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Libro del Equilibrio


Gahíji
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Si se le miraba con atención, se podría llegar a la conclusión de que el lugar se parecía a él, rígido y casi incomprensible. Gahíji estaba de cuclillas frente al mar, mostrando un equilibrio único. Estaba a una distancia corta pero prudente de las olas que chocaban casi con violencia en las grises piedras del risco y, aún así, no lograba librarse de las gotas que saltaban hacia su pantalón e incluso hacia su rostro. Podría parecer aburrido incluso, sin moverse por mera pereza. Pero el ceño fruncido demostraba que en realidad estaba concentrado en algo que nadie más que él podía comprender y, por supuesto, algo que sólo él podía controlar con su mente.

 

No obstante, mientras que el mar daba señales de un enfado con la misma naturaleza en sí, el resto del paisaje estaba en completa discordia con el caótico remolino que empezaba a formarse en la marea. El cielo estaba en un tono de azul perfecto, sin nubes que se interpusieran entre los ojos y la visión de semejante magnificencia. Y los pocos animales que podían encontrarse ahí, puesto que era un islote más bien reducido de espacio, daban la impresión de estarlo pasando bien en la poca flora que había en lo más alto del islote. No había arena, ni caminos, era un islote de piedra y tenía la curiosa forma de un rectángulo.

 

Pero lo más curioso era que en medio de todo, a varios metros de donde el Nefir seguía sin moverse, una bota vieja y rota estaba saliéndose más de la línea que el cielo con respecto al mar. No combinaba con nada, ni siquiera tenía sentido en medio de una guerra de paz y tranquilidad. Pero tenía un propósito y, como se podía suponer por la indiferencia que Gahíji le daba, él había sido quien la había puesto ahí. El viento apenas movía las trenzas sucias o la lengueta de cuero, era una bota terriblemente fea y por algún motivo, irradiaba cierta magia que no era sorpresiva ni para él ni para la persona que la tocara a continuación.

 

La bota desapareció un segundo después y el hombre se enderezó con un control magistral de su cuerpo, tensando los músculos de la espalda involuntariamente. Era mayor, se notaba en la tonalidad grisácea de su piel y en el blanco cabello trenzado hasta la mitad de la espalda, pero aún así tenía un aire de energía y juventud que lo rondaba como los pajarillos al pequeño arbusto de la esquina. Hasta que se miraba sus ojos. Sus ojos decían que en realidad era mucho más viejo de lo que podía estimarse. Era una mirada dura, casi apática, ajena a lo que pudiera expresar con su cuerpo o con su propio rostro.

 

Y era eso precisamente lo que lo asemejaba al islote y al cielo y al mar. El hecho de no poder encasillarlo, incluso si se quería hacerlo.

 

Podía ser una persona diferente dependiendo de con quién tratara y más que poseer distintas personalidades, estaba ligado con más fuerza a lo que una persona podía despertar en él y lo que otras no. Impartiría una clase ese día y estaría expuesto a una serie de muchachos que intentarían ganar sus conocimientos, así como su visto bueno al final de todo para poder usar el libro del Equilibrio con libertad. Pero ellos dependería su actitud. De momento sería completamente neutral, tanto como el islote en medio de todo aquél debate de la naturaleza.

 

Justo a tiempo se giró con agilidad sobre las rocas, empezando a subir con largas zancadas por las rocas correctas. Cuando la bota apareció nuevamente en la parte superior del islote, no estaba sola. Eso no lo sorprendió en absoluto, había convertido el feo objeto en un Traslador, como lo llamaban los magos de la época actual, y éste había traído a sus alumnos desde el Ateneo al medio del mar mediterráneo. Pasó los ojos por sus rostros, memorizándolos tan bien como había memorizado los tonos de azul y turquesa del agua, o los puntos en que las olas se hacían más grandes en el horizonte. Pero finalmente, movió la cabeza hacia la derecha y colocó su mano sobre el pecho.

 

—Mi nombre es Gahíji —la presentación, tal como había planeado, era plana y desprovista de sentimientos, como si hubiera apagado todo con un click. Sin embargo, se las arregló para torcer los labios en una sonrisa difícil de interpretar—. Soy parte del pueblo Uzza y vine a impartirles conocimiento sobre este libro.

 

Como el resto de los Nefir, Gahíji no mostraba todo su rostro, portaba un pañuelo azabache sobre la boca y tenía el torso descubierto. Y a pesar de que estaba oscilando entre lo verdaderamente anciano y sólo adulto mayor, seguía pareciendo imponente. De momento, no tenía ni la vara de cristal a la vista y mucho menos un ejemplar comercial del libro del Equilibrio. Sólo portaba un amuleto colgado al cuello, de un material extraño y único que había heredado, el ébano de fuego. Era un guerrero y los estudiantes deberían darse cuenta de ello antes de tratarlo como a un mago común.

 

—No quiero apellidos, dudo recordarlos todos así que no se molesten en eso. Pero sí necesito sus nombres, para poder llamarlos en los momentos que sea necesario. Y para comenzar, una pregunta al aire, sólo para saber con quién estoy tratando... ¿Qué podríamos pedirle al tiempo cuando se trata de equilibrio?

 

Silencio. Tenía el aspecto del más sabio de todos los sabios en ese momento y él sabía perfectamente la respuesta a esa pregunta.

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Cansada, así era como me sentía mientras deambulaba por las instalaciones del Ateneo, cargando la mochila cada vez más pesada debido a los libros que traía encima, y al paquete de cosas que solía cargar conmigo siempre al punto de convertirse en casi una extensión de mí misma. Las risas y charlas amenas de otros estudiantes a mi alrededor tampoco ayudaban, pues mi ánimo era más bien sombrío.

 

Había algo equívoco en el comportamiento, en el entendimiento de la magia Uzza que con cada libro había ido aprendiendo que me hacía sentir en alerta. Bien podía decir que se trataba de los ideales bajo los cuales enmarcaban su magia, y los sacrificios que exigían a las personas para que estas tuvieran efecto. Había visto el lado "positivo" del asunto en la clase con Athena, y el lado "negativo" y prácticamente demencial con Hades.

 

¿Que tocaría esta vez?

 

Cuando alcancé el punto de reunión indicado, me sorprendió no encontrar todavía a nadie, mas esa situación mudó rápidamente con la llegada de dos personas cercanas, cada una a su particular modo, y trajeron un pequeño alivio en esa cargada agenda de pensamientos pesimistas de mi mente. Los saludos no tardaron en hacerse, y luego vino mi última comprobación antes de partir hacia nuestro destino final mediante una vieja bota colocada sobre un escritorio.

 

- Quizá solo sean impresiones mías pero ustedes saben llevar mejor que yo esto de los aditamentos para la magia uzza. Ahora mismo no dejo de sentirme una joyería ambulante ¿saben?

 

Moví la cabeza de un lado a otro, y haciendo una última exhalación cogí un extremo de la bota. Enseguida, el típico tirón a la altura del estómago me indicó que nos trasladábamos quien supiera a dónde. Todavía con los ojos cerrados sentí la presión de la aparición tan fuerte que caí de rodillas, manchando el pantalón drill al instante y por unos segundos me vi al borde de vomitar todo el almuerzo.

 

Por suerte lo último no aconteció. Algo nerviosa me puse de pie, con no poco ruido por causa del tintineo de los collares, y tras acomodar los mismos rebeldes mechones pelirrojos de toda la vida tras de mi oreja, escuché atenta la presentación del sujeto de apariencia rígida y soberbia que teníamos delante.

 

¡Un uzza! Por primera vez tenía no a un aprendiz sino a un auténtico guerrero de ese pueblo cuya magia había atraído tanto el interés de Inglaterra. No podía evitar notar como el hermetismo que el tipo había denotado en su presentación se extendía a su propia apariencia, con el rostro parcialmente cubierto ¿y a qué otros aspectos más podría extenderse?

 

Por lo pronto las primeras reglas ya estaban dadas, lo mismo que una ambigua pregunta. Respondí de inmediato.

 

- Mi nombre es Bel. Creo que el tiempo en sí mismo es algo que no puede medirse y que constantemente oscila en su significado según cada persona. El tiempo puede pasar más rápido o más lento dependiendo de las circunstancias y a quienes tengas por compañía- di una elocuente mirada a mis dos compañeros de clase- y de la misma forma lo hace el equilibrio. El equilibrio varía en el tiempo, de modo que las cosas que por ejemplo le daban equilibrio a mi vida en una época luego han variado de forma drástica. Por ello, particularmente, no veo que se trate de pedirle algo a uno u a otro, sino entender en su compleja dimensión a cada uno.

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Sonrió. ¿Quién iba a pensarlo? Tenía meses sin tener noticia alguna de Bel y estaba justo a un par de pasos de él. Sabía que aquel no era el mejor momento para socializar, pero no pudo evtiar rodearla en un rápido abrazo una ve que estuvo a su lado. Había alguien más justo detrás de él, pero no tuvo tiempo a darle un vistazo ya que justo cuando Bel soltaba esa pregunta a la que sin duda no tenía respuesta, una bota apareció frente a ellos y comenzó a vibrar.

 

Sólo tenían un par de segundos y si no actuaban rápido lo más seguro es que terminarían perdiéndo la clase o lo que fuera que tuvieran preparado para ellos. Le dedicó una mirada a Bel que la invitaba a su sujetar la bota junto a él y un momento después el escenario había cambiado por completo. Cillian odiaba utilizar trasladores porque casi siempre terminaba un tanto mareado y al notar que estaba justo a un lado del mar todo fue a peor.

 

Se sujetó un poco en Bel al tiempo que escuchaba aquella voz tan autoritaria. ¿Qué demonios? Era la primera vez que estaba frente a un Uzza, ¿dónde habían quedado los aprendices? Si la cosa ya era complicada estando a cargo de ellos, sabía que un verdadero Uzza sólo lo volvería más y más complicado. Dejo escapar un suspiro, el mareo comenzaba a desaparecer, pero igualmente necesitaba alejarse del agua.

 

El mar era a lo que el Yaxley más temía.

 

— Mi nombre es Cillian... —Mumuró, apenas podía hablar por culpa del miedo que comenzaba a invadirlo poco a poco. ¿Qué pasaría si tenían que abandonar aquella piedra y entrar al mar? No, no quería ni pensarlo, si tenía que hacerlo lo mejor sería renunciar y olvidarse de obtener un poco más de la sabiduría de los Uzza.

 

¿Qué más debía decir? Era una persona bastante corriente y no tenía nunca una respuesta para ese tipo de preguntas que Gahíji había formulado.

 

— Y no tengo idea —añadió, sinceridad ante todo.

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Tenía demasiada sed.

 

Era consciente de que debía haber cargado más cosas aparte de las chucherías Uzza en el morral. Con tanta basura, poco espacio le había quedado y únicamente la esperanza de poder beber alguna de sus pociones si el asunto se tornaba urgente había permitido que no se arruinara los ánimos con un arrebato. Se cuestionaba sin cesar sobre ello a medida que avanzaba hacia el aula asignada; el calor que sentía la sofocaba debido a que iba cerrada de negro y sólo el puntiagudo sombrero de bruja le proporcionaba cierto solaz. Cuando alcanzó el pasillo techado que daba al aula, se permitió un pequeño suspiro y se abanicó con la mano izquierda para luego asomar desde el marco de la puerta primero, para echar una ojeada. Se encontraba allí ya Evans y un hombre que no recordaba, mas el reencuentro se vio trastocado por la aparición de la bota que terminó por trasladarlos a un islote de aspecto desdeñable.

 

Su varita, que hasta entonces no había sacado, sobresalía de su bolsillo izquierdo y Catherine, aún evaluando los alrededores, casi podía percibir en su mente los regaños de su hija Madeleine hablando de traseros perdidos y cirugías mágicas radicales. Sólo cuando escuchó una voz fue que su vista se fijó en el anciano enérgico que se dirigía a ellos. Un Uzza. Náuseas repentinas; detestaba sus maneras y no tenía otro remedio que adquirir sus conocimientos (¿mercenarios con códigos de honor? Nada más ilógico e hipócrita, no había nacido el día anterior) pero ¿recibirlos directamente de un Uzza como en la primera clase que llevara? Era casi más de lo que podía soportar.

 

Sólo esperaba que ése no fuera tan insufrible como el primero que había conocido.

 

Por lo pronto, les había hablado de forma medianamente razonable así que Catherine decidió que podía corresponderle con maneras corteses. A pesar de que detestaba los modales ingleses, resultaban útiles cuando se trataba de personas de ese tipo:

 

-Mi nombre es Moody -inició con voz sosegada. Por supuesto, era su apellido pero ella jamás trataba a alguien que acababa de conocer por el nombre y no permitía semejante trato de vuelta. Para ella era impensable, por un tema de hábito. Su apellido era, de cualquier forma, más corto y fácil que su nombre ¿y por qué tendría eso que incomodar al Uzza? Estaba acostumbrada, además, a ser llamada de aquella forma-. En cuanto a lo segundo, debo remarcar las palabras de este muchacho.

 

Se refería, claro está, al que había abrazado a Bel en el aula. No era del todo cierto que no tuviese idea de a qué podía referirse pero su interpretación (o al menos eso creía ella) abarcaba una dimensión propia y esencial. Habría delatado demasiado de sí misma y de los sucesos que habían mellado su memoria reciente, con una respuesta que hubiera expresado abiertamente sus pensamientos. Así que guardó silencio. Si el Uzza iba a enseñarles, mejor que se diera prisa e iniciara con eso primero.

Editado por Melrose

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Escuchar las palabras de Bel era algo maravilloso, si se quería. Cada frase lo llevaba a interpretar desde un punto de vista diferente lo que estaba pasando por la cabeza de la muchacha. Y aún así, no lograba entenderla. Era eso lo que más le gustaba de las personas, la incomprensión, quizás porque no se ponía todo de sí para hacerlo. Quizás porque se ponía todo. Era complicado, tanto como el clima que los rodeaba o su misma personalidad. No obstante, fue el comentario de un muchacho apenado que no hizo más que decir su nombre en un susurro, lo que logró sacarle una sonrisa al Uzza que asintió hacia él como no hizo hacia Moody, porque no era más que una copia de un pensamiento.

 

—Es eso, precisamente. ¿Qué podría tener en común el tiempo con el equilibrio? Ni idea —divertido, hizo un ademán para señalar la punta contraria del islote.

 

Pasó entre los tres con largas zancadas, fuertes pero sencillas, como si en realidad no pretendiera parecer tan imponente como era en realidad.

 

—Aunque no se pueda decir con exactitud cuál sea la relación del equilibro y el tiempo, aunque deba admitir que Bel tuvo un punto, sí existe un claro equilibrio entre la magia y la naturaleza en sí. Todo lo que la naturaleza puede proporcionarnos, podemos aceptarlo, frenarlo o negarlo con un poco de magia —a medida que avanzaba, con los chicos detrás, el risco iba descendiendo con suavidad en rocas bajas e irregulares. Ahí, una serie de nidos de serpiente descansaban a salvo de las olas que rompían con fuerza a sus pies—. Como por ejemplo, el veneno y sus antídotos.

 

Gahíji tenía las manos libres, así como el resto del cuerpo. Incluso era lampiño, lo que lo hacía ver mucho más extraño con la edad que tenía. Sin embargo, cuando se agachó y estiró la mano hacia una serpiente amenazada por lo desconocido, era evidente que estaba usando el poder del anillo de amistad con las bestias. O, tal vez, el poder sobre las criaturas. Siendo un Uzza, cualquier cosa era posible; el reptil se deslizó hasta su mano y se enroscó en su brazo con lentitud, apuntando su cabeza plana hacia los intrusos y sacando la lengua casi como un saludo.

 

Había tres nidos más, cada uno con una serie de huevos y una serpiente para cada estudiante. Eso no era importante, lo importante era que debían imitarlo y por la expresión del brujo, no tenía que darle una guía a seguir para que siguieran sus pasos. Las serpientes eran serpientes de cascabel, especie que solía estar en tierras más cálidas y áridas, lejos de la humedad. Era curioso que estuvieran ahí, a merced del agua, sin escapatoria. Pero el Nefir no dio explicaciones al respecto, quizás tenía un plan, quizás no. Ya se acostumbrarían a sus vueltas.

 

—Dentro de sus libros, justo en el centro, está el corazón de su propio equilibrio. No encontrarán nada, aunque sí hay cuatro objetos. Un anillo, dos frascos pequeños y un amuleto. El anillo es lo que necesitamos ahora, el anillo anti-venenos.

 

Gahíji aguardó con la paciencia de un anciano y aún así, reflejó cierta ansia digna de un muchacho. Cuando abrieran sus libros, todos tendrían que enfocarse en encontrar el anillo y usarlo en el dedo que quisieran. Después de unos minutos, señaló los nidos.

 

—Tomen una serpiente y pruébenlo. Acostúmbrense a la sensación, más tarde probaremos los efectos del Cinaede, un hechizo que afecta las vías respiratorias mediante un potente veneno —la serpiente lo mordió, delante de todos y él no mostró más que una expresión de dolor. Dos gotas largas descendieron por los agujeros de los colmillos—. ¿Lo ven?

 

@ @Cillian @Melrose

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Suspiró.

 

No quería separarse de Bel, que se había convertido en su soporte en aquella situación, pero sabía que tenía que hacerlo. Trató de mantenerse fijo en la roca y comenzó a dar pequeños saltos de un lado a otro, siguiendo a Gahíji. Hasta el momento, ninguna de sus clases había tenido en realidad una relación completa con los libros, pero suponía que eso se debía a la poca preparación de los aprendices.

 

Un segundo después estaba a sólo un par de pasos del Uzza. Había escuchado todas y cada una de sus palabras... Y sí, se había encontrado de nuevo con muchas de las cosas que le parecían molestas de los libros. ¿De verdad la gente necesitaba tener todo ese poder? Cillian creía que no, ni siquiera pensaba que ese poder fuera tan grande como a todos les gustaba pintarlo.

 

¿Anillo de amistad con las bestias? ¿Anillo anti-veneno? Todo ese demeritaba un poco su trabajo en el Ministerio de Magia y la gente poco a poco necesitaba menos de su servicio. Pero bueno, seguro que ese sería un tema que tendría que tratar en otra ocasión y no ahí, los Uzza no eran los verdaderos culpables.

 

Extrajó su libro del Monedero de piel de Moke que guardaba en su bolsillo izquierdo y siguió las instrucciones del chico frente a él. ¡Perfecto! No sólo estaba en un lugar que no era de su agrado para nada, también tenía que interactuar con la criatura a la que más temía, ¿qué más vendría después? El Yaxley ya no sabía si aquella lección iba sobre ayudarle a superar sus miedos o qué.

 

Siempre portaba en su mano izquierda el anillo de amistad con las bestias así que sólo necesitaba hacerse del otro. Un segundo después estaba listo, pero no quería moverse de su lugar. No quería acercarse a aquellas serpientes que parecían estar tan incómodas como él en aquel lugar tan húmedo.

 

— ¿Acaso me estuviste vigilando durante un par de días antes de esto para saber cuales eran mis peores miedos? —Indagó, sabía que era algo imposible pero aún así no pudo evitar hacer la pregunta. Dio un par de pasos más adelante, ¿serviría de verdad aquel anillo? Sí, Gahíji parecía estar completamente tranquilo, pero era un ser superior o algo así—. ¿No tendrás una araña o algo a´si con lo que probar el efecto de este anillo? Sabes, no tengo una buena relación las serpientes.

 

¡Por Merlín! Sabía que tenía que hacerlo o el Uzza lo mandaría directo a dormir si seguía con aquella actitud quejica. Se acercó un poco más, alargó un brazo e invitó a una de las serpientes a que se enroscara en él. Después, un paso en falso terminó con aquella reunión pacifica, Cillian no supo cómo ni cuando pero estaba cayendo hacia aquella enorme masa de agua a la que tanto temía y la serpiente con él. Y no sólo eso, en algún momento de la caída la serpiente lo había mordido.

 

— ¡NO! ¡NO! ¡Auxilio! —Trataba de mantenerse a flote, pero le era casi imposible, no sabía nada sobre nadar.

 

La serpiente se había enredado en su cuello y seguía mordiendolo de vez en cuando en distintas partes del cuerpo, pero Cillian no parecía ceder ante el poder de sus colmillos, sólo sentía un pequeño dolor cada que la misma los clavaba.

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—Oh, vaya.

 

Gahíji, algo sorprendido por la torpeza del muchacho, se quedó mirando casi atónito cómo se ahogaba. O moría. O lo que fuera que estuviese pasando. Cillian estaba haciendo un gran esfuerzo por lograr algo, eso era evidente, movía los brazos y las piernas con una insistencia digna de mención, así como tampoco evitaba que la serpiente lo mordiera por todos lados en su propia desesperación. El Uzza por su lado, observó por unos segundos demasiado largos, hasta que las zancadas suficientes llevaron al borde y un salto ágil hasta una roca cercana al joven mago.

 

Sin embargo, no hizo nada para alzarlo o salvarlo, en vez de eso, rebuscó entre los amuletos que tenía colgado y después de unos instantes de reconocimiento, abrió y vertió el contenido de uno en la superficie que ahogaba a su aprendiz. Pronto al contacto, el agua se congeló desde donde el Nefir había dejado caer la sustancia hasta unos cien metros cuadrados, dejando a Cillian en medio de todo con las manos y la cabeza arriba, metido en el hielo. Era una imagen graciosa, de no ser porque la serpiente lo seguía mordisqueando como un niño a un caramelo. Gahíji soltó una risita que pasó desapercibia mientras andaba por el hielo y con el anillo de amistad de las bestias, retiró a la serpiente del pobre muchacho.

 

—Tal vez debimos buscar la araña —concedió, dejando al ofendido ofidio volver a su nido—. Semillas de hielo, son muy útiles para situaciones como éstas. No obstante, cuando lo tornamos en un hechizo sólo podemos usarlo contra criaturas. Permíteme.

 

Con otro frasquito, Gahíji se las arregló para derretir el hielo alededor de Cillian. Pero no le explicó qué era, tampoco se lo mostró. Era algo más avanzado y por la expresión del hombre, Cillian lo entendería; no recaía en él darle esa enseñanza. El muchacho cayó en el agua helada, puesto que sólo se había congelado la superficie, pero cuando Gahíji lo ayudó a salir el agua no estaba fría, en realidad estaba tibia y algo tenía que ver con lo que había usado antes para derretir el hielo.

 

—Muy bien, prueba el anillo ahora o morirás pronto. Y luego ven conmigo, debemos continuar, queda poco tiempo.

 

Cuando Cillian llegó con el Uzza de Hermes Trimegisto, éste estaba montando lo que parecía ser un monigote bastante peculiar. No era de paja, como muchos, ni de metal como otros. Era de un material extraño, como una piedra negra con vetas rojas. El hombre inanimado miraba a su pupilo con un par de ojos huecos y sin vida y al parecer, lo retaba con una varita del mismo material que el resto de su cuerpo. Gahíji lo señaló con la palma extendida.

 

—Es a prueba de fuego, razón por la que será útil a continuación. Acabas de curarte, también conociste el poder de uno de los frascos que trae consigo éste libro. Ahora es tiempo de que vayamos a la práctica por primera vez en el ámbito bélico. Apunta tu varita al pecho, concéntrate y piensa en "Flechas de Fuego". Es impotante que muevas la varita como si quisieras cortarte la garganta a alguien, por más burdo que sea el ejemplo —divertido por el pensamiento, aunque sabía que era inapropiado, Gahíji hizo aparecer su vara de cristal en un segundo y con el mismo gesto que acababa de explicar, roció al muñeco con filamentos de fuego.

 

Sólo pensando en Flechas de Fuego.

 

—Tu turno.

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¿De verdad lo dejaría morir en aqul lugar? Cillian no dejaba de patalear y mover los brazos desesperadamente, pero no lograba más que hundirse y cada vez lo hacía más rapido. Gahíji se acercó sólo lo necesario para presenciar aquella escena de primera mano o por lo menos eso era lo le parecía al chico que se ahogaba y que al mismo tiempo sentía como el veneno de la serpiente comenzaba a recorrerle el cuerpo poco a poco. Iba a morir, estaba completamente seguro, sólo le quedaban un par de minutos antes de que todo llegara a su fin, pero no fue así.

 

En un segundo, el agua se había congelado. ¿Cómo? Al parecer era otro de los poderes que adquirías en el libro, pero no estaba seguro por completo. Gahíji se acercó por fin y retiró la serpiente de su cuello. ¿Por qué había tardado tanto en hacerlo? Seguro que la vida de Cillian no le importaba en lo más minímo, pero quizá y sólo quizá se metería en un gran problema si permitía que alguno de sus aprendices moría durante el tiempo que estaban a su lado.

 

— Gra... Gracias —la palabra apenas y logrò salir de los labios de Cillian, cada segundo se sentìa màs dèbil.

 

El como llegò hasta la orilla es un verdadero misterio, el Uzza sòlo hizo lo ayudó en parte así que el resto del trabajo lo había hecho por su propia cuenta. Activo el poder del anillo antivenenos y en sólo un par de segundos comenzaba a sentirse mejor, más bien había dejado de sentir que se moría. Estaba empapado y su cuerpo comenzaba a temblar, pero sabía que aquella prueba no había hecho más que empezar. Siguió a su maestro hasta su nuevo destino mientras escuchaba sus palabras.

 

— ¿Existe algo que no pueda lograrse aprendiendo a controlar el poder de estos libros? —La pregunta salió sin querer.

 

Cillian no quería ser todopoderoso, nunca le había gustado tener poder. Si cursaba esos libros era simplemente para no quedarse atrás, total nunca lograba controlarlos del todo y estaba casi seguro de que ya se había olvidado de la mayor parte de lo que había aprendido de los libros anteriores, sólo se quedaba con lo que de verdad le interesaba y la verdad era que no eran demasiadas cosas. El anillo de amistad con las bestias y poca cosa más.

 

Sus pasos los habían llevado hasta una figura que no podía describir del todo, pero que al parecer sería blanco de su próxima tarea—. ¿Qué es eso? —Inquirió, pero no logró seguir hablando ya que la respuesta salió de los labios del Uzza en apenas un segundo. ¿Flechas de fuego? ¿Su varita? Nunca antes había tenido que utilizar su varita para activar alguno de los poderes. Leah, tal y como había optado por llamarla en algún momento de su vida, estaba en su bolsillo izquierdo así que sólo le tomó un segundo hacerse de ella.

 

— ¿Sólo debo pensar en flechas de fuego apuntar con mi varita y hacer ese movimiento extraño? —Intentó imitar al Uzza, pero le costó un poco más de tiempo de lo que a él le había costado. Pensó en Flechas de fuego con toda la intensidad que pudo e imitó el movimiento que Gahíji había realizo, algo así como si quisiera cortarle la garganta a alguien. Un minuto, dos, nada... Un par de minutos después, lo había conseguido, disparó un par de filamentos de fuego en dirección al muñecho.

 

¿Y ahora qué?

 

— ¿Qué más tiene ese libro entre sus páginas? —Comenzaba a sentirse un poco más confiado.

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Asintió, respondiendo la pregunta de Cillian sobre si solo debía pensar en el hechizo. Gahíji tenía sus inconvenientes de comunicación, a pesar de que pareciera bastante adecuado a tratar con personas. No obstante, el joven mago le agradaba lo suficiente como para mantenerse de buen humor y paciente ante sus primeros pasos en el libro del equilibrio. Esperó y aunque esperaba que el hechizo tuviera un poco más de potencia, lo cierto era que había sido bastante bueno para ser el primer hechizo que utilizaba.

 

—Céntrate en el muñeco.

 

Se colocó a la par del muchacho, pareciendo mucho más alto y sabio que él, pero al mismo nivel de alguna forma. Apuntó al muñeco con su vara de cristal y con un movimiento envolvente, rodeó la cabeza de muñeco con una arenilla suave de aspecto molesto.

 

—Las arenas del hechicero son un polvillo que viene en un frasquito dentro del libro, al igual que las semillas de hielo que he utilizado antes. Son producto de la incineración de huesos de un mago, fallecido a raíz de un fuego mágico. Su función es cegar al oponente y tu misión ahora, es lograr que la arena se arremoline en la cabeza del muñeco —movió la cabeza, haciendo un ademán—. Adelante, piensa en "Arena del Hechicero".

 

»El siguiente hechizo, el Cinaede, es mucho más fuerte y lo dejaré como parte de tu prueba. Es un envenenamiento potente que no puede evitarse con el anillo anti-venenos, que no es contrarrestable con un Bezoar. Dependiendo del nivel de magia del mago, de las habilidades que posea, el hechizo es más fuerte. Entra en las vías respiratorias y pasa al torrente sanguíneo, razón por la que requiere un Anapneo para liberar la tráquea y la cantidad de Episkeys necesarios para sanar el daño interno.

 

Mientras hablaba, Gahíji hacía ciertas observaciones silenciosas con respecto al procedimiento mágico de Cillian. Acomodaba sus manos, lo empujaba para que adoptara una mejor posición. Todo con una delicadeza extraña, una brusquedad de un profesor que en realidad no quiere molestar, pero que tampoco quiere ser afectivo. Gahíji era peculiar y todo se debía a que Cillian, de hecho, le había caído bien. Finalmente, dio una zancada atrás, lo miró bien y asintió.

 

—Estás listo para enfrentar tu prueba —dio un vistazo atrás, viendo al resto de la clase y torció el gesto—, sólo tú. Usa la arena del hechicero y ven conmigo.

 

Con los dedos índice y medio pegados, Gahíji inhaló profundamente y cortó el aire con el brazo, usando los dedos como canal de su magia. El portal que se abrió era tan grande como el que podía abrir el Uzza Badru, guerrero del libro de los Druidas, aunque algo más forzado porque el hombre tenía una habilidad innata para hacerlo. Pero era grande, poderoso y lleno de una magia increíble. El Uzza lanzó una última mirada a Cillian y después de un instante, entró al portal. Éste quedó abierto, invitando al muchacho a pasar y del otro lado, la prueba, su prueba, lo esperaba de la mano de un encuentro casi amistoso con su maestro.

 

@Cillian

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Sonrió.

 

¿Quién iba a decirlo? Cillian estaba disfrutando de aquel momento, por primera vez estaba interesado en aprender un poco más sobre el poder de los libros. Pero bueno, en realidad nadie le aseguraba que los demás Guerreros Uzza tuvieran el mismo encanto qe Gahíji así que quizá el interés no duraba demasiado. ¿Qué edad tendría Gahíji? Parecía joven, bastante joven, pero eso no quería decir que lo fuera.

 

No.

 

Comenzaba a desviarse y seguro que ese era el verdadero motivo del interés que estaba poniendo a la clase. Sabía que no podía esperar algo de aquel chico, no. De hecho, en los últimos días no había obtenido nada de ningún chico y era por eso que comenzaba a estar un poco desesperado. Se removió una y otra vez al sentir que el Uzza se situaba a su lado, comenzaba a sentirse atraído por él y eso no estaba nada bien.

 

Repitió una vez más el ejercició anterior, apuntó con su varita hacia el muñeco y movió la vira de un lado a otro mientras pensaba en Flechas de Fuego y esta vez los filamentos no tardaron más de un segundo en aparecer, Cillian intentaba impresionar al Uzza y sabía que la única forma de hacerlo era el demostrar que estaba aprendiendo. No pudo evitar volver a sonreír... ¿Estaría llamando la atención de Gahíji?

 

— Eso es bastante escalofriante —comentó ante la explicación del siguiente poder.

 

Pero más escalofriante era el tener al chico a escasos centimetros de él, tocandolo. ¿Por qué lo hacía? ¿Era realmente necesario? En esa situación era bastante difícil el concentrarse, pero sabía que tenía que hacerlo. Cillian tenía que mostrar entereza o quedaría mal de alguna forma ante el Uzza. Apuntó con su varita al muñeco y pensó Arena del Hechicero. Había supuesto que no lo lograria, que no logría concentrarse lo suficiente, estaba equivocado. Quizá y no necesitaba la varita, nunca lo sabría, ya que fue el polvo que Gahíji había sacado el que comenzó a dar vueltas alrededor de la cabeza del muñeco.

 

— ¿Y se supone que eso dejara ciego a mi oponente? —No obtuvo una respuesta, su maestro se había separado de él un par de segundos atrás, una vez que le había explicado lo que le faltaba por saber.

 

Y justo en ese momento abría un portal. ¿Debía seguirlo? ¿Lo llevaría por fin a un lugar lejos de toda esa agua? Bueno, en realidad no tenía otra opción que seguirlo y así lo hizo, atravesó el portal un segundo después que el Uzza.

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