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Aritmancia~ Marzo


Mery Gaunt Karkarov
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- Santa madre de dios -gruñó Mery mientras entraba dando zapatazos a su aula. ¿Por qué hacía tanto calor últimamente? Se suponía que debía de hacer un tiempo fresco, lo suficiente como para llevar una chaqueta encima. Pero no, el sol había salido con fuerza y toda poca ropa era demasiada.

 

Un mes más había comenzado, uno más donde la pelirrosa debía de impartir clases de Aritmancia. Mucha gente se preguntaba si ese conocimiento serviría de algo, incluso había gente que lo evitaba hasta el final por el simple hecho de tener un nombre raro o tratar sobre números.

 

Desde el primer día que Mery había leído que la Aritmancia podía decir algo sobre una persona supo que sería su conocimiento. Además, estaba demasiado infravalorado y sabía de sobra que la competencia para llegar a impartir ese conocimiento sería casi nulo.

 

No sabía quienes serían sus alumnos, tampoco le importaba, solo sabía que eran... 1/03/2017... 1+3+2+1+7... 5... 5-1... 4.

 

Sonrió de lado, un total de cuatro alumnos, porque claro, debía de restarse a si misma de la cuenta.

 

- Pues vamos a ponernos en marcha -susurró con una leve sonrisa mientras expandía sobre su escritorio las piedras verdes brillantes. Sus pequeños trasladores diseñados para ir directamente a los cursantes de Aritmancia.

 

Colocó cuatro piedras en las palma de su mano y, al cerrarla, ésta desaparecieron de ahí.

 

La mortífaga debía de admitir que aquello de no saber quienes eran sus alumnos y las piedras transladoras era algo que hacía más entretenía la clase. Algunos alumnos habían aparecido de manera bastante decente, otros, como ella en su día,habían aparecido de manera bastante... inapropiada, en batas, toallas de ducha o a medio vestir. Era bastante divertido. Y ni que decir de las caídas y desequilibrios.

 

Se sentó sobre la mesa, alisando el vestido negro de tirantes que llevaba y con una sonrisa y una mirada clavada hacía el frente, justo donde los silloncitos en forma de números se encontraban, esperó la llegada de los alumnos, deseando con todas sus fuerzas que no tardaran demasiado. Tenía una pequeña aventura en mente.

 

 

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Estaba caliente. Muy caliente. El sofocante sol se colaba por la ventana del pequeño pub en que había decidido pasar la noche después de la rauda visita a su viejo local de Diagon. Debido a las altas temperaturas se había visto en la obligación, no que le molestase, de dormir completamente como dios lo había traído al mundo, logrando que los pequeños rayos de sol matinales reflejasen su pálida y rojiza piel.


Sabía que faltaba poco para el inicio de las clases de conocimientos en materias de magia avanzada, aquellos cursos de pos-grados que se habilitaban únicamente para aquellos que tuviesen la capacidad de aprender algo más que simples movimientos de varitas. Pero claro, había tanto que Snape no sabia que podría cursar casi un sin fin de materias diferentes y aún así sentirse un ignorante. Pero si había algo de lo que se sentía orgulloso era su mano para las pociones caseras y el ojo interno que nunca le fallaba.


Por eso, habiendo vislumbrado que las clases comenzarían aquel primer día del tercer mes, su elfo doméstico se había encargado de prepararle los libros que necesitaría para su clase de Aritmancia, los cuales se encontraban en una pila al lado de la ventana, casi a punto de ser prendidos fuegos. ¿Cuál era la finalidad de la Aritmancia? Snape era un hombre de mente aguda si no se tenían en cuenta los números, ya sea para las operaciones que los muggles eran capaces de hacer (¡Esa si era verdadera magia!) o las propiedades mágicas que alguien, hace muchos años, había intentando inculcarle a los números. Maldijo a quien le convenció de tomar aquella clase.


Abrió sus hermosos y brillantes ojos al no poder posponer la molesta e inmunda presencia del sol que, con refulgentes e infernales rayos creaban una capa de sudor en todo su cuerpo. Al momento de haberlos abierto, oyó un pequeño zumbido y al levantar la miraba apareció sobre él una pequeña piedra verde, quizás preciosa. Quedó pendida en el aire por unos segundos para luego caer sobre su mejilla izquierda.


-¡Me lleva el diablo!- se quejó de dolor; se incorporó y mientras se sobaba la mejilla tomó la piedra en sus manos, la cual emanaba una débil luz azulada. Era claro lo que era: un traslador. -¿De quién será esto...?- pero antes de terminar su escéptico comentario tuvo la visión de la clase de Aritmancia y a una profesora de rostro conocido, o al menos a quien hubiese visto una vez. Deseó que no fuese alguien con quien haya intimado.


Estaba por ponerse de pie cuando sucedió. La piedra desapareció y, con un movimiento espiralado y concéntrico Felias fue jalado desde su ombligo, desapareciendo de la mohosa y paupérrima habitación en la que pasó la noche, para aparecer de la misma forma en que había dormido frente a la profesora, quien a diferencia de Felias, llevaba ropa.


-¡Buenos días!- saludó alegre mientras se ponía de pie. -Disculpe por mi presencia, pero aún estaba durmiendo cuando me llegó esto- mostró la piedra en su mano -Y como sabrá, con este calor es mejor dormir sin nada.- Sonrió de lado relamiéndose los labios. Con un movimiento de su varita de ébano hizo aparecer una túnica verde oscuro que se la puso sin más, sin nada debajo.


-Ah, traje mis libros- con otro movimiento hizo aparecer los libros que su elfo le había preparado, que aparecieron sobre la mesa. -Estoy seguro que serán suficientes.- Eran Matemáticas para Patosos; Derivadas e Integrales, la solución a tus problemas; Numerología para Principiantes y el último, el más grande, se titulaba El Hombre que Calculaba.

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El demonio se encontraba en la azotea de uno de los edificio del callejón, mirando con sus ojos grises a las personas que pasaban por ahí a esa hora de la mañana. A pesar de ser temprano había bastante gente que salía a hacer sus cosas y a aprovechar el día. Los humanos solían disfrutar los días soleados como esos. Kira, por su parte, vestía igual que siente, portando una capa negra. El calor no era algo que le afectase aunque tenía preferencia por la nieve, pero su condición de demonio de las sombras hacía que ningun clima le afectara tan fuerte como lo hacía con los humanos.

 

Su pelo blanco se mantenía tieso en su cabeza sin ninguna brisa que hiciera que se moviera como varias veces le haía tenido pasando, y el sol provocaba que su piel se viera aun más pálida de lo que ya era. Abrió los ojos al notar una presencia conocida, una presencia que había estado buscando por bastante tiempo desde que había llegado aquí pero aun no la había podido encontrar. Aquella persona... si, se encontraba por algún lugar de esas calles. Entonces seguía con vida... Iba a bajar para ir hacia ella cuando una piedra extraña calló frente a él. Extrañado, la cogió solo para ver de que se trataba, pero en el momento en que sus dedos la rozaron desapareció de aquel lugar.

 

Luego de sentir como si un remolino le tragase, apareció en un aula de improviso. Miró a sus lados, había poca gente, pero sobretodo quien más llamaba la atención era aquella chica de pelo rosa sentada en lo que simulaba una mesa de profesor... No le costó mucho saber donde estaba pues solo se había apuntado a hacer una clase, por lo que este debía de ser el recibimiento de la clase de Aritmancia que había solicitado.

 

Se mantuvo en silencio sin decir nada observando a quienes serían sus compañeros. No pudo evitar preguntarse si sería gente que no volvería a ver o pasaría como en las anteriores clases que tuvo que hasta acabó trabajando con uno de ellos en el mismo departamento.

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Estaba mirando a la profesora, recordando haberla visto tan solo pocos días atrás en aquel viejo y destartalado pub del viejo Mulpepper, la cantina que había perdido toda esperanza de volver a la vida mucho tiempo atrás. Pero claro, aquel encuentro había sido suficientemente clandestino (y aburrido) como para no mostrar emoción ni reconocimiento alguno.


-Buenos días señorita, mi nombre es Felias Sna...- se calló de golpe cuando alguien más apareció a unos metros.


El Snape se llevó la mano al pecho ante la repentina aparición que le causó un semi-infarto. Si no fuese por su condición de monstruo nocturno hubiese muerto del susto en aquella clase. ¡Qué lastima que no sucediese! Sería un manchón en la desconocida reputación que aquella profesora recibiría gratuitamente.


-Por todos los cielos...- agregó mirando a quien hubo aparecido.


Era un hombre de aspecto joven y lo primero que pensó Snape fue en el color gris. Todo en él era gris: su cabello corto, su fría mirada, su piel. Daba un poco de miedo su aspecto lo que le hizo preguntarse si se encontraba vivo. No parecía emitir emoción alguna. Pasó una mano por su propio cabello negro dejando a la vista sus bicolores ojos, ambarino el derecho y azul intenso el izquierdo.


-Buenos días joven.- volvió a mirarle y esta vez se concentró en la forma de su cuerpo y pensó que quizás serian buenos amigos. Aunque, ¿por qué no más? ¿Era un deseo o una visión del futuro cercano? Su ojo interno a veces le confundía. -Así que también vienes a por la Aritmancia. ¿Qué te trae por aquí? Oye, ¿y tus libros?- quiso saber.


@Kira~

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Giró su cabeza para mirar a su lado a aquel chico extraño que le dirigió la palabra. Parecía que por el momento no venía nadie más y la profesora tenía pinta de querer esperar a que los demás llegaran para empezar a presentarse ella. Seguramente ya sabría sus nombres puesto que todos los profesores tienen una lista con los nombres de los alumnos que van a tener por lo que no vio necesario presentarse ante ella.

 

Ladeó levemente la cabeza al fijarse en los curiosos ojos de aquel chico, podía detectar en su alma que no era un humano. Pocas veces se podía encontrar un caso así en el que alguien tuviera los ojos de distinto color, aquello le llamó la curiosidad aunque no dijo nada al respecto. El chico parecía bastante energético a primera vista a pesar de que le había dado un susto de muerte no le importaba su aspecto y quiso acercarse, ¿por cuanto tiempo? Había algunas excepciones que conoció que no le rehuían por quien era, ¿sería el caso también de él?

 

- Me trae el saber -dijo simplemente contestando a su pregunta- y no soy joven -tenía demasiados siglos, milenios tal vez,- había dejado de contar hace demasiado tiempo- como para considerarse joven. Miró a la profesora, en las clases de la academia no había necesitado libros, pero esta era la primera clase extra que hacía, tal vez fuera obligatorio- ¿Hacen falta libros?

 

@@Felias Snape Triviani

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Era muy raro que pudiese conciliar el sueño, sus días pasaban con la misma rutina: pensar. ¿Y en qué pensaba? En la manera de vaciar las arcas de su familia para su propio beneficio, claro. Su tía ignoraba el peligro que suponía haber devuelto a su sobrina a su puesto anterior, el de cabeza de familia. Y es que nada bueno se podía esperar de la gitana cuando se le otorgaba un mínimo de poder; el dinero era un punto bastante importante en sus planes, pues quien no lo tiene nada es capaz de lograr. Como en toda sociedad, ¿no? Incluso los muggles declaran la guerra en pos del poder económico.

 

Sin embargo, y porque Candela se había propuesto hacer lo que fuere para cumplir sus objetivos, se encontraba ante una singular situación: había encontrado los planos del castillo en donde no se consideraba la existencia de los túneles de los que alguna vez le habló Chuck. A ese elfo le encantaba irse de lengua muchas veces, y en esa ocasión no dejó pasar la oportunidad para informarle de ello, inconscientemente es obvio, a su queridísima ama Candela. Aunque podría sospecharse que los azotes de cuchara que le atestaba la bruja tendría algo que ver con las confesiones de la criatura.

 

Así que, cuando vio a Chuck abrir la pesada puerta de metal de las mazmorras del castillo para encontrarse con su ama, mientras dirigía una pequeña roca resplandeciente suspendida en el aire, creyó que se trataría de alguna treta mal hecha. El elfo debía ser bastante est****o si creía que Candela caería en eso; por lo que la Triviani dedujo, se trataba de un traslador, pero ¿a dónde? ¿A dónde querría enviarla su sirviente? Y luego de reflexionar sobre la posibilidad de una posible venganza, recordó en qué día del mes estaba y qué era lo que esperaba para entonces.

 

- Te has salvado por un pelo... -amenazó la gitana acercándose a él. Limpió ambas manos, las tenía metidas en un caldero lleno de lodo, en los costados traseros de su pantalón y tomó la piedra. Pero tuvo la sensación de que se arrepentiría de haber actuado sin detenerse a pensar un momento, ni en la compañía ni en su presencia.

 

Candela ya no estaba tan segura de haber tomado la determinación de aquel conocimiento, sus planes iban cambiando a cada segundo y sus argumentos para haber elegido Aritmancia empezaban a perder fuerza. La muchacha había aprendido de los muggles a leer a una persona por otros medios, a saber más de la historia o naturaleza de un individuo según los manuscritos; y debía admitir que, aunque los detestaba, los no magos tenían métodos o materias de estudio bastante fascinantes, lo que hacía que se las arreglaran tanto o mejor que los magos dentro de su propia sociedad.

 

En fin, que allí estaba ella: jeans desgastados y rotos en los dobladillos, una remera gris suelta y descalza. Impresentable. Sus ojos grises se fijaron en la primera visión que se le presentó cuando apareció en el lugar, dos jóvenes de apariencia. Uno de ellos, de melena blanca y mirada... ¿antigua? Curiosa la sensación. Le recordó a alguien de su pasado, por lo que gesticuló una mueca de molestia para luego observar al otro. Un rostro lamentablemente familiar, al parecer desde arriba movían sus hilos para hacer que se encuentren cada vez con más frecuencia (?).

 

Candela se giró para encontrarse de cara con una bruja a la que no recordaba haber visto alguna vez, últimamente le pasaba de rodearse de desconocidos, aunque en esta ocasión ella lo había decidido así. El cabello rosa de quien se encontraba detrás de ese escritorio llamó la atención de la gitana, y no fue hasta ese momento que su cuerpo reaccionó a la extraña sensación térmica. ¿Por qué hacía calor?

 

- ¿Qué tal? -empezó a saludar- Soy Candela Triviani... -se dio media vuelta para ocupar algún lugar vacío, no sin antes echarle un vistazo a la puerta por si aparecía su hermana.

 

Gyvraine era una escéptica a las mancias, pero Candela se las había apañado para hacerla ir a donde ella quisiera. Resultaba fácil manejarla cuando ponía de por medio secretos misteriosos que, en realidad, ni eran tal cosa. Sólo que su hermana no sabía eso, y el único secreto que guardaba Candela de ella era de índole monetaria. De otro modo el orgullo de la Malfoy podría verse afectado si sabía que su, posiblemente, única hermana menor se encargaba de pasarle galeones mensualmente.

 

No pudo menos que sonreír ante la visión del rostro desconfigurado por la rabia de Gyv, pero se lo guardaría, siempre se guardaba los mejores comentarios. Así que, regresando a su realidad, alcanzó a escuchar a ambos chicos hablar de libros, por lo que le arrebató uno a su queridísimo primo para ver de qué se trataban. El ejemplar que agarró se titulaba Numerología para principiantes.

 

- Gracias. -le dijo de forma no muy sincera a Felias- Seguramente pensaste en mí.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El Snape fingió interés en las necias palabras que salían de la boca del grisáceo joven, aquel ser que cuyo monólogo referido al saber lo habían traído a aquella clase. Si supiese que nadie podría alcanzar el saber supremo quizás se hubiese dado por vencido muchísimos años atrás. ¿Se atrevería a mostrarle tal verdad? Después de todo como dijo un famoso sabio mago: Solo sé que no sé nada. Cuanta razón llevaba.


-Me apena tener que traerte esta mala noticia pero el saber como tal es inalcanzable, una utopía. Mientras más cosas aprendas más te darás cuenta lo poco que sabemos- sonrió con suficiencia.


Él mismo tenía casi más años que la historia misma y no se consideraba alguien culto en absoluto Lo único que le agradaba de aquel joven era su apariencia. Se veía muy bien. Volvió a mirar su cuerpo y le guiñó un ojo, ignorando plenamente la presencia de la profesora que hasta el momento parecía no importarle lo que los alumnos hiciesen. ¡Que liberal!


Su humor cambió de repente con la siguiente aparición que resultó ser nada menos que su prima, la abusadora, la usurera... La gitana. Snape puso sus ojos en blanco haciendo una pequeña mueca mientras acomodaba sus libros y volvía la mirada al joven de canas.


-Por supuesto hacen falta libros. ¿Cómo crees que aprenderemos?- le extrañó la falta de tacto del joven. -A propósito, ¿cómo te llamas?- le interesaba saber el nombre de su próxima victima. Le hizo recordar al joven Lestrange que otrora se había convertido en su aprendiz, sumiso y controlado. Un vampiro leal. -Mi nombre es Felias Snape Triviani, un gusto.- le extendió una cálida mano anhelando el tacto con él.


Luego miró a su prima, aquella malcriada mujer que con el tiempo solo había aprendido cómo maltratar a quienes no diesen lo que ella quería. Y a Chuck. Principalmente a los Chuck. Felias se compadeció de ellos.


-Claro que pensé en ti querida prima- le contestó cuando ella hubo tomado uno de sus libros. -No conseguí Numerología para est****os, solo tenían en stock "...para Principiantes"- sonrió de lado con un dejo de amargura en su fría voz.


Le miró cómo vestía; un jean, una remera barata y sin calzado. ¿A donde estaban sus modales? Él vestía una perfecta túnica verde oscuro que le había costado sus buenos galeones. Si si, quizás fuese poco ético o le tacharían de amoral vestirle sin llevar nada debajo, ni siquiera ropa interior o calzado al igual que la gitana, pero al menos su túnica se veía perfectamente bien. Se giró y le habló a la profesora deseando que una vez por todas empezara la clase.


-Disculpe, profesora. ¿Aquí dejan entrar a cualquiera?- miró de reojo a Candela.



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El demonio se dió cuenta al percibir el alma del chico que no parecía mostrar mucho interés en lo que decía. Por suerte las palabras de Kira siempre eran pocas así que tampoco era algo para molestarse. A él tampoco le interesaba la vida de todos, más bien... lo que más le interesaba era cuando iba a morir cada uno. Aunque para su desgracia ese era un conocimiento que por el momento los mortales tenían prohibido saber.

 

Abrió la boca cuando dijo aquello de que el conocimiento era demasiado infinito pero en el segundo se retractó y cerró la boca. Por supuesto que sabía aquello pero no pretendía hablar con alguien que no le interesara lo que le fuera a decir. Él no estaba en ese mundo para cambiar a la gente así que no se molestaría en hacerle ver a ese chico su punto de vista.

 

Ladeó la cabeza cuando le guiñó un ojo viendo su cuerpo, ¿acaso le resultaba atractivo un cuerpo que simulaba el de un inferi? No era que le desagradara el mismo género, era un demonio, no tenía esos prejuicios extraños que tenían otros humanos y hasta él mismo había sentido la atracción por otro chico. Pero le resultaba difícil que alguien tuvira un gusto tan extraño como para querer acostarse con él solo por su cuerpo pequeño.

 

Miró su mano cuando se la extendió pudiendo notar su ardiente deseo en sus venas. Pero él no sentía lo mismo, no al menos en este momento y en medio de una clase. Lo miró decidiendo no tomar su mano, no le había dado una buena impresión como para eso y no estaba desesperado por llevarse bien con sus compañeros.

 

- Kira, el Engendro de la Muerte -decidió responderle presentándose con su nombre completo pensando que tal vez de esa forma se corregiría y dejaría de intentar algo con él. No creía que quisiera arriesgarse a ser llevado al infierno solo por un rollo de una noche.

 

Sus ojos grises se gijaron entonces en otra presencia que interrumpió en el lugar, una chica que parecía venir también lista para la clase y que parecía ya conocer a Felias. Aunque a primera vista no parecían llevarse del todo bien, esperaba que no le metieran en medio de sus disputas infantiles. Por lo menos su presencia mantendría ocupada la mente del Snape.

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Le dedicó una sonrisa displicente a su primo y ocupó el asiento contiguo. Ya saben, por el dicho ese de "Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca". Convengamos que Felias no era tal, pero para Candela, que tenía los cables de la cabeza bastante dañados e intercambiados, veía enemigos por todos lados, y no dudaría en atacar al retoño de su tía si la situación lo requería. Tal vez se le hubiese pasado con dos cachetones bien dados, pero como nunca nadie se atrevió a tocarle un pelo (quizás creían contagiosa su personalidad), no se pudo comprobar si era golpe lo que necesitaba.

 

Escuchó el nombre del otro muchacho y frunció el ceño por dos motivos: uno de ellos era porque hacía muchos años había tenido una lechuza del mismo nombre, nunca supo qué fue de ella, y su madre estaba completamente segura de no haberla almorzado por "accidente"; la otra razón era porque, ahora que lo veía con más detenimiento empezaba a tener ciertas dudas, Kira le sonaba muy femenino. Quizás se debiera a un nombre extranjero, de esos que resultan ambiguos a los oídos. Sí, debía ser eso. Y sólo prestó atención al primer nombre porque lo que debiera ser un apellido parecía un título auto nombrado.

 

La Triviani muchas veces olvidaba que vivía, más que en un mundo mágico, en un mundo paranormal en donde todos eran super poderosos y... ¿super dotados?. Ella misma era la prueba de ello, era un demonio, y lo único extraño que tenía en su presencia era la imagen de un mendigo que poseía. Odiaba con todo su ser ese alter ego demoníaco, pero era parte de ella. Así como otros eran parte vampiro, parte banshee, parte duende, etc. Kira era el Engendro del Mal, como cierto mago alguna vez se presentaba como El Cardenal de la Muerte. Entonces a Candela le dio envidia, ya buscaría un título que poner en sus tarjetas de presentación. Al-Hassam ya estaba quemado, Al-Fredo también. Quizás "La Gitana Malas-pulgas".

 

― Tú entraste antes que yo... ―comentó ante la duda que le había planteado Felias a la profesora, en un tono bastante bajo para que fuese escuchado únicamente por él y el muchacho que los acompañaba― Está claro que si has entrado tú, ya cualquiera es bienvenido. ―hizo un gesto con la mano para darle más convicción a la afirmación.― A propósito... ―pero no pudo terminar de decir lo que tenía que decir porque le molestaba otra presencia.

 

La Triviani no se había dado cuenta de que Chuck había tomado la piedra con ella y se encontraba allí, en el lugar donde se impartiría la clase, con las manos entrelazadas entre sí y mirando a uno y otro mientras hablaban. Agarró de la oreja al elfo, murmuró un quedo "Disculpe" a la muchacha-profesora (pues medio decente era aveces) y salió de la sala. Ya lejos de los ojos ajenos, le dio una patada al bicho orejudo.

 

― ¡Largo de aquí! ―pero Chuck no esperó la segunda invitación a marcharse que ya había desaparecido.

 

Al regresar, notó un olor a tierra mojada. ¡No se había lavado las manos! Así que fue hasta donde estaban Felias y Kira, le quitó la varita al primero olvidando que ella también tenía varita, y se la pasó a su primo.

 

― Dame agua, olvidé dónde tenía metidas las manos. ―pidió haciendo una fuente con ellas.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El Snape se sintió contrariado cuando aquel joven no le estrechó la mano, por lo que hizo un extraño movimiento con la misma volviendo a su posición original e intentó mantener la sonrisa en su lugar. Podía entender que quizás el chico se sintiese acosado con su actitud pero sabía que en el fondo no era ningún inexperto y él estaba dispuesto a llegar al fondo de la situación. Como quien dice: donde pone el ojo pone la bala.

Al escuchar el nombre del joven, que resultó llamarse Kira, pudo notar la expresión escéptica de Candela ante el apelativo mencionado. ¿Le parecía un extraño nombre o quizás el recuerdo de su vieja lechuza también llamada Kira había retornado a su singular cabecita? Felias tosió débilmente para evitar el resurgimiento de aquel recuerdo que seguramente intervendría en la demente cabeza de su prima. Según recordaba le habían quitado aquellas memorias para evitar futuros problemas con él, Felias, y claramente estaba agredecido. ¿Qué tipo de relación tendrían ahora si ella supiese que Kira, la lechuza pequeña y amada, fue víctima de una pelea entre él y uno de sus hermanos? Aún era incierto quien había clavado la varita de Alyssa en el pecho esponjoso y suave del animal pero eventualmente ambos fueron culpables.

Candela pareció no recordar ese punto porque procedió a contestar sobre la aceptación abierta y popular de todo el alumnado. -Ja, que chistosita. - dejó salir una sonrisa deliberadamente falsa. -Pues estás tu, tu horrendo elfo que aún no sé porqué lo has traído. Lo único que falta sería que Gyv te siguiera. ¡Por Zeus! Aland, ¿a donde has ido?-

Candela recién pareció reparar en la presencia de Chuck por lo que le aferró por las arejas y se dispuso a salir del aula. Como había dejado de lado al verdadero Kira, volvió su vista a él y retomó la grata sonrisa que había preparado especialmente para él.

-Oh, ¿Engendro de la Muerte dijiste?- repitió con una pequeña sonrisa de lado mientras acortaba aún más la distancia entre él y el joven de canas. -¿Matas con la mirada? ¿Tienes el poder de un basilisco? ¿Eres uno?- quiso saber. Y agregó casi en un susurro mientras le mirada los ojos saltones, grises, dejando que parte de su túnica se abriera y mostrara su pálida piel desnuda. -Dicen que los basiliscos son grandes y...- estaba por agregar un comentario fuera de lugar y que solo él pudiese oir pero fue interrumpido de nuevo por Candela.

 

-Que no soy tu sirviente, mujer. Si no has de aceptar mi oferta sobre el tiempo compartido poco podemos hacer juntos. Pero como soy amable...- aceptó la varita que le había quitado y comenzó a lanzar agua hacia las manos de Candela, quien comenzó a lavarse.

 

Por la mente de Felias cruzó un recuerdo muy muy viejo, tan viejo que no sabía aún le pertenecia, el recuerdo de Poncio Pilato lavándose las manos en un gesto de eliminar toda culpabilidad de él, todo vestigio de criminalidad previo a la crucificción del mago conocido como Jesús de Nazaret. ¿Acaso Candela había aprovechado aquel momento para, enfrente de dos testigos oculares, lavarse las manos de lo que fuere que ella misma hubiese provocado? Volvió en si cuando su prima estaba por terminar por lo que giró levemente su varita y el agua que emanaba cual peña de Horeb cambió a una sustancia negruzca, aceitosa e inflamable que manchó las manos de la bruja.

 

-Ups...-

Editado por Felias Snape Triviani
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