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Encantamientos.


Ky.
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El día que había decidido impartir la clase de Encantamientos, también pensó que sería por una larga temporada. Y aunque entendía que todo inicio tenía su fin, no podía negar que ser profesor de Encantamientos se había vuelto algo muy especial para él. Aquellas pocas ganancias que percibía por parte de la Universidad le ayudaba a no sentirse un mantenido por su madre. Pero los últimos meses fuera, sin poder dar la clase por una causa u otra, le había hecho darse cuenta que dar clases no era lo suyo, por lo que tras mucho pensarlo decidió hacer que su última clase impartida sería en agosto.

Envió dos cartas con las mismas indicaciones, entre las que incluía su nombre y la bienvenida a la clase de Encantamientos. En el mismo pergamino les indicaba a Joa y Candela que deberían pasar por diferentes pruebas antes de llegar a su clase y que dentro del sobre se encontraba una moneda que les llevaría al inicio de la primera prueba. Lo que no decía la carta era que cada una tendría un inicio diferente ya que en esta pequeña serie de pruebas también estaba involucrado su subconsciente.

Y aunque Aries desconocía la forma de actuar de aquellas mujeres, deseo que ninguna corriera peligro y fueran capaces de llegar hasta donde él se encontraba. El aula de encantamientos era cómoda, la había acondicionado con un sofá de piel en color rojo y una mesa de centro, había aprendido que casi nunca se iban a tener más de 4 alumnos por clase y que lo mejor era estar cómodos mientras conversaban acerca de lo que conocían de Encantamientos. Al fondo del aula se encontraba una cafetera y una charola con tazas y galletas, todo estaba listo para el arribo de sus alumnas.

Así que en lo que esperaba que la primera alumna llegara, se quedó sentado con una taza de café en la mano pensando en que iba a hacer después de que ellas llegaran para seguir enseñándoles. Lo más seguro era que después de una larga charla sobre conocimientos básicos de encantamientos, las llevaría a recorrer los pasillos de Hogwarts. Llevaba tiempo en que no veía al travieso Poltergeist de nombre Peeves. Que seguro estaría encantado de poner en aprietos a aquellas mujeres y al mismo Black Lestrange también.

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Después de un intento fallido con el curso de Idiomas –por lo que aún seguía un tanto resentida y frustrada de imaginarse el tener que recursar-, decidió no perder el tiempo lamentándose y, en lugar de ello, probar inmediatamente con algo nuevo: Encantamientos.

Si bien las circunstancias que le llevaron a anotarse tan pronto en una nueva clase de conocimientos no eran las más óptimas, aquello no disminuía en lo más mínimo su deseo de aprender. Por el contrario, siendo ahora una cuestión de orgullo, no podía permitirse a sí misma resultados tan pobres como los anteriores, tendría que hacer lo necesario -y más- para aprobar. Ser puntual, por ejemplo, sería un buen comienzo.

Temprano, la mañana del inicio de la clase, mientras terminaba de arreglarse fue que su elfo apareció en la habitación llevando consigo un sobre. El contenido, en principio bastante predecible al tratarse de una de esas eventuales bienvenidas formales que enviaban los profesores a sus alumnos al comienzo del curso, sirviendo también como recordatorio a asistir; sin embargo, dejó de serlo al seguir leyendo.

¿Pruebas antes del comienzo de la clase? Observó por un momento la moneda enviada sin sacarla del sobre, considerando examinarla en busca de maldiciones o determinar si se trataba de un simple traslador luego de terminar de releer la carta. ¿De verdad estaría preparada para aquello? Suspiró pasando una mano por su oscuro cabello recientemente cortado, pensando que necesitaba buscar cuantas pociones tuviese al alcance, amuletos, repasar hechizos y, más que nada, mantener la calma. No podía permitirse alterarse, de cualquier forma, no podían evaluarla por aquello que claramente todavía no había aprendido, ¿cierto?

Llamó de vuelta a Yö, su elfo, para que buscase y empacase cualquier poción u objeto que pudiese resultar de utilidad mientras terminaba de colocarse los anillos y amuletos obtenidos con los libros de hechizos aprobados; pero antes que pudiese desaparecer a cumplir su orden, el sobre que aún contenía la moneda salió volando al tiempo que la misma rebotaba por todo el lugar.

―¡Yö! ―Gritó frustrada al no poder atraparla a pesar de ver que los intentos de su sirviente eran tan inútiles como los suyos. En ese momento no le importaba si estaba maldita, necesitaba tenerla entre sus manos. Aunque no sería tan fácil como desearlo―. No, la ventana no… ¡Accio moneda!

Pronunciación perfecta sincronizada con el movimiento de la varita, sin embargo, no funcionó. Sólo le quedó observar como saltaba por su ventana hacia los jardines y esperar que no saliese de los terrenos de su familia durante el corto tiempo que le tomaría llegar hasta allí, puesto que, dadas las limitaciones del hechizo antiaparición en el hogar, no tuvo más opción que bajar las escaleras y atravesar el vestíbulo a toda velocidad, angustiada por los escasos segundos en que le perdería de vista.

Aun así la moneda no escapó. Seguía rebotando y brillando bajo el sol mañanero en el jardín cuando la bruja salió.

Momentáneamente aliviada se detuvo a pocos metros del brillante y pequeño disco metálico para pensar una forma de atraparlo; pero ese instante de vacilación fue todo lo que necesito para huir saltando por encima de la verja y, por supuesto, no pasó mucho para que la Macnair corriese de nuevo detrás de ella. Debió haberse tomado un segundo y por lo menos invocar su escoba, pero ya era tarde para eso. O para recordar llevar consigo las pociones que podría necesitar. Solo contraría con su varita y conocimientos para cursar esa clase.

―Ya es tarde, ¡tarde!

―¡Ya sé que es tarde! ¿Cómo voy a aprobar si llego tarde? ―Le tomó una segunda mirada darse cuenta que había sido un conejo blanco saltando a su lado -y adelantándola- a quien le respondiese. Si la ocasión hubiese sido diferente probablemente se detendría a preguntarse qué clase de locura era aquella, pero ahora no podía hacerlo, no podía perder de vista la moneda por distraerse con un animal parlanchín.

El conejo se adelantó y se perdió en el horizonte más rápido de lo que habría esperado, y ella seguía corriendo detrás de su pase a clases sin poder atraparlo. Sin embargo, por estar tan abstraída en su meta no notó que su reciente compañero de carreras no se perdió en el horizonte sino que cayó por un oscuro hoyo en el suelo. El mismo por el que ahora ella también estaba cayendo, la moneda justo detrás.

Afortunadamente, gracias al amuleto volador, logró caer con suavidad sobre sus pies; sin embargo, tal como venía ocurriendo a tan cortas horas de su mal día, no todo podía ser bueno. Al caer antes que ella, el conejo blanco dejó un desastre de monedas en el suelo, apenas distinguibles en la penumbra, y con las que la suya se mezcló al no poder atraparla.

―¡Necesito salir! El banco va a cerrar. ¡Necesito recoger estás monedas y el banco va a cerrar!

―¿Puedes callarte de una vez? ¿Quién le enseña a un conejo a hablar? Lumus ―Ella también necesitaba encontrar su moneda, pero todas se veían iguales, ¡galeones idénticos, ¿cómo podría diferenciarla?!

―¡Oh, no! Incluso hasta aquí han llegado los bandidos.

―¿Bandidos? ¿De qué hablas? ―Dejó de buscar y dirigió la luz de su varia hacia la pared a la que el animal apuntaba. Lo grabado en ella dudaba que fuese obra de vulgares bandidos: ‘¿Puedes distinguir lo que es falso?’―. Tú debes ser falso ―acusó a su compañero sin entender a qué se refería aquello.

Claro que podía hacerlo, ¿pero de qué serviría en ese momento? Sin saber qué más hacer se arrodilló junto al montón de monedas y de nuevo se dedicó a buscar la suya sin prestarle atención a lo demás. ¿Por qué no saltaba ahora?

―¿Puedes distinguir lo que es falso?

―Ya lo leí, no hace falta que lo repitas ―respondió malhumorada por estar perdiendo el tiempo.

―¿Puedes hacerlo?

¿Era un conejo o un loro? ¿Por qué seguía repitiendo lo mismo? Estaba perdiendo la paciencia y no encontraba su maldita moneda… Pero entonces lo vio: tan dorado y brillante como el resto de los galeones, con la única diferencia de no tener un dragón en una de sus caras, sino un conejo con alas.

―¿Qué…? ―Levantó la vista hacia él, quien solo le guiñó antes que todo se iluminase en azul y ella fuese transportada a un cómodo salón de clase, posiblemente el más acogedor que había visto, tanto es sus años como estudiante de la Academia como de cursos de postgrado. Aunque era lo que menos le importaba en ese momento―. Yo… ¿Qué? ―Observó al profesor con la mente en blanco por un instante, confundida y aun así sabiendo donde debía estar―. ¿La clase de Encantamientos?

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¿Dónde estaba? Estaba segura de que seguía dentro de su casa, el castillo Triviani, pues no recordaba en ningún momento haber salido de allí. Aunque dudaba si estaba dentro de su habitación o en las mazmorras; probablemente, si lo pensaba mejor, estaba en las catacumbas del castillo. La humedad del ambiente, la poca luz filtrándose por las pequeñas rendijas superiores, y los muchos habitáculos que se iban distribuyendo a su paso, le indicaron que podría estar en lo correcto. Pero, ¿qué hacía allí? En un principio, en un llamado a la memoria, había bajado a ese lugar en busca del dragón de Alyssa; mas tras el último escalón que pisó, lo había olvidado.

 

Chuck, que la había estado acompañando desde un principio, llevaba un sobre en una mano y una lámpara antigua en la otra, como para colaborar con la iluminación y que su ama mirase por dónde pisaba. Pero Candela, lejos de mostrar agradecimiento, se dedicó a ignorarle todo el trayecto hasta el centro del hall. Allí estaba ella, de pie en medio de la nada -o de todo, según como se mire- sin una mísera idea de qué andaba buscando.

 

― ¿Ama?

 

― Shh... ―llevó el índice a su boca para pedir silencio al elfo y se quedó observando hacia adelante.

 

Su sexto sentido le decía que debía retroceder, marcha atrás era una buena opción. Pero sus pies no reaccionaban, y no sabía si era por esa chispa de soberbia que siempre llevaba consigo o por temor a dejar de existir con el primer paso que diese. No, miedo no podía ser. Trataba de convencerse.

 

― Ama... debo entregarle est...

 

― Silencio. ―susurró la Triviani.

 

El muy idi*** de su sirviente parecía no percibir el peligro en el que estaban. Bueno, tampoco es que ella fuese muy inteligente si había llegado allí sin nada más que su varita y algunas madreadas en mente. ¡Que era un dragón, por amor a Voldy! Pero no, la matriarca no tenía ni idea de lo que era una fiera de esas. Por otro lado, Chuck había decidido hacer caso omiso a la orden de la bruja y abrió el sobre para ver qué era esa cosita pesada que sentía en él. Así que, en medio de tal silencio, lo único que se escuchó en ese mili segundo era el papel rasgándose, la respiración pausada de una bestia que los observaba a través de la oscuridad y los acelerados latidos del corazón de Candela.

 

> Sí, tenía corazón.

 

― Ama, mire esta mone...

 

Una llamarada.

 

― ¡i******! ―tronó la Triviani mientras hacía uso de sus pies, corriendo por donde había llegado.― ¿¡Acaso no te dije que cerraras la boca!?

 

― ¡Chuck malo, Chuck malo! AYYYYYYY....

 

Otra llamarada que prendió fuego algunos pelos del elfo.

 

― ¡Aguamenti!

 

No podía creer lo cerca que había estado del dragón de la familia. Y ahora, por culpa del inútil de su elfo, la oportunidad de tener bajo su control a esa bestia se había esfumado. Tenía que agarrarlo por sorpresa. De modo que, una vez llegados a la puerta, la cerró. Con Chuck del otro lado.

 

― ¡¡¡AMAAAAAA....!!!

 

― ¡Necesito que lo distraigas! ¡Ese será tu castigo por desobedecerme!

 

¡¡¡PERO AMAAAA.... VA A COCINAR A CHUCK!!!

 

¡Mejor tú que yo, idi***!

 

Los berrinches del elfo se fueron acallando, pero no porque lo hayan silenciado a fuerza, sino porque parecía estar alejándose de la puerta.

 

¿Chuck? ―quiso estar segura, pero no abrió la puerta.

 

Silencio.

 

― A... Ama...

 

Candela dio un salto por la sorpresa que se llevó. Chuck estaba detrás de ella. ¿Cómo es que no había escapado así de allí antes?

 

― Que desgracia, estás vivo. ―lo dijo con tal desprecio que el elfo se encogió. Entonces vio el sobre, medio tostado, en la mano de la criatura.― ¿Qué es eso? ―se lo arrebató de la mano y lo abrió.

 

No había nada, sólo una pequeña nota que hablaba de su clase de conocimientos (comentario aparte, la había olvidado) y la mención de una moneda.

 

― ¿Dónde está la moneda? ―fijó su mirada inquisitiva en el orejudo.

 

Cof, cof, cof ―pero el elfo no le respondió, se estaba atragantando. Lo único que hacía era señalar su boca. ― Cof, cof, c...

 

¡Por Merlín! ¡Qué desespero con este inútil! ―la bruja empezó a aplicarle compresión abdominal para ver si escupía el objeto y, como dicen que a la tercera va la vencida, pues al intento número cinco -sí, re dispar todo- hizo que el elfo prácticamente le vomitara algo más que una mugre moneda.

 

Coof... Cooffff...

 

― Fregotego ―largó la Triviani para quitarse la suciedad a la pequeña pieza.

 

Pe... pero ama... ―empezó a hablar Chuck conforme se iba recuperando― ¿Acaso usted, ha empe... Ha empezado a pedir limosna?

 

Candela tomó la moneda con una mano y se le quedó mirando.

 

― ¿Qué?

 

Desapareció.

 

Un instante después, cayó de traste en medio de un pequeño habitáculo. Demasiado pequeño para su gusto, con apenas unos contados sillones en un color espantoso. Su elfo ya no estaba, había sido reemplazado por dos personas que parecían esperarla. ¿O no?

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El líquido ámbar que se encontraba dentro de la taza que sostenía el joven mago le había mostrado cada una de las pruebas a las que se había enfrentado cada una de sus alumnas, no había podido parar de reír al ver la prueba de Joa, el asunto con el conejo blanco le había sacado una sonrisa, de la nada la prueba se terminó y la Macnair había sido la primera en llegar frente a él.

No la saludo, en su lugar el pelirosa camino hasta donde se encontraban las dos tazas restantes y vertió un poco de café en el interior de una de ellas, después de haber dejado la propia en el estante. Estaba haciendo tiempo, disfrutaba de la prueba a la que se había enfrentado Candela, la cual no tardó mucho en llegar solo varios minutos después que su otra compañera.

Dejo ambas tazas con café en el mueble con varias galletas de chispas de chocolate y regreso hasta el sofá en el que se había encontrado sentado cuando llegó Joa. Miro a ambas chicas y les hizo una señal de que fueran a sentarse frente a él.

Me alegra verlas, soy Aries Ivashkov.

La pausa que había hecho entre su presentación y la presentación de la clase había sido tan larga como para que las féminas tomaran asiento en donde les había indicado. Pero tan corta como para no perder el hilo de la conversación que iban a estar teniendo muy pronto.

Soy su profesor de Encantamientos, por lo que me interesa saber ¿Quiénes son ustedes, qué encantamientos utilizaron para llegar aquí, y por último qué son los encantamientos para ustedes?

Había veces en las que le gustaba hacer como si estuviera hablando con una sola persona y en otras ocasiones realizaba preguntas y presentaciones en plural. En aquella ocasión era consciente de sus dos alumnas, así que daría lo mejor de él para que ambas chicas aprovecharan la clase.

Mientras me platican de ustedes y responden mis preguntas, me gustaría que eligieran entre estos dos encantamientos. Uno cada una, ya que van a tener que decirme que saben de ellos y ayudarse de ellos para traer aquella bandeja de café y la de galletas.

En su mano derecha sostenía un cartel con en nombre de Encantamiento convocador y la Izquierda un cartel similar solo que en su lugar decía Encantamiento levitatorio. Accio vs Wingardium Leviosa, ambos encantamientos de lo más simples y que cualquier mago respetable debería conocer y saber hacerlos efectivamente.

 

@@Joa Macnair Crowley

Editado por Ariel Aries Bra Yaxley

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Candela se quedó mirando al chico que se presentaba como su profesor y le dirigió una mirada a la muchacha que estaba con ellos. Se puso en pie y sacudió el polvo de su ropa, en un pobre intento por recuperar su dignidad. Eran contadas con los dedos, las veces en las que llegaba a un lugar en esas circunstancias y, muy a su pesar, debía admitir que se encontraba avergonzada. Si su familia la viese... Les cortaría la cabeza, eso seguro.

 

Soy Candela Triviani, profesor Ivashkov... —le sonaba el apellido, lo conocía, pero prefirió ignorar ese hecho.

 

Era difícil decir qué encantamientos había utilizado para llegar allí. Suponía que la moneda se había convertido en un traslador apenas la tocó la bruja; el Fregotego y el Aguamenti no los contó, no fueron de utilidad para salir del castillo. Aunque sí podría considerar el primero, pues sin ese no se habría animado a tocar la moneda.

 

— Ehh... pues, los encantamientos son hechizos, ¿no? Añaden propiedades a los objetos, o a lo que sea que uno "encante". Según tengo entendido, se centra en la utilidad, ¿cierto? Quizás estoy equivocada, últimamente no sé de lo que hablo.

 

Se fijó en el cartel que presentó Aries y después en la bandeja. Imaginaba que, si quería resultados óptimos, debía elegir la segunda opción. Pero como Candela es bastante cabeza dura, prefirió ir con la primera.

 

¡Accio bandeja! —exclamó apuntando con su varita. Pero nadie se esperó lo que pasaría en ese momento: El café se echó a perder, se había volcado entero en el piso y pues, como ella sólo había invocado a la bandeja, sólo la bandeja fue a parar a su mano.— Errr...

 

A veces, el silencio es el mejor aliado.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Aries anoto la respuesta de su alumna en un pedazo de pergamino, no podía negar que le parecía de cierta manera correcta su respuesta, esperó a que la otra mujer dijera algo, pero parecía seguir tratando de encontrar al conejo blanco. Que la había llevado hasta ese lugar, por lo que no tuvo de otra que continuar con su clase. Esperó a que Candela actuara de acuerdo al hechizo que había elegido, no habían pasado ni un minuto cuando vio el desastre que ella había ocasionado.

Veo que sabes usar el accio, pero no sabes en que momento usarlo. —dijo al ponerse de pie para poder tener una clara imagen del suelo y del café en este. —Limpia rápido y vámonos, tenemos que llegar a los terrenos del castillo de Hogwarts.

Si era bien sabido que nadie podía parecerse o desaparecer en Hogwarts, nunca nadie había abierto un portal para adentrarse en aquellos terrenos, así que en lo que Candela limpiaba el desastre que ella misma había provocado. El salió del aula y saco su varita para aparecer el portal que los llevaría a todos a su siguiente punto.

Haz de la noche. —dijo concentrando su poder y visualizando el lugar a donde los dirigiría.

El portal se fue formando al frente de él, solo tuvo que esperar a sus alumnas salieran del aula para indicarles que debían cruzar el portal, de aquella manera cruzaron los tres juntos rumbo a Hogwarts. El portal los había llevado hasta el Hall, justo donde se encontraban los relojes de arena contabilizando los puntos.

Estamos aquí porque quería presentarles a un amigo. —comenzó a decir mientras caminaba buscando a Peeves. —Mi amigo le encanta gastar bromas, posiblemente les pida ayuda con repetir un suceso. —trato de hacer como que todo era idea del poltergeist. —Aunque en realidad su tarea es limpiar todos los destrozos que puede ocasionar.

Peeves apareció frente a ellos con una sonrisa malvada. Aries levanto la mano saludándole pero en lugar de recibir un saludo, le dio de lleno con un huevo de doxy y enseguida el poltergeist se alejó tirando varias cosas. Entre ellas varias bombas fétidas.

Vayan, limpien el desastre y capturen al poltergeist, si pueden, yo estaré siguiéndolas.

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Veo que sabes usar el accio, pero no sabes en que momento usarlo.

 

Las palabras del profesor hirieron un poco su orgullo y, aunque hizo un mohín por ello, permaneció en silencio. Estaba convencida de que su Accio estaba muy bien utilizado, que ella haya decidido atraer nada más que la bandeja y no el resto del contenido, era otro tema. Pero esa era otra historia, no pensaba discutir con él por las perspectivas en las que, evidentemente, diferían.

 

Cuando atravesó el portal que Aries había creado, tuvo la sensación de que estaba atravesando una cortina de humo, por lo que, cuando hubo llegado a donde él las conducía, no pudo evitar reprimir una ligera tos. Apenas se recompuso cayó en lo que él les decía y lo que les pedía que hicieran.

 

— ¿Eh? —Estaba de broma, ¿cierto?. ¡Candela no limpiaba ni los utensilios que usaba para comer! Y allí iba, otra vez, conteniéndose una palabrota para ubicar al profesor en lo que requería de ellas. Eso sí, le maldijo por lo bajo, MUY por lo bajo, con una palabra que podría haber escandalizado a la más santa de las brujas.

 

Al principio siguió al poltergeist con paso cansino, pero tuvo que apresurarlo al ver que Peeves no se detenía a esperarla. ¿Y por qué tendría que esperarla? Después todo, la tarea de Candela era limpiar los desastres que iba creando el espíritu a su paso, pues ni de chiste pensaba atraparlo. ¿Para qué? Lo único que se ganaría con eso sería una mala pasado por parte del est****o fantasma.

 

Tras un par de bombas fétidas más, que Candela tuvo que limpiar con Fregotegos, Peeves decidió hacer levitar varios objetos (entre sillas y pupitres y unos cuantos alumnos (?)) para su propia diversión. Aludía a que quería una fiesta anti gravedad.

 

— ¡JAJAJAJAJAJA...! —tronó el poltergeist al notar que a una muchacha se le veían los calzones.— ¡Y SON RAYOS Y ESTRELLITAS! ¿ACASO ERES DEL FANCLUB DE HARRY POTTER? ¡JAJAJAJAJA!

 

— ¡Descendo! —exclamó la Triviani, regresando las sillas y mesas al suelo. Aunque no ocurrió lo mismo con los alumnos que molestaba Peeves.— ¡No seas tan infantil, Peeves! ¿Quieres? Deberías aprender nuevas bromas, están pasadas de moda, incluso para tí.

 

El bicho se quedó mirando a la gitana con una expresión que parecía que le iba a dar un ataque.

 

— ¿¡Y QUÉ SABES TÚ, HIJA DE UNA GRAN... !?

 

— ¡SILENCIUS! —lo calló al instante, Candela, antes de que se atreviese a completar el insulto. Pero pudo leerle los labios, eso sí.— ¡Cuidado en cómo te diriges a mí, animal, o verás el final de tus días aquí en Hogwarts!

 

— ¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡LA MAFIOSA ME AMENAZA! ¡LLORARÉ COMO NIÑA QUE SE HACE PIS! —empezó nuevamente, cuando el efecto del hechizo hubo terminado. Y empezó a alejarse rápidamente— ¡ME HARÉ PIS COMO NIÑAAAAA...!

 

Y allí, atrás de él, correteó Candela. Y vaya uno a saber a qué hora volvería.

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