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Prueba de Nigromancia #9


Báleyr
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Era hora. Le había dado suficiente tiempo a la Malfoy para alistarse y hacer cualquier preparación final que necesitase previo a la prueba. A partir de ese momento, Báleyr no podía hacer más. Todo dependía de ella y, en menor medida, del ancestral portal cuya magia terminaría por decidir si Beltis estaba o no preparada para convertirse en Nigromante. El Arcano esperaba a la mujer en la puerta de la pirámide que albergaba la entrada al portal, separado de ella por una serie de obstáculos que tendría que atravesar antes de acceder a la última instancia.

 

Siendo que la pirámide (y por consiguiente el portal) estaban ubicados en una isla "separada" de los terrenos de la Universidad Mágica, el primer desafío de la Malfoy sería atravesar el lecho acuático que distanciaba ambos terrenos. Para los propósitos de aquel día, Báleyr había atestado aquellas aguas con seres bastante peculiares que recordaban a los Inferis que los magos oscuros eran duchos en invocar. A pesar de provenir de la muerte, ellos no tratarían de acabar con la mujer sino de poner a prueba su capacidad de actuar bajo enorme presión. Indudablemente, eran tantos que (de no poder controlarlos y guiarlos oportunamente) terminarían tumbando el bote que la mujer debía tomar en un intento desesperado de que ella se les una.

 

Eventualmente, y si llegaba al otro lado, debía de atravesar un frondoso bosque que ocupaba una parte considerable del terreno de la isla. Casi a la mitad del sendero se encontraría con una niña con sus pies descalzos, vistiendo un camisón rosado con una enorme mancha de sangre cerca del tórax, su piel pálida y fría y una muñeca colgando eternamente de su mano izquierda. En un principio, la niña le pediría ayuda, pero si Beltis era incapaz de dilucidar sus intenciones ocultas enfrentaría un destino mucho peor que la muerte.

 

Por último, debería enfrentarse al laberinto cuyo camino magistral la llevaría hasta Báleyr y la pirámide. ¿Qué había dentro del laberinto? Sólo la parca lo sabía. Después de todo, había sido ella misma la que se había puesto en contacto con el Arcano para diseñar aquella última parte de la "pre-prueba". El anciano sólo podía llegar a imaginar que macabro obstáculo había fijado para ella.

 

<< Bienvenida, señorita Malfoy. Mucha suerte. >> habló en la mente de la muchacha en cuanto hizo acto de presencia al borde del lago. << Está sola a partir de ahora. >>

 

Silencio.

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Apareció en la Universidad, entre las pequeñas callejuelas que rodeaban y salían del pueblo. Avanzó más allá del bullicio de las estancias para alumnos, de las tiendas y bares que llevaban años atendiendo y sirviendo a generaciones de magos. No sabría decir si iba tarde o temprano, pero a esa altura, daba igual; Iba a dar la prueba de nigromancia, todo lo demás carecía de importancia.

 

¿Estaba preparada? Había esperado mucho tiempo como para no estarlo. No se perdonaría fallar. ¿Qué había aprendido? Aprendió a hacer portales, pero ¿sería suficiente? Las preguntas se sucedían en su cabeza pero la hacían dudar. Cada pregunta reafirmaba su convicción sobre sí misma, lo aprendido de Báleyr y, más que cualquier otra cosa, sobre lo que había aprendido de la muerte durante todos los años de su vida.

 

Siguió las instrucciones y fue allí donde todos los alumnos miraban con anhelo, en dirección a la pirámide que decidiría su futuro. La fresca brisa la acompañó durante todo el camino hasta el lago, sacudiendo la túnica de lino gris que llevaba, poco más oscura que la trenza de cabello blanco que le caía a la espalda, desordenada. Las oscuras aguas del lago se agitaron como si algo se sacudiera bajo ellas; a cada paso, más turbulentas. Hizo aparecer su varita y se acercó a la orilla, mirando a lo lejos por si veía un puente.

 

Comenzó a rodear el lago, pero el infame puente nunca apareció. Lo que sí apareció fue un diminuto muelle apenas visible entre los juncos que se movían frenéticamente al compás del viento y atado a él, una barca. Las aguas mecían el bote, o más bien lo agitaban de un lado a otro, subiendo y bajando ante las revoltosas y fuertes olas que azotaban la orilla. Beltis se acercó y mientras más se acercaba, más veía aquella idea como descabellada. La madera estaba vieja, descuidada con restos de pintura que ya había perdido su color al sol. Daba la impresión de que no soportaría la travesía y acabaría naufragando tristemente a mitad de camino.

 

Con otro clima se animaría a nadar, pero así, al borde de una tormenta y con extraños seres del inframundo nadando en el lago, no le apetecía mucho. Torció los labios al ver unos brazos fantasmagóricos salir del agua. No eran los únicos, cada vez más espectros y seres cadavéricos y putrefactos se juntaban cerca de la barca con los ojos vacíos pegados en ella. Ahora entendía por qué se sentía tan observada. Y también comprendió que tendría que cruzar no solo a través del agua, sino a través de aquellos seres que parecían muy interesados en ella.

 

Los animales que usualmente poblaban el río y el lago se congregaron a un costado, escapando de todo eso. La mayoría eran cocodrilos. Por no decir todos. Se detuvo en medio del muelle y meditó unos segundos. Hizo aparecer entorno a tres de ellos una argolla dorada gracias al Orbis Bestiarum y les mandó acercarse. Hizo aparecer un lazo y los ató con rapidez. O medio ató, ellos cerraron los dientes para no dejar escapar la cuerda sin cortarla. Se montó en la barca y los hizo nadar en dirección al otro lado.

 

No era el plan más brillante, pero al menos avanzaba. El bote iba dando tumbos sobre las olas y los cocodrilos nadaban con rapidez a través de las aguas revueltas, aunque no lo suficientemente rápido como para dejar atrás a los extraños inferis que intentaban volcar la barca. No sabía lo que querían, pero no eran más que seres nauseabundos sin mucho cerebro. La orilla cada vez estaba más acerca y su estómago cada vez más revuelto.

 

Casi lo había conseguido cuando los inferis comenzaron a atacar a los cocodrilos y perdió fuerza. Sin embargo, estaba al lado, a tan solo unos metros de tierra firme. Se puso en pie y de un salto salió del bote ayudada con el amuleto volador. Planeó más metros de lo que habría conseguido sin él y alcanzó a caer sobre la orilla enlodada, hundiendo pies y brazos justo cuando comenzó a llover.

 

Retomó el aliento y se irguió, sacudiendo las manos y las piernas para librarse del lodo arcilloso que se le había pegado. Dejó a los inferis y a los cocodrilos atrás y se adentró en el bosque que ocultaba la pirámide. Al comienzo, los sicomoros eran bajos y se encontraban separados, dejaban pasar la poca luz que había, pero mientras más avanzaba, más frondosos y altos se volvían y más a oscuras se quedaba. Decidió usar el anillo de escucha, el detector de enemigos y el anillo salvaguarda contra miradas indiscretas para así poder anticiparse a cualquier ataque y evitar ser vista con facilidad. No confiaba en ese sitio, no confiaba en las argucias de Báleyr. Sabía que el viejo arcano no la sorprendería con una bestia común y mortal, pero prefería no dejar nada a suposiciones y expectativas.

 

A pesar de todo, no lograba escuchar ningún ruido. Nada, ni el murmullo de los animales, ni las hojas al viento, ni la lluvia caer. Era como si hubiera entrado en una especie de burbuja donde ni el ulular de la tormenta se colaba. Avanzó en ese terrible silencio que erizaba los vellos temiendo que la prueba la sorprendiera en cualquier momento. No fue así.

 

Solo escuchó un sollozo, un gimoteo distante entre el espeso bosque que parecía el desgarrador lamento de un niño. Se dirigió hacia el origen del ruido sabiendo de antemano que esa sería otra prueba ¿Qué niño se perdía en el bosque de esa isla, en medio de la Universidad? Tendría que averiguar qué clase de obstáculo sería. ¿Estaría realmente perdido o sería un engaño más?

 

El llanto se hizo más agudo hasta que encontró a una pequeña niña cobijada en la hendidura del tronco de un sicomoro viejo, lleno de nudos. Se acercó a ella y le habló. Enseguida el anillo detector de enemigos comenzó a mandarle inequívocas señales.

 

- ¿Cómo te llamas?

 

Era malísima con esas cosas. ¿Por qué no la arrojaba a través del portal de una patada? Era más fácil decirlo que hacerlo. Antes de poder sacar la varita, olvidó ese plan. Olvidó el peligro ante el que estaba.

 

- Elisa -su voz temblaba.

 

- Es un nombre muy bonito.

 

- Mmm sí, así se llamaba mi madre también.

 

Beltis vio que la pequeña no se despegaba de una muñeca y que su vestido tenía manchas de sangre.

 

- ¿Te has perdido? ¿Estás herida?

 

- Buscaba a mis hermanos, pero los he perdido. Y tuve un accidente -se puso a llorar otra vez. Grandes lágrimas corrían por unas pálidas y pecosas mejillas de niña de cinco años.

 

- ¿Te has hecho daño? Deja que te ayude.

 

Beltis sacó la varita con cuidado, para no asustarla. La niña la miró con desconfianza todavía acurrucada sobre sí misma sin dejar de sollozar, abrazando a su muñeca con fuerza. Al final asintió. Beltis utilizó primeros auxilios en ella y le aplicó una curación. Tenía una herida muy fea en el pecho, profunda. Parecía hecha con algún objeto punzante como una daga o algo peor, porque los bordes estaban desgarrados, sin embargo, la niña insistía en que se había caído mientras le contaba a la bruja sus desventuras en ese bosque. A pesar de sus esfuerzos, la herida no cerraba, y la sangre no dejaba de brotar de la herida. Frunció en el entrecejo sorprendida mientras el anillo no dejaba de enviarle señales sobre un enemigo. Tal vez el mismo que atacó a la niña...

 

- No...no se va a cerrar. Así no va a funcionar. El accidente me hizo un daño irreparable. Aunque solo tú podrías ayudarme.

 

Beltis la quedó mirando. La niña tenía cada ojo de un color diferente ¿Cómo no se había dado cuenta? La nariz torcida, los dedos demasiado largos como para ser de una niña. Los brazos magullados y grisáceos, el pelo le había crecido a mechones. Era como una composición de partes y piezas del tamaño de un infante. La bruja se echó hacia atrás con su varita en alto.

 

- Dime qué quieres.

 

- Que me ayudes. Me hice mucho daño y busco a mi familia. Solo necesito un cuerpo en buen estado. Vivir otra vez como una niña, feliz otra vez.

 

La dulce voz y los llantos cesaron. Veía con mayor claridad lo que tenía enfrente de ella.

 

- Primero, dime tu nombre. Te ordeno decirme tu nombre.

 

- ¿Me ordenas?

 

Hizo morritos y estalló en una carcajada que helaba la sangre. Era como una muchedumbre riendo.

 

- est****a. Osas darme órdenes cuando soy yo quien podría destruirte. ¿Acaso no sabes dónde estás?

 

Beltis miró de reojo a su alrededor. Los árboles habían desaparecido y habían sido sustituidos por una oscuridad infinita. Olor a podrido, a moho, a muerto.

 

- Vaya sorpresa -Arrugó la nariz y torció la boca sin baja la varita - No me digas que estamos en el mundo de los muertos.

 

- Y vas a ayudarnos, tu laberinto es ayudarnos a escapar de esta prisión. No tienes otra opción. Tu cuerpo, tu magia, tu varita ahora serán nuestros, bruja. Servirás con tu muerte para que otro se alce en tu lugar y pueda gobernar sobre los vivos.

 

- Así que no eres solo uno. Tus nombres.

 

- No tenemos nombre.

 

- Entonces, son nada. Todo aquel que merece ser recordado tiene un nombre, algo que lo identifique más allá de lo común. No son más que un cúmulo de recuerdos olvidados, de partes defectuosas que han ido quedando en este sitio caótico y podrido durante los siglos. Y se han juntado porque por sí mismas no podían haber tramado tamaño engaño. Brillantes deben haber sido en vida, sin duda.

 

- ¡Bruja! ¡no sabes lo que dices! Hemos sido más grandes que aquellos a los que más has temido, venimos de los primeros días, de cuando la magia era venerada, de cuando el terror consumía la mente de los mortales gracias a nosotros. ¡A nuestro poder!

 

- Encima, ancianos. Cansinos, eso es lo que son.

 

- No te preocupes, que pronto nos servirás como todo aquel que se ha cruzado en nuestro camino.

 

La niña, cada vez más deforme y tétrica, se acercó a ella, quien se cubrió con un Obsistens.

 

- ¿Cómo quién? Es que yo no he escuchado de vosotros. No sé yo...

 

- Somos pesadillas, hoy cuentos. Ladrones de infancia, hambrientos de sangre mortal, de poder...

 

- Vale, pero de verdad quieren que crea lo poderoso que eran cuando ahora son una masa deforme que no me supera en altura. Y mira que soy pequeña.

 

La cosa volvió a acercarse, pero de la varita de Beltis salieron despedidas tres flechas de fuego que se fueron a clavar en diferentes sitios del cuerpo malformado de la criatura. Invocó una Katana y proyectó su corte sobre la masa de restos que se hacía pasar por niña. Los trozos salieron despedidos envueltos en llamas y se fueron consumiendo ante la vista de la bruja.

 

Hizo desaparecer la espada para volver al mundo donde tenía que pasar la prueba.

 

- Fulgura Nox

 

Su varita dibujó en el aire un portal que se abrió ante ella. Lo atravesó y apareció ante el anciano Báleyr.

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  • 2 semanas más tarde...

Báleyr percibió, incluso con los ojos cerrados, como la tierra a su derredor se movía. Segundos antes se había descalzado, dejando que la arrugada piel de sus pies entrase en contacto con el frío césped, para luego agitar suavemente su báculo. De la misma tierra habían emergido una serie de columnas de humo negro que se habían arremolinado en torno al anciano y, en un último acto, se habían unificado en una suerte de nube que ahora mantenía al Arcano unos cuantos metros por encima del suelo. Mantenía los ojos cerrados, procurando no sentir las náuseas que la altura le provocaba, mientras esperaba que su alumna tomase el primer paso.

 

La observó bordear el lago hasta que llegó al muelle donde se encontraba el bote que debía tomar. El mismo se mecía en las aguas al compás del oleaje que el viento de la tormenta provocaba. Tuvo que evocar gran parte de su voluntad al verla utilizar uno de aquellos benditos anillos que los Guerreros Uzza repartían a mansalva; de encontrarse un poco más cansado, o quizá si su dolor de espalda fuese tan sólo un poco peor, la hubiese reprendido. Suspiró enérgicamente y contorsionó su cuello hacia los lados en un vano intento de liberar un poco la tensión que el uso de aquella magia le provocaba. La emoción fue en escalada a medida que la observó aventurarse a través del lago y, sin quitarle la mirada de encima, jugó meticulosamente con su anillo de la habilidad.

 

- ¿Pero qué? - bufó molesto al verla utilizar un segundo anillo para salvarse de las garras de los inferis. Abrió los ojos y escudriñó la distancia, como queriendo atravesar con su mirada las paredes del laberinto y los árboles del bosque y que la Malfoy notase el reproche en sus orbes. Aún más furioso, transformó su mano en un puño y atravesó la intangible nube con él al verla valerse de unos tres poderes más para asegurarse de que nada le pasaría. Negó con la cabeza, sorprendido de que la mujer utilizase semejantes recursos para deshacerse de un obstáculo tan simple como el que le tenía preparado.

 

Agitó su báculo en el aire con más violencia de la necesaria y recitó unas cuantas palabras en un idioma arcaico. En cuestión de fracciones de segundos, el obstáculo que le tenía preparado fue reemplazado por una niñita con prendas ensangrentadas oculta en el seno de un bosque. Báleyr afinó una pícara sonrisa en su dañado rostro, allí no le servirían sus anillos. Eventualmente, y sin tener que recorrer un trecho muy largo, la Malfoy se encontró a la niña y se dispuso a ayudarla. En cuestión de momentos, nada más, las intenciones de aquel espectro multimórfico quedaron claras. Sin embargo, ya era demasiado tarde, la mujer había sido tele-transportada al mundo de los muertos.

 

De a poco la niña fue volviendo a su verdadera forma, un anciano quien clamaba ser uno de los primeros ostentadores de la magia. Tras observarlo un poco más de cerca, y a medida que sus rasgos faciales se hacían más y más verdaderos, Báleyr creyó reconocerlo. Algo dentro de sí le decía que ya lo había visto antes, y no fue hasta que pasaron unos cuantos segundos que lo reconoció como el hombre que había visitado en una de sus tantas misiones en sus épocas de aprendiz de la Nigromancia. El arcano arqueó las cejas, sorprendido por dónde había terminado todo aquello.

 

De un momento a otro, la escena cambió y Beltis se encontraba junto a él. Abrió los ojos súbitamente, sorprendido por que la mujer hubiese encontrado el camino de regreso tan rápidamente. Sin embargo, allí no había nadie. Báleyr volvió a concentrarse en la mujer y, efectivamente, ella se encontraba frente a una copia de él. Aquello sólo podía significar una cosa: la muchacha seguía en el mundo de los muertos y La Muerte la estaba desafiando una última vez antes de cederle los mandos al Portal.

 

- Señorita Malfoy - resonó la voz del Arcano que estaba junto a Beltis, el falso Arcano, uno que hablaba con una voz mucho más gruesa y resonante que la suya propia. - Uno no escapa del inframundo a voluntad propia, debe tener mi permiso para ello. - agregó la voz, seguida de una risa macabra que a cualquiera le pondría los vellos de punta - Nada de usar esos anillos, o se las verá directamente conmigo. Mucha suerte. - sentenció, para el deleite del arcano, tras lo cual desapareció.

 

Báleyr podía ver a la lejanía como el anciano con el que la muchacha había hablado minutos atrás, junto con sus demás contemporáneos, se acercaban hacia ella.

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Beltis se tomó el reproche y esa última prueba -salida de la nada- con humor. El Arcano rió y ella chasqueó la lengua, enarcó una ceja y puso ambas manos en sus caderas, divertida ante el anciano que le cerraba el paso para decirle que la prueba se alargaría aún más. Báleyr tenía fama de ser retorcido y malhumorado, así que podía esperar un último intento para poner a prueba su constancia, temple y nervio. Sin embargo, él no la conocía también como suponía. ¿Que no podría usar sus poderes? Que se lo impidiera él mismo, si no, que se aguantase. Los Nigromantes supuestamente eran magos poderosos, ¿por qué ella no iba a poder utilizar aquellas artes que hubiese aprendido durante su vida? ¡Oh claro! podía ser simple orgullo o simple majadería del Arcano para intentar sacarla de sus casillas. O tan solo se había ido convirtiendo en un viejo necio que no sabía apreciar el conocimiento y el poder a menos que fuese el propio. Suspiró negando con la cabeza. Tendría que idear algo diferente aunque no fuese estrictamente un conocimiento adquirido durante las lecciones. Tampoco es que le hubiese enseñado demasiado durante sus clases.

 

Se llevó una mano al mentón. Si tuviese que aplicar lo que aprendió con Báleyr, podría conversar largamente sobre la muerte, sobre sus intenciones o sobre cómo decidir si llevar almas en desgracia al mundo de los vivos. ¿Alargar a vida, horrocruxes, el poder sobre la vida y la muerte, hacer ejércitos de no vivos? No, eso lo leyó en algún otro sitio. ¿Viajar de maneras diferentes en el inframundo? No, solo pidiendo "permiso" a la muerte. Volvió la vista al viejo profesor, al brillo apagado de su único ojo, a su voz sin vida...¿ampliar el conocimiento, ritos y maldiciones terribles prohibidas, criaturas de sombras, enfermedades y pestes, la dominación del reino de los muertos? No, eso lo leyó en un antiguo grimorio. Al final, no tenía nada realmente de valor. Inmediatamente sintió lástima por él y por ella. No había visto los mejores momentos de una cabeza tan brillante como la del sempiterno arcano y poco había podido aprender de él. Seguía siendo peligroso, eso sí.

 

- Vale, vale. ¿Me prohibirás usar la varita también?

 

¿Uno no escapa del inframundo a voluntad propia? ¿Pero qué memez era esa? No habría nigromantes si eso no fuera posible. Evitó poner los ojos en blanco y dejó caer los brazos con suavidad. La masa que era la niña se había consumido con las llamas, pero el arcano desapareció y se quedó sola con esos antiguos terrores.

 

- ¿No van a desaparecer nunca?

 

- Lo mismo te podría preguntar a ti. ¿Te han dejado varada en este mundo sin mucha ayuda, verdad? -un sonido extraño salió de su garganta, podría interpretarse como una carcajada ahogada.

 

- No, solo estoy dando un paseo, se ha quedado un día estupendo para caminar ¿no serás tú el que está atrapado aquí?

 

Avanzó acercándose cada vez más al grupo encabezado por el hombre mayor. Las sombras en sus rostros los hacían apenas reconocibles a esa distancia. Eran unos cinco o seis.

 

- No todos estamos atrapados - sonrió-. Algunos estamos de paso, así como tú.

 

Un murmullo se levantó en el grupo que lo seguía, se detuvieron a tan solo unos metros de ella.

 

- ¡Qué coincidencia! Los invitaría a pasear conmigo, pero no quiero que se desvíen por mí. Buenas noches y buena suerte.

 

Avanzó hacia un costado para alejarse de ellos y buscar una salida. Seguramente querrían utilizarla para escapar a la muerte, o peor, para hacer alguna otra cosa en el undo de los vivos. Pero sabía cómo iba a acabar: con Báleyr molesto porque usara sus poderes. Tal vez lo que tenía que hacer era devolverlos a la vida como una entidad y presentárselos al anciano. Así que cortó por lo sano y trató de apartar su camino de ellos. Sin embargo, una voz la sorprendió a la espalda.

 

- No es un desvío ni una molestia. Esto es justamente lo que andábamos buscando...

 

- Regresar.

 

Cortó la conversación de una vez, cansada de los rodeos.

 

- Así es. Juntos podríamos ser muy poderosos. Porque eso es lo que buscas: poder. Todo nigromante lo busca, aunque disfrace sus intenciones con mentiras y adornos sobre el bien y el mal. El poder de algo incomprensible y superior como la muerte, el destino final de todo ser vivo, de todo el universo.

 

- ¿Juntos? ¿A qué te refieres?

 

Se giró y lo miró intrigada.

 

- Nosotros, nuestro conocimiento. Tú varita. Nuestro poder. Uno para atarlos a todos a nuestra voluntad y someterlos. Báleyr pasará a la historia, el Ministerio de magia, nuestros enemigos...

 

- Sí, la verdad es que Báleyr es una molestia -comentó con sarcasmo.

 

- Lo sabemos. Estaba llamado a ser el príncipe de las tinieblas pero se ha quedado enseñando a no utilizar la magia. Podríamos ser inmortales, adueñarnos de ambos mundos y levantarnos como dioses. Podríamos enseñarte cosas que jamás aprenderás del arcano ni de la Universidad.

 

- Ajá -torció la boca-. Una propuesta muy interesante, sobre todo la parte de levantarnos como dioses, destruir a nuestros enemigos y someter a nuestra voluntad a todo el mundo. Sin embargo, no me convence del todo lo de compartir el poder -suspiró-. No se me da bien confiar en la gente. No son ustedes, es que no soy muy sociable, ya ven.

 

Retrocedieron y se fueron haciendo más y más pequeños. Beltis avanzó hacia ellos.

 

- Tendrán que buscarse a otro insensato para lograr su propósito. A mí no me atrae la idea de vivir eternamente¿Eternamente? ¡vamos! Hay que ser muy iluso para querer algo así. Pensé que hablaba con magos de mayor nivel intelectual o con ambiciones más trascendentales.

 

Rió al ver como iban desapareciendo en las sombras hasta que no quedó rastro de ellos. El súmmum de los clichés concentrado en un solo episodio. Finalmente, cerró los ojos ante la muerte para pedir una salida ya que había rechazado la última tentación. Un portal se abrió ante ella y la débil luz de las antorchas de la pirámide se coló en ese mundo gélido. al abrir los ojos, vio al otro lado a Báleyr, que la esperaba visiblemente molesto.

 

- ¿Me puedo presentar a la prueba?

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  • 2 semanas más tarde...

Báleyr no se esperaba (o tal vez sí, en un fuero interno que no quería reconocer) que la Señorita Malfoy decidiera solucionar sus problemas hablando con los habitantes que le rodeaban. Sólo era un grupo de cinco o seis personas pero a cualquiera le hubiera puesto los pelos de punta. Sin embargo, ella razonó con ellos con una indolencia ejemplar, como si no le afectara el encontrarse con aquellos seres.

Era un buen paso a su favor, lo tenía que reconocer. Ahora le tocaba vencer uno de los pecados capitales que más afectaba a todos los Nigromantes del mundo (quisieran o no decirlo en voz alta): la Codicia. Esa prueba era una tentación casi imposible de superar. Pero todo aquel quisiera vincularse al Anillo de la Nigromancia debería resistirse o quedarse dentro del Portal, quien se cerraría para siempre, dejándolo encerrado durante toda la Eternidad.

El Arcano contempló a la muchacha. No había equivocado sus sensaciones sobre la fuerza que le movía. Fuera verdad lo que les dijo o una mentira encerrada en una poderosa mente, Beltis Malfoy soportó aquel sentimiento y derrotó a las Sombras que pretendían convencerla y vencerla a la vez.

Cuando osó preguntarle si podía pasar la prueba, alzó su barbilla en tono altivo ante su atisbo de superioridad, algo que le molestaba mucho de sus pupilos. Levantó una mano y un anillo, muy similar al suyo pero que sólo era una copia sencilla para la Malfoy, levitó, brillante, delante del Portal. Su ojo vacío y el otro, frío como el hielo de las estalagtitas de invierno, se posaron en ella, valorando lo que había visto. Después sonrió en un gesto que hacía de su faz una mueca horrenda cercana a una calavera.

-- Si te crees preparada... Si quieres pasar la Prueba, sin ninguna duda, sin sentirte obligada por nada o por nadie... Si realmente eres tan insensata de contestar sí a esas dos suposiciones... Ponte el anillo y cruza... Si eres valiente... Pasa el Umbral y enfréntate a la Muerte. Busca tu destino más allá de la luz.

Le dio la espalda para que escogiera entrar o irse.

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Tomó el anillo con respeto y volvió los ojos grises al exterior de la pirámide. La noche era hermosa, muy fresca, alzó la vista a las estrellas que se podían ver entre las nubes. Por unos momentos dudó. Tenía la sensación de que afuera la simpleza de la vida podía ser tan buena como la persecución de la quimera que significaba el poder. Recordó que alguna vez quiso la tranquilidad de un hogar, la paz de las cosas sencillas, conformarse solo con una vida normal sin riesgos ni preocupaciones. Eran memorias de una etapa que había dejado atrás, muy atrás. Cuando era una niña y creía que alguien más resolvería sus problemas. Volvió la vista a la pirámide y a la espalda del arcano. Miró el anillo en la palma de su mano. Incluso la vida más sencilla estaba en peligro. La amenaza de la pasividad, de la mediocridad. Aquellos que no hacían nada, que se mantenían al margen eran tan culpables de la destrucción de la magia como aquellos que los llevaban directos al desfiladero. Se puso el anillo, convencida de que sería alguien más, para bien o para mal. Cruzó el portal completamente decidida.

 

Se quedó inmóvil ante una oscuridad que parecía no acabar. Podía escuchar el latido de su corazón y el sonido de su propia respiración retumbar como un eco en el silencio reinante. Los minutos pasaron sin que se atreviera a moverse hasta que al fin decidió dar el primer paso. Caminó en la penumbra sin saber a donde iba, ya que de la varita no salía hechizo alguno. Agudizó la vista y continuó durante un buen rato hasta que al fondo un cirio negro se encendió con un chasquido. En el mismo instante en que la llama cobriza cobró vida, las cadenas en su cuello se volvieron pesadas y ardientes, tanto que comenzaron a marcar su piel, se aferraron como si fueran manos de fuego que apretaban con fuerza su garganta. Cayó de rodillas gimiendo de dolor. Hizo aparecer la varita e intentó hacer magia, pero la magia común no servía con aquellas llamas negras que abrían yagas profundas en su carne. Se llevó las manos al cuello con desesperación, pero el calor que desprendían hacía que la tarea de librarse de ellas fuera difícil, tiró con fuerza varias veces hasta que al fin rompió el colgante.

 

Lo arrojó rápidamente al suelo al igual que los anillos, zapatos y la túnica que habían comenzado a arder sobre su piel. Se miró las manos en carne viva apretando la mandíbula por el dolor. Tenía quemaduras en casi todo el cuerpo y olía a carne chamuscada. Sus ojos seguían los hilillos de sangre que corrían por sus piernas, brazos, y cabello. Tardó unos segundos en recuperar el aliento, jadeaba con dificultad aturdida, demasiado adolorida como para hacer cualquier movimiento. Pensó en los castigos de su madre, las lecciones que marcó en cada palmo de piel y se armó de valor. Lentamente, se fue poniendo de pie.

 

Se irguió ocultando una mueca de dolor mientras sostenía la varita con los dedos temblorosos. Meditó un instante e inspiró con suavidad para comenzar a aplicarse sobre las heridas y quemaduras varias curaciones. Sus conocimientos parecían inútiles frente a las heridas, aunque al menos lograba aliviar en parte el dolor. Frente a ella, los anillos y la ropa seguían ardiendo, sin consumirse en las llamas negras.

 

Otro chasquido y otro cirio se encendió a pocos metros de Beltis. La luz rojiza se expandió y desveló seis vigías de piedra y oro batido alrededor de un pozo. Los seis aguardaban rígidos e impasibles mirando hacia dentro en vez de hacia afuera. Decidió acercarse descalza y cautelosa como un gato hasta que alcanzó a distinguir mejor los rostros de los guardias dorados, cuyos cuerpos estaban llenos de extraños símbolos que no lograba descifrar. Una cadena de hierro se extendía por todo el perímetro cercando el pozo, vacío.

 

- Beltis

 

Una de las estatuas giró la cabeza hacia ella con un crujido. Bajo el baile de las llamas la figura del centinela cobró vida. El rostro dorado se fue ajando, perfilando el rostro de una anciana cuya piel se fue tiñendo de gris. Clavó sus ojos negros y centelleantes en la bruja.

 

- Beltis. Aunque tu nombre verdadero está en el pasado. Oculto.

 

La anciana se fue acercando a la bruja, vestía una túnica marrón y el cabello entrecano caía a su espalda tan largo que lo arrastraba al caminar. Cuando estuvo a su altura, elevó una mano y acarició el rostro de Beltis, que no hizo ademán de escapar. La vieja rozó con sus dedos arrugados las mejillas, sus ojos inyectados en sangre exploraban el rostro de la mortífaga con una siniestra sonrisa en sus labios.

 

- -volvió a decir con una voz aguda -. Guardas tu verdadero y antiguo nombre como un tesoro. Crees que nadie es digno de pronunciarlo. Crees haber visto muchas cosas.

 

La anciana soltó el rostro con brusquedad y bajó la vista a las manos heridas de Beltis. Las tomó entre las suyas y pasó sus dedos sobre las yagas ensangrentadas.

 

- Crees haber visto mucho y saber mucho -su voz comenzó a volverse más firme y metálica. Se llevó un dedo con sangre a la altura de los ojos-. Pero no has visto nada, no sabes nada, como todos los mortales. Los detalles se te escapan ¡No ves el futuro, el pasado y el presente! ¡Lo que debes entregar si quieres tener una vida!

 

Su voz tronó en el silencio que las rodeaba. Junto a ellas apareció una mesa de piedra con una cabra muerta. La anciana sacó una daga y se la puso a Beltis en la palma de la mano. Le indicó que hiciera un corte sobre el vientre del animal con la ansiedad reflejada en sus ojos. Se relamió al ver que la bruja se acercó y elevó la daga.

 

- Lo que fue, lo que es y lo que será...

Murmuró la vieja. Beltis realizó un corte en la piel rosada, abrió los músculos con ambas manos e inspeccionó en el interior.
- Busca, explora ¿Qué te dice la muerte? -volvía a susurrar la vieja.
Tragó saliva y se encorvó sobre el cadáver para ver las entrañas mejor. No sentía asco, solo eran un cuerpo, órganos, sangre y sustancias. Sin embargo, tenía ciertas aprehensiones sobre sus habilidades para descifrar el futuro de las entrañas de una cabra. Ahí no veía más de lo que era evidente. Tal vez era el cansancio y el dolor lo que le impedía ver lo que iba a pasar o lo que había pasado. Cerró os ojos con fuerza. No. Tenía que poder. El nombre de Calcante vino a su mente como una brisa de aire fresco. Deslizó sus dedos por los órgano internos.
- ¿Cómo murió?
- El primer golpe no pudo con él; se resistió. Pero el segundo fue certero -la anciana rió entre dientes.
- Mmm...
Volvió la vista a los interiores del animal. Primero sacó el hígado y lo sopesó a la luz de los cirios. Luego, sacó el corazón e hizo lo mismo. Los dejó a un lado, pensativa. Cortó carne y la puso sobre un plato de cobre. Pasó unos minutos estudiando cada órgano hasta que al fin dejó la daga de lado y tomó el plato de cobre. La anciana pasó la mano encima y una llama comenzó a consumir la carne.
La llama se levantó hacia el cielo oscuro y Beltis miró dentro de ella. Los ojos le ardían con fuego gris en la oscuridad, como los de un felino. En la danza rojiza pudo verse. Se vio caer con una herida mortal, pero no apartó la mirada. Entrecerró los ojos y vio algo más. Algo que la hizo soltar el plato y dar un paso atrás.
- Ya sabes lo que tienes que hacer.
- Sí, pero...
- Solo la muerte puede pagar el precio de la vida -la interrumpió la anciana con una amplia sonrisa en los labios resecos.
Beltis la miró y miró el pozo. No tenía otra salida. Sabía que debía hacer un sacrificio, pero no esperaba que fuera tan grande. El miedo y la incertidumbre la asaltaron por primera vez en mucho tiempo, una sensación de desasosiego ante la única opción que disponía. Asintió secamente y se dirigió lentamente hacia el pozo oscuro, como si una espada colgara sobre ella.
Cruzó la línea de los vigías y pasó sobre la cadena. Se ubicó en medio del pozo a la vez que la vieja volvía a convertirse en guarda, ahí junto al resto de sus compañeros dorados que la miraban con rostros serios y amenazantes. Al fin lo comprendió. Estaban ahí no para proteger lo que el pozo ocultaba, estaban ahí para que nadie escapara. Era una prisión y su tumba.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver que la mano del vigía que se encontraba frente a ella se elevaba hacia el cielo con una espada tan oscura como la noche. Pero no se movió, se mantuvo erguida, con la cabeza alzada en gesto desafiante y con el cabello blanco cayendo sobre el pecho ensangrentado. Estaba desnuda y desprotegida, con la varita entre los dedos frente a una magia que todavía no lograba comprender ni dominar. El brazo del vigía asestó un golpe seco con el que le clavo la espada en medio del pecho. Abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. La vista se le nubló hasta que las cirios se apagaron de golpe y la oscuridad reinó.
Las sombras de la pirámide retrocedieron hasta el portal, dejando en medio de la estrella de siete puntas el cuerpo sin vida de Beltis, cubierto de sangre y heridas que brillaban a la luz del frío amanecer. Se había dejado todo ahí dentro para obtener una habilidad y había regresado sin nada, solo con su varita y el anillo. De pronto, abrió los ojos y la boca para tragar una bocanada de aire. Un relámpago de dolor cruzó su pecho y se mantuvo quieta, sin despegar la vista del techo de la pirámide. Parte de ella había regresado, pero otra se había quedado eternamente en el pozo.

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Báleyr no vio la entrada de la Novicia, quien había tomado el anillo en su mano, en el Portal abierto. Su único ojo miraba hacia las estrellas, leyendo el destino de ella, de él, de todos los que conocía... Un Arcano es hábil en todas las Habilidades, es Maestre de una pero conocedora de todas. Puede sentir el poder de todos los anillos juntos en manos de sus compañeros y, sabía, pronto tendrían que unirse ante un Mal Mayor. Los Arcanos habían cedido a estar allá, en aquel lugar europeo. Él era noruego, sabía muchos de sus costumbres; para muchos de los poseedores de los Anillos de los antiguos inmortales era el primer contacto con el viejo continente. ¿Se unirían para salvar a aquello magos y hechiceras de lo que estaba por venir?

El Arcano elevó su mano y, en ella, apareció su vara, un sencillo cristal oscuro con el que era capaz de vislumbrar el Más Allá. El Peligro estaba allá, cerca, demasiado cerca. Se volvió bruscamente para ver como la luz del Portal desaparecía. Intuía que su alumna, la señorita Malfoy, conocía también que había un gran peligro en ciernes. Hacía tiempo que no le sorprendía la vida cotidiana pero el carisma de aquella mujer le hacía titubear sobre los conocimientos que deben adquirir los pupilos. Era sabia. Era poderosa... ¿Sabría corresponder como debía ante la adquisición de aquella Habilidad? Le haría invencible, demasiado fuerte para el resto de los magos de aquel país.

En cierta manera, sentía admiración por sus logros, que intuía, y por sus esfuerzos, que ya había visto durante las clases que había seguido a su lado.

No lo tendría fácil allá dentro. Tal vez no volviera. O no volviera del todo... A veces, la Muerte exige un precio. Siempre se paga un precio. La Vida era una terrible parodia a la que todos regresaban, a veces no enteros. Báleyr deslizó su mano arrugada por la cicatriz de su cara. Guardó silencio. Siempre guardaba silencio cuando no había nada que decir y éste era un momento en que era mejor respetar la prueba por la que pasaba la mujer de ojos grises.

Permaneció allá, de pie, esperando... El Portal decidiría si estaba preparada para volver con los Vivos. No supo cuanto tiempo estuvo allá, con el ceño fruncido a medida que las estrellas desaparecían y el manto nocturno se hacía más liviano. La luz empezó a iluminar la estancia cuando la sintió. Báleyr contempló aquel cuerpo, sintió el dolor de ella al sentir la luz en sus ojos y el aire en los pulmones. Sin embargo, resistió porque ella resistía, valiente. Sólo entonces, Báleyr habló.

- ¿Mereció la pena conseguir la Nigromancia? - Guardó otra vez silencio, pensativo. Después bajó un poco la voz, en respeto a lo que ella había conseguido. - ¿Quieres volver a por lo perdido? ¿Crees que podrías recuperarlo?

Y volvió a reseguir su cicatriz, parándose en el ojo que no tenía desde hacía mucho tiempo. ¿Se atrevería ella a recobrar lo que él no quiso hacer? ¿Admitiría vivir sin lo que había quedado en lo profundo de la Pirámide?

- Podrías hacerlo. Venciendo al Arcano que domina el Anillo. Algún día...

Báleyr miró a la mujer, considerando que, tal vez, había encontrado una digna sucesora de su puesto. Algún día...

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Cada respiración le costaba un enorme esfuerzo, cada inhalación iba acompañada de un silbido agudo que se apagaba finalmente como si sus pulmones estuvieran sumergidos en agua. Su pecho bajaba y subía causando un profundo y punzante dolor, mientras la herida no paraba de sangrar. Todavía no lograba comprender la magnitud de todo lo que había pasado ni lo que había hecho, sin embargo, algo la obligaba a seguir viva, algo más grande que ella; diferente en todo sentido y a la vez tan natural. Mantenía la vista perdida entre las sombras que iban retrocediendo ante la luz del amanecer, en lo más alto del techo de la pirámide.

 

Era en parte humana, después de todo, mortal. Tanto como cualquiera; tanto como magos y muggles. Se había atrevido con toda su ignorante, pequeña y diminuta existencia a desafiar poderes que estaban más allá de la comprensión humana y que tan solo unos pocos privilegiados en toda la historia del mundo habían logrado descifrar en parte. ¿Se podría contar como uno de ellos? Cerró los ojos. No, claro que no era uno de ellos. Había estado a punto de perder la vida, si es que no estaba muerta ya. Sentía dolor. ¡Oh! ¡Eso sí que lo sentía! cada centímetro de su cuerpo agonizante gritaba desgarrado de dolor. Pero también sentía un extraño vacío.

 

Tosió con el rostro desencajado de dolor y se llevó una mano al pecho lentamente. Con las puntas de los dedos fue buscando la herida aunque la encontró cerrada, y donde antes había una espada clavada, ahora había una cicatriz pegajosa que la acompañaría toda la vida como una especie de recuerdo, de trofeo o de maldición. Arrugó la nariz y se incorporó lentamente en cuanto escuchó la voz de Báleyr.

 

¿Que si había valido la pena?

 

Asintió lentamente pero con total seguridad, girando el rostro para ver al Arcano acercarse a contraluz, rodeado por el sol que parecía ya no calentar. Lo que antes sentía como vacío se fue esclareciendo con el paso del tiempo y se fue tornando en algo más que un hueco sin fin. Ese vacío era a la vez una atadura, una estaca que se clavaba en lo más profundo de las tinieblas. Parte de ella habitaría ahí por siempre en eterna comunión y conexión con la muerte. Se había transformado a causa de la prueba y ya no había vuelta atrás.

 

- No quiero volver a por ello. Pagué voluntariamente el precio que se me pidió a cambio de esta habilidad -saboreó con cada palabra el dejo metálico y salado de su sangre.

 

Se miró las manos, con cada vez más fuerzas para ponerse en pie. Los anillos y amuletos estaban desparramados a su alrededor.

 

- Algún día -río por lo bajo-. Pero no hoy ni mañana, con lo que se avecina no sería muy prudente comenzar un enfrentamiento de forma tan egoísta. Además, no creo que sea lo suficiente buena en esto como para poder vencerlo...no todavía.

 

Ni en un futuro cercano. Miró a Baleyr y su cicatriz como si por primera vez descubriera el significado de todo ello, comprendiendo cosas que en un principio había pasado por alto como una idi***. Sentía respeto y cierta admiración, esperando algún día poder considerarse como una igual. Se puso en pie e hizo aparecer una túnica limpia sobre su magullado cuerpo tabaleándose con cada moviiento.

 

- El día que decida recuperar lo perdido, no será a través de ti.

 

Ese día haría temblar los cimientos de ese mundo sin orden sin ninguna contemplación. Pero no estaba lista y le quedaba mucho por aprender antes de emprender tal viaje sin retorno. Con un rudo movimiento de la varita hizo que todas sus pertenencias volvieran a uno de sus bolsillos. Suspiró volviendo a ponerse el anillo de la habilidad.

 

- Bien ¿he aprobado?

 

Sonrió con los dientes teñidos de rojo.

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El Arcano hizo un gesto leve y en su mano apareció su vara oscura como el mismo Fin. ¿Era un reto hacia la mujer que se recuperaba de su Prueba? La observó jadear y sufrió el dolor de ella. Aunque la mujer aún no lo notaba, estaban unidos por el anillo vinculado que estaba en el suelo, junto al resto de cachivaches de los Uzza que habían vuelto con ella. El antiguo anillo de Novicia se había moldeado y había tomado la forma del suyo propio, siendo casi dos en uno. El del Arcano y el de Ella estaban unidos ahora porque el Portal así lo había decidido. A partir de este momento, compartirían los momentos de gloria en el Más Allá pero también las penas, siempre más numerosas de lo que podrían soportar. Levantó poco a poco la barbilla para contemplar aquel rostro que reflejaba todo lo sufrido para adquirir aquel Aro de Habilidad de la Nigromancia.

 

- La Muerte siempre se cobra un precio. Creo que no lo olvidarás nunca. Aceptar tu suerte y no querer recobrar lo perdido demuestra que eres inteligente. Y cauta. Puede que algún día seas capaz de enfrentarte a un reto mayor y, tal vez, seas capaz de recuperarlo pero... Siempre perderás algo más. A veces, lo que se pierde es tanto que se olvida uno de que es humano y se convierte en...

 

Báleyr guardó silencio un momento. ¿Convenía decirle eso ahora? ¿Es que creía que ella no era consciente de eso? Asintió brevemente y decidió que era hora de volver a casa. Dio media vuelta y avanzó, sin apoyarse en el bastón oscuro. Era mayor pero era fuerte, aún no necesitaba apoyos.

 

- No, no te he aprobado.

 

Se giró un poco, lo justo para verla recuperar sus objetos y ver como se ponía el Anillo en la mano. Brillaba.

 

- Has aprobado tú sola. Has sido valiente. Has demostrado tu valía. Has conseguido los méritos necesarios para poseer el Anillo de Nigromancia y puedes lucirlo con orgullo junto a tu cicatriz. Ambos los tendrás de por vida. Cuando mueras... Será mío. O de mi sucesor. A saber... El Destino no está escrito. Tal vez algún día volvamos a vernos. Ahora descansa. Necesitarás recobrarte de la dura experiencia de ser Nigromante. Bienvenida. Y adiós.

 

Báleyr volvió a caminar hacia la salida de la Pirámide, dejando que su figura se difuminara al recibir los rayos del sol del amanecer, desapareciendo de su vista. Normalmente no hablaba tanto con los nuevos miembros de la habilidad. Era casi inhumano pertenecer a ella y a él no le gustaba hablar en vano.

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