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Felias Snape Triviani
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No había sido una buena tarde. Los problemas que habían surgido meses atrás se habían ido incrementando con el tiempo al punto de enloquecer a cualquiera. La transformación estaba casi completa, sin rastos de náusas imprevistas, dolores de cabeza que le hicieran sangrar la nariz o desmayos espontáneos. El proceso de metamorfosis que había comenzado para transformarlo en un monstruo casi había concluido, por lo que fue sorpresivo que aquella tarde sucumbiera a las humanas emociones que lo llevaron al desastre.

Necesitaba despejarse, olvidar los gestos de asco que cubrieron los rostros de los magos y brujas que le observaron cual esperpento mutilado; cuyos rugidos proveniente de lo más profundo de su alma no le habían ayudado a calmar su sed ni las opiniones entrometidas que susurraban a su alrededor. Las frases penetraban los oidos del vampiro, retorcían y machaban su espíritu doblegado para escapar antes de devolverle el libre albedrío. Para colmo, no era la primera vez que sucedia ni sería la última.

Con un estruendoso "crack" el vampiro se apareció en un solitario pero bullicioso callejón en las afueras de Londres, a pocos metros de los suburbios muggles que le esconderían como tantas veces lo habían hecho. Miró hacia la avenida que mostraba buses, automóviles, peatones y ciclistas que deambulaban a ciegos objetivos, carentes de la verdadera noción de un mundo mágico que les rodeada. Los muggles no veían nada. Agatone Lestrange agradeció el olor a podrido que emanaba de los volquetes de basura; era un repulsivo olor que ocultaba su propia fetidez vampírica, la inmudicia de las emociones humanas que podía oler desde allí y la peste de la hipocrecía.

Vestía una de sus chaquetas favoritas de cuero negro sobre una camisa rojo oscuro que le recordaba el color de la sangre. Había elegido un pantalón de mezclilla ajustado que enmarcaba la silueta de sus esbeltas piernas, cintura y partes abultadas. Era una vestimenta simple y demasiado muggle, ideal para el bar que tenía pensado asistir. Acomodó su cabello rubio hacia atrás mientras suspiraba con cansancio y se dispuso a avanzar hacia el lado contrario de la avenida, a la puerta trasera del bar.

Se detuvo en seco, expectante. Habia detectado un aroma diferente, un esencia mágica que no debería estar allí. Entrecerró los ojos y, acercándose de forma sútil a la pared de ladrido de su derecha, miró alrededor en busca de aquella fuente de magia. Era un pequeño barrio muggle en el cual, según el Ministerio de Magia, no residían ningún mago por lo que era de vital importancia que el joven Lestrange cuidara sus pasos.

Anduvo unos metros más hasta acercarse a la entrada y la visión de un enorme, musculoso cuerpo en cuero negro le detuvo la entrada.

-¿Qué quieres?- le espetó el hombre con mirada taciturna, dejando ninguna duda que allí no entrarían personas sin invitación.

-Estoy aquí por Mason, él me ha invitado- respondió. Era una verdad a medias; Mason le había invitado las primeras veces pero no aquella noche. Aun así, Agatone no se daría el gusto de quedar barado en la entrada y menos por un inmundo muggle.

Sin esperar respuesta, ingresó al bar donde fue bombardeado por música electrónica a decibeles inhumanos. Los cuerpos masculinos en su interior se movían al ritmo de la canción y pronto lo hizo el vampiro. Era un bar de streapers, un bar que acudian los solteros y desesperados por la visión más placentera que un lujurioso humano pudiera anhelar. La humereda le impedía ver con claridad, pero no se molestó dado que su objetivo sería la tarima que estaba del otro lado y cuya ubicación conocía con precisión.

Pero fue en ese momento cuando volvió a sentir aquella presencia que no debía encontrar allí; era sin dudas un mago. Agatone se preguntó cuales eran las posibilidades de encontrar a alguien como él en un bar de esas caracterísicas y para esos gustos, pero no cabía dudas: otro mago le rondaba. Sujetó la varita con su mano izquierda, solo por precaución a que le buscaran a él, y caminó lentamente entre cuerpos sudorosos. Quería una mejor vista de aquel mago pero sus sentidos de precaución eran mayor por lo que, al cruzar mirada con unos ojos verde claro, le indicó al hombre que le siguiera.

Agatone salió primero y se alejó una docena de metros para tener cierta ventaja. -¡Muffliato!- exclamó y lanzó el encantamiento a la puerta del bar para que nadie puediese oir lo que hablasen.

-¿Quién eres?- quiso saber cuando el hombre hubo salido, apuntándole con su varita al pecho. -¿Por qué me has seguido? ¿Acaso has hablado con Triviani? ¡¡¡Contéstame!!!-. Sintió un retorcijón de ira proveniente de su estómago, ese sentimiento que había reprimido tan solo unas de horas antes, impidiéndole así el deseo de matar otra vez. -¡Sectumsempra!-. Si el hombre era inocente, ya tendrían tiempo de excusas.

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Off rol: supongo está demás decir que el primer hechizo es meramente rolístico. Segundo, hagamos esto con hechizos neutrales; nada de Necrohands xD @

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Los deseos de la Malfoy habían sido distintos en otra época. Nunca tuvo problemas en conseguir hombres, ni en desearlos. O mujeres de así quererlos. El dilema ahora era si su cuerpo seguía funcionando como lo hacía antes de su exilio. No probaba deseo alguno, estaba apática completamente, nada la atraía como para colmar sus necesidades más profundas. Tenía que descubrir que pasaría con esa parte de su existencia. Tantos años sin probar el toque de otra persona habían dejado estragos en su ser.

 

Fue por eso que decidió, sin sopesarlo demasiado, asistir a uno de aquellos lugares muggles en los que se podía comercializar ese tipo de acercamientos. No tenía a nadie que la estimulara, pero eso no fue nunca un dilema, se estimularía sola.

El antro estaba lleno y ahí sobrevino su primer arrepentimiento. No soportaba ver a la gente desbocada, totalmente entregada a sus instintos sin un propósito claro más que el propio placer y regocijo. Y lo peor es que estaban sudados.

 

Miraba a todos con desprecio, un semblante muy diferente al que todos tenían allí. Subió la capucha de su capa de viaje color negra y esperó que nadie la mirara, aunque de esa manera no lograría su cometido. Comenzaría a mirar para ver si alguno de sus más bajos instintos se despertaban, porque hasta el momento lo único que le provocaba de hacer era morder a más de un espectador. Las chicas que bailaban sobre la tarima eran lindas, sin embargo, sabían moverse y sus cuerpos parecían esculpidos y voluptuosos. No eran más que carnadas claro, pero aún así gustaban a la vista.

 

Muy pronto descubrió que no encontraría allí lo que le hacía vibrar. No tendría relaciones con ninguno de aquellos homo sapiens sin formación alguna, mucho menos un muggle. Jamás lo había hecho, nunca le habían atraído aquellos energúmenos sin poder alguno. Si supieran que ella podría aplastarlos como ratas de alcantarilla y comerlos en la merienda junto al té de las cinco.

 

De pronto la presencia mágica se hizo presente, no podía esconderse de ninguna manera pues no sólo era un ser con magia, sino que también era un vampiro, como ella. El extraño pareció percibirla de la misma manera ya que se acercó y luego de un significativo intercambio de miradas le indicó que lo siguiera. Avril estaba completamente cubierta y sus ojos grises, con el reflejo de aquellas luces ultravioletas que danzaban por todo el lugar, se tornaban de un verde extraño, impropio de ella. Pero ahí todo era una tienda donde vendían espejitos de colores, nada era lo que parecía.

 

Lo siguió, porque le pareció que era lo más divertido para hacer, hasta el callejón sin salida que se encontraba atravesando la puerta trasera de aquel antro y notó que el joven se alejaba de ella como doce metros. Señaló su oído y alzó los hombros, al ver que el hombre le hablaba y gritó.- ¡Estás muy lejos y no te oigo! – sin descubrir su cara, que descansaba bajo la capucha oscura.

 

De repente un rayo, de la nada, uno que si era verde y que viajaba directamente hacia ella con intenciones nada amigables, salió de su varita para alcanzarla. –Protego- musitó con calma, para así crear un círculo transparente que absorbería el ataque y lo dejaría en la nada. Sin embargo, no entendía porque la atacaba así, de buenas a primeras. Caminó unos pasos hacia él, hasta quedar a cuatro metros, un radio donde podría escucharlo con claridad y hasta ver sus rasgos, sus dientes tan distintos a los de cualquiera. -¿Quién eres y porque me atacas? Tienes que controlar tu ansiedad o acabarás muerto en cualquier momento- negó con la cabeza, con la varita en alto y apuntándolo, pero sin atacar.

 

 

@@Felias Snape Triviani

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La reacción de su víctima no solo fue rápida y precisa sino que Agatone pudo notar la facilidad con que levantó el escudo defensivo. Algo en su mirada bicolor titubeó y sus brazos recibieron un escalofrío que le hizo temblar. Mantuvo la mirada fija en el hombre que acababa de defenderse y quién se acercaba hacia él.

El joven vampiro sabía que se había precipitado al atacar, pero había pocas posibilidades de aque aquel hombre estuviese en el mismo lugar que él por simple coincidencia. Todavía podía escuchar los comentarios desasosiegos de las personas que le insultaron por convertirse en el monstruo que era o, mejor dicho, en el que aún se estaba convirtiendo. Y se preguntó, una vez más, si aquel ataque repentino que no pudo evitar realizar era un simple efecto secundario de su nueva espiritualidad.

Se alejó unos pasos hacia atrás, temeroso ante la presencia del hombre que se acercaba unos pasos y dejaba que su rostro rompiera el reflejo de la luz. Y por fin le vio. No era un mago, se había equivocado. Era una bruja, claramente más alta que él, con una pétrea piel que le recordaba la porcelana fina con unos ojos saltones grises como cielo encapotado. La varita que Lestrange sostenía débilmente en su extendida mano izquierda tembló débilmente y un sollozo se dispuso a resurgir.

-Yo...- comenzó, sin saber qué responder. Había llegado a la precipitada conclusión que aquella bruja (quien confundió primero con un hombre) se encontraba allí para espiarle. Le estaban siguiendo, de eso no cabía duda, pero sí tuvo que admitir para si mismo que no tenía pruebas de que aquella bruja fuese parte de quienes le seguían. Hubo algo que le hizo dudar y fue simplemente que la mujer no le reconoció.

-Soy Lestrange.- respondió al fin. Relajó los músculos de su cuerpo tensionado pero no dejó de apuntarle. -Puede que te haya confundido que otra persona. ¿Qué haces aquí?- señaló con la mirada la entrada del bar, aquel antro que pocos conocían y las posibilidades de concurrencia por parte de la comuniad mágicas eran aun más bajas. -Strokers no es un lugar popular- aseveró cerrando los ojos unos segundos.

Estaba comenzando a sentir aquella necesidad represoria que le había embargado durante todo el día, toda la semana, todo el mes. Aquel sentimiento que había estado intentando ganar territorio y cuya batalla estaba destinado a perder. Había comenzado con el estupro que concluyó en la mordida demoníaca y que le llevó a su situación actual con tres víctmas en su haber. Movió la cabeza rápidamente a los lados como intentando remover un pensanmiento desagradable y con su mano libre, la derecha, aferró su garganta con fuerza mientras recitaba un silencioso encantamiento.

No tenía pruebas de que funcionase, pero necesitaba controlar aquella sed que carcomía su garganta y doblegaba su espíritu. Ya no le importaba el ridículo que pudiese hacer frente a aquella mujer dado que, después de todo, era bruja y vampireza.

-Creo que...- empezó a decir con ojos húmedos y voz queda -Debería irme antes de que las cosas se salgan de control-

Sabía que no estaba en condiciones de aparecerse, pero también sabía era peligroso estar tan cerca de posibles víctimas, muggles que podía sentir desde la distancia y que le llamaban para la cena.

 

@@Avril Malfoy

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La bruja ladeó su cabeza y el reflejo de la luna le dio de lleno en el rostro. Examinaba a aquél mago de arriba abajo: sus reacciones, sus pupilas dilatadas, el nerviosismo que emanaba desde cada poro de su piel. Lo reconoció. El tipo era vampiro, peor que eso, era un neófito. Nuevo en el arte de consumir sangre. Se podía percibir que estaba muerto de hambre y bien sabía que la situación se podía descontrolar en cualquier momento, más con toda esa gente merodeando. Los seres como ellos podían notar la sangre que corría por sus yugulares a metros de distancia.

 

-Vine a buscar sexo- dijo sin más e intentando no ponerlo más nervioso agregó. –Yo soy Malfoy.- Agudizó sus ojos achinándolos aún más de lo que los tenía, pues nunca los había tenido saltones (¿) – Pero los muggles no me gustan ni siquiera para eso…- giró su varita entre su dedo índice y pulgar preparándose para defenderse en caso de que el descontrolado la atacara. –Tienes aspecto de famélico. Dime ¿Te has registrado ya en el Departamento de Criaturas?- Ella registraba vampiros todo el tiempo y le daba consejo a alguno que otro. O lo intentaba. Bien sabía que en su estado no solían ser obedientes en absoluto, al contrario, sus temperamentos solían desbocarse a la más mínima. A ella misma le había pasado, no era fácil mantener la cabeza fría mientras la sed se apoderaba de su garganta haciéndola similar al infierno mismo.

 

-No lo tomes a mal, pero si das los pasos que tienes que dar, y sigues los consejos que puedo darte la pasarás mucho mejor de lo que la estás pasando ahora. Tu ansiedad te delata amigo…- mencionó esperando que no lo hiciera personal, aunque sabía que eso era prácticamente imposible. El tipo debía ser preso de la paranoia en ese mismo instante, más habiendo mencionado al Ministerio de Magia y sus reglamentaciones.

 

 

@@Felias Snape Triviani

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