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♦ El Sendero ♦ (MM B: 110551)


Arya Macnair
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— Oh, Jank... Jank.

 

Cillian torció sus labios hacia el lado izquierdo y negó, no estaba nada feliz de que su presa se hubiera apartado. No, aquello no iba a terminar ahí, no se iría sin conseguir lo quería. Soltó la barbilla del mago, pero no dejó de tocarlo, llevó su mano al torso del mismo y comenzó a recorrerlo lentamente. Maldita sea, aquello no estaba bien pero no podía evitarlo.

 

— No quiero tu corazon, querido —comenzó, mientras detenía su mano en algún punto cerca del ombligo de Jank—. Créeme, tu corazón es la parte que menos me interesa de ti. No quiero que te enamores de mí, no quiero si quiera que me tengas un poco de aprecio.

 

Mentía, en realidad sí que lo necesitaba. Sabía que Jank nunca se enamoraría de él, pero sin duda le agradaría tener a Jank como un buen amigo. Un buen amigo con beneficios, claro. Comenzó a mover su mano hasta llegar justo al lugar que estaba buscando y seguro que Jank lo impedía, pero aún así lanzó su mano hacia su entrpierna.

 

— Sólo quiero un beso Jank, eso en un principio... —Sonrió—. Y si pudiera tener esto sería un plus, obviamente. Aunque... ¿Sabes? No, claro que no lo sabes, hace años que no nos vemos.

 

Se apartó, se moría de ganas de tener a Jank para él pero no lo obligaría a nada.

 

— Se supone que yo también estoy enamorado. Y no, ya no es de Juliene, sé que ella no volverá más así que debo seguir adelante. Su nombre es Arya —¿Por qué le estaba hablando de eso?—, y espero sacar bastante beneficios de mi relación con ella y es por eso que de puertas para afuera yo soy un hombre completamente enamorado de una sola mujer pero... De puertas para dentro la realidad es otra.

 

Se acercó a la mesilla y tomó de nuevo la taza, vació su contenido de un sólo trago.

 

— De puertas para dentro me encantaría estar contigo. Bueno, eso de momento.

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  • 4 semanas más tarde...

~ Ámbar D.

 

 

Le resultaba extraño estar de vuelta. Lo último que recordaba era la sensación de desvanecimiento que recorrió su cuerpo entero tras el shock del ataque, Jank hubo dado en ese entonces un golpe tan certero que no fue capaz de preverlo o sobrevivir al ataque, parpadeaba lento temiendo cerrar los ojos por demasiado tiempo y ya no poder volverlos a abrir, temía dejar de respirar. Había despertado como si nada en su cuarto una mañana soleada, los muelles de la cama se quejaron cuando pesadamente recostó el peso de su cuerpo sobre el flanco izquierdo entrecerrando los ojos para evitar que la luz del sol le dejase ciega; los rayos matutinos inundaban la habitación, una habitación que conocía demasiado bien.

 

Jamás se pudo explicar cómo fue que falleció en brazos de su madre, rodeada de salitre, tristeza y rabia para regresar a un punto neutro. Re pasaba una y otra vez en silencio el cómo se habían sucedido los hechos notando ciertas irregularidades en su día cotidiano que si bien le sabían normales algo en su interior encendía la alarma; "ésto huele extraño" se repetía frunciendo un poco el ceño cada vez que su madre se acercaba por detrás para depositar un beso en el nacimiento de su cabello ataviada con un sobrio atuendo de profesora y llevando la bata blanca sobre el brazo izquierdo.

 

¿Qué es eso que tienes ahí? Le hubo preguntado en una ocasión abriendo enormemente los ojos mientras Arya se arremangaba una camisa pues tenía una reunión en París producto de una mala partida de ungüentos para quemaduras severas y señalaba la marca en su antebrazo. La matriarca enarcó una ceja, se colocó la chaqueta de lanilla rápidamente y dejó con brusquedad la taza sobre la mesa observando a su hija con aspecto severo.

 

—¿Cuándo aprenderás a ser discreta, Ámbar? Recuerda que ésta familia aun es el blanco de muchas miradas— Y se marchaba.

 

Se marchaba instaurando la semilla de la incertidumbre demasiado hondo. Así los meses transcurrieron austeros y vacíos, había demasiado silencio a su alrededor aun y cuando Massimo intentaba a toda costa hacerla reír, ella y su tío tenían casi la misma edad y habían compartido niñez, adolescencia y aquella nueva etapa a la que muchos le llamaban "madurez" por lo que no existía jerarquía alguna entre ambos, eran más bien hermanos. Algo le faltaba, algo en su interior se sentía roto y pendiendo de un hilo pero no acababa por dilucidar qué era así que su expresión de absoluta confusión cuando el hijo de Pik y Alyssa vuelto tomo un hombrecito le preguntó una noche si "la extrañaba" fue digna de retratar.

 

Pensar en ella fue como lanzarse de una sola vez al lago luego de un crudo invierno, el corazón se le detuvo y absurdamente intentó atrapar con los labios una bocana de aire mientras sus pulmones sufrían de asfixia. La extrañaba. Resultaba irónico siquiera ponerlo en duda con una mano temblorosa en el pomo de aquella puerta cubierta por hierbabuena ¿Que si la extrañaba? cada vez que pensaba en Leah sus ojos se anegaban en lágrimas como la niña que fue al conocerla y acababan lanzando puñetazos al espejo pues éste le devolvía la mitad partida de su alma, jamás había dejado de hacerlo. —Regresé mi amor...

 

Lo pensó pero estaba segura de que las palabras se habían escapado de sus labios como gotas de rocío ingresando de un solo paso a El Sendero, curiosamente los hilos del tiempo habían formado un embrollo en su cabeza puesto que no conocía aquel sitio pero las imágenes de recuerdos latentes se agolpaban entre sus ojos color miel, por sobre la nariz, como la proyección de una comedia barata; se había criado allí entre los tumbos de Siberia y los magos que recurrían en busca de plantas poco convencionales, aromas florales y medicinales, entre las piernas de su madre y los brazos de... ella

 

Había significado un inmenso desgaste el regresar a una época que no le correspondía, un agotamiento físico que colgaba de la comisura de sus labios balanceándose al compás de sus pies deslizándose entre maleza evitando hacer ruido, escudriñando las sombras hasta dar con el mostrador, la caja registradora antigua y la trampilla escondida debajo de Lazo del Diablo. Encontraría la escalera que la conduciría hacia el corazón del herbolario aunque todo mundo creyese que éste se trataba del sótano y no se detendría hasta que sus ojos volviese a admirar la magnificencia de una obra arquitectónica como lo era la cúpula encantada.

 

Todo allí olía a ella, la luz del sol arrancaba destellos blanquecinos de los cristales y éstos le recordaban lo hermosa que aquella mujer se veía cuando vestía para combate. De pronto una punzada de remordimiento le atravesó el estómago. Sabía que no era correcto, que no podía aparecer sin más o que quizás debió haberle escrito antes pues lo último que recordaba de la playa eran los gritos rabiosos de Ivashkova mientras golpeaba a su primo, pero no se había atrevido temiendo una negativa inminente por parte de la rubia. La última vez que hubo intentado contactarla la mujer ya no le pertenecía más siempre picó sus entrañas la duda de si alguna vez habría dejado de serlo.

 

Suya. Tan suya como siempre lo sería también ella.

 

Tomó asiento cruzándose de piernas y colocando ambas manos entrelazadas sobre su fría rodilla. No perdía la costumbre de vestir como una adolescente, jeans rasgados y camisas de colores fuertes. Haciendo resonar sus botas militares con impaciencia, si sus recuerdos no mentían la Ángel Caído sería quien abriese el negocio antes que su madre que solía parar primero en el Laboratorio para controlar que todo estuviese en orden y seguido visitaba a su colega ¿Loco, verdad? como dos mujeres que alguna vez se juraron la muerte ahora caminaban casi a la par, hombro con hombro, velando por la seguridad de sus compañeros y de ella misma.

 

Una de sus manos estaba cerrada, en ella protegía un pequeño bollo de papel del tamaño de un centavo de dólar americano. Lo único que hubo quedado de la carta que se quemó en la chimenea de Leah incluso antes de que ésta pudiese leerla, meses después de su casamiento. Necesitaba pruebas fehacientes de que nunca había dejado de amarla aunque posiblemente su aparición cual fantasma no le daría chance a confesiones amorosas, la conocía, la mujer le pediría respuestas o le arrojaría con lo más sólido y dañino que tuviese al alcance de la mano. Serena pero explosiva, así era la bruja de la cual se había enamorado.

 

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Suspiró cuando, al intentar bajar el pomo, éste se le resistió, logrando que los paneles de vidrio resonaran en el vacío callejón con cierta dureza. La tienda estaba cerrada y por ende le correspondía a ella encargarse de la apertura. Era la primera vez que pisaba el negocio y no fue ninguna sorpresa que se quedara unos cuantos minutos en la puerta, jugando distraídamente con las llaves hasta que una encajó y pudo ingresar. No se molestó en girar el cartel de "Cerrado" o dejar la puerta abierta para indicar que, al contrario de lo que decía el torcido cartel, habían abierto. Lo cierto era que no tenía ganas de tratar con nadie y mucho menos con clientes.

 

Por suerte su relación con Arya había mejorado. ¿Cómo habría lidiado con ella si aparecía y empezaba con su típica cháchara para intentar caerle bien? Probablemente la habría asesinado. Solo que ahora no tenía que tratar de caerle bien, solo lo hacía, convivían con tranquilidad y podían estar en una misma habitación, charlando mucho o poco, sin que a ninguna le pareciera un infierno. Y sería el caso en las horas siguientes, cuando dejara el Laboratorio y decidiera hacerle compañía, mientras ella revisaba los libros para ver qué tantas pérdidas le había costado al negocio la escasez de clientes.

 

Sin embargo, tenía la mente en otro lado.

 

Sus ojos miraban sin mirar y, por ello, habían ignorado todo lo que estaba en la habitación. La tenía sin cuidado, había perdido el valor por lo material desde el cierre de su último negocio y aún no sentía que todo aquello le perteneciera, como era el caso, según había conversado con Macnair. Avanzó entre los halos de luz y las pequeñas partículas de polvo que se arremolinaban con coloridas siluetas, apenas perceptibles por el ojo humano, sin prestar atención a los objetos que llenaban la estancia o a cualquier otra cosa. Llegó al escritorio más cercano y por pura inercia, se detuvo, para mirar los papeles esparcidos en ella.

 

Por supuesto, no se fijó en nada de lo que había escrito, si era importante o solo dibujos sin sentido de Jank, como solía hacer desde que estaba pequeño. Seguía distraída, ajena a lo que ocurría alrededor, taciturna. Tan raro en ella como su casual vestimenta de verano, lejos de sus típicas túnicas de gala o sus peinados elegantes. Con el cabello dorado al aire, daba a la impresión de que en realidad era una mujer joven y no un alma vieja escondida en un cuerpo inmortal. Pero sus reflejos no estaban apagados, así que cuando Ámbar hizo el mínimo movimiento, ya había pensado en un Levicorpus.

 

Al girarse, la vara de cristal ya se había materializado en su mano izquierda y su ceño fruncido había reemplazado la expresión de indiferencia. La pelirroja había quedado volteada de cabeza, por lo que al verla, sin ninguna duda, "supo" que se trataba de Arya. Bufó y la bajó con un movimiento de muñeca, haciendo que cayera con un golpe seco al suelo. No era la primera y tampoco sería la última vez en que la Macnair, de forma inoportuna, se metiera en sus momentos de concentración, clamando su muerte. Se acercó a ella y la levantó con facilidad.

 

—¿Pretendías asustarme o de verdad eres una sui... —al verla, la voz se le fue como si le hubiesen golpeado el estómago—... cida?

 

En un cuarto de segundo, sucedieron tantas cosas en su cuerpo y su mente que dio la impresión de que algo en su sistema se había roto. Perdió el habla y su mandíbula empezó a moverse suavemente, como si quisiera formar un sonido que su garganta era incapaz de producir. Su mente, por otro lado, había dejado de divagar y se había centrado en esos ojos ambarinos, enmarcados por las mismas pestañas espesas que recordaba. Sus rasgos pequeños y la sombra de una sonrisa que había, casi, olvidado. La dejó ir despacio, dejando la rudeza con la que solía tratar a su madre. Su madre. Arya. Un click resonó en su mente cuando recordó el pequeño detalle de Arya.

 

—Solo asiente una vez si no eres una obra cruel de mi imaginación —pidió en voz muy baja, como un susurro. Esperó y cuando Ámbar lo hizo, asintió ella—. Bien...

 

Era raro, por no decir imposible, ver a la matriarca Ivashkov nerviosa. No obstante, la risita que escapó de su garganta, ligada a su voz débil, era la prueba perfecta. Acortó la distancia en un abrir y cerrar de ojos y la apretó contra su cuerpo con fuerza.

 

—Lo siento, pensé que eras ella. ¿Te golpeaste? ¿Caíste bien? Perdona —aspiró su aroma—. ¿Cómo es que...? Ámbar —pronunció ese nombre con tanta delicadeza que podría haber sido el verso más corto del poema más hermoso.

 

Pero... ¿Y la niña? Alzó las cejas. Era su tutora legal. Casi una segunda madre. Cerró los ojos. Arya no iba a matarla, no, las iba a matar a las dos como las encontrara juntas en ese momento. Pero no se movió, ni un centímetro. Sus sentimientos aún no habían salido del estado de shock, lo único que sentía era un profundo alivio y unas ganas incontrolables de mantenerla cerca, lo más cerca que pudiera.

 

—Te eché tanto de menos.

 

5xlZUQg.pngReliquia encontrada por Darla

Editado por Mica Burke

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Ámbar D.

 

Tamborileaba sus finos dedos mientras en su cabeza sonaba una dulce melodía que no recordaba exactamente dónde la había escuchado cuando el eco de unos pasos le llegó a lo lejos. Su primera reacción fue ponerse de pie y correr a su encuentro como una tromba llevándose por delante cualquier cosa que entonces significase impedimento físico más no movió ni un solo músculo, si se equivocaba y la persona que hubiese cruzado la puerta principal no era Leah las cosas se complicarían; aun no visitaba a su madre y estaba segura que aunque en el futuro (su presente) la mujer se notaba por demás feliz y gozaba de una vida tranquila, la bruja que ostentaba el rango de Nigromante en ese entonces (su pasado) albergaría una herida aun abierta en su interior, el haber permitido que mataran a su propia hija, su sangre.

 

Era algo que tocaba subsanar pero primero lo primero, su propio corazón.

 

Tiesa en su sitio consiguió erguirse cuando un fino halo de luz bañó el níveo hombro de aquella silueta femenina. A diferencia de como la recordaba o conocía Ivashkova vestía de manera dulce, toda su anatomía se asemejaba a la de una bailarina, ante sus ojos era la mujer más hermosa del mundo ¡del universo entero! el corazón le dio un vuelco y casi acabó en su estómago. Sus ojos color caramelo se abrieron de par en par y una sonrisa iluminó su rostro cuando vislumbró aquel reflejo en uno de los ventanales encantados que conformaban el espejismo que su creadora hacía ver, una cúpula similar a un invernadero pero no acabó por completar la media vuelta haciendo danzar su espesa melena rizada como en las películas románticas pues de un santiamén acabó colgada.

 

Su cuerpo pendía de forma imaginaria desde los tobillos, soplaba los mechones de cabello que cosquilleaban su nariz y no lograba ver absolutamente nada. Estaba claro (fue lo primero que acudió a su mente) que la rubia estaría por demás furiosa u aturdida al verle ¿pero de allí a arremeter contra su integridad física? casi se podría decir que la Ángel Caído debió de sentir una suave advertencia en su antebrazo pero no pareció inmutarse ¿por qué?. Una rápida sonrisa fue la respuesta, casi al instante, tras caer al suelo cual costal de harina haciendo resonar sus rodillas que ya de por sí poseían magullones de batallas recientes.

 

Porque sí, se valía soñar, en su presente los asaltos estaban en vigor.

 

Después de todo ella y su madre no habían dejado todas las asperezas de lado más no era lo que allí importaba, Arya estaba de más en aquel momento. La joven bruja no cabía en sí de felicidad y hubiese querido lanzarse sobre ella una vez más pero la conocía demasiado y se abstuvo, Leah estaba tensa, los músculos se le marcaban en su piel tan terse y sus ojos poseían aquella sombra turbia que solamente adquiría cuando analizaba una estrategia o cuando estaba verdaderamente furiosa; hubiese dado entonces la vida una vez más con tal de saber qué pensamientos surcaban su mente para comprender que solo estaba pasmada.

 

Así que no se movió, desde su arribo a El Sendero no había hecho más que jugar a la estatua sin emitir siquiera un sonido. Incluso ahora asentía sintiendo como sus mejillas enmarcaban una sonrisa que iba progresivamente en aumento pero sus cuerdas vocales parecía obedecer una orden muda enviada por aquel par de orbes esmeralda que le escudriñaban como si viesen un fantasma, un ente incapaz de ser palpable. Internamente Ámbar moría por sentir sus manos otra vez pero no se atrevía, luego del suceso en la playa, a atormentarla siquiera con una caricia.

 

Para fortuna la mujer había sido desde el primer instante en que se conocieron la incitadora de todos sus sentimientos y así como había conseguido sin saber su nombre que ingresara a un mar bravío de media tarde —desconociendo que le temía al agua— ahora la acunaba entre sus brazos haciendo flaquear no solo sus piernas sino su esqueleto completo. Su cerebro sufrió un cortocircuito y cerrando los ojos se limitó a oír los latidos de su corazón, casi parecía que aun compartían el mismo compás tratando de captar las palabras lejanas de una disculpa sin sentido. Qué tipo de daño podría hacerle ella si con tan solo una mirada le daba más de un motivo para respirar, le daba paz, quería deshacerse cual agua allí mismo.

 

Había tanto para decir, el saber que Leah había guardado su recuerdo en algún sitio le llenaba nuevamente de esperanzas más las frases se acumulaban en la punta de su lengua sin orden o sentido, cualquier cosa que dijese carecería de coherencia por lo que optó por hablarle de un modo un tanto más personal, primitivo. Se separó a penas unos centímetros que le fueron dolorosos, aspirando el aire que de pronto quiso colarse entre el abdomen de ambas y se tomó un segundo para detallar cada uno de sus rasgos aunque se veía tan magnífica como la última vez; sus ojos fotografiaban su perfil y lo dejaban grabado a fuego en sus retinas. Abandonó la sonrisa para adoptar una expresión un tanto más seria y la besó sin preámbulos.

 

Una corriente eléctrica se desprendió de la suavidad de aquellos labios que había añorado para cosquillear toda su espina dorsal. Con aquel acto confesaba que el tiempo transcurrido había tortuoso aunque hubieron meses en los que su memoria un tanto aturdida jugaba a esconder su recuerdo. Mientras volvía a pegar sus cuerpos tomándola por la cintura con delicadeza le repetía que la amaba, le juraba que nunca había dejado de hacerlo y sus mejillas humedecían las de Leah cuando lágrimas saladas comenzaron a brotar de sus ojos cerrados. Estaba feliz, nunca había sido tan feliz en toda su vida, el pecho le dolía y el aire le faltaba pero jamás escogería otro sitio por sobre ese, por sobre sus brazos porque allí era donde siempre estaría su hogar.

 

—No sé cómo es que lo conseguí pero aquí estoy.

 

Abandonó su dulce tarea sintiendo su boca caliente para hundir el rostro en el hueco de su cuello, sollozaba de alegría e incertidumbre, su cuerpo había empezado a temblar ligeramente pero estaba a salvo, con ella lo estaba.

 

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  • 4 semanas más tarde...
El beso la tomó por sorpresa, tanto que respondió con la torpeza digna de un quinceañero. Su corazón se aceleró y la mezcla de emoción y miedo la azotó con tanta violencia que solo pudo sostenerse de ella para evitar caerse. Las lágrimas de Ámbar se colaron hasta sus labios y quiso abrazarla con fuerza, decirle que todo estaba bien, pero todavía no entendía cómo era que todo aquello estaba pasando ahí. Justo ahí, donde se suponía que debía reunirse con Arya. Se estremeció ante sus palabras, su voz era un sonido que casi se había perdido en el tiempo pero logró activar todos sus sentidos.

-Pues si quieres seguir estando aquí, será mejor que salgamos de la vista. Tu madre, ahora mismo, me da bastante miedo -confesó, sosteniendo su cabeza. La respiración contra su hombro le erizó los vellos de los brazos-. Ven.

La condujo al piso inferior, manteniéndola contra su costado. No quería que se evaporara, que se fuera otra vez en sus juegos del tiempo y el espacio. Quería verla, tocarla, sentirla y que fuera suya, solo suya, por al menos un par de minutos. La sentó en un escritorio y la miró, muy de cerca. Examinándola. Estaba mayor. No demasiado, pero sí lo bastante para que ella lo notara. No había sufrido ningún daño, ningún cambio en sus recuerdos. Era Ámbar, la Ámbar que recordaba y que se había empeñado en proteger, mucho antes de conocer a su versión infantil.

Tenía una expresión de seriedad profunda, casi calculadora. Pero cuando tocó su rostro lo hizo con cuidado, temiendo que se le escapara entre los dedos como el agua. Su rostro, sus labios... Su cerebro se apagó. La memoria de la niña que era du pupila se esfumó, así como la latente presencia de Arya, que estaba tan cerca que casi podía escucharla andar por el callejón en ese preciso momento. Internó los dedos en su espesa melena roja y la atrajo a sus labios como habría hecho tiempo atrás. Sin torpeza, como antes, solo con el entendimiento que existía entre ellas.

La puerta del local se abrió y las dos se separaron, mirando hacia arriba. Ella fue la primera en bajar la mirada.

-Me va a matar -aseguró.

Se había metido entre las piernas de Ámbar sin proponérselo y no había forma de desaparecer, ni con los métodos muggles comunes -ocultarse-, ni con magia. Le dio un beso rápido antes de alejarse y supo que acababa de cometer un error. El anillo recibió el resplandor de la lámpara y brilló con más intensidad de la que le habría gustado. Se avecinaba un drama. Y no estaba muy segura de si sería por su culpa, la de Ámbar o la de Arya. Una pequeña gota de sudor se deslizó por su frente.


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  • 4 semanas más tarde...

Arya Macnair

 

Las llaves tintineaban en su mano derecha, dobló la esquina y un rayo de sol le nubló la vista. Estaba tranquila, se le podía notar perfectamente en el semblante y en la taza de café que esporádicamente acercaba a sus labios para beber pequeños sorbos. Leah abría el herbolario cada mañana así que no se preocupaba por llegar tarde o no estar presente ante la aparición de algún proveedor más le tenía dicho que echase cerrojo aun siendo la bruja más poderosa "del mundo entero" porque el tercero de los socios seguía encabezando la lista de los más buscados, para bien o para mal.

 

Se deshizo del vaso desechable unos cincuenta metros antes de poder aspirar el aroma de las flores que adornaban la entrada a su pequeño negocio, la facha siempre pasaba desapercibida pero ella la admiraba. Una arcada de roca, una puerta del medioevo y un único letrero para los curiosos. Tiró del pomo con lentitud haciendo rechinar los goznes de acero y la oscuridad se apoderó de su silueta, aun no era la hora, quizás faltasen unos minutos. La puerta se cerró a sus espaldas, las llaves cayeron al suelo y como un flechazo inesperado directo a la clavícula su boca soltó una expresión de desconcierto, dolor y enojo al unísono; las pupilas se dilataron volviendo sus ojos casi negro.

 

—¿Ámbar?. Su cabeza golpeó contra una maceta al caer desplomada.

 

 

Ámbar D.

Su cuerpo la reconocía de manera tal que incluso la propia mente se sorprendía. Aferradas como naufrago a una fina e inestable tabla de madera en medio del océano sus manos a la tela que cubría el torso de la bruja. Anclada su boca a la de ella y dispuesta su lengua al mandato de los sentires, confesando entre suspiros cuánto la había extrañado. Respiraba las exhalaciones tibias de sus fosas nasales, quería abrazarla hasta fundir sus costillas, que Leah fuese capaz de comprender que los latidos de su propio corazón habían conseguido la forma de copiarle el ritmo y solo bombeaba por su mera existencia y el deseo de tenerla así mismo, unida a sus pensamientos.

 

No le importaba en lo absoluto su madre pero no tuvo tiempo suficiente para hacérselo saber. Mordió su labio inferior antes de que se alejara y casi por inercia sus dedos ágiles rebuscaron entre su ropa el cuerpo rígido de la vara mágica. Ivashkova aun no era testigo del guerrero que había formado con los años y el entrenamiento, frío y calculador. Delacour solo quería una cosa, pasar con ella una eternidad y Arya ya se había convertido en un impedimento años atrás no lo permitiría una segunda vez.

 

—Desmaius— Musitó apuntando al pecho de la mujer que impregnaba el ambiente de confusión e incomodidad. Antes de perder el conocimiento la pelirroja abrió enormemente los ojos reconociendo a su hija, incluso la llamó por su nombre pero no llegó a exigir explicaciones a la rubia.

 

Sin titubeos, sin que le temblase el pulso. Dejó fuera de juego a su propia progenitora y de un salto irguió su perfecta anatomía de mujer acortando la distancia para con la Ángel Caído tomándola por la cintura y atrayéndola hacia sí para robar el aire de sus pulmones con la voracidad de quien estuvo a punto de morir ahogado, no quería una gota de oxígeno que no hubiese viajado por el cuerpo de Leah.

 

—Ya habrá tiempo para explicarle a ella las cosas. Te necesito, Leah. Te he echado de menos hasta casi volverme loca.

 

Susurró sobre sus labios, tenía los ojos cerrados, aspiraba su perfume mientras se le erizaba la piel.

 

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Se estaba acariciando el labio cuando Arya apareció. Se preparó para una escena, incluso para defenderse si era necesario, pero Ámbar hizo algo que ni ella ni Arya se esperaban. Vio caer el cuerpo de la Nigromante como un saco de huesos y enarcó una ceja, sorprendida. Había entrenado a Ámbar para hacer eso y más, pero... no pensaba que llegase a ser tan drástica. Incluso para ella fue violento. Tuvo que reírse un instante después, la había dejado fuera de juego sin que ninguna de las dos lo anticipara.

-Eso ha sido...

La boca de Ámbar la calló y tuvo que hacer un esfuerzo para seguirle el ritmo. Su mente y su boca iban por vías distintas, no sabía si ella era capaz de percibirlo. La escuchó atentamente y la apartó, apenas un poco, para mirarla a los ojos.

-Tienes que escucharme, ¿vale? -la empujó lentamente hasta el mismo escritorio donde la había sentado antes y esperó a que lo hiciera por su cuenta-. Bien.

¿Cómo empezar?

Antaño no habría sido difícil ignorar a su cabeza. Pero habían pasado dos años, tal vez más, desde la última vez que la había visto. Dos años en los que había convivido con una niña, viéndola crecer, criándola casi como a una hija. Tratando de dirigirla a donde ella estaba, proyectándose. Había generado un cariño hacia esa niña que no podía ignorar, un cariño sobre protector, maternal. Cada vez que la tocaba, pese a que resultaba agradable, los recuerdos recientes de la Ámbar bebé saltaban a su cabeza antes que los antiguos recuerdos de la Ámbar adulta. No podía evitarlo, ni combatir con ellos.

Cada vez que la veía sentía un choque y en ese mismo instante le estaba pasando. Ámbar quería saltarle encima otra vez, besarla, le había dicho que la necesitaba. Y una parte de ella quería corresponderla, pero otra parte, quizás más grande, la veía como el resultado de lo que estaba formando en la actualidad. Si Ámbar era así era porque así lo había querido ella. Se apretó el tabique con el índice y el pulgar, avanzando hasta ella. La respiración de Arya cortaba el denso silencio entre ambas como un puñal recostado en una mesa, inofensivo pero con el filo intacto. Dormirla había sido mala idea, despertaría enardecida.

-Ámbar -hundió los dedos en esa melena roja, la sostuvo en su lugar-. Ya no puedes seguir haciendo esto. Lo sabes, ¿verdad? Convivo contigo todos los días, como una bebé. Te veo crecer. Literalmente te educo. Estoy viendo lo que yo he creado, no puedo no verlo. Antes, cuando nos conocimos, no sabía de tu versión... actual. Pero ahora lo hago, soy tu tutora. Ámbar...

Llevó los dedos a su barbilla, la obligó a mirarla.

-... no puedes seguir haciendo esto. Podemos estar juntas, ahora, si es eso lo que deseas. Pero tiene que ser la última vez. Te quiero, lo sabes perfectamente. Pero ya no puedo quererte de la misma manera. Eres mi niña pequeña. Eso también lo sabes, puedo verlo en tus ojos.

Decirle todo aquello había sido complicado. Cada frase había salido de su boca con cierta torpeza, sin llegar a convertirse en un balbuceo. No quería herirla, ni tampoco quería rechazarla. Solo quería que se pusiera un momento en su lugar.

-Última vez -repitió, esperando.


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Ámbar D.

 

Las caderas recostadas sobre el borde del escritorio que momentos atrás la recibió, la respiración de su madre anidando en sus oídos como la larva que pudre una manzana perfecta y los ojos de Leah tan penetrantes sobre los suyos propios, una perfecta combinación de verde y miel. Aquello no representaba en absoluto lo que esperaba o buscaba, la melodía armónica de sus sentimientos, era imposible no recordar las palabras de Massimo intentando retenerla en su época actual "¿Qué ganas con todo ésto?", entonces lo odiaba por tener razón. Para ella solo hubo pasado un día pero para Ivashkova habían sido dos extensos años completos, como bien le repetía, tiempo suficiente para encaminar sus primeros pasos infantiles dentro del sendero del raciocinio y el discernimiento de sus actos, pasos que le colocaron en la persona que era.

 

Desvió la mirada y sus propios pensamientos con el capricho impropio de la edad, los músculos tensos y los labios apretados. Había viajado por segunda vez para ser rechazada pero no conseguía del todo sentirse así. Lo que la rubia exponía era verdadero, incluso cuando la abordó en la planta superior no se había percatado que ya no poseía ese brillo al verla, la forma en que se le iluminaba el rostro, ese rostro tan perfecto. Aun así tampoco se topó, viéndola ahora, con una expresión fría o carente de emoción sino con algo nuevo, algo que quizás anheló de pequeña cuando buscaba calor en los brazos de su madre, veía un afecto inmenso que la envolvía como un manto en noche fría aunque no fuese exacto con lo que soñaba.

 

Y por primera vez se conformó. ―Lo prometo.

 

Extendió los brazos para enroscarlos en su cintura cual serpientes pero no la atrajo hacia sí más bien buscó un punto intermedio en la nada misma para la convergencia de los cuerpos. Los abdómenes se encontraron, hundió la nariz en el hueco de su hombro y con los labios rozó la calidez de su piel, explotó sus pulmones impregnando el perfume de Leah y la embargó la nostalgia de una inminente despedida. No quería llorar, no quería que sintiera que la estaba rompiendo aunque de hecho eso hacía, se estaba desmoronando, quería demostrarle que no solo le había enseñado cómo defenderse o batirse en un duelo sino también con qué modo enfrentar las cosas que le afectaban pues las palabras hieren más que las espadas, decía.

 

―Te amo, Leah. Lo hice desde el primer momento en que te vi en aquella playa, contigo siempre pude ser yo sin ningún prejuicio. Saber que me quieres me hace feliz pero saber que en algún momento me amaste me completa. No quisiera pensar que ya no volveré a verte como lo hago ahora pero de ser así quiero que lo sepas... siempre serás lo mejor que me ha pasado en ésta vida y el tiempo que pasé lejos de ti fue una tortura― sorbió por la nariz, estaba llorando ya.

 

>Quiera no tener que despedirme, no ser tu niña pero es un sentimiento algo contradictorio porque muy dentro mío se que eso mismo es lo que hará que nunca te apartes de mi. Te agradezco por todo lo que me enseñarás... ya ves que dará sus frutos.

 

Se apartó riendo entre lágrimas, no deseaba poseerla si no volvería a tenerla, si ella no la amaba con la misma intensidad debido al pasaje del tiempo. Pero lo entendía, la entendía perfectamente y quería actuar de forma madura aunque ya casi con las últimas palabras no pudiese respirar y en medio del monólogo se hubiese detenido varios segundos buscando la manera de no tartamudear. Besó con delicadeza sus labios inclinándose sutilmente hacia delante y tomándola por las muñecas aplicó magia que únicamente siendo demonio podía emplear.

 

"Me iré cuando me liberes pero siempre estaré contigo"

Leah sentiría entre los susurros de despedida un ligero ardor en la cara externa de su muñeca. La zona enrojecida de perfil no tendría demasiado sentido hasta que físicamente Ámbar desapareciera, entonces la cicatrización sería inmediata y se podría apreciar el cuerpo elegante y diminuto de un ruiseñor, luego de ésto Arya despertaría.

 

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  • 1 mes más tarde...

México

 

Cuando se ve perdido en sus besos abre los ojos. Sujeta su rostro, esta vez, dócilmente. Aparte el mechón rojizo que ha caído sobre el párpado. La respiración de ambos hace que rebote sobre éste, creando una combinación de colores que lo motivan aún más. Traga saliva; será más difícil contenerse de lo que consideraba. Colocó el pulgar al lado de su boca, en una esquina húmeda, invitándola a conformarse mientras él se ocupaba del cuello. Una vez allí bajó, rindiendo culto a la parsimonia, hasta sus pechos. Tampoco priva el ímpetu allí.

 

- Yo también te amo - susurra cuando vuelve a ascender mediante una cadena de besos. Las palabras, en realidad, sobran. Siente que están expresándolo todo usando el lenguaje exclusivo que ellos mismos están creando en ese instante. Cree que, quizá, la atracción mutua es lo que da la chispa al asunto. Ambos poseen la necesidad de estar juntos, de compartir cada fluido, adueñarse de cada rincón. Están desesperados por romper la represa que ha reprimido estas ganas durante años. No está dispuesto a alargar ese ruin período.

 

La sujeta por la cintura y la gira rápidamente. Pasa los labios por su espalda, y repite el descenso de tortuga. Huele exquisito; detecta flores. A su mente llegan los primeros recuerdos que tienen como protagonista a Arya. Era una muchacha sencilla, llena de bondad incondicional, la misma que la condujo al sendero de las desgracias que hoy en día siguen atormentándola. Sin embargo, la nube melancólica que empieza a formarse dentro de su mente es aniquilada cuando llega al punto deseado. Para aprovecharlo, separa los tobillos de la mujer. Y la besa, ahí, sin más. La gira de nuevo, aun estando él de rodillas, y se topa conoce nuevos labios. No pierde la oportunidad de estrenarlos, tomándose el tiempo necesario. A veces, sube los ojos para comprobar si el encuentro está siendo formidable.

 

Al levantarse la mira fijamente, solo que esta vez sonríe. La atrae hacia el corazón, del que se desprenden feroces latidos. Su mano puede confirmar el superior y su abdomen, el inferior. Le propina un beso fugaz, deseoso que responda la siguiente pregunta.

 

- ¿Ahora?

 

@@Arya Macnair

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  • 1 mes más tarde...

El encuentro podría bien haber sido netamente pasional hasta que existió la mínima chispa de correspondencia. Reciprocidad. Arya, quien hasta entonces se había mantenido pegada cuando pudo a Jank, con los ojos cerrados en todo momento, absorta en el compás de sus respiraciones, los latidos de ambos corazones, lo miró permitiendo que éste viese lo dilatada que tenía las pupilas. La adrenalina escurría por sus poros, manaba de anatomía mezclándose con su característico perfume de mujer. Y le sonrió, tímidamente, como si volviese a ser la niña que debía aprender todo de él.

 

Le sonrió porque lo amaba, y entre tantos miedos que pudiese existir, reales o inventados, el sentimiento era mutuo. Jamás se había dejado tocar así por nadie, salvo, no, no lo traería a colación. Volvió a cerrar los ojos. Nadie le hubo descubierto como el mago ahora lo hacía, lentamente, haciendo que entre el romanticismo y el erotismo perdiese la cabeza. Aferrada al antiguo jade, como lo estuvo momentos atrás a sus brazos, como si de aquello dependiese su vida, soltaba suspiros de complacencia y leves quejidos que podrían bien ser interpretados como una incitación a seguir. Las piernas le temblaban, aquello fue lo único que no pudo controlar u ocultar y su mente estaba demasiado ocupada como para preocuparse por el detalle. A Jank no pareció importarle

 

Hacía con ella a piacere, cada músculo cedía sin poner la más mínima resistencia.

 

―Te amo...

 

Susurró, cuando lo tuvo nuevamente en frente y se abrazó a Dayne pegando la oreja a su pecho ¿Latía por ella? se emocionó de solo pensar que sí y quiso devolverle el favor, aunque no se trataba de eso, favores, sino más bien era algo que deseaba hacer al unísono con su pregunta. Descendió sin preámbulos, con las manos pegadas a su piel, deslizando las palmas, con la vista anclada a sus ojos claro, un puerto seguro, y se llenó de él, sin pensarlo demasiado, como si se tratase de un refugiado en país ajeno, hambriento, famélico. México seguía aumentando sus temperaturas aunque para entonces estaba convencida de que era el propio Jank quien le hacía arder.

 

De pronto todo se volvió un vaivén. Sintió sus dedos de pianista enredarse en su rojizo cabello, acompañar sus movimientos que de a ratos pasaban de ser lentos a bruscos. Notó su propio abdomen contraerse, el cosquilleo bajo el ombligo, buscaba arrastrarlo con ella hasta el límite. Saborearlo. Más se detuvo mucho antes, mirándolo, sabía que aun faltaría, no quería culminar allí. Se puso de pie relamiendo la comisura de sus labios, besando su mejilla, la picardía encendida en el verde de sus orbes, y tomándolo de la mano lo invitó a sentarse, la luna sería la única testigo de sus cuerpos desnudos y de todo lo que estaba sucediendo además de ellos mismos.

 

Se colocó a horcajadas, con calma, sobre él, aun le sonreía. No podía dejar de verle. Entre lazó las manos tras su cuello y afianzó las rodillas a sus muslos, podía sentir el tacto en sus caderas, la piel se le erizó en respuesta. Besó su cuello, quería detener el tiempo justo ahí, que fuese eterno, que no tuvieran que volver a separarse nunca más, que no existiese terceros por fin. Pero una vez más el miedo le ató un nudo en la lengua, que solo sería para besarle con dulzura y pasión, y calló.

 

@@Jank Dayne

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