Maestría en escobas

[Tauro M.]

Por un momento pensó que la escoba estaba en buen estado y consideró arreglarle solo las ramitas de la cola, pero al echarle un vistazo un poco más profundo se dio cuenta de lo equivocada que estaba. La escoba no llegaba a estar arruinada como para no tener reparación pero sí estaba lo bastante deteriorada como para no poder volar. Y eso era lo que Aries esperaba, que lograran hacer que se alzara en vuelo. Un rego bastante considerable. Asintió ante las palabras de su hijo y con un movimiento de varita extendió una lona en el suelo, para ella y para Ishaya, que les permitiera tomar asiento sin mojarse.

 

Su escoba parecía una Saeta de Fuego que hubiese acabado como el palillo de dientes de un bebé gigante, nada muy prometedor, pero al menos podía ver qué era. Acercó el kit que les habían proporcionado, revisó el interior y encontró cosas interesantes. Era como un kit de limpieza intensivo. Halló ramas largas y de distintos grosores, productos con distintas funciones, como pulir o rectificar, trapos y gomas e incluso un nuevo cojín. Tauro sacó lo que necesitaba, dejando aparte lo que usaría más adelante y apoyó la punta de la varita en el mango afectado, dando un golpecito.

 

-Reparo.

 

Las partes que se habían seccionado volvieron a su lugar con un chasquido y después de comprobar que todo estaba en orden, se dedicó a quitar todas las ramas inservibles. Eran muchas las que estaban en un estado deplorable y en poco tiempo la escoba parecía más bien un palo con algunas ramas. Pero después de una labor de selección y recorte, las repuso con las que había sacado de la caja. Una a una las fue alineando según había aprendido de las Saeta de Fuego y no se detuvo hasta que llenó todos los espacios faltantes.

 

Posteriormente empezó la labor más complicada de todas, hablando de habilidad para reponer errores tan marcados. Primero reafirmó las ramitas de la cola con uno de los productos, lo que provocó que la madera pareciera más brillante y que las astillas se cayeran. Aplicó la misma al mango, para eliminar las astillas y le dio una mano de pintura. Retiró el asiento viejo y lo repuso después de que la pintura, con ayuda de la magia, secara. Después de acomodarlo bien y asegurarlo para que no se moviera nunca más, le aplicó el hechizo de invisibilidad. Pulió el mango con dedicación, hasta que brillaba sin necesidad de luz y con meticulosidad, se aseguró de que no hubiera irregularidades en el barniz.

 

-Creo que ya está -anunció despues de un rato, poniéndose en pie-, veamos si vuela.

 

Había tardado un rato muy largo, a decir verdad. La luz había disminuido y con ella sus ganas de volar, pero aún así pasó la pierna por el mango y golpeó el suelo. Al principio el vibrado de la escoba encendió sus alertas, más allá del vértigo que le provocó la velocidad con que llegó a ascender. Pero pronto la escoba cedió, como si hubiera reclamado por el tiempo de desuso. Suspiró, ciñéndose al mango con fuerza y se inclinó. Solo una vuelta, ¿no? Tan pronto como hizo ese gesto la escoba de carreras se disparó y ella tuvo la sensación de que iba a morir estrellada.

 

Si dio volteretas o hizo algo especial, realmente no lo supo. La Saeta de Fuego era veloz e implacable, un objeto que solo había visto en fotografías de Quiddtich o vitrinas del Diagón y que definitivamente no volvería a usar. Pero lo importante era que había volado, alcanzado la velocidad y altura deseada por Aries y no había perdido la vida. Regresó unos segundos después, más rápido de lo que debía, deteniéndose con brusquedad y bajando de la escoba como si estuviera en llamas. Pero pese a que no era una gran voladora, sonreía. Había pasado la prueba.

 

-Parece que todo está en orden, profesor.