilo "princesa" para luego sonreírle.

 

Le dirigió una fugaz mirada a su compañero, mientras le daba la espalda al recién llegado e iba en busca de la supuesta criatura. Fue en ese momento que vio las jaulas que aparecieron dentro de su local.

 

― ¿Piensa enjaularlo aún sin saber si es peligroso? Yo creo que lo que necesita más, son unas manos amigas. ―sentenció indicándole que la siguiera.

 

Detrás de la barra, entre algunas cajas de vodka y tequila, el deforme elfo permanecía y con gesto aterrado. Al menos, habían logrado el cometido de tener a una criatura temerosa. Sus dientes eran del tamaño de dagas de tamaño promedio; su cuerpo estaba cubierto de un pelaje marrón y gris, y la cola que poseía era el de una serpiente.

 

― Da la impresión de que, en realidad, experimentaron con él. ¿No lo cree? ―fingía preocupación en cada palabra.

Editado por Candela Triviani

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