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Conocimiento de Maldiciones y Pociones


Leah Snegovik
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Y Pociones

 

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—De nuevo con pociones, ¿eh? —alzó una ceja, moviendo las pupilas a medida que leía el mensaje de los directores de la Universidad.

 

No tenía ningún problema, por supuesto, pero se le hacía muy curioso el hecho de tener que compartir clase por segunda vez consecutiva con el profesor de pociones. Y además con un alumno únicamente. Siendo un duplicado, tanto su carta como la del colega que estaría esa noche con ella tenía la misma información, de modo que tenía el nombre de ambos estudiantes justo debajo de las indicaciones. Jank Dayne y Mei Black Delacour. Curioso, muy curioso.

 

Lanzó la carta al fuego con indiferencia, puesto que no la necesitaba para nada más, antes de tomar la capa de viaje que con el paso de los meses había ido reemplazando; en invierno toda su vestimenta había sido pesada, acorde a la época, lista para protegerla de un frío que por sangre no sentía realmente. Pero ahora era más ligera, holgada si se quería, y del mismo color del vino que reposaba intacto en una botella sobre su escritorio, que no había tocado por cuestiones académicas. La pasó sobre sus hombros, hasta que el vestido que llevaba fue invisible y desapareció de la oficina.

 

Los alumnos estaban bajo aviso de la hora de comienzo de la clase, porque solían avisarla el día de inscripción. No obstante, una vuelapluma se movía a voluntad sobre un pergamino frente a su asiento y apenas unos segundos después de su partida, el papel se dividió en dos, siendo consumido por llamas azules. No eran llamas que quemaran en realidad, era más bien un medio de comunicación y cada una de ellas avisaría a uno de los alumnos que la clase empezaría, sin falta a las nueve en punto de la noche en curso y una pequeña pista del lugar a donde debían ir.

 

Faltaban diez minutos para eso.

 

Ivashkov por su parte, apareció al límite del Ateneo de Conocimientos, ahí donde parecía no haber nada más y donde un amplio bosque empezaba su camino. Era un lugar oscuro y repleto de árboles que se perdían en las alturas porque la niebla se concentraba en sus copas, haciendo imposible estimar dónde terminaba cada pino. No había un camino marcado más allá de un pequeño trecho despejado, espacio suficiente para que una sola persona transitara y la rubia lo demostró cuando con cierta parsimonia, lo atravesó.

 

Era evidente que nadie transitaba por ahí constantemente, por la forma en que las ramas se interponían de vez en cuando a la altura del rostro o las raíces demasiado grandes, que si no se veían con anterioridad podrían causar un accidente. Pero ella conocía el lugar y con la misma lentitud que había llevado desde que había salido de la oficina, pasó los obstáculos mientras hacía tiempo. No era del tipo de personas que esperaba, razón por la que había decidido caminar y no desaparecer directamente. Y esperaba que Jank tuviera la decencia de aparecer a tiempo porque, aunque lo negaría si alguien llegaba a preguntar, lo conocía bastante bien. Demasiado bien.

 

La niebla descendía una vez internado en el bosque, por lo que únicamente se podía ver lo que estaba a unos cuantos metros de distancia, árboles. Y la única compañía era el sonido de los animales nocturnos, así como el ulular de las curiosas lechuzas invisibles que observaban con curiosidad a los que se adentraban al bosque, ahí donde nadie podía ubicarlas. No obstante, una luz ténue brillaba en un punto lejano, verde y titilante como si llamara de esa forma a los que quisieran acercarse. Ahí iba la profesora, con la barbilla en alto y una expresión de plana neutralidad.

 

Cada paso hacía más visible la cabaña, una casucha en mal estado que daba mala espina solo con verla. Las ventanas estaban tapadas con tablones de madera gruesos y torcidos, sostenidos con clavos que sobresalían de ciertos puntos. La luz provenía del interior y se escapaba apenas por las rendijas que quedaban libres en las ventanas y la solitaria puerta. Aún no se podía descifrar con precisión de donde provenía la luz en sí, porque no abrió la puerta para verlo o para mostrarlo a los alumnos, que aún no habían llegado. Y tampoco su compañero de profesión. Se detuvo delante de la puerta, con los ojos fijos en el bosque donde ella acababa de salir.

 

—Dos minutos —estimó, ladeando la cabeza.

 

En esa posición, sus ojos verdes recibían la luz con más intensidad y le daba un aspecto extraño, casi sobre natural. Porque a pesar de que parecía tener la edad de una mujer adulta, cercana a los treinta pero sin alcanzarlos, seguía pareciendo demasiado joven para lo que se podía leer en sus ojos o en su mismo rostro. Esas facciones eran demasiado perfectas, demasiado marcadas. No era humana y se notaba por encima de la belleza que pudiera tener, pero también había un aura de oscuridad que se escapaba de ella.

 

¿O era la cabaña?

 

La cabaña estaba ubicada en un claro de unos ocho metros de radio, pequeño en comparación al bosque. Pero desde que se pisaba ese círculo irregular se podía percibir un sonido extraño, particularmente bajo para el oído humano, como el rumor de una poderosa maldición inundando el ambiente. Un olor también estaba presente, como si alguien hubiera esparcido una sustancia amarga o el perfume de una fruta en mal estado por los alrededores. Y ella, de pie en medio de todo, con el largo cabello cayendo por su hombro, parecía no estar afectada por ello. Porque sabía perfectamente qué era aquello. La marca de una antigua maldición.

 

—Justo a tiempo —saludó cuando el sonido de la succión del aire pasó por encima de todo lo demás, arremolinando hojas delante de ella. Esbozó una sonrisa difícil de interpretar, oscilando entre lo arrogante y lo curioso—, Delacour, Dayne.  

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Editado por Leah Ivashkov

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Se podía contar con los dedos de una sola mano las ocasiones en las que a Jank se le veía expuesto al ojo del pueblo. Raros eran los comentarios de los vecinos que se refirieran a su presencia, y razón de sobras tenía; ocultarse del ejército de malas lenguas se había convertido en una prioridad para él y sus allegados durante los últimos meses. Incluso para los menos apegados a Ottery y sus habitantes, como en su caso. Inglaterra se hundía cada vez más en una intriga constante que, al pasar de las semanas sin cambios o descubrimientos, se transformaba en una monotonía de temer. Quizá era el incentivo más aliciente para que los rumores y habladeríos cubrieran la necesidad básica de la aventura en sus vidas.

 

Sin embargo, Jank se dejó envolver por los sutiles ataques desaparecibidos del arte y pasó toda un día sentado sobre el afeizar del único ventanal de su habitación, cuya vista daba con la calle de enfrente y los terrenos más allá de éste. El paisaje era sumamente alentador para cualquier romántico sin remedio, puesto que el contraste de la lumosidad que irradiaba la Mansión Weasley a la izquierda de la colna chocaba con la tremenda oscuridad que portaban las nubes cargadas de extrañeza que caracterizaban los alrededores del Castillo Black, encima de la hermosa colina. Ambas parajes resultaban interesantes por inercia, lo que lo motivó lo suficiente para pasarse horas escribiendo poesías sin sentido ni rimas.

 

>> Allí va el hada bailarina, que oculta sus alas...

que oculta la musa, que oculta el fervor..

¿Qué oculta la bailarina sino es candor.. ? <<

 

Una risa burlista salió de sus labios casi al mismo segundo que arrancó la página del pequeño libro de notas que había tomado del escritorio de Adryanie. El papel arrugado cayó al suelo en forma de pétalos de pálidos de una clase de flor extinta, añadiendo aún más belleza al abastecido jardín de los Evans. Pocos segundos después su atención fue robada permanentemente. A Jank no le alcanzó a sacar su varita cuando la llama azul que sobrevoló sobre su cabeza se posicionó frente a sus ojos y se convirtió en un pergamino que no tuvo que leer entero para hacerse con su contenido. A juzgar por el aterdecer, el llamado de Leah había llegado a una hora ideal, como todo lo que hacía.

 

Saltó de su comodidad y estiró la espalda. El cóccix pasó factura y tuvo que masajearse la zona antes, durante y después de bañarse. Eligió una loción de limón, la misma que usaba en sus años de juventud mientras pensaba que el Castillo Ravenclaw y sus aventuras era lo que existía en el mundo. Todavía el olor lo trasladaba a los momentos más importantes; y aunque dudaba que Leah lo notara, al menos se llevaría un trozo de su antiguo yo para lo que fuese lo que le Leah le tenía preparado para esa noche. Y por la misma incertidumble, eligió los pantalones más gastados y la chaqueta de cuero menos a la moda que los elfos escondían atrás de todas las ropas finas que le regalaban, con la esperanza de que se adaptase a la indumentaria moderna. Ilusos..

 

El aspecto del bosque por fuera distaba mucho de la imagen que su mente había creado acerca de la clase. Si bien tenía en cuenta que las maldiciones no se podían explicar con una poesía romántica, atravesar un bosque oscuro alumbrado solo por la tímida luna no llenaba su ímpetu de aprendizaje. Aun así, se embarcó en la travesía según las indicaciones poco precisas que Leah le había facilitado. Al adoptar el rol de estudiante y ella el de profesora, sabía muy bien que las cosas serían el doble de complicadas; suponía que la bruja no desaprovecharía una oportunidad tan poco común para hundirlo, probablemente de una manera profesional y elocuente entre lo que cabía. Pero lo que sí estaba claro era que ambos disfrutarían el intercambio de impromperios camuflados.

 

Durante el camino no pudo pensar en otra cosa que en una pintura de terror. Las ramas parecían dedos tan puntiagudos que parecían listos para desgarrarte las venas. Las miradas de los animales que usaban las sombras como bastón para asechar, por su parte, agregaban una sensación de acoso constante. Un panorama digno para, al menos, temblar; pero ese no sería él. Extrajo a Libra de su bota de viajero izquierda y de su punta salió una luz celeste que se permaneció inmóvil hasta que encontró el claro. Ni siquiera la niebla pudo vencer su resplandor.

 

No fue hasta que se abrió paso entre las ramas que por fin halló algo más potente que la luz que proyectaba su varita. Jank sintó un mariposeo en el estómago, mitad curiosidad, mitad ansiedad. Juraba que si Leah lograba entretenerlo lo suficiente, su perspectiva acerca de lo aburrida, convincente y exagerada que podía resultar ser su profesora cambiaría ligeramente. Por lo que cuando al fin divisó la cabaña, se dispuso a cambiar su próximo chiste ácido por una postura seria, esas que normalmente siempre aborrecería.

 

- Leah - respondió al instante sin emoción. Su mirada jamás se apartó de la luz verde, tratando de deducir por su cuenta el origen de la energía. Se preguntó al instante si aquel brillo tendría que ver con los murmullos que oía, primero asegurándose de que no se tratara de un vulgar truco o una alucinación causada por la falta de comida. Quiso exponer la duda, pero de sus labios salió otro aspecto remarcable del sitio -. ¿Qué huele así?- relamió sus labios, sin disimular el gesto de repugnacia en su rostro - ¿Serás tú?

 

>> ¡Demonios! <<

Editado por Jank Dayne

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Soltó un largo suspiro. Acababa de salir del interrogatorio que Jessie le había hecho luego de que ella misma se quejara acerca de la ineficiencia de su Jefa de Departamento. Le había tomado mucho más tiempo del esperado y ahora llevaba retraso para con su clase. Habría preferido regresar a la mansión a tomarse un respiro, comer algo y pasar algo de tiempo junto a sus hijos, aunque no podía decir lo mismo de pasar algo de tiempo con su esposo, a fin de cuentas hacía ya varias semanas que no tenía noticias de él.

 

Luego de salir del Atrio, desapareció con destino al Ateneo de la Universidad. Desde hacía tiempo sabía que aquel día comenzaría su clase de pociones, e ilusamente había pensado que lograría deshacerse de aquel trámite temprano, pero no había contado encontrarse con un “inconveniente de aquel tipo”. Una vez llegó a los terrenos de la Universidad, se dirigió hasta la oficina donde se encontraba Mister Pippin, el hombre que todo lo sabía acerca de los Arcanos y algo más.

 

Buenos días — saludó cordialmente la mujer, a lo cual inmediatamente llamó la atención del hombre, quien parecía estar levemente distraído y aburrido en ese momento.

 

¡Oh! ¡Buenos días, bella señorita! ¿Necesita alguna inscripción para los Arcanos? — dijo, acercándose rápidamente y sonriendo, notablemente entusiasta por comenzar a parlotear.

 

No, no es necesario, ¿sabe dónde se llevará a cabo la clase de Pociones?

 

¡Claro que sí! — exclamó, al parecer algo ofendido con la pregunta — La clase de Pociones será llevada junto a la de Conocimiento de Maldiciones por la señorita Ivashkov. Ella será la suplente del profesor titular del conocimiento, se encuentra en la casucha en el bosque, en el lado sur. Aquella vieja casa destruida, sí…

 

Muchas gracias, señor…

 

Sí, esa casa donde se rumorea que se encuentra maldita, y que el sólo hecho de intentar entrar conlleva hacer un gran esfuerzo. Le digo, señorita, hace tiempo oí una conversación secreta entre las anteriores directoras de la Universidad, Elodia Riddle y Mistify Malfoy, en la que decían que anteriormente había pertenecido a un poderoso pero chiflado mago que tenía un fetiche con los elefantes, y construyó esa casa con forma de uno…

 

¡¿Qué qué?! — clamó, alborotada con la simple idea de aquella absurda historia.

 

Sí, sí, le digo en serio, — siguió, asintiendo con la cabeza — ¡y no sólo eso! También se rumoreaba que el mago este tenía cierto parentesco con los Malfoy, ya ve… esa respetada familia que tan perfecta aparentaba ser debía tener algo raro. Oí de fuentes muy fiables que dentro de aquella casa quedó algo, ¡la vergüenza más grande de esa familia! Por eso tiene maldición tras maldición para evitar ser desterrado, ya lo creo…

 

Bien, muchas gracias por la información… supongo — lo cortó rápidamente, caminando hacia atrás y saliendo casi a las corridas de la oficina.

 

Pero qué hombre, siempre tan charlatán, y algo extravagante, mira que creer esas historias tan estrafalarias. Se apresuró a dirigirse hacia el bosque del sur e ingresar por el mismo, tratando de encontrar el lugar exacto del encuentro.

 

Tardó su buen tiempo, pero cuando por fin los encontró, la profesora ya se hallaba en compañía de quien parecía sería su compañero, Jank.

 

Lamento la tardanza… — comenzó a decir, antes de verse interrumpida por el comentario fuera de lugar de Jank.

 

¡Vaya!

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—Probablemente, aunque le recuerdo que para usted soy la profesora Ivashkov, Dayne —respondió sin alterarse al comentario de Jank, ampliando la sonrisa hacia la expresión de desconcierto de su otra estudiante—. No se preocupe, señora Delacour, llega justo a tiempo. Por favor, síganme al interior.

 

No necesitaba caer en las provocaciones de Jank porque lamentablemente, para él, quien tenía las de perder era él si le faltaba el respeto, no ella. Ella sabía lo que él había ido a aprender, si cedía ante el pasado como un infante traumatizado, era asunto suyo. La rubia dio media vuelta con elegancia y abrió la puerta de la cabaña con facilidad, aunque parecía ser tan pesada como la cabaña en sí. La puerta crujió y la luz verde reveló su procedencia cuando las velas se debilitaron por el viento apenas por un instante. Además, como si respondiera la pregunta con cierta altanería, el extraño olor subió ligeramente cuando una extraña poción saltó dentro de un caldero al fuego de la chimenea.

 

El lugar el lúgubre, tanto como podía ser una clase en medio de la nada en una noche como aquella. La luz verde, mezclada con las llamas moderadas de la chimenea, no eran suficientes como para alumbrar toda la estancia, que comprendía toda la cabaña, de modo que habían algunos puntos ciegos. Sin embargo, las velas estaban ubicadas estratégicamente para que lo único que pudiera verse bien fuera la mesa; era un círculo tosco y bastante feo de madera, sostenido por un tronco similar a los cuatro bancos que estaban colocados alrededor. No era una belleza, claro estaba, pero aún así había algo llamativo en ella. Podía ser el sin fin de marcas que había en una madera barnizada con brusquedad o podía ser el extraño mapa antiguo que aún se podía ver bajo el barniz.

 

Ivashkov dejó la capa en un perchero contiguo a la mesa, yendo hacia uno de los puntos ciegos para abrir un cajón. Ahí había una estantería, aunque no se apreciera bien, y de ella extrajo un único tomo de encuadernado nuevo a pesar de que la información era antigua. Éste era para Mei, aunque no la obligaría a leerlo como solían hacer algunos profesores. Lo que tenía para Dayne lo tenía tan fresco como lo que había estado leyendo en la mañana, porque estaba acostumbrada a dar Maldiciones. Pero con Pociones no estaba muy segura de cómo empezar, a pesar de que se hacía una idea. Alzó los ojos, para ver a los dos magos de pie delante de ella.

 

—Pueden tomar asiento, solo tomará un segundo —pasó los ojos por las letras, acercándose a la luz para ver mejor y asintió—. Muy bien, como podrán darse cuenta, no tengo compañero esta noche y eso significa que yo impartiré ambas clases. Aunque distintas en muchos aspectos, ambas tienen ciertos puntos en común y son, según mi criterio y el criterio de muchos magos más, dos de las cátedras más importantes y complejas del mundo mágico. No ahora, siglos atrás seguían siéndolo. Y si se preguntan el porqué, está ligado más que todo al mago y sus capacidades. No todos son hábiles para crear pociones. Y no todos son hábiles para maldecir.

 

»Se puede decir con base histórica que las pociones aparecen casi al mismo tiempo que los magos en el mundo, incluso mucho más rápido de lo que la medicina aparece en el mundo Muggle. En principio porque nuestro cerebro, así como nuestra anatomía, sabe relacionar mejor las cualidades de criaturas o plantas en beneficio a nuestro organismo. Directamente, sabemos identificar y clasificar mejor aquello que nos servirá para incrementar, mejorar o sanar, ciertos aspectos mágicos de nuestro interior.

 

De los pliegues de su vestido, sacó la vara de cristal que había obtenido con sus conocimientos en las artes arcanas y la magia de los guerreros Uzza. Si bien seguía siendo una varita, su varita, era un arma preciosa y estilizada, similar a un bastón pequeño, y solía llamar la atención de vez en cuando. Pero no la sacó para presumirla, lo hizo para invocar un caldero de oro que se posó delante de Mei, sobre un mechero que flotó a su lado en todo momento. En un segundo, el utensilio se armó en el lado que la Delacour había ocupado, dejando un pedazo de mesa libre para Dayne.

 

—Las Maldiciones, por su parte, son un poco más tardías aunque no demasiado lejanas. Éstas nacen del deseo de dañar a alguien y como han de saber, desde el inicio de la humanidad ha existido un choque entre dos facciones que erróneamente se han llamado el bien y el mal, término que es bastante amplio para una cátedra como ésta. Las Maldiciones no tienen una facción, sólo tienen un propósito, y éste propósito es simplemente dañar.

 

Mientras hablaba, por arte de magia, el caldero en el fuego de la chimenea se levantó solo -a la vista de los estudiantes- y se retiró a una esquina para reposarse. Pero ella tenía la varita aún en mano, así que era la autora de aquél gesto. Esa sería la prueba final de Mei y sabía que la mujer iba a suponerlo, porque había sido lo más llamativo de una cabaña tan magullada desde el principio.

 

—Bien. Para ambos, lo más importante de lo que vamos a aprender hoy, es saber qué es lo que llamamos una poción y qué es lo que llamamos una maldición —colocó los dedos sobre el caldero, mirando a Mei—. Una poción es toda mezcla que, a raíz de ingredientes mágicos, tiene como resultado una bebida o tónico, dependiendo del caso, con un resultado mágico en específico.

 

Miró a Jank.

 

—Una maldición es diferente a un hechizo común, un encantamiento o un maleficio. El hechizo produce magia, el encantamiento confiere magia y el maleficio molesta, es una treta. La maldición busca dañar o asesinar.

 

»En el fondo de la estancia, junto a la chimenea del lado derecho, encontrarás un estante lleno de ingredientes, Delacour. Mágicos y no mágicos. Necesito que traigas al menos cinco que conozcas o de los que hayas escuchado mencionar en el pasado, los frascos están identificados. Por tu parte, Dayne, necesito que identifiques de las listas de hechizos actuales cinco maldiciones también. La Marca Tenebrosa tiene un montón, por supuesto, pero quisiera que ampliaras un poco más y que revises incluso la lista de los guerreros Uzza.

 

@@Jank Dayne @@Mei Black Delacour

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Años habían pasado desde que podía jactarse de sentir auténtica intriga. No solo debido al hecho que la cabaña le parecía, aunque común, sumamente estimulante y acorde para ambas materias, sino que también activaba recuerdos de su adolescencia que Jank tuvo que pellizcarse los brazos para asegurarse de que no se tratase de otra vil trampa planificaba por el subconsciente. El aspecto del sitio le hizo transportarse seis años atrás, durante su primera misión oficial dentro de la Orden. Extrayeron las pistas suficientes para dar pie a una investigación breve, pero a pesar de las objeciones acerca de lo poco útil que había resultado para los Altos Rangos de aquel entonces (desaparecidos en la actualidad), fue lo que él necesitó para darse cuenta de estaría haciendo lo correcto.

 

Solo el repugnante olor, que se iba acrecentando a medida que avanzaban, pudo sacarlo del improvisto júbilo. Jank colgó su chaqueta al lado extremo de la capa de Leah instivamente; a pesar de la temporada, el calor no tardó en sofocarlo. Echó una vista hacia Mei para saber si sufría de lo mismo, pero la poca luz que irradiaban las velas no favoreció para distinguirlo. No veía a la bruja muy a menudo, por lo que le sorprendió que se tomara el tiempo para volver a la academia. Sería extraño compartir espacio y tiempo con ella en algo más que planificar estrategias, compartir datos de espionaje o luchar junto a los demás. Sin embargo, su presencia resultaba grandiosa para aliviar la incomidad de permanecer solo en un lugar recibiendo ordenes de una mujer tan intratable.

 

Jank hizo el mayor esfuerzo por concentrarse y prestar atención a cada palabra. Si bien serían datos reciclados, estaba decidido a seguir con la mente abierta, a pesar de que el estómago se le volviera añicos cuando Leah mostró su varita de cristal. Al instante viajó al río Nilo, donde dentro de la barca Mónica y él habían compartido ciertas teorías de quiénes poseerían el privilegio primero. Incluso se habían propuesto llegar a la mente antes que nadie. No pudo evitar decepcionarse al conocer la respuesta tan solo dos años después. No obstante, ni siquiera eso logró plantar otra idea en su cabeza que no fuese adquirir lo más interesante.

 

Una vez dadas las indicaciones quiso, por un instante, participar en la actividad asignada a Mei, pero el olor del caldero le hizo cambiar de opinión bruscamente. Tuvo que dedicarse a pensar varios minutos. Todos en Inglaterra y el mundo sabían desde hacía cuatro años que Jank y Adryanie pertenecían a la Orden del Fénix; más tarde, se unieron muchos otros, incluso la propia líder, por lo cual le daba completa libertad de explayarse. Además, la magia de su bando solo podía ser ejecutada por los suyos.

 

- De los libros tenemos el Cinaede - empezó cuando Mei se encontraba localizando los ingredientes, evitando así interrumpirla -. Para mí es uno de los más peligrosos. Ataca las vías respiratorias y, bueno, no es muy fácil de remediar. Causa dolor, desesperación y a veces consigue la muerte, supongo que contará como maldición.. Y lo digo con bases, lo he vivido en carne propia.

 

Para el siguiente extrajo su varita. Apuntó hacia uno de los frascos vacíos para las muestras de pociones y éste recorrió la distancia hasta la mesa en un parpadeo. De Libra, su fiel y poderosa arma mágica, salió un diminuto rayo naranja que impactó en el frasco con un sonido eléctrico. La superficie del objeto no cambió su composición hasta que Jank lo rozó con la punta del guante, que al instante empezó a soltar humo.

 

- La maldición flagarante suele ser muy efectiva para proteger objetos. Normalmente falsos, así para cuando te topas con éste, ya no querrás buscar el verdadero - de repente y sin previo aviso, el frasco cayó inmóvil a la mesa y se escuchó el ruido sordo de doce flechas clavarse en la pared de madera.

 

- Disparo de flechas. Útil si quieres acabar con alguien desde la distancia - se rascó la barbilla carrasposa - había uno que usaban los Uzza bastante parecido, pero en vez de flechas comunes son de fuego. Ocasionan quemaduras ciertamente graves que dejan secuelas la mayoría de los casos. Supongo que el nombre le vendría estupendo - al final, al ser atacado por un vacío mental sin ecuanón, miró fijamente a Leah antes de decir el último. Quizás no porque estaba seguro que estaría muy familiarizada con el hechizo, sino por las horribles historias que éste había ocasionado desde su invención y que, en ciertas oportunidades, había tenido que soportarlo -. Crucio - dijo, sin dejar a un lado el recuerdo de lo mucho que le habría gustado usarlo durante algunas circunstancias y contra varios bastardos -. Creo que no hay otro mejor para ejemplificar una maldición.

Editado por Jank Dayne

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—Ejemplos perfectos —concedió, asintiendo una vez en cuanto Jank acabó de recitar algunas de las maldiciones más comunes de la actualidad.

 

Ivashkov no lo soportaba la mayor parte del tiempo, el solo verlo le provocaba cierto malestar estomacal, pero aún así había una pasividad en ella casi palpable, una ética de trabajo intachable. No tenían una guerra ahí dentro, ambos tenían roles y el suyo era enseñar. Lo mismo que pasaba con Mei, por ejemplo, aunque ésta parecía demasiado metida en sus asuntos como para hacer algo. A diferencia de Jank, la mujer no había movido un pelo todavía y la rubia casi mostraba preocupación por su bienestar. Sin embargo, siendo profesora de dos cátedras, para dos estudiantes diferentes, no podía detenerse a cuidar sólo a uno. Por lo tanto, regresó sus pupilas a Dayne.

 

—La diferencia entre nuestras maldiciones y las maldiciones muggles, es que las nuestras sí se hacen realidad. Las maldiciones muggles son un deseo muy fuerte de que algo malo pase. Las maldiciones mágicas, además de conllevar un deseo enorme por causar daño, tienen una consecuencia física o mental real en la persona que queremos maldecir.

 

»Ahora bien, el hecho de que una maldición sea relacionada directamente a un hechizo, no quiere decir que no pueda estar atada a otra cosa. Podemos maldecir un objeto o podemos maldecir a alguien con una poción. Pero este es el punto, debe estar destinada a dañar a una persona para que sea considerada una maldición. Por ejemplo, el Horrocrux se crea a raíz de un asesinato, producto de una maldición asesina; el alma se fracciona y con un procedimiento tan complicado que no está en libros, que no puede aprenderse, se guarda en un objeto. Éste objeto está maldito, porque el alma está rota por una maldición y por eso es que en la mayoría de los casos registrados, los Horrocruxes parecen presentar una defensa ligada al mismo pensamiento del mago que guardó ahí su alma. Suponiendo que Rowena Ravenclaw hubiese hecho uno, posiblemente su defensa habría sido un acertijo.

 

No se extendió más con el tema de Rowena Ravenclaw porque la sola mención de la mujer, en presencia de Jank, traía dolorosos recuerdos a su memoria. De una época donde no tenía preocupaciones, de una época donde ella y su gemela solían estar juntas... con él. Con una máscara de perfecto control, la mujer avanzó al frente y se colocó delante de su alumno.

 

—¿Cuál es el contrahechizo del Sectusempra? —la pregunta, casi al aire, tenía una respuesta sólida y complicada. Así que aguardó unos minutos hasta hacer la siguiente pregunta—. Haré aparecer un fantasma para ti y deberás atacarlo con una maldición, la que gustes. En un combate real, el fantasma desaparecería, pero hoy voy a usarlo como un espejo. Lo que lances regresará a ti y te pido que dejes que impacte. ¿Por qué? Porque tu tarea es aplicar sobre ti mismo, la contra-maldición.

 

Aura del Escudo Fantasmal.

 

Por un segundo, las manos de Ivashkov resplandecieron con una luz potente e imposible de ignorar, una cantidad de poder que pocos podían controlar. Entonces la energía se desprendió de ella y a un par de metros de Jank, un fantasma apareció con la misma fuerza que tuvo en vida. Severus Snape, con el pelo grasiento a la vista incluso tras su muerte, miraba con atención a Dayne tras su nariz ganchuda, con unos ojos pequeños que mostraban sabiduría. La rubia ladeó la cabeza aguardando, quería ver qué hacía Jank contra Snape.

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Levantó una ceja, levemente intrigada ante el ir y venir de palabras tanto de Jank como de Leah. La verdad era que no tenía ni la más remota idea de dónde provenía tanta cercanía y confianza como para llegar a llamarse uno al otro por insultos, aunque en eso sólo había pecado el primero.

 

Entraron a la casa los tres a la vez, aunque Mei con algo más de recelo, recordando la estrafalaria historia que el Señor Pippin le había contado –o más bien, inventado- cuando había ido en busca de respuestas para saber dónde dirigirse a su clase. Por dentro, la casa estaba prácticamente a oscuras, como si se hallaran en la boca de un lobo. Una vez dentro, la mujer comenzó a hablar, explicando algunas cosas, como el qué era una poción y qué era una maldición, algo bastante básico y nada muy difícil de comprender. Delacour la siguió, hasta que las primeras instrucciones le fueron dadas.

 

Giró la cabeza, observando la estantería que Ivashkov había señalado, y para cuando les dio luz verde para que comenzaran, se dirigió rápidamente al mismo, aunque…

 

¡¿Pero qué?! — exclamó, al ver cómo todos los frascos, uno por uno y al mismo tiempo desaparecían misteriosamente.

 

Apresuró el paso hasta llegar a la estantería, intentando atrapar algún frasquito o caja que contuviese algún ingrediente, pero en cuanto lanzó su mano a uno de los estantes, todos los frascos habían desaparecido. ¿Pero qué rayos había sucedido? ¡Si todos los ingredientes habían estado allí hacía sólo dos segundos!

 

Miró rápidamente en dirección donde aún se encontraban los otros dos, pero se hallaban realmente inmersos en una charla, y pensó por un momento en interrumpirlos, pero una idea cruzó su cabeza que hizo que se contuviera: ¿y si aquello era parte de la “prueba”? los ingredientes estaban allí, lo sabía, no podían desaparecer sin dejar rastro, sólo debía encontrar la forma de recuperarlos allí mismo.

 

Pensó, tratando de buscar una respuesta a todo aquello. Empezando, debía encargarse de decidir qué tipo de ingredientes elegiría… para sólo recordar que, de hecho, Pociones no había sido nunca su fuerte, a fin de cuentas preparar pociones y cocinar iban de la mano, y en lo último era realmente desastrosa, por no decir peligrosa. Soltó un suspiro, aquello iba a ser difícil…

 

Concéntrate — se dijo a sí misma, golpeándose las mejillas con las palmas de las manos en un intento de desviar la idea de que terminaría haciendo un desastre de un momento para otro—. Piensa, algún ingrediente que sea frecuente en pociones… ¡oh, claro! Una pluma de Jobberknoll, se usa para la poción de la verdad — rememoró, no de casualidad, sino recordando la tarjeta que le habían otorgado desde el Magic Mall con las especificaciones de su pequeña Lys — ¡Oh! — exclamó repentinamente, al ver entonces cómo lentamente una pequeña caja iba materializándose frente a ella.

 

La tomó y la abrió comprobando de esa forma, para su sorpresa, que el contenido se trataba de unas bellas plumas azules que reconoció como del animal que ella misma poseía.

 

¡Vaya! Supongo que… si sigo mencionando algunos ingredientes podré obtenerlos, ¡bien! Ahora… sólo debo recordarlos.

 

Se rascó una mejilla, algo insegura. Recordaba algunos, aunque no recordaba en qué pociones se utilizaban, pero valía la pena intentar mencionarlos y ver lo que sucedía.

 

Bien, veamos… ¿ramitas de menta, hongos saltarines, ramitas de valeriana, y… esencia de díctamo?

 

Si bien los mencionó uno por uno y con mucha duda, al instante siguiente fueron apareciendo a la vez varios frascos y cajitas donde, una por una fue comprobando, poseían los ingredientes que había mencionado. Aunque bueno, eso suponía, ya que no supo reconocer la valeriana y la esencia de díctamo. Las tomó entonces entre sus brazos y, con cuidado de no tropezar y tirar todo, se dirigió hasta donde estaban Jank y Leah nuevamente.

 

Listo…

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El pasar de los minutos acabaron siendo, irónicamente, su peor enemigo. Aunque no quisiera admitirlo y siguiera atribuyéndolo a otros aspectos de la clase, en el fondo sabía que la cátedra de Leah realmente le estaba resultando fascinante. A pesar de haber tenido cierta noción acerca del tema, sentía que de alguna manera toda la actividad estaba nutriéndolo de una información que, si bien no le salvaría durante una batalla o una emboscada, podría safarse con más facilidad de maldiciones impuestas a objetos comunes o diagnosticar éstos antes de tener contacto físico. Al menos, no solo sería un diploma colgado en el Salón de Honor de los Evans.

Jank tuvo que sobar su boca para contener la risa que estuvo apunto de salir expulsada estrepitosamente cuando Leah mencionó a la diadema de Rowena. Supuso que Leah aún conservaría los recuerdos de los desafortunios que les hizo pasar un objeto similar, cuya poseedora compartía el mismo apellido. Le causaba gracia que, unos seis años atrás, tres personas que carecían de la amplia gama de conocimientos mágicos que identificaban a un miembro de la Orden o de los Mortífagos, supieran haberse defendido y neutralizado el poder de Helena sin necesidad de una clase como la que estaba cursando en aquel entonces. Por un momento quiso volver allí, a esos días donde las más grandes aventuras se daban dentro de un solo castillo, pero se conformó con soltar un suspiro cargado de nostalgia.

Se tomó unos segundos para contestar la clásca pregunta de examen. Conocía la respuesta, quizás mejor que muchos magos que jamás lo habían ejecutado, pero algo en su mente se activó al mover sus labios. Un recuerdo lejano, casi inexistente, de esos que los ojos no eran testigos y el reltado un tercero servía lo suficiente como para plantearse la imagen viva que perduraría por siempre. Camille, una muchacha de diecisiete años, había entregado su vida por salvar otra mientras lo usaba para sanar las heridas de un maleficio parecido al sectusempra sobre el pecho de su mejor amiga.

>> Camille Dayne. Cam, a secas, así le gustaba.. <<

- Vulnera Sanentum - respondió casi al final del breve espacio de silencio que la profesora ofreció. Jank carraspeó la garganta, intentando camuflejar el efecto de lo que el fantasma de un fallecido de su propia sangre podía afectarle. Sin embargo, lo que pasó a continuación le arrebató el aliento y la impresión reemplazó a la tristeza. Severus Snape, después de haber sido invocado por una extraña magia Uzza que desconocía por completo. Leah ponía se lucía de nueva cuenta exponiendo tales dones tan llamativos, pero el ex-director de Hogwarts hizo que ignorara todo a su alrededor. Cualquiera lo hubiese hecho.

 

Jank no sabría decir si la asignación de la bruja había sido con otros ámbitos más allá de los educativos, pero el mero hecho de hacer aparecer su imagen hacía crecer en él un sentimiento de repugnancia e incomodidad. La magia tenía límites, incluso cuando uno mismo debía ponerlos. Para los Rhoynar, la muerte era y sería lo más sagrado que podría ocurrirle jamás a un ser viviente. La muerte era paz, pureza y omnipresencia; de ninguna manera o por cual fuese la razón debía cruzarse la más grande franja del universo. El mundo espiritual y el carnal podían coexistir, sí, pero solo a través de una fina barrera que debía permanecer impoluta por la eternidad.

 

- Esto está mal - no pudo evitar expresar al acercarse.

 

Se mordió los labios y apuntó hacia el profesor. El fantasma se quedó en su sitio, sin mostrar algún signo de calor, cosa que agradeció. Jank usó Disparo de Flechas, hechizo que solo tuvo que pensar para que una bandada de doce flechas rojas se clavaran encima de varios puntos del cuerpo del brujo. La imagen de Severus recibiendo el ataque correspondió al profundo dolor que aconteció su propio cuerpo, mitigado solamente por un Episkey, también encerrado entre las paredes de su mente. Poco a poco fue quitándose las puntas de las costillas, hombros y abdomen. La sangre derramada sería imperceptible ante el asqueroso olor que los rodeaba desde el princpio de la clase.

 

Al instante dio media vuelta antes de que el fantasma pudiera reaccionar o imitarlo nuevamente. Verlo levantar su vara mágica había sido como viajar a una época distinta y estar atrapado dentro del cuerpo de un simple estudiante atozigado por las barbaries que había tenido que cometer para cumplir con un papel que, a la final, terminó por salvarlos a todos, incluyéndolo. Aún así, fue suficiente para revolver el estómago de Jank y cambiar su humor, probablemente por el resto de la noche.

Editado por Jank Dayne

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Mei al fin se movió y, aliviada, la rubia se quedó mirando cómo la mujer se debatía entra los frascos para encontrar algo útil para la elaboración de pociones. Dayne por su parte parecía haberse puesto sentimental y eso a Ivashkov le hacía mucha gracia, porque lo había hecho con toda la intención de lograr perturbarlo. No obstante, no dio señales de disfrutarlo, siquiera de prestarle atención, sus ojos estaban en Delacour y sus ingredientes, así como en el caldero aún sin encender. Frunció el ceño ligeramente cuando vio qué había tomado, al mismo tiempo en que escuchaba un gemido ahogado de parte de Jank. Las flechas habían impactado en él y Mei había cumplido con su asignación.

 

El joven mago sacó las flechas de su caja torácica y ella asintió hacia él, para hacerle ver que había acertado en el contrahechizo de una maldición básica de los miembros de la Orden del Fénix; pensarlo no encajaba, realizarlo mucho menos, pero las maldiciones estaban presentes en todas las listas de hechizos. Porque más allá de un bando, estaba en la naturaleza humana el querer agredir a otros. Por odio, por protección, por necesidad. Fuera cual fuese la razón, la malicia estaba en la sangre humana y se esparcía tanto en los Muggles como en los magos. La bruja por su parte, le dio un momento a Dayne para curarse y asimilar lo que había hecho recientemente y avanzó hasta Delacour, aún con el ceño contraído.

 

—Bien, son ingredientes comunes, aunque me temo que no podemos mezclar ninguno para hacer una poción en específica. Hace unos años habría sido útil en la Oficina Creadora de Hechizos y Pociones, dentro del Departamento de Misterios, pero no estoy segura de si los Inefables siguen experimentando con estas cosas —calló aunque con una ligera pausa al final de la frase, que marcó el rumor de un Pársel evidente por encima del acento tosco de los rumanos.

 

Le gustaba recordar sus días de Inefable y sus raros experimentos ministeriales pero si excedía la charla, rozaría los límites de un Juramento Inquebrantable que la llevaría a la muerte por revelar información confidencial. Nadie sabía qué hacían los Inefables y ni siquiera en una clase de pociones podría hablar de quienes, en realidad, fabricaban las pociones que tanto conocían en la actualidad; más allá de producirlas en masa, como el Magic Mall, crear nuevas.

 

—Vale —tomó la esencia de Díctamo al fin, así como la valeriana y le hizo un ademán a Mei para que la siguiera—. Tu tarea ahora es hacer una pomada. Es básica y sencilla, mucho más sencilla que la que te pediré a continuación. Digamos que es para que entres en calor y te familiarices tanto con el caldero como con el método correcto de elaboración de pociones. Tu objetivo es lograr una pomada para quemaduras. Necesitas la esencia de Díctamo y la Valeriana, que funciona como relajante. Usualmente es usado en vía oral, pero la magia hace la diferencia.

 

De la estantería, extrajo un libro de pociones viejo y usado, con pequeñas anotaciones por el borde e incluso en pequeños pedazos de papel pegados con cinta. Aún así, el libro parecía elegante y bien cuidado, razón por la que había resistido los años de uso. Era uno de sus libros.

 

—Página treinta —lo entregó a la mujer y esperó a que lo abriera, para darle más instrucciones—. El fuego debe ser alto en principio, para que los ingredientes creen resistencia y luego debe ir reduciendo su intensidad hasta apagarse. Tienes que prepararla en media hora o se dañará y lo notarás por el color, puesto que debe terminar naranja y si toma otra tonalidad está en mal estado. Necesitas la esencia de Díctamo, la Valeriana y agua del río lete. Las ilustraciones te ayudarán con el manejo de la varita, aunque creo recordar que debes mover en el sentido contrario a las agujas del reloj tres veces por minuto los primeros quince minutos. Y dos veces en sentido de las agujas del reloj, una vez cada cinco minutos. Al terminar, es importante que des un golpecito al caldero con la varita.

 

Había dicho que creía recordarlo, pero por supuesto que lo recordaba, todo lo que había dicho estaba escrito en el libro. Asintió y volvió sobre sus pasos, para ver el estado de Dayne. Rebuscó en sus bolsillos, hasta dar con un rectángulo pequeño envuelto en papel encerado común. Era una porción de chocolate, suficiente para subir los niveles de Jank. El suelo se había manchado con sangre, tanto como su ropa, así que movió la vara de cristal para limpiar todo en un santiamén.

 

—Hoy estamos compartiendo la clase con una cátedra interesante. Una cátedra que aunque es distinta en muchos aspectos, tiene relación con las maldiciones. Y es por eso que te pregunto ahora, ¿crees que puede existir una maldición a través de una poción?

 

No esperó respuesta para eso, en su lugar, dio un paso al frente y le lanzó una mirada significativa. Le pedía aprobación para algo, aunque más que es parecía decirle que se preparaba. Jank la conocía muy bien, sabría interpretarlo y ella estaba segura de que se prepararía aunque no confiara en ella. Así que después de un instante, se internó en su mente sin dificultad alguna. Ambos mantenían contacto visual y estaban teniendo el hilo de la misma idea, planteada por una pregunta que había expuesto instantes previos, así que la Legilimante pudo meter en su cabeza una imagen terriblemente vívida en la cabeza de su estudiante. Era una caverna con una roca rodeada de agua al final de un trayecto en penumbra, un joven y un anciano se debatían sobre quién debía beber la poción y finalmente, era el hombre mayor quien accedía a hacerlo.

 

Tan pronto sus labios tocaban el contenido, empezaban las alucinaciones y el dolor. Un dolor que no se podía decir si era físico o mental, una desesperación que el chico no podía combatir. Albus Dumbledore agonizaba y Harry Potter no tenía más remedio que obligarlo a beber, una y otra vez, aquello que lo estaba lastimando. Ivashkov, en la actualidad, rompió el lazo mental que la unía con Dayne y ladeó la cabeza, curiosa por saber qué pensaba, aunque bien podría haberlo sabido si volvía a irrumpir en su cabeza. Pero no lo haría porque era la profesora, no tenía otra intención más que enseñarle. Y aunque era tentador, Jank podía decir con tranquilidad que seguía teniendo respeto por las cosas que hacía.

 

—Las pociones también pueden traer maldiciones, aunque no sean maldiciones en sí. Hacerlas, con la intención de dañar, dejan marca. Una marca que no se puede eliminar nunca, aunque queramos. Es por eso que cuando nos alcanza una maldición, aunque podemos contrarrestarla, quitarla por completo es imposible. ¿Puedes detectar cuál es la maldición aquí? Si lo haces, podrás irte, has terminado tu aprendizaje.

 

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Observó, sorprendida, el momento en el que Jank era impactado por varias flechas en diferentes partes de su cuerpo. Había estado por acercarse para ayudarlo, pero al instante se contuvo, viendo que Leah le hacía una pequeña seña para darle a entender que se curara él mismo. Apretó fuertemente los frascos y cajas que aún tenía en brazos, algo frustrada por no poder ayudar al muchacho.

 

Ivashkov le habló ahora a ella, por lo que se centró en escucharla y depositar los ingredientes en la mesa donde se hallaba el caldero, esperando para ser utilizado. Escuchó a quien era su profesora de aquella clase, desviando sus pensamientos inconscientemente hacia el ministerio, preguntándose ella también si los Inefables seguirían trabajando en investigaciones secretas, pero no se entretuvo demasiado con aquella idea.

 

Pomada para quemaduras”.

 

Oh, Merlín, ¿le harían hacer nuevamente una pomada como en aquella clase con su primer Uzza? Más bien esperaba que no fuese así, a fin de cuentas no eran las mismas pociones, pero casi era como repetir aquella experiencia a pesar de que hacía tiempo de ella. Sacudió la cabeza para evitar seguir pensando en ello y prestó atención a las indicaciones, colocándose por delante del caldero ya y buscando con la mirada todos los ingredientes.

 

Tomó el libro y buscó la página treinta, verificando lo que Leah había recitado casi de memoria. Asintió una, dos, y tres veces, hasta que la mujer se giró para buscar al muchacho. Era su turno de tomar las riendas de la situación.

 

Rápidamente giró sobre sus talones y fue hasta la estantería nuevamente y recitando las palabras “agua del río lete”, frente a ella se materializó una botella con un líquido blancuzco para su sorpresa. Lo tomó y regresó sobre sus pasos.

 

Antes de comenzar con todo se aseguró de dirigir el fuego hasta la parte baja del caldero para comenzar a calentarlo, vertiendo sobre él todo el contenido de la botella. Acto seguido y mientras dejaba que se calentara a fuego lento, tomó las hojas de valeriana y las molió lo más que pudo, sacando un poco de líquido de ellas y apartándolo. Echó entonces el líquido primero, sacándola varita y girando el contenido tres veces a contrarreloj, para luego verter las hojas machacadas y volver a girarlo tres veces en el mismo sentido.

 

Se detuvo entonces y observó el contenido atentamente, viendo el color verduzco que tomaba, aunque no de un color desagradable. Volvió a girar el contenido, y al cabo de pasados quince minutos, vertió al fin la esencia de díctamo, girando ahora el líquido –ahora de un color algo naranja- dos veces en sentido de las agujas del reloj, esta vez cada dos minutos. Poco a poco el agua fue evaporándose, quedando una consistencia cada vez más espesa.

 

Controló con mucho cuidado el tiempo, esperando que no se le pasara, pues eso siempre solía pasarle cuando estudiaba acerca de la materia…

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