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Prueba de Legilimancia #6


Rosália Pereira
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Rosália se apresuró en pasar por su portal. Dio un último vistazo al invernadero y suspiró. Las pruebas de habilidad eran una cosa que le daba sentimientos encontramos. Por un lado, estaba emocionada de que su habilidad se expandiera por el mundo mágico bajo los usos correctos de la misma. Al contrario, también le generaba ansiedad, porque eran pruebas difíciles que por más que alguien haya pasado por varias experiencias iguales, siempre existía ese riesgo. Y como toda superviviente, la arcana, no se podía quitarlo de encima.

 

Ella cruzó, dejando lo que era su vivienda y su aula de estudios.

 

El sol encandiló sus ojos avellanados. Parpadeó un par de veces para acostumbrase a la luz. Vio un pequeño sendero que llegaba al lago y de ahí, a lo lejos, la pirámide.

 

- Estimados. Creo que ya conocen bien cómo es el tema.

 

Sonrió con estima.

 

- Estén tranquilos. Para llegar a la pirámide tendrán que, simplemente, aplicar la habilidad.

 

De algún momento caminó delante de ellos, desvaneciendo el portal. Fue señalando cada una de las postas por las que los tres estudiantes. Al contrario del resto de las pruebas que ella pudo haber realizado, esta sería más directa. Sentía que había trabajado demasiado mucho con cada uno de los tres y algo que sea sobre elaborado iba a ser redundante. Por eso, cada una de las postas daría la posibilidad de avanzar. Cada una de ellas contaba de una estatua con una persona a la que ellos tendrían que aplicar Legilimancia. Lo diferente, en este caso, era que ellos tenían que dejar algo de sí, en estas proto-personas. Y obviamente, observar el cambio.

 

La primera estatua se asemejaba a una Geisha. Kiri, su nombre. Mostraba moretones en su rostro, pero un semblante positivo. Las vestiduras estaban rajadas y los pies, lastimados. Ella trabajaba en un antiguo establecimiento japonés que calló en manos de una banda callejera, encontrando su pronta destrucción. En tanto y cuando uno descubriera por qué alguien que podría haber sido capturada y abusada encontrara un final feliz, se iba a desenganchar el bote que los ayudaría a cruzar el lago.

 

Como segunda posta, se encontraba Fatima. Sus rasgos de medio oriente se encontraban resaltados por un hijab. Un largo conjunto de telas cubrían su cuerpo. Al contrario de Kiri, Fátima se encontraba encorvada y con un aspecto fatigado, cerrándose sobre ella misma. Su estómago estaba vacío por el Ramadán. Así como seguía el proceso, las rejas de hierro que daban paso al laberinto sólo se abrirían al encontrarle la solución a los problemas de Fatima. Finalmente, compartía similitudes con la anterior, un grupo terrorista había asaltado su casa, destruyendo todas sus pertenencias materiales.

 

Por último, a los pies de la Pirámide se encontraba Paolo. Panadero en el sur de Italia del que le habían arrebatado a su amor, hacia alguna guerra. Estaba de rodillas, con agujeros en su pecho por balas anónimas. Estaba desesperado, porque siendo joven e inexperto en los artes de la batalla, no entendía por qué le recaía tantas desgracias y ni mucho menos, qué hacer finalmente. Sus ojos estaban borrosos. Necesitaba saber quién había llenado de plomo su cuerpo. Solucionar su problema, era lo que los tres debían hacer, para que finalmente encontraran el portal hacia la prueba definitiva.

 

- Estas personas necesitan de su ayuda. La legilimancia es dialogo, comunicación. Pueden tomar conceptos de ustedes, y entregárselos como herramientas. Intercambiar experiencias. Dejarles apoyo. Razonar junto con ellos. Y así como los están esperando; yo estaré igual, en la pirámide.

 

Dio un leve suspiro.

 

- Los estaré acompañando desde allí. Recuerden que es inevitable trabajar en equipo. Al tener que entregarles algo de ustedes a cada una de las estatuas, modificará de alguna manera el estado de la misma. Sean inteligentes y no se pisen. Pueden comenzarla inmediatamente o descansar. Yo estaré allí.

 

Y desapareció, esperando que Kiri, Fátima y Paolo encontraran la paz, al igual que Ishaya, Tauro y Niko.

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Cuando atravesamos el portal los tres estudiantes, nos encontramos con un viejo camino que ya había recorrido anteriormente aunque, claro, esta vez sería distinto. Bufé molesto cuando escuché lo del trabajo en equipo, sobre todo porque me cansaba y hartaba el tener que esperar a que los demás avanzaran porque "cada quien tenía su propio tiempo", pero me tranquilizó las palabras de Rosália cuando aclaró que todos debían de tomar sus caminos a su modo, sin pisarse, inclusive descansando.

 

Me despedí de la arcana y de los otros dos estudiantes con un simple gesto de mano, había pasado ya demasiado tiempo como para sentarme a descansar en esos momentos porque, sí, recalcarían todos los arcanos que era un desesperado por esperar su entrenamiento y aprendizaje de meses. Y que lo siguieran diciendo.

 

Llegué hasta la primera estatua, después de caminar unos minutos por el sendero hasta el lago, con un aspecto asiático y ropas más del estilo japones, que me regresaba una sonrisa a pesar de tener un cuerpo maltratado; miré detrás de ella y noté la barcaza que sujetaba su estatua, a lo que entendí lo que debía de hacer y sin más me concentré en su mirada penetrante para conversar con Kiri.

 

Soltaba una risa, pero no una visible, una risa en su mente cuando comencé a caminar por sus recuerdos y solo podía desmembrar una infancia llena de risas, juegos, de mucho amor, de mucho cariño; imágenes de ella con su familia, con sus padres y hermanos, de los juegos en su típica escuela... y me cuestionaba, entonces, el porqué de su destino, quería llegar hasta ese punto pero sentía que no me dejaba.

 

Sonreí, dejé ver que también venía de una familia llena de amor, de comprensión, que tambíén valoraba esos recuerdos y... bueno, dejé que viera el ataque de Scarlet a mi familia, maldiciendo a todos para acabar con su vida. Sí, seguía sonriendo a pesar de ello porque había conocido a Cye Lockhart, habíamos formado una familia, porque los Potter Black me cobijaron en Inglaterra y seguía siendo su familia aunque no fuese algo legal, de ahí las aventuras con Sagitas y compañía.

 

Regresé a un recuerod bloqueado, mejor dicho, varios recuerdos que estaban bloqueados con magia por parte de magos o brujas exteriores, recuerdos que llenaban diez años de rostros difusos, con algunos solo reconocibles por salir a la luz en el atrio del Ministerio de Magia. Sí, eran recuerdos de mi estancia en la Orden del Fénix y cómo fui obligado a cerrarlos. Sin embargo mi sonrisa seguía, dejé que viera el nacimiento de mi hijo el año pasado, las fiestas de cumpleaños, las nuevas relaciones de amistad que surgieron al defender a la sangre mágica de la Orden del Fénix... le enseñé mi iniciación con los mortífagos y el momento en el que recibí mi marca tenebrosa.

 

- Lo que haya pasado no importa, es cierto, - susurré después de ese intercambio de pensamientos y recuerdos entre los dos, donde había visto únicamente recuerdos felices de su parte - importa aquello que mantenemos con nosotros...

 

Y su sonrisa desapareció. Un golpe de imágenes llegó hasta mi mente, como si estuviera viviéndolo en carne propia, un día normal que se llenó de golpes, ella defendiendo su patrimonio y... bueno, resultaron ser más, ser muchos y más fuertes y ella solo una. Lo perdía todo pero seguía viva. Lloró, lloró del coraje y de la tristeza, pero lloraba con una sonrisa. Seguía viva.

 

Parparde un par de veces antes de regresar a la realidad, al presente, viendo de nuevo una sonrisa en Kiri como si nada hubiera pasado, pero había pasado todo. Detrás de ella estaba una barca libre, sin ataduras. Me había dado el paso para cruzar el lago.

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Tras Ishaya, fue Tauro quien llegó para enfrentar la prueba que Rosália les colocaría. La última serie de pruebas, la última vez que tendría que probarse para demostrar que era una Legilimante. Su entusiasmo no estaba dibujado en su rostro pero eso no quería decir que no sintiera emoción alguna, en realidad estaba en ese punto conocido entre el nerviosismo y las ansias. Si todo salía bien, que no lo dudaba, acabarían la prueba pronto y podrían volver a casa.

Por supuesto, no esperaba nada fácil por parte de la Arcana. Cuando llegaron lo primero que vio fueron tres estatuas, separadas una de la otra por una distancia considerable y que que pese a ser eso, estatuas, susurraban suavemente cosas que no podía entender. Eran estatuas con vida o al menos algo así pudo suponer, ya que la tarea que les dio fue resolver sus problemas. ¿Qué eran entonces? Tal vez humanos atrapados en una estructura sólida o tal vez solo una estatua con las memorias de una persona.

 

-Sí, Arcana -respondió a lo último que dijo la mujer antes de retirarse y dando un paso al frente, se aproximó a la joven de piedra.

 

-Un gusto -dijo al acercarse a la primera de ellas, una mujer -Mi nombre es Taurogirl -se presentó -¿Y el tuyo? -No pasó mucho para que le respondiera que su nombre era Kiri. A ese punto la habilidad de la líder Mortífaga se encontraba lo suficiente desarrollada para identificar que la mirada en sus ojos indicaba sufrimiento, uno que no estaba viviendo actualmente, pero que cuando existió había sido más fuerte que ella. Tauro sabía lo que tenía qué hacer, cerró los ojos tomando aire y cuando los abrió se encontró con la mirada de Kiri.

 

Lo que sucedió a continuación fue que se embarcó en un viaje en el que ella era la pasajera y Kiri su chofer. Su historia hablaba de maltrato físico y psicológico, de miedo a la muerte, a no salir viva nunca de allí. Toda esperanza estaba perdida, ninguna persona habría podido con tanto, pero ella de alguna manera pudo hacerlo y a pesar de lo horrible de su pasado pudo salir adelante y lo más importante: ser feliz.

 

-¿Cómo? -La estatua no se movió y en cambio Tauro le mostró una escena de su pasado que ya no le impedía vivir, pero seguía siendo igual de dolorosa. En esa escena Tauro vio por última vez al padre de su hija Rachel, los ojos rojos impregnados en odio de un demonio que hasta el día de hoy seguía sin encontrarlo. Su primer amor, arrebatado de la manera más espantosa posible mientras estaba embarazada, la única oportunidad que tuvo para elegir otro camino diferente al que actualmente transitaba.

 

-Entiendo... Simplemente tú no te pudiste permitir derrumbarte, no iba contigo -dijo con una sonrisa -En eso nos parecemos. Pero llegar hasta aquí no fue fácil, te costó darte esa nueva oportunidad -afirmó -Muchas gracias -. Luego de eso el bote se soltó y pudo cruzar el lago.

 

Una vez en el laberinto otra estatua la separaba del final y ella, que respondía al nombre de Fátima, guardaba similitud en cuanto a los horrores que le tocó vivir, pero a diferencia de Kiri no lo estaba llevando demasiado bien. Después de compartir su misma historia, Tauro descubrió que la venganza fue la que al inicio la hizo continuar, siendo este negativo pero fuerte sentimiento el que la hizo de algún modo mejor, más poderosa. A veces no basta con las buenas intenciones y menos cuando alguien más se encarga de mostrar el peor lado de la vida, a veces necesitas del odio y del resentimiento antes de convertirte en mejor persona o por lo menos cuidar de ti misma. Sabía que Fátima había leído también sus pensamientos y sólo por eso la reja se abrió tras de ella.

 

La última estatua llamó la atención de la líder mortífaga, que desvió los ojos hacia el hombre como si este le gritara con desesperación que lo ayudara.


Era extraño intentar enlazar un vínculo con algo que no parecía humano. No obstante, los susurros que provenían de su centro eran fuertes y sinceros, lo que pronto la hicieron concentrarse en sus ojos. Una vez que empezaba había descubierto que sentía cierta fascinación, incluso si debía dejar un poco de ella en cada lectura. Por ello, cuando descubrió su nombre y su origen, compartió con él lo mismo sin muchos problemas. Quería saber qué sucedía con él y por el tono de sus pensamientos, algo muy grave parecía atormentarlo.

Paolo era italiano, podía entenderlo sin que se lo dijera textualmente. Vio las calles de Roma o, más bien, todos los caminos que llevaban a Roma. Parecía apasionado incluso cuando estaba apasumbrado, veía con mucha claridad los colores y con perfecto detalle los adoquines, los números de las casas y un número en particular, un número que rondaba en su cabeza constantemente. El XIII estaba duplicado, por lo que podía ver, en dos casas distintas. Pero viendo con más atención, la segunda no era una casa era más bien un local. Un rostro familiar saltaba una vez más que otra, familiar porque parecía ser él mismo aunque mucho mayor. Su abuelo. Era un negocio familiar.

-¿Comida? -preguntó, dentro de su cabeza, mostrando algunos platos de su preferencia.

Paolo le mostró un bollo de pan perfecto, humeante y con un trozo de mantequilla derritiéndose por su corteza. Tauro sonrió.

-¿Cómo perdiste la vida, Paolo?

La pregunta habría sido brusca, de no ser porque Tauro había ahondado bastante en su mente y su pasado para que ambos tuvieran una conexión estable, casi de confianza. Como Nigromante tenía una gran posibilidad de descubrirlo por un medio ajeno a la Legilimancia, sin embargo, sus conocimientos no pasaban por encima sino que la ayudaban a entender mejor, a leer mejor la mente del joven. Balas. Escuchaba los disparos como si los dos estuvieran ahí, armas Muggles, sintió un poco de su dolor. Pero el dolor más grande que sentía estaba relacionado a una mujer, una chica que había sido lo que él más había amado y que aún ahora lo seguía haciendo.

La coda se complicó entonces. Ya de por sí, a medida que más se internaba en su mente él también lo hacía en la suya. Vio las calles que recordaba, escasas visiones de su niñez y alguna que otra imagen familiar, muy difuminada. Y también había visto a Leah, cosa que la estaba haciendo cuestionarse si no tenía demasiado tiempo en esa conexión con Paolo. Si empezaba a mostrarle cosas del presente, llevaba mucho rato ahí. Pero cuando menos se lo esperó, unió los cabos.

La guerra no había sido el motivo de su muerte. Había sido lo que lo había llevado a ella. Una vez que había regresado, lo que lo había matado habían sido balas... balas provenientes de un arma que portaba su esposa. Tauro cortó entonces la conexión y con cierto pesar, se quedó mirando la estatua. El rumor de los pensamientos de Paolo se habían apagado casi por completo y a pesar de ello, su expresión parecía menos triste. Por algún motivo que él no quiso mostrarle, la mujer había tomado su arma y aún vestido con su uniforme, le disparó repetidas veces. Él no lo recordaba, o no quería recordarlo, pero Tauro lo había ayudado a ver una vez más.

-Gracias por compartirlo conmigo, Paolo -agradeció, notando que el bote estaba libre tras él y que ahora podría cruzar a la isla, para llegar al laberinto que llegaba a la pirámide.

Editado por Taurogirl Lavigne

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El Tonks fue el último en llegar hasta dicho lugar. Rosália comenzó a explicarles lo que tendrían que hacer para llegar hasta la pirámide y sobre todo que tendrían que trabajar en equipo - Y vamos de nuevo - Pensó, no entendía a dicha arcana y probablemente jamás lo haría pero sin duda cada vez que hablaba confirmaba que era la que menos le había agradado de todas las que había conocido hasta ese momento en sus clases de habilidades.

 

El antiguo patriarca de la Tonks y la mujer que había sido su compañera en la Dirección de la antigua Academia comenzaron a caminar en busca de las estatuas mencionadas por Rosália. El Warlock decidió tomarse unos minutos para entender lo que tendría que realizar y lo complicado que podría ser para él intercambiar experiencias con una estatua que no conocía y con la cual no tenía ningún tipo de vínculo. No obstante, era parte de la Legilimancia y debía aprender a convivir con ella.

 

- Es hora - Suspiró antes de comenzar a caminar en busca de la primera posta. El camino hacia la misma le pareció largo dado que no sabía qué esperar y los pensamientos pasaban por su mente demasiado rápido como para detenerse en alguno de ellos - Vaya va muy rápido - Ishaya había logrado cumplir con lo que esperaba la primera estatua porque podría avanzar en la tarea asignada por la arcana Rosália y buscar la segunda posta.

 

- ¿Qué puedes contarme, Kiri? - Sus nuevos conocimientos le permitían saber el nombre de la persona que estaba sonriendo al frente suyo. Podía ver su pasado no había sido fácil y que había sido sometida a muchos abusos durante la misma pero no entendía por qué podía mantener dicha sonrisas después de todo lo había vivido. Las imágenes resultaron demasiado impactantes para el Warlock pero sabía que aún tenía trabajo por realizar para poder cruzar el lago.

 

- Tienes razón debo recordar lo alegre de la vida y no las cosas malas - El Tonks había recordado lo amarga que había sido su separación de su profesor y mentor de idiomas. Sin embargo, Kiri le mostró que debía recordar con alegría los buenos momentos que había pasado con él en París y durante sus clases y no esos últimos momentos. Sus recuerdos debían mostrarse felices y no con tristeza o como uno que se deseaba olvidar.

 

Los recuerdos de Kiri todos mostraban felicidad y hechos buenos, pero los malos y tristes se había encargado de esconderlos bien lejos dentro de su mente y no eran accesibles - Creo que tengo que aplicar más dicha filosofía - Kiri guardaba sus recuerdos con mucho cariño pero en especial los buenos y felices para no seguir amargando su existencia y poder mostrar esa cara feliz y sonriente ante las personas.

 

De repente el Tonks sintió un ruido y notó que el bote que le permitiría cruzar el lago se había desenganchado - Gracias - Fueron sus palabras antes de caminar por el lado hasta llegar al bote para iniciar su camino a través del lago para llegar hasta el otro lado en busca de la segunda posta.

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Mientras cruzaba el lago en mi barca, alcancé a ver a Tau que tambi+en tomaba la suya y, más atrás, a Niko que comenzaba con su recorrido. Era demasiado curioso como aquellas dos personas estaban ligados conmigo, de distintas formas, pero con el mismo resultado, era simple casualidad que termináramos cursando al mismo tiempo (bueno, casi al mismo tiempo) la habilidad de legilimancia.

 

No pasó mucho cuando cuando toqué tierra nuevamente y encaré a la siguiente estatua, Fatima, otra mujer con aspectos orientales pero con la ligera excepción de que su hijab que solo dejaba notar su rostro con pesar, con tremendo pesar, indicándome que en esta ocasión lo que encontraría sería muy diferente. Detrás de ella estaban las rejas de hierro para ingresar al viejo laberinto, una prueba puesta para medir la paciencia (o eso creía) de aquellos que atravesaríamos el portal.

 

Suspiré tranquilamente, debía de concentrarme para comenzar con la conversación sin preocuparme por el tiempo que me tomaría o, inclusive, si otro de mis compañeros de prueba llegaban a este punto.

 

Fatima estaba recelosa, con una actitud defensiva, apenas intenté entrar en su pensamiento comencé a reaccionar ante el sonido de disparos, de bombas, de gritos y aullidos de dolor; ella estaba en medio de un caos, de oscuridad, todo a su alrededor parecía desvanecerse y nada tenía forma. Eso era, esa era la situación de crisis de aquella mujer, no me estaba bloqueando sino compartiendo su panorama por el cual estaba tan lastimada.

 

Poco a poco dejé que sus emociones me invadieran, debía de conocerla más a fondo en vez de solo invadir su mente como bien había dicho Rosália, dejando ver la presión que tenía bajo su religión donde situaciones que consideraba inhumanas para ella eran lo más normal. Maltrato, desprecio, siempre haciéndola menos, sin derechos... era... demasiado... hasta que llegamos a ese fatídico día.

 

Había sido un ataque de algunos extremistas, una guerra que ella no comprendía y que se creía lejana a la situación, comenzando su día de manera normal con sus quehaceres y, de repente, simplemente todo se había hogado en un estruendo hundiéndola en un mar de confusión.

 

Y solo eso me dejaba ver.

 

- Esta es mi vida, - murmuraba en sus pensamientos - esta es la vida que me ha tocado y solo espero sobrevivir, solo eso, ya no vivir.

 

Me quedé mudo, no sabía que decirle así que simplemente le mostré un pequeño destello de mi pasado cuando decidí huir de mi situación, intentando mostrarle el miedo que sentía bajo mis propios ideales, pero con la determinación de avanzar, dejar de sobrevivir para vivir. acto seguido, se abrió la reja del laberinto y ella, ella seguía igual, inmune ante cualquier situación en el presente, con su mirada clavada en la mía.

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  • 2 semanas más tarde...

No había dejado de pensar en la historia de Paolo, incluso cuando el bote llegó a la orilla y tuvo que cruzar el bosque pequeño que llevaba al laberinto. Había sido impactante conocer tanto de alguien, incluso cuando no era una persona como tal, ¿sería capaz de repetirlo con más facilidad? Desde que había empezado su aprendizaje, los dolores de cabeza habían disminuido paulatinamente y podía centrarse mejor en pensamientos concretos, así que esperaba que tras la experiencia con Paolo las cosas fueran tan naturales como debían ser.

 

La peli-azul había avanzado sin problemas por el bosque, sin más inconvenientes que una picadura de mosquito o una piedra en el zapato, por ende al llegar al laberinto estaba ligeramente extrañada por el hecho de no haber encontrado ninguna prueba. Pero cuando sacó la varita para orientarse, notó que no respondía a su orden. Por más que Tauro le pedía que la orientara, usando todo el peso de su magia, la varita permanecía apuntando hacia adelante como el objeto inanimado que era. Entonces comprendió la prueba y lo que tenía que hacer, cosa que no le hacía mucha gracia.

 

Como se equivocara, no llegaría nunca a Rosália.

 

El primer paso siempre era más lento que los demás y como siempre, se detuvo para mirar la puerta del laberinto cerrarse para evitar que se encontrara con alguno de sus compañeros. Después empezó a andad otra vez, con más decisión. Si ponía atención, podía escuchar el murmullo de pequeñas conversaciones, provenientes de personas invisibles o quizás del mismo laberinto, como si tuviera miles de personas escondidas entre las enredaderas. Inhaló profundo al llegar a la primera bifurcación y cerró los ojos, tratando de leer lo evidente. No tenía contacto visual, así que no era la misma forma de Legilimancia que había usado con Paolo, por lo tanto era más sencilla. Era parte de ella y no debía ser complicado. Y realmente no lo fue.

 

Poco a poco las palabras tomaban sentido y era como si el laberinto le gritara qué dirección debía seguir. Izquierda, izquierda, derecha, derecho. Después de la tercera esquina cruzada, no tuvo que cerrar más los ojos, ni detenerse a pensar si lo que estaba haciendo estaba bien. Su mente se había entrenado muy bien en poco tiempo, al punto en que ya ni siquiera pensaba en lo que escuchaba, las escuchaba muy por debajo de lo que pensaba en realidad, tan normal como respirar. Cuando llegó a la salida sus ojos se posaron en la pirámide y suspiró, por fin. Subió las escaleras de dos en dos y llegó a la sala de puertas, donde estaba la Arcana Pereira.

 

-Arcana -saludó.

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El camino había sido lento pero seguro, como bien había aprendido con la arcana, debía de estar completamente concentrado cuando utilizaba la habilidad si es que quería dominarla por completo; estaba seguro que en el futuro podría estar metido en cualquier adversidad y meterme en la cabeza de los demás, a distancia, pero por el momento no debía de acelerarme por ninguna razón.

 

Atravesé el laberinto sin muchos problemas aunque podría jurar que siempre cambiaba de ruta con cada nuevo aprendizaje, como si supiera que había estado antes en ese sitio, cosa que me arrancó una sonrisa por darme cuenta que los arcanos utilizaban todas las mañas posibles para que aprendiéramos por completo el uso de cada habilidad.

 

Al llegar al final del laberinto pude encontrarme con la pirámide y, claro, la tercer estatua que me esperaba... no, no me esperaba, estaba en una posición demasiado frágil, con la mirada perdida y el alma abatida; mi primer instinto fue acercarme hasta el hombre para ayudarle a levantarse porque, obviamente, no podía dejar que otro mago siguiera sufriendo, hasta que me di cuenta que lo que debía de hacer era entrar en su mente como con las dos mujeres anteriores y, sí, puede que este tampoco fuese de sangre mágica.

 

Paolo, ese era su nombre y del cual pude escuchar de la voz de otro joven que lo llamaba en la distancia en aquellas villas italianas tan hermosas del mediterráneo; en dicha visión, la primera, pude comprobar que estaba emocionado por encontrarse con aquel hombre pero todo cambiaba cuando le daba la noticia: habían sido llamados para ir al frente de una guerra que apenas y sabían de que trataba. Los dos se lamentaron pero no podía huir de ello, sería peor el correr, esconderse y ser capturados por su propia gente para encontrar su destino en la muerte.

 

Entendía un poco el sentimiento, el pelear una guerra que no te correspondía o por las razones equivocadas, pero no era todo lo que me tenía que enseñar.

 

Apenas parpadeé una vez cuando ya estaba en medio de una batalla confusa, polvo que se levantaba de todos lados y que se fundía con el humo de las armas, el sonido de las armas de fuego atravesaban mis oídos sin más y Paolo solo se encontraba avanzando en medio de aquel campo intentando cubrirse como podía. Estaba asustado, la adrenalina le bombeaba en la sangre en torrentes y no sabía para donde tenía que moverse... sabía que su amigo había caído hace mucho, que aquella batalla sería imposible ganarla, solo quería salir con vida.

 

Intenté calmarlo, brindarle algo de paz con las innumerables batallas en las que me había enfrentado pero era en vano, muchas de ellas eran confusas debido al conjuro o bloqueo que tenía en mi mente desesperándome un poco. Él lo entendía, únicamente me sonrió una vez antes de regresar a la realidad y verlo con la cabeza baja y las puertas de la pirámide abiertas, detrás, Tauro y Rosália estaban esperando pacientemente.

 

- Arcana, Tau...

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Rosália caminaba con soltura dentro de la pirámide. Aunque les había puesto un reto bastante difícil, estaba calmada. Solucionarle la vida a otra persona no era más que poner en perspectiva la de uno y crecer junto al otro en busca de una solución. Y todo esto implicaba una cosa fundamental, estar abierto ante el interpelado. Algo que los magos de Inglaterra rechazaban con violencia. En parte, explicaba ese hermetismo en el que vivían, donde sólo las unidades familiares podían más o menos cumplir esa función social. De ahí en más, todo era un misterio que a la maestra de legilimancia le motivaba.

 

Bajo su opinión, los tres estaban logrando un buen trabajo. No esperaba que haya un cambio excesivamente relevante entre el antes y el después de cada encuentro y diálogo, entre los estudiantes y las estatuas. Porque era imposible. La empatía máxima era una utopía, incluso con el uso de magias avanzadas de conexión psíquica como lo era la legilimancia. Esto se explicaba simplemente por el hecho de la existencia de la subjetividad.

 

Ishaya y Tauro avanzaron por las tres postas. La prueba de la habilidad definitiva, aquella en la que ellos tendrían que cruzar por el portal, sería un paseo en el parque. Desde que ellos se habían presentado en su cabaña habían trabajado todos los puntos de la habilidad, algunos con mayor fluidez, otros un poco más despacio; lo importante, sin embargo, era la predisposición que tenían que tener como magos frente a la habilidad.

 

Y esto lo demostraba claramente.

 

Tauro e Ishaya se hicieron presente en el mismo espacio que Rosália, la cual sonreía con nostalgia. Giró sobre sus talones y los observó. No dijo nada. Levantó su mano derecha y materializó su vara de cristal. Luego tocó suavemente con la yema de sus dedos el anillo de habilidad, de esa forma anillos se materializaron en las manos de sus dos alumnos. Finalmente con movimientos oscilatorios generó un portal, hecho de ramas y hojas.

 

- Los dos saben muy bien lo que sigue. No se preocupen, estoy siempre con ustedes.

 

Ahora faltaba Niko. Estaba confiada en sus enseñanzas.

Editado por Rosália Pereira
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Saludó a Ishaya con un movimiento de cabeza y de la misma forma le hizo saber a la Arcana que estaba lista. Estaba lista para enfrentar la prueba final y para ello, como en todas las habilidades, recibían un anillo que en caso de hacer las cosas bien, se quedaría con ellos en adelante. Y tanto Ishaya como ella serían Legilimantes. Niko no había vuelto aún, así que hasta el momento eran ellos dos. Sin embargo, cuando cruzaran el portal estarían solos con sus mentes, quizás luchando contra la prueba más difícil de todas.

 

No estaba asustada, por el contrario, estaba ansiosa.

 

Alcanzar, por fin, la habilidad era su única prioridad y desde hacía un tiempo había internalizado lo que necesitaba para pasar la prueba, aunque no tenía idea de lo que le esperaba. Hasta ese momento. Avanzó hacia el portal y sintió de forma automática un gancho en el ombligo que la halaba hacia la inmensidad del infinito en su interior. Era una sensación desagradable pero conocida, algo constante en el mundo mágico. Al igual que el recibimiento, por supuesto, cuando una luz muy brillante la hizo pestañear varias veces para acostumbrarse al nuevo entorno.

 

Debía admitir que era la primera vez en mucho tiempo que aparecía en un lugar como aquél, blanco en su totalidad, tan grande que podría incluso no existir. Como ella, que al buscarse solo dio con el mismo blanco como si formara parte del paisaje. Se sentía extrañamente familiar.

 

Podía moverse y podía hablar, comprobó ambas cosas en cuanto se acostumbró al lugar y a sus dimensiones. Así que empezó a andar hacia adelante, como era debido, buscando algo que no podía ver. Podría ser necio, ¿qué buscaba si no había nada que ver delante? Pero ella tampoco se veía y aún así, ahí estaba. A menos que se tratase de una treta de Rosália, ella era tan real como cualquier cosa que se interpusiera en su camino y que hasta el momento, a la distancia, no pudiera ver. Lo confirmaría en breve, tras una caminata considerable.

 

Como no había nada que ver, nada que oir o tocar, sus sentidos estaban tal vez demasiado atentos. Demasiado sensibles. Así que no dejó pasar el primer susurro. Era el murmullo de un colibrí, mínimo y casi indetectable, pero aún así su cabeza giró en ess dirección y estudió el sonido. Automáticamente se dirigió a él, cuidando sus pasos y vigilando sus flancos, centrada solo en ese sonido. A medida que se acercaba dejaba de ser un murmullo inentendible y pasaba a ser una pequeña conversación en voz baja, una recriminación.

 

Tauro, aunque no estaba del todo seguro de lo que hacía, no se detuvo en ningún momento y acortó su posición con la del murmullo hasta que de pronto apareció un niño pequeño sentado ante sus ojos. Hablaba en voz baja y negaba con sus índices de vez en cuando, no la miraba. Pero a pesar de la cercanía, era incapaz de entender una palabra. Aprovechó que el niño la ignoraba para ponerse de cuclillas y tratar de ponerse a su altura, intentar descifrar lo que decía. Imposible.

 

Entonces a Tauro se le ocurrió, recordando el motivo de su estancia en ese lugar, usar la Legilimancia. No estaba diseñada para entender idiomas extraños o palabras inentendibles. Pero empezaba a sospechar que el niño no era un niño, que su entorno no era un lugar y que ella, principalmente, no estaba ahí. Estaba su mente y su mente, a su vez, estaba dentro de otra mente. Una mente al azar, con un motivo aleatorio y, tal vez, nunca había llegado a cruzar el portal. No su cuerpo, pero sí lo único que necesitaba para probarse en la habilidad.

 

Y descubrió que así era.

 

Se concentró en establecer un vínculo con el niño, un reflejo inferior pero más puro del dueño de la mente. Al principio se resistió, como esa reacción que se tiene al ser tocado por un extraño, pero su habilidad estaba por encima de lo que él o cualquiera que no poseyera la Oclumancia, pudiera esperar. Así que posteriormente se le hizo más sencillo, viendo hacia sus ojos, interpretar lo que pensaba y lo que, por ende, le estaba expresando a alguien. A él mismo. Era la consciencia y lo que estaba haciendo era reclamar acciones que, desde su punto de vista, habían roto la línea de lo aceptable en esa mente, para ese ser humano.

 

El regaño, para venir de un niño, parecía provenir de una madre que constantemente intenta hacer que su hijo entienda de una vez por todas lo que hace mal. Como el tic-tac de un reloj o como el golpeteo de un carpintero. Era demasiado molesto y, por supuesto, certero. Reclamaba una y otra vez respecto a una acción, una mala acción. Se había cometido una injusticia y no sólo había estado mal, había estado tan mal que había perjudicado tanto al afectado como al agresor.

 

"Si me hubieras escuchado..."

 

Tauro relacionó aquello con una situación propia, era una frase que todos habían dicho en algún momento, incluso si iba hacia ellos mismos. Ese era su nivel de interacción con el desconocido, suficiente para que existiera la retroalimentación necesaria que Rosália les había explicado, y que la conexión fuera existosa. Hasta el momento iba bien y la tarea no era más que descubrir cuál era la injusticia. Empezó por recordar su propia experiencia, enlazarla con la situación. No funcionó del todo, perdió un poco la conexión, porque no era suficiente. Así que con sumo cuidado de no revelar demás o tardarse demasiado, siguió enlazando recuerdos propios de forma superficial hasta que fue el niño, la consciencia de un desconocido, quien le dio detalles.

 

El hombre había asesinado a alguien y lo había hecho mal. No porque hubiera una forma correcta de asesinar o una forma ética de hacerlo. Más bien porque se había implicado demasiado en la escena del crimen. Había cometido errores, había dejado huellas y muchas marcas, guías a otras personas, hasta él.

 

Curioso, así trabajaba la consciencia de un asesino.

 

Tauro cortó entonces la conexión y notó que el niño la veía, por fin, directamente. Sostuvo su mirada, preguntándose si estaba intentando leer su mente como ella lo había hecho con él. Pero solo la observó unos instantes antes de volver a su tarea insistente de recriminarse los errores. Y a su vez, Tauro regresó a la sala de los portales con Rosália, no muy afectada. Pensó que tal vez había fallado en un principio, había sido fácil, pero luego entendió que eso era lo llamativo. Había sido fácil, algo completamente difícil.

 

-Arcana... -saludó, esperaba, por última vez.

 

Su prueba había terminado.

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