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Artes Oscuras


Mentita
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Una roca se movió.

 

Candela había estado esperando entre los arbustos el momento en el que se presentaría ante el par de entes que rondaban el lugar, mas la sobresaltó el que dos pequeñas rocas se movieran en su dirección, no para lastimarla sino para alertarla. Estaban detrás de ella.

 

― Alto ―le habló uno de los entes. Era un niño.

 

La Triviani se giró despacio, no quería que el espíritu saliese huyendo.

 

― Hola, ¿qué tal? ―saludó la gitana, estaba bien empezar con un saludo, ¿no?― No pretendo hacerles daño, sólo...

 

― JA, como si pudieses lastimarnos...

 

La voz del muchacho, con el eco en el aire, la ofendieron. Aunque no sabía si sentirse ofendida realmente.

 

― Bien. ―admitió Candela y trató de serenarse― Sólo necesito un poco de sabiduría, ¿es posible?

 

Ambos espíritus se miraron, no creían de veras que la bruja necesitase algo de ellos. Pero el niño asintió, un poco tímido, aunque en su mirada fuese algo siniestra. El muchacho, que aparentaba unos quince años, se deslizó pesadamente hasta la Triviani. Parecía estar queriendo medir la tenacidad de la bruja.

 

― Tienen que estar por venir en cualquier momento. ―sentenció ésta.

 

Hacía un par de días atrás que había enviado un mensaje a sus alumnos, eran tres, en donde les daba las indicativas de cómo debían hacer para llegar a ese lugar. Con el rollito de pergamino les envió una runa de sangre a cada uno, que brillarían en el día y en la hora acordados. Lo único que ellos debían hacer para activarlas, era regalarles un poco de su propia sangre.

 

En realidad, no estaba muy segura de si podía hacer ese tipo de rituales con sus alumnos, pero ya que estaban en la marcha, era la única forma de llegar a donde ella se encontrada: Algún remoto bosque, en donde todos los ojos tallados en los árboles parecían estar observándola. Y a esa hora crepuscular, como que todo resultaba más "tenebroso".

 

Además, tenía ganas de usar un poco los conocimientos del Libro de la Sangre, que para algo lo tenía en posesión. Un poco de magia adicional no le iba a hacer daño a nadie, sobre todo si quería hacer que sus alumnos aprendiesen algo de ella. O nada. Todo podía pasar.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Días atrás había recibido un pergamino de la academia de conocimientos, lo cual significaba que había sido aceptada a la clase que con tantas ansias esperaba tomar. La necesidad de aprender de la bruja se había intensificado en las últimas semanas, por lo que leer libros e informarse a no era suficiente.


Tomó un cuchillo y lo pasó lentamente sobre la palma de su mano. La línea de sangre que se formó tras el corte fue casi imposible de mermar en los primeros segundos, ya que mientras más fuerza aplicaba sobre la herida, más sangre brotaba de esta. Por lo que procedió a rociar unas gotas de su sangre en la runa de sangre que llevaba más de diez minutos emitiendo un brillo, el cual estaba diseñado para recordarle el día y momento en el que debía asistir a la clase de Artes Oscuras.


No tuvo tiempo para asimilar lo que había pasado, ya que todo a su alrededor había cambiado demasiado rápido, puesto que en ese momento se encontraba en un bosque. No sabía si se trataba de un efecto por haber rociado un poco de su sangre en la runa, o si esta la había transportado hacia alguna parte. Lo único que sabía en ese momento es que ya tenía una pregunta que hacerle a su profesora.


—Romina Black Lestrange— se dirigió a la bruja que se encontraba a tan solo unos metros de su ubicación, suponía que se trataba de su profesora, ya que no había signos de otras personas en el bosque, pero aun así tenía su varita guardada en uno de sus bolsillos.


—Espero que no le moleste la pregunta— suponía que no, pero no la conocía, por lo que todo era posible—¿Cómo es que funciona la runa de sangre que venía con el pergamino? Aún no logro comprenderlo.


La Black Lestrange se consideraba una persona bastante curiosa. Le gustaba saber cómo funcionaban las cosas a su alrededor, y aunque muchas veces se había ahorrado preguntar por miedo o vergüenza, tenía planeado que esa situación cambiara, y no encontraba mejor manera de hacerlo que en una clase.

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Había pasado un tiempo desde su última incursión por el Ateneo de Conocimientos, sus labores como Warlock le habían mantenido ocupado durante varios meses, pero había llegado el momento de hacer una pausa para ampliar sus conocimientos, para conocer más sobre ciertos temas que siempre le habían llamado la atención. En esta ocasión se trataba de Artes Oscuras, un conocimiento que esperaba aprender junto a su pareja, Valentina, quien iría por su cuenta al lugar indicado, el cual no conocían de antemano, pero una runa de sangre indicaría el camino cuando llegase el momento adecuado.

 

Apenas se percató al principio, pero tras unos minutos de intensificación, el joven mago se dio cuenta de que la runa que le había entregado la profesora Candela había comenzado a brillar. Aquella runa era bastante peculiar, pues en el momento en que Zurin la recibió tuvo que darle un sacrificio en sangre para poder activarla, y recibir así la notificación del inicio de la clase, probablemente hablaría con la profesora sobre el uso de ese tipo de rituales en el ateneo, aunque tampoco había sido nada demasiado grave, un leve corte en la mano bastó para que unas gotas de sangre activasen la runa.

 

Nada más observó el brillo de la runa, aprovechando que ya estaba preparado para salir a cualquier lugar, tomó el objeto en su mano y se desapareció de la habitación donde se encontraba para aparecer nuevamente junto a dos personas, una de ellas ya la conocía, aunque hacía bastante tiempo que no la veía.

 

Zurin ─ pronunció el mago nada más echar un vistazo a las dos brujas que allí se encontraban ─ encantado de verte de nuevo Romina, ha pasado mucho tiempo desde nuestro último encuentro ─ comentó dirigiéndose a su compañera.

 

El joven mago no se hacía a la idea de que les aguardaba allí, pero probablemente deberían superar algún tipo de obstáculo, o resolver algún misterio de artes oscuras, pues la mayoría de las clases solían tener un enfoque bastante práctico, era lo bueno de aquel lugar, aunque algunos profesores tuvieran unos métodos un tanto cuestionables, como el uso de aquella extraña runa de sangre.

 

¿Puedo preguntar qué hacemos en este lugar, y dónde estamos concretamente? ─ añadió el warlock dirigiéndose esta vez a la profesora de la clase, mientras observaba su alrededor aguardando la llegada de su pareja.

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Una lechuza parda a cargo de un pergamino con el sello de la Universidad Mágica, además de un paquetito, fue lo único que Valentina recibió como indicación para su próxima clase. Tras abrir el paquete con cautela, descubrió que se trataba de u na piedra, o mejor dicho, una runa con un símbolo rojo oscuro que no había visto con anterioridad. No fue hasta la mañana de la clase cuando dicho símbolo comenzó a emitir un brillo muy carasterístico que hizo que la chica se diera cuenta de qué tipo de runa tenía delante.


Por supuesto, las runas de sangre se activan con sangre, así que la joven cogió una cuchilla de afeitar del baño y dibujó una fina línea en la palma de su mano izquierda. Unos segundos bastaron para que las gotas de sangre emanaran de la herida fresca. Asegurándose primero de ir atuendada con todo lo necesario, la muchacha agarró la runa. Ésta comenzó a brillar con más intensidad y sintió cómo su cuerpo se transportaba en un torbellino de luces y sombras.

Cuando sintió de nuevo los pies en tierra, distinguió la figura de tres personas: su pareja formal, con quien había decidido tomar este nuevo conocimiento, una mujer a la que conoció anteriormente y la profesora de la materia.


Espero no llegar tarde, o al menos, no demasiado ―saludó Valentina―. Me llamo Valentina Ricci, y por descarte supongo que es usted la señorita Triviani. Un placer ―entonó con cortesía―.


Miró alrededor con mayor detenimiento. Pese a que juraría que en su casa aún no era ni mediodía, todos se encontraban con el sol escondiéndose tras unos árboles de copa alta. Todo lo que encontró con sus ojos era pura vegetación. Por supuesto, un entorno mucho más agradable que la típica aula oscura de cuatro paredes, llena de experimentos defectuosos.


No sabía que fuéramos a dar clase en un bosque ―mencionó antes de pocisionarse al lado de su pareja―.

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Los dos fantasmas se ocultaron en las copas de los árboles tras la aparición de la primera persona. Se trataba de una chica a la que difícilmente podría decirse que Candela conociera; no, no la conocía de nada. Recordaba vagamente los nombres de los alumnos que aparecían en la lista que los directores le habían facilitado, luego de informarle que le tocaría dar clases ese mes. ¡Qué eras tres, sólo tres!. Pero no, ni así se los aprendía.

 

La Triviani disimuló el alivio que sintió cuando, uno a uno, le fueron diciendo sus nombres. De Romina tuvo la impresión de que sería algo de los Black Lestrange, no podía ser tanta coincidencia el apellido. De Zurin creía haber visto su nombre en alguna parte del Ministerio, pero como le prestaba tanta atención como a una mosca a los asuntos de ese tipo, posiblemente podría haber obviado algo muy importante. Valentina no, a ella sí que la recordaba, de alguna clase en la que la gitana fue alumna. No le vayan a preguntar de cuál, que esa parte no la recordaba.

 

— No, Valentina, no llegan tarde. —respondió a la chica mientras espiaba de reojo el ambiente se mi oscuro.— Apenas estaba por empezar, así que no es que se hayan perdido de algo. Mi nombre, —dijo, mientras sacaba la varita de uno de los bolsillos de su vestido— Candela Triviani.

 

Con ayuda de la varita, hizo aparecer las tres runas en su mano izquierda. Ya no titilaban, habían perdido la luminiscencia de hacía unos momentos, pues el objetivo de traslado estaba cumplido.

 

— ¿Alguno conoce la historia del bosque de Aokigahara? —preguntó fijando la vista en los tres.— Se le conoce como el "bosque de los suicidios". No, no estamos en Aokigahara, señorita Ricci. —tuvo que aclararlo con premura ante los ojos emocionados de Valentina.— Pero se podría decir que es una muy buena imitación del Aokigahara original, ubicado en Japón. A fines prácticos, la leyenda es la misma. Muchos nativos del lugar usan este bosque para perderse entre sus árboles y decir adiós al mundo.

 

Señaló con el índice de su mano libre hacia los árboles, en donde dos pares de ojos -vacíos y apagados- los observaban con bastante curiosidad. Ambos fantasmas se aproximaron, con el recelo dibujado en sus gestos, y se colocaron entre la Triviani y sus alumnos; el más joven quiso hablar, pero cerró inmediatamente la boca tras la mirada asesina del niño.

 

— Primero, algo fácil. ¿Podrían decirme qué saben de las Artes Oscuras y la experiencia que traen de ellas? Si la experiencia es nula, no hay ningún problema. Pero me gusta saber de anécdotas ajenas. —Sonrió ocultando un poco morbosidad que sentía por el pesar de los otros.— Oh, y éstas runas, se habrán dado cuenta de que han absorbido la sangre de ustedes. —se las mostró— Generan ecos de sangre, una especie de vínculo "sanguíneo" con un ser u objeto no-vivo. Y... Bueno, lo otro en realidad tendrán que descubrirlo luego.

 

Se cuidó mucho de no decir dónde estaban realmente. No podía revelar que se encontraban fuera de Inglaterra, con todas las ilegalidades que había cometido. No, se guardaría el dato.

 

 

 

@@Romina Black Lestrange @ @@Mr Zurin

Editado por Candela Triviani

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Cuando la profesora mostró su varita, Valentina no pudo evitar tener el reflejo de colocar la mano sobre la suya. Tal vez fuera por la costumbre de protegerse durante los duelos por los que había pasado. Pero Candela únicamente hizo aparecer las tres runas que habían sido enviadas con anterioridad a los alumnos. Esto la sorprendió, pues juraría que la llevaba en un bolsillo de su túnica. Pero no, el bolsillo ya estaba vacío.


Había escuchado hablar del bosque de Aokigahara, tal vez leyó algo acerca de él en alguno de sus libros. Efectivamente, la idea que tenía sobre él se corroboró con las palabras de la profesora. ¿Rituales de sangre en alumnos? ¿Excursiones a bosques malditos? Definitivamente, el Ateneo había cambiado bastante en su ausencia.


Pero lo que más le sorprendió no fue eso, sino la aparición de dos entes espirituales delante de ellos. Eran muy jóvenes, ¡de hecho uno era un niño! Demasiado jóvenes para estar habitando un bosque maldito.


Pues... —antes de empezar a responderle a la profesora, Valentina recordó que, obviamente, no podía revelar nada de lo que ocurría en las reuniones del bando al que defendía. Y tampoco nada de lo experimentado durante su estancia en el Ministerio como inefable. Eso limitaba bastante las respuestas permitidas.


El término se refiere a todo tipo de magia que es utilizada para causarle el mal a otra persona, también catalogada como magia negra. —Dio la definición más académica que encontró en sus recuerdos, dejando que sus compañeros pudieran añadir más detalles sobre ella.


Respecto a mi experiencia con ellas, bueno; no quiero ni que mi profesora ni el Warlock que se encuentra aquí presente piensen que soy una ilegal. De hecho, no hace tantos años desde que me gradué en Hogwarts. Pero sí que en una situación límite tuve que utilizar una Mano de la Gloria que recibí de un allegado. Gracias a ella, unos compañeros y yo pudimos escapar de una manada de inferis que nos perseguían en una mansión. Fue bastante... traumático para la edad que tenía —sentenció. Esperaba que su respuesta fuera válida y no tuviera que ofrecer muchos más detalles.


Volviendo a detener su atención en las runas, se dio cuenta de que no tenía ni idea sobre rituales de sangre, ni sobre Runas Antiguas, ni sobre nada. ¿Sería la única? Esperaba que no, que sus compañeros tuvieran algo más de idea que ella.

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Su mente comenzó a divagar, al igual que un sinfín de preguntas sobre donde estaba y lo que tenía que hacer, se formularon en su cabeza. Pero se contuvo. Tenía que esperar a que llegaran sus compañeros de clase. Y a decir verdad no tuvo que esperar demasiado y para su sorpresa se trataba de una persona a la que había conocido tiempo atrás en el castillo Targaryen, Zurin, al que le dedico una leve sonrisa.


En cuanto la última persona llegó, al parecer serían tres en esa clase, lo que le parecía perfecto ya que con menos personas era más fácil aprender. La profesora comenzó a hablar, por lo que escuchó atentamente sus palabras.


<<Bosque de Aokigahara>> se detuvo a pensar. Tiempo atrás, cuando vivía con muggles, había oído leyendas acerca de un bosque en Japón, pero en ese entonces le costaba creer en los lugares encantados o siquiera en la existencia de magia, por lo que no había prestado demasiada atención. Pero desde el momento en que descubrió que era una bruja todo le parecía posible.


Cuando Candela les preguntó si sabían algo o tenían experiencias en Artes Oscuras su mente quedó en blanco. Tenía algunos recuerdos de haber escuchado en algún momento de su vida sobre ese tipo de magia, de hecho había leído alguno que otro libro, pero como siempre no había creído que eran reales hasta que descubrió que ofrecían esa clase en la academia.


—Mi experiencia es nula— respondió en cuanto su compañera terminó de hablar—He escuchado sobre ese tipo de magia. Los muggles con los que vivía tenían unos libros de magia oscura, aunque no estoy segura si es lo mismo que artes oscuras. Y recientemente he leído algunas cosas al respecto, pero no sé mucho— finalizó.


No sabía que otra cosa podía agregar al respecto, había escogido tomar esa clase porque quería aprender y profundizar más sobre esos temas. Pero cuando se quedó pensando, ¿Cómo es posible que enseñaran Artes Oscuras en la academia si de alguna manera se consideraba algo “ilegal”?


—El uso de Artes Oscuras se considera ilegal en el mundo mágico, ¿No es así? Entonces, ¿Cómo es posible que se pueda enseñar en la academia? ¿O es que solo hay algunas restricciones en cuanto al uso de esta magia?

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Aquella clase comenzaba siendo algo confusa para el mago, aunque logró ocultar dicha confusión mostrando una expresión de conformidad con las palabra que iba pronunciando Candela, la profesora de aquella clase de Artes Oscuras. También el reencuentro con una antigua conocida le evocó ciertos recuerdos, lo que hizo más sencillo ocultar su vaga idea sobre el tema a tratar, pues Zurin se perdió durante unos instantes en sus recuerdos sobre aquellos tiempos, aunque rápidamente volvió a la clase para no perderse más de la cuenta, que ya era suficiente.

 

Curioso lugar ese bosque, aunque no conozco nada sobre él más allá de lo que has contado, ni tan siquiera recuerdo haber leído sobre él ─ comentó el warlock sin disimular su ignorancia sobre el tema, mientras observaba con recelo como dos fantasmas se acercaban hacia ellos, lo más probable es que no ocurriese nada malo, pero dejó la mano sobre su varita por lo que pudiera pasar de ese momento en adelante, aunque trató de hacerlo con el máximo sigilo que pudo, evitando llamar la atención de la profesora ─ ¿Y ellos son...? ─ igual era una pregunta algo est****a dado el lugar en el que se encontraban de forma simulada, pero no le gustaba estar ante desconocidos, así fueran fantasmas.

 

A continuación se planteó qué debía contar sobre su experiencia con las Artes Oscuras. Como warlock tenía acceso a muchas cosas que habían ocurrido a ojos del Ministerio de Magia, aunque aquello era todo alto secreto, por lo que no podía hablar de ello. En su vida personal no había tenido apenas contacto con ese tipo de magia, afortunadamente para él, por lo que apenas tendría unas palabras que mencionar sobre el tema.

 

Mi experiencia con esta disciplina ─ comenzó el warlock tratando de ordenar lo que realmente podría decir en un lugar así ─ es bastante básica, de forma teórica si conozco algo más, pero la práctica aún no me ha resultado necesaria.

 

Nunca había visto nada similar a las runas de sangre, y la verdad es que me causan cierta curiosidad, ¿suelen usarse de forma frecuente en el Ateneo? ─ el warlock trató de controlar su voz para evitar sonar autoritario, más bien quería que aquello fuera una duda generada por un alumno curioso.

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― Oh, tranquilo. ―respondió ante los ojos recelosos de Zurin― Son dos fantasmas que han accedido a ayudarme un poco con la tarea que he de ponerles.

 

Candela no se perdía de vista a ninguno, a pesar de tener a los dos entes entre ellos, suponía que un buen docente tenía tiempo, espacio y atención para todos sus alumnos. Pero ella no era los buenos docentes, sólo fingía serlo; y esbozó una imperceptible sonrisa al notar el aire de incredulidad en los tres de carne y hueso que tenía delante. Se contuvo de no contarles todo lo que le hubiese gustado contarles. Oh, la Triviani adoraba alardear de sus vandalismos, pero casi nunca tenía con quien charlar de ellas.

 

― Curiosa, la Mano de la Gloria, ¿no? ―preguntó a Valentina con una mirada inquisitiva― ¿Sabes cuál es su origen? Le aseguro, señorita Ricci, que su primera experiencia, en esa situación, con la "magia oscura" -llamémosla así, si lo prefiere- no han sido los inferis, sino el objeto que utilizaron para escapar de ellos. Si bien, el cómo se obtiene una Mano de la Gloria, es un acto... ¿Noble? Sí, por decirlo de alguna manera, noble, la acción en sí ya es detestable.

 

Los espíritus parecían estremecerse ante la mención de dicho objeto, vaya uno a saber por qué.

 

― El hecho de mutilar a una persona, por mucho mal que haya hecho, creo que es algo que no debería permitirse. Porque claro, en el Ministerio sólo se cuenta la parte bonita de la Mano, la utilidad que tiene, mas dudo que se les haya contado la historia completa. ―La gitana no era muy conocida por su prudencia, eso se notaba, siempre estaba hablando divinuras del Ministerio de Magia.― Porque para obtener una Mano de la Gloria, señorita, le cortan la mano a una persona y se realizan ritos, creo que son tres, ―allí fingió ignorancia― y data de mucho tiempo, muchísimo tiempo atrás, este tipo de rituales. De hecho, la primera de la que hay constancia, era la mano de una bruja condenada a la horca en 1700, durante la caza de brujas. Como sea, quizás otro día hagamos una.

 

Le guiñó un ojo a su alumna y devolvió las runas a sus dueños de sangre.

 

― En todas mis clases me tomo el trabajo de aclarar un punto de creencia muy personal, pueden o no compartirlo conmigo, pero se los diré de todos modos: No existe la magia negra. Es magia, pura y en todos sus aspectos. Es simplemente, magia. ―las runas, ya en las manos de Zurin, Valentina y Romina, empezaron un suave y lento titileo― Sí, la señorita Ricci ha dado una idea bastante exacta de lo que son las Artes Oscuras para el mundo mágico hoy en día. Sin embargo, quiero que tengan en mente que se trata sólo de magia incomprendida. El hombre teme todo lo que no comprende, es su naturaleza, y por ello ha sido clasificada de esa manera.

 

Las almas que acompañaban al cuarteto, se colocaron uno entre Valentina y Zurin, y el otro entre éste y Romina. Si bien, la idea de la Triviani era ser bastante extremista, no podía olvidar que era responsabilidad suya la integridad mental de sus alumnos, a pesar de que éstos pareciesen ser auto suficientes, todos contábamos con un punto débil. El de ellos, en este caso: La ignorancia.

 

― Imagino, señorita Black Lestrange, ―empezó a hablar para responder a Romina― que el Ateneo apunta a una mejor comprensión de las Artes Oscuras, por eso su enseñanza. Y, créame, que es el pan de cada día. Según la definición que tenemos de ellas, y de todo lo que implica, pueden considerarse magos o brujas oscuras todo aquello que tenga en su poder criaturas -los basiliscos, por ejemplo-, objetos, plantas y pociones que puedan utilizarse para tales fines. Incluso los libros de hechizos, que hoy se cursan, tienen ese toque... siniestro, por el que todos nos sentimos atraídos.

 

En ese momento, y por una inclinación de la Triviani, los espíritus colocaron sus manos sobre las runas de sangre, las cuales empezaron a titilar frenéticamente al sentir la energía otorgada.

 

Y realmente lo ignoro, Zurin. No sé si este tipo de prácticas ha sido usada con anterioridad, digamos que esta es mi tercera clase y es la primera vez que las uso. Así que, supongo que es un tanto... experimental. ―le dedicó una sonrisa soberbia.― Ahora, bien... ―se dirigió esta vez a los tres por igual― Tienen las runas de sangre en sus manos, se darán cuenta de que están bastante eufóricas, lo que quiero que hagan es sencillo: Confíen en ellas.

 

Y con la última de sus palabras, Romina, Zurin y Valentina, cayeron presos de un profundo sueño. Un sueño en el que estarían completamente solos.

Editado por Candela Triviani

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Confíen en ellas.

Fue lo último que escuchó Valentina antes de que un profundo sueño se apoderara de ella. Era como si el mismísimo Morfeo hubiera bajado de su reino para apoderarse de la muchacha. Pero el dios griego ni siquiera había sido bondadoso como para regalarle un sueño placentero, de esos donde el cerebro vuela hasta un lugar paradisíaco y eres capaz de verte a ti mismo disfrutando de una actividad idílica; no. Tan solo la oscuridad se encontraba en contacto con ella, la más absoluta oscuridad.

Pero hubo un momento en el que su cuerpo comenzó a reaccionar. No se sabe si fue por la runa que portaba, o tal vez por el susurro del viento. Ni tan siquiera sabía cuál era el tiempo real que había estado inconsciente allí tendida, aunque para ella la sensación fuera la de haber estado semanas en aquel estado. La cabeza de Valentina se resentía como si estuviera sufriendo una buena resaca, de esas provocadas tras ingerir copas y copas sin límite durante toda la noche.

Do... ¿dónde estoy?

La alumna comenzó a enderezarse, quedando apoyada sobre el césped por las dos palmas de sus manos. Miraba a todas partes mientras seguía recuperando la conciencia. Sí, el lugar era el mismo. Todo rodeado de vegetación y la noche cubriendo el cielo. Sin embargo, ni un alma parecía encontrarse por allí, ya fuera corpórea o espiritual.

¿Dónde está todo el mundo?

...

Llegas tarde.

La voz tajante precedía a una figura cubierta en la oscuridad. Una figura femenina, alta y delgada que dejaba volar un vestido de seda se había aparecido de la nada a la espalda de Valentina. De hecho, hasta dió un brinco por la sorpresa. Se giró y la figura fue avanzando con sus tacones hasta que la luz tenue de la luna se reflejó en su rostro.

―¿Tauro? ―La cara de confusión de la pelirroja era evidente. ―¿Qué haces aquí?

Pero ese aquí no hacía referencia al bosque. Ya no estaban rodeada entre árboles, sino de gradas. Gradas pertenecientes a una Sala de Juicios. Una sala en forma circular de lo más tétrica. Todo era negro, a excepción del coloreado suelo de mármol. Las gradas estaban ocupadas por sus compañeros mortífagos: amigos, familiares y familia política. Presidiendo la sala se encontraba el estrado con Tauro a la cabeza y Beltis un poco más atrás. Y Valentina era el foco de atención, literalmenete, pues quedaba iluminada al centro de la sala, encadenada de pies y manos a una silla.

¿Acaso estaba soñando?

Parece que el Filtro de Muertos en Vida te ha dejado más est****a de lo que ya lo estabas ―un coro de risas se hizo sonar―. Estás aquí, en la Torre Negra, y va a dar comienzo el juicio donde se te acusa de traición por el asesinato de Orión Yaxley y Gatiux, o los que eran tus padres.

¿¡Qué!? ―exclamó―. ¿De qué me estás hablando? ¡Si ni siquiera Orión es mi padre, sino mi padrastro!

Justo a un lado pudo ver cómo sus hermanos Yaxley por parte de madre lloraban sin consuelo tras mencionar el nombre de sus progenitores, abrazándose unos a otros. Acto seguido, Beltis tomó a palabra.

Expondré el caso de los acontecimientos sucedidos durante la noche del tercer viernes de septiembre: los señores Yaxley se encontraban en la Manor familiar huyendo de una sustancia viscosa muy tóxica que se había apoderado de las paredes del hogar. Este accidente fue provocado por la señora aquí juzgada gracias a la ayuda de sus contactos en el Ministerio. Una vez que consiguió que ambos magos quedaran recluidos en la habitación elegida, los acuchilló sin piedad, como si de un sucio muggle se tratara. El cuchillo portaba veneno de rastrevíspula, que en cuanto entró en contacto con el torrente sanguíneo, imposibilitó a los Yaxley de realizar cualquier contraataque.

Se escucharon susurros entre el gentío antes de que Tauro continuara el discurso.

Miembros del jurado. ¿Cuál es el veredicto?

¡Culpable! ¡Culpable! ―bramaron los Altos Rangos desde la grada―.

Mientras, Valentina no hacía más que pegar tirones e intentar liberarse de esas duras cadenas. Susurraba hechizos aleatorios esperando que alguno funcionara, e incluso intentó transformar las cadenas con un Morphos. Pero lo único que consiguió fue levantarse la piel justo por donde las cadenas la oprimían.

Déjalo, muchacha. No tienes varita, y no eres tan poderosa como para hacer magia sin que algo la canalice ―rió Beltis―.

Este jurado te considera culpable de los actos aquí expuestos ―prosiguió la peliazul―. Valentina Yaxley, quedas considerada como traidora a la Marca por asesinar a dos poderosos magos del bando. Por tanto yo, Taurogirl Lavigne, miembro de la Tríada Mortífaga y líder de la Marca Tenebrosa, te sentencio a morir.

¡NO! ―gritó la acusada con un volumen tan fuerte que, de no ser porque la habitación estaba insonorizada, se habría escuchado en toda la comarca―. ¡Esto es un error! ¡Yo no he hecho nada, NADA! ¡Me vais a matar sin motivo alguno! ¿¡Es que os habéis vuelto todos locos!? ¡P**** asquerosos!

 

La desesperación se apoderó de la joven, que gritó y gritó hasta que le empezó a sangrar la garganta. Algunos de los presentes la señalaban y reían al grito de «muere, muere», otros continuaban consolándose y otros sencillamente le dedicaban insultos y palabras de odio. Lo que era evidente es que nadie mostró ni un poco de compasión ante la pelirroja.

Definitivamente, estaba sola.

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