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Prueba de Videncia #9


Sajag
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El Arcano de Videncia caminaba despacio aunque sin mirar atrás. Sabía que hoy podría ser la última vez que hiciera ese trayecto hacia la Pirámide que contenía los Portales de Habilidades. Le hubiera gustado despedirse de sus compañeros pero, al fin y al cabo, el final era algo que sólo sabían los Dioses y la pupila que hoy tomaría su prueba de Vinculación. Sajag había visto tres finales posibles y sólo uno de ellos era medianamente favorable para su figura oronda.

 

Sería inútil clamar que no sentía miedo. Lo sentía. Pero no estaba en sus manos impedir lo que sucediera. Como Arcano, tenía la obligación de permitir que todo aquel que tuviera los conocimientos apropiados, se acercara al Portal y lo intentara. También había de impedir que ningún vinculado con anterioridad, entrara en el mismo. Por supuesto, debía luchar que cualquier muerto, inferi, criatura o ente violentara su secreto. Las tres directrices se iban a ver envueltas en este día.

 

Contempló el primer obstácul0 que tendría que sortear su pupila. Aquella agua violenta sólo con asomarse se calmaron en cuanto le reconocieron, algo que no harían con Cissy Macnair. El agua se emborronaría como si fuera líquido turbio de tila hecha de hojas silvestres. El mismo olor era adormecedor y caería dentro sin evitarlo. La mujer debería nadar y ver el poso del lago que la contenía. Encontraría que eran un símil de los posos de una taza normal, como si fuera un enorme tazón que contenía un mensaje en el fondo. Sybilla sabría interpretarlo sin problemas. ¿Se lo diría a la dueña del cuerpo que la contenía?

 

Pregunta lerda, sabía que sí. Caminó por un puente de cartas que le dejaron pasar y llegó hasta la otra orilla, donde lanzó un suspiro antes de proseguir. Revivir un pasado oscuro que intentaría hacerla desistir de seguir adelante. Una voz chillona interpeló al Arcano:

 

- ¿Morirías por ella, eh, jovenzuelo? ¿Morirías por ella?

 

Sajagj cerró los ojos con fuerza y luchó para que su mente no trajera aquellas imágenes de un imberbe muchacho enamorado. Apretó con fuerza los puños y controló un sollozo que acudía con fuerza. No supo cuanto tiempo estuvo así, quieto, hasta que se atrevió a soltar el aire impuro de sus pulmones.

 

- ¿Morirás por ella, Arcano?

 

Hizo un gesto agresivo, como si una mosca le estorbara. El silencio acompañó su avance y el Arcano vació su mente, atravesando aquel camino maldito que quería recordarle un pasado que ya no existía. La pregunta, sin embargo, se le había quedado dentro y, seguramente, le atormentaría el resto de su vida. Que prometía corta, sin duda. Por eso, los muertos no le habían atacado al cruzar por allá. Seguro que aparecerían en cuanto Cissy pasar entre ellos, escondidos entre las ramas de los árboles, deseosos de que les acompañara en ese mundo muerto y estéril. ¿Cuántos muertos tendría Cissy escondidos en sus actos? El Arcano no había querido averiguarlo. Al fin y al cabo, Sybilla tenía miles y miles, demasiados para ella sola; esperaba que también le diera fuerza para superarlos.

 

Si lo hacía, conseguiría cruzar el laberinto mientras les perseguían e intentaban que entrara en su mundo de infieles fallecidos. Pero si llegaba al final, aún tendría una oportunidad. La tercera prueba era dura, pero no difícil, o no al menos después de lo que habría pasado.

 

La Pirámide estaría allá, delante de ella, de ellas, como una recompensa. Pero no había escaleras para entrar en ella, para llegar a lo alto del pedestal donde estaba asentada. ¿Qué haría? Sólo una Visión podría ayudarla. Eso se le daba bien a ambas. Tal vez no se les diera tan bien luchar sin magia contras las fieras que intentarían impedir su ascenso, criaturas inverosímiles que no tenían forma de ganar. ¿O sí? Confiaba en ellas; el ingenio de ambas era inagotable.

 

Además, había visto que la muchacha llegaba ante él y ante el Portal, que él le hacía entrega de una vela de cera de abeja que él mismo había modelado y protegido con una capa de miel pura de panal. La mujer del dibujo tenía el anillo que ella/s necesitaban. Se había girado a Cissy y le había preguntado si había traído la daga que le había prestado.

 

Después le había hecho la gran pregunta sobre si estaba totalmente decidida a cruzar esta vez el Portal, con todo lo que ello conllevaba. La muchacha doble... El anillo prisionero en la vela... La daga... La sangre necesaria...

 

Había parado la visión voluntariamente para no sentir su respuesta. Cerró los ojos al llegar ante el Portal de Habilidades y se tumbó en el suelo, para orar como los Antiguos.

 

- ¡Oh, Portal! Que tu decisión sea más sincera que la mía. Sólo soy un Arcano con dudas continuas. Dejo en tus manos el destino de nuestra futura hermana Vidente.

 

Era un dejá-vú.

 

Eso ya lo había implorado anteriormente.

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-Matarás al anciano...- la voz retumbó, fría y lejana, mientras daba un respingo en mi cama y me erguía sobre las manos. Estaba envuelta en las sábanas, sudorosa, fría. Mi pecho subía y bajaba mientras intentaba inútilmente de acompasar mi respiración. No había estado despierta mientras aquella voz me hablaba pero la había sentido viva, junto a mi, saliendo de una boca llena de dientes podridos, sonriendo con malicia mientras sostenía una daga plateada en sus manos y me la ofrecía, como una dulce mujer ofreciéndole un caramelo a un niño lloroso. Esa daga era un alivio en mi sueño, como si hubiera estado doliendo algo en mis entrañas hasta que ella me la había ofrecido, necesaria para lo que fuera que debía utilizarla.

 

Miré hacia un lado, hacia la mesa de noche donde el paño rojo del arcano se encontraba depositado, aún envolviendo la misma daga plateada de mis sueños. Una risa, la de la misma voz, se oyó retumbar en mi habitación y un calosfrío recorrió mi columna. Era una voz que era una pero al mismo tiempo era muchas, ancestral. Joven y vieja, delicada y horrorosa, como si... como si... No me permití pensar en lo que aquella voz era. Ciertamente no se trataba de Sybilla, que no había vuelto a hablarme desde la última lección con el Arcano. No, yo sabía que la mujer de mis sueños, de mis pesadillas, era tanto un ángel como un demonio. Era, quizá, la única personificación que conocía de la Muerte en sí misma. Y seguía riendo.

 

El sol no había salido aún pero ya no quería seguir acostada, así que me vestí y apresuré al piso inferior, tomando la daga envuelta de la mesa de noche y pasando por la puerta entreabierta de Aiya, mi pequeña niña. Me preguntaba si el Arcano era consciente de la oscuridad que me rodeaba, que rodeaba a mi linaje y si lo había visto en Sybilla cuando la había conocido; después de todo la maldición provenía de ella... o de un ancestro suyo. Quizá Sajag se había visto nublado por el amor que sentía hacia su antigua pupila. En todo caso, descubriría en unas horas lo que nos deparaba el futuro.

 

 

***

 

Los perezosos rayos del sol se mezclaban con las hojas de los árboles y emitían un resplandor verdoso en las aguas del lago que rodeaba la Gran Pirámide. El mismo estaba calmo y frío, a pesar de que allí existía el verano perpetuo. Llevaba la varita conmigo, fuertemente en una mano y habia dejado el paño rojo atado a mi muñeca, mientras que la daga descansaba en un arnés de mi pierna derecha. Tan pronto como mis pies se acercaron al barro de la orilla del lago, un viento helado se levantó y el aroma a té llegó hasta mi nariz. No había barco a la vista, por lo que supuse que tendría que pasar a nado el lago hasta la otra orilla. La voz del Arcano me habló, desde alguna parte y pensé que él estaba allí pero, entonces, noté que la que me hablaba era Sybilla.

 

<<¿Qué es eso?>> le pregunté ante la imagen de un Sajag más joven, con brazos y piernas claramente torneados bajo las vestimentas hindúes, con su cabello del color del caramelo destellando a la clara luz del día y rodeando con un brazo la cintura de Macnair, mientras señalaba con una fuerte y nudosa mano la extensión de agua frente a él y luego a la Gran Pirámide. <<Mi prueba>> respondió Sybilla, con un ligero temblor. <<La prueba que tienes frente a tí es igual a la que hice yo hace más de doscientos años>>. La voz del Arcano en mi mente me alcanzó y entendí lo que sucedería a continuación: iba a tener que hacer todo aquello siguiendo las instrucciones en mi cabeza.

 

Me armé de valor y puse un pie en el agua calma del lago. Tan pronto como mi piel tocó la superficie acuosa, el lago comenzó a moverse y ondularse, como si un gran monstruo viviera debajo y estuviera despertando de un sueño muy profundo. Ya sabía lo que tenía que hacer pero nada lo hacía más sencillo, ni siquiera la anticipación de saber lo que me esperaba.

 

-Casco burbuja- dije el hechizo, apuntando a mi cabeza, mientras comenzaba lentamente a vadear hasta que el agua me cubría hasta la altura del pecho. Luego, me hundí en las turbulentas aguas.

Editado por Cissy Macnair

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Sabía que era mentira pero hasta el interior de la Pirámide había llegado el olor a té de los terrenos inferiores. No era cierto. Sólo era su mente que sabía por lo que estaba pasando Cissy. El Arcano sabía que, a veces, juega una mala pasada, que era lo que ahora sucedía. El aire era limpio y no olía a nada. Tal vez a desconsuelo, el que sentía él mientras esperaba y pensaba.

 

La Videncia había sido una Habilidad difícil de conseguir. Ser el Arcano Vidente había sido una fatalidad aceptable porque ya no le quedaba nada que perder. Pero recordaba que una vez había sido diferente; una vez se había enamorado. Una vez...

 

Sagaj se había levantado del frío suelo y ahora estaba sentado en una postura más cómoda, esperando. No quería pensar porque necesitaba permanecer frío e insensible ante ella. Sybilla era una mala bruja de la que creía que se había librado hacía mucho tiempo. Había sido feliz sabiéndola muerta.

 

Pero todo es mentira y ahora tendría que pagar por un pasado que creía perdido. Esperaba que Cissy llevara encima aquella daga. Torció la cabeza con un leve movimiento de rechazo. Acababa de verla de nuevo: la daga goteaba su sangre. El Arcano no quería verlo, no quería martirizarse. Ya era suficiente con sufrirlo una vez, en el presente. Cuando ella llegara allá, tras superar todas aquellas pruebas. Tal vez Cissy no se sintiera capaz de hacerlo pero Sybilla era persistente. Ya había pasado por aquello una vez. Serían una simple molestia que no le afectaría en su afán para conquistar lo que creía suyo.

 

Sybilla sabía cómo pasar el Portal.

 

Él también lo sabía.

 

Y el Arcano era el último obstáculo para conseguirlo.

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A pesar de llevar el casco mágico, sentí el frío penetrar en mi piel, la de mis brazos, piernas y rostro. No sabía que aquel lago era como el de Hogwarts, implacable ante las presencias que se sumergían en él. Ciertamente la magia que se solía aplicar sobre aquellas aguas por los diferentes Arcanos lo había convertido en un ser vivo, pensante pero la certeza de saber eso no hizo que fuera más amable conmigo. La primera bocanada que tomé del aire gélido del lago me llenó los pulmones y me hirió el pecho, mientras una ola subacuática me arrastraba hacia el centro mismo de la negrura.

 

-Lumos- musité, mi voz ahogada por las ondas del agua. Pero la varita se encendió e iluminó todo a mi alrededor. Peces, algas, animales mágicos que se alejaban con la corriente y de mí, como si estar cerca les produjera malestar. El aroma a té ya no llegaba a mis fosas nasales y no sabía si había sido cierto o una memoria infundada por la magia, pero aquel lugar, el centro mismo del lago, era un pozo de té.

 

<<Debes leer el pozo>> me dijo Sybilla. No le respondí. No dudaba que fuera cierto pero a pesar de que estaba comprometida con hacer aquella prueba, no quería fijarme en lo que me deparaba el destino. Suspiré y el casco mágico se agitó con la corriente de mi aliento tibio, empañándolo un momento al verse contrarrestrado por el frío del otro lado. Los bellos de mis brazos estaban erizados y sentía el frío del agua pincharme como pequeñas agujas.

 

-Es un...- arrugué los ojos, concentrándome-. El pozo forma un... círculo- apreté los labios, mirando más de cerca, mientras intentaba mantenerme estable en la corriente. Había algo más en el interior del círculo formado... algo que parecía tener pinzas o tenazas... Era un animal y en principio pensé que se trataba de un escorpión-. El círculo significa amor.. Y eso... un cangrejo- me tensé-. Enemigo cercano- dije, sin poder pensarlo.

 

¿Iba a encontrar el amor en un enemigo cercano o era que un amor se había convertido en un enemigo? Eso explicaría lo de "cercano". Estaba nadando hacia la superficie cuando la corriente volvió a cambiar y bajé la vista de nuevo hacia el fondo del lago, que de nuevo era el de una taza de té.

 

-Un gato... Una traición- no quería ver más... Ya no más. Me apresuré hacia la superficie, haciendo fuerza con manos y piernas para poder alcanzar la otra orilla, la de la Gran Pirámide y, con cierta dificultad, lo logré.

 

Hundí las uñas en la arena de la orilla y me giré para descansar un momento, mientras el agua chorreaba de mi cabello. Las aguas del lago volvían a ser azules y calmas, como si nada las hubiera perturbado. Suspiré y me puse de pie, mientras mis músculos se quejaban por el esfuerzo. Hice un movimiento con la varita y sequé mis ropas sin ninguna dificultad, pensando en ponerme en marcha de nuevo. La interpretación de pozo de té me había dejado noqueada momentáneamente, porque yo entendía en parte a qué se refería pero no quería ponerlo en palabras mejores, en imágenes, ni darle nombre. Alguien iba a traicionarme, un amor quizá o un enemigo que se convertía en amor... o un amor que se convertía en enemigo. Me dolía la cabeza de pensar y ni siquiera había llegado a la Pirámide. Comprobé la daga en mi muslo y continué, internándome en la espesa selva que rodeaba la meta de mi prueba.

 

Apenas había dado unos perezosos veinte pasos, medio alerta nada más ya que mi mente seguía vagando en el lago, cuando escuché una rama crujir. Un pájaro salió volando y se escuchó cómo algo, quizá una capa, se arrastraba entre los árboles. Me quedé parada y agucé el oído, empuñando la varita con firmeza, girando lentamente para observar mi alrededor. No había notado que no había ningún animal cantando o moviéndose. No había sonido de pájaros, ardillas o cualquier otro animal. Todo estaba en una tensa calma.

 

-¿Vas a alguna parte?- preguntó una voz masculina a mis espaldas.

 

Conocía aquella voz... muy bien. No. No era yo quien la conocía.

 

<<Connor>> el agudo y lastimero grito de Sybilla en mi mente me dijo todo lo que necesitaba saber. Aquella persona no era real y ella le conocía. El muchacho, alto, rubio y fornido tenía una mirada que seguramente había sido dulce alguna vez, pintada por tonalidades de verde y pardo. Vestía una armadura medieval, probablemente entre el 1100 y 1200, lo cual decía mucho sobre la antigüedad del alma que llevaba dentro de mi.

 

-No te conozco- le respondí, apretando aún más la varita.

 

No podía descubrir si era un boggart, un Inferi, un aparición... Una ilusión. Sybilla tampoco, parecía nublada dentro de mi.

 

-Pero yo sí. Conozco quien vive dentro de tí, Castalia. Aquella brujita linda, milenaria, de ojos verdes como las esmeraldas al sol y cabello negro como el ébano- su sonrisa me dio calosfríos mientras describía a Sybilla-. Y ella me conoce a mi, querida... Ella... quien no supo cuidar a mi madre... la dejó morir... Y luego a mi- había odio en su voz mientras hablaba.

 

<<No...Yo intenté salvarte Connor. Intenté salvar a tu madre pero ella... ella quería cuidar de Aidan.. Ella...>>

 

-Siempre la odiaste.. a Joana. Mi madre era tan importante para Aidan que empezaste a sentir celos de ella incluso cuando era una niña y por eso no la salvaste cuando le clavaron la daga envenenada. Estabas ahí, lo sé... porque ella me lo dijo. Viste mientras la apuñalaban y no hiciste nada para salvarla. Dejaste a un pobre niño de tres años huérfano- escupió las palabras en mi cara, interrumpiéndola, como si pudiera oírla.

 

Mi mano se ajustó alrededor de la varita y me mordí el labio. Por el rabillo del ojo descubrí otras presencias. Algunas me eran conocidas, víctimas de mis pérdidas de control. Otras eran de Sybilla, estaba segura.

 

-Y luego...- hizo un mohín-. Sabías que estaba enamorado de tí y aún así... aún así me usaste y me rechazaste- giré mi rostro hacia él, notando el asco con el que escupía cada palabra.

 

<<¡No es cierto! Yo te quería Connor>> lloriqueó Sybilla.

 

-Pensé que no te arrepentías de nada-musité-. Pero ellos...- hice un movimiento abarcando las figuras que habían comenzado a congregarse alrededor nuestro-. Son producto de tus arrepentimientos y los míos- el rostro de Thomas Atkins me miraba entre el resto de las personas presentes. Mi primer y único amor. El padre de mi único hijo biológico-. ¡Incendio!- el hechizo formulado salió de mi varita e impactó contra Connor, pero no le hizo daño sino que lo atravesó-. Es una aparición... No pueden hacernos daño.

 

-No físico. Pero creeme que perturbaré tu alma hasta el final de los tiempos- dijo Connor.

 

Vale, allí había odio de por vida. Comencé a caminar, atravesándolos. El frío de sus espectros me hacía chirriar los huesos de dolor, como si tocaran lo más profundo de mi y al cabo de unos segundos gruesas y frías lágrimas atravesaban mi rostro mientras sus voces gritaban verdades y mentiras por igual, que dolían y llenaban de moretones mi alma... o lo que quedaba de ella. Sabía que Sybilla estaba como yo pero ella ya había atravesado aquel laberinto una vez, en aquella misma prueba. Tenía que ser fuerte.

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¿Estaba nervioso?

 

No. No podía decir que lo estuviera. Tal vez un leve desasosiego corría por su espalda pero que conseguía disipar mientras su mente recitaba, una y otra vez, aquel mantra ritual con el que los iniciados entraban en el plano espiritual necesario para percibir mejor las Visiones. Él no lo necesitaba para eso pero le servía como un calmante mientras esperaba. No tardaría mucho en llegar pero, allá arriba, dentro de la Pirámide, el tiempo parecía pasar despacio. Muy despacio.

 

Con sus ojos cerrados seguía a la muchacha doble.

 

- Un gato...

 

Respiró con lentitud para no alterar la calma que había logrado. Era un animal que indicaba muchas cosas según su posición y su forma. ¿Sabría interpretarlo de forma correcta? Esperaba que sí o no llegaría viva a este plano donde él la esperaba. Era inútil. Sabía que lo conseguiría porque la había visto conseguirlo. Sabía tantas cosas... Demasiadas cosas...

 

A veces, le gustaría no ser el Arcano de la Videncia, no haber seguido los estudios en aquel templo ni haber adquirido el Anillo sobre todos los Anillos, el del Portal que le convertía en Grande entre los Grandes. A veces...

 

A veces deseaba no conocer nada, mantener ajeno a los conocimientos que le daba su Don, huir de toda aquella marabunta de imágenes que le llenaba por dentro y que amenazaba con hacerle explotar por no poder retener tantas visiones de tantas personas... A veces, deseaba no ser él.

 

Pero ese Don se tiene, se potencia, se enaltece y muere con uno mismo cuando llega su fin. Un Arcano no podía ver su propia muerte pero podía ver el vacío que había cuando se producía. Y, ahora mismo, el vacío era enorme entre él y el Portal.

 

- ¡Maldita Sybilla! - había perdido la concentración. No se esperaba aquel hombre del medievo que intentaba retenerla. No se esperaba a ningún hombre. ¿Cómo podía ser tan ingenuo y pensar que él había sido el único? Lo sabía. No había sido el primero. Ni el último. Había sido... - Uno más entre todos.

 

Suspiró y volvió al mantra para recuperar la calma perdida. ¿Para qué preocuparse por lo que vendría? El futuro no era más que un presente en algún momento. Lo que tuviera que ser, sería.

 

Sin más.

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Atravesaron el laberinto a tumbos, mientras escapaban de aquellas almas atormentadas que querían sus vidas. Muchas eran personas que habían muerto inocentemente a mano de una de las dos brujas, otras eran almas que representaban arrepentimientos de ambas brujas, cosas que no habían hecho mientras estaban vivos y se les habían quedado dentro, perturbándolas y ahora se materializaban. La vergüenza de que esos arrepentimientos se dieran a conocer era peor que llevarlo dentro, porque al exteriorizarlos daban por sentado esos miedos, esas torturas que guardaban.

 

-No tenía idea de que habías tenido un romance con el hijo de Joana y Aidan- musité, mientras atravesábamos el último tramo de laberinto para por fin salir delante de la Pirámide-. No conozco todos tus secretos Sybilla y eso podría costarnos caro- le indiqué, mientras me detenía a escasos metros del final del laberinto. Las almas en pena estaban paradas allí, como si una poderosa magia les impidiera salir y seguro que así era.

 

<<Gran parte de mi vida se basa en mantener secretos a resguardo, Castalia. Si contara todo ellos, aunque sea a ti, me vería en peligro constante>> me respondió, aunque yo sabía que esa era una verdad a medias. Sajag me había dicho que Sybilla debía compartir conmigo sus secretos para poder pasar la Prueba del Portal y hacerme con el anillo de la Videncia, así que tenía que convencerla de que me contara ciertas cosas para que no muriéramos dentro de la Gran Pirámide.

 

Seguí avanzando, en silencio, hasta detenerme frente a la Gran Pirámide y donde se suponía estaba la escalerilla hasta la puerta que nos permitía entrar. Pero la escalera no estaba y no sabía de qué modo iba a subir si allí no se permitía la aparición.

 

<<Una visión. Debes entrar en relajación y conseguir obtener una visión que satisfaga la magia que nos impide subir>> me informó Sybilla, tensa. Ella seguro había tenido alguna visión bastante fea por la forma en la que me estaba dando indicaciones y, ciertamente, le ocasionaba malestar aquella situación en la que nos encontrábamos.

 

Me dispuse a tomar la posición de loto sentada frente a la pirámide, sabiendo que era lo único que me faltaba para poder enfrentarme a Sajag y al portal. Desaté el mantel rojo que hacía de pañuelo decorativo en mi muñeca y lo coloqué extendido delante de mi. Acto seguido me senté sobre el suelo arenoso y retiré la daga del arnés de mi pierna, colocándola sobre el mantel frente a mi, con la p*** apuntando hacia la pirámide. Cerré los ojos y busqué ese lugar dentro de mi que me ayudaba a tener las visiones, que me daba información sobre el pasado y el futuro. Inhalé y exhalé varias veces, sintiendo los aromas y ruidos a mi alrededor, el tacto de la arena que había comenzado a calentarse debido al ciclo del sol sobre mi cabeza.

 

No me di cuenta en qué momento comenzó todo.

 

 

-¿Morirías por ella, eh, jovenzuelo? ¿Morirías por ella?

 

Sajagj cerró los ojos con fuerza y luchó para que su mente no trajera aquellas imágenes de un imberbe muchacho enamorado. Apretó con fuerza los puños y controló un sollozo que acudía con fuerza. No supo cuanto tiempo estuvo así, quieto, hasta que se atrevió a soltar el aire impuro de sus pulmones.

 

- ¿Morirás por ella, Arcano?

 

Hizo un gesto agresivo, como si una mosca le estorbara. El silencio acompañó su avance y el Arcano vació su mente, atravesando aquel camino maldito que quería recordarle un pasado que ya no existía. La pregunta, sin embargo, se le había quedado dentro y, seguramente, le atormentaría el resto de su vida. Que prometía corta, sin duda.

 

****

 

A veces, le gustaría no ser el Arcano de la Videncia, no haber seguido los estudios en aquel templo ni haber adquirido el Anillo sobre todos los Anillos, el del Portal que le convertía en Grande entre los Grandes. A veces...

 

A veces deseaba no conocer nada, mantener ajeno a los conocimientos que le daba su Don, huir de toda aquella marabunta de imágenes que le llenaba por dentro y que amenazaba con hacerle explotar por no poder retener tantas visiones de tantas personas... A veces, deseaba no ser él.

 

Pero ese Don se tiene, se potencia, se enaltece y muere con uno mismo cuando llega su fin. Un Arcano no podía ver su propia muerte pero podía ver el vacío que había cuando se producía. Y, ahora mismo, el vacío era enorme entre él y el Portal.

 

- ¡Maldita Sybilla! - había perdido la concentración. No se esperaba aquel hombre del medievo que intentaba retenerla. No se esperaba a ningún hombre. ¿Cómo podía ser tan ingenuo y pensar que él había sido el único? Lo sabía. No había sido el primero. Ni el último. Había sido... - Uno más entre todos.

 

 

La visión pasó hacia adelante y hacia atrás, adelantando y rebobinando siempre en la misma parte, como si en realidad no estuviera parada junto al Arcano sino... sino que yo era él. Me dio un tirón fuerte en la parte posterior de la cabeza al resurgir de entre las sombras de la visión y parpadee, aturdida, mientras mis ojos se adaptaban a la tenue luz del interior de la Gran Pirámide. Frente a mi estaba Sajag, mirándome, como si me hubiera materializado de la nada (que era lo que probablemente había sucedido). Pero también estaba allí el mantel rojo y la daga, esperando que la tomara.

 

-L-lo... lamento- me disculpé, perdiendo el hilo de mis propias palabras.

 

¿Se había dado cuenta él de lo que yo había visto? ¿Era cosa del pasado o del futuro? Nunca le había preguntado cómo actuaba el tema de las visiones pero aparentemente era en ambos sentidos y podía ver tanto pasado como futuro. Pero si podía ver el pasado, ¿eso significaba que podía cambiarlo? Me puse de pie tomando la daga entre mis temblorosas y pálidas manos.

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No supo en qué momento dejó de canturrear para encontrarse con ella, temblorosa, frente a su persona. Había traído la daga. O, mejor dicho, la daga la había traído a ella hacia el lugar donde necesitaba estar. Lamentaba lo que iba a suceder aunque, el Arcano estaba seguro, aún no había asumido el pago que necesitaba.

 

- No tema por sus acciones; soy un hombre viejo. Tal vez demasiado viejo para estar aún en el mundo de los Vivos. - Le hablaba de Usted porque le era más fácil asumir lo que iba a suceder en breves instantes; a él pero también a ella. Tutear a tu asesino no es algo que ayude a tomar decisiones.

 

Le enseñó el puño, elevando el brazo hacia ella, siguiendo sentado. La muchacha se había levantado como si se sintiera impura compartiendo el Mantra. Tal vez, aquel acto le hubiera salvado a ambos. Sajag sabía que no era cierto. El Arcano sabía que no había salvación. Por encima de la débil muchacha Macnair, estaba la voluntad férrea de Sybilla de traspasar el Portal de nuevo. Lo necesitaba para sus planes ocultos y utilizaba a aquella joven para culminar sus planes. Sabía perfectamente lo que quería, para qué lo quería y cómo lo quería.

 

Pero el Arcano se encontraba en un plano en el que no podía evitar nada. Lo que tenía ser, sería. Se sabe. Las cosas son y serán... ¿Para qué preocuparse por lo que ya estaba escrito sin remedio, por lo que no estaba escrito y debía escribirse?

 

- No puedo darte el Anillo, Sybilla. No puedo abrir mi mano.

 

El brazo seguía en alto, conteniendo en su interior aquel anillo de postulante que necesitaba para cruzar el Portal si quería tener la oportunidad de volver con vida. Entrar sin él significaría una muerte horrenda perdida en un limbo desconocido.

 

- No te puedo bendecir con mis mejores deseos, Sybilla. Lo que vas a hacer no es de este mundo. Lo que pretende conseguir es impronunciable ante la Leyes de los Hombres y de los Dioses.

 

Sajag suspiró. ¿Realmente pensaba que podía hacer cambiar de opinión a aquella bruja que era tan viej... antigua como él, o tal vez más? Ya había olvidado los años que tenían ambos, a pesar de que él conservaba aún cierto aire de jovenzuelo en su fisonomía que le hacía pasar por un hombre que se acercaba a la madurez. Tal vez debiera haber hecho como la Arcana de Animagia, dejar que la edad le alcanzara.

 

- El Portal no se abrirá para ti, Sybilla. El Anillo de Videncia no posará en tus manos. Sólo en las de ella. Si la haces cruzar sin protección, moriréis ambas. Sabes el sortilegio para burlar todo eso. Lo sabes y lo harás, a pesar del daño que le infligirás a ella con ese acto.

 

La daga temblaba en las pálidas manos de la muchacha. Hizo un gesto impaciente con la mano, para que intentara tomar el anillo de videncia y la sangre que necesitaba.

 

- No la culpo de nada, señorita Macnair. Haga lo que tenga que hacer. Si realmente está dispuesta a conseguir vincularse con el gran Anillo de Videncia, necesita pasar el Portal. Para hacerlo, tiene lo que tiene que hacer. Así que, si está decidida a ser una Vidente y conocer lo que el futuro le depara, tome su anillo y cruce el Portal. Sólo tiene que afirmarlo y... usar la maldita daga.

 

Ahora, sólo sus ojos hablaban. Sajag era parco en palabras, normalmente. Hoy, había hablado demasiado.

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Eché la cabeza hacia atrás, impulsada por una fuerza mayor a la que había conocido hasta el momento. Yo sabía que era una bruja poderosa y no por mi sangre, no porque mis padres me lo hubieran querido meter en la cabeza desde que había aprendido a hablar, no porque mi bando precisara que fuera poderosa o que mi familia me intimara a serlo para llevar bien en alto el apellido. No, yo era poderosa porque dentro de mi coexistían dos identidades. Dos almas tan iguales y distintas que me hacían ser conocedora del pasado y del futuro. Quizá era el destino, escrito cuando decidí meterme en el Himalaya y encontrar una ciudad perdida, sagrada, profanada por los Mercenarios del Concilio de Mercaderes. O quizá era una maldición por ser quien era, simplemente.

 

Supe de inmediato que ya no controlaba mi cuerpo y aunque podía verlo, oírlo, sentirlo o y olerlo todo, no era yo quien controlaba mis acciones. Lo supe porque las manos sobre la daga dejaron de temblar, porque la respiración se volvió acompasada y tranquila, no nerviosa y asustadiza como lo que había sido hasta segundos antes. Lo supe porque mis labios sonrieron y me encontré atrapada dentro de mi mente, rodeada de imágenes que reconocía como ajenas. Ahora, la presencia que había coexistido conmigo estaba tomando control completo de mi cuerpo y mis acciones para llevar a cabo la tarea que el Arcano ya parecía conocer y que yo también, aunque hubiera estado negándomelo a mí misma.

 

-No es ella quien va a tomar la decisión de entrar en el Portal porque sé que si hubiera sido más lista, no se hubiera presentado a la Prueba- dijo Sybilla, mientras apuntaba con la daga hacia el Arcano-. No sé por qué me guardas tanto rencor, viejo amigo. Tú tenías tu destino y yo el mío, nunca podríamos haber hecho otra cosa con nuestras vidas y lo sabes bien, lo supiste incluso antes de conocerme, ¿recuerdas? Dotado con el ojo interior desde nacimiento prácticamente, no había otra forma de que nuestra... relación... terminara- pero yo lo sabía porque estaba leyendo su mente que lo que Sybilla decía no era cierto del todo. Ella lamentaba haberle perdido y lo había notado con claridad cuando había visto a Sajag por primera vez. Ella lo quería, lo anhelaba.

 

-Sé que no puedo cruzar el portal por segunda vez porque entonces me quedaría atrapada en el limbo. Sé que no puedo cruzar sin el anillo vinculante porque sino moriría allí dentro... Y sé, que debo hacer un sacrificio de sangre, por eso le diste la daga a Castalia- hizo girar la daga entre los dedos, clavando la punta en el índice de la mano derecha y haciendo que la sangre corriera por el filo-. Pero no vas a morir hoy... No es así como debe ser- se acercó dos, tres pasos hasta el Arcano y cortó el puño cerrado del mismo con la daga impresa con mi sangre. La mano de Sajag se abrió y reveló el anillo. Sybilla lo empapó con su sangre y la del Arcano antes de ponerlo en mi dedo-. Debería bastar.

 

Luego comenzó a recitar unas palabras en una lengua antigua, oscura. La Pirámide tembló mientras Sybilla caminaba dentro del círculo de la estrella de siete puntas y tomaba una vela hecha con cera de abeja. Luego cortó la palma de la mano y la derramó sobre la vela, cubriéndola y la misma se encendió, iluminando el lugar con una clara luz rojiza. Entonces, volví a sentir el tirón en la parte posterior de mi cabeza y volví de nuevo a mi cuerpo con una exhalación profunda, como si hubiera estado debajo del agua por mucho tiempo. Levanté la vela en mis manos y se la di al Arcano, a quien aún le sangraba el puño cortado.

 

-Si no regreso antes de que se consuma, el alma de Sybilla se perderá en el limbo del Portal. No la deje extinguirse- musité, depositando la daga en el piso-. Báleyr me enseñó algunas cosas sobre las almas atrapadas entre planos... No era su momento de morir, Arcano. El destino puede reescribirse-.

 

Entonces me puse de cara a la puerta grabada con el símbolo de Videncia y ésta se abrió, permitiéndome el paso. La sangre goteaba en el suelo de la Pirámide desde mi mano, dejando un pequeño charco y un camino. Si me perdía dentro del Portal, Sybilla moriría. Si lograba salir a tiempo, encontraría la forma de devolverle el cuerpo. Me giré hacia Sajag una última vez.

 

-Ella me mostró todo. No es tan mala una vez que uno la conoce... Ella... Todavía lo quiere- y di un paso dentro del Portal.

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El Arcano vio desaparecer a Castalia-Cissy dentro del Portal. Aún sentía la sorpresa por lo acaecido en aquellos minutos que habían estado juntos. Después, una leve sonrisa cruzó su rostro. Al final, la MacNair no había sido tan débil como parecía y había conseguido mantener su presencia mientras estaba dominada por Sybilla.

 

Su amiga de antaño había tomado la decisión por ella pero Sajag estaba seguro que Cissy también quería cruzar el Portal. Volvió antes de lo esperado, suponía, así que ella fue quien le dio la vela. La sostuvo mientras se iba a luchar contra sus propios monstruos, allá dentro. Sajag amplió la sonrisa, contemplando la llama de la vela de cera de abeja. En su soberbia, Sybilla había cometido un error.

 

Cuando se diera cuenta, sería demasiado tarde para ella. Y Cissy Macnair sería libre.

 

Sin enterarse que su mente empezaba a recitar un mantra de nuevo, Sajag contempló la vela. Tenía en sus manos la posibilidad de deshacerse de aquella bruja que le había atormentado en una parte de su vida. Y que seguía haciéndolo. Sólo tenía que soplar y apagarla antes de que saliera. Su pupila tenía el anillo en el dedo y podría salir, ella sola, sin acompañantes.

 

¿Debería intervenir? ¿Debiera cambiar el futuro? Él, más que nadie, sabía el significado y las consecuencias de ese acto. ¿Se atrevería a apagar la vela?

 

- Ella... Todavía lo quiere..

 

Esas palabras le carcomían. El Portal se cerró tras de ellas y el Arcano elevó su mano herida y tocó el vacío.

 

- Te confundiste... Te llevaste poca sangre... No te llegará para volver, querida...

 

¿A quién se refería? ¿A Cissy o a Sybilla?

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El cielo estaba opaco por las nubes de nieve y una fría llovizna caía sobre mi rostro. Los árboles tenían sus ramas desnudas y el aliento que salía de mi boca creaba vapor.

 

-Invierno- dije, abrazándome para no dejar escapar el frío.

 

Apenas tenía una capa fina puesta sobre mi, algo poco prudente si estábamos enfrentando el invierno londinense, pero aquello no era... del todo real. Sí, podía notar que la imagen si bien era vívida, no era del todo real o, por lo menos, era tan real como podía ser dentro de mi mente. Miré alrededor y me encontré con un paraje desconocido. No era Londres, no era Ottery St. Catchpole. Estaba parada en medio de un paraje boscoso, la nieve recién caída cubriendo parte de mis botas allí donde me encontraba parada. Lo único visible era el humo que se elevaba al cielo desde alguna fogata cercana.

 

Me interné en el bosque, sorteando ramas caídas y posibles pozos ocultos por la nevada, acercándome poco a poco a la fuente de la fogata. Algo tiraba en la parte de atrás de mi cabeza pero despejé aquella sensación mientras avanzaba cautelosamente, esperando no encontrarme con cazadores o algo similar. Sin embargo, delante de mi, había lo que parecía una zona de acampada. Alguien había levantado una precaria tienda hecha con piel de animal y ahora cocinaba algo en el fuego que había preparado a metro y medio de la entrada de la tienda.

 

-Uhm... La osa y el osito...- cantaba el hombre que se encontraba cocinando. Tenía la barba larga y el cabello de color castaño claro. Un enorme abrigo de piel cubría su gran torso y los guantes con los dedos cortados le permitían tomar una especie de atizador que usaba para esparcir las brasas.

 

-Awgh...- un quejido me hizo girar la cabeza hacia la derecha, medio oculta como estaba detrás de un amontonamiento de nieve, escondida de la vista.

 

Contra un árbol había una mujer atada con las manos a la espalda. Tenía un feo corte en la cabeza y su cabello se enmarañaba allí donde aparentemente la sangre se le había pegado y cuajado.

 

-Uhm... Por fin te despiertas, brujita- el hombre miró de reojo a la mujer y luego sonrió, mostrando un implante de oro-. Me has costado dos buenos hombres y mis tres perros de caza, pero ya te tengo... Quién diría que el acónito es bueno para atrapar a cosas como tú- levantó la mano mostrando unas ramas verdes con unas hermosas flores violetas lilas que parecían campanitas.

 

Me quedé horrorizada. Esa mujer... La miré de nuevo. Los ojos esmeraldas de ella brillaban con una luz diabólica mientras mostraba los dientes y gruñía, algo que causó gracia al cazador. Sí, él era un cazador y ella su presa. Una licántropo. Me llevé las manos a la boca para ahogar un grito pero no evitó que el hombre se pusiera alerta, de pie, mirando alrededor.

 

Aquello... aquello no podía ser cierto... No podía estar pasando de nuevo...

 

El cazador se volvió de nuevo hacia la mujer en el árbol, lo sabía porque sus pisadas se dirigían hacia mi derecha. Volví a asomarme.

 

-Qué cosa extraña y demoníaca de la naturaleza... Digo, si Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, ¿qué parte de él eres tú? No creo que seas objeto de la naturaleza en realidad, brujita... no... tú eres cosa del Diablo- con una mano tomó la barbilla de la mujer y con la otra colocó el acónito en la herida abierta de la cabeza de la mujer, ocasionando que ésta gritara mientras sus ojos se ponían momentáneamente en blanco. Apreté los dientes mientras recordaba... sí, recordaba la escena de tortura.

 

Ella era yo, cuando me habían cazado luego de huir del manicomio. Cuando... tragué saliva. Sabía lo que venía después. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Vi al hombre desatar del árbol a la mujer y colocar sus manos sobre su cabeza, estiradas, atadas a una estaca en el suelo. Semi inconsciente, apenas era capaz de darse cuenta lo que iba a suceder mientras el cazador desabrochaba sus pantalones. Pero no podía quedarme a contemplar cómo abusaban de ella, de mi... cómo... me habían roto. Así que me levanté y grité. El hombre se giró hacia mi, asustado y... miró a través de mi.

 

-¡Noooo! ¡NOOO!- le grité, corriendo hasta él y tirándome sobre su espalda para derribarlo.

 

Pero lo atravesé y caí de bruces contra la nieve. Él simplemente continuó su labor.

 

-No... No.... ¡Basta! ¡Déjala! ¡Animal! ¡Sucio y repugnante animal!- le di patadas, piñas, lo mordí (o eso intenté) pero no hice más que pegarle al aire mientras él continuaba su labor.

 

Lloré, impotente, como aquella vez en el bosque. Y me cubrí los ojos mientras las imágenes giraban a mi alrededor y cuando volví a abrirlos, ya no estaba en el bosque nevado, sino a cientos de kilómetros, en una noche tibia y estrellada, escuchando los gritos que salían de un enorme castillo en el Condado de York.

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