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DCAO & Artes Oscuras


Ellie Moody
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Madeleine supone que es normal, al visitar otra escuela de magia, hacer comparaciones. Lo primero que nota es que el castillo del Instituto Durmstrang es más pequeño que el de Hogwarts; apenas tiene cuatro pisos, lo cual hace que más bien piense en los hogares de las familias mejor acomodadas de Ottery St. Catchpole. También, con las chimeneas apagadas, tiene una apariencia menos familiar... menos confortable. En un principio se pregunta cómo tantos estudiantes pueden vivir en ese lugar, hasta que recuerda uno de los pocos datos que conoce de es institución: no aceptan hijos de muggles.

 

—Cuánta exclusividad —gruñe por lo bajo, para entonces bajar la mirada y seguir caminando por el improvisado muelle. El aire es frío y húmedo, y arrastra el ruido del agua que golpea el castillo. La imagen es tenebrosamente familiar, y el vello de los brazos se le eriza incluso antes de que pueda reconocer la escena. Pero, finalmente, lo hace. Es Azkabán. Es una fortaleza oscura, a la mitad del agua, rompiendo el perfecto horizonte. Es un lugar donde lleno de magia negra y, seguramente, almas corruptas. De nuevo inconscientemente, Madeleine le dedica una breve mirada a la bruja que se baja de la embarcación tras ella, Candela.

 

Antes fue su profesora de Artes Oscuras, y ahora es su compañera en aquella mezcla extraña entre su materia y Defensa Contra Artes Oscuras. A pesar de que no tiene el aspecto exageradamente elegante... y, ¡bah!, perfecto que suele ver en Ottery St. Catchpole, algo en ella no le inspira confianza. No tiene que ver con su apariencia. Después de todo, ambas lucen desaliñadas en comparación con la mayoría de la población, y podría decirse que visten los mismos harapos. Oh, no, el problema es que es la profesora de una cátedra que tiene muy mala fama. Si bien Madeleine no es que esté precisamente en contra de las Artes Oscuras, pues como Triviani lo hizo ver en su clase, muchos las usan sin saberlo, sí que repudia el uso que le da la mayoría; uno irresponsable, desvergonzado. Lo que más coraje le da es que no se limitan a hacerse daño a sí mismo, sino que muchas personas y criaturas inocentes terminan siendo afectadas y sacrificadas por ellas. Eso es lo que odia, y lo que más le vale a Candela no promover.

 

Como Madeleine lo ve, no sólo está allí para impartir sus conocimientos de la Defensa Contra las Artes Oscuras, sino para vigilar que ni la profesora ni los estudiantes hagan daño a nadie. O eso procura pensar... sin embargo, en el fondo, es consciente de que de cierta forma, le gusta estar allí. No por el ambiente, o las "maravillas" de Durmstrng y su sistema educativo, sino porque considera que un lugar como ese es excelente para ver e incluso experimentar de primera mano los efectos de la magia negra, y luchar contra ella. Ella misma aprendió mucho más de la materia en el campo de batalla, como lo demuestra el mapa de cicatrices sobre su piel, que en sus años en Hogwarts e incluso en el Ministerio de Magia.

 

—Bueno, terminen de bajar de ahí —musita, sin fijarse si todavía quedan estudiantes en la embarcación. Las palabras le salen sin que lo piense mucho, sin que le importen mucho. A decir verdad, no es de las profesoras que arrean a sus estudiantes; si no les interesa la cátedra, pues mejor que no la molesten. A esas alturas, ni siquiera se ha fijado en quiénes son los suyos; durante el viaje, prefirió permanecer dentro de uno de los camarotes, bebiendo un poco de whisky de fuego para mantenerse cálida y sobrellevar mejor el viaje. Aquella no es sólo su primera vez en ese lugar de Europa, sino haciendo un viaje tan largo en barco. Pero, por supuesto, hubiera sido imposible llevar mediante la Aparición, o incluso la red Flú; el director de Durmstrang dejó muy en claro que no podía dejar que nadie ajeno a la institución conociera la ubicación exacta. También dijo algo acerca de modificarles la memoria al final de la visita, pero eso no le prestó mucha atención, pues estaba ocupada pensando en lo paranoicos que eran esos locos, como si de todas formas ese instituto fuese muy interesante...

 

Se detiene una vez que atraviesa el puente levadizo del castillo, esperando que todos se reúnan en ese punto. Mientras aguarda, se cambia de hombro la cartera cruzada de cuero donde lleva sus papeles y demás pertenencias. Sin darle la menor importancia a las reglas de apariencia de la institución, o a su ideología acerca de la pureza de sangre, usa un conjunto de ropa muggle; unos pantalones anchos de corte masculino, grises, y una camisa blanca con manchas amarillentas de humedad, las mangas arremangadas a la altura del codo. Sobre todo, usa su usual capa de viaje, un harapo remendado y lleno de parches. Lo que le da presencia, es la insignia de Auror, prendida sobre su camisa.

 

—¿Quiénes son los de Defensa Contra las Artes Oscuras? —pregunta, con la voz ronca y su todavía presente acento escocés— Quédense cerca. Y, ajá, se presentan —añade, aunque al ver los rostros de los magos que se acercan, se da cuenta de que está de más. Maldición, conoce muy bien esos nombres. Uno le provoca una sonrisa, pues está muy familiarizada con él. Y el otro, oh... de nuevo, la piel de gallina. La respiración se le dificulta, el corazón le late dolorosamente. Es inevitable; el cuerpo recuerda primero que la mente.

 

>>Eh... bueno, Triviani. ¿A dónde es que vamos?

 

Generalmente, suele ser más mandona. No a propósito, claro, pero es algo inevitable... sólo que, de repente, no sabe qué hacer, ni siquiera recuerda la desenfadada planificación con la otra bruja. ¿En qué demonios está metida?

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ARTES OSCURAS

Junio 2017

 

La leve luminiscencia del agua les permitía ver mucho más de lo que el crudo atardecer les mostraba, la gitana se había preguntado durante un momento qué era lo que le daba ese brillo mínimo, pero no pudo encontrar nada que le resultase sospechoso. Se había dedicado a llevar la mirada de un lado a otro en busca de las respuestas a la pregunta que se formulaba una y otra vez, en todas sus variaciones. Por fin, decidió que sería mejor dejarlo y hacerle ese cuestionamiento al respetable Director, si tenía la oportunidad. Aunque, quizás, lo más probable era que se sumiera en su propia clase compartida. O no.

 

Candela hubiese querido ser la última en bajarse de la embarcación, no por la seguridad que eso le proporcionaba a los alumnos, sino más bien por la apariencia de mostrar preocupación por la integridad de los mismos, pero éstos no habrían podido bajar con la Triviani obstaculizando el paso. Por esto, siguió el paso de Madeleine dando un pequeño salto al muelle, uno casi invisible, de modo que no fuese notoria la corta estatura de la bruja. ¡Cómo lo odiaba! Pero odiaba más tener que usar zapatos de tacón, como hacían el resto de mujeres en Londres -a excepción de su actual compañera-, ese tipo de zapatos sólo hacía más evidente su 1.60 mts. Así que, desde hacía mucho tiempo, optó por ir descalza por la vida.

 

No se detuvo a fijarse si los tres personajes que las acompañaban habían terminado de abandonar el barco, hasta que escuchó el casi reclamo de Madeleine. Candela dirigió su mirada grisácea a los alumnos y notó la diferencia entre los tres; los conocía a todos, dos de ellos habían sido sus alumnos y a la tercera se la había cruzado muchas veces en el Ministerio de Magia, además de los vagos recuerdos que tenía de esos cabellos violetas en su "niñez". Se preguntó entonces a cuál de las dos féminas le tocaba adquirir el conocimiento que impartiría, pues Patrick ya había hecho el curso en conjunto con Madeleine. Tendría más noción de este detalle de no ser porque no había leído la nota que le envió la Universidad para informarle de sus clases.

 

— Triviani... —escuchó de los labios de Moody y se obligó a volver a tierra, dándose cuenta de que estaban ya en el inicio de entrada de Durmstrang, y las luces, muy a lo lejos, se iban prendiendo de a una en el castillo.

 

Por supuesto, Candela no podía olvidar sus intereses personales, el motivo que la movió a aceptar la sugerencia de ese lugar. Si bien, nada de lo que aconteciera allí fuese planificado, los actos impulsivos y tretas que se daban sobre la marcha, eran parte de su propia naturaleza; y como siempre se aprende mejor con la práctica, decidió que primero harían un pequeño recorrido por el espeso bosque que invitaba a todo, menos a filtrarse entre sus árboles.

 

— Según tengo entendido, y muy a pesar de los pobres intentos del Ministerio, Durmstrang ha sido una de las pocas entidades exitosas en atrapar un Quintaped. —la Triviani empezó a hablar mientras se dirigía hacia el tupido bosque— Quiero ver uno, ¿ustedes no? Y... ya que estamos, la que se haya anotado a Artes Oscuras... imagino que sabe la leyenda que hay sobre este fantástico animal. —¿era normal mostrar tanta emoción al hablar de un bicho?

 

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Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Nathan observó como su aliento se vaporizaba y ascendía volatilizándose instantáneamente mientras, con la mirada perdida, contemplaba el sinfín oceánico que se desplegaba frente a él. Sus antebrazos estaban helados de apoyarse contra el barandal del barco que los llevaba a destino, más encontraba aquel estímulo como necesario; su mente parecía tomarlo como señal de alerta y agudizaba sus sentidos y capacidad de concentración en respuesta a ello, no vendría para nada mal: no estaba seguro de que era lo que los esperaba en Durmstrang, pero con Madeleine a la cabeza no podía sino esperar algo peligroso; no era que ella buscase al peligro, era que de alguna manera el peligro siempre parecía encontrarla a ella.

 

No había visto a su compañera de bando subir al barco, y tampoco había buscado demasiado. Incluso, al no encontrar nadie interesante entre los pasajeros de la embarcación que mágicamente se orientaba sola en la dirección indicada se limitó a pasar el tiempo solo meditando mientras, con una parsimonia casi deletérea para su inquieta psiquis, paseaba por las inmediaciones del barco hasta que encontró el punto justo en la proa del mismo: el viento no era demasiado fuerte allí, pero era lo suficientemente fresco como para alborotarle los cabellos y obligarlo a cerrar los ojos de tanto en tanto para humedecer su conjuntiva.

 

Minutos después aquel barco aparcaba en las inmediaciones más externas del Instituto Durmstrang, un castillo que en relatividad a Hogwarts no daba sino pena. Poco tiempo tuvo el Weasley para contemplar sus cuestiones arquitectónicas dado que, tras la insistencia de su docente que de la nada había aparecido y descendido de la embarcación en un santiamén, se vio obligado a descender él también y seguir a la Moody y a otra mujer con quien probablemente compartiría la docencia de la clase. Habiendo sido profesor él mismo, estaba familiarizado con el hecho de que muchas veces profesores de distintas asignaturas unían sus clases para economizar los recursos de la universidad. No le encantaba la idea, precisamente, pero no podía hacer más que acatar.

 

Nathan elevó torpemente el brazo en cuanto la Moody inquirió por los de su clase, más disimuló el cuasi-absurdo gesto rascándose la nuca por unos segundos. Observó como otro de los allí presentes realizaba un gesto similar, y bastó contemplarle el rostro unos segundos para saber de quién se trataba. Corrió la vista rápidamente y se apresuró a presentarse, preguntándose qué demonios hacía allí un hombre como él.

 

- Buenas noches - saludó cortés el Weasley, y se colocó junto a la docente - Mi nombre es Nathan, vengo a por la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras - aclaró, algo inútilmente, sin saber que más decir.

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¿Cuál era el motivo por el que había escogido aquella clase? Era algo difícil de determinar. Sabía que estaba totalmente en contra de usar este tipo de magia, iba en contra de mi naturaleza. Y, sin embargo, la había escogido como estudios de este mes. Era una situación incómoda conmigo misma que me hacía suspirar mientras me vestía. Artes Oscuras... Nunca hubiera pensado que pagaría matrícula para estudiarlas.

 

Me puse cómoda, pantalón de chandal negro y sudadera gris. El único color de mi vestimenta era, como siempre, las bambas violetas de color amarillo. Y el pelo, de ese color tan característico que se veía en cualquier lugar que estuviera. Seguía pensando lo mismo. ¿Merecía la pena seguir?

 

-- Sí, la merece. Quiero conocer la magia con la que puedo ser atacada.

 

Sí, bueno... No es que pensara que estaba en peligro pero desde que frecuentaba el cuartel de la Orden y veía lo que sucedía en el pueblo..., desde que era una Guarlo sin domesticar aún, pero, sobre todo, desde que había tenido el encontronazo con Patrick Colt en Londres, en la clase de Estudios Muggles..., había entendido que necesitaba saber desde dentro el uso de esa magia oscura que yo repudiaba. Pero necesitaba conocerla.

 

Ese era el motivo, sin más.

 

De aquí hasta la llegada en barco a un castillo oscuro, no me digáis qué sucedió. Primero porque me mareé y me pasé el viaje en mi camarote, echando el desayuno. Eso me impidió mantener contacto con el resto del pasaje. Además, aquellos marineros eran rudos y sólo me daban agua. Yo tenía encima varias pociones, para el hipo, la del amor, vigorizante, hasta una que daba la sensación de volar en dragón..., pero ninguna contra el mareo.

 

Así, cuando me avisaron que habíamos llegado al muelle y que tenía que desembarcar, aún no sabía quienes serían mis compañeros de clase ni quién sería el profesor que diera Artes Oscuras. Cuando decidí bajar, la voz de Madeleine me sorprendió. ¿Ella sería mi profesora? Adoraba a esta AR de la Orden pero no me la imaginaba enseñando esta asignatura. A la vez, me sentí algo avergonzada por si ella malinterpretaba mi deseo de estudiarla. ¿Y si pensaba mal de mí? Iba a dar una explicación larga y detallada sobre mis motivos para estar allá cuando noté su aura.

 

Sí. Quien se haya enfrentado a Patrick Colt alguna vez es imposible que no le reconozca cuando él está cerca. Sin verle, supe que estaba allá. ¿O es que estaba paranoica? Ahora mismo no me sentía bien como para enfrentarme a nadie y menos a él. Di unos pasos rápidos hacia mi compañera de bando, como si buscara refugiarme en su seguridad y firmeza pero entonces, otra vez me detuvo. Era una mujer descalza. ¿Cómo es que me fijaba lo primero de todo en ese detalle? No sé, sólo vi que iba descalza. Aquel camino no era el más indicado para lucir sus pies pero allá estaba. Descalza.

 

Elevé la mirada para ver algo más. No, no la estaba juzgando aunque sí estaba sorprendida, sensación que se fue acrecentando al ver su ropaje y su fisonomía. Pero, sobre todo, fueron sus palabras las que me convencieron que aquella persona era muy interesante. Y cuando yo digo interesante es porque lo es; pocas cosas pueden sorprenderme a estas alturas y la mujer lo acababa de hacer.

 

-- ¿Esto es Durmstrang? ¡Demonios!

 

Se me fue la sensación de malestar y mareo de golpe. Intenté observar al máximo detalle la silueta de aquel famoso castillo, el gran centro de enseñanza alemán donde se rumoreaba que enseñaban Artes Oscuras. Sin darme tiempo a vislumbrar mucho de la estructura, la muchacha volvió a atraer mi atención al mencionar un Quintaped.

 

-- ¿Dónde...? ¡¿Aquí...? -- Mis oídos pitaron de la alegría y creo que mi rostro subrayó el asombro que me causaba esa maravillosa noticia. Sé que soy rara pero amo a las criaturas, cuanto más extrañas y peligrosas, mejor. -- ¡Un quintaped!

 

Casi aplaudí de satisfacción. Había dicho "la que se había apuntado a Artes Oscuras", una frase que me indicaba que se refería a mí y que yo era la única de esa clase. Iba a tener a la profesora para mí sola, ¡hablando de quintaped!

 

-- ¡Yo, yo...! ¡Yo soy la que se apuntó a Artes Oscuras! Amo los Quintaped. Bueno, las criaturas de muchas equis. Se dice que son humanos mutados por una mala utilización de la magia. No sé mucho de la leyenda pero..., creo..., comen carne humana.

 

Casi estaba de puntillas y bailaba sobre ellas para demostrar que estaba entusiasmada. No es que quisiera que esa criatura se comiera a nadie...

 

Bueno, tal vez a Patrick Colt si se confirmaba la sensación que tenía de su presencia.

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Ese electrizante sonido de la madera quejándose era una de las cosas que más detestaba. Estaba acostumbrado a acabar cualquier cosa de un único esfuerzo. Sin embargo, aquel sonido fue largo y pesado, lo que le obligó a fruncir el ceño ligeramente.

 

El incómodo momento terminó cuando un último estruendo unió la superficie con el barco, por sobre un puente que otorgaba el navío para el desembarque. Frente a éste, la silueta del hombre apilado contra la roca era casi imperceptible. La opacidad del arco de entrada se mezclaba perfectamente con la vestimenta oscura que vestía.

 

¿Quién decía que el hombre era incapaz de llegar a Durmstrang por sus propios medios? El dominio que poseía sobre las Artes Oscuras lo había llevado a vincularse directamente con los altos jerarcas del Instituto de Magia Durmstrang, y por ésto también era un orgulloso egresado de sus aulas. Él, más que cualquier otro de aquellos que visitaban las fundaciones de su colegio, conocía perfectamente tanto el castillo y sus alrededores, como la depresión geográfica en donde se encontraban, que permitía a las embarcaciones encallar ahí.

 

Estar en Durmstrang lo enaltecía, hinchaba su pecho de orgullo, y lo hacía sentirse aún más seguro de sí mismo. Como si lo necesitara. Había conocido a la doctora Vulchanova y padeció su misteriosa desaparición. Aunque para él estaba claro que la bruja se había batido a muerte en duelo en un encuentro entre varios aurores y mortífagos.

 

Secreto de estado.

 

Pensó, y el pensamiento le robó una sonrisa para cuando los visitantes se encontraban casi frente a él. No pudo evitar mostrar que su mirada en oro incandescente los fulminaba a todos, y una varita negra empuñaba en su diestra.

 

- Pensé que no vendrías, Sagitas - susurró para sí mismo, como si un depredador sedujera a su presa en la distancia. Su lenguaje corporal la llamaba y los tañidos asesinos de su varita la apañarían. Y, si algo pudiera salir mal, ahí se encontraba Tauro y, de última instancia, sus amigos mortífagos que habitaban el castillo.

 

Su sonrisa no pudo ser peor.

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—Pensé que estábamos aquí para ver un poco de magia negra —gruñe Madeleine por lo bajo, al escuchar el repentino interés de Triviani por el supuesto Quintaped de Durmengard. Durante el viaje, se había imaginado colándose a una clase de Artes Oscuras de séptimo año, observando magia negra al desnudo para poder encontrar sus puntos débiles. Pero, ¿qué se suponía que aprenderían todos, persiguiendo a una criaturita de unas cuantas "equis"?—. Si quisiera ver a una bestia escocesa carnívora, desayunaría con mi madre... —masculla por lo bajo, sacudiendo la cabeza. Sin embargo, camina tras su compañera cuando decide adentrarse de una vez en el bosque. De cierta forma, le alivia que la clase de Artes Oscuras se desvíe de su naturaleza... o eso espera.

 

>>Y bueno, ustedes saben quién soy —musita, dirigiéndose a Wesley y a Colt, aunque también es conocida de Potter Blue. A pesar de que la visión de su compañero de aventuras (y desventuras) es agradable, la presencia del muy bien conocido mago oscuro vuelve inevitablemente el ambiente tenso; se siente incapaz de relajar los músculos de su rostro, fruncidos como si sintiera algún dolor, al igual que los dedos de su mano derecha, que empuñan con fuerza su varita de ébano. Es una sensación extremadamente conocida y familiar, pero que sólo recordó, curiosamente, cuando se topó con el mismo personaje en el curso de Artes Oscuras, también bajo la tutela de Candela. Sin embargo, todavía no entiende cómo es que no ha saltado encima de él, para amedrentarlo con hechizos... Maldición, sabe muy bien quién es y lo que hizo. Y sabe que él la reconoce, pues ambos son, por decirlo de cierta forma, personajes públicos.

 

Entonces, ¿por qué no ha hecho nada?

 

No lo entendió antes, y ahora todavía menos. Pero en el fondo, sabe que si no ha atacado, es porque él no lo ha hecho, como si hubiera algún tipo de tregua. Claro, no tiene ningún sentido, pero no sabe qué más pensar.

 

Ya, olvídalo. ¿Además, no ves que nadie más actúa raro? ¿Y si, convenientemente, nadie recuerda esas batallas? ¿Ese artículo de El Profeta? ¿El horror...? ¡El verdadero horror!

 

—Estando en un lugar en el que, creo, ninguno de nosotros se desenvuelve familiarmente, acompañaremos a Triviani y a Potter Blue a ver a ese Quintaped —musita con la voz ronca, al darse cuenta de que el silencio era notablemente incómodo. Evitando el contacto visual, le hace un gesto con la mano al grupo para que sigan los pasos de Candela y de ella misma, si es que todavía no lo han hecho—. Espero que lo siga siendo, por lo menos, y que esta gente no lo haya capturado sólo para experimentar con él, e intentar hacerlos humanos de nuevo... si es que las leyendas son ciertas, claro. Y sí, son carnívoros, como señaló Potter Blue, así que tengan cuidado; el seguro de la Universidad no cubre pérdidas de extremidades.

 

Mientras camina, ilumina el camino con un extremo ligeramente resplandeciente de su varita. La luz invocada por el lumos no es muy potente, pero por lo menos puede ver dónde pisar y dónde no, sin llamar la atención de quién sabe qué criatura que habite en esa versión todavía más macabra y fría del Bosque Prohibido. A pesar de que se esfuerza para mantener su atención en la cátedra, no puede dejar de ver a cada rato a su alrededor, forzando los ojos para averiguar si las sombras son monstruos o follaje.

 

—Bien... a la Universidad le pareció bastante divertido juntar estas dos áreas de conocimientos. Hilarante, de hecho. Potter Blue, ¿por qué no nos hablas de las Artes Oscuras? Qué crees que son, qué opinas de ellas, lo que quieras. Y luego, Weasley y C...C-Colt, podrían comenzar a explayarse sobre la Defensa contra las Artes Oscuras. No se contengan; parece que la caminata será larga, porque todavía no veo ni escucho nada raro.

 

Todavía.

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Aún seguía muy entusiasmada con la idea de buscar un Quintaped, aunque la profesora no decía nada. Pero yo soy una lenguaya, seguro que la convencía que tenía que enseñarme uno, si algo me sobraba a mí era la labia. Estaba feliz, ¡para qué negarlo! Sin embargo, algo en el interior de mi cabecita me avisaba de algo y la imagen de Patrick Colt volvió a ella. ¿Por qué estaba pensando en él otra vez, demonios? Ese tipo seguro que estaba a mil kilómetros de distancia y lejos de mi alcance (como si yo fuera a hacer algo para atraparlo; mejor decir que yo estaba lejos de su alcance). Aspiré el aire fresco y volví a sonreír:

 

-- ¿Qué...? ¿Vamos a ver al quintaped? -- volví a insistir en lo que realmente me apetecía en aquel momento. Me hubiera reído sobre el comentario de Madeleine sobre su madre pero... ¿sería cierto o sólo era una broma? ¿Le sentaría mal que me riera si era un comentario verídico sobre la voracidad de su madre? Por cierto, ¿quién era su madre? Desistí y no me reí de sus palabras para evitar equívocos.

 

Noté que se dirigía a sus alumnos y que decía que iban a venir con nosotras. Me gustó, por supuesto, aunque me hubiera gustado cazar uno yo solita y esconderlo de la mirada de la profa, algo relativamente fácil. Giré la cabeza para saludar a mis compañeros de clase cuando respingué.

 

Era él.

 

Mi instinto tenía razón: era él.

 

Mi mandíbula tembló un poco, casi nada, puesto que la frené apretándola con fuerza. No podía creer que estaba aquí. Era imposible, tanto que si no hubiera visto el gesto de Madeleine hacia él y su mirada endurecida mientras le contemplaba, yo hubiera pensado que era una pesadilla, un juego que mi mente me hacía.

 

Sin embargo, ahí estaba Patrick Colt y su negrura envolvente. Su aura era totalmente tenebrosa, demasiado para mi gusto. Me pregunté si Madeleine también la notaba. Negué con la cabeza, como si mi mera idea pudiera señalar a la otra profesora que yo no quería que vinieran. No ellos; él.

 

-- ¿Qué...? -- aún estaba algo (mucho) en shock por ver a aquel asesino estudiando como si nada en la Academia, después de lo sucedido en Estudios Muggles. -- ¿Qué yo hable de las Artes Oscuras? -- Salté, a la defensiva, con la varita cogida por el extremo desde la muñeca, aún escondida en la manga de mi ropaje. -- ¡Qué opine Colt! Él sabe perfectamente como son las Artes Oscuras. ¿Para qué quieres defenderte de ellas, Patrick? ¿Esperas que alguien te trate con tu mismo brebaje?

 

Estaba tan irritada que había olvidado con quien me las jugaba.

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El suelo también se quejaba anunciando los pasos de sus visitantes.

 

Él, se mantenía sobrio bajo la tutela del arco de entrada. Vigilante. No había otra misión para el Mortífago que presenciar cómo se aproximaban, resignadas, como si la muerte las hubiese seducido lentamente. Y qué bien lo hacía aquella quejumbrosa compañera de mil batallas que vibraba intensa bajo su gabardina, apuntando al suelo y absuelta de haber sido empuñada.

 

En aquel punto incómodo del vespertino lo alcanzaron, al fin y al cabo debían cumplir el protocolo de esas clases universitarias que Patrick no necesitaba, y reunidos bajo la ya debilitada luz de la tarde, fueron hábiles de intercambiar miradas como si aquello no tuviese ningún tipo de costo.

El aire se permitió gozar de su atributo abstracto para pasar en medio de la tensión generada y salir ileso. Así como la tarde que se deshojaba con la luna desfilando hacia el cielo en medio de lo que parecían ser los rastros de las estrellas. Poco a poco todo se ocultaba ante la presencia del Mago Tenebroso a excepción de ese cuarteto de brujas que se agrupaban para celebrar la clase de Artes Oscuras y cómo defenderse de ellas.

 

Tenía que estar preparado para todo, Madeleine era una de las más osadas. Y aunque Sagitas a ese punto podía ser la más peligrosa, Madeleine tenía convicciones sólidas y dispuestas en contra del mago; sin olvidar, que la mujer de pelos violetas se había descubierto confesa ante el demonio que nada perdona, y que tampoco olvida.

 

Y en efecto, habló Moody. Patrick sonrió.

 

Disimular no era una habilidad, y si lo fuera, no sería parte del arsenal del mortífago. Abrió su gabardina con la mano zurda y extrajo su varita con la diestra. El arma de madera negra vibraba, pero solo era posible ver los tañidos de luz que de su punta emergían como láminas volcánicas.

 

Sagitas habló y un chasquido de la varita del hombre respondió a la bruja a quien fijó con su mirada. El gesto duro en el rostro del mortífago no daba espacio para bromas, y el comentario de la Potter Blue había llegado donde ella quería.

 

- Defenderme de ellas no - dijo con calma, pero una gran tensión podía verse subir desde su pecho hasta su cuello, marcando venas en todo su recorrido - pero sí de tus amenazas.

 

Acomodó su varita entre sus dedos y negó con la cabeza. Game is on, pensó.

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Con cada segundo que pasaba, le quedaba más y más claro que la clase no se ajustaría a las expectativas que había ajustado en los días previos: la presencia de Patrick Colt era, para empezar, lo que mas le irritaba la tolerancia y el hecho de que le hubiesen hecho atravesar una enormidad de masas acuáticas sólo con el propósito de ver un Quintaped era, cuanto menos, insultante si se tenía en cuenta los lugares donde el Weasley había estado: él, quien había recorrido los cinco continentes en busca de plantas exóticas que le permitiesen expandir sus conocimientos herbológicos, se había topado con esas criaturas más de una vez y, a pesar de que nunca se había visto obligado a defenderse de su menacidad, no creía que Defensa Contra las Artes Oscuras significase precisamente defenderse de una criatura cuando las probabilidades de enfrentarse a una de ellas eran menos de una en un millón.

 

Moody, sin embargo, parecía igual de disgustada que él con la proposición. Se esforzó significativamente para esconder la risa ante el comentario de la Demon Hunter, y le costó aún más con el de Sagitas quien se encontraba en la clase de Artes Oscuras que se desarrollaba a la par de la suya. Si no conociese mejor a la mujer, le llamaría la atención el hecho de que tomase aquella clase siendo que su ingreso a la Orden del Fénix era todavía, o al menos así lo parecía, reciente. Sabía mejor, además, que cuestionar el criterio de las líderes quienes había admitido su ingreso a las filas del bando sin mayor reticencia. Incluso dejó una nota mental en alguna parte de su cerebro sobre la posibilidad de realizar aquella clase él mismo.

 

- No estoy seguro de qué quieres que te responda, Moody. - soltó el Weasley mientras seguía el paso de las docentes en dirección a la edificación de la Institución Durmstrang - Sólo dire que dudo que aprender a manipular a un Quintaped se ajuste mucho a mi ideología sobre esta disciplina. Espero no me hayas traído aquí sin otro propósito. - el viento le golpeaba en el rostro, alborotándole el cabello y brindándole una placentera sensación de frescura que además lo ponía alerta - Creo que vine aquí para ver si podía aprender algo nuevo, algo que me ayudase a defenderme contra el accionar de algunas personas cuya estructura y complejidad psíquica está tan baja en los percentilos que se pasa sus días haciéndole mal al resto.

 

No dirigió la mirada a Patrick, a pesar de que era más que evidente que estaba hablando de él. Su mano derecha no había abandonado su bolsillo, donde yacía empuñando fuertemente su varita, desde que había notado su presencia.

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Pudo haber detenido a Potter Blue, cuando se dio cuenta de a dónde iban sus palabras. Pudo haberle ordenado, con su supuesta autoridad de profesora, a Colt que guardara la varita. Pudo haber hecho callar a Weasley, pues aunque se mostrara sereno, sabía que no se iba a quedar atrás. Quizás alguien más, alguien que estuviera dispuesto a mantener el protocolo de la clase universitaria, habría hecho todo eso para mantener el orden... sí, quizás. Alguien más. Sin embargo, como la profesora es ella y ella es Madeleine, simplemente dejó que su cuerpo, guiado por la experiencia, reaccionara; dejó que sus dedos se tensaran en torno a Fae, sin importarle que tal acción hiciera que varias chispas salieran volando del extremo de la varita.

 

A pesar de que no es muy íntima con Weasley ni Potter Blue, sabe que, con lo que han visto de ella en misiones de la Orden del Fénix, deben tener una imagen de ella... y, justamente por eso, deben estar pensado que está comportándose terriblemente incoherente. ¡Maldición! Ella misma lo sabe, y no puede dejar que, sea lo que sea que esté nublando su juicio y su accionar (¿Miedo? ¿Inseguridad? ¿Ese sentimiento de soy-una-idi***?), siga haciendo de las suyas. Al ver los rostros de sus compañeros, y al darse cuenta de que también están empuñando sus varitas, se dice con más convicción hasta el momento que tiene que ponerse los malditos pantalones y dejar de actuar como si aquella fuera una clase normal, con un particular alumno normal. ¡No! No sólo está junto a una loca que quiere buscar a un Quintaped, sino que uno de sus estudiantes es un conocido mortífago y mago oscuro.

 

No se detiene a ver la reacción de Candela, aunque una vocecilla interna le dice que no debería descuidarla, pues todavía no sabe si es de fiar (maldición, es la profesora de Artes Oscuras, ¿cómo va a ser de fiar?).

 

—Honestamente, Weasley, me gustaría que no tuvieras que aprender nada nuevo hoy...

 

Sin saber si es respaldada por sus compañeros, alza la varita mágica. Por un lado, piensa qué demonios hace, apuntando a su propio alumno... pero se responde a sí misma, haciendo memoria. Ese hombre, tan corrupto por la magia negra que ni siquiera debería hacerse llamar una persona, no es y nunca será su aprendiz. Su mera presencia la humilla. Es una burla, al igual que el hecho de que comparta su cátedra con la de Triviani. ¿En qué demonios estaban pensando los directores? ¿En qué demonios estaba pensando Uzumaki? ¡¿En qué demonios estaba pensando ella, cuando decidió hacer de cuentas que todo era normal?! No lo sé. No me importa. Pero ya se acabó.

 

—No soy la profesora de Artes Oscuras, ni siquiera me considero una bruja oscura, pero creo que sé algo de magia negra. Sé lo que es, sé el daño que puede hacer, tanto en la víctima como en el victimario... y creo que, de alguna forma, todos podemos percibirla. En una casa. En un libro. En un maldito collar maldito de ópalo. Y en una persona. Sí, Potter Blue, tienes razón. Patrick Colt es, o era hasta hace un tiempo, un personaje popular. Antes, tenía sometido a todo el pueblo en un régimen de terror. Antes.

 

>>¿Qué demonios haces aquí, entonces? —musita, con la voz enronquecida. Aún no se fija en si sus compañeros la apoyan, pero se obliga a pensar que sí, para no permitir que sus palabras tiemblen ni que su mirada se aparte de la del, hasta donde ella sabe, mortífago— Debes conocer la Defensa Contra las Artes Oscuras de primera mano, o sino, no habríamos dejado de escuchar de ti. ¿Qué demonios estás tramando? —y súbitamente, se da cuenta de que hay algo muy obvio en lo que no ha pensado, no que recuerde. La clase de Artes Oscuras. Triviani como profesora... y él, como "compañero de clase". No puede ser una coincidencia que, un par de semanas después de ello, ahora esté tomando una clase que para él debe ser inútil— ¡¿Por qué demonios me sigues?!

Editado por Madeleine.

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