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Pociones - Herbología


Dovakhin Haughton
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Había llegado el día en el que daría su primera clase, la ansiedad no lo dejó dormir durante toda la semana previa, estuvo preparando las lecciones que le daría a su alumnado y especulando con cual sería la mejor manera de llevar adelante la clase. Con una poción multijugos logró cambiar su aspecto radicalmente, ahora un cabello liso y largo de color negro caía sobre sus hombros lo cual hacía sobresalir aún más la palidez de aquella tez blanca de su nueva piel y los ojos saltones de un tono más oscuro que la noche. Esa nariz ganchuda y ancha que se inclinaba hacia abajo y los primeros indicios de vejez en las arrugas que exhibía libremente, habían cambiado de manera radical el aspecto de su cuerpo, pero seguía siendo él, seguía siendo Dovakhin Haughton.

 

Aquella mañana se levantó temprano, desayunó y se vistió con una túnica negra la cual hacía juego con las demás prendas de vestir que llevaba puestas. Se encargó de cancelar todas sus obligaciones y responsabilidades y encaró hacia la cabaña en la que se llevaría acabo la clase. Era su primera experiencia como profesor y no la hacía en las conocidas instalaciones de la universidad, sino en el mismo terreno pero lejos del edificio.

El lugar que eligió era una cabaña que estaba situada justo en el medio de dos montañas que a su vez sostenían en la superficie dos bosques frondosos (a partir de ahora Bosque Este, y Bosque Oeste) La cabaña era de tamaño medio y estaba prácticamente suspendida en el aire, encastrada entre las rocas más fuertes de cada montaña. Debajo había un vacío el cual a simple vista daba a entender que quien caía allí, sufría una muerte lenta y rápida a la vez, dolorosa e inminente.

 

En la base del suelo de la cabaña había una pequeña escalera de madera que llevaba hacia la montaña oeste. Al final de la escalera un soporte individual (también de madera) que estaba sostenido en otra roca y el cual tenía una cuerda que colgaba desde la superficie de la montaña, sin embargo no había manera de llegar a ella sin utilizar la soga, es decir para deslizarse sobre ella, descender hasta el soporte y utilizar la escalera para finalmente dar con la puerta de la cabaña. Aún así el Haughton había olvidado asegurar las maderas de la escalera por lo que no sería una sorpresa oír el crujir de las mismas si alguien las pisaba.

 

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Dentro de la casucha había un interior más grande de lo que parecería visto por fuera, la estabilidad era perfecta y no había indicios de balanceo ni posibles derrumbes. En el centro de la clase había una mesa de trabajo, en el cual los alumnos llevarían acabo sus evaluaciones y trabajos respectivos en las clases. Contaba con un libro que contenía diferentes tipos de pociones y sus recetas, un caldero, algunos ingredientes y una hoja dada vuelta. Al fondo se podía observar un escritorio más grande perteneciente al profesor, donde Dovakhin estaba sentado. Ese sería el sitio donde llevara los apuntes, notas, referencias y demás datos importantes de interés exclusivamente docente.

 

Aquella mañana el Profesor Haughton había enviado una carta a su única alumna de ese mes. Maida. La recordaba de un incidente en el callejón, pero no revelaría su identidad para divertirse un poco con la pobre estudiante. La carta detallaba exactamente cómo llegar al salón y pedía encarecidamente que fuese sin comer y ni beber nada durante veinticuatro horas exactas para que no hubiese problemas con las pociones y demás. Sólo era cuestión de tiempo para que la bruja llegara y el tempestad estaba realmente ansioso por comenzar con aquella clase. Todo marcharía sobre ruedas. Cuando finalmente la puerta se abrió, Dovakhin la recibió desde su escritorio con una expresión de júbilo en su rostro.

 

—¡Bienvenida!— Y todo comienza una vez.

 

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Pocas cualidades valuaba más el Weasley que la perseverancia; siendo profesor hace tanto tiempo había visto a sus alumnos fallar y triunfar en múltiples y repetidas oportunidades, pero solo unos pocos tenían la decencia y la autosuficiencia personal como para intentarlo de nuevo en el caso de que no hubieran superado la clase. Se le enmarcó una corta sonrisa en el rostro en cuanto vio quién sería su alumno en esta ocasión, uno que no veía hace meses pero que al parecer había decidido volver a intentarlo luego de que en aquella ocasión tuviese que reprobarlo, decisión que no había tomado a la ligera pero contra la cual no había podido hacer nada. No importaba eso ahora, era cuestión del pasado y Nathan no tenía problema en dejarlo atrás; para él, Darius era un alumno como cualquier otro y no haría diferencias a la hora de calificarlo, independientemente del resultado del veredicto final.

 

Para esta ocasión, había elegido una actividad más sencilla pero no por ello más fácil. Recientemente le habían reportado de Hogwarts una serie de envenenamientos en las plantas de uno de los invernaderos; la convocatoria lo sorprendió siendo que estaba seguro de que el personal de Herbología de Hogwarts estaba más que capacitado para lidiar con envenenamientos comunes. Evidentemente las plantas debían de estar mostrando algunos signos y síntomas extraordinarios, dado que no recurrirían a él así como así. Cuestión que el Weasley decidió postergar la visita al castillo por unos días para poder llevar a su alumno consigo y transformar aquella situación en una experiencia educativa. A tal efecto, lo citó uno de los primeros días de febrero a primera hora de la mañana en la puerta del Gran Salón, sólo esperaba que supiese encontrar su camino hasta Hogwarts.

 

Nathan, preso de una obsesión por la puntualidad, llegó al lugar cinco minutos antes y se apartó de los múltiples alumnos transeúntes del Gran Salón hacia sus Salas Comunes o Aulas (y viceversa), para colocarse junto a la gran estatua que se encontraba de espaldas a un enorme ventanal traslúcido que con dificultad permitía el paso de la luz del sol. Aprovechó para ajustarse las correas de su mochila, que llevaba por encima de la remera y los pantalones de mezclilla que llevaba en aquella ocasión. Esperaba que su alumno hubiese prestado atención a la posdata de su lechuza, que el instruía que tenía que traer a la clase los elementos de protección personal.

 

- Bienvenido, Darius. Es un placer tenerte de vuelta. - le saludó al muchacho en cuanto éste hizo acto de presencia; no lo conocía demasiado ni correspondía extenderle la mano para que la estrechase, más aún así lo hizo en símbolo de respeto para luego guiarlo fuera del castillo y hacia los jardines de herbología. Permanecieron en silencio por el primer tramo del camino - Cuéntame Darius, ¿por qué decidiste tomar la clase devuelta? ¿qué usos le ves tú a la Herbología y cuál o cuáles te serían más útiles a ti? Y por último, ¿qué piensas que llegó primero, la magia o las plantas mágicas?

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Le extiende la mano y se la da, muy ameno con una sonrisa en el rostro, allí expresaba, muy cercano a él, a unos pasos de diferencia -Soy un Licaón por lo que la herbología corre por mis venas, antes de otro conocimiento.- Le comienza responder calmadamente a su profesor. Al parecer por desgracia le había tocado ese que defendía abiertamente a los criminales. –Las plantas son parte de mi legado, su cuidado es lo único que recuerdo antes de las muerte de mis padres, inclusive mi tío se aseguró que nunca me faltase algún libro sobre este singular estudio.- Paso su mano por la barbilla. –Admito que los británicos tienen extraños procedimientos, pero supongo que son adecuados, para algunos casos.- Suspiro profundamente. –No con esto quiera decir algo malo, sino que los métodos varían de país en país, así que supongo que me deberé adecuar a cada una de sus sabias sugerencias.- marcando énfasis en lo último.

 

El estudiante comenzó a desafiar al profesor muy levemente, incluso sutil, quizás sonara algo arrogante, pero siendo la botánica su gran amor, no sería algo que le gustaría ser tomado a la ligera. En ello se le ocurrió invitar al profesor si pudiera ir al bosque prohibido, según conocía, existía variedad de plantas exóticas en Hogwarts, aunque eso le hiciera volver al castillo, por lo que añoraría volver a pasar por su sala común, o quizás intentar contestar la pregunta del águila. –Pero antes de comenzar con su sabiduría, me deseo disculpar por nuestro encuentro pasado, digamos que no comprendía las costumbres de vuestro pueblo, es que de donde provengo, las cosas s mejan de una forma más severa, inclusive el delito se paga con la muerte.- Baja la mirada. –Pero debo recordar que no estoy en mi país nativo, mucho menos soy el que era hace algunos meses.

 

En ese momento da algunos pasos más, para acercarse al mismo, curiosamente se encontraban los dos solos, quizás había clase cercana, pero por ahora solo se encontraban ellos dos ante la inmensidad del misterio que les pudiera aguardar. –Pero supongo que todo queda en el pasado, ya que no se puede crear un futuro con tantas sombras en el mismo, a no ser que así lo desees y entonces andamos en la más profunda noche.- Le clava la mirada. –Por lo que supongo, podemos hablar de las plantas que atrapan a su presa tan sutilmente, que está no se da cuenta, con esos tentáculos o aroma, por lo que las victimas mueren lentamente…- su rostro se comienza a sonrojar, no sabía si era por este o por el pensamiento de acordarse d su amado. -¿Acaso no piensas lo mismo?

 

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El elfo doméstico le volvió a leer la carta y Maida le respondió con un suspiro cansado.

 

¿Ves? No es que tu ama se haya vuelto anoréxica ni nada, el profesor pida que vaya en ayunas —le reprendió, quitándole el pergamino entre los dedos y repasando en la mente las instrucciones para llegar al aula, que en realidad, era una cabaña y que la tenía bastante confundida.

 

No conocía los terrenos de la Universidad, apenas y había logrado conocer un poco de Hogwarts, algo de Diagon y Ottery, ¿Cómo era que podía seguir sintiéndose como una extranjera recién llegada cuando ya casi había pasado medio año en Inglaterra? Exhaló con fuerza mientras se ajustaba la capa de viaje, el clima era una cosa impredecible, además, nunca está demás ser un poco precavida.

 

Asintió mirando a su elfo doméstico antes de desaparecer mirando su reflejo en la ventana de su habitación en el castillo Ivashkov.

 

Segundos más tarde, apareció en la Universidad, volvió, ya casi por inercia a darle un vistazo al pergamino y enrumbó hacia el lado que indicaba, haciéndose cada vez más pesada en la boca de su estomago, la sensación de que algo malo iba a suceder, ¿o era el hambre? Cierto era que Maida Ivashkov no se metía muchos bocados diarios a la boca, pero como siempre lo prohibido resulta más atrayente, ahí estaba, deseando una cena con todas sus ganas. A eso había que sumarle lo ansiosa que estaba, habría querido cursar cinco o seis conocimientos a la vez, pero no le era permitido aquello, así que sus ganas de hacer orgullosa a su madre, quedaban ahí colgadas en el aire.

 

Pensando en todo eso estaba mientras dejaba tras de sí el edificio principal de la Universidad y veía como los árboles se hacían cada vez más presentes en el paisaje. debía, tenía, era imperativo que no estuviera perdida. Hasta el momento y gracias al cielo, no se había topado con ningún otro estudiante, pero no se podía estar tan seguro. La ojiazul tenía entre sus dedos la varita, atenta a cualquier movimiento raro —cosa extraña en ella, eso de estar tan pendiente, pero bueno, aprendía a los golpes—, a cualquier sonido que no perteneciera al recinto universitario.

 

Poco a poco, llegó al valle que describía el profesor, y vislumbró la cabaña y las escaleras que tenía que subir para llegar a ella. Si, claro, no, eso sí que no. Se dedicó casi tres minutos enteros en memorizar cada detalle del camino dífcil frente a sus narices y decidió probar su suerte. Cerró los ojos y en cuanto se hubo dado cuenta, ahí estaba, de pie —luego de un feo retorcijón en la boca del estómago—, en el penúltimo escalón, frente a la espesura de los árboles del monte. Sonrió satisfecha de si misma, y avanzó, ahora sí hacia la cabaña. ¡Eso se iba a caer seguro!

 

Toco la puerta, para darse cuenta que esta estaba abierta, ingresó dejando que sus ojos se llenaran con los colores tan diversos entre los objetos que ocupaban la estancia, y luego con el profesor. Uno que recordaba a los viejos magos de los cromos de las ranas de chocolate, ¿sería pariente de alguno de ellos? ¿Algún descendiente lejano, quizá?

 

Buenos días, soy Maida Ivashkov Black —se presentó terminando de ingresar a la cabaña y dejando todo el verde de los árboles por fuera—, ¿esta es la clase de Pociones?

 

Vaya pregunta boba, ¿cuantas más cabañas colgantes podían haber en la Universidad? Si, mejor era no preguntar.

 

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Haughton miró divertido a la señorita Maida que había recién llegado, claro que no comenzarían con la clase hasta haberse presentado y demás. Estaba seguro de que la Black tenía hambre como para un pelotón entero. Al cerrarse la puerta todo estaba completamente estable, como si la cabaña no pendiera de un hilo encastrada entre dos montañas y ante la pregunta obvia de la joven, el elocuente profesor aprovechó para hacer un comentario vivaz.

 

—No, ésta es la clase de Opciones— Si se examinaba con cuidado la palabra era un anagrama perfectamente usado porque a continuación el hombre de nariz ganchuda y pelo grasiento chasqueó los dedos y frente a Maida, sobre la mesa, aparecieron un té con galletas y a su lado una tarta de calabaza. Finalmente en al lado del té y las galletas se presentaron unos apetitosos sandwiches de jamón con queso —Escoge lo que quieras para comer, pero te advierto que sólo podrás optar por una opción— aseguró el hombre mientras él, con un delicado movimiento de varita hizo volar un sandwich hacia sus manos para morderlo con ansias y comenzar a comerlo bajándolo con intensos y largos tragos de jugo.

 

—Ahora, mientras comes cuéntame qué es lo que te inspiro a tomar la clase de pociones y qué conocimientos previos tienes, o crees tener— Dio un buen mordisco y su rostro de placer se dibujó en el al sentir en sus papilas gustativas el sabor de aquél emparedado, estaba encantado con los ingredientes. Aunque claro que las otras opciones eran igual de sabrosas, pero él por gusto personal prefería eso.

 

—Oh que olvidadizo, mi nombre es Sir Athos Haughton— Exclamó al recordar que no se había presentado —Claramente soy tu profesor y tú, querida afortunada, eres la única alumna de éste mes— Un nuevo bocado seguido de otro trago de jugo y continuó —En ésta clase verás las distintas pociones, sus efectos y el procedimiento correspondiente para realizarlas, eso en la parte teórica... Mientras que en la parte práctica.. bueno, ya lo verás— Exclamó haciendo un gesto con su diestra.

 

Una vez terminado su almuerzo se recostó sobre el respaldar de su silla e inclinó la misma hacia atrás, posando sus manos entrelazadas sobre su nuca en señal de relajación. —Dígame, Black... ¿Sabe para qué sirven las sanguijuelas, los Crisopos, la Dascurainia Sophia, la Centinodia, el polvo de cuerno de bicornio, y la piel en tiras de serpiente arbórea africana juntos en un caldero?— Preguntó posando su mirada gélida en los ojos de la alumna. Su respuesta definiría el primer concepto sobre ella en la clase por lo que no podía fallar en la primera impresión.

 

 

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Al parecer el acercamiento había puesto incomodo a su profesor, por lo que evoco la pregunta de su profesor sobre la vida y la magia, algo que no había respondido. –La vida es magia y la magia es vida, por ello los encantamientos más letales que conozco están relacionados con este gran mundo vegetativo, incluso conozco de algunos que no son verbales, pero que no muchos magos le agradan por sus letales usos, incluso varios fueron considerados prohibidos.- Retrocede algunos pasos. –Por lo que supongo que es la chispa de cada existencia la que se debe estudiar, es como si nos adentráramos a debelar los misterios de la vida o la magia, pues todo conocimiento es lo más importante

 

Se dio vuelta caminando en dirección contraria de donde este se encontraba, era posible que este no comprendiera su forma de expresarse, pues había comenzado a divagar de ese noble arte. –Supongo que no es una clase de encantamiento pero creo que pudiéramos experimentar el incremento del crecimiento inmensurable del lazo del diablo, o experimentar con algunas sustancias que produzcan parálisis.- Allí detuvo su caminar y volvió a estar frente a frene de su profesor.- Espero que comprenda que esto es algo teórico, ya que supongo que se encuentra prohibido, pero me preguntaba ¿Acaso es posible manipular la vida vegetativa? Dado que escuche que existen seres que son mitad vegetal, entre lo que puedo destacar el rumor de una Arcana, que según apariencia se asemeja con una planta, pero me imagino que es solo un rumor.

 

Allí volvió a caminar para acercarse al mismo. Mientras que su mirada se clavaba con la de él, era extraño, ya que era posible que le hubiera gustado experimentar en la clases de pociones o practicar en la de maldiciones o artes oscuras, al fin y acabo lo importante era conocer, esperando que esa conversación que dará entre ellos, ya que no muchos comprendieran sus palabras, pues este hablaba de una forma tan común que pareciera no importarle las leyes que protegía, al menos en su profesión ministerial. Se quitó las gafas y emitió un suspiro, tosiendo un poco. –Espero que esto quede entre nosotros, dado que no creo que todos puedan comprender el amor a la vida y a la magia, suponiendo que me encuentro entre amigos, le puedo hablar con más soltura.- Resalto con su tono esa aseveración. -¿Acaso puedo tener esa confianza?- Pregunto y se le quedo observando, mientras que se colocaba las gafas. -¿Podemos utilizar la vida a nuestro servicio?- Bajo la mirada. –Quiero decir, las plantas para el bien común.

 

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A pesar de que Nathan se había prometido a sí mismo que haría borrón y cuenta nueva a la hora de evaluar al muchacho, no olvidaba en absoluto los furiosos e iracundos comentarios y puntos de vista que había manifestado en la última ocasión contra Lisa y Mei, ambas declaradas abiertamente como miembros de la Orden del Fénix. No estaba seguro de si su alumno sabía que Nathan también se había declarado como tal en la Revelación en el Atrio Ministerial, varios meses atrás, más la forma en que se dirigía hacia él y la altanería con la que se manejaba le hacían pensar que sí. Teniendo entonces claros los tantos de como se manejarían de allí en adelante, reemplazó su cordial semblante por uno serio e ignoró todos y cada uno de los comentarios provocadores que Darius intentaba.

 

- Veo que estás bastante familiarizado con la botánica, lo cual vendrá bien dado que lo que tengo preparado para tí hoy no será fácil. Creo que podemos saltearnos las nimiedeces teóricas y pasar directamente a la parte práctica, estoy seguro de que la encontrarás bastante más entretenida; pero ten cuidado, cualquier falla te restará puntos de tu calificación final y no daré lugar a quejas, ¿entendido? - no esperaba verdaderamente una contestación a aquello, después de todo quien tenía la última palabra era el Weasley y sería mejor que Darius entendiese quien estaba a cargo. - Por favor, Darius, ingresa al invernadero tres. Hay algunas cosas allí que quiero ver como te manejas.

 

Sabía perfectamente lo que había en el invernadero tres. Apenas atravesase la puerta, se encontraría con una enorme parcela de lazo del diablo cuyas enormes tentáculas tratarían de ahorcarlo y quitarle la varita rápidamente; si de alguna manera lograba safarse de aquella planta, tenía que enfrentarse a tres plantas carnívoras y dos arbustos de fuego que estaban intercalados uno detrás del otro, de modo que tendría que enfrentarse a ellos de a uno por vez.

 

- Tendrás que salir por la otra puerta, donde te estaré esperando para el próximo desafío. Tienes quince minutos, si no llegas a tiempo, estás fuera. Discutiremos todas tus preguntas al final, has hecho unas muy interesantes y tenemos bastante de que hablar. Si lo logras, claro.

 

Sin más, se marchó y dejó a su alumno a su libre albedrío. Lo que no sabía su alumno era que el Weasley sería capaz de observar todas sus acciones; ¿cómo? Legilimancia, pues; tendría acceso a todos y cada uno de sus pensamientos.

Editado por Nathan A. Weasley

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La perturbada mente del Licaón estaba siendo penetrada ¿acaso alguien pensaba que sería fácil? Pues la misma era un laberinto en sí, una prueba que cambiaba a cada segundo que el mago ideaba algo, en ese terrible lugar el aspecto era sobrio, la niebla cubría todo ese entorno, lentamente las visiones solo mostraban a un niño regordete llorando lágrimas, mientras que recorría el camino, el mismo tenia sangre en sus manos que escurría de sus dedos e impactaba la fresca grama. El niño cantaba una música infantil de Egipto. Allí fue que todo cambio, pues al parecer había dado algunas visiones de lo que observaba el egipcio, marcándose su tiempo en su contra, pues el tiempo era justo preciso, pero a este no le importó.

 

Pues camino como si nada ante el lazo del diablo, una planta que conocía a la perfección. Por lo que le vino un pensamiento. Ahora el niño se encontraba observando su vida en Hogwarts, cuando era estudiante de tercer año y la profesora de herbología le explicaba el uso correcto del manejo de la planta. Por lo que al poco tiempo este indaga sobre su uso contra los enemigos, ella le explica que la misma es una prueba en sí de paciencia, que alguien como él, no tendría problema caminar entre ellas, pues sabía de antemano que había pasado algunos años con unos monjes, por lo que había desarrollado la calma ante todo. Pero ese recuerdo no duro mucho, pues al siguiente instante se encontró el niño en Egipto, rodeado y amarrado por esa letal planta, hasta que casi dejo de respirar, alguien había invocado un hechizo solar, por lo que la planta murió lentamente. Este enojado, le pregunta a la persona el motivo que le había salvado, que este deseaba morir.

 

Al poco tiempo la visión de los acontecimientos regresaron, el Licaón caminaba y atravesaba cada centímetro de la planta, pues no opina resistencia, le fue eterno recorrer la parcela, pero agradable sentir cada tentáculo por todo su cuerpo, por lo que ni una gota de sudor paso por su mente, la planta le era muy familiar, inclusive el mismo se encontraba experimentado con esa clase, para hacerla más letal, por lo que esperaba con ese conocimiento volverla más mortífera. Lastimosamente su profesor no deseaba enseñarle teoría, lastimas, dado que le hubiera gustado aprender un poco más, pero era lamentable que alguien que decía ser profesor se dejar llevar por sus emociones, por lo que habiendo logrado con éxito la prueba, todo parecía como nada, por lo que el invernadero se encontraba en una profunda oscuridad.

 

Comenzó a caminar lentamente, allí una luz cegadora le invade la vista. -¿Qué demonios?- Por lo que el lazo del diablo no haría acto de presencia. Al parecer el crujir leve de la plantas carnívoras se hacía presente, un desafía algo interesante. Pero no había tiempo de pensar, sino de actuar. Por lo que apuntando a cada una y petrificándola, pues no le interesaba luchar con las mismas, así comenzó a correr, su cabellera ondulaba rápidamente. Allí una onda calurosa le comenzaba a llegar, algo que le hizo evocar una memoria. Po lo que todo su entorno comenzó a cambiar, aquel niño ahora se encontraba caminando solitario por las arduas brazas del desierto, deshidratado, añorando una gota de agua, al ver un cactus corre por este, clava su daga y saca algo de agua, refugiándose en la poca sombra que este daba, su pupila se encontraba roja, y su mirada baja, allí escucho algunas voces, sale corriendo.

 

-¿Qué planta puede producir fuego?- Fue cuando se le vino a la mente, pues si eso era así contrarrestarla con agua. Apunto su varita al techo y lanzo un simple encantamiento, que activo las alarmas de incendio, por lo que una llovizna de agua comenzó a producirse, las gotas impactaban lentamente, esto al menos refrescaría la atmosfera. Y fue como usando nuevamente su varita la cambia de dirección, esperando así que los arbustos no fuera más una molestia, liberando el paso a ese lugar. Allí vuelve a correr y ve la puerta. La abre, esperando que haber llegado a tiempo, apenas tenía algunos segundos a su favor, pero su cuerpo se encontraba empapado.

 

-Interesante entrenamiento.- Le comento al profesor. –Espero que ahora pueda compartir su sabiduría, espero que no le molestara que me tomara unos minutos para refrescarme un poco.- Bromeo un poco, a ver si cambiaba el aspecto del mismo, al parecer deseaba ser su amigo y este le ponía barrera ¿acaso no deseaba ser el suyo? Era lamentable, ya que el lobito deseaba jugar con el herbolario clasificado. –Algo interesante, que me desee compartir.- Cerro sus parpados, y cada una de las muertes que había realizado se comenzaban a presentar, pero la realizaba como licántropo, por lo que la ferocidad de la misma era más cruel que la que pudiera crear un mago, despertando así su conciencia más salvaje, por lo que las imágenes eran muy sanguinarias. -¿Sucede algo?- Clava su mirada en este. –Estoy deseo en escuchar sus respuestas, ante cada una mi interrogante antes formulada a este interesante desafío.- Y con un sutil movimiento de su varita seca la ropa.

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La voz del profesor se le hizo familiar, pero no pudo recordar de dónde o a quién pertenecía. Sacudió un poco la melena que el día de hoy llevaba suelto y que caía con gracia sobre los hombros, e intentó relajarse un poco, claramente el comentario mordaz del profesor tenía más que ver con la primera prueba de fuerza de voluntad que le extendía sobre la mesa. Tenía hambre, y todas las opciones eran apetitosas, sin embargo, sabía en su interior que comer un sandwich sería muy pesado, y la tarta usualmente tambien llevaba demasiada grasa, así que seguramente con la falta de comida, se le revolvería en el estómago. Extendió una de sus manos y cogió una galleta que, acto seguido, fue mordisqueada por una hambrienta Maida. Al menos, eso controlaría los gruñidos de su estómago.

 

Cuando estaba por la segunda galleta, decidió tomar asiento frente al profesor, y este a su vez, decidió que ya era momento de develar su identidad, pertenecía a la familia Haughton y aunque los había escuchado nombrar alguna que otra vez en las filas tenebrosas, no lograba recordar a nadie con quien le atara alguna simpatía. El único que recordaba, era el impertinente mago que la había casi atacado en medio del Callejón Diagon, sólo por andar malhumorado y con un pésimo sentido de la orientación. De sólo recordar a Dovakhin, los ojos se le pusieron en blanco, casi exasperada, una emoción muy rara en la Ivashkov.

 

Mucho gusto, Profesor Haughton —saludó con cortesía unos segundos más tarde entretanto su mente evocaba los recuerdos en las clases preliminares en Durmstang—, pues verá, desde los primeros años le cogí un gusto particular a la mezcla de los distintos elementos, para crear sustancias que pudieran ayudarme sin necesidad de blandir una varita entre mis dedos, la investigación de estas mezclas, de sus futuros efectos, la duración y la intensidad de los mismos.

 

Durante su adolescencia, ella había disfrutado mucho sus paseos en las tiendas de herbolarias y tratando de conseguir artículos un tanto más complicados para la educación escolar, todo para experimentar de la mano de Agares, quién era el que finalmente las conseguía, dada su posición en el mundo mágico, lograba favores que una desconocida Maida de catorce o quince años, jamás habría obtenido por cuenta propia.

 

Vio al profesor de nariz ganchuda mientras él le formulaba la primera pregunta de lleno y de la clase. Le sonrió. Normalmente Maida Ivashkov no solía ser muy confiada, sin embargo, el tema le encantaba tanto, que la respuesta le picaba sobre la lengua incluso antes que el profesor Haughton completara la lista de ingredientes.

 

No sirven para nada, y habrían sido semanas perdidas en el aire, si a esa lista de ingredientes en el caldero no se le suma algo de la persona en la que se desea uno convertir, la mayoría usa cabellos o uñas, que es lo más sencillo de conseguir —explicó mientras el ceño se le arrugana un poco en su concentración—, la Poción Multijugos es una de las cosas más complicadas de hacer, por los tiempos que requieren. O bueno, es mi particular y humilde opinión.

 

Antes de caer en cuenta, su rostro entero se había sonrojado y tuvo que esconderse en una tercera galleta para no tener que confrontar el rostro del profesor.

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Pocos eran los magos que, sin entrenamiento en Oclumencia y/o Legilimancia, eran capaces de detectar la presencia de un extraño en su mente. Su alumno, sin embargo, parecía haber sido capaz de hacerlo dado que se esforzó quizá demasiado en complicarle la estadía cuando la verdad era que, para el ojo amaestrado y la mente novata, aquello sólo simplificaba las cosas dado que producto del descuido se generaban más y más recovecos a través de los cuales podía acceder a los productos de su memoria. Para cuando el joven comenzó a enfocarse en las tareas que tenía delante, Nathan tuvo acceso completo y pudo disfrutar de todos y cada uno de los razonamientos del muchacho.

 

Observó atento a su pupilo, quien evidentemente ya había recibido educación excelsa en Herbología dado que tenía muchos más recursos que la mayoría de sus ex-alumnos; hábilmente fue caminando a través del Lazo del Diablo asegurándose de que su homeostasis se mantenía inmutable para luego petrificar una tras otra a las plantas carnívoras y abatir a los arbustos de fuego por medio de los rociadores de agua que prendían del techo. Fue una interesante elección de mecanismos de defensa, y para cuando el muchacho salió por la puerta trasera del invernadero y el Weasley abandonó su mente para tener la conversación que le debía, tuvo que hacer esfuerzo para borrar de su rostro el semblante de sorpresa.

 

- Todas las plantas mágicas han sido traídas a este mundo con el simple propósito de contribuír al ecosistema. Producto de algo que se conoce como la selección natural y la lucha por la supervivencia, ambas teorías propuestas por el biólogo Charles Darwin, así como también la exposición de dichas plantas a la experimentación por parte de magos, y muggles tambien (aunque en menor medida), poco a poco han ido desarrollando habildiades intrínsecas con las cuales no fueron concebidos. Por ejemplo, los restos más antiguos de lazo del diablo tienen mucha menor cantidad de músculo que los actuales, lo cual significa que evolutivamente han ido adquiriendo más y más músculo para poder apresar y estrangular a sus presas satisfactoriamente.

 

- La vida vegetativa, para bien o para mal, es en efecto manipulable dado que las plantas mágicas con especies de segundo orden mientras que nosotros, los seres humanos magos, somos de primer orden. Esto quiere decir que nuestra magia, independientemente del entrenamiento y los conocimientos que cada mago per se posea, somos más poderosos que estas criaturas. - poco a poco fue guíando a su alumno hacia el Bosque Prohibido; todavía tenían un largo trecho por recorrer, pero su alumno le había hecho varias e interesantes preguntas que con gusto contestaría - Dicha Arcana, en efecto, existe y eso sucede porque su poder mágico llega a tal punto que las plantas mágicas la reconocen como una superior y le obedecen; por supuesto una relación de tal naturaleza toma varios años en construírse e implica muchísimo entrenamiento, los Arcanos son seres de magia extraordinaria que nosotros solo podemos soñar con alcanzar.

 

- Dicho sea eso, la utilización de las plantas mágicas a nuestro servicio permanece como un ferviente debate de ética mágica; tengo varios libros de texto, si es que quieres consultar, pero varios concluyen en que termina siendo una cuestión de moral propia. Es decir, si tu puedes vivir con el hecho de que utilizaste una especie a su detrimento para protegerte a tí, pues hazlo. Hasta ahora no hay demasiada normativa mágica al respecto, aunque entre nosotros te contaré un secreto de que estoy trabajando seriamente para que eso deje de ser así. Un ejemplo de todo esto puede ser la Segunda Guerra Mágica, durante la cual Hogwarts se defendió por medio de varios de los árboles que posee. O el Sauce Boxeador, cuya furibunda magia custodia la entrada a un pasadizo hacia Hogsmeade. En resumen, los magos siempre hemos hecho lo que nos pareció mejor con las plantas, pero al final del día termina siendo una cuestión de opinión propia.

 

Habían llegado al borde del bosque prohibido, esperaba que su alumno no tuviese reticencias en entrar allí.

 

- ¿Tienes alguna pregunta más? - le inquirió.

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