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Libro del Equilibrio


Lisa Weasley Delacour
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Libro del Equilibrio

 

 

- Vas a llegar tarde y lo sabes Musitó la Delacour

 

El mantra preferido de mi joven sobrina, la cual tumbada sobre mi cama, saboreaba aquel momento con fingida inocencia. El rostro de Luna era igual al de su madre, a excepción de los ojos, sin embargo y como hacia con Mei, me era fácil leer todas y cada una de sus emociones. Sus ojos achinados por contener la risa, sus labios apretados para no dejar escapar ningún sonido, sus orejas coloradas por el sonrojo eran claros signos de que pronto explotaría en carcajadas y no era para menos. Seria la primera vez que llegaba tarde a dar una cátedra y toda la culpara tenia ella.

 

- Como tu hermano se entere de que te hago de carabina, ¿quien de las dos crees que saldrá peor del encuentro?

 

Desde que habíamos entrado en confianza, tras el susto de saber que eran familiares directos y el miedo por su constate e incierto futuro, aquella fémina de piernas largas y cuerpo de diosa y yo habíamos iniciado una amistad mas allá de los lazos sanguíneos. Era una colega mas, una camarada a la hora de salir de fiesta o de poner en jaque a su progenitora. La paladín no sabia a cual reñir cuando aparecíamos a altas horas de la noche después de una salida de chicas. La adoraba y ella a mi, pero en aquel instante, en donde estaba en juego mi responsabilidad para con la universidad quería ahorcarla.

 

- Tu también has disfrutado con la morena…..

 

- Ni se te ocurra enana, es solo una amiga – Concluí su alegato.

 

Y dejándola con la palabra en la boca, desaparecí de mi alcoba para segundos después hacer acto de presencia en los maravillosos exteriores del recinto escolar. El calor golpeo mi anatomía, haciéndome sonreír. Después de tantos meses había logrado acostumbrarme al desierto árido que los Uzzas necesitaban para vivir, amen de que entrenaba para ello con Runihura. Mi idea de la clase había cambiado mucho durante la semana y en ultima instancia me había decido por conocer un poco mas de la cultura de los guerreros de Egipto y de como trataban ellos los dones referidos a la madre naturaleza.

 

Por ende, había citado a los alumnos en el árbol místico de la plaza central, el cual quedaba a menos de trescientos metros de la primera choza de aquel interesante asentamiento. Se conocia su magia, pero ¿la habian visto antes tan de cerca? Me acerque, al ver como varios de ellos ya estaban llegando y me presente como se debía – Buenos días – El sol abrasador nos acompañaría toda la jornada – Soy Lisa y si estais dispuestos, en una horas disfrutareis de unos conjuros geniales en vuestro arsenal privado – Con las mismas y dispuesta a empezar me quite la chaquta de cuero que llevaba y la puse sobre uno de los bancos mas cercanos.

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Y de nueva a los terrenos de los Uzza.

Era muy temprano por la mañana, el sol refulgía en lo alto, pero estaba notablemente menos caliente de normal, o bueno, el clima que imperaba en todo el Reino Unido era el que disminuía la intensidad de su fulgor. La niebla, provocada por una fuerte lluvia que se había suscitado durante la noche, cubría gran parte de los adoquinados caminado caminos de Ottery St. Catchpole, lugar donde, en uno de los más recónditos rincones, se alzaba majestuoso el Castillo de los Ravenclaw con sus majestuosas torres y sus jardines atiborrados de árboles de cerezo, los favoritos del patriarca.

Dentro de aquellos muros, Keaton Ravenclaw se encontraba muy atareado. Aquello de tener tantas criaturas mágicas y ahora tener que lidiar con una Ave del Trueno, recién adquirida, y además un Cancerbero que acaba de salir de la Reserva Mágica Net Scamander, era toda una proeza. Comían que daba gusto, por lo que, cuando una lechuza arribó a a su diestra para llevarle una nota de parte de la amable señorita que dictaba las clases del Libro del Equilibrio, no la peló de inmediato, sino que la hizo moverse un poco para que le dejara libre el paso para poder llevar los sendos platos de rebosante comida para sus criaturas.

Al cabo de una media hora (pudo ser más, el vampiro no lo supo muy bien, el ojiverde volvió a las cocinas donde la lechuza esperaba muy obediente. El patriarca de aquella familia la miró con algo de burla. Detestaría ser una lechuza, eso de andar entregando cartas a diestra y siniestra... Se arriesgaban mucho, podían ser deboradas por alguna de las criaturas de los magos p brujas a las cuales les tuviera que llegar el comunicado... pero en fin, ese deber que sentían era naturasl, desde el huevo se podría decir.

–¿Y tú qué haces ahí paradota sin hacer nada? –Le esperó el Yaxley y tomó la nota que traía el ave –Así que sí me aceptaron en esta ronda. Me alegra mucho –Dijo con bastante alegría en el rostro –He tú, lárgate, no tenemos comida para aves impuras como tu en este hogar –Dijo ahuyentando a la lechuza con una mano.Aquello era propio del Ravenclaw.

 

Dudó que con toda el estiércol de Cancerbero que llevaba encima lo aceptara la profesora del libro, por lo cual, subió a su alcoba para poder darse un buen baño y además elegir ropa lo suficientemente cómoda. Su cuerpo, curvilíneo, marcado de una musculatura no abominable y si barba bien delineada, pronto se encontraron limpios. Sus atavíos era muy delgados, conocía los terrenos de los Uzza y no le agradaban en lo más mínimo por el sofocante calor. sus piernas fueron cubiertas por unas bermudas de color beige que le cubrían un poco más abajo de las rodillas; su torso se cubrió con una sencilla camiseta de color azul con cuello en V y sus pies por unas sandalias de color café oscuro. No podía faltar su pendiente en la oreja derecha y una mochila donde llevaba el libro del Equilibrio y todos los amuletos de los tres libros pasado y, tras verse antes en el espejo, desapareció en pos de los terrenos de la Universidad.

 

–Maldito y hostigante calor –Dijo tras poner pies sobre el suelo hirviente de aquel sitio.

 

No sabía muy bien a dónde dirigirse, por lo que sacó de uno de sus bolsillos la nota. Caminó sin encontrar aquel árbol, que según decían era muy mágico y toda la cosa, aunque el Ravenclaw pensaba que era una exageración, pero no diría nada, evidentemente. Así pues, y tras caminar algunos minutos, se topó con el árbol aquel donde esta la mujer dedicada a la enseñanza de las artes mágicas del libro del Nivel 10. Escuchó las palabras de la Delacour y sonrió burlón.

 

–Buenas, Madame Delacour. Espero que eso que dice sea cierto, no quiero que los cuatro mil galeones que invertí en pagarle a la Universidad por este curso, sean en vano –Grosero, arrogante y maleducado como siempre, así era Keaton Ravenclaw.

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La pelirroja se miró al espejo y agradeció que gracias a la magia pudiera llevar una cadena con todos los anillos y amuletos de los libros anteriores colgando de su pálido cuello, bajo el cuello de la camisa blanca que lucía. En sus manos, junto a su anillo de compromiso lucía los años de sus habilidades y se había puesto el anillo antiveneno que venía con el libro del equilibrio. En el bolsillo de su pantalón cargo beige, bajo un hechizo de protección, había guardado un pequeño estuche conteniendo el amuleto de la resurrección, el frasquito con las semillas de hielo y los pétalos de pensamientos.


La magia era lo mejor que les podría haber pasado pensó burlona mientras terminaba de trenzar su cabello para luego atar los cordones de su borcego que se había aflojado. Quizás elegir esa ropa para el verano y teniendo que acudir a una réplica de una zona del desierto egipcio no era la mejor idea, pero era cómoda. Colocó el libro en el pobre bolso de piel de moke, el hechizo extensor hacía que ya pareciera habitación de chucherías, Hermione Granger estaría orgullosa de ella. Con cuidado lo guardó en el otro bolsillo del pantalón, claro que aún tenía tres más libres, dado que Edelweiss ocupaba uno de los laterales.


La Potter Black se despidió de su prometido dándole un beso tierno, mientras él iba al trabajo y ella partía para la Universidad tras dar las últimas indicaciones a sus elfos para que cuidaran de su local de libros. Salió tranquila, la mañana estaba agradable y no iba con tan mal tiempo, por lo cual decidió caminar. Cuando al fin llegó al lugar de la cita, miró a su alrededor, ya estaban llegando los primeros.


Las tiendas cercanas lucían como si el movimiento recién iniciara en la mañana, la arena aún no había tomado todo el calor que los últimos días de verano le regalaban, quizás por el hecho de mantener la humedad del agua recibida la noche anterior. Junto al árbol en la plaza central ya había un par de personas, incluyendo a su profesora. Hacía mucho tiempo que no se cruzaban, desde los acontecimientos del Atrio. Darla respiró profundo, acomodó hacia un lado la trenza de su cabello y dibujó su mejor sonrisa.


—Buenos días —dijo tras oír el simpático saludo de su compañero de clases, en ese momento hasta le tuvo un poco de lástima a la fenixiana, después de todo, tendría que lidiar con al menos dos magos que no eran de sus favoritos.


—Bonito lugar para empezar —dijo observando las bancas que los rodeaban y dónde había puesto Lisa su abrigo, salvo que esperase lluvia o cambiase el clima lo andaría llevando a ristre toda la clase.


La última clase había sido en un poblado extraño, recordaba aún el encuentro con Hades y Zack. Era un gran cambio volver al terreno de los Uzzas y sobre todo no tener como profesor a un compañero sino a una reconocida rival. Darla la observó preguntándose cómo sería la clase, qué sentiría la bruja por tener que impartírsela.


La verdad que desde el Atrio no había sabido mucho más de ella, ni siquiera se había molestado en ocuparse en persona de su citación. Sonrió para sí, pero no era el Atrio lo que las había enfrentado y enemistado más, sino la total falta de objetividad de la Delacour durante el juicio mágico. Si por la vampiresa fuera hubiera hecho arrestar sin más pruebas a la bruja, pero a pesar de todo, respetaba las formas, ya tendría su oportunidad.


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Mel percibía el olor del sudor humano con claridad deslumbrante.

La noche anterior, había sido luna llena. Había olvidado por completo el detalle de su clase y había despertado en el Edén, como siempre. Sólo hasta que se había vestido y había recibido la lechuza que le recordaba el hecho, había caído en cuenta de su apuro y había tenido que acudir rápidamente. Apenas se había dado un baño con agua fría, a la intemperie, para luego colocarse su indumentaria de bruja, con el sombrero, las botas y la varita, guardada y apretujada junto a los libros y cachivaches que iba a necesitar para esa clase.

Su cabello, indómito, se encontraba algo húmedo todavía, cuando llegó y respiró ese aire de infierno. Era una suerte que su túnica fuese de color claro, o de otro modo habría muerto. Deseó haber traído sandalias pero lo mismo le hubiera servido desear una sombrilla y un irn-bru. Así que se encaminó al árbol místico de la plaza central sin hacer preguntas y perdiéndose un par de veces a pesar de ser un lugar especialmente notorio.

Sólo se detuvo cuando estuvo segura de encontrarse en el grupo correcto. Esperó, hasta que llegó la maestra y luego oyó atentamente lo que los demás tenían para decir. En la primera voz escuchó algo desconocido, un acento que no había oído antes, un origen que hasta entonces no había apreciado. En el segundo en cambio, por poco pegó un respingo. Inglés, sin duda. Era un tono arrogante, familiar, del que había aprendido a desconfiar. No dejó por supuesto, que aquella primera impresión nublara su juicio. No quería darle motivos a nadie para que empezaran a desconfiar de ella a su vez. Así que siguió sin decir nada todavía.

La segunda mujer, tenía un acento similar al del hombre, aunque quizá algo más que no salía a la superficie, algo que Mel no alcanzaba a definir que hacía que no se sintiera tan contrariada con respecto a ella. Aquel tipo de observaciones, cosas que de otro modo no habrían tenido importancia, era cosa reciente. Se habían dado desde que el mundo había empezado a desconfiar de ella, debido a su licantropía. Mel no lo mencionaba pero tampoco lo negaba si alguien se lo preguntaba. Simplemente, lo sabía y lo tenía muy presente. Por eso, cuando habló no lo hizo con un tono particular. En lo único en lo que pensaba era en el olor a sudor, que no emanaba de los cuerpos que tenía delante si no tan sólo del suyo. Lo que olía en su compañero y maestra, era más bien la nada, que hacía que se le erizara el vello con una violencia desconocida. En cuanto a la pelirroja, que no había dicho su nombre, poseía un olor raro, como una mescolanza de algo regular y algo desagradable. Había olido vampiros antes, pero aún no se acostumbraba al aroma que despedían y las sensaciones que en ella despertaban. De la pelirroja, ni siquiera estaba segura de decir que era vampira o no ¿existía acaso tal cosa como los medio-vampiros?


—Mi nombre es Melrose —explicó con voz pausada, cayendo en cuenta de que era la única que estaba presentándose, aparte de la propia maestra. Se encogió de hombros— y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta.

 

No era un comentario precisamente alentador pero era la verdad. Se había inscrito, únicamente con la idea de invertir su tiempo en algo, mientras buscaba qué hacer en Londres.

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Como siempre sucedía cuando me encontraba gente tan sumamente egocéntrica y sin ningún tipo de escrúpulos a la hora de reafirmar algo que ni ellos mimos sabían si era verdad, tuve que atar mi lengua y dejar que los insultos que se estaban creando en ella quedasen bien enterrados en lo mas profundo de mi ser. No por cobardía o porque no supiera que decir, mas bien era por respeto a la mágica institución que tenia ante mi y a la cual representaba y por los Uzzas, que a pesar de sus desconfianzas iniciales, me habían aceptado como parte suya tras comprobar mi lealtad y mi poder.

 

- Cuando lleguemos al final, tu mismo lo podrás decir.

 

A veces me tenia que dar con un canto en los dientes si los pupilos aceptaban mis ordenes y consejos. Muchos de ellos, debido a que eran demasiado evidentes, profesaban una fe muy diferente a la mia, o sea, eran amantes de la magia oscura y apoyaban a aquellos sub seres que mataban por puro placer llamados mortifagos. Mi destape como demon hunter de la Orden del Fénix había sido, digamoslo así, un perfecto desafió para ellos. De cierta manera verlos lidiar con mis trampas y conocimientos me encantaba. Los ponía de vuelta y media sin que fuesen capaces de darse cuenta.

 

- Esta plaza es sumamente importante para ellos, porque no solo sirve para pasear y disfrutar de las vistas, sino que usualmente funciona de coliseo. Los jóvenes guerreros del Nilo entrenan aquí y demuestran lo que nosotros, con el tiempo y los duros entrenamientos, creemos dominar. Ese árbol simboliza el valor y el tesón, así que vamos a hacernos merecedores de tamaños conjuros.

 

Con un chasquido de mis manos, tres maniquies de madera con sendas marcas en sus pechos en forma de diana, hicieron acto de presencia frente a los alumnos. Me gustaba no perder el tiempo. Eran herramientas encantadas, obviamnte y servirian de mucha utilidad para lo que tenia en mente. La mejor manera de protegerse ante algo desconcoido era probarlo en carne propia. Al menos asi me habian enseñado a mi y vaya que habia funcionado. Las quemaduras de Norberta en el brazo siempre me lo recodaban. Con dragones no se juega, menos si estos son de nivel supremo como eraa el de Mei.

 

- Cineade – Una sonrisa se poso sobre mis labios – Veneno mortal. Dicho efecto cre una bruma grisacea en torno a vuestro rival y hacer que su sistema respiratorio se quiebre en mil pedazos, ahogandolo al instante. Cuanto mas nivel se tenga, mas difícil es de eliminar de la anatomía – Les hice ponerse frente a los estandartes y les indique que tenia que hacer y coro mover el brazo – Ahora, probad vosotros, es sencillo, luego os replico como contrarrestarlo – S fuesen un poco listos intuirían que en cuanto la pozoña tocase la madera, serian ellos mismo quienes disfrutasen de uno de los mejores maleficios del libro.

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Si fuera por Mel, habría preferido llevarse el libro a casa y echarle un vistazo por su cuenta, tomarse su tiempo. No entendía a los Uzza. Se alegraba de no haber conocido a ninguno y que fuera Lisa quien les enseñara. Parecían demasiado pagados de sí mismos; era algo con lo que Mel nunca conseguía congeniar. Si sus conocimientos eran tan valiosos y conseguirlos era un honor ¿por qué hacer que las personas pagaran por ellos? Si los Uzza decidían quién era digno de llevárselos y quién no ¿por qué no simplemente se habían quedado en su villa recibiendo la gloria y el dinero por ellos mismos, sin institucionalizarla y convertirla por tanto en parte del excluyente y escalonado sistema inglés?

 

Sentía que ni siquiera valía la pena tomarse la molestia de contestar esas preguntas. ¿Aquel árbol representación de fuerza y fortaleza y quién supiera qué más? ¿Para los Uzza o para quién? Terminó más confundida que antes y su mente empezó a divagar sin remedio, encontrándose aburrida. Ella no se había pagado el curso, no señor, había sido Richard quien había insistido y ella no se había negado ni tampoco se había tomado la molestia de averiguar cuanto le había costado a su nuevo pariente el regalito. De hecho, el comentario del joven inglés parecía haberla afectado más de lo que le había parecido al inicio. Si había sido cara la cosa, Mel empezaba a lamentarlo. No parecía, fuera dicha la verdad, la gran cosa.

 

"Cinaede"

 

No se veía muy difícil. Mel ensayó primero moviendo la varita sin pensar en nada en particular, enfocándose sólo en la forma. Sólo cuando su varita dejó escapar algunas chispas, fue que dejó de agitarla como si fuese un mono con una rama y se enfocó en recitar el hechizo, sin tener su varita en la mano. Lo repitió varias veces, como si fuese un niño acostumbrándose a un nuevo uso y luego se detuvo. Ya lo tenía, estaba segura de que cuando lo intentara, le saldría. No lo probó todavía, eso de la bruma venenosa sonaba terrible y Mel ya tenía la nariz lo suficientemente resentida por ese clima del demonio. No entendía la función del monigote tampoco, aunque suponía que se trataría de acertar a apuntar de la manera adecuada. Igual, se detuvo a respirar con calma unos instantes, intentando no pensar en el olor de los vampiros a su alrededor. Luego, metió las manos en los bolsillos y esperó. Si la obligaban a realizarlo, lo haría pero mientras tanto, si sólo les había dicho que se aseguraran de aprenderlo adecuadamente y eso había hecho ¿para qué intentarlo en serio?

 

Igual, le interesaba más saber cómo contrarrestarlo que el aprender a echárselo a alguien. Parecía una magia peligrosa, así que sería de suma utilidad tenerla presente. También había notado que había muchos más hechizos en el libro grueso pero no se animó a intentarlos, ni siquiera sólo con el tipo de "pequeña prueba" al estilo con que lo había hecho con el cinaede. Si Lisa iba a explicarlo todo, ella ni siquiera se fijaría en los cachivaches.

Editado por Melrose

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Y lo había logrado.

 

Keaton sonrió por la bajo por las actitudes inmediatamente puestas en acción tanto de Lisa como de Melrose. Aquella clase, sin duda, sería divertida, sobretodo por el hecho de intentar sacar de sus casillas a la Delacour, a la cual tenía unas ganas inmensas de matar debido a sus inclinaciones impuras con la Orden del Pollo Kentucky. Pero debía ser astuto, se trataba de una bruja con mucho poder, con experiencia, a la cual no se le podía tratar con las mismas artimañas que a sus demás sucios compañeros, no. El Ravenclaw sabía perfectamente reconocer a un rival digno, y no solo por su poder mágico, sino por su intelecto, y aunque Lisa carecía de total lealtad para con su mundo, protegiendo a los Sangre Sucia y muggles rastreros, era una bruja astuta, sagaz y muy dura de roer.

 

—Vamos, no se dejen molestar tan fácilmente con mi comentario, confío en que esta será una gran clase, a final de cuentas, nuestra mentora es una bruja de gran poder, errada en sus inclinaciones pro... impuras, por no decirlo de otro modo, pero muy audaz —Añadió el ojiverde con una sonrisa que dejó ver claramente los rastros de sangre humana en sus colmillos.

 

A partir de ahí, escuchó con atención a la profesora, a la que algo le debieron ver los Uzza para dejarla dar esa clase. La explicación de que aquel sitio servía de coliseo, le pareció algo boba, no se veía con la gran planicie para batirse en duelos o en batallas uno versus uno, se le hacia muy... pequeña, aunque tal vez sus encantos tendría. Posteriormente, Lisa explicó el primero de los hechizos que les conferiría el Libro del Equilibrio, el Cinaede. Por mucho, al hojear el libro, ese hechizo le había encantado; no funcionaban los bezoares, no había modo de que alguien que no conociera los secretos de aquel libro de hechizos se salvara tan fácilmente de aquel poder.

 

Cinaede —Dijo el ojiverde a penas en voz queda. De su mano derecha, que era donde sostenía su varita, sintió aquel poder emerger poco a poco. Era deleitante, ya tenía ganas de poder batirse en duelo con algún impuro y hacerlo sufrir mediante ese conjuro. La madera de aquel maniquí que le había tocado atacar, pronto se vio reducido a podredumbre. Era fantástico, Keaton no cabía en si del daño que estaba causando, su sonrisa era, tal cual, la de un maníaco con un arma nueva.

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La Potter Black escuchó la presentación de la tercera alumna del grupo y le dedicó una leve inclinación de cabeza en señal de saludo. No había considerado necesario presentarse ante Lisa, ya que ambas se conocían demasiado bien. En cuanto al mago que había abierto la boca antes que ella, sospechaba haberlo visto antes y que se lo cruzaría en el futuro en otro lugar, por lo cual ya había tiempo para sociales, quizás. Él se había merecido una respuesta escueta aunque no todo lo ríspida que probablemente la profesora hubiera deseado, considerando el gesto de la mandíbula de la bruja pero como si no le hubiera bastado con eso él insistió.


Darla se obligó a utilizar todo su dominio metamorfomágico para que su rostro se mantuviera incólume y cerró más fuerte que nunca sus pensamientos con oclumancia. Como fuere, no estaban para sociales, sino para aprender y mientras menos comentarios innecesarios hubiera sería mejor.


Miró a su alrededor, con más atención que antes, las bancas, el árbol sagrado, todo lo que representaba ese “coliseo” y lo que ellos debían mostrar ante sus maestros y aquellos guerreros. El ambiente que le recordaba lo que había leído alguna vez sobre las ciudadelas del antiguo Egipto, definitivamente los Uzzas y los Arcanos amaban todo lo que se relacionara y les recordara su país de origen. Seguramente ese había sido el trato con Mackenzie, lanzó un suspiro al pensar en la desaparecida Vice Ministra, pero pronto la relegó en su mente observando los tres maniquíes de madera que la Delacour acababa de invocar.


Centro por completo la atención en la castaña mientras ésta explicaba el primer hechizo que habrían de practicar, el movimiento fluído de su brazo y su varita, la pronunciación exacta. Había leído sobre el hechizo en el libro y sabía que por su nivel, cuando pudiera dominarlo, podría ser uno de los más letales. Frunció el ceño, no sabía que el gas generado fuera grisáceo, pensaba que era invisible.


Se acomodó donde Lisa le indicara y miró el maniquí de práctica mientras movía su varita tal cual ella les había indicado mientras repetía mentalmente la palabra “Cinaede”. No era lo mismo lo sabía, pero había algo que le molestaba.


Escuchó el destello de chispas de una de las varitas a su izquierda y luego como la licántropo pronunciaba la palabra un par de veces, practicando su pronunciación. Inclinó la cabeza, estudiando el monigote de la chica, obviamente no había dicho el hechizo mientras movía la varita adecuadamente porque éste parecía seguir intacto. Miró de nuevo su maniquí de madera. ¿Qué le podía hacer a una cosa inanimada un hechizo que destruía el sistema respiratorio? Dejó quieta la varita, aún con el brazo extendido mientras pronunciaba a la vez en voz alta el hechizo, había algo que no lograba captar, por momentos se confundía y decía “cineades” para luego rectificar y recalcarse a sí misma


—Ci na e de… ci na e de… —resopló molesta por confundirse la vez anterior.


A su derecha las cosas parecían ir mejor, o al menos eso le hizo sentir el mago, había pronunciado de una en forma correcta el hechizo, ella seguía molesta por no haberlo logrado, giró su propia muñeca imitando el movimiento anterior y quedó satisfecha, con el movimiento no había duda que lo podía replicar. La curiosidad la mataba seguía sin entender cómo afectaba así a la madera y por otro lado ¿cómo afectaba a un ser que no necesita respirar aire sino que solo lo simula como los vampiros? Mientras pensaba había relajado su diestra con Edelweiss hacia abajo y seguía practicando, cada vez más segura, la pronunciación correcta del hechizo


—Cinae de… cinae de… cinaede… cinaede… —sonrió feliz, ahora estaba segura lo pronunciaba bien.


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  • 3 semanas más tarde...

Dos habían caído en el juego de Lisa, una no, pero no iba a quedarse allí esperando a si se decidía o no a intentarlo.

 

El sol pegó más fuerte de lo esperado y el viento tenía ese olor extraño a desierto, uno al que no estaba acostumbrada para nada; siempre prefirió los paisajes más verdes y húmedos. Además, de Egipto era poco lo que sabía más que las generalidades muggles, y alguna que otra cosa relevante de magos de la antigüedad que aportaron en el uso de la magia. Aún así continuaría el camino que Weasley inició, un cambio a esas alturas alteraba demasiado el esquema.

 

Se acercó con la mano algo en alto, haciendo una venia hacia la instructora.

 

Se fijó entonces que Lisa no estaba moviendo los hilos con lo que iba a suceder. Estaba segura que esos monigotes estaban hechizados correctamente para que el Cinaede volviera a quien lo había conjurado. El veneno estaba en Keaton y Darla (pese a que inicialmente ella se había complicado un poco en la pronunciación con esto estaba claro que lo había conseguido), y no tardaría en atacar primero los pulmones, luego la sangre hasta llegar al sistema nervioso central para conducir a ambos a la muerte. No hay antídoto descubierto a la fecha que sirva para contrarrestar este efecto, ni tampoco el bezzoar tiene eficiencia, pero si hay una manera sencilla de frenarlo hasta lograr detenerlo. Rouvás los vio comenzar con algunos síntomas así que se apresuró a guiar a su Niké hacia ellos mientras pensaba en un Anapneo.

 

—Buen... día, soy Athena Rouvás para quienes no me conocen. —Luego se dirigió a quien llevaba la clase. —Los Uzzas me han pedido que te supla en lo que queda, creo que necesitaban de tu ayuda, o algo así. No son demasiado expresivos para comunicarse, lo sabes. —Encogió los hombros como indicando "que remedio".

 

Ella partió y entonces volvió la vista a las tres personas presentes.

 

—Van a estar bien, tómense un segundo para respirar. Solo hay una posibilidad de detener el Cinaede y es con un Anapneo, las vías respiratorias se abren lo suficiente como para que las esporas no causen daño y no logren entrar a las venas y arterias. Aunque no lo crean la mayoría de las personas olvida este útil hechizo y se descontrola por la falta de aire, así que sigue siendo algo bastante letal. —Esta última frase quizás fue algo errónea, cuando estuvo observando a la distancia pudo notar la expresión algo... desquiciada. —Por ahora, tú te has salvado. —Añadió en dirección de Melrose. —Pero no te quedes en solo practicar el movimiento correcto con la varita, a la próxima tendrás que tomarlo más en serio.

 

Esperaba alguien más. Antes de partir se le había notificado de una persona más que se uniría al curso, de nombre Amelie, si bien recordaba. Claro, iniciaría con algo de desventaja, pero si prestaba atención y participaba activamente de seguro podría alcanzar al grupo inicial. Athena se aseguró de enviarle una misiva antes de abandonar la Universidad para que les encontrara en aquel paraje que estaba siendo el sitio físico de la clase.

 

—Bien, Libro del Equilibrio. No son solo hechizos fuertes y avanzados para cualquier mago, existen también una relación entre lo que generan sus poderes y los objetos más pequeños; vida-muerte y fuego-hielo. Las contrapartes puestas en una balanza imaginaria, una especie de equilibrio entre estas fuerzas. —Habían muchas otras relaciones similares pero no ahondaría en eso. —Vamos a centrarnos en las Flechas de Fuego y las Semillas de Hielo. —Les enseñó los movimientos que más tarde tendrían que practicar antes de hacer uso de ellos. —Creo que con esos nombres es evidente el daño que causa, aunque el segundo solo afecta a animales o criaturas. El primero es para las personas.

 

Dejó que lo intentaran un par de veces antes de indicarles la actividad para comprobar como les resultaba. Salir a los alrededores a utilizar estos hechizos, pero también mencionando que si lo hacían en gente o criaturas reales iban a meterse en problemas. Quería ver cómo lo resolvían, porque tampoco permitiría que se atacaran entre ellos.

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Y de pronto Keaton no supo qué diantres pasó, pero el Cinaede se le revirtió, como dirían por ahí, le salió el tiro por la culata. Sus vías respiratorias comenzaron a cerrarse, su corazón empezó a latir más fuerte y se sentía morir. ¿Qué fregados pasaba? Seguramente, la lista de Lisa les había hecho algo a aquellos maniquíes y el hechizo sólo les rebotó. <<Muy bien jugado>> Pensó el Animago.

 

Cuando el Ravenclaw estaba a punto de desfallecer (porque claro, su altanería y petulancia le hizo olvidarse del Anapneo), una segunda instructora apareció de la nada y aplicó a Keaton y a Darla (quien parecía también afectada por el hechizo) un anapneo que frenó de inmediato los efectos del Cinaede. El Yaxley se incorporó un tanto humillado por haberse olvidado de aquel hechizo de recuperación, pero bien merecido se lo tenía por su arrogancia. Alisó los pliegues de sus ropas y centró la mirada en la Rouvás.

 

—Vaya, supongo la carga de tenernos a nosotros tres ha sido demasiado para la Weasley, ¿verdad? Supongo que ya son los años, a veces la gente comienza a chochear —Dijo de nueva cuenta con aquel tono altanero —Espero, Madame Rouvás, que usted si esté lo suficientemente bien calificada para el puesto —Y seguía, alguien debía de darle una cachetada a ese maleducado para que entendiera.

 

Era como un niño chiquito, malcriado, ávido de atención. En opinión de muchos, necesitaba una buena dosis de realidad, pero aquello era sólo una máscara para no mostrar lo débil que podía llegar a ser, esa máscara de "Slytherin" como le decía el fantasma de su abuela Rowena, ocultaba la excelente persona que era el chico, que si bien amaba las artes oscuras, era algo así como su hobbie.

 

—Así que entonces empezaremos con lo bueno, ¿he? —Dijo el vampiro y sacó su varita apuntando a la estatua de un dragón que estaba cerca —¡Morphos! —De pronto, la estatua mutó en un cerdo que ahora, gracias a la magia, tenía vida. No se arriegaría a volver a utilizar los maniquíes de Lisa <<¡Flechas de Fuego!>> Pensó, y una andanada de filamentos de fuego salieron de su varita mágica de cerezo en pos del cerdo, el cual, de inmediato comenzó a chillar del dolor —Bueno, supongo que el calor no es para ti, comienza a oler a navidad aquí, entonces... — <<¡Semillas de Hielo>> pensó, y de la punta de su varita un rayo de color azul turquesa salió en pos del cerdo que quedó inmovilizado quedando cubierto completamente de hielo.

 

Keaton lo estaba disfrutando, el hecho de poder usar esos hechizos era algo excitante. Causar dolor de una manera distinta,de una manera nueva y enseñada por las artes secretas de los Uzza... era maravilloso. A aquellas alturas el vampiro debía de verse como un desquiciado, pero de daba bastante igual. Disfrutaba mucho de esa sensación de poder en sus venas.

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