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Conocimiento de Maldiciones y Pociones


Leah Snegovik
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Era una noche sin luna particularmente oscura, de esas donde las farolas no hacían más que alumbrarse a sí mismas y un corto radio a su alrededor, donde los animales nocturnos gozaban de una privacidad única, llenando el silencio con sus variados sonidos. Y en el Ateneo de Conocimientos la falta de luz no era una excepción. Hacía horas que los estudiantes habían empezado a retirarse y que los profesores habían cerrado sus puertas. Se podía escuchar el rumor de los libros siendo amontonados o el parsimonioso andar de los profesores rezagados, así como la pluma correr por los pergaminos corregidos si se prestaba la debida atención.

 

Pero en el sector más lejano del Ateneo, que servía como entrada al bosque cercano, había una vibra extraña. Una espesa niebla se colaba entre los árboles, dificultando aún más la visión para el que se atreviera a entrar, limitándolo a ir hacia delante con la esperanza de no toparse con una raíz demasiado alta o alguna de las criaturas que se escuchaban rondando por los alrededores. Sin embargo, el sonido que más resaltaba y que resultaba menos preocupante era el ulular de las lechuzas que habitaban en la zona, algunas cazando, otras mirando con sus grandes ojos ambarinos hacia abajo. Vigilando.

 

No obstante, una de ellas tenía una misión diferente.

 

Pasó como una flecha desde el edificio del ateneo, batiendo las alas sólo para agregar velocidad al planeo que servía como impulso en la fría ventisca, que cada noche era menos helada con la cercanía de la primavera. Su cuerpo era pequeño pero sus alas muy largas, era un hermoso ejemplar blanco y en medio de la niebla parecía ser un fantasma. Y aunque su intención no era parecer misteriosa, puesto que era un ave mensajera, cuando la niebla se hizo menos densa y los árboles empezaron a estar menos juntos, daba la impresión de que no era la mensajera de cualquier persona.

 

Por supuesto, no lo era. A las afueras de una cabaña derruida y de aspecto tenebroso, la figura oscura de una mujer esperaba pacientemente la llegada de la lechuza. Estaba enfundada en una pesada túnica de invierno y tenía los brazos cruzados delante del pecho, inerte a excepción de la respiración atenuada que sólo se reflejaba por el vaho que se escapaba de sus fosas nasales. Los ventanales a su espalda estaban cubiertos con tablas de madera, grandes y rústicas, sobrepuestas entre sí como si tuvieran la intención de ocultar algo. Pero entre las rendijas aún se escapaba un resplandor esmeralda, proveniente de las velas negras del interior, el cual iluminaba el perfil de la bruja y su larga melena rubia.

 

Justo a tiempo, como si hubiera sentido su presencia, la mujer alzó la mirada hacia el este y la sombra de una sonrisa curvó sus labios, maravillada con lo que veía. Alzó el brazo para recibir a la lechuza y después de un momento de agradecimiento, donde pasó el índice por las suaves y frías plumas del ave, desató un pergamino pequeño y bien doblado de su pata. Dejó un Galeon en su lugar, dentro de una bolsita que colgaba a la vista de cualquiera que la recibiera y recibió una mordida juguetona antes de que se marchara. Era al menos diez veces más de lo que una lechuza normal recibía, pero ella había hecho dos viajes importantes.

 

El primero había sido en la mañana, cuando había redactado una carta para su estudiante del mes de marzo, Cye Lockhart, indicando la ubicación de su curiosa aula y la hora del encuentro. Y la segunda, hacía apenas diez minutos, que había estado dirigida a su compañero de bando y colega en el Ateneo, Dovakhin Haughton, donde había preguntado si se encontrarían o no en el bosque. La respuesta no le sorprendió, pues en una caligrafía estilizada y bien practicada para la simplicidad del mensaje, sólo había una frase escrita.

 

Tal vez.

 

Sonrió, ésta vez extendiendo la sonrisa hasta que una hilera de blancos dientes iluminó su rostro en medio de la penumbra y retiró ligeramente la tela de su manga, para ver un reloj antiguo y mágico que adornaba su muñeca. Faltaban cinco minutos para las nueve y la clase estaba a punto de empezar. Si tenía suerte aquella vez, Cye sería puntual y no la haría esperar demasiado. Sino entraría y la esperaría sentada en uno de los escasos bancos de madera que rodeaban una mesa redonda, igual de fea y derruida que la cabaña. De pronto, un sonido gutural que no pertenecía a ningún animal llegó a sus oídos, así como el descenso desmesurado de la temperatura. Pero su sonrisa no desapareció.

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Iluminado con los dones de la impuntualidad, un Dovakhin Haughton desarreglado llegó jadeando a la vieja cabaña que usaría junto a Leah para dar la clase, claro que su compañera daría algo diferente a pociones, pero estaban organizados para compartir el recinto destinado a ambas asignaturas. Con el cabello desprolijo y la ropa rasgada se quedó un breve instante observando a la Ivashkov. —Un contratiempo, tuve un contratiempo...— musitó recuperando la calma y arreglando el saco importado que llevaba puesto. Al menos se había acomodado la ropa y más tarde el cabello.

 

Tenía que improvisar la clase. Había preparado todo con antelación pero un elfo gracioso se metió de noche a la choza y se robó hasta el propio caldero para hacer pociones. Claro que con su temperamento el Haughton salió en su búsqueda e incluso lo encontró, pero aquél nido de dragones y criaturas peligrosas casi le había costado la vida, tan solo pudo recuperar el libro pero todo lo demás estaba bajo las llamas de una de las bocanadas escupidas por aquellas bestias voladoras. En cuanto al elfo doméstico, desapareció antes de que el mortífago pudiese hacerle algo dejándolo en ridículo.

 

Se sentó y comenzó a escribir rápidamente una carta que luego le dio a una lechuza quien finalmente emprendió vuelo para llevársela a su tía abuela y alumna, Avril Malfoy. Aquella vieja bruja debería poder llegar a la clase sin indicaciones, después de todo era una veterana y ex líder mortífaga por lo que no esperaba más que brillantes y eficacia desde su parte. No estaba muy preparado pero sabía que su clase sería la correcta.

 

Mientras esperaban ambos profesores a sus alumnos, Dovakhin volteó y observó a Leah —Confío en que no dirás nada sobre mi demora— asumió. Lo último que necesitaba era dejar una mala impresión a sus pares. Era obvio que no le revelaría a nadie la humillación sufrida por un insignificante y asqueroso elfo doméstico.

 

Una vez llegó su alumna, Dovakhin se sentó en su escritorio y con una mirada gélida observó a Avril. —Siéntese Malfoy— El tono de su voz era autoritario, parecía su peor enemigo. —Quiero que quede claro que en éste contexto no somos familia, no somos amigos, ni conocidos.— soltó fulminante mientras se cruzaba de brazos. —Dime todo lo que sabes sobre pociones—

 

 

@@Avril Malfoy

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Las documentaciones las había hecho un tiempo atrás. Le habían dado una fecha estipulada para el comienzo de la clase, aquella en donde debía aprender lo que ya sabía de sobra. ¿Por qué debía hacerla? ¿Qué burlesca vuelta del destino hacía que una bruja como ella, dotada por demás en diversos conocimientos, con una experiencia amplia en todo tipo de hechizos, conjuros y uso de artefactos mágicos, pociones y encantamientos la llevaba a estar ahí y a soportar esta clase de ironías? La burocracia, claro estaba. El papeleo, una vez más le indicaba que no sabía nada sino podía certificarlo con un sello del Ministerio. Todo controlado, todo estipulado, todo comprobable. No era su estilo.

 

Una lechuza llegó para comunicarle lo que ya sabía, que la clase daba comienzo. Se habían olvidado de comunicarle a la lechuza que ella ya estaba esperando en un Castillo en las afueras del Ateneo hacía horas que encontró buscando información sobre la clase que debía hacer, para probar cuanto sabía de pociones. ¡Hipocresía!

 

Estaba sentada en una de las mesas maltrechas del lugar, con la cola hacia atrás en la silla y apoyada en una de sus pálidas y escuálidas manos cuando lo vio aparecerse, parecía que iba a quedarse dormida en ese mismo instante cuando el profesor irrumpió. Impuntual, desarreglado y lo que era peor: irreverente. ¿En serio pensaba que podía enseñarle algo? La lechuza, inquieta, aguardaba a su lado en la mesa, ni siquiera ella entendía como la habían enviado a un viaje de un par de metros.

-Es que ya estoy aquí, Haugthon. ¿No me ves? Y sentada también…pensaba que los profesores predicaban con el ejemplo, pero por lo visto hasta el personal docente ha cambiado.- dijo con sorna y algo de diversión. Podría necesitar un papel que le dijera que sabía de pociones pero el chico a ella no podía enseñarle nada. -¿Y realmente piensas que el hecho de ser familia me podría beneficiar? Vaya…que no me relacionen con usted y sus prácticas, se lo ruego señor Profesor.- masticó las palabras hasta formarlas con la dosis de sarcasmo como las quería y las soltó entre dientes, fastidiada. – Regla número uno de Pociones: Si te pasas con el tiempo, si te retrasas, puedes morir intoxicado o incinerado. Eso sé de pociones – Y asintió con la cabeza. El le había preguntado.

 

Enfundada en un enterizo de cuero negro, que no tenía mangas ni piernas, se apoyó en el respaldar. Al parecer el profesor pensaba que no se podía estar parado para elaborar una poción. Alzó una ceja y le lanzó una mirada de desprecio. Comenzó: -También sé perfectamente que una poción agudizadora de ingenio se prepara con escarabajos machacados (con triturador de madera de sauco quedan más jugosos), bilis de armadillo, raíz de jengibre cortada, preferentemente en cuadrados de medio centímetro por un centímetro todos iguales y que todo eso, a fuego lento durante dos horas y treinta y cinco minutos lo ayudaría a usted a inventarse una excusa por su evidente y bochornoso retraso. – hizo un ademán con sus manos como si estuviera terminando de recitar una poesía, hacia a un lado y luego hacia otro, esperando aplausos de un público que no estaba allí, pero que de seguro vitorearía su ácido humor y sus impecables conocimientos.

 

-O bien…- y ahora directamente le hablaba a la audiencia, como poseída por un espíritu actoral vehemente.-…la Poción Matalobos, una represión al verdadero ser según mi opiniones, pero claro está que mis opiniones aquí no cuentan mucho, que se prepara con Crisopos, sanguijuelas, Descurainia sophia y centinodia, polvo de cuerno de bicornio, piel en tiras de serpiente arbórea africana ...y el ingrediente principal, el acónito, una sustancia muy venenosa. La poción completa desprende un humo azul débil y tiene un sabor repugnante. La adición de azúcar para remediar esto no es posible ya que esta sustancia le resta efectividad…a los pobres licántropos, unas criaturas fascinantes a mi criterio. Medidas represivas al fin, con las cuales jamás estaré de acuerdo.- Y así podría seguir durante horas, haciendo ademanes estrafalarios y girando la cabeza de lado a lado, realizando muecas con su boca y con la expresión completa de su cara.

 

Lo miró, con el semblante ahora divertido, y apoyó la palma de su cerúlea mano en el mentón como si estuviera aguardando lecciones. -¿Tengo que seguir o prefiere comenzar con la clase y preguntar cosas especificas?- Conocido era que la mortífaga no respetaba aquellos que eran soberbios sin saber con quién, altaneros sin razón, rebuscados y prepotentes. Y no había pergamino en el mundo que certificara que a Avril Malfoy le gustaba ese tal Dovakhin Haugthon.

 

 

 

@@Dovakhin Haughton

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Hacia un par de semanas que esperaba noticias de la Universidad, se había inscrito en una especialización de un conocimiento que últimamente había tenido muy presente y antes de volver a necesitar resolver algún asunto relacionado sin la certeza de varias dudas que rondaban su cabeza, decidió acudir a los expertos. Los días transcurrieron lentos, siempre se ponía ansiosa cuando esperaba noticias y esta vez no era la ocasión pero con el paso del tiempo aunque lo recordaba un par de veces al día, luego se dedicaba a sus múltiples ocupaciones e incluso dada la fecha había llegado a pensar que ese mes no la cursaría.

 

Sorpresivamente aquella mañana una lechuza blanca se había posado en el barandal del balcón donde desayunaba con un pergamino para ella. Con cuidado había desatado el mensaje prodigándole unas cuantas semillas de calabaza como pago por la misiva y se había dedicado a leer. Ahora cuando sus botas altas se posaban sobre los hierbajos apenas iluminados por la luz de su varita, Cye acudía a la dirección que llevaba la misiva. Un lugar un poco apartado de las edificaciones convencionales de la universidad, situado en el bosque al que no muchos querrían entrar y menos a poco minutos de las nueve de la noche.

 

Para su fortuna, el contacto con la naturaleza no le asustaba, al contrario, estimulaba sus sentidos y tranquilizaba su esencia pues era una sacerdotisa. De no ser por la clase que estaba a punto de tomar, hubiera disfrutado del recorrido hecho con mayor calma, pero como solo faltaban un par de minutos para la hora fijada la marcha fue rápida hasta que se encontró frente a una cabaña de lúgubre aspecto. Apenas un halo de luz salía por entre las maderas que obviamente no era parte de la construcción original sino que habían sido fijadas en la ventana para proteger el interior, pero ¿protegerlo de qué? Seguramente cuando entrara se enteraría.

 

Con Belisama, su varita fuertemente asida dio un par de pasos más en dirección a la puerta desde donde pudo oír varias voces, su mano izquierda reposaba en el bolsito de cuentas que cruzaba su pecho sobre aquella blusa azul noche de manga larga que cubría su cuerpo hasta un par de centímetros por debajo de la cintura incluso sobre el pantalón de mezclilla, fue entonces que noto la presencia de una mujer que fácilmente se hubiera mimetizado con la oscuridad de aquella noche, silenciosa e inmóvil, carraspeo para aclarar su voz y saludo con cortesía

 

--Buenas Noches, Cye Lockhart y he venido para la clase de Conocimiento de Maldiciones-- no tenía mucho que expresar antes ante una desconocida que no sabía si sería su profesora u otra alumna, en estos tiempos era difícil distinguir uno de otro, sobre todo porque no eran jovenzuelos asustados o extremadamente alegres los que tomaban las especializaciones, sino mágicos hechos y derechos.

 

Sus orbes celestes detallaron a la mujer, mientras su voz susurraba un simple “Nox” con el cual la luz de su varita se apago.

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—Por supuesto que no, por supuesto que no —respondió con tranquilidad, ocultando la sonrisa en una expresión de falsa neutralidad—. Muy bien, podemos empezar. Lockhart, qué gusto verte.

 

Abrió la puerta de la cabaña y se encontró con una alumna, cosa que realmente no se esperaba. Sin embargo, no era la suya, así que dejó que ella y Dovakhin se debatieran mientras guiaba a Cye a la otra cara de la mesa redonda y maltrecha, donde tomó asiento frente a ella después de indicarle que hiciera lo mismo. En algún momento, años atrás, recordaba haber compartido alguna cosa con esa mujer. Algo de la vieja academia. O sino, de algún lugar la recordaba, como la mujer de Ishaya o las veces que había ido a quemarle la casa; pero no era necesario decirle eso, prefería mantener la cordiadlidad que, como profesora, debía guiarla en todos sus actos.

 

—Muy bien, soy la profesora Ivashkov y junto con el hombre aquí presente, impartiremos una clase conjunta. No obstante, su cátedra sólo tiene que ver mínimamente con la nuestra así que intentaremos perturbarlo lo menos posible. Malfoy —saludó al fin a Avril, cuando acabó una retahila contra su compañero digna de un mortífago y, por qué no, de un familiar—, también es un gusto verte.

 

Retiró la capa de sus hombros y la dejó caer con gracia sobre el banco de madera burdo que hacían de asientos en su rudimentario escritorio, dejando a la vista una túnica más cómoda y delgada que le permitiría más movilidad. Y, a la vez, sacó un instrumento con el que quizás aún nadie estuviera demasiado familiarizado más allá de las clases de Uzzas y Arcanos, que tenían uno similar. Meses atrás había sido una varita común y corriente, pero después de un tiempo ésta con nuevos conocimientos había terminado por convertirse en una vara de cristal, similar a un pequeño bastón, del color de la sangre. Realizó una floritura despreocupada y de una estantería tan pequeña que parecía escondida en la penumbra, un par de pergaminos salieron de un compartimento y se posaron delante de Cye.

 

El primero estaba abierto y no portaba más que unas simples palabras en latín que todo mago conocía, porque eran prefijos o sufijos de algún hechizo común. El otro, mucho más suelto, ajado y algo estropeado por un líquido dudoso y azabache, permanecía enrollado con un hilo nuevo y grueso, que delataba que había sido abierto y cerrado nuevamente hacía poco. Ese tenía algo en el interior, se podía ver con claridad, pero antes de que Lockhart pudiera hacer una pregunta al respecto, dio un pequeño golpecito con la punta de la vara en las palabras y éstas, por arte de magia, desaparecieron del pergamino para flotar sobre sus cabezas como un reflector mágico personal.

 

—Como podrás ver aquí, son palabras que conocemos, que solemos usar a diario. ¿Pero realmente conocemos su significado? Por ejemplo —con la mano libre, movió una de las palabras sin tocarlas, bajándola para hacer énfasis—. Sectum proviene del latín y significa "ser cortado" y Sempra, también del latín, significa "siempre". La raíz de los hechizos, su etimología para ser exactos, nos dice en un principio muy básico para qué está destinado nuestro hechizo. En el caso de la maldición imperdonable Cruciatus, su significado es directamente "torturar" y sabemos muy bien cuál es su objetivo.

 

»Ahora bien, ¿cómo sabemos cuándo es un hechizo común, un maleficio, un encantamiento o, lo que nos interesa, una maldición? Básicamente porque el hechizo nos dice, por su propia pronunciación o porque entendemos sus efectos después de haberlos presenciado, que pretende hacer daño a una persona. Si el hechizo no tiene esta intención, su definición cambia automáticamente. Un hechizo común es aquél que simplemente hace algo, que aporta magia a una acción simple, como encender la punta de la varita con luz. Un maleficio es sólo una broma inofensiva, como convertir la cabeza de un conejo en una calabaza en el día de brujas. El encantamiento confiere un poder especial a un objeto, como el Portus al convertir algo simple en un Traslador. Pero una maldición quiere dañar de gravedad y, en el mejor de los casos hablando de magia oscura, matar.

 

Permitió que Cye hiciera un reconocimiento de todas las palabras y luego las disipó con un suave movimiento de muñeca, como si nunca hubieran estado allí.

 

—Bien. Regresando al Sectusempra, sabiendo ahora lo que significa y creyendo que conoces sus efectos, ¿crees que es una maldición? ¿Podrías nombrar tres maldiciones que no sean las imperdonables? Cabe destacar que en las listas de hechizos existentes, siempre hay una o dos, en todas ellas. Así que tienes total libertad para decirme cuál crees que podría serlo —hizo una pausa breve—. Además de ello quisiera que me dijeras cuál crees que es la diferencia entre nuestras maldiciones y las maldiciones muggles.

 

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Puso en blanco sus ojos girando la cara. No podía seguir mirándolo sin reaccionar, sin responder a nada. ¿Como se desarrollaría aquella clase? Luego de eso se presentaría personalmente ante el director del Ateneo y le expondría la situación. ¿Habría algo que podría enseñarle aquel chiquillo?

 

La otra profesora en cambio era distinta. Al parecer, por lo que Avril había podido observar, la cosa de la otra clase había sido distinta. La joven, que tenía un aire a los Malfoy, había estado allí desde un primer momento y la que había llegado tarde era la alumna. A ella si que la conocía bien, de hecho la recordaba de muchos muchos años atrás. ¿Habían hecho la academia juntas? Si que la había atacado muchas veces, pero eso no lo diría en voz alta.

 

- Mis respetos profesora- le dijo Leah, con todo el afán de molestar a su propio profesor, que no respetaba. O al menos eso había demostrado la morocha. Le guiñó un ojo a la bruja y volvió su mirada a Dovakhin. -¿Y bueno? ¿Me vas a enseñar o tendré que enseñarte yo? Que aburrido...-

 

 

•••

 

Off: solo roleo para capturar a Leah por la guerra de rangos! *O* xD Leah capturada. *desaparezco*

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Cuando el tempestad notó que su alumna ya estaba presente desde antes no pudo evitar sorprenderse, sin embargo lo que realmente le molestó no fue la impertinencia de su alumna ni el hecho de haber llegado tarde a la clase, sino que aquella bruja engreída ésta vez tenía razón y eso Dovakhin no quería aceptarlo. Ambos poseían un carácter fuerte y a pesar de la admiración que el demonio sentía por Avril, no se dejaría pasar por arriba y mucho menos en su clase.

 

—Tiene razón, Malfoy— Su expresión se volvió completamente seria y fulminante. —Creo que no existe mucho que yo pueda enseñarle— Decía al mismo tiempo que se ponía de pie y avanzaba a paso lento hasta la posición de la mujer, donde tras llegar al banco apoyó sus manos sobre el pupitre y clavó sus orbes verdes como la esmeralda en los ojos de su interlocutora. —Pero la realidad es que, le guste o no, yo soy su profesor.— Hubo un breve silencio donde el aire ni siquiera se animaba a silbar. No había nacido ayer y nadie le había regalado nada, todo lo había logrado por sus medios y que alguien lo descalificara sin motivos no le agradaba en lo más mínimo, mucho menos alguien que poco tiempo atrás se presentó en el castillo de su familia a pedir ayuda, le parecía irónico y poco agradable.

 

Dejando lo personal de lado centró nuevamente su cabeza en la clase y tomó como referencia el conocimiento previo de su alumna, quien se jactaba de su experiencia para asegurar que era ella capaz de darle clases al mismo profesor. Claramente no podía discutírselo, no estaba en posición de ponerse a la par de alguien a quien le daba clase así fuese el mismo Lord Voldemort, por lo que para asegurar que todo iría bien procedió a darle el gusto.

 

—Bien Malfoy, como usted es una bruja excepcional le diré qué es lo que debe hacer para demostrar que merece aprobar la clase— Exclamó con elocuencia mientras la expresión de su rostro se relajaba y adquiría la templanza característica del patriarca Haughton. Ahora todo comenzaría.

 

 

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—Para demostrar sus conocimientos y aprobar la clase que me toca impartir, debe salir al bosque que hay afuera de ésta cabaña y buscar los ingredientes necesario para crear cualquier poción que usted desee, le doy libertad en esa elección— Explicaba mientras una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. —Quizás usted se pregunte ¿dónde se supone que voy a hacer mis preparaciones? Soy consciente de que no tenemos caldero ni utensilios, pero de momento sólo preocúpese por conseguir los ingredientes necesarios. Le aseguro que en el bosque encontrará especias y especies variopintos y no le hará falta ninguno, pero cuidado con las criaturas que habitan allí, es lo único que podría generar problemas... aunque no creo que para alguien como usted eso sea un impedimento— Comentó con ironía para luego volverse a sentar en su asiento. No tenía ganas de lidiar con el tire y afloje entre profesor y alumna por lo que impuso su clase de una vez. Hizo un gesto con la mano como si estuviese indicándole a la bruja que debía salir de la cabaña.

 

Por fuera, el bosque era un gran pulmón verde, tenía lo que parecía ser un camino que conducía a una especie de "entrada", eran como dos árboles posicionados de manera tal que quien lo viese lo asimilaría de inmediato con una puerta o algo por el estilo. Por dentro la oscuridad dominaba. Los altos árboles tapaban los rayos del sol, los animales acechaban con sigilo y algunos hacían ruidos desde todos los ángulos. Por otra parte, Avril encontraría todos los ingredientes que necesitara de menor a mayor escala. Entre más se adentrara al bosque, más ingredientes difíciles encontraría. Es decir, si quería realizar una poción compleja, debería llegar hasta el centro del extenso mar de árboles.

 

@@Avril Malfoy

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Apenas había llegado al lugar destinado a la clase, alguien le esperaba o eso creía, su parca presentación dio paso al reconocimiento de la bruja frente a ella, en un principio no hubo ningún tipo de asociación mental, las orbes de la Lockhart estaban más concentradas en el entorno y en lo que ocultaban las ventanas protegidas que en otra cosa, pero las palabras de Leah la hicieron volver a mirarla ¿Qué gusto verte? Y para ella no hizo falta la palabra “de nuevo” iba implícita en la intención del comentario. Su mente viajo y cada segundo bien podía ser un año o un periodo de tiempo más largo, supo exactamente de donde la recordaba, de la extinta Academia de Magia y Hechicería y sus responsabilidades como jefas de casas, aunque opuestas en principio y luego de sus amados Aethonans de Salem, un largo suspiro hizo evidente la rememoración y un simple asentimiento de cabeza como respuesta.

 

Pocos minutos después ambas se encontraban dentro de la cabaña, sentadas en el extremo contrario ocupado por un mago que su profesora presento como el otro docente de una clase conjunta y una chica que Cye reconoció de inmediato, era Avril y su apellido de entonces era Lestrange una ex compañera, ambas se habían graduado en la tercera generación de la entonces academia ¿Acaso era el día de las coincidencias o se trataba de un reencuentro? El sarcasmo en sus pensamientos fue apartado, para saludar con la mano y luego contemplar un poco decepcionada el lugar, desde afuera parecía prometer un jugoso secreto, algún misterio que se descubriría al pasar la puerta, pero al entrar no sucedía nada, absolutamente nada.

 

El ceño de Cye se elevo al ver la curiosa vara de cristal, así que esa bruja ya había recorrido mucho camino con los Arcanos y los Uzza, era la única manera de obtener aquella transformación en una varita, pensó, tratando de no demostrar su sorpresa. Pero la clase daba comienzo y toda otra distracción desapareció de la mente de la rubia al ver frente a ella el par de pergaminos que empezaron prontamente a mostrar su objetivo. Sectusempra… no se le había ocurrido pensar en ello como una maldición, no así el Cruciatus que obviamente era lo que era.

 

Hechizo:--- hace algo que aporta magia a una acción: encender la punta de la varita

Encantamiento:--- Confiere poder especial a un objeto: Portus para convertir un objeto común en un traslador

Maleficio: Broma inofensiva:--- convertir la cabeza de un conejo en calabaza

Maldición:--- Quiere dañar de verdad o matar.

 

Todas aquellas palabras se iban organizando y anotando mentalmente, dicho así, sonaba muy fácil de identificar, pero la verdad era, que había tomado la clase porque tenía muchísimos vacios al respecto y no le daba pena reconocerlo, aunque… tampoco es que lo iba a gritar.

 

--Si, definitivamente el Sectusempra encaja con los criterios de maldición, nadie la usaría para gastar una broma o simplemente asustar, se usa para causar daño real y si es posible la muerte-- concluyo tras la pregunta de Leah. Hacia un momento le pareció fácil basado en los conceptos identificar maldiciones pero ponerlas en palabra quedaba más cuesta arriba, busco en su mente dentro de lo que conocía y sol}o se le ocurrió

 

--Embrujo Punzante, tal vez Fuego Purpura, un Absorvere o el famoso Seccionatus-- quizás se sorprendiera de que usara aquellos nombres, obviamente no era mortifago, sino todo lo contrario, pero no iba a ponerse en evidencia. Ahora cuando hablaba de muggles y sus maldiciones una sonrisa dispensatoria abordo sus labios. Los muggles eran crédulos en algunos aspectos, había convivido con ello durante su infancia y parte de su juventud, era criaturas confiadas, en la mayoría de los casos, solían proferir maldiciones cuando estaban iracundos, o cuando alguien despertaba su sentido de odio, pero lamentablemente estaban desprovistos de magia por lo cual si la maldición se ejecutaba era solo por coincidencias o circunstancias fortuitas, más no por la intención del invocador, lo que no ocurría con los mágicos, apenas se pronuncia en seguida se efectuaba o se trazaba el curso para su cumplimiento.

 

--Yo creo que la real diferencia es la magia existente en nosotros que los muggles no poseen, alguna vez he presenciado maldiciones que parecen tan genuinas porque son viscerales, pero simplemente pasa el tiempo y no se cumplen aunque el deseo ferviente en su invocador siga presente, mientras que nosotros podemos hacer que se cumplan gracias a la magia-- se quedo un momento en silencio meditando si esperar o preguntar de una vez y luego de morderse el labio inferior como consecuencia de sus pensamientos dijo.

 

--Yo me preguntaba si, bueno es que casi con la definición se descarta la maldición que no vaya directo a un ser humano, entonces que es lo que sucede con los relicarios, y cosas así, ¿no son maldiciones impregnadas en esos objetos? Y luego ¿Cómo deshago la maldición?-- sabia que deshacer no era la palabra o el termino para lo que intentaba preguntar pero no se le vino de momento otro a la mente. Ahora sus orbes celestes buscaban los esmeralda de su profesora con la esperanza que tuviera respuesta a sus preguntas.

 

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El joven Haughton parecía querer tener el control de la situación a como de lugar. Desconocía que a las personas no se las manipula tan fácilmente, ni se las puede controlar a excepto que se las imperie. En ese mundo, el respeto se ganaba. Eso era lo que el muchacho desconocía.

 

Se había sentado justo enfrente suyo tratando de amedrentarla, de intimidarla sin éxito alguno, para su desgracia. –Usted no es más que alguien que certificará mis famosos conocimientos, nada más. Un títere que firmará un pergamino, que no le quepan dudas.- respondió manteniendo la mirada, sólo moviendo su rostro hacia un costado.- Pero si eso hace que sienta que su miembro es más grande…- alzó las cejas y dirigió su vista a su entrepierna sólo por un instante, para luego volver a posarla sobre su mirada, tan deseosa de poder-…entonces lo llamaré “profesor” y fingiré, como seguramente lo hacen sus amantes en su lecho. ¿Qué le parece, profesor?- con un movimiento de su varita entonces cambió su atuendo por una falda muy corta a cuadros verdes y negros y un suéter con cuello en V de color negro. Si lo que quería era una colegiala, lo tendría.

 

-Comencemos entonces, enséñeme su gran poder- le dijo dispuesta a seguir el juego. Jamás tendría respeto por él y no pisaría otra vez el Castillo de los Haugthon en su presencia. Realmente había iniciado con el pie izquierdo en lo que a ella respecta. Le explicó como continuaría la parodia y ella asintió. –Oh si, profesor, tendré mucho cuidado con las criaturas, eso si…- el ignorante también desconocía su puesto en el Ministerio como el hecho de que había dedicado su vida a estudiar a criaturas mágicas y que había diseñado la Reserva Mágica de propio puño. Pero no lo mencionó, no quería herir sus ya frágiles y susceptibles sentimientos.

 

-Deberá ser una poción que se haga en el día, no estaremos aquí tres semanas hasta que se haga…-repensó sus palabras y las reformuló.- Aunque en realidad, no sé cuanto demoran en hacerse las pociones, sé tan poco de esto…necesito su ayuda en absolutamente todo, profesor.- el desprecio se podía percibir disfrazado de ironía, pero no le dio demasiado tiempo y se puso de pie saliendo del lugar.

 

-¡Si me ataca una criatura venga a salvarme por favor, no me va a dejar tan desprotegida ante semejante peligro, señor!- dijo justo antes de adentrarse en la espesura del bosque. Ya tenía en mente que ingredientes buscar por lo que simplemente se dispondría a encontrarlos. Con un poco de pus de bubotuberculo, mucosa de lobo y pelos de imp bastaría para hacer una poción bastante rápida y que de paso ayudaría a Dovakhin.

 

Los bubotubérculos los encontró abrazados a las raíces de un viejo sauce, húmedos y a punto de explotar. Perfectos para extraeles el pus de su interior, lo demás era un poco más trabajoso, pues consistía en encontrar a un lobo y sacar mucosa de sus fauces y luego encontrar algún grupo de diablillos que merodeen en aquél bosque. A ver como le iba con eso.

 

 

@@Dovakhin Haughton

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Torció una sonrisita cuando escuchó las palabras de Malfoy y aunque estaba dispuesta a soltar una carcajada en respuesta, Cye empezó a responder a las preguntas que acababa de hacer y toda su atención se centró en ella y las palabras que le dedicaba. Asintió, considerando los hechizos que la mujer ponía sobre la mesa como ejemplo de maldiciones y a medida que lo hacía, éstos volvían a reflejarse sobre sus cabezas como palabras físicas y flotantes. Sus ojos se posaron en ellas y separó las cuatro en un par de grupos, dos para cada uno. Finalmente, esperó la última parte, la respuesta que daba sobre los muggles y una pregunta no sólo interesante, sino también bastante acertada.

 

—Has acertado en todo a excepción de los hechizos, que hay dos que podrían ser tomados como maleficios y no tanto como maldiciones. El Embrujo Punzante y el Fuego Púrpura no buscan matar, sino hacer un daño digamos pasajero. Es más como una treta para falicitarnos el duelo. Con el Absorvere y el Seccionatus tienes toda la razón. ¿Qué me dices del Disparo de Flechas? ¿O el Incendia Din?

 

Enarcó ambas cejas, haciendo énfasis. Sí, aquellas también eran maldiciones.

 

—Todo lo que busque hacer un daño de gravedad o causar la muerte es una maldición. Es por ello que tienes completa razón sobre la diferencia existente entre los Muggles y nosotros, en cuanto a la maldiciones. Lo suyo es un deseo ferviente de que ocurra algo malo, sólo que no pasa de ahí —chasqueó los dedos y las palabras sobre sus cabezas se esfumaron—. Lo nuestro si es posible, así que podemos resumir que la diferencia más palpable, en sí, es la misma magia.

 

»Ahora bien, el hecho de que las maldiciones busquen hacer daño a un humano no quiere decir que al ser aplicada a un objeto, no tenga el mismo objetivo. Me explico. Podemos aplicar una maldición a un relicario, como bien dices, pero... ¿con qué objetivo lo hacemos? Puede ser una protección, incluso puede ser una trampa para engañar a un ladrón. El caso es que, aunque esté aplicado a un objeto inanimado, su objetivo final siempre será dañar a una persona que se pase de lista.

 

Señaló con la varita la mesa, ahí donde había dejado los dos pergaminos al comienzo de la clase. El primero, que ya no tenía nada escrito, permanecía extendido y sin nada especial en él. El segundo en cambio estaba en su lugar, con su envoltura manchada y la atadura nueva. Con una floritura, deshizo el nudo y el papel cedió ante el peso de aquél líquido extraño y grasoso, que recordaba un poco al aceite. Las velas a su alrededor parpadearon con una ventisca que no había salido de ninguna ventana y un siseo extraño empezó a escucharse por lo bajo, similar al siseo que se esuchaba posterior al lanzamiento de una maldición asesina efectiva. En el papel, casi de forma inofensiva, un collar de ópalo parecía intacto para la suciedad que lo rodeaba y una fuerte cantidad de energía salía de él.

 

—¿Reconoces este collar? —la pregunta pasó por encima del siseo de la maldición, justo a tiempo para sacar a Cye del ensimismamiento que provocaba la maldición en los humanos y que pudiera desviar su atención, antes de que su mente cediera ante el hechizo y la hiciera querer tocarlo—. Hace muchos años, tal vez demasiado, este objeto llegó a manos de una alumna de Hogwarts. Cómo lo obtuve yo no es demasiado relevante más allá de fines educativos. El punto es, que su destino era Albus Dumbledore y hasta el momento, nadie ha sido capaz de quitar la maldición.

 

O nadie ha querido.

 

—Las maldiciones de objetos sólo pueden ser retiradas por el propio mago que las realizó, digamos que son excesivamente personales. Se pueden combatir, se pueden destruir, pero de eliminarlas por completo, es imposible. Lo que me lleva a preguntarte algo que tiene que ver con la clase que compartimos hoy, ¿crees que las maldiciones se resumen únicamente a hechizos para humanos u objetos?

 

Estaba atenta a Cye e incluso a Dovakhin y Avril, por si alguno cedía ante la maldición del collar. Tocarlo llevaría a una muerte inmediata y lo curioso de todo aquello era que ella parecía no estar afectada, como si fuera inmune. Y no lo era, si lo miraba demasiado también podría caer, pero el punto a su favor era que cuando se llegaba a conocer una maldición tan bien como para saber sus efectos, detectarlas y convivir con ellas era inclusive más sencillo de lo que parecía en realidad. Llevaba práctica y, por supuesto, un amplio conocimiento de maldiciones. Y lo suyo superaba lo teórico casi por completo.

 

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