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∞ La Mazmorra ∞ (MM B: 99618)


Mentita
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Cerca de los bares y tiendas más conocidos, incluyendo el Honeydukes entre otros. La Mazmorra se ubica a lado de la tienda de artículos "Borgin & Burke". El letrero en la pared indica la entrada que lleva a un pasillo bastante largo, en cuyo recorrido pueden avistarse pequeñas lámparas colgadas a ambos lados del muro y cuadros con fotografías de grandes magos de la historia.

A metros de la entrada se encuentra una segunda puerta cuya apertura se debe únicamente al sensor de movimiento mágico que posee, pues se abre apenas llega el visitante a aquella instancia. Lo que siguen son las escaleras que dan paso a un gran salón decorado con motivos verde y plata. Al final del salón se encuentra la barra cuya estantería ofrece una gran variedad (y cantidad) de licores. A su costado se dispone la sección de cafetería, por si al visitante se le apetece una u otra bebida.

Las mesas dispuestas, cedro pulido, y del techo colgando los finos candelabros que iluminan de manera tenue el lugar. Detrás de la barra, separado por una cortina de cuentas y perlas plateadas, se ubica el salón para aquellos que prefieran un poco más de intimidad, con sillones y muebles de distintos tamaños. En los muros encantados se simulan las ventanas con un paisaje nocturno y permanente, para distenderse un poco. Y uno que otro cuadro con fantasmas, criaturas (como el basilisco), etc. En el extremo derecho se avista una vitrina en la que se exhibe un hermoso ejemplar de pitón de exóticos colores.


Elfos del negocio
Miss (elfina)
Rod (elfo)


Empleados
Se aceptan empleados

 

 

 

*********************

Probablemente si los representantes del Ministerio le cayesen encima terminarían clausurándolo pero, como siempre, para la dueña de aquel nuevo local era un placer hacer negocios ilegales sin que la descubran. Era adrenalínico.

Candela suspiró, se abría un nuevo camino en aquel mundo y sólo era cuestión de esperar a que empezara a concurrir gente de todos los lugares; si bien ya existían muchos bares en la zona, la bruja sabía que La Mazmorra era especial por una razón y sólo aquellos entendidos se darían cuenta también. Pensó en el equipo de quidditch del cual fue sub-capitana alguna vez y la nostalgia que la invadió le hizo re-abrir dicho bar, en compañía con su buena compañera @Puntitos

― ¿Miss? ― llamó la bruja y fijó sus ojos mercurio en una pequeña elfina que iba saliendo del depósito con mucha prisa.

― ¿Si, ama? ― le dedicó una de sus reverencias y jugó con sus dedos un poco ansiosa.

Miss era una elfina que Candela había encontrado en el camino de regreso a Londres, la había acompañado desde Italia y viajó junto a ella por todos los países europeos que pisó en medio de su exilio. Si bien era un poco tímida y poco comunicativa, Miss era una criatura de un fuerte carácter y algo malhumorada cuando se lo proponía. Era un pequeño elfo de armas tomar.

― Preparemos la barra, las copas, los asientos...

― Ama, está todo listo ― la tranquilizó la elfina.

― Sí, es verdad. De todos modos, sírveme un vodka. ―ordenó Candela y se encaminó hacia los sillones que se encontraban detrás.

No obstante, pensó que tal vez sería mejor idea ir y ordenar algunos folios en la oficina que poseía en el local. Rod, un anciano elfo que estaba muy enamorado de Miss, se encontraba puliendo la habitación cuando vio entrar a la Triviani y desapareció detrás de un armario pegado a la pared.

 

― Rod... ―murmuró la ojigris haciendo caso omiso a su tentativa de escape― ¿Le enviaron un telegrama a Nym?

 

 

 

*************

 

 

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Editado por Sagitas E. Potter Blue

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Desde el inicio de los tiempos el ser hombre había buscado huir, quizás buscar su lugar en el mundo fuese lo único importante en la mente de aquellos seres tan extravagantes. Claramente haciendo honor a su especie Dovakhin era un digno representante del género masculino debido a su condición nómada. Hacía algunos meses que había regresado de su largo viaje y ahora no podía mantenerse un día entero en su hogar, siempre buscaba la manera de escapar de allí ya sea para alguna obligación o responsabilidad, o simplemente ocio y distracción. Luego de tantos sentimientos encontrados, familiares y errores del pasado que aún en el presente lo atormentaban, el Haughton decidía tomarse su tiempo y su espacio personal para reflexionar a solas.

 

Como era costumbre en él, había afianzado un gusto por recorrer lugares inexplorados. Era frecuente su visita a negocios emergentes pues no era un secreto que cada semana aparecía un nuevo local en el Callejón Diagón, y extrañamente con el correr de los meses, el descubrir nuevos aposentos se había vuelto un pasatiempos bastante llamativo para el patriarca de la familia Haughton.

 

No necesitaba carta de presentación, el tempestad se abría camino entre los transeúntes como si él tuviese aún más derecho que los demás de circundar por aquellas calles. Claramente no era así, pero para la mentalidad obtusa de nuestro mago la absoluta verdad sólo era pronunciada por sus labios y quien contradijera su palabra era poco menos que un hereje insulso con aires de grandeza por contrariarlo.

 

Quien observara a Dovakhin detenidamente podría pensar que poseía un perfil típico y casi trillado, el clásico hombre tenebroso amante de la sangre y el odio, que despotricaba insultos a diestra y siniestra sobre los muggles e incluso sobre compañeros mágicos que no siguieran sus ideales. Pero el asunto era un poco más extenso de lo que cualquiera podría pensar. Todo tiene un motivo y para su personalidad aquello no estaba exento. Quizás era el hecho de haber sido criado por su madre, una mortífaga de pies a cabezas, o tal vez su comportamiento era culpa de los demonios, Belfegor -pecado capital de la pereza- y Athos -Guardián de las puertas del infierno- que poseían su cuerpo con frecuencia y provocaban un agotamiento mental y estrés inminente en Dovakhin -quien desconocía aquella situación-

 

Posiblemente era más una víctima que un verdugo aquél rubio de ojos color esmeralda que se imponía ante cualquier ser como el amo y señor del universo, a quien le costaba demasiado acatar órdenes incluso de sus superiores. Pero por suerte el pasar del tiempo lo hizo madurar y había perdido un poco aquella altanería que lo caracterizaba en su adolescencia. Ahora por lo menos podía disimular un poco.

 

El demonio avanzaba con un paso firme, ni lento ni rápido. Sus ojos observaban cada rincón del callejón pero no divisaba nada interesante hasta que leyó un cartel que llamó su atención. "La Mazmorra".

Parecía agradable e interesante por lo que sin pensarlo mucho decidió entrar. Atravesó un extenso pasillo y mientras lo hacía pudo notar fotografías de una gran variedad de personalidad de la magia. Diferentes Magos y Hechiceras cuyas hazañas los habían puesto en los libros de historia. Algunos eran gratos a su vista, otros los despreciaba con tan solo mirarlos de reojo.

 

Finalmente luego de ingresar y atravesar todo se topó con una barra. Se sentó y esperó a ser atendido. Se encontraba animado por lo que se sacó el sobretodo negro que cubría la camisa blanca y el pantalón negro que llevaba puesto y lo apoyó sobre su regazo. Quería tomar algo, estaba sediento tras tanto andar.

—Hola— Se limitó a decir. —Un Licor de Chocolate— Exigió

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Había salido de la oficina con los papeles en mano que debía llevar al Ministerio, mismos que la elfina había perdido el día anterior y que tuvo que redactar nuevamente, cuando se apareció Rod a su derecha con una copa de cognac entre sus dedos. El elfo tenía la cabeza baja, los ojos clavados en el suelo. Rara vez se atrevía a mirar hacia arriba y mucho menos a su ama; aquellos ojos marrones y saltones los tenía únicamente para Miss, la otra criatura orejuda que lo traía de los pelos porque no le prestaba ni cinco de atención.

 

Candela recibió la bebida sin observar a su sirviente, tenía puestos los ojos en unos formularios de registro de criaturas; pues tendría que ir, tarde o temprano, a certificar la posesión de ambos elfos al departamento de Criaturas y que estaba demorando, quizás por falta de paciencia que por tiempo. No le gustaba tramitar ningún tipo de documentación y menos si no era personal, por lo que le había costado incluso hacer su propio pasaporte o certificar su condición como demonio.

 

― ¿No hay noticias de Nym? ―preguntó mientras continuaba hasta llegar a la zona del bar. Rod negó con la cabeza un par de veces y llevó ambas manos a su espalda, con el gesto pensativo.

 

― ¿Quiere que la mande a buscar?

 

― No. ―cortó en seco su respuesta, lo que hizo que el elfo asintiese y desviase su camino hacia el depósito.

 

La Triviani pasó por alto el abandono y, cuando llegó hasta la barra, vio que Miss se encontraba recibiendo a un joven mago. ¡Al fin un cliente! Necesitaba comprar un par de criaturas más para el negocio que se traía en manos y, sin consumidores, no habría ventas. Sin ventas, no habrían galeones. Por ende, nada de compras para la bruja.

 

― Ve y compra algunas lámparas. ―ordenó a la elfina con la mirada puesta en el muchacho― Yo atiendo al... señor.

 

Como con todos, no recordaba haberlo visto antes. Todos los rostros le parecían los mismos, desconocidos, extraños, insufribles. Reconocía que debía poner la mejor de sus caras si eso atraía clientes, y mucho más si se trataba de un bar. Pero, estando tan acostumbrada a mandar al ca***o a todo el mundo como estaba, le resultaba difícil tener que hacerlo bajo aquel techo. Si se tratase de la tienda no tendría problemas, al fin y al cabo no le interesaba mantener compradores allí; pero con el bar era otra historia.

 

De modo que, en silencio, llenó una copa con la bebida requerida y se la acercó. A la gitana le dio la impresión de que se trataba de una imagen sacada de una revista muggle; con lo que odiaba a los muggles, pero debía reconocerles ese no se qué que tenían para las superficialidades; rubio y de ojos verdes. Típico niñato que se cree modelo, fue uno de los pensamientos de la Triviani y que le duró hasta que sintió la esencia de éste. Era otro demonio.

 

― ¿Otra? ―preguntó con mucho más interés que antes, una vez que el chico hubo terminado la bebida. Tenía la botella lista, sólo necesitaba el sí.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El lugar estaba desolado, eso le agradaba por demás. El hecho de compartir espacio con demasiadas personas le generaba dolor de cabeza, generalmente las personas eran desesperantes todos hablando de modas, entretenimientos, chismes... Dovakhin pensaba que en ese aspecto los brujos eran iguales a los Muggles. Fue algo que alimentó en sus pensamientos desde aquella vez que oyó hablar sobre escobas a unos recién egresados de Hogwarts que terminaron prácticamente a los golpes por discutir entre las diferentes marcas. El Demonio había pasado al lado de ellos pensando en la absurda tontería por la que estaban peleando, asumiendo que no sabía que al principio, los magos fabricaban sus propias escobas y no tenían que andar viendo catálogos en revistas o modelos en vidrieras.

 

No tardó en llegar una mujer bien parecida, su tez era blanca como las nubes y sus ojos grisáceos que ganaban fuerza acompañados de aquél cabello castaño que hacía resaltar aún más la palidez de su rostro. Había algo en su mirada que hacía sentir al Haughton que compartían algo más que tiempo y espacio en aquél bar.

—Por favor— Respondió ante el ofrecimiento de quien -creyó acertadamente Dovakhin- era la dueña del negocio.

 

Hizo un ademan para tomar por sí mismo la copa y servirse, luego se inclinó un poco para recoger otra copa más de las que estaban a su alcance y la colocó al lado de la propia. —¿me acompañaría un rato?— Preguntó invitando a la fémina a compartir unos minutos de bebida y charla. Odiaba los lugares abarrotados de personas, pero de vez en cuando disfrutaba de la compañía de una mujer como aquella imponente joven.

 

Notaba en su mirada más años de los que delataba su rostro, posiblemente tenía su misma cualidad y no envejecía tan rápido como el resto de la gente o quizás sólo era una joven con mucha experiencia vivida, de cualquier manera no importaba aquello, el mortífago la encontraba interesante y aquello era motivo suficiente para invitarle una copa o dos...

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El rumor de un nuevo negocio dentro del callejón Diagon había llegado a ella varias horas después de lo que hubiera deseado. Nymeria se encontraba limpiando los vasos detrás de la barra del local Shadowhunters, cuando escucho acerca de La Mazmorra. El nombre daba por hecho que debía ser un buen lugar para que personas dedicadas a las artes oscuras pudieran hacer trueques, pero siempre había dicho que no se puede juzgar un libro por su portada. Así que lo mejor era comprobar aquello.

La gente como en todas las civilizaciones pasaban sin ver con quien se podrían encontrar, más interesados por los aparadores y los grandes negocios que ahí se encontraban. Odiaba a la gente. Y tener que cruzar prácticamente todo el lugar para llegar a aquel local recibiendo golpes de bolsas, tropiezos con gente que no miraba por donde caminaba y pequeños niños que pataleaban fuera de los negocios de bromas y dulces.

Tuvo que controlarse en varias ocasiones para no matar a aquellos chiquillos tan escandalosos, llegando a preguntarse si ella era igual con su madre. A la que, por cierto, llevaba tiempo de no verla. ¿Dónde es que se había metido Gatiux? Lo ignoraba, como el nombre de su padre gran parte de su niñez, quizás era eso lo que le hacía ser tan… ¿Cómo le habían dicho? Ah sí, insufrible. El tener que resaltar ante sus otros hermanos para convertirse en la favorita había sido un trabajo un tanto agotador para una niña y aunque ahora seguía siendo una niña de 15 años, la madurez que tenía era lo que la hacía diferente a los demás niños.

Por fin se encontraba frente a la entrada del local y mirando el nombre de este en el letrero le recordó aquel nuevo negocio donde ella era socia. Entró asomando su cabeza esperando no encontrarse con su socia, así que al verla no le quedó de otra que enviarle un pequeño mensaje a su mejor amigo para invitarlo a aquel lugar.

@@Liam Black Hay que vernos, te extraño. La Mazmorra es un buen lugar para pasar el rato juntos.


Buen día. —saludo a la Triviani y al joven que atendía la mujer, mientras ella miraba el local pensando en que quizás debían tener algunas modificaciones que luego hablaría con su socia.

Editado por Puntitos.

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Dudó por un momento entre si recibir de buen grado la invitación o rechazarla con la mayor de las cortesías, tampoco estaba bien que fuese tan tajante con el primer y único cliente del local, ¿o sí? De modo que asintió y sirvió la copa que el muchacho le acercó. Parecía un joven bastante educado, nada común en Londres, considerando las parias con las que se había topado desde su regreso. A Candela, que era italiana, le costaba relacionar a los que vivían allí con la palabra "educación", fuese de la nacionalidad que fuese. Pues bien podría ser japonés, alemán o ruso, y ser o no educado. O menos grosero tal vez.

 

No fue hasta que llevó el cristal a sus labios, que recordó que detestaba el chocolate y todo lo que tuviese que ver con él. Le producía jaqueca, de esas que la sacan de quicio y hacen que pierda el juicio. Es así que, sin mucho preámbulo y con un gesto de asco en el rostro, tiró el contenido de la copa en el lavabo que había detrás de ella. Enjuagó la copa y sacó la coctelera, en la que mezcló cognac, zumo de limón y granadina. Sirvió y bebió.

 

― El chocolate me da arcadas, disculpa. Prefiero algo más... eh... ligero. ―sirvió una vez más la copa del joven― Candela Triviani... ―se presentó por fin, no es cuestión que si el negocio empiece a ser conocido, nadie sepa los nombres de las dueñas.

 

Y estaba pensando en ello cuando se presentó una joven de aspecto bastante infantil, quizás por la edad que poseía en sí. A pesar de que, como le pasaba a todo el mundo, la mirada no era la de una niña. Nym era una de las pocas personas que mejor recordaba de su otra vida, pese a que vivía la vida de un camaleón, le gustó saber que aún conservaba los escasos rasgos que la Triviani recordaba. La gitana no respondió, simplemente le dedicó una mirada cortés, con la esperanza de que fuese ella quien se hiciese cargo de los sociales. Una ilusión que se difuminó en cuanto la chica les dio la espalda y se alejó. Más tarde hablaría con ella, eso seguro.

 

― Pareces un recién llegado, ―comentó volviendo su atención al joven de cabellos dorados― por aquí es normal ver personas muy territoriales. De esas que pisan y dan... como miedo. ―hizo un gesto con las manos, sacudiéndolas muy suave, simulando de verdad temor.― Así que tengo dos teorías... ―medio sonrió, medio no, y llevó el cristal una vez más a su boca.

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La mujer aceptó la invitación a pesar de rechazar la bebida que él tomaba, por suerte tuvo una buena idea y se preparó un trago a su gusto. Dovakhin miraba atento a la mujer como tratando de conocerla sólo viéndola hasta que una voz que le resultó familiar sonó detrás de él. Miró por encima del hombro volteando para ver a la recién llegada y notó de quien se trataba. Era la hermana de Arya, aquella joven que no podía evitar recordar por la vez aquella donde entró sin permiso a aquél cuarto... era realmente incómodo saber que lo había visto desnudo. No por el hecho de ver su anatomía, sino por haberlo agarrado desprevenido. Dovakhin odiaba sentirse amenazado o al descubierto y aquella joven era una de las pocas que lo había visto y no había sido asesinada por el mago.

 

—Buenas— Respondió y volvió su mirada a Candela quien se acababa de presentar con ese nombre

—Dovakhin Haughton— Hizo un gesto con su copa en forma de saludo y volvió a posar sus labios sobre el recipiente para terminar con su licor.

Sentía que al igual que él, ella intentaba examinarlo por alguna razón y lo confirmó tras el comentario que hizo. Dovakhin no pudo evitar sonreír y soltar una pequeña risa bastante breve.

—Pues si, soy recién llegado— Comentó mientras dejaba la copa en la barra unos instantes y visualizaba el gran catálogo de licores para pedir algo nuevo.

 

—Sin embargo no parece que tu le temas a muchas cosas— Sugirió clavando sus ojos en los orbes de la Triviani como diciéndole con la mirada que no podía mentirle a un mentiroso. Aún sin saber sobre su condición de demonio, el mago sentía cosas especiales con las personas de su misma especie. Podía notar cuando le decían la verdad o cuando no era bien recibido. Lo percibía en la mirada de los demás. —Me gustaría conocer tus teorías— Exclamó para luego chasquear los dedos llamando a uno de los elfos.

 

—Quiero una medida de absenta— Le ordenó al elfo mientras esperaba la respuesta de candela

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― Me has atrapado... ―bisbiseó la Triviani y ladeó la cabeza con una sonrisa.

 

En repetidas ocasiones, la actitud de la bruja era la de una doncella vulnerable. Se aprovechaba de su aspecto frágil para filtrarse en la sociedad que la rodeaba, lo que le proveía de una visión mucho más detallada de lo que pasaba a su alrededor. De ese modo llevaba a cabo los negocios familiares pasando desapercibida y totalmente despreocupada, algo que no lograría si mostraba su verdadera naturaleza. Muchos caían en su treta, no era el caso de Dovakhin.

 

Por otro lado, y si sus sospechas eran ciertas, resultaba mucho más cómodo estar en la presencia de ese joven por la esencia que compartían. Desconocía qué habilidades poseía, tampoco le interesaba, pues todos los demonios eran distintos de cierta forma; del mismo modo, ignoraba si éste sabía quién era ella, o más precisamente qué era. Por lo que se limitó a explicar sus teorías.

 

― En primer lugar, cabe aclarar que no son muy elaboradas. No me daría la cabeza para darle vueltas a algo de manera tan complicada, ya sabes... las mujeres no pensamos demasiado. ―se burló, a pesar de que, en realidad, no caviló mucho porque intuía qué era el joven.― La primera me la confirmaste. Eres un recién llegado, lo que te convierte en una persona que guste más de observar que de alardear, algo que no se ve en estos días.

 

Notó a Rod aparecerse para servirle. El elfo entrecerró los ojos, perturbado por la petición del mago; lo había probado en una ocasión y el resultado fue catastrófico.

 

― Y eso, ―continuó la Triviani― lo sé porque también llegué hace poco. ―su confesión sonó más sincera de lo que hubiese deseado― En cuanto a mi segunda teoría... permite que la conserve para mí. Lo prefiero así. ―vació su copa y lo observó mientras se servía un poco más.

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De un momento al otro la charla no había atrapado. Jamás se le hubiese imaginado que su pequeño acto de cordialidad para no estar solo bebiendo en un bar se transformaría en una charla amena con una desconocida, sin embargo era interesante saber lo que ella tenía para decirle a pesar de que ambos acudieran a pequeñas mentiras piadosas u omisiones para llevar adelante la conversación. Dovakhin frunció el ceño y no pudo evitar mostrarse inquieto.

 

—He de confesar que la curiosidad es uno de mis peores defectos— Asumió mientras daba un buen trago a la absenta. —No voy a presionar para que reveles tu segunda teoría, pero que sepas que es un conocimiento que lejos de ser necesario, me gustaría tener— Apoyó su abrigo sobre la barra y buscó algo en él. Parecía no poder encontrarlo así que lo dejó como estaba y cesó en la búsqueda.

 

—Por cierto, no alardeo porque beber no es algo digno de lo que jactarse— Aclaró. Era muy fanfarrón a la hora de hablar de duelos, en ese sentido si que se metía mucho en el papel altanero de creerse el mejor y sabía perfectamente que solía alardear demasiado. Miró brevemente a Candela y sonrió —¿Pero sabes? Creo que puedo compartir contigo mi desprecio por la gente— Se dejaba llevar cada vez más, después de todo ¿qué problema había en sincerarse con alguien que posiblemente jamás volvería a ver? —Odio prácticamente todo lo que se mueve, ¿ves allá afuera?— Señaló la puerta de entrada (aunque había otra más) —Por éste callejón caminan ineptos todos los días, no los tolero pero aún así cada semana vengo y disfruto de un nuevo lugar donde resguardarme— Exclamó. —Si fuese por mi los mataría a todos— Sentenció.

 

Le importaba poco si había hablado de más, incluso no le importaría si alguien se enterase de su condición mortífaga. Al menos por su parte aquello era indistinto, aunque guardaba las apariencias -o lo intentaba- para preservar los intereses del bando, sin embargo tampoco aquello le robaba el sueño.

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No pudo más que sonreír conforme le iba escuchando. La repulsa que el contacto social le provocaba hizo que la Triviani riera con gesto sincero. ¿Acaso podía culparle? Ella misma detestaba tener que depender de una comunidad integrada por personas con todo menos perfección. Se adulaban unos a otros, se jactaban de ser perfectos; con su moda cara y esos egos inflados que se pinchaban cuando veían a sus seres queridos, o alguien de importancia. Para la Triviani no existía peor cosa que la hipocresía. Y ella también sabía jugar a ese juego.

 

 

― Estamos en un dilema entonces. ―sentenció cruzándose de brazos.

 

Lo contempló con los ojos entrecerrados, tratando de decidir si lo que dijo se trataba de un impulso salido de la rabia -tal vez le había pasado algo antes de llegar allí-, y de ser así no podría ayudarle pues la ojigris podía hacer de todo menos de oreja, y menos de psicóloga, o si era sincero con sus palabras. En caso de ser lo último tendría ganas de aplaudirle, abrazarle e incluso darle un beso. Se lo pensó. No, no sería capaz ni de aplaudir.

 

― Odias a todo lo que se mueve, así que si me quedo quietecita aquí, como un maniquí, pues tal vez me libre de esa lista. ―cruzó ambas manos a la altura de su pecho y junto los dedos índices hacia arriba, mientras contemplaba a su elfo con gesto pensativo.― No es que me importe, en realidad, pero sólo para estar seguros. ―Sacó una bolsa de snacks del mueblecillo inferior, los sirvió en un bowl y se los ofreció― Es curioso cómo me recuerdas a alguien que alguna vez conocí... Quizás en otra vida.

Editado por Candela Triviani

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