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Conocimiento de Maldiciones


Leah Snegovik
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Los rojizos rayos solares acariciaban la estructura de madera de la cabaña, como si esperaran aferrarse a ella para alargar el día un poco más, pero el tiempo no perdonaba y no paró en ningún momento, arrastrándolos hacia abajo hasta que se perdieron en el horizonte y en su lugar fueron reemplazados por un cielo cada vez más oscuro. Y ahí particularmente era más oscuro de lo que se podía esperar. Las nubes se habían arremolinado encima de ese sector del bosque, al punto de provocar un descenso anormal de la niebla en él.

 

Visto desde el lugar, era aún más lúgubre.

 

Pese a que aún no llegaban a ser las siete de la noche, daba la impresión de ser muy tarde y la ausencia de ruidos, a excepción de aquellos que provocaban los merodeadores nocturnos, apoyaba la idea. Sin embargo, había un poco de luz en tanta oscuridad. Una luminiscencia esmeralda, ténue, que se abría paso a través de la niebla con una suavidad que, a ciencia cierta, debería ser realmente fuerte para verse desde el inicio del bosque, ahí donde los árboles se unían al edificio del Ateneo de Conocimientos; pero nadie podría decirlo, a menos que se acercara.

 

Si se seguía el camino irregular que daba desde el Ateneo al bosque, se podía encontrar un pequeño y angosto pasaje a través de los árboles, que se internaba cada vez más hacia la oscuridad. Lo único visible a la lejanía eran las luces verdes, pequeños círculos que titileaban de vez en cuando si quisieran apagarse. Y nada más. Pero la espesura del bosque cesaba a unos metros de la cabaña, donde un perfecto círculo se formaba alrededor de la construcción. El radio era completamente simétrico, imposible de lograr por medios naturales, pero lo más resaltante era la tierra, gris y seca, a diferencia del resto del bosque cubierto por una capa bastante alta de césped. Aquello era producto de magia oscura.

 

Y eso, si se prestaba suficiente atención a la cabaña, era lo menos raro de todo. Era un pequeño cúmulo de madera, armado casi por obra de un milagro y no por un ser humano. Sus tablas eran no sólo irregulares sino que estaban terriblemente deterioradas, no por el tiempo, más bien por un trato más brusco que ni siquiera los años podía proporcionar. Las escasas ventanas estaban tapiadas por otras tablas, más rústicas y delgadas, que habían sido clavadas con gruesos clavos negros y oxidados. Del interior provenía la luz y por la forma en que parpadeaban, debían ser velas pese al color de su llama.

 

La puerta estaba entreabierta y en el interior una figura femenina estaba sentada en un banco, hecho con un tronco seco sin trabajar, con las piernas cruzadas y el rígido ceño fruncido apuntando hacia abajo, a la mesa, donde estaba un pergamino. Su comodidad se saía de contexto en semejante lugar. Las velas eran muchas y aún así no llegaban a iluminar toda la cabaña, aún cuando su luz cruzaba todo el bosque. Todos los rinconces estaban sumidos en la penumbra, las paredes no tenían decoraciones o ninguna llamativa particularidad. Incluso había una chimenea encendida en el fondo, con fuego común y corriente, y no era posible iluminar aquél lugar.

 

Sin embargo, la mujer que ocupaba un asiento en la mesa redonda y estropeada por un uso continuo y poco delicado no parecía notar que estaba en medio de tanta oscuridad. O quizás sí, porque ella lo había provocado. Mientras que la cabaña parecía estar en una decadencia constante, ella lucía radiante. El vestido que portaba era blanco y hacía contraste casi con violencia con el entorno, con sus pequeñas lunas plateadas bordadas en la tela. Su rubio cabello estaba atado en un moño alto, desordenado como si se hubiera peinado minutos antes y de no ser porque su aura emitía tanto poder como el silbido bajo que se escuchaba en los alrededores, habría sido difícil adivinar que ella era la causante de tantos estragos.

 

Junto al pergamino que leía estaba una larga varita de cerezo, reposando más como una compañera que como un arma. Hacía poco había redactado una carta, la cual había triplicado, por lo que también estaba cerca un frasco de tinta y revoloteando por ahí una vuelapluma, aunque con menos ímpetu de lo que una pluma normal lo haría. Según sus palabras exactas, sus estudiantes debían llegar a las siete en punto, al igual que su oyente. @@Mia Black Lestrange, @ y @ serían las tres que ocuparían los troncos frente a ella. La carta contaba con las indicaciones, un recordatorio de puntualidad y una pequeña petición.

 

De acuerdo a su orden de llegada, la primera diría qué era una maldición desde el punto de vista Muggle, la segunda tendría que explicar las maldiciones desde el punto de vista mágico y la tercera, finalmente, tendría que hacerle una pequeña demostración de una maldición. De una forma especial, no simplemente lanzando el hechizo a diestra o siniestra, esperaba imaginación.

 

Sus ojos verdes se separaron del pergamino un minuto antes de las siete, cuando llevó los ojos a un reloj de arena diminuto que reposaba en una repisa casi invisible. Cuando se acabó la arena, se irguió y enarcó una ceja, aguardando con paciencia mientras miraba la pesada puerta de madera oscilar ante la ventisca helada.

Editado por Niko Uzumaki

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La mortífaga revisaba los planes contables que sus elfos detallaban día a día. No le hacía ninguna gracia, pero su deber para con el castillo así lo requería. Una pequeña lamparita iluminaba tenuemente la biblioteca, repleta de libros polvorientos, nuevos y de casi todas las épocas que sus predecesores en el cargo, habían atesorado en ese lugar para preservarlos. La vieja mesa pesada de roble estaba más vacía que de costumbre. La matriarca tenía una pluma en su mano y un vaso de whisky de fuego en la otra.

 

Un tic tac resonaba por el lugar. Miró la hora y bufó. Las seis de la mañana. Había estado toda la maldita noche revisando los números cuando a ella lo que más le gustaba era observar las estrellas y la fabricación de pociones. Dejó la pluma en el frasco de la tinta y se recostó en el sillón de cuero, frotándose los ojos a causa del cansancio. Que fuese vampira no impedía que se agotara a causa de esas averiguaciones. Dio un sorbo a su copa y vestida con el pijama, se paseó por la estancia revisando algún libro para llevarse a la cama...

 

Uno de los elfos de la edificación y que nunca se acordaba de sus nombres, se apareció y al girarse vio que portaba un pergamino. La matriarca lo miró curiosa y a la vez expectante. Dejó la carta encima de la mesa y la morena fue a revisarlo. Sonrió. Era una notificación de aviso por parte de la que sería su profesora en esa materia. Ya la había cursado, pero gustaba de vivir aventuras con nuevas personas y tal vez, ayudarle a la tutora en ésta cuestión, con nuevos conocimientos...

 

Fue hasta el pesado escritorio y sacó un cigarro de una petaca de plata, que tenía grabado el escudo de la familia. Lo encendió con la varita y pensativa, recorrió con la mirada alguno de los libros que podría llevarse. Dio una suave calada y el humo empezó a elevarse con lentitud para formar una pequeña nube encima de su cabeza. Aún recordaba como su padre odiaba que fumase dentro del lugar sin al menos, una ventana abierta. Aspiró nuevamente del filtro y se rascó la cabeza. No se decidía por ninguno así que, dejó de buscar.

 

Usando su propia magia se apareció en la habitación y ordenó a uno de los tantos sirvientes que poseía que fuese preparando sus cosas mientras ella se iba a dar un baño, preparado con antelación. No tardó mucho, sólo lo suficiente para relajarse después de tan tormentosa noche de números y detalles bancarios para dar a Gringotts. En cuánto salió completamente desnuda a su propio cuarto, ya lo tenía todo preparado y sonrió. Fue poniéndose sus prendas y usó las de siempre; camiseta, cazadora de piel de dragón, tejanos y las botas del mismo material que la chaqueta. Ató el pelo en una cola de caballo alta y abrió el gran ventanal para que saliesen los vapores del agua caliente...

 

Recogió su monedero de piel de moke, con todos los cachivaches que pudiese necesitar, además de su varita y su anillo de la habilidad de animagia que lo colocó en el dedo corazón. Éste brillaba con las primeras luces del alba y sonrió orgullosa. Se fijó en el minutero del reloj que tenía encima de la mesa y se dio cuenta que aún tenía tiempo. Susurrando un 'fulgura nox' abrió con su arma mágica un portal tan oscuro como la noche que había pasado anteriormente. Deslizó sus pies a través de esa puerta y se apareció en la Universidad...

 

Encendió un cigarro y guardó su palo de madera dentro de la chaqueta. Gracias a sus habilidades vampíricas y a su intuición (y gracias también a una gran bolsa de galeones) pudo encontrar el lugar en dónde supuestamente daría la clase en aquella ocasión. Sus pasos iban lentos pero seguros. Revisó el reloj de bolsillo y notó que aún faltaban diez minutos. Apresuró el ritmo y se encontró casi sin darse cuenta con una pequeña cabaña de madera, que parecía gastada por el tiempo.

 

Se fijó en que la puerta estaba entreabierta y de su interior parecía salir tenues luces de algunas velas que debían de iluminar la instancia. La bruja dudó. ¿Dónde sería su clase, dentro o fuera? Así que, sin pensarlo más, desplazó la puerta y se sorprendió y alegró por partes iguales al ver quién sería la que enseñaría esa materia en esa ocasión. Sonrió, negando con la cabeza. Dio una calada al cigarro y antes de hacerlo desaparecer con la varita hizo un pequeño gesto de inclinación con su cabeza, a modo de saludo.

 

- vaya, vaya. Ésto sí que no me lo esperaba. Me complace volver a verte Ivashkov -le dijo con una sonrisa maliciosa. Ella era su alto rango dentro de la Marca pero ahí sólo estaba enseñando en la Universidad- como podrá comprobar he sido puntual. Bueno, cuando me interesa, ciertamente -asintió nuevamente. Tomó una especie de asiento o tronco, algo que no supo definir y sin poder evitarlo, soltó- ¿ésto es una casa? -gruñó al terminar de decir esa pregunta.

 

- Me sorprende que alguien como tú, dea clases en éste lugar... Pero tus decisiones tomarías al tener que venir aquí -comentó elevando los hombros y aspirando nuevamente del cigarro para soltar el humo con suavidad...

 

- Bien. En la carta que me has enviado pedías algo especial y eso también me dejó un poco -susurró pero no dijo nada y continuó hablando- maldiciones muggles. Las hay de todo tipo y variedad -elevó los ojos con una mueca burlona- son supersticiosos y no cambiará nada en eso. Pero lo que yo puedo decir es que para ellos las maldiciones pueden ser de palabras o maleficios mediante burdos hechizos, hechizos que por supuesto, jamás funcionarán. Algunos los llaman mal de ojo. Hacen que cierto tipo de "magia" -hizo el entrecomillado con una de sus manos- vaya a una persona que odie y que su suerte cambie a peor... Las maldiciones también están presentes en la etnia gitana -comentó, burlonamente- esas gentes son bastante especialistas en ellas. Puede maldecir a toda una familia por el simple hecho de despreciarlos... Con una mirada, visitando a una chamana... No sé si me queda algo -comentó en voz alta - pero tú dirás. Eres la que enseñas aquí dentro -dijo abiertamente con una gran carcajada.

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La mañana llegaba los pocos y escasos rayos del sol salían disparados reflejándose desde las ventanas de la joven Black Lestrange dándole el indice de que era hora de levantarse, sus ojos se movieron un poco tratando de tener sus 5 sentidos activos, se levanta suavemente sin mucho esfuerzo dando un suave movimiento a su cabeza, mira atrevas de la ventana viendo el débil sol y el cielo el cual daba el inicio a su día.

 

No tardo mucho en llegar un mensaje saori siente la presencia de una lechuza voltea rápidamente en un movimiento brusco y poco sutil mirando la nota que tan desesperada mente deseaba tener, el momento era hoy ... saori abre suavemente pero con una delicada sonrisa la carta leyendo con atención, saori queda un poco un impresionada en lugar tan rustico. Pensó para si misma un vago pensamiento - Jummm creo que sera mejor llegar puntual - dijo un poco alterada su emociona estaba flote.

 

Un recuerda llega a su memoria y es que su abuela Mia también tenia esa clase con ella, tomo su cabello jalándolo para atrás y mirando hacia la puerta era algo imprudente decirle que si se iban las dos en compañía, saori decidió alistarse ponerse algo cómodo y no muy ajustado, arreglo su cabello con suave peinado y un delicado maquillaje en sus ojos rasgados.

 

Un voz se escucho afuera de cuarto una gruesa pero chillona voz al parecer era su elfo domestico dándole aviso de que su desayuno estaba listo, miro algo enojada y poco seria dando un suave grito con un ligero tono de vos molesto con algo de sarcasmo -A la próxima se mas delicada Elfina no soy tu madre soy tu ama - dijo burlando un poco aquel comentario tan flojo.

 

Sacando la carta y su varita se va ligera mente sin muchas cosas encima quería estar cómoda mientras llegaba a la clase. Sin mucho que esperar bajo rápido al comedor y tomo lo que pudo pues la hora corría y ella aun no salia, La black lestrange tomo lo mas rápido que puso su jugo y salio sin Adiós a su familia o en su presencia a su prima. Tomo su varita y con un toque fuerte y su cabello algo despeinado decide trasportarse rápidamente.

 

 

Llegando aquel lugar se vio una rustica cabaña no muy elegante o presentable a la vista de alguien si no solo un trozo de madera, pero al parecer , aquel trozo de madera se veía cómodo, comino con mirada perdida y pensamientos vagos. Vio que estaba medio abierto, saori asomo un poco su cara y su presentimiento era cierta aquella cabaña era cómoda y algo fría, vio no muy lejos de ella a la persona que iba ser su maestra, una dama que llego en ese intenta la cual se le hacia conocida de algún lado, tal vez sea algún familia saori tenia familia extensa.

 

Abrió un poco mas la puerta dando vista a su presencia y al poco viento que estaba haciendo su boca no se movió sus labios no hicieron gesto alguno, solo vio un puesto y se sentó rápidamente sin mucho que decir su mente empezó hablar - Sera que me presente ? tengo nervios - dijo así misma dando el recordatorio de aquel pedido que decía la carta saori agacho un poco su rostro mirando a todos lados con una cara algo ansiosa.

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Las siete de la noche, era una hora bastante extraña para iniciar una clase. Sin embargo, no podía negar que estaba intrigada porque conociendo a Leah, no sería algo casual, o no señores, debía tratarse de algo totalmente premeditado y con el fin de generar algún misterio interesante, que bien podría envolver por completo su atención o comprobar que poco podía sorprenderla a esa altura de la vida.

Con la carta en las manos, tomó nota mental de cuáles eran las indicaciones y se encaminó hasta el Ateneo de Conocimientos, una vez que llegó fijó su vista a las sombras que causaba la niebla sobre los árboles, sí allí era donde tenía que ir. Alegrándose de haber elegido un sencillo vestido de color negro y llevar una capa del mismo color que cubría su rubia cabellera, podía pasar desapercibida, logrando que fuese casi imposible reconocer su silueta con cada paso que daba, a menos que tuvieran una excelente vista.

Llegando hasta la cabaña, negó con lentitud; estaba vieja y poco atractiva, pero decidida a ingresar, escuchó las voces de un par de brujas, la primera explicaba a la Ivashkov sobre lo que pensaban de las maldiciones los muggles a decir verdad, ella conocía poco del pensamiento de esos seres sin magia, y como poco le importaba, permitió que esta lo explicara por completo, además, parecía saber bastante.

Tomando como referencia eso, supo que su nieta Saori, había sido la segunda en arribar, por lo que le correspondía explicar la maldición desde el punto de vista mágico, pero al ver que no lo había hecho, soltó un bufido, porque no podía comportarse como alguien tímido, ella nunca había mostrado poseer esa característica así que esperaba que los miembros de su familia no lo fueran. Podría estar equivocada, pero no iba a quedarse callada, al menos no en ese momento.

—Las maldiciones vistas por la magia, son hechizos oscuros que van a afectar a un mago o criatura de manera negativa, causando desde un simple malestar hasta la muerte.—comenzó a explicar con lentitud— Asimismo, un dado interesante es que son poderosas y casi irreversibles si las aplicas correctamente, como lo son las maldiciones imperdonables, que seguidores del Señor Tenebroso emplearon en otros tiempos.

Iba añadir el dato de que podrían ser transferidas genéticamente, pero no lo considero oportuno, por lo que simplemente se quedó callada un par de segundos, meditando acerca de lo que tendría que realizar por haber sido la tercera en llegar. La verdad, no era una solicitud excesiva, pero aún así pensar un poco en quién o qué aplicarla, no estaba de más, por lo que mirando a la Ivashkov intentó trasmitirle mentalmente que las velas que las alumbraban un poco, sufrirían algunos daños.

Confringo —siseó, en cuanto su varita mágica estuvo en su diestra. Logrando que las velas explotaran en mil fragmentos, que fueron esparciéndose por todo el piso de la cabaña.

Había hecho su demostración, así que no tenía nada más que decir por el momento.
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  • 2 semanas más tarde...

Un portal apareció en mitad del bosque de repente, en un punto desde el cual aún se veían las luces procedentes de la Universidad Mágica. De él emergió una figura y, tras su paso, el portal se desvaneció dejándola plantada junto a un árbol cuyas ramas superiores parecían indicarle el camino que debía seguir. La figura iba envuelta en una capa negra raída y descolorida en algunos puntos, con la capucha cubriéndole la cabeza y unas botas de cuero anchas y planas que crujieron en el suelo en cuanto comenzó a caminar. Se dirigía hacia el lugar en el que se estaría llevando a cabo la clase de Maldiciones de aquel mes, una de las especialidades que se enseñaba en el Ateneo de Conocimientos de la institución mágica.

 

Llegó a la altura de una cabaña de la que alcanzó a escuchar algunas voces y se detuvo, esperando un momento para no interrumpir la conversación. Jamás intervenía en la clase de los profesores del Claustro si no era completamente necesario. Y en aquel momento lo era. En cuanto dejó de escuchar las voces de las alumnas, empujó la puerta y entró. Usó ambas manos para deshacerse de la capucha y dejó que el pelo, en aquel momento largo y de color castaño oscuro (su color natural), cayera por su espalda y hombros. Sonrió ligeramente a modo de disculpa, mirándolas a todas y por último a Leah.

 

Discúlpeme, profesora Ivashkov. ¿Puede acompañarme a la entrada? Necesito hablar un instante con usted —la llamó. Prefería tratar aquel asunto con ella, sin mezclar a sus alumnas.

 

***

 

Unos instantes después, la co-directora Gaunt volvió a entrar en la cabaña y, mientras caminaba para situarse en el mismo lugar que había ocupado Leah unos minutos antes, la puerta se cerró sola tras su paso. Miró a las chicas e hizo una leve inclinación de cabeza hacia ellas.

 

Disculpadme por interrumpiros la clase, llegó un llamado al Ateneo para la profesora Ivashkov que debía atender a la mayor brevedad posible. Así que estará ausente durante el resto de la clase —les explicó—. Pero no os preocupéis, no perderéis la clase porque la continuaré yo.

 

Dicho aquello, guardó silencio un momento para poder acomodarse mejor para la clase. Se puso de pie y deshizo de la capa de viaje que siempre llevaba cuando salía de su hogar o de su trabajo, la cual dejó caer justo a su lado. Se recolocó la blusa granate que vestía y se ajustó el pantalón vaquero antes de volverse a sentar en el banco. Miró a las alumnas: las conocía a todas menos a una de ellas, pero suponía que yo sería problema. La miró, sonriente.

 

A Mía y a Heliké ya las conozco, pero no a ti. Es un placer saludarte, soy Anne Gaunt, ¿cuál es tu nombre? —se presentó. Esperó a que ella le respondiera y luego las miró a las tres—. He escuchado lo que hablábais sobre maldiciones antes de entrar, bien todo lo explicado. Como ya hemos perdido un rato, vamos a entrar en materia. Quiero saber hasta dónde conocéis el tema. ¿Alguna podría explicarme cuál es la diferencia entre un encantamiento, un hechizo, un maleficio y una maldición? Ellas tienen preferencia para responder, Heliké, tú ya recibiste tu certificado de este conocimiento —le aclaró, con gesto burlón.

 

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la black lestange no dio una mirada o una expresión fácil alguna solo hasta que por un instante llego su abuela, saori volteo un poco y la miro y volvió a su posiciones al parecer su abuela se conocía con la señorita Ivashkov la cual era la maestra de la joven black lestrange, su abuela entro un con saludo algo serio y con su tarea saori se sintió algo incomoda pues ella no sabia mucho de eso, se puso algo nerviosa y tomo sus manos entre si.

 

Su maestra se quedo allí, paso un poco el tiempo y al llega una mujer que solicitaba a la señorita Leah saori volteo a ver y no pudo saber quien era, saori no tenia mucho conocimiento de las personas que se encontraban allí lo que tenia seguro es que las dos mujeres que eran sus compañeras eran de su familia, por un lado su abuela y por el otro la señorita rambaldi que al parecer tenia que ver con la familia, saori la miro de arriba abajo y al parecer la maestra y sus condiciones no eran las adecuadas y la joven que llego a llevarse a leah al parecer iba seguir la clase.

 

Se presenta pero al parecer toda se conocían menos saori se sintió por un momento hasta que aquella señorita se presento soari pensó -Anne Gaunt interesante - dijo en su mente mientras veía como hablaba con confianza con su abuela y la señorita rambaldi.

 

Pidió que saori se presentara, era obvio saori era un nueva integrante de esta clase, saori por nervios y un poco de sudor repito hondo y dijo no muy alto pero en too firme pero tímido - Me llamo saori Black Lestrange Rambaldi un gusto Anne - dijo con una sonrisa y volvió a su lugar sin mucho ruido.

 

Anne volvió al tema de la clase y saori pensó un poco pero se sintió inútil levanto la mano -Perdón por mi ignorancia pero no entiendo muy bien - dijo nerviosa o con un poco de temor a lo que le dijeran

 

@ @@Mia Black Lestrange @

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Esperando a que la Ivashkov retomará la capacidad del habla, respiró profundamente, pensando en cómo continuaría la clase. Posteriormente, intentando relajarse un poco, observó como Anne ingresaba corriendo a la cabaña, ¿qué ocurría? Sin entenderlo realmente, porque la rubia había salido unos minutos a hablar con ella, negó con lentitud, al parecer se quedarían sin profesora y justo cuando iba a comunicarlo con su nieta, la Gaunt volvió a ingresar con toda la tranquilidad del mundo.

 

—Anne, un gusto tenerte por aquí... —saludó con una cabezada y escuchó sus siguientes palabras, procesando la información que les pedía explicar.

 

Considerando la posibilidad de iniciar, negó con lentitud dejaría que su nieta recuperará un poco de seguridad en sí misma y se animara a explicar al menos una de las cosas que le estaban preguntado. Sin embargo, al paso de algunos minutos, al ver que no tomaba la iniciativa de intentar explicar y se mostraba confusa, supo que tendría que volver a intervenir antes de que la directora se molestara y las suspendiera a las dos.

 

—Un encantamiento es magia que no va a alterar la esencia de los objetos o personas, sino que por el contrario solo va a modificar su apariencia, mientras que un maleficio tiene una conexión con la magia oscura, como lo es el mocomurcielago, y por último la maldición es totalmente la magia oscura, es decir, son aquellas como las maldiciones imperdonables que van a afectar física y mentalmente a la persona que se vea afectada por ellas.

 

Esperando que su explicación fuese adecuada, se meció un poco de un pie a otro, y considero la posibilidad de no haberse explicado bien, pero era tarde y estaba segura de que si tenía algún tipo de error la corregiría la pelinegra sin problema alguno, por lo que esbozó una media sonrisa y la miró con expectación, para después volverse a su nieta y pedirle un poco de confianza en sí misma, porque así no iban a llegar a ningún sitio.

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