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Yaxley Manor (MM B: 109997)


Orión Yaxley
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Sísifo.

En su habitación.

 

 

 

Me acerqué hasta la ventana, sintiéndome culpable. Mi seriedad habría inquietado a Leah. Esbocé una sonrisa amable, situándome frente a ella. Acaricié su mejilla.

 

––En realidad, no necesito comprender nada ––murmuré, abrazándola–– quédate a vivir en el espacio que hay entre las líneas de mis manos...

 

Pronuncié aquellas palabras junto a su oído, lo más despacio y bajo que pude. Me sentía diminuto, perdido en la inmensidad. Pero Leah existía, rozaba su piel, me transmitía su calor. Y estaba dispuesto a cualquier cosa por mantener aquella certeza. ¿Cómo cabía en el universo un amor como aquel?

 

Caminé hacia Oniria. La miré a los ojos. Su frialdad me invadió como un lento glaciar en movimiento. Aquel hormigueo como un calambre en la punta de los dedos, producido por su proximidad.

 

––Si buscas dentro de ti, me conocerás.

 

La rodeé con los brazos, suspirando. Se me había encogido el pecho, era incapaz de hablar. ¿Me acostumbraría alguna vez a la energía mística de aquel contacto?

 

 

 

Oniria.

En la habitación de Sísifo.

 

 

 

Me abrazó. Aquel gesto me tomó por sorpresa, pero no lo rechacé. Lo apreté contra mí. Recordé el mito del Andrógino de Platón. Nosotros éramos como el resto verídico de aquellos seres, nos habíamos encontrado y luchábamos por fusionarnos para alcanzar la plenitud.

 

Pasé la mano por el rostro de Sísifo con extremada paciencia, intentando memorizar el relieve de sus facciones. Quería un recuerdo físico de aquel instante, preservar en mis yemas un mapa de su boca, su nariz... su piel era de la misma textura que la mía, del mismo tono. Sus ojos marcaban una diferencia crucial, que me tranquilizaba.

 

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Cerró los ojos al sentir su contacto y se abrazó a él cuando escuchó sus palabras. La sutileza de su voz y la amabilidad en su rostro hicieron que la tensión disminuyera, se tranquilizó de inmediato. ¿Alguna vez podría enojarse con él? Se lo cuestionó mientras se alejaba, aproximándose a Oniria con su andar precavido y sus intenciones ocultas. Los dos, fríos y hermosos, se movían como uno solo casi sin proponérselo. Dos glaciares en una coreografía silenciosa. Y ella tenía el honor de presenciarlo. Se le aceleró el corazón cuando los vio abrazarse sin poder evitarlo.

Era extraño no sentirse demás estando en una situación así, se había vuelto parte de ellos en una coincidencia. Y ahora no los dejaría nunca más. Como si su existencia estuviera condicionada por la de ellos, hasta volverla la expresión física de la conexión que existía entre los dos. Sonrió, se sentía a gusto con esa definición de sí misma. Avanzó en un par de zancadas elegantes y abrazó a Oniria por la espalda, alcanzando a Sísifo en el gesto. Nunca antes había tenido la impresión estar en casa hasta que estuvo en ese abrazo.

-¡Dijo que sí! -le besó el cuello a Oniria y le guiñó un ojo a Sísifo-. Y sin que me arrodillara, aunque estaba dispuesta a hacerlo.

Su risa llegó con el final de la canción y perduró incluso cuando otra empezó a sonar. Estaba realmente feliz.


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Sísifo.

En su habitación.

 

 

 

Alcancé la mano de Leah mientras ella abrazaba a Oniria. Parecía que nuestros cuerpos estaban construidos para compartirse los tres. Suspiré, calmándome. De repente, parecía una realidad. Estábamos prometidos. Jamás imaginé algo así, muchas veces me había jurado a mí mismo que nunca me casaría. El matrimonio me parecía un atentado contra la libertad. Pero con Leah y Oniria sería distinto. Y tan distinto.

 

––Vamos a algún sitio a celebrarlo ––propuse––, quiero haceros fotos, a las dos.

 

Me retiré para coger la cámara. Guardé también la mágica, por si me apetecía capturar alguna imagen en movimiento. Me vestí con agilidad, con mi típico atuendo negro y unos zapatos de cuero. Recreé las futuras instantáneas en mi cabeza, con los tonos azulados de la luna como en un escenario espacial.

 

Miré a Leah. Sentí calor en las mejillas. La temperatura propia del amor. Moví los labios para decirle algo, pero no hacía falta. Ella lo sabía.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Unos meses después.



Tenía los ojos en blanco, aunque la sombra de una sonrisa se asomaba en la comisura de sus labios. Había perdido la cuenta de todos los dibujos que había hecho Sísifo en su cuerpo desde que estaban juntos, pero la cantidad de minutos invertidos en lo que fuera que estuviera trazando en su vientre era bastante excesiva. Ella no podía mirarlo. De hecho, lo veía a él porque estaba tumbado sobre su pierna con expresión de concentración, pero más allá de eso no podía ver nada a menos que tuviese un espejo. Ni acostada ni de pie. Estaba terriblemente disgustada con eso pero evitaba mencionarlo porque, a decir verdad, estaban ahí por culpa suya.

-Espero que valga la pena -pasó los dedos por el cabello blanco de Sísifo, lo hacía más veces de las que era consciente-, a veces creo que él también está expectante.

Se acomodó en las almohadas, intentando ver y como era de esperarse, no pudo ver nada. Bufó y volvió a tirarse de espaldas en el colchón. Estaba demasiado embarazada, a un punto que nadie se esperaba. Demasiado grande, imposible de disimular. Vestida se notaba, en ropa interior, como era el caso, era impresionante el avance que tenía en seis meses. Aunque el niño aún no se movía, a veces les preocupaba. Pensaba en eso cuando soltó algo de pronto.

-¿Te puedo hacer una pregunta?

Estaban trabajando en refirirse a su hijo como tal, en normalizarlo. Y estaban lográndolo a medias. Tal vez por eso, hacía semanas, había un tema que estaba rondando en su cabeza.

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Sísifo:

 

 

 

No podía asegurar a ciencia cierta si me había acostumbrado a aquella situación o no. Trazaba espirales en el vientre de Leah con la paciencia de un alfarero. Reí cuando trató de incorporarse, en un intento de mirar por encima de aquella tripa abultada, en vano. Me acomodé a su lado, facilitándole la tarea.

 

––Claro, puedes preguntarme lo que quieras. ––Afirmé.

 

Con el paso de los meses había adquirido una seguridad en mí mismo inusitada, que estaba convencido de que perdería en el preciso instante en que mis hijos nacieran. Por lo menos había conseguido aceptar que iba a pasar, que debía encargarme totalmente de ellos. No es que mi corazón fuese pura frialdad al respecto, también sentía curiosidad y cariño hacia aquellos seres desconocidos todavía que portaban nuestros genes, pero sentía muchísimo miedo al saber que depositaban en mis manos su protección. Ni siquiera cuando era médico había notado tal carga de responsabilidad a mis espaldas.

 

Miré a Leah intensamente, esperando sus palabras.

 

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No sin cierta dificultad, tomó asiento junto a él. Estaba acostumbrada a tener el control de su cuerpo, a manejar cada extremidad con delicadeza, pero había llegado a un punto en el que requería apoyarse en todo para poder hacer lo más mínimo. Se sentía torpe, pesada y sumamente incómoda. Suspiró después de tomar una bocanada de aire disimulada, estaba agotada. Todavía estaba a mitad de camino en aquél embrollo y no podía esperar para que terminara. Encontró la intensa mirada de Sísifo y, como siempre, le respondió con una sonrisa torcida.

 

—¿Has pensado en un nombre para él?

 

Formuló la pregunta con cuidado, alargando las palabras para intentar suavizarlas. Podría considerarse como una pregunta normal, de no ser porque habían intentado ir casi tan lento como el propio embarazo con cualquier tema que se refiriera directamente a sus hijos. Ella misma no lograba hallarse aún en el papel de madre y sabía que si ese era su caso, sería lo mismo con Oniria, incluso peor. Pero, ¿él? La lucha interna debía ser la suya o, al menos, así lo veía ella. Alargó la mano, acoplándola a su rostro. No había una sola ocasión en que no lo tocara con esa devoción, como si ella lo sintiera de cristal mientras que el resto del mundo no.

 

—No pude ver demasiado, estaba distraída y bastante nerviosa como para prestarle atención. Pero lo que vi se parecía mucho a ti, a excepción de un detalle —se inclinó para besarlo—. Creo que le quiero tanto como a ti, ¿crees que sea una locura?

 

Era la primera vez que admitía sentir cariño por el niño que llevaba. Pero lo cierto era que lo había sentido desde el primer momento, casi sin notarlo.

 

@Oniria

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Sísifo:

 

 

 

 

Giré el rostro para encajarlo en el hueco de su mano. El calor emanaba de sus capilares, suave, tierno. Me imaginé quedándome allí dentro, en el espacio arrugado de esos dedos para siempre, empequeñecido como un fragmento de cristal.

 

––No, no he pensado ningún nombre ––confesé, sorprendido. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza, y era una decisión sumamente importante. Me avergoncé. Estaba tan absorto en cuestiones metafísicas que casi se me había olvidado lo fundamental–– ¿Tú has pensado alguno?

 

Me concentré en sus palabras, tratando de materializar en mi mente su visión. Aquella persona tan semejante a mí, con algunos rasgos de Leah. La perfecta fusión de ambos. Era la máxima expresión de unión que podía alcanzar con alguien. Me ilusioné.

 

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—Sí, he pensado en uno —asintió, sus mejillas adquirieron una tonalidad rojiza muy leve—. "Baleiro".

 

Su voz se acomodó al idioma con una facilidad extraordinaria y, de inmediato, sintió cómo algo se removía en su interior. O alguien, más bien. Puso todo su empeño en mantener la misma expresión, aunque sabía que Sísifo detectaría el aumento de sus latidos, emocionados. Encontró su mano con la misma que antes había usado para acariciar su rostro y sin avisarle, para que se llevara la misma sorpresa, la colocó sobre su vientre.

 

—¿Qué opinas de Baleiro?

 

En principio la pregunta pareció ir para Sísifo, ¿para quién si no? Pero la respuesta vino de su interior, con una patada que la hizo arrugar la nariz. Sus ojos estaban puestos en él, analizaban su reacción. Ella se había llevado una sorpresa y se le había encogido el corazón antes de explotar en una oleada de cariño que desconocía, que solo había experimentado por el hombre a su lado y por la mujer que llevaba a su otro hijo. Y no quería perderse ni un segundo de lo que aparecería ahí, dibujado en sus facciones como la tinta que la cubría a ella.

 

—Creo que le gusta —murmuró.

 

@Oniria

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Sísifo:

 

 

 

 

––Me gusta. ––Susurré, concentrándome en aquella sensación. Mi mano sobre su vientre ahora apenas ocupaba un tercio. No sólo percibía el ritmo del corazón de Leah, sino el palpitar orgánico de nuestro hijo. Baleiro. En cierto modo, la posesión de un nombre te brindaba la cualidad de existente. Ahora Baleiro ya podía ser-en-el-mundo. Podíamos hablar de él, mencionarlo, hacerlo plausible. No era un simple ente abstracto al que se hacía referencia como quien habla de Dios.

 

––Suena a portugués.

 

Cerré los ojos. El movimiento líquido de aquel cuerpo invisible me transmitía una calma indescifrable.

 

––Espero que se parezca mucho a ti. ––Musité, sonriendo. No podía pensar en nada más bonito que en una criatura semejante a Leah, la persona más bella del universo.

 

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-Es bastante similar -cerró los ojos al mismo tiempo, prestando atención al movimiento del bebé en su interior.

Era la primera vez que se movía. Le daba la impresión que su tranquilidad era parte de Sísifo también, ajeno a la naturaleza de su madre. Y le encantaba. No le sorprendió que Sísifo esperara exactamente lo mismo que ella, que fuera similar al otro. Rió por lo bajo, maravillada con la escena que estaban viviendo. Tal vez de eso se trataba tener un hijo, estar tan enamorado del otro para esperar que la pequeña persona, producto de ambos, fuera un reflejo de quien más quieres. Eran afortunados de experimentar algo así sin haberlo planificado.

-Tendremos que esperar para saberlo.

Tardó un poco en acomodarse pero al final logró meterse entre los brazos de Sísifo, reconfortarse con su piel fría.

-Tal vez Oniria haya pensado en un nombre también -comentó de pronto-. Me resulta emocionante, he de decir. Una mini Oniria.

Su situación era tan cotidiana que era extraña. Hermosa, tanto como para no querer moverse de ahí. Podía verse toda una vida hablando de sus hijos entre los brazos de Sísifo, un pensamiento que se salía de su actitud hacia el mundo, de su naturaleza violenta. Había descubierto una parte de sí que se había mantenido oculta y le fascinaba haberla encontrado con él, con Oniria. Rió como una niña pequeña.

-No le vayas a decir que dije eso, me mataría.


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