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Tormenta en New York.


Avril Malfoy
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Bien conocido era que n podían hacerse ver en el mundo de muggles. Los no mágicos no tenían ni idea de su existencia, cada cosa extraña que sucediera lo adjudicaban a fenómenos paranormales o inclusive psicológicos. Les era más fácil aceptar que ellos mismos estaban locos a que existía un grupo de gente con el poder suficiente como para arrasar con todos ellos: la comunidad mágica. Sólo los primeros ministros y presidentes de países estaban al corriente de lo que ocurría. O de una parte al menos.

 

Era por eso que ellos estaban confinados a sus propios lugares, esquivando los sitios en donde los muggles pudieran advertirlos. Sin embargo, había un lugar que a un cierto horario podía ser concurrido por tan sólo dos magos para batirse a duelo sin que nadie se diera cuenta. Debía ser una noche de tormenta, como lo era esa, con rayos truenos y un cielo encapotado de color negro y gris, bien cubierto por las nubes en donde ni siquiera la luna era visible. El lugar debía ser alto y para dos contendientes debían ser dos lugares altos. Como las torres gemelas de New York.

 

Y allí estaba la mortífaga, bajo la lluvia justo en la terraza de una de las torres gemelas esperando a que su hermano, Nathaniel, le diese la revancha que esperaba. Hacía pocos días también se habían batido a duelo aunque en un lugar muy distinto de ese, en pleno día y lleno de muggles, en una plaza española. Esta vez los americanos serían sus anfitriones y tan solo esperaba poder explicar de una manera convincente los daños que allí pudieran efectuarse, cualquier destrozo involuntario que los mortífagos pudieran causar. Ya se las arreglarían para inventar algo, un ataque terrorista, en el último de los casos. Todo estaba por verse.

 

Ambas torres contaban con 110 pisos cada una, y se enfrentaban. Superaban las nubes, por supuesto. Y las separaba nada más que una calle. La pelinegra, que presentaba algunos mechones de cabello blanco que enmarcaban su rostro fino y pálido, ya empuñaba su varita esperando el momento en el que su propio hermano apareciera, justo sobre la otra. No podía perder tiempo con él, si bien no contaban con los hechizos extra que habían gozado dentro de la Fortaleza Oscura, volvían a entrenar juntos y la victoria no era lo que más importaba, sino el entrenamiento y el aprendizaje, no había mejor lección impartida que la práctica en sí.

 

-Bienvenido- le dijo apenas lo vio llegar. Se acomodó la capa de viaje que la cubría entera, no podía arriesgarse a ser vista llamando mucho la atención. -¿Me darás la revancha entonces? Prometo amortiguar el golpe si te caes hermanito- sonrió algo divertida. Pocas actividades le atraían más que batirse a duelo. Realizó una reverencia, como el protocolo bien indicaba y levantó su brazo por sobre su cabeza, lanzando el primer hechizo…-¡Sectumsempra!- básico pero efectivo. El rayo salió de la varita de la Malfoy con una única dirección: su oponente, con el objetivo de abrir profundos cortes en su pecho, torso y quizás extremidades superiores. De cualquier manera sería bastante molesto para él, aunque no peligroso. Avril no dudó un segundo en que se defendería del mismo sin problemas.

 

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- Maldita sea, llego tarde de nuevo. - el ex-Nigromante estaba con gesto apresurado y abría las puertas del armario de par en par, recorriendo con sus orbes azules todas las prendas que allí se le presentaban. Finalmente termino por decantarse por un conjunto medianamente informal y de abrigo, ante la tormenta que se avecinaba: un sobretodo marrón clarito con unos vaqueros gruesos, de invierno, y unas botas de similar pero diferente tonalidad que el sobretodo.

 

Lanzó una mirada de aprobación ante el espejo y no dudó en ponerse la capucha para proteger sus cabellos naranjas aún mojados de la ducha, los cuales desprendían un aroma a coco del gel recientemente comprado en las inmediaciones del callejón Diagon.

 

Tras haber hecho lo propio para desaparecerse, unos segundos más tarde logró conectar con Nueva York. No era la primera vez que visitaba los Estados Unidos, todo lo contrario. Era un lugar que le fascinaba, además de que en territorio muggle era interesante la fiesta y los exóticos lugares que visitar, en cuanto a magia era el territorio que había guardado durante años el MACUSA, organización mágica inspirada en el Congreso de Magia Británico, el predecesor del actual Ministerio de Magia.

 

Un freak, eso era el Malfoy. Se había documentado mucho sobre Historia de la Magia a lo largo de su vida porque era de los conocimientos que más le atraían y todo esto fue en aumento cuando se enteró de la vacante en la Universidad. Ahí sí que había puesto los codos y no sobre la barra para beber la tan amada Ginebra que le causaba jaquecas al día siguiente.

 

Se apresuró a ascender de manera ortodoxa por las escaleras que llevarían a la azotea de las torres gemelas. Tenía información de dónde le esperaría Avril, su hermana, así que sólo le quedaba la opción de subirse a la torre de enfrente y, como llegaba tarde, recibir el ataque de lleno contra él. Seguramente algo contundente; estaría molesta por haber perdido el primer enfrentamiento.

 

Así fue. Cuando se hubo posicionado, un rayo viajó hacia él con celeridad.

 

- Protego. - masculló. Un escudo blanquecino lo envolvió y con sonido futurista, se tragó la ofensiva de su hermana que recientemente le había dado la bienvenida. - Veo que empiezas fuerte eh... El que pierda paga una cena, ¿te parece? - propuso la apuesta y sin más apuntó hacia ella.

 

- Absorvere... - susurró. Un sonoro crack dejó entrever que la muñeca de la mano que sostenía la varita de Avril estalló, haciéndole imposible sostenerla con propiedad para mantener el duelo. Así comenzaría la batalla con algo de ventaja de no hacer nada ella por remediarlo.

 

Expectante, adoptó una posición cómoda y aguardó otra ofensiva.

 

 

---

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El semicírculo transparente absorbió el rayo, tal como Avril supuso que sucedería. Media sonrisa se dibujó en la cara de la Malfoy.-Muy bien, ya establecimos entonces quien pagará la cena- dijo algo divertida. No olvidaba lo que su hermano era capaz de hacer con algunas copas de más. Inclusive una vez le había propuesto matrimonio. ¡Si! ¡A su hermana! Y muchas cosas más pecaminosas que esa…pero eran muy jóvenes. Solían dejarse llevar demasiado.

 

-Pero nos falta determinar donde será, si va a ser de día, si va a ser de noche…si tu novia te va a dejar ir a una inocente cena con tu hermanita querida- sonrió mientras un brillo especial salía de sus ojos. Como le gustaba provocarlo. –Mejor no, no contestes eso último…Silencius- siguió traviesa, pero esta vez con una floritura de varita. Si el mortífago tenía pensado atacarla con algún hechizo verbal, no podría hacerlo. Si decidía contestarle sus provocaciones, tampoco podría. Todo corría a su favor.

 

-Si si, ya te vi en la Riddle dándole forma a sus…rizos- continuaba, pero en su mente ya comenzaba a preparar su próximo ataque. No le había gustado perder la última vez, menos cuando se les habían ofrecido tremendos hechizos para luchar. Ahora sólo contaban con los que cada uno tenía, y él una vez más corría con ventaja. ¿O no? Ella no se olvidaba de sus recientes compras. Los libros Uzza. La cosa podía ponerse interesante.

 

Aunque no todavía.

 

-Sectumsempra- volvió a murmurar, indecisa. En su posición no podía elegir un hechizo mejor que ese. Si bien lo pensaba y lo repensaba, la única manera de que el duelo durara un poco más de lo que había durado el último era tenerlo contra las cuerdas. Y para hacerlo la pelinegra no podía dejar de atacar. Simplemente no podía hacerlo. Y con sus limitados poderes…sólo tenía que ganar tiempo. Un poco más de tiempo.

 

 

•••

 

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La situación era un cuanto turbia. Habían sucedido numerosos eventos en cuestión de segundos: tras haberse protegido del rayo inicial de su hermana con un escudo blanquecino, Nathaniel había estado rápido conjurando un efecto que produjo al instante un sonoro crack en las inmediaciones de las torres donde los dos mortífagos se batían en duelo. Aunque era algo puramente de práctica en donde perfeccionar sus habilidades y volverse más poderosos conforme el tiempo pasase, no podían negar que ambos eran ambiciosos -- una cualidad innata del bando oscuro -- y querían ganar al otro fuese como fuese.

 

Incluso con violencia.

 

Precisamente cuando se hubo escuchado aquel estallido de la muñeca de su hermana, la cual sostenía su varita, el Tempestad recibió una mudez inmediata. ¡Con lo que a él le gustaba hablar e interactuar en las batallas para así sacar de quicio a sus oponentes! Menuda tragedia. Tuvo que actuar rápido, mostrando sus dotes y aquellas cualidades de duelista que otrora lo llevaron a los altos rangos del bando por el que daría su vida e incluso más.

 

- Babosas. - pensó siendo rápido en la anticipación de movimientos. El londinense era una persona que en cuanto a los duelos trataba de castigar el error del rival en lugar de ser él el que trataba de arriesgar. El mejor ataque era una buena defensa. El rayo emanó de la punta de su varita en la diestra y, al mismo tiempo, de la varita de Avril salió otro rayo exactamente idéntico al inicial con el que abrió la pelea. Sin embargo, la balanza volvía a inclinarse hacia el lado del británico: los dos rayos salieron, sí; mas el suyo impactó en su hermana, una maldición no-verbal que provocaba en su contra problemas intestinales con babosas, mientras que el de ella ni siquiera despeinó al ex-Nigromante. Así sabría lo que se sentía al estar callado durante un buen rato, de no tomar cartas en el asunto para finalizar los vómitos de babosas. La distancia que los separaba era ahora de unos diez metros, recorrido que sirvió para ver cómo al mismo tiempo que ella recibía el impacto del Babosas de Nathaniel, su haz de luz identificable como un Sectusempra se perdía en la inmensa noche, iluminando momentáneamente el lugar, mimetizando la tormenta que azotaba a New York.

 

- ¿Has perdido la puntería? - masculló fanfarrón. - Échame una mano con esto... ¡Oh wait! Que la tienes rota... - continuó gritando, tratando de sacar de sus casillas a Avril. Ahora él contaba con ventaja: Avril tenía la muñeca de la mano más hábil fracturada y no paraba de llenar el suelo de Babosas, repugnantes y vivas. - ¡Qué aproveche, cariño! - añadió al segundo, tratando de concentrarse y no estallar en carcajadas ante la imagen que se le presentaba.

 

- ¡Sectusempra! - gritó, sintiéndose enérgico. El haz de luz ya usado dos veces por la muchacha, partió con velocidad hacia su hermana. Estaba un tanto indefensa en aquel momento, pero siempre se esperaba grandes cosas de sus rivales cuando se trataban de mortífagos. Aguardó, con todos sus sentidos volcados en aquella pelea.

 

 

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La pelinegra había comenzado con humor todo aquello. De hecho, le parecía divertido discutir, hechizos mediante, los pormenores de una cena con su hermano. Pero al parecer él no pensaba lo mismo. En vez de jugar con ella, la provocaba constantemente. Eso hacían la mayoría de los hombres, poco hábiles para detectar el humor de una mujer y sus ventajas. La sacaba de sus casillas. Mucho más que tener su muñeca partida, los huesos se arreglaban, el humor difícilmente.

 

Su rayo salió desviado y se confundió enseguida con los del cielo tormentoso. Es que justamente por eso había elegido esa noche y esa ciudad. Los ruidos pasarían inadvertidos, los hechizos podrían ser simples rayos de electricidad. Eso si no te impactaban, algunos de los que ellos provocaban solían ser letales.

 

Hubo un segundo, un pequeño tiempo antes de que ella enviara su ataque con su muñeca rota, que el mago aprovechó. Maldijo por lo bajo y comenzó a vomitar. El asco no era tal como la ira que comenzaba a surgir en su interior. ¿Pero que le pasaba ese? Sus intestinos crujían y su estómago se retorcía para completar la acción con el vómito de una babosa pestilente y muy, muy húmeda y pegajosa. Lo odiaba. No habría ninguna cena. Jamás.

 

Recordó entonces lo aprendido de los Libros de Magia Uzza. Ahí sí que le llevaba una ventaja y si él, sin quererlo, le daba más armas de las que quisiera. Salvaguarda mágica pensó para inmediatamente luego pensar una Curación Uzza. El salvaguarda la hacía intangible, no sólida, atravesable. Nada podía afectarle en ese momento. El efecto duraba poco pero era fehaciente. El rayo con el que su hermano pretendía dañarla no pudo tocarla. Pasó de largo sin dañarla. Y la curación, también estudiada desde el Libro bien adquirido en el Magic Mall restableció su muñeca en un abrir y cerrar de ojos. Nada había pasado. Todo estaba solucionado. Menos su mal humor, claro. Ese había empeorado.

 

Limpió su boca con la manga de su abrigo luego de escupir otra babosa y mientras en relámpago hacía todo tipo de luces detrás de ella lo maldijo. “Eres un cretino Nathaniel Malfoy. Puede que ahora no sea lo suficientemente poderosa para darte tu merecido por esto, pero en algún momento ¡te juro que lo haré!” No pudo decírselo claro, no podía hablar pero su mano estaba totalmente restablecida para invocar un Seccionatus, que formuló claramente en su mente y generó una docena de medialunas en extremo filosas que se dirigirían hacia el mortífago pelirrojo, justo hacia su pecho y extremidades superiores, con el claro objetivo de cortarlo, dañarlo gravemente. O complicarle en algo la situación.

 

Vomitó, asqueada. Lo señaló con el índice, marcándole su venganza.

••••

 

 

 

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Para su sorpresa volvía a verse un tanto aventajado en función de cómo habían ido las cosas en el desarrollo del segundo duelo contra su hermana Avril. Sin embargo, nunca podría bajar la guardia al estar enfrentándose a un mortífago y muchísimo menos en el caso particular de la Malfoy, una talentosa muchacha que había logrado la gloria en tiempos pasados dentro del bastión.

 

Y así fue. Para cuando se dio cuenta Nath, la joven que compartía sus genes se sacó un inesperado truco, lo que era comúnmente conocido como un as de la manga. El rayo que pretendía abrir grandes y profundas heridas sangrantes en el pecho de Avril pasó de largo, penetrándola como si de un ser intangible se tratase. Por si fuera poco, había curado aquella muñeca que previamente fue rota por el efecto del británico. ¿Cómo podía en apenas segundos volver a equilibrar el choque? Era hora de actuar.

 

- ¡Sectusempra! - insistió gimiendo. No tardó ni dos segundos en cuanto vio a su hermana curarse con un efecto su muñeca, lanzó el rayo hacia ella, siendo de nuevo una clonación del anterior grito y movimiento de varita. Al mismo tiempo, su hermana hizo aparecer una lluvia de cuchillas en forma de media luna, que brillaron y de nuevo emitieron algún reflejo en las inmediaciones del lugar donde se celebraba la épica batalla de ambos magos tenebrosos. ¿Intercambio de daños? Por supuesto. Tanto la invocación Seccionatus de Avril, como el rayo del londinense impactaron en sus objetivos. Sintió doce punzadas, cada una casi más dolorosa que la anterior. Cerró los ojos momentáneamente e inspiró. A pesar de que estaba sufriendo, cuando logró vislumbrar a su hermana, ella también estaba emanando sangre a borbotones, lo que tiñó el suelo que la sostenía. Con la mano libre y menos hábil, la zurda, el ex-Nigromante arrancó una a una las cuchillas, pero al mismo tiempo...

 

- ¡Expelliarmus! - gritó terminando de sacarse la última cuchilla y tirándola al suelo. Emitían un sonido como de dos vasos golpeando entre sí según éstas tocaban tierra. El haz de luz escarlata partió de la punta de la varita de avellano del ex-Nigromante, con la intención más que certera de no hacer nada para impedirlo, de hacer volar la varita a unos cinco metros de la muchacha.

 

Ella necesitaba curarse de unas heridas más graves que las de él. Y estaba vomitando babosas incesantemente. Y un rayo para desarmarla viajaba rápidamente hacia su varita. - ¡Pago yo! Prometido, no te enfades, sólo bromeaba... - bramó mirándola. Al fin y al cabo compartían sangre y bando. Y le tenía cariño. Por lo que fueron.

 

Por lo que eran y podrían ser.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Lo odiaba. Podía jurar ante cualquier tribunal que lo odiaba profundamente.

 

No porque le estuviera ganando. O tal vez sí. Pero mayormente porque parecía un pollo. Los fenixianos solían luchar así, con diferentes poderes claro estaba, pero aprovechándose de los errores de su rival, socavando hasta el último rincón de las acciones del otro para tomar ventaja. ¡Ella no peleaba así! ¡Ella era mortífaga! Ella solía desplegar su propio poder ante el otro, atacando como única estrategia defensiva, sin bloquear la mayoría de hechizos. Por eso era que aún vomitaba babosas, por ese motivo la había enmudecido en aquella plaza en España. Igual jamás tomaría ese estilo de pelea como propio. Aunque perdiera. Pollo nunca.

 

Inspiró una bocanada grande aire mientras caía al piso, con su torso sangrante. Vomitó una babosa. Por suerte podía seguir pensando en los hechizos de aquel útil libro, por lo que volvió a conjurar un Salvaguarda Mágico, haciéndose intangible una vez más. Al parecer una batalla con el pelirrojo consistía en eso: en desaparecer. Eso hizo que el hechizo de desarme no la afectara, pero si no curaba ahora mismo sus heridas, la Malfoy moriría.

 

Episkey pensó, y la carne abierta comenzaba a cerrarse. Las manchas de sangre quedarían sin embargo. La babosa, la última, no menos asquerosa que las demás. La ira, triplicada. –Yo contigo no voy a cenar ni aunque pagues doscientas cenas…maleducado- le dijo, porque ya se encontraba en posición de hablar. Bastaba sólo esperar a que su hermano volviera a enmudecerla. ¿Era eso miedo? Era evidente que no quería que hable durante la batalla, pero joer…cambiar un poco la estrategia para hacerlo más dinámico no vendría mal.

 

-¿Quieres callarme, Nathaniel? ¿Qué tienes miedo que diga? ¿Acaso que te delate con alguien? ¿Cuál es el problema? ¿O solo es miedo a que conjure maldiciones?- ironizó, aunque cada chiste o broma traía consigo una parte del inconsciente. Estaba segura de que el Malfoy quería sellarle los labios por algo en particular. -¡Somos mortífagos! No lo olvides...- murmuró justo cuando un trueno hizo estampida en el cielo. Sus palabras se confundieron con él, nadie podía escuchar nada de lo que ellos hacía allí arriba.

 

•••

 

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Las babosas no cesaban de emanar de la boca de su hermana Avril. Sin más dilación, entre vómitos de aquellos seres extremadamente repugnantes, el haz de luz impactó sobre ella haciéndola caer y comenzar a desprender sangre a borbotones. No pudo evitar ahogar un grito; al fin y al cabo no quería pasarse haciéndole daño. Eran familia. Cuando hubo conjurado el segundo rayo, ésta vez el de desarme, la Malfoy estuvo rápida recurriendo de nuevo al uso de libros. Era evidente que jugaba con ventaja ante el ex-Fiscal Mágico en ese aspecto: él no tenía nada de aquellos consumibles en batallas dado su instauración en el pasado, cuando él estaba exiliado de la comunidad mágica por asuntos que no tenían mucho que ver.

 

No perdió el tiempo y cuando vio que Avril se convirtió en intangible, decidió volver a atacar siendo hábil en la intercalación.

 

- ¡Morphos! - el efecto fue efectivo. Valga la redundancia. Tras una pronunciada floritura de varita, Nathaniel apuntó a la capa de viaje que cubría a su hermana. La prenda de vestir comenzó a desintegrarse, mutando hasta convertirse en una letal avispa marina. Ésta entró en contacto inmediato con la piel de la joven, inyectándole efectivamente aquella ponzoña, un veneno más que letal y, sin más dilación, comenzó a resbalar de forma suave hasta caer al suelo una vez cumplida su función de envenenamiento. Avril, que ya era capaz de hablar, no dudó en echarle puyitas al otro mortífago acerca de su manera de tomar ventaja en los duelos. ¿Qué había de malo en aprovecharse de los errores? Entre las cualidades que describían al pelinaranja estaba precisamente aquella: oportunismo. Era alguien que siempre daba lo mejor y trataba de sacar lo máximo de cada situación. Si así había logrado erigirse como uno de los altos rangos del bando tenebroso en el pasado, como Fiscal Mágico en el Ministerio, como profesor en todos los ámbitos de la antigua Academia y como patriarca de una de las más prometedoras familias de Ottery... ¿qué había de malo en ello? Hizo caso omiso a aquellas ofensivas verbales de la muchacha y vio cómo ésta se cerraba las heridas del anterior rayo lanzado por el Tempestad.

 

- Episkey. - pensó también él, imitando aquella curación. Sí, tenía que optar por defenderse en aquel turno. Con la diestra empuñando su varita de Avellano apuntó a las heridas aún abiertas del anterior Seccionatus que le impactó. Las múltiples y sangrantes aberturas de las medialunas afiladas invocadas por Avril fueron sanando con velocidad y tesón. No tardaron en cicatrizar mágicamente. Ahora estaba de nuevo en estado óptimo y expectante, esperó algún movimiento de Avril. Ésta debería curarse el veneno o, por el contrario, podría morir en pocos minutos.

 

 

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Justo en el momento en medio, entre que ella se volvía intangible y se disponía a curarse, Nath creó un morphos con su propia capa de viaje. Pudo escucharlo y no pudo parar el aguijonazo de la avispa. Lo sintió punzante en su abdomen. ¿Habría podido evitarlo si recitaba uno de los hechizos que aparecen en su libro nuevo? No lo creía, no le habría dado tiempo a nada pues todo había sido muy veloz. Y porque ella debía curarse de los ataques de su rival.

 

-Morphos- dijo apuntando a una pequeña piedra que siempre llevaba en su morral, creando un bezoar, efectivo contra cualquier veneno. Lo metió rápidamente en su boca para frenar el efecto letal del animal marino que fuera del agua no podía hacer más de una acción, y luego instantáneamente moriría.

 

-Episkey- volvió a decir, para terminar de curar sus heridas. Sabía que podría haber retrasado la curación pero no quería hacerlo. –Me rindo- dijo la morocha, girando la varita en sus dedos y guardándola en la vaina de su pierna. –Tu ganas- dijo mientras los truenos acompañaban su voz. –O pierdes. Depende del punto de vista que quieras verlo.- no agregó más, dando por terminada aquella batalla. No sería ese el día en que las torres explotaran, ni que cayeran desplomadas víctimas de los hechizos de los dos mortífagos. No podrían culpar al terrorismo por sus acciones, ningún acto vandálico se había cometido en la ciudad de Nueva York, aunque sí dentro de la cabeza de la Malfoy. Tenia ahora una idea mas clara de como serian las cosas en aquel “nuevo mundo” al que había retornado.

 

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Justo en el momento en el que observó a Avril creando un bezoar, no le quedó más remedio que volver a atacar. Así era educado un mortífago: ser sanguinario y no perdonar los errores eran dos premisas extremadamente importantes para triunfar. A pesar de que era su hermana y le tenía cariño familiar, ésta se estaba mostrando más arisca de lo habitual y tendría que enseñarle que el respeto era algo necesario o, de lo contrario...

 

- Morphos. - repitió.

 

Apuntando a sus pantalones creó una floritura que transformó la prenda en una segunda avispa marina. Aunque la primera había envenenado a la joven, cayó al suelo y murió por la falta de agua y diferencia de hábitat. La segunda hizo lo mismo, envenenándola letalmente y causando que la ponzoña comenzase a consumir su vida con celeridad. Fue entonces cuando la ex-Líder aprovechó para curarse las heridas atrasadas de la batalla. A veces en la vida había que tomar decisiones drásticas. Aunque su hermana estaba diciendo rendirse, aquello no le valía al ex-Nigromante para alzarse con una victoria que le reflejase como mejor duelista de ambos y ya le había perdonado la vida una vez.

 

¿Y así le hablaba? ¿Así se lo agradecía?

 

- Sectusempra.

 

El haz de luz partió hacia ella con la misma intención que siempre; abrir aquellos profundos cortes en el pecho que expulsarían la sangre con celeridad. Ella guardó la varita y...

 

Lo inevitable sucedió.

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