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♦ El Sendero ♦ (MM B: 110551)


Arya Macnair
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Eilon Rice

Universidad de Oxford

Campus

 

—Esa misma, tenemos veinticinco minutos para llegar, McKinnon detesta que sus alumnos no sean puntuales y nos dejará fuera si lo somos.

 

Parecía lamentarse genuinamente. Su tesis abarcaba mucho material tratado con aquel profesor por lo que solía llegar con antelación a sus clases, perderse siquiera una resultaría insoportable. Además el hombre era tan profundo, tan apasionado al hablar, que ninguno de sus compañeros acababa comprendiendo ni media palabra de lo que decía, lo que se traducía a malas anotaciones, vacías, sin lógica, o mejor dicho sin la lógica que ella les daba. Todos en aquella clase, exceptuando Eilon, aprobaban respondiendo los exámenes de manual, pero la vampiro sabía que existía algo más allá de sus palabras.

 

Lo tomó del codo, una vez más, como si lo conociera de toda la vida, arrugando su ropa, y jaló de él para ponerse en marcha y no dejar pasar un solo minuto más pero lo siguiente que Quillan mencionó la petrificó al punto tal que lo hizo chocar contra su lateral derecho. Rice volteó, tenía los ojos enormemente abiertos, su cicatriz repentinamente se había intensificado, era una rojiza franja que le atravesaba la cara, y la expresión que portaba era asesina.

 

—¿Disculpa?— Estaba tensa, cualquiera lo notaría —¿Quién eres exactamente? ¿Marius te envió?

 

Delicadamente había deslizado la zurda por el contorno de su silueta hasta rozar la empuñadura de su varita, no podía ponerse en evidencia allí mismo pero aun así conseguiría defenderse de ser necesario ¿Qué se suponía que le debía a aquel hombre, o a cualquiera que le hubiese ayudado tan siquiera un poco a lo largo de su corta vida? De repente ya no parecía tan amigable como instantes atrás, sino más bien enseñaba la sombra del monstruo que dormitaba en su interior.

 

Su teléfono volvió a sonar más ésta vez no contestó. Un segundo después y antes de que Quillan pudiera emitir sonido alguna una joven de piel morena y ojos chocolate apareció gritando como si estuviera en pleno partido de Quidditch.

 

—¡Eilon, chica, corre, llegarás tarde a la clase de McKinnon!

 

Golpeó su hombro a la pasada, Rice respondió con un ademán para que se adelantase y volvió a fijar la vista en Atkins.

 

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Quillan Atkins

Universidad de Oxford

Campus

 

 

De un momento a otro, ante su declaración, la joven que tenía delante se había puesto en guardia, tensa, como si lo que acababa de mencionar fuera un ataque. Quillan levantó las manos a la altura del pecho y mostró las palmas a la vampiresa, en señal de rendición, de pacifismo, demostrando que no tenía intención alguna de atacarla o lastimarla. Notó el movimiento que hacía para tomar su varita escondida y de inmediato sus ojos viajaron alrededor suyo, donde la gente reía y charlaba, caminaba despreocupadamente o se dirigían con paso seguro hacia alguna clase o hacia un momento de descanso antes de la siguiente. Si la joven atacaba, él iba a defenderse pero no quería llegar a aquel extremo que pondría en peligro toda su misión.

 

-Tranquila, no conozco a ningún Marius- dijo en un tono lo suficientemente alto como para que sólo ella pudiera escucharlo.

 

El móvil de Eilon volvió a sonar pero la chica tenía fija la mirada en él. Un momento después, un grito a su espalda lo hizo voltear y ver llegar corriendo a una joven morena que empujó suavemente el hombro de su amiga, diciéndole que se apresurara.

 

-Ya te dije quién soy, Quillan Atkins. Vine con una beca a estudiar por este año -o lo que la universidad me permita quedarme- y luego regresaré a Estados Unidos, con mi tía. Me pareció que debía decirte que soy un mago. Me di cuenta que eras una bruja tan pronto te vi sentada sola- con un movimiento de su cabeza indicó el lugar en el que momentos antes habían estado sentados ambos, manteniendo una conversación que, al menos a él, le había parecido amena-. No sé quién ese ese Marius que mencionas, pero te aseguro que no lo conozco-. Hizo una pausa y luego miró sus manos, aún en señal de rendición-. ¿Puedo bajarlas?

 

No esperó a que ella le diera permiso y lo hizo, aunque lentamente por si se le ocurría sacar la varita y atacarlo. Exhaló con fuerza y luego tomó aire nuevamente, sin dejar de mirarla ni un sólo segundo, temiendo que desapareciera. Sentía, por algún motivo, que algo lo unía a aquella misteriosa muchacha. O quizá estaba equivocado y no debía hacerle caso a ese sexto sentido y dejarla en paz, ya que parecía alterarla que alguien hubiera sabido su verdadera naturaleza... o un cincuenta por ciento de ella.

 

-¿Vamos a la clase? De verdad no quiero perdérmela. Luego puedo seguir respondiendo tus preguntas- alzó los hombros, quitándole importancia al asunto.

 

@@Arya Macnair

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  • 7 meses más tarde...

Era muy común en él desaparecer. Extremadamente común podría afirmar Macnair. Desde que se conocieron por primera vez en tierra mexicana y portando títulos de "alumno-profesor", la presencia de Jank era una fina estela fugaz en su vida. Le resultaba increíble si lo pensaba con detenimiento el cómo logró amarlo tanto ¿Cómo puede uno enamorarse de lo ausente? sonreía, se frotaba las manos y proseguía con otro pensamiento, el clima que le estaba congelando la punta de la nariz o lo resbaladizo que estaba el piso para el inadecuado calzado que llevaba. Porque él volvía, Dayne siempre volvía a ella en momentos culmines, como si supiera que le necesitaba, como si una parte de su cuerpo agonizara con la bruja.

 

Sacudió las botas de montaña contra los escalones de roca congelada e introdujo una llave en la cerradura de bronce. El Sendero tenía demasiados meses cerrado, se podría decir que medio año. Así eran los negocios con Jank, complicados. Más los encantamientos, y quizás la presencia esporádica de Leah, permitió que las plantas dentro sobrevivieran. El sótano parecía haber desaparecido entre tanta mata que había por doquier, le hierba se mezclaba, en la penumbra no se conseguía vislumbrar cuál planta era la peligrosa y cuál no.

 

Pero la luz que provenía del invernadero superior la guió. Quería ser breve,concisa, rápida. Le había echado de menos, se sentía extraña. Pues ésta vez no había sido el hombre quien se dio a la fuga sino más bien ella. Abandonando todo lo que conocía. Luego del enfrentamiento con Bietka envió a Ámbar junto con Kalevi a un monasterio en Gales, dejó la Mansión Macnair a cargo de Sebastian y Castalia y se despidió de sus sobrinos prometiendo nunca más volver. La desgracia que le acompañaba había recaído en demasiadas personas, muchas de ellas amadas por la pelirroja, ya no soportaba ver los efectos colaterales del quiebre en el cónclave a su alrededor.

 

Entonces desapareció sin dejar rastros. Pasó seis largos meses recluida bajo tierra intentando comprender el razonamiento de su raza, el proceder del grupo élite al que pertenecía por legado de sangre. Y para fortuna, descubrió que estaba totalmente errada, existió solución, mediación y calma. Pronto pudo volver, regresaría con sus familiares, podría recuperar a su hija y sobrino, más primero necesitaba verle y sin medias vueltas lo mandó a llamar. Sacó su varita sin dificultad de los pliegues de una túnica azul francia e invocó un patronus; si, pueden poner la cara que quieran ¿Un Mortífago invocando un patronus? Arya sonrió ante la ironía, pero Jank solo representaba maravillosos recuerdos en su memoria y con eso bastaba.

 

Ahora bien ¿Sería el mago capaz de reconocer al lobo blanquecino que llevaba más de cuatro años sin ver?

 

@@Jank Dayne

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  • 2 meses más tarde...

- Señora Mosh.. Por favor, retírese.

 

Jank no apartó la vista de los pergaminos sobre el escritorio para solicitarlo. La bruja hizo caso omiso, limpiándose los mocos como respuesta. En sus manos sujetaba un rosario negro que se enroscaba entre sus dedos a la par de unos sollozos inentendibles, tal vez expresados en latín. Estaba parada enfrente a una de las Celdas Negras, dándole la cara al fantasma inerte de su esposo. El hombre tenía las manos aprisionadas por una cadena dorada, luminosa, lo que hacía que su piel gris y traslúcida se notara aun más escalofriante.

 

- Señor Dayne, ya le he rezado a Godric, a Lucifer y al mismísimo Dios católico. ¡Mire! - la mujer hizo que el rosario se desintegrara en llamas moradas - ¡No funciona.. !

 

Jank suspiró y dio un golpe a la mesa. Se quitó las gafas.

 

- La sentencia de un Ángel es imposible de romper, señora. Demasiado hice para trasladar la prisión de su marido a mis estancias - se las volvió a colocar y señaló el libro que intentaba leer -. Necesito apelar por una audiencia, pero si su marido se niega al arrepentimiento me hace las cosas difíciles.

 

- Él era un buen hombre - insistió Mosh -. No pudo haber hecho algo tan grave..

 

- Su esposo quiso vulnerar el espíritu de alguien - dijo sin verla. El silencio se volvió incómodo hasta que decidió ver su cara llorosa -. No existe crimen más atroz que el que atenta contra el alma.

 

- ¡Él sería incapaz.. ! ¡No.. No!

 

La luz blanquecida de un patronus interrumpió el espectáculo. Jank se rascó la cabeza mientras el animal se formulaba. Había pasado al menos un año desde que un compañero tratase de comunicarse con él. Por suerte, cuando reconoció al lobo, se vio forzado a escapar una sonrisa. Pese a que el aislamiento le había ayudado a encontrarse consigo mismo, de vez en cuando hacía falta la presencia de alguien conocido, al menos más allá de clientes rencorosos y exigentes. Por eso cerró el libro, guardó los amuletos celestiales, la Santa Biblia, los pergaminos apócrifos y todo aquello que necesitaba para conectarse con el mundo de los cielos. Debía hacerlo si pensaba reencontrarse con un trozo de infierno, de nuevo.

 

- Ehmm.. Espere... ¿A-a dónde va?

 

- Yo, para arriba. Usted, fuera - alzó a Libra, su varita, por encima de la cabeza -. ¡Mobilicorpus!

 

Los pies de la Señora Mosh se deslizaron por el suelo tan rápido que su estela casi hace desaparecer el fuego de las antorchas. Quiso resistirse usando magia, pero Jank acompañó su encantamiento con trucos de la vieja escuela, tan potentes que obligaron a la vieja señora a desaparecer por las calles de Diagon directo hacia su hogar. Los pies se le pondrían incandescentes, pero ese ya no era su problema.

 

Antes de irse, dirigió una mirada de reproche al fantasma de su señor esposo, cuya vista seguía clavada en los grilles divinos.

 

- Hable, señor Mosh - iba diciendo mientras se ponía encima su chaqueta de flecos marrones -. El silencio es la peor prisión.

 

Jank ascendió hasta el invernadero en forma de humos blancos, tal y como los primeros magos solían hacerlo. Además, desmaterializarse de esa manera le hacía pensar que pertenecía a una clase superior, a los eruditos invisibles de los que pocos tenían conocimiento. De algo debían servir los meses de soledad y letras. La bien conocida melena rojiza lo esperaba a unos cuantos metros. Antes de hablarle se detuvo frente al viejo espejo de bordes de mármol que había pertenecido a Nym, su hermana perdida. Por primera vez en mucho tiempo podía jactarse de lucir un aspecto jovial, fresco, sin vestigios de amargura o el ceño fruncido. Se sentía fuerte y dispuesto. Había perdido parte de su profundad al haberle adjudicado más importancia al mundo físico, pero de algún modo esa fue la clave para avanzar.

 

- Hola, Arya - dijo sin más. Su voz se sintió tan relajada como la fuente que escupía agua cristalina en una esquina. Atrapó uno de sus mechos entre los dedos y lo enredó -. Hermosa y oscura. Más de lo primero, por suerte.

 

@@Arya Macnair

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—¿Ciento por ciento seguro, Dayne?

 

Cuestionó acercándose a él, lo que provocó que el mechón enredado entre sus dedos se volviera una maraña rojiza que todo lo absorbió. Le hizo cosquillas en la nariz, lo besó fugazmente y volvió a apartarse. Marcó la distancia de una baldosa y acomodó su cabellera revuelta, tenía las mejillas enrojecidas por el esporádico contacto físico, él se veía bien, e incluso su aura se notaba más clara, menos perturbada. Llegó a preguntarse si de debía a la lejanía de ambos, quizás la ausencia de alguien tan nocivo y conflictivo como ella le hubo ayudado a encaminar su vida completa.

 

—Te ves espléndido ¿Te cortaste el cabello?— Mintió dándole la espalda.

 

No sabía cómo tomar al toro por los cuernos, él era siempre quien volvía con una sonrisa socarrona y solucionaba la ausencia con unos cuentos besos y palabras bonitas ¿Pero y ella? es decir en carne propia sabía que no funcionaba su actuar por lo que claramente no podía repetirlo. Su relación sería un eterno bucle de actuar así. Buscó un sitio donde poder sentarse pero todo estaba cubierto por matas, le gustaban las plantas pero aquello acabó siendo una invasión natural, el Ministerio tomaría cartas en cualquier momento si alguien asomaba las narices por allí.

 

Sacando la varita del cinturón conjuró algunos encantamientos básicos de movimiento para enredar las plantas y fabricar una especie de hamaca verde. Hizo fuerza con ambas manos antes de tomar asiento, cuidando de no caer después, y volvió a mirarle, pero sus ojos parecían confundidos al instante de hacer contacto visual.

 

—¿Qué tal está Binny?— Quiso saber, con un dejo de envidia, pues sospechaba que habían vuelto.

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  • 1 año más tarde...

ㅤㅤㅤㅤLlevaba días encerrada en el herbolario de su hermana, con las narices metidas en pilas y pilas de libros que no alcanzaban a menguar el horror acrecentándose en su pecho ─ muchas cosas habían cambiado, incluyéndola, y por más que intentaba jalar de aquellos hilos que en su historia definían su nombre, su apellido... la confusión en su cabeza no ejercía la ayuda suficiente como para tranquilizarla. Soltó un pequeño suspiro cargado de frustración cuando su última búsqueda volvió al inicio del todo, y sólo pudo echarme hacia atrás, lo suficiente como para caer sobre la alfombra y de esa manera, quedar con la esmeraldina mirada fija en el techo.

─── ¿Señorita Macnair?

Escuchó perfectamente las palabras del elfo, que a esas alturas, parecía el único ser viviente capaz de acercarse a ella sin sufrir de un mini infarto al ver el color negruzco de sus uñas comenzar a acrecentarse como sombras a punto de explotar y emanar de las puntitas de los dedos. Acarició un poco el dorso de sus manos, y luego de mantener silencio por un par de minutos más, se incorporó lo suficiente como para quedar sentada en medio del desastre que tenía a esas alturas de la noche ─ ladeó el rostro, y sólo entonces, el elfo volvió a murmurar con respeto.

─── Envié la lechuza al señor Eobard, ¿necesita algo más de mi?

Negó con suavidad.

─── ¡Tholav! ───palpó la frente con una pequeña mueca de dolor, y luego de esperar a que el mareo sanase, le apuntó con los dedos, intentando buscar las palabras correctas.─── Una infusión de lavanda me vendría genial... 

Quedó con la mirada ligeramente perdida en la nada, y sólo cuando el elfo sacudió sus manitas frente a sus ojos, la bruja movió la cabeza para despertar del pequeño ensueño ─ estar ahí le traía buenos y malos recuerdos, todos casi ligados a las pláticas profundas con Arya. Un suspiró nuevo escapó de sus labios, y sin decir una palabra, volvió a dejarse caer sobre la alfombra, llevando una de sus manos ahí, en la zona de su pecho en donde sin era lo suficientemente silenciosa y paciente, iría a escuchar el retumbar lento de los latidos de su corazón. El elfo la miró con el ceño fruncido, quizá preocupado, ¿por ella o por el desastre que la pequeña Macnair estaba haciendo? ¡No se sabía! Sólo desapareció en un chasquido para prepararle la dichosa infusión levanta muertos.

Ahora sólo restaría esperar,
esperar a que su llamado fuese atendido.

cita. @ Eobard Thawne

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La ventaja que le suponía estar muerto, al menos en términos oficiales, era ahorrarse las interminables justificaciones de su viaje hacia lo desconocido. Como si eso hubiese importado entonces, o lo hiciera ahora. Wells se había encargado de notificar a sus allegados que el joven Black Lestrange sufrió heridas importantes al estar presente durante los ataques del infame Día de la Ira en Hogwarts, cuando aún trabajaba ahí. Aquello le permitió desplazarse hasta el otro lado del océano, con la apuesta de una vida más tranquila; pero, las pesadillas jamás se fueron.

⎯⎯ Acogedor, muy bonito ⎯ fue lo único que alcanzó a articular, cuando la sensación de bochorno causada por la creciente vegetación alcanzó su sistema respiratorio. 

Con aquel calzado alto, le costaba un poco mantener el equilibrio; había pasado tanto tiempo desde que había usado su apariencia física original, por lo que no terminaba de acostumbrarse a sus pies más delgados. La puerta rodeada por rosas lo recibió como si se tratase de una versión tétrica de alguna atracción del día de San Valentín. Apoyó el puño sobre el acceso, como si fuera a llamar, pero finalmente se adentró en las entrañas de aquel recinto natural. 

Parecía que el rastro acababa ahí, pero la brújula que lo guiaba en aquella ocasión era más ¿espiritual? Había forjado una cierta conexión con la Macnair, por lo que estaba seguro de la encontraría en ese sitio. Le tomó un tiempo dar con ella, pero finalmente se encontró en el herbolario, que tenía más pinta de un observatorio entre la flora; no anunció su llegada con un carraspeo, o el crujir de la madera bajo las botas de siete leguas. 

⎯⎯ La Herbología nunca fue precisamente mi fuerte en la escuela. Por favor, dime que hay un poco de Lazo del Diablo por aquí, dicen que se vende bien en ciertos mercados alternativos.

Juliette parecía reposar, como víctima de algún esfuerzo sobrehumano. Quizá no había cambiado desde su último encuentro, aunque la oscuridad en sus manos llamó la atención del castaño, quien podía relacionarlo con algo más allá de la propia magia oscura o temas tan terrenales como lo era la magia humana. Sin esperar a la reacción ante su llegada, tomó asiento a su lado, en la posición de la flor de loto.

Así parecía un reencuentro tan casual como serio, propio de las veces en que ambos habían coincidido. Era casi como volver en el tiempo. 

⎯⎯ Has estado ocupada, por lo que veo ⎯inclinó la barbilla en torno a sus extremidades superiores, mientras se retiraba las gafas ⎯. Tu elfo es bueno, me encontró en el escondrijo más recóndito de este planeta. Creo que ya era hora, ¿no crees? De ponernos al día. 

 

@ Juliette Macnair

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ㅤㅤㅤㅤEl silencio era casi sepulcral, aún cuando estuviese rodeada de un tintinear de mágica naturaleza que en muchas ocasiones le generaba un chirrido particular cercano a la oreja derecha, el ambiente se teñía de esa paz que a la bruja tanto le gustaba disfrutar desde que era apenas una pequeña niña descubriendo el mundo en Ilvermorny. Habían cambiado tantas cosas en el último período, cosas que no podía verbalizar porque simplemente hasta el día de hoy no lograba comprender en su totalidad. No lograba conciliar el sueño, no cuando aún su mente y alma parecían viajar en noches frías a aquellas tierras flotantes; tenía libre albedrío para vivir esta última vida, y aún así, era prisionera de su destino. Iba a lanzar un improperio teñido de algún encantamiento vago, cuando oyó no muy a lo lejos, la voz característica del mago.

No alzó la cabeza, pero sí ladeó ligeramente el rostro cuando sintió su cálida presencia depositarse a un costado de su cuerpo ─ con ambas manos sobre su abdomen, depositó su esmeraldina mirada en el mago, y luego de dedicarle una amplia sonrisa nostálgica, sólo entonces, contestó a todas sus preguntas.

─── Tu fortaleza siempre fueron las pociones, y los encantamientos. ───frunció ligeramente el ceño, sin saber exactamente qué decir; veía en él tan solo vestigios del posible joven estudiante, animándose por convertirse en ese gran mago de su talla, pero al mismo tiempo, de contradecía con los fragmentos de su alma. Esa que sólo Juliette Macnair, o Hathor, tenía acceso secreto.─── Respondiendo a tu sugerencia... hay muchas posibilidades de que mi hermana nos estrangule a ambos si se da cuenta de que saqué algo y lo vendí ilegalmente en el mercado.

Abrió los ojos con dramatismo, y suavemente comenzó a incorporarse. Llevó su mano derecha por detrás de su cuello para liberar tensión, y tan pronto como se acordó del color negruzco en sus manos, buscó con la pura mirada los guantes que últimamente parecían sus más fieles amigos. No tenía nada que ocultarle a él, por supuesto que no, ambos habían forjado una conexión inigualable a pesar de los obstáculos, pero tal parecía, que la persona que no quería realmente seguir viendo esa incongruencia en esa ecuación era ella, y nadie más que ella.

─── Tholav no es mi elfo, trabaja aquí, de hecho... en cuanto a Draekh, está bastante ocupado en mi encomienda.

Murmuró con liviandad mientras iba cubriendo sus manos con los elegantes guantes de encaje; se sentó al igual que él y extendió su mano lo suficiente como para depositar una pequeña caricia en su mejilla, agarró su mentón con delicadeza y con lentitud, comenzó a girarlo de lado a lado; estaba verificando que todo se encontrara en orden y es que sensaciones extrañas le generaban sus ojos. Su ceño se frunció apenas un poco, para luego de soltarte, soltar un suspiro cargado de frustración.

─── Ambos hemos desaparecido, y aparentemente cambiado. ───sacudió los dedos de sus manos antes de volver a su posición de descanso; miró los libros y pergaminos desparramados, soplando con dulzura un mechón de cabello rebelde irrumpiendo con sus conservadas facciones, y continuó.─── ¿Qué ha pasado en tu vida, mi adorado Eob...?

Mordió sutilmente su labio inferior.

─── ¿Cómo quieres que te llame ahora? ¿Uhm? 

cita. @ Eobard Thawne

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