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Libro del Equilibrio


Lisa Weasley Delacour
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La batalla con el hipogrifo había sido sencilla. Ella tenía a Ardilen en casa así que sabía que herir a una criatura de esa envergadura era la cosa más patética que un ser humano podría hacer.

 

No le gustaba experimentar sus poderes con criaturas que, a su ver, no podían defenderse y no porque no tuvieran las herramientas sino porque muchas veces ellos, los magos, eran más hábiles con las varitas y ellos siempre deberían de utilizar su cuerpo.

 

Candela terminó herida tras su batalla con el lobo, no era para menos, la había notado distraída desde el comienzo, iba a socorrerla pero al percatarse que la encargada de la clase fungía con su función se relajó bastante.

 

Escuchó con atención lo que realizarían a continuación. Mentalmente repetía una y otra vez el hechizo en su cabeza para aprenderlo a la perfección así como el movimiento de varita adecuado.

 

Comenzó a correr en Zig zag tratando de poner la mayor distancia entre el hipogrifo y ella, sabía que la bestia tenía ventaja al volar pero ella aún tenía un par de trucos bajo la manga.

 

No se percató, tan concentrada estaba en burlar al hipogrifo, que chocaba con Candela. Frenó en seco y observó cómo está la esquivaba por milimetros.

 

Segundos después su vista comenzaba a nublarian un poco; podía ver más no con claridad y eso le molestaba de sobremanera.

 

Arena del hechicero pensó en dirección de Candela que aún estaba detrás de ella.

 

Un ruido a la distancia la alertó que algo pasaba. Cerró sus ojos, ya que no quería forzarlos sabiendo que tenía los demás sentidos y podía valerse de ellos.

 

Agitó el oído y dejo que el viento que la acariciaba le hiciera saber cuál era el peligro.

 

Dió una vuelta de costado izquierdo dejándose caer al suelo rodando sientiendo el batir de las alas del hipogrifo muy cerca de su cabeza. Demasiado cerca para su gusto. Si fuera Ardilen no le preocuparía.

 

Se puso de pie sintiendo una leve molestia en su tobillo izquierdo, al parecer había caído mal a la hora del esquivar al hipogrifo pero aún no podía bajar la guardia.

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Disfrutaba, en verdad lo hacia, ver como los animales, bestias para muchos, eran capaces de. sin dominar la magia, llegar a poner en entre dicho la rapidez, y poder de aquellos tres magos experimentados. La madre naturaleza, después de todo, aun tenia cosas que decir, pensaba, al ver como Candela caía al suelo por enésima vez, seguida muy de cerca por la chica de cabellos rojos. ¿Interferir? En esta ocasión no lo hice, no porque no quisiera, mas bien porgue ninguno de los presentes estaba en serios aprietos. Ni el hipogrifo ni el huargo tenían orden de herir, mucho menos de matar, tan solo perseguir y acechar a quien en ese entonces era su rival y estaba de mas decir que lo estaban haciendo a las mil maravillas.

 

La practica hace al maestro, verdad universal por excelencia. Sentir en tus propia carnes el maleficio era, en mi opinión, una de las mejores cosas para aprender sus efectos. Dominar el miedo de perder uno de tus sentidos básicos como era la vista era lo que la cátedra pretendía enseñar al pupilo, aunque a veces se nos salia de las manos y los alumnos perdían la calma al, según ellos, comprometer su seguridad – Dayne, ¿alguna duda? - Mientras que las dos damas de la promoción corrían, saltaban y esquivaban a las criaturas, el chico se había quedado rezagado y observando con incredulidad al rey de la selva, como si este fuese el tesoro mas bonito del mundo – Ya sabes que si no te ves capaz, con lanzar chispas rojas al cielo, todo se detendrá.

 

Molestar al fenixiano para activarlo a veces me había funcionado, esperaba que en esta ocasión también. No me apetecía tener que reprobarlo – Bien, vamos a ir un paso mas allá, mientras intentáis libraros de aquellos que os siguen, os voy a ir explicándolo que viene a continuación. Quedan dos conjuros y son los mas fuertes. Espero que os gusten tanto como a mi – Una sonrisa ladina se hizo presente en mis carnosos labios, pues restaba segura que ambas sabían que yo los usaba en contra de varios de sus amigos – Cineade, un veneno mortal, pulveriza el sistema respiratorio de aquel que reciba la niebla en segundos y depende del nivel del mago es mas o menos poderoso. Para frenarlo debéis usar un anapneo y los episkey correspondientes – Los aullidos y aleteos eran constantes – Flechas de fuego – Dije después.

 

- Son filamentos muy afilados envueltos en el elemento primigenio. Necesitan puntería y gran eficacia. Se clavan con rapidez, creando heridas sangrantes y envolviendo en fuego a quien se los hayáis enviado – Pequeña, pero concisa instrucción – Un aguamenti a tiempo mas varios episkey y os curaran, ¿divertido verdad? - Seguramente ellos no entenderían aquello estando en la situación en la que se encontraban, sin embargo, me dio lo mismo – Con el anillo, cread un vinculo con vuestro animal, respirad unos segundos y defendeos de los tres atacantes que se aparecerán delante vuestra – La tercera y ultima prueba para llegar con pilas al ultimo combate – Si después de esto, me sabéis decir de que cultura eran, ademas de vencerlos, tendréis un extra después, dentro del mortífero cuadrilátero.

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Maldecia en su cabeza una y mil veces a Lisa por ponerla en semejante aprieto. Corría y regateaba esquivando las embestidas del hipogrifo pero cada vez estaba más cansada.

 

Escuchó las palabras de Lisa mientras sentía el poder de su anillo rodeándola por completo. Se paró en seco y volteo a ver al hipogrifo resollar de cansancio.

 

-Una tregua porfas... Ya no puedo correr más

 

Hablo con el bello animal sabiendo que esté la entenderia porque lo vio dar la vuelta en el aire y regresar junto a Lisa.

 

-¿En serio era necesario aquello?

 

Se doblo por la mitad colocando sus manos sobre sus rodillas intentando recuperar el aliento. Al menos su vista ya volvía a la normalidad, aquello había sido demasiado nefasto, solo esperaba que Candela la estuviera pasando peor que ella.

 

-¿Nacionalidad de qué?

 

Preguntó confundida levantando solo un poco el rostro volteando a ver a su profesora pero su visión era bloqueada por un hombre de apariencia extraña, con una vestimenta que no reconocía.

 

-¿Qué demonios...

 

El hombre comenzó a atacarla y ella comenzó a correr de nueva cuenta hasta que recordó que tenía su varita y se maldijo interiormente.

 

-Cineade- gritó con fuerzas apuntando al hombre que la estaba atacando.

 

Aquello en serio debía ser una broma de mal gusto o la profesora en verdad quería asesinarlos. Claro... Cómo aquí podía hacerlo sin replesarias.

 

-Flechas de fuego

 

Unas especie de agujas envueltas en llamas salieron de la punta de su varita recorriendo el trayecto hasta empatar en el hombre que ya estaba asfixiando se gracias al anterior hechizo de Jessie.

 

-No se de donde son...

 

Su pecho seguía subiendo y bajando a gran velocidad ya no sabía si por el cansancio que sentía o por lo molesta que estaba con la profesora. Aquello ni ella se atrevía a hacerlo en sus clases.

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— Pero profesora, —dijo Candela luego de haberla escuchado hasta el final, mientras trataba de recuperar el aliento— la mala pronunciación de un hechizo, ¿no afecta su eficacia? Quiero decir que, según yo, que todavía sé leer, he visto que es Cinaede. AE, no EA.

 

¿Trágame tierra? No, prefería sacarse las dudas. ¡Mira si por pronunciar mal el hechizo terminaba en problemas! Bueno, en realidad, lo que la Triviani pretendía era molestar a Lisa, mas que preocuparse por el correcto uso de un hechizo. Así que medio sonrió mientras le daba la espalda a la Weasley y se concentraba en el poder de su anillo de amistad con las bestias.

 

El huargo se posicionó a lado de la bruja, luego de que ésta hiciera la conexión con el animal a través del anillo, y se quedaron a la espera de lo que sea que fuese a aparecer en cualquier momento. Candela hubiese querido decirle algo más a Lisa, pero en ese momento estuvo más ocupada observando al enorme lobo que tenía consigo, quien parecía estar mirando algo más que árboles y arbustos, allá lejos, mucho más lejos del claro en donde se encontraban.

 

Un lanza envuelta en fuego cortó el silencio que se había generado en ese momento, le hubiese dado de lleno en la cara si la Triviani no ladeaba la cabeza. Entrecerró los ojos para afinar la vista y sólo pudo distinguir un pequeño grupo de cuatro individuos que se acercaban sigilosamente. Dos de ellos llevaban arcos, los cuatro vestían tan sólo taparrabos. Eran morenos, de estatura parecida a la de la gitana y, por supuesto, estaban descalzos.

 

Candela tenía la impresión de haberlos visto ya antes, quizás en uno de sus tantos viajes. No podía recordar en dónde exactamente, pues estaba más familiarizada con los lugares fríos y congelados; adivinaba que ellos se trataban de alguna región tropical, la selva amázonica, quizás. De todos modos, no tuvo tiempo de quedarse meditando en ello, ya que un par de flechas más en su dirección hicieron que se tire al suelo boca abajo. Obligó al huargo a hacer lo mismo, por lo menos hasta saber si eran o no peligrosos aquellos hombres.

 

El lobo, aunque se había resistido a hacerle caso a Candela, se tumbó también, pero se incorporó al instante cuando sintió la extrema cercanía de uno de ellos, y se colocó delante de la dueña del anillo, cuando ésta ya se estaba poniendo en pie del mismo modo. La Triviani pensó entonces en las Flechas de fuego y los cuatro de la tribu tuvieron que sortear modos de esquivar los filamentos cubiertos en llamas; mas el que estaba cerca no tuvo la suerte de contar con tiempo para huir del ataque de la bruja.

 

Cinaede —soltó Candela, con la varita en mano, y se acercó unos cuantos pasos para contemplar el efecto que tenía el veneno en su víctima. Recién cuando estuvo, casi, cara a cara con él, pudo saber de dónde era al escucharlo.— ¿Mashco piro? —lo dijo en un hilo de voz, dudaba que Lisa la hubiese escuchado.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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