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Estudios Muggles


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"En la Oficina de Empleo de Londres"

 

Era sorprendente saber que había dos vecinos del pueblo que querían cursar Estudios Muggles. Actualmente, pocos querían pasarse por esta asignatura pues había una cierto sentimiento en contra de estos humanos que nos acompañaban en el día a día que estaba creciendo a pasos agigantados. Siempre había habido esta idea de que los magos éramos superiores a los no-magos pero últimamente esta idea se extendía por los núcleos urbanos y villas en las que vivían las personas mágicas.

 

Para mí era una aberración, por supuesto, pero no podía negar que, si no se frenaba esta idea, podríamos acabar en una guerra contra ellos. Y no iban a quedarse quietos. Lo contrario. Los muggles en Inglaterra y el resto de no-mágicos en el mundo entero, habían conseguido llegar a un grado de comunicación global que les había permitido armarse contra todo tipo de amenazas y tenían potencial para enfrentarse a ellas.

 

Y eso no era bueno. Como había dicho alguien en el pasado, las guerras no las gana nadie y las sufren todos. Sumida en estos pensamientos negativos, había llegado a la conclusión de que el mundo mágico no sabía valorar las cosas positivas que los muggles podrían ofrecernos. En vez de menospreciarlos, si convivieran con ellos seguro que serían capaces de ver aspectos de su vida cotidiana que nos dejarían con la boca abierta.

 

Es por ello que, para esta clase, iba a huir del aula que, seguramente, estaría criando polvo y telas de araña, puesto que no me gustaba hacerla servir y prefería enseñar al aire libre. Escribí una nota manuscrita en un pergamino y cité a los dos alumnos que me tendrían como profa en una cafetería del centro de Londres, cerca de Peel Street, donde se encontraba la Oficina de Empleo más grande de la ciudad de Londres. Los chicos iban a conocer el mundo muggle desde abajo e iban a solicitar trabajo en el mundo muggle. Les iba a enseñar a rellenar formularios y a conocer la variedad de información que se conseguía estando un día entre ellos.

 

Sonreí cuando mandé las notas a @ y a @@Patrick Colt. Iba a ser divertido como se desenvolvían entre ellos.

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No fue sino hasta recibir la carta por parte de la Universidad que Tauro asimiló la locura que estaba a punto de hacer. ¿A qué líder de la Marca Tenebrosa en su sano juicio se le ocurriría apuntarse a semejante clase? Y lo más importante ¿Qué iban a decir los demás Mortífagos cuando se enterarán? Si bien no era una mujer que viviera a base de lo que pensaran los demás, en cierta medida sí le preocupaba que se le malinterpretara y más por el verdadero propósito que se escondía detrás de toda esa parafernalia, además de que para nadie era un secreto la gran influencia de los Muggles en el mundo mágico y una gran prueba de ello era la vestimenta. Aun así, no muchas personas lo reconocían abiertamente, nadie se atrevería a decir que una raza inferior pudo influenciar a quiénes podrían acabarlos en un sutil movimiento de varita.

Suspiró.

La historia de Tauro con los muggles guardaba una estrecha relación con los humanos en general, esos seres carentes de imaginación, pues también detrás de cada obra y detrás de cada nuevo descubrimiento se escondía un mago o bruja que se camuflaba como si fuera parte de su sociedad y eso era lo que molestaba a la Líder Mortífaga. ¿Por qué esconderse? ¿Por qué tanto miedo? Los mismos muggles apartaron a la comunidad mágica de todo el mundo, tachándolos de escoria y propagando la idea de que lo mejor sería eliminarlos y por años lograron intimidarlos, tanto que la magia estuvo en un punto de quiebre donde casi se extinguió. Y sí, hubo quiénes eran tramposos, mentirosos, que usaron su poder sólo para fines egoístas, pero la mala hierba también crece en cualquier rincón de la tierra.

Lo anterior no está explicando todavía el por qué de su repelo con ellos y Tauro es consciente de que no existe una explicación capaz de convencer al resto de brujas y magos, quizás por eso eligió el camino de la Oscuridad como suelen llamarlo. Sin embargo, considera que los muggles no hacen otra cosa sino ir en retroceso con su mente cerrada, que no son capaces de aceptar que la magia existe y no esa ridiculez que les encanta ir a ver en los teatros, donde un tipo con esmoquin simula sacar un conejo de un sombrero y todos quedan fascinados. Quizás es que tienen miedo a lo desconocido, a lo que no pueden controlar y a raíz de ese miedo pueden terminar escondiéndose ellos o hacer lo que mejor saben hacer: crear máquinas de destrucción masiva. Como sea, en su opinión, los muggles -y los humanos en general-, le resultan poca cosa y el motivo por el cual decidió tomar esa clase de Estudios Muggles es para ver si aun queda alguien rescatable a quién usar para los propósitos de su bando, como inferis, por ejemplo.

Lo primero que tenía que hacer era elegir una ropa apropiada, por lo que eligió uno de esos vestidos informales negros que tenía en el armario, con su falda corta por encima de la rodilla, de tiritas en ambos hombros y unas zapatillas cerradas sin tacón con las cuales podía caminar mucho sin cansarse. Por último dejó su cabello suelto, colocándose en su muñeca derecha algo con lo que pudiera amarrarlo cuando empezara a fastidiarle. Según la nota tenía que aparecerse en una cafetería del centro de Londres, cerca del Peel Street. Llegar allí no le tomaría mucho tiempo ni complicación, así que una vez engulló rápidamente una tostada y medio vaso de jugo de naranja, se preparó para utilizar el tradicional método de desaparición y aparecer en un lugar que estuviera poco concurrido o que al menos hubiera la suficiente cantidad de personas para poder camuflarse sin que nadie lo notara y efectivamente eso fue lo que hizo.

Sin tener idea de qué iban a hacer exactamente, Tauro caminó hacia la cafetería y pidió un café helado más galletas con chispitas de chocolate. Habían cosas que no cambiaban entre ambos mundos, costumbres compartidas que permitían que una bruja como ella pudiera desenvolverse sin llamar la atención, además de que antes, hace muchos pero muchos años, los había observado de cerca como parte de un experimento personal, porque si algo encontraba entretenido en los humanos, era el desarrollo de sus emociones. No sabía donde se encontraba su profesora, pero mientras la esperaba miró con disimulo la dos sujetos de la otra mesa, quiénes llevaban una acalorada conversación sobre una mala inversión.

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No me costó ver llegar a mi primer alumno: Tauro. Bueno, tenía la suerte de que ya conocía a mi amiga porque..., en fin..., habíamos compartido ciertos momentos importantes que quedan marcados en la memoria, una de esas experiencias que esperas que permanezca siempre en el anonimato. Yo, sin embargo, nunca había pensado mal de ella ni la había esquivado; todo lo contrario, el suceso vivido había convertido a aquella mujer en mi amiga, alguien en la que confiaría cualquier secreto porque creía que congeniábamos.

 

Lógicamente, en mi desconocimiento total de sus pensamientos internos y del cargo que ostentaba en el bando enemigo al mío, confiaba tanto en ella que era capaz de confiarle mi vida sin sospechas. Al fin y al cabo, ya lo había hecho una vez y me había demostrado que era una mujer fuerte, de coraje, de fiar. Me había salvado la vida y me había ayudado a... Eso no lo cuento, al menos todavía... Solamente, confirmar que le tenía mucha confianza.

 

Iba a hacerle un gesto para que me viera pero ella pedía al camarero un café con galletas. Me demostró, en cierta manera, que estaba acostumbrada con muggles. No noté ningún gesto de desaprobación mientras hacía su pedido y cuando se lo trajeron. Sonreí, orgullosa, al menos con ella no tendría problemas para enseñarle el Mundo Muggle y su capacidad de adaptación a las situaciones adversas. Yo amaba esa disposición para solventar incidentes con una imaginación que sustituía nuestra magia. Les admiraba y, esperaba que Tauro también llegara a entenderlo.

 

Patrick era otro cantar y, en cierta manera, le tenía miedo. Sí. No podía evitarlo. Era un personaje oscuro que relacionaba con las pesadillas más tenebrosas de un momento de mi vida que no quería recordar. Esperaba no tener problemas con él. Pero como no estaba aún en el local, iba a aprovechar para estar un rato con ella y enseñarle un par de cositas de los muggles. Me alboroté el pelo, violeta, en eso no había cambiado, pero lo tapé con un sombrero de rafia. Me crucé la chaqueta, algo amplia, oscura y nada moderna, me encorvé un poco al caminar, mostrando tan sólo unos tejanos muy usados y algo rotos en las rodillas. Extendí la manos al pasar por varias mesas, implorando una limosna.

 

-- Por favó, una monedita pá un café. Por favó...

 

Supongo que los camareros estarían acostumbrados a este tipo de peticiones, siendo un café que estaba enfrente de la Oficina de Empleo. Recibí unas cuantas miradas reprobadoras pero algún que otro parroquiano depositaron unas monedas en la mano. Cuando llegué ante Tauro, sonreí un poco y le tendí la mano, imploradora.

 

-- ¿Me invita a una de esas galletas? Tengo hambre. Pál café he sacado por las mesas, creo que me llegará, mujé.

 

¿Qué tal se tomaría la bromita?

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  • 2 semanas más tarde...

- Piltrafa - susurró. La voz del hombre era tan ronca que ni los búhos se atrevían a ulular fuera de su habitación.

 

Estaba amaneciendo; y prueba de ello el celaje de la pequeña sombra del papel que había achurrado y tirado en el jardín del Castillo. Los primeros rayos del sol ya se dejaban ver.

 

Era irónico. Patrick Colt jamás se había sometido a ningún régimen, ni siquiera a los que el infierno le presentaba como un esquema de eternidad. Pero ahora, una institución del mundo mágico lo requería a través de esa nota que había desechado, pues lo citaba a un encuentro en la cafetería de la Oficina de Empleo, cercano a la Calle Peel en Londres.

 

Tomó su varita, que de haber podido hubiera partido para canalizar la ira que sentía en el momento, giró hacia la ventana con forma de arco, y desapareció.

 

 

 

Una sombra hizo aparición en la entrada de alguna cafetería de Londres, concurrida, conocida. Ella era anexo a una Oficina de Empleo, cuya función desconocía el hombre que se materializaba. Frunció el ceño, y volteó la mirada. A unas cuadras el letrero verde que nombraba a la Calle Peel podía observar con su mirada dorada.

 

A pesar que él le servía a los ideales que buscaba preservar la pureza de la sangre, aquella mañana no llevaba máscara. Pero sí su gabardina oscura, negra y abismal. Lo vestía completamente, cubría sus tobillos y su cuello. Se extendía como un seductor abrazo por sus extremidades y cubría cada porción de piel y cualquier gramo de tatuajes.

 

Ladeó la cabeza y apartó la entrada. Al ingresar al local, la muchedumbre le robó la paciencia aún más. Era un lugar bajo, en el cual debía compartir espacio con terceros. Tan solo el hecho de poder masacrarlos a todos lo hubiese llevado al éxtasis de regodearse de manera exquisita. Jugueteó con su varita, la promotora de aquella idea pagaría caro y... no, debía contenerse pues al encontrar su cabellera púrpura entre la multitud, identificó a la Líder Mortífaga que la acompañaba. Debía hacer un esfuerzo por sobrellevar lo que diría Sagitas, que hacía un tiempo atrás sus elfos estarían rastreando sus pasos en aquel parque que finalmente sería una jugarreta para desviar la atención del mortífago.

 

- Listas para la danza de la muerte - susurró con una voz mortífera, lastimera y seductora. La crueldad teñida en su rostro contagiaba aquellas palabras y, no solo su mirada acechaba el alma de ambas, sino también su varita pendenciera y mortal.

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Toda la alegría que tenía encima desapareció al sentir el murmullo de aquella voz conocida. No me lo esperaba, lo reconozco. A pesar de que sabía que Patrick Colt iba a ser alumno de aquella clase, se me había olvidado por completo con la complicidad que tenía con Tauro. Me quedé helada durante unos instantes. Creo que toda la cafetería quedó petrificada, tal era el efecto que hacía aquel hombre a su paso. Tragué saliva e intenté recuperar la compostura de una profesora ante sus alumnos.

 

-- ¡Hem... ! Hola, Patrick. Hola, Tau... Hem... ¿Qué tal? ¿Vamos a ver muggles dentro de su habitat natural...?

 

Un momento, ¿yo había dicho eso? Pues sí que estaba mal, si había soltado tal barbaridad. Aquel hombre me ponía muy nerviosa.

 

-- Permitirme un minuto más en la cafetería para que os explique por encima con lo que nos vamos a encontrar. Quiero que os fijéis en todos los detalles. Seguramente ninguno de vosotros hayáis tenido nunca que pasar por esta situación porque, gracias a los dioses, nunca hemos tenido problemas económicos que nos afecte como para no tener ni dónde vivir ni cómo sobrevivir a la escasez económica.

 

Bueno, o al menos eso creía. En nuestro mundo mágico, hasta los chicos más jóvenes que recién llegaba a Ottery tenía una familia de referencia que cuidaba de él hasta que fueran galeónicamente independientes. Carraspeé y hablé un poquito más fuerte, para que no se notara la tensión que había aún en el ambiente. Poco a poco, el resto de personas de la cafetería volvían a su rutina, algunos desaparecieron pero, en conjunto, volvían a beber su café o a leer los diarios gratuitos que se repartían por toda la zona.

 

-- Hay muggles que no trabajan y no tienen ningún ingreso para subsistir. Su Gobierno ofrece ayudas a los parados, como se llaman a los que no tienen empleo, pero hay que rellenar un montón de papeleo. Vamos a ir a uno de los Centros donde se rellenan esos papeles. Veréis... Lo primero que hacen es comprobar los datos personales, los empleos que han tenido y los motivos por lo que los dejaron. También ofrecen empleos de acuerdo con sus estudios o capacidades profesionales y después les fichan una serie de tarjetitas que les dan derecho a cobrar un subsidio de desempleo. Suelen obligar a acudir al menos, una vez al mes. Algunos casos que son estudiados por fraude pueden variar y obligar a "fichar" en días y horarios distintos. Como en todas partes, suelen haber maestros en cobrar sin pegar golpe.

 

¿Sabrían lo que significaba eso?

 

-- Quiero decir, sin querer trabajar y cobrar por no moverse un dedo. Aquí, en esta oficina, se lleva todo tipo de control para evitar este tipo de listillos. Quiero que os fijéis en todos los detalles, desde la ropa hasta el mobiliario que usan los funcionarios. El dialecto también es distintivo, seguro que os dais cuenta de eso. También veréis un montón de formularios, desde los de petición de empleo a los de control de trabajos. Quiero que os hagáis pasar por un muggle y soportéis una cita de trabajo con uno de los funcionarios. ¿Vamos?

 

Me levanté de la mesa donde me había sentado, al lado de Tauro, y me pasé las manos por la ropa, intentando relajarme. Algo me decía que Patrick, si se mostraba así de altivo con los funcionarios que le iban a atender, podría acabar en algún calabozo policial por desacato.

 

Eso si no utilizaba la varita, claro...

 

Así que tomé valor y me giré, para mirarle a los ojos.

 

-- Las varitas y trucos mágicos están prohibidos. Cualquier uso de la Magia dentro de ese edificio comporta un suspenso directo. ¿Habéis comprendido?

 

No sé porqué utilicé el plural si, en el fondo, mi aviso iba hacia el miembro masculino de mis estudiantes.

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A Tauro no le gustaba la compañía y menos de personas desconocidas, por lo que apenas el vagabundo se le acercó su instinto la hizo empuñar la varita de inmediato, dispuesta a lanzarle una maldición que lo dejara sin vida, pero antes de que pudiera hacer algo así se controló, sin reparar demasiado en él escuchó lo que le decía y sonó a ¿monedita? No tenía idea de lo que quería, estaba a punto de pedirle que se marchara y en cuanto le pidió galletas supo que era lo que quería, lo único que deseaba Tauro era volver a estar sola, así que se apresuró a responderle:

 

— No sé qué quiere decir con monedita, pero llévese las galletas, tan sólo váyase —no quería sonar grosera, tampoco hizo el esfuerzo por ser menos hostil, pero al menos el vagabundo obtendría lo que quería, ¿no?. No fue sino hasta la llegada del desagradable de Patrick Colt que supo que Sagitas era la persona tras los trapos.

 

—¡Vaya! Sí lo que querías era desayunar gratis podrías habérmelo pedido —bromeó Tauro, al tiempo que le devolvía una sonrisa amigable. El pasado de esas dos era algo que les pertenecía únicamente a ellas y dadas las actuales circunstancias era muy probable que su amistad fuese vista con malos ojos, pero eso no le importaba —Así que a eso se dedican eh... —continuó, haciendo una pausa para reflexionar un poco —. Supongo que moneditas es dinero y con eso se alimentan... —, agregó. «En serio que son tontos los muggles». Aquel pensamiento lo guardó para sí misma, no quería decirles tontos en su propio territorio.

 

Lo que les proponía Sagitas sonaba descabellado, por el simple hecho de que además de convivir con muggles, tenían que actuar como ellos, pretender frente a los demás que eran parte de su especie y eso hacía que Tauro se sintiera incómoda, con el único deseo de marcharse antes de tener que rebajarse a semejante cosa. Lo meditó por varios minutos antes de dar una respuesta definitiva, evaluando los pros y los contra que tenía su clase de Estudios Muggles y al entender que al final de la clase no terminaría despreciándolos menos, al menos aprendería nuevos trucos que le servirían en un futuro, nunca se sabía cuando los podría necesitar y a sus encantos de comportarse siempre a la altura.

 

— Esto que me estás pidiendo es una locura, ahora serás tú quién tenga que pagar por mi almuerzo —dijo finalmente.

 

Tauro se aproximó a la oficina donde pediría empleo, algo bastante cómico si lo pensaba en retrospectiva, pues actualmente no tenía trabajo, sin embargo vivía cómodamente de la pequeña fortuna que ella misma construyó. Antes de hacer algo observó todo a su alrededor y esperó a que dos o más personas imitaran el mismo comportamiento de la otra, así supo donde debía tomar el formulario. Estuvo a punto de agitar la varita para hacer aparecer una pluma y recordó que tenían prohibido hacer uso de la magia. Ella no era una rebelde sin causa, le gustaba, en lo posible, respetar a la autoridad y en ese caso Sagitas lo era, estaba en su clase. El dilema ahora consistía en poder escribir sin pluma... De hecho lo intentó por todos los medios, incluso con un líquido negro que encontró chorréandose en una banca, untándose la uña, parecía tinta y al lado había un objeto largo con punta, que se asemejaba bastante bien al objeto que buscaba.

 

— ¿Es tu primera vez aquí? Yo tampoco sabía muy bien qué hacer, es mi tercera vez, al parecer tengo problemas para adaptarme a un trabajo y siempre termino aquí —dijo un sujeto de la nada, algo canoso, pero era muy difícil si se debía a la vejez o a la mala vida que llevaba.

 

— ¿Gracias? —no sabía muy bien qué responder. Aceptó lo que el hombre le pasaba para escribir de buena gana y luego de haber llenado el formulario con únicamente su nombre —¿Y ahora a quién tengo que llevarle esto? —preguntó interesada.

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Funcy Onaria, Oficina de Empleo de Peel Street:

 

A Funcy no le gustaba su trabajo y sólo venía cada día a la oficina porque aún debía un crédito enorme de la hipoteca de la casita unifamiliar que se había comprado en las afueras de Essex. Era cierto que, cuando cometió aquella locura, estaba completamente enamorada de su marido, aunque eso fue dos meses antes de que el muy maldito se fuera con la mujer de otro compañero de trabajo a una sucursal fuera de Inglaterra, llevándose todo el dinero y dejándole a ella las deudas.

 

Funcy era la típica funcionaria amargada, a pesar de su relativa juventud, pues sólo tenía cuarenta años aunque sus compañeros murmuraban, a su espalda, que parecía una vieja sesentona rodeada de gatos con los que paliaba su soledad. ¿Y qué si le gustaban los gatos, los únicos animales que no la iban a dejar tirada en una casa vacía.

 

Puntualmente, a las ocho y media estaba en el interior de la oficina, dejando bolígrafos atados en las mesas de recepción y poniendo paquetitos de formularios en cada una de ellas. A las nueve en punto, abría las puertas y se sentaba, esperando que las ocho horas pasaran lo más rápida y sin incidentes. Hoy no era un día diferente a los de aquella semana, aquel mes, aquel año... Las mismas caras de aburridos palurdos sin trabajo que intentaban engañarla sobre sus ingresos anuales, sobre los hijos a cargo o los padres que vivían con ellos. Funcy era la encargada de los casos difíciles, aquellos que se olían a la legua que iban a ser complicados. Sus compañeros la tildaban de tirana y sabían que ella era feliz en descargar toda su mala leche agria en aquellos estafadores, denegarles el dinero del pago y citarles para una audiencia con un Inspector de Trabajo.

 

Funcy era lo que los usuarios de aquella oficina llamaban una c..., mejor no decirlo en voz alta. Cuando Funcy oía los insultos que le lanzaban, se envalentonaba y se sentía orgullosa de su puesto de trabajo.

 

Aquel día, como habíamos dicho, era el más normal del mundo y, enseguida, notó a varias personas que iban allá para estafar al Gobierno con sus quejas y sus intentos vanos de conseguir una paguilla para gastarlas en vete-a-saber-qué sin ser en comida o la familia. ¡Oh, sí! Estaba segura que aquellas dos mujeres que revoloteaban por las mesas y miraban con cara de gula los bolígrafos, iban a generar problemas.

 

-- ¡Lo tengo contados! -- les gritó, sobre todo a aquella de pelo azulado. Con el viejo que hablaba no habría problemas, así que se lo dejó a uno de sus compañeros. Era un usuario mensual que venía a rellenar la solicitud cada vez y que intentaba meter a su mujer enferma, olvidando que ella tenía una paga por invalidez y que eso le quitaba el derecho a incluirla. Ya revisaría su formulario cuando se fuera. Ahora quería a aquella muchacha rara. -- Usted, la azulona, pase por aquí.

 

Sí, estaba dispuesta a no dejarle pasar ni una sola anotación de más que tuviera en el formulario. Era la primera vez que la veía, seguro que en otros centros ya la habían rechazado y ahora lo iba a intentar en este lugar. ¡Pues con la Señorita Onaria se había topado!.

 

-- ¡Eh, usted! Venga, que no tengo todo el día. -- Se levantó a buscarla, ya que no se daba por aludida y tomó, casi arrancó, el papel de sus manos. Enarcó una ceja. -- ¿Está de cachondeo? ¿Sólo su nombre? Si es que esto es un nombre... Taurogirl... No será el mote por el que le conocen sus amiguitas de... de trabajo.

 

Anduvo hasta su mesa y se sentó, esperándola, con el dedo puesto encima del formulario vacío.

 

-- A ver, no me diga que no sabe ni su número de Seguridad Social ni la dirección en la que vive. ¿Es que no ha trabajado nunca? Vamos, ¿o quiere que busque en mi lindo ordenador todo su expediente? Seguro que debe poner cosas muy interesantes sobre usted. A ver, ¿qué es lo que quiere? ¿Una pensión de alimentación, de viudedad? ¿De madre soltera? ¿A qué demonios ha venido a la Agencia de Trabajo?

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El lugar estaba bastante lleno de gente como para que el mortífago lo pudiera tolerar.

 

El bullicio, los murmullos, el sonido de pasos arrastrados, iban y venían de una forma absolutamente abrumadora. Aquel lugar no era tan tranquilo como estaba acostumbrado, y no se asemejaba en nada a sus aposentos dentro de la Fortaleza Oscura. Miró de un lado a otro y su mirada marrón de pronto estaba siendo abordada por un resplandor intenso como el oro. Y eso no era una buena señal.

 

- Al parecer tu relación con Sagitas es tal, que te estás contagiando de este vago mundo asqueroso - dijo en respuesta a Crouchs -, ¿desayuno gratis? Sabes quien soy - le indicó a la bruja haciendo referencia tácita a su varita mágica. Patrick Colt no necesitaba monedas de intercambio, ni dinero, para conseguir lo que quería. La fuerza mágica lo conseguía todo.

 

Sagitas, en su intento de turismo a través de las oficinas donde los muggles se desarrollaban, empezó una tertulia sobre unos temas que a él no le interesaba en lo más mínimo. Solo quería la certificación de aquel conocimiento en su prontuario profesional, lo que le regalaba un paso más para adueñarse de la Universidad Mágica. Esa institución también debía estar bajo el control de la Marca Tenebrosa.

 

Avanzaron de tal manera que sus pensamientos fueron abarcando su mentalidad y el paso del tiempo pasó desapercibido. Inadvertido hasta el momento en que Sagitas les recordó la prohibición del uso de la magia. Sin embargo, más adelante, Tauro tuvo que relacionarse con una trabajadora de nombre Funcy, y tras el maltrato de la mujer, la reacción de Patrick no se hizo esperar.

 

El hombre rodeó el cuello de Onaria con su antebrazo izquierdo e hizo tal presión que ella empezó a quejarse por falta de oxígeno. La varita reluciente y negra del mortífago salto a relucir en su diestra, la cual hundió la piel en la sien de la muggle que amenazaba.

 

- Sabes quienes somos nosotros - las intenciones psicóticas del mortífago se veían claramente en su rostro, con ojos saltones y expresión de evidente ansiedad - tengo mucho tiempo de no ver correr la sangre, ¿sabes? desde hace unos meses que la desaparición de la Orden del Fénix fue certificada. Los maté a todos - siseó finalmente, y succionó el aire con sus labios para secar su garganta. Pero no pudo, estaba sediento y se notaba.

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Sin darle tiempo al hombre para responder, Tauro sintió el grito ensordecedor de una mujer bastante desagradable a la vista y sin conocerla no dudaba de que en persona fuera igual o peor. Haciéndose como que la cosa no era con ella, la peli-azul siguió con la vista clavada en el formulario a pesar de que hace rato que lo mantenía en blanco. No fue sino hasta el segundo grito que se decidió a mirarla, más que todo porque estaba haciendo que todos concentraran su atención en ella, mirándola de manera muy curiosa como si se tratara de un ser de otro planeta; lo que Tauro no sabía era que el motivo de tantas miradas se debía a su peculiar color de cabello, quizás más común en los críos y no en ella que aparentaba ser una mujer medio adulta.

 

— ¡Oiga! ¡¿Pero qué está haciendo?! —a la muy maleducada mujer no le faltó sino arrancarle la mano. ¡Habrase visto una mujer tan maleducada! Desconocía por completo la verdadera razón detrás de las insinuaciones de la atolondrada mujer, pero aun sin saber a qué se refería con ''sus amiguitas'' intuía que se trataba de algo muy ofensivo y a juzgar por la cara del vagabundo que seguía de cerca la escena, supo que tenía razón.

 

— ¿Y a usted qué le importa cómo me llamo? —respondió furiosa, pero antes de que cualquiera pudiera hacer algo, Patrick Colt había reaccionado como era de esperarse y estaba a pocos segundos de matar no sólo a la mujer, sino a cualquiera que se le cruzara en su camino armando un gran escándalo. Acercándose mucho a Colt, Tauro le susurró bien bajito para que sólo él escuchara: —Nunca te puedes estar calmado. Por supuesto que esta pobre infeliz no sabe de lo que estás hablando y si miras a tu alrededor pareciera que el único loco aquí eres tú. ¿Te tomaste algo antes de llegar? Eso explicaría que estés delirando —aunque no tuviera motivos para hacerlo, Taurogirl quería librar al ex mortífago del tremendo lío en el que se estaba metiendo. ¿Acaso no se daba cuenta de que los estaban observando? En todos lados habían mortífagos, miembros de la Orden del Fénix y en caso tal de que estuvieran extintos, Aurores del Ministerio. Si él quería ir corriendo por ahí presumiendo de lo que decía que era, era su problema, pero no iba a permitir que la arrastrara con él.

 

— No me diga que es su marido, eso explicaría su mala cara y su forma de tratar a los demás, debe tener una vida bastante miserable para comportarse de esa manera —. Hasta el momento Tauro se había comportado y conservado la calma, pero no iba a permitir tampoco que la f***** esa la tratara como se le diera la gana — Y qué pregunta más estú.pida, si estoy aquí es porque evidentemente he venido aquí para encontrar trabajo, si no tengo más datos es porque ni siquiera me ha dado tiempo de llenarlos, aunque no poseo la mayoría de ellos.

 

Y a todas estas, ¿dónde se encontraba Sagitas? ¿Qué estaba esperando para actuar? Por un lado Patrick Colt volviéndose loco y por otro desconocía por completo toda la información del formulario, a excepción de su nombre y dirección, que también había dejado en blanco pues dudaba que un muggle lograra encontrar su mansión. Más bien diría que no tenía casa y que pasaba la noche en parques o por donde pudiera.

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No me hizo falta que el Anillo Detector de Enemigos me avisara que estaba en peligro. Lo sabía. Lo había sabido desde que recibí la lechuza diciendo que tendría a Patrick Colt en mi clase. Lo supe en cuanto Patrick Colt entró en el café con aquella frialdad que afectaba a todos los presentes (aunque, curiosamente, Tau y yo, pero sobre todo Tau, fuimos capaz de ignorar esa sensación). Lo sabía ahora, que el Anillo adquirido con el Libro de la Fortaleza me avisaba de un ataque inminente.

 

A ver, soy una bruja más o menos pacífica y poderosa, aunque no me guste alardear de ello. Hoy en día, en Ottery (extensible al resto del país, incluidas las zonas no mágicas) es necesario llevar encima todo lo que te permita sobrevivir a un ataque inesperado. Aquel día, con aquella amplia, oscura, nada moderna y con los bolsillos de moke, llevaba todo lo necesario para lidiar contra aquel hombre. No me iba a causar problemas a mí, no iba a causar problemas en mi clase... Pero, sobre todo, no iba a causar problemas en aquel entorno muggle en el que ingenuamente había creído que sabría apaciguar su genio y no iba a causar problemas al Ministerio de Magia por una actuación indebida que implicara magia en el mundo de los no-mágicos.

 

¿Me había creído que no iba a usar su varita? No. Me hago la ingenua en muchas cosas pero no lo soy. Por ello, les dejé pasar y me preparé para ser lo más rápida y expeditiva posible contra aquel hombre. En otras circunstancias, hubiera alejado mis pasos de su camino. Era lo más práctico que se podía hacer cuando Patrick Colt entraba en escena. Sin embargo, hoy no era una vecina del pueblo, era un representante docente de la Universidad Mágica y un miembro (no muy oficial aún) del Ministerio de Magia. Mis cargos, hoy, me obligaban a proteger a Tau (?) y a los muggles que se cruzaran por delante de aquel ser oscuro que había tenido la osadía de cursar Estudios Muggles sabiendo que los odiaba. ¿Para qué se habría apuntado? ¿Para dar problemas?

 

Seguro.

 

Por ello, les dejé entrar y les cubrí las espaldas. O mejor dicho, les cubría las espaldas a los muggles que estaban allá. Aquel hombre era peligroso. Era curioso que, en ningún momento, pensé que mi amiga también lo fuera. Sabía poco de ella en cuanto a estudios y conocimientos y, lo intuía, era también una gran bruja en cuando a poderes, aunque no coincidíamos casi nunca en actos sociales y no sabía con quienes se codeara. Sin embargo, no me sentía amenazada por ella. Sólo por él.

 

Así, en cuanto los tres estuvimos dentro, procuré quedarme dentro del radio de acción de ambos y los vigilé. Tauro intentaba cumplir con el objetivo de la clase, reconocer su alrededor e incluso habló con un hombre mayor aunque... ¿no sería porque abusaba de las bebidas alcohólicas? Parecía más viejo de lo que debía de ser en realidad. Una mujer increpó a mi alumno y le arrebató el papel que escribía de las manos, ordenándola que fuera a la mesa. Aquí, todas mis alarmas saltaron. Patrick parecía demasiado quieto pero sus ojos se habían ido ennegreciendo desde que habíamos salido del local anterior.

 

Entonces, empecé mi anticipación para todo lo que pudiera suceder. Toqué con disimulo mi Anillo e invoqué Salvaguardar contra los Oídos indiscretos. Alrededor de mis dos alumnos y de mí, un bloqueador de sonidos se extendió para impedir que nadie escuchara lo que iba a salir de allá. Era obvio que, en aquella situación extrema, Patrick y yo íbamos a soltar muchos tacos (no era lo que más me asustaba) y algún que otro hechizo (que no podría escuchar nadie). En el interior había quedado la muggle de mala baba, a quien no había podido evitar dejar encerrada dentro del escudo.

 

Sin embargo, ella no me importaba. Se lo había buscado. Aunque tendría que solucionar eso después. Tauro intentaba convencer al asesino en potencia de que cesara en su presión a la mujer y "bromeaba" con ella, haciendo ver que no le conocía. Era hora de entrar en acción y librar a la mujer cuyo rostro variaba entre el rojo de la ira y el azul de la falta de aire. Estando protegidos de todo el exterior gracias a mis anillos, sabía que no saldría de allá ninguna de mis palabras ni nadie vería lo que estaba sucediendo en aquel lugar. También había invocado la Salvaguarda contra miradas indiscretas, garantizando total impunidad contra lo que se decía y se hacía en aquella mesa de Funcy Onaria.

 

-- Señor Colt: suelte su varita.

 

Sí, hoy me estaban obligando a mostrar toda mi experiencia en magia que había ido adquiriendo durante tanto tiempo. Tal vez se rompiera la imagen de bruja alocada y algo perdida que pudiera tener ante los ojos de Tau y del pueblo entero de Ottery. Pero hoy era una ocasión especial. Si ya había demostrado que poseía los poderes mágicos adquiridos mediante los libros de la Fortaleza y del Druida, ahora me vi obligada a poner la mano encima del hombro de Patrick (algo que me costó un poco ya que era más alto que yo, pero como se había inclinado hacia la mujer muggle para alcanzar su cuello y con la otra mano amenazar su sien con la varita, me facilitó el contacto), ahora tuve que utilizar mi sabiduría como Maga de Sangre.

 

El contacto con el hombre (a quien temía en cierta manera pero no por ello me quedaría quieta, menos cuando había un muggle en peligro) permitió que le dejara una marca de una ranita, pequeña y simpática, pero mi huella como Bruja de Sangre, capaz de obligar a quien tocaba a que me obedeciera durante unos instantes. La rana era mi patronus cuando lo invocaba e incluso tenía una mascota así. Era una magia poderosa la que acababa de utilizar delante de Tauro, pero después me disculparía. Sólo duraría unos minutos y no quería desaprovecharlos contra la voluntad férrea de aquel asesino en potencia.

 

-- Te ordeno que dejes caer tu varita al suelo, Patrick Colt. No seas tan incierto en tus palabras. Aún quedan miembros del Fénix dispuestos a pararte los pies si sigues atacando a inocentes. No te hagas tan valiente.

 

¿Acababa de confesar a un asesino que era miembro de la Orden? No me importaba. Otra cosa que tendría que disculpar ante Tau y esperaba que no le causara rechazo por pertenecer a un bando criminalizado por el Ministerio de Magia; ya miraría la manera de solucionarlo con ella pero ahora, a lo que íbamos.

 

-- Usted, señora, siéntese y atienda a mi amiga, que necesita un trabajo e información sobre las posibilidades que tiene de encontrar uno. Y va a ser amable con ella o le lanzaré una maldición gitana.

 

Sí, se lo haría, vamos, que nadie tiene porqué ser tan mala persona por mi mal día que tenga. Que fuera de la Orden y salvara inocentes de las garras de magos malvados como Patrick, no significaba que no tuviera mi propio código de honor y supiera que esta mujer se merecía un escarmiento. Eso me hizo recordar algo. Metí la mano en el bolsillo (de moke) y encontré enseguida el objeto que buscaba. Saqué una especie de peonza que hice girar sobre la mesa. Era un Falsoscopio que se negó durante un segundo a moverse pero que, después, empezó a girar con violencia. Me volví hacia Patrick.

 

-- Lo sabía. Detecta magos tenebrosos y acaba de indicarme lo que siempre he sospechado de ti: eres miembro de La Marca. Espero que te pudras en el infierno, Patrick Colt. En cuanto salgamos de aquí, voy a pedir que los Aurores te detengan por violencia y uso de la Magia en terreno muggle ante un miembro ministerial. No voy a tener ninguna piedad contra ti.

 

En ningún momento pasó por mi cabeza que el objeto mágico estuviera señalando a Tauro y no al hombre. Supongo que mis prejuicios contra él y mi amistad con ella era lo que me cegaba el entendimiento. Me senté en una de las sillas delante de la mesa donde Funcy Onaria intentaba colocarse un poco la ropa y nos miraba, con ojos estremecidos. Le sonreí y señalé a mi alumna:

 

-- Venga, venga, que no tenemos todo el día -- dije, copiando su frase anterior. Metí de nuevo la mano en uno de mis bolsillos y saqué un frasquito. -- Usted atienda a Taurogirl, un nombre precioso, que lo sepa, mientras yo le preparo una bebida agradable que le hará sentir mejor.

 

En cuanto diera por acabada la clase, le haría beberse la poción para olvidar en una gran dosis, para que no pudiera decir nada de lo sucedido en aquella oficina.

 

 

 

* :D : ¿hace rol de persecución ministerial en el MM como consecuencia de esta clase, amigos? *

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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