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Libro del Equilibrio


Lisa Weasley Delacour
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Se había sentido satisfecha por lograr pronunciar bien el cinaede pero ni se había molestado en mover la varita para que el hechizo saliera, esperaba que eso no fuera un punto en contra, no lanzar el hechizo al muñeco de madera. Al menos la profesora no había dicho ni hecho absolutamente nada al respecto.

 

Había algo que seguía molestándole, más bien dos cosas, por un lado, ya fuera porque no confiaba en la profesora o por pura lógica, no confiaba en que una madera como aquella pudiera recibir un hechizo tan avanzado y reaccionar como un humano. No, no le gustaba para nada la situación. Lo otro era, precisamente, la pasividad de la bruja, había algo en ella que le recordaba a un mercader interesado solo en llenar sus arcas de galeones sin importarle el resultado de sus clases o que los alumnos aprendieran. No la sentía como una verdadera profesora interesada en que sus alumnos aprendieran en su clase como había ocurrido con los otros libros.

 

Minutos después un hecho pareció confirmar, o quizás no, sus ideas. ¿Habían sido minutos o habría sido horas? Sentía como en otras oportunidades que el tiempo en las clases de habilidades y libros no seguía las reglas conocidas sino que las suyas propias. Como fuere, Athenas Rouvás se presentó, la conocía del Cuartel de Aurores, la otra parte del Departamento de Defensa.

 

Miró a la bruja que le había apuntado y retrocedió elevando a Edelweiss y sintió el efecto de que sus pulmones se llenaba de aire en exceso ¿acaso intentaba matarla? ¿De qué hablaba esa mujer?

 

--¿Estás loca? dijo retrocediendo sin entender lo que hacía Athenas --¿por qué intentas explotar mis pulmones llenándolos de más aire del que necesitan? ¿Así dan las cla Darla abrió de pronto los ojos entendiendo y viendo que el único que había realizado el hechizo sobre los maniquíes había perdido color y empezado a ahogarse --¿intentaron envenenarnos? Por Merlín, yo no hice el maldito hechizo ¿eso creías verdad? Supongo que estaban de acuerdo las tres agregó gruñendo por lo bajo y mirando con desconfianza a la mosquita muerta de su compañera ¿cómo había dicho que se llamaba? ¿Melroce?

 

Casi no escuchó las explicaciones sobre el poco uso del anapneo, ¿acaso creía que no había leído antes el libro? Aunque sabía de alumnos que no lo hacían, ella no era de las que iban tan poco preparadas, no negaba que sí se le había hecho un trabalenguas y en parte eso era lo que le había salvado de terminar envenenada.

 

--Le tendré en cuenta y no lo olvidaré --dijo mientras la profesora hablaba con la tal Melroce --ni tampoco de dejar la queja en Dirección agregó más para sí que para la bruja.

 

Sus ojos se posaron en el mago, el único de los tres que se había aventurado a hacer el hechizo. Al menos Athenas si lo había salvado a él, pero lo que no había logrado era bajar su altanería y petulancia. La Potter Black sentía una cierta pena, aún no encausada, ¿por la profesora? ¿por él? o quizás por ella misma al tener que soportar al mago con sus aires y a las profesoras con sus trampas. Genial, sería una clase de primera.

 

La nueva profesora retomó o mejor dicho, comenzó a dar las explicaciones de los demás hechizos, lamentablemente para ella Darla la escucharía pero no confiaría para nada ni en ella ni en Melroce, después de todo, ya fuera la casualidad o la causalidad había hecho que la alumna no hiciera el hechizo tampoco, al igual que la Potter Black. Lo bueno, es que ninguno de los tres sabrían sus ideas porque los pensamientos de la Potter Black estaban protegidos por la oclumancia que había estado aplicando a los mismos desde que había llegado al lugar.

 

Darla imitó sus movimientos, primero el necesario para las Flechas de fuego, pero teniendo suficiente cuidado de solo imitar movimientos repitiéndose el giro, arriba, abajo, derecha o izquierda, según correspondiera. Sí, era ridículo, pero evitaba a toda costa durante la primera práctica pensar el nombre del hechizo, no quería terminar con la piel incendiada, necesitando un aquamenti de emergencia y luego un episkey. O peor que la acusaran de atacar algún compañero si el efecto se producía con trampa como con el maniquí que seguía intacto a unos metros frente a ella, como riéndose de la situación.

 

Los movimientos de las semillas de hielo eran más simples, no era invocación como el anterior, sino un rayo, esta vez también repitió la técnica de no pensar en el nombre del hechizo sino solo en los movimientos necesarios, le salieron a la perfección. Al menos aquí si se le escapaba por error o por alguna trampa imprevista el hechizo, no sería ninguno de ellos el herido, ya que el rayo solo afectaba, cubriendo de hielo, a algunas criaturas, excepto las de sombras u ofuscables.

 

La Potter Black escuchó las recomendaciones finales de la Rouvás y apuntó al banco donde Lisa había dejado olvidada su chaqueta.

 

--Morphos... morphos... --la chaqueta se convirtió en una rata posada sobre una hiena que parecía reír salvajemente.

 

Darla repitió el movimiento que había practicado antes mientras pensaba Flechas de Fuego, los filamentos de fuego salieron como una corona de ellos, uno tras otros hacia la rata que segundos después de recibir el ataque de la invocación sobre su cuerpo chilló con su piel incendiada y con heridas sangrantes.

 

En cierta forma sintió pena por el animal, quien al morir se convirtió en una chaqueta humean y chamuscada, pero para entonces ya Darla había centrado su atención en la hiena a la que apuntó repitiendo los movimientos correctos y pensando en Semillas de Hielo, el rayo surgió de una manera diferente a lo que estaba acostumbrada, fue como un viento helado que paralizó a la hiena que se preparaba a atacar, cubriéndola de una capa de hielo. Por lo que entendía el hielo no mataba al animal, sino que lo mantenía durante un tiempo paralizado. En un duelo le daría tiempo a hacer un par de hechizos, como mínimo, antes de que se descongelara.

 

Mientras esperaba la devolución de la profesora una figura se acercó al lugar en que estaban practicando. Darla sonrió, al fin un rostro conocido y afín a ella, habían tenido un buen trato con Amelie, la Directora de Criaturas en diversas oportunidades, incluso durante sus visitas a la Reserva de Newt.

 

--Hola Amelie ¿te han mandado a la clase? ¿Por qué tan tarde? ¿Viste los movimientos que nos enseñó la profesora Rouvás? Por las dudas no practiques ninguno con aquellos maniquíes, son peligrosos --dijo apuntando con su mano libre hacia las tres figuras de madera que habían quedado olvidadas en el centro del parque al que habían sido llevados.

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Mel asintió sin saber qué decir, distraída por un repentino olor a madera seca y comprendiendo que no había hecho la gran cosa. No entendía el por qué aquellas dos personas, sus compañeros de clase, gastaban tantas palabras en eventos que para ella carecían de importancia; de hecho, mucho de cuanto soltaron no fueron más que quejas murmuradas. No se sentía particularmente interesada en las andanzas de los Uzzas o de la propia Delacour ni tampoco alcanzaba a delimitar su alcance así que se quedó en silencio y en su lugar, intentando retener todo cuanto Rouvás tenía para decir. No era particularmente lo que se entiende por intelectual y había acudido a aprender sobre el dichoso libro de manos de un maestro justamente por eso. Sobre los maniquíes de Delacour... los calificó como "retorcidos" y los olvidó enseguida.

En cuanto a Athena Rouvás, sabía, aunque no directamente, que ella también era Moody lo que hacía que tuviera cierto grado de curiosidad hacia su pasado. Era un alivio además, saber que una Moody sería la última en prestarle cualquier ayuda que no le correspondiera a cualquier alumno, por igual, así que se sintió aliviada. No había nada que la avergonzara más que el nepotismo, una caza involuntaria o una mala cena.

Alzó la varita y un tronco de regular tamaño cobró vida. Había estado medio escondido entre la arena, poco notorio, pero alcanzó a transformarse en un lagarto de regular tamaño. Era un comodo; suponía que si su hechizo funcionaba en una criatura así, funcionaría en el que fuera, así que sin demorarse, pensó "Flechas de fuego". Quizá habría preferido un chillido. En su lugar, la criatura emitía sonidos horribles. Algo que sin duda eran quemaduras surgían de los puntos con que el fuego entraba en contacto al haber salido disparados hacia él.

El siguiente, "Semillas de hielo" se sintió más como un acto misericordioso que un ataque real. El viento helado rodeó a la criatura, hasta dejarla paralizada, mientras una película de hielo delgada cubría su superficie. Luego, Mel escuchó con claridad como su ritmo cardíaco descendía, hasta detenerse y caer hacia un lado como una piedra. Se encontró pensando en la cosa que acababa de crear. No necesitó mucho; pronto, volvía a ser un tronco de tamaño regular.

Ya hasta empezaba a cuestionarse su inscripción... ¿habría algo allí que la sorprendiera o llegara a gustarle? Justamente iba por esos derroteros cuando cayó en cuenta de que se había sumado una persona más ¿en qué momento...? Ah, daba igual.

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A la vampira le había llegado la notificación de que ya había comenzado su clase del libro del equilibrio pero lo que no le gustaba era que se había enterado que la habían incorporado a una clase ya comenzaba y ya había con no muy buenos ánimos por ese motivo , como la podían haber incorporado a una clase que ya había comenzado no iba a aprender nada , iba con desventaja ya seguro le iría mal en esa clase por llegar a mitad de la clase y no entender de qué se trataba.

Sale corriendo de la mansión y se aparece cerca del sitio donde le indicaba y era una alivio para la vampira encontrarse con Darla en la clase , al menos alguien conocido y no se sentiría tan perdida tal vez ella la pudiera ayudar con todo lo que se perdió .


- Darla que bueno verte aquí , creo que necesitare tu ayuda , me incorporaron a esta clase cuando ya estaba iniciada por eso mi llegada tarde


al llegar a la clase no entendía muy que era lo que estaba haciendo y eso pasaba por haberme integrado a una clase ya empezada , lo único que llego a captar era algo de semilla de hielo y flechas de fuego recordaba haber leído esos hechizos en el libro , por lo que vampira se limita a primero ver que hacían sus compañeros


La vampira vio que era lo que hacían sus compañeros y sobre todo miraba a Darla y bueno al parecer había que practicar el hechizo y bueno haría el intento y si me salían mal los hechizos no era mi culpa , era la desventaja que corría por haberme asignado a una clase empezada


La vampira levanta su varita y piensa en- Flechas de fuego y apunta hacían una criatura y apenas impacto el hechizo la criatura chillo por el impacto del fuego donde su piel se estaba quemando y también le producía heridas sangrantes y luego de realizar ese hechizo era hora del segundo hechizo mencionado -semillas de hielo y de su varita surge un viento helado que paraliza a la criatura cubriéndola de hielo.


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—Lo han hecho bastante bien, salvo por un pequeño detalle que todos pasaron por alto... —Así que insistiría con esa parte porque era necesario que también aprendieran a contrarrestar el hechizo. Afuera no serían los únicos capaces de dominar los hechizos del Libro del Equilibrio. —Al final de mi indicación mencioné que las flechas solo podrían utilizarlas en personas, y no se vale salir a buscar gente afuera, atacarse entre ustedes o atacarme a mí, así que...

 

Era muy evidente que los intentó obligar a usar los muñecos nuevamente aunque ellos intentaron evadir su uso utilizando un animal; no le quedó otra que ser directa en la indicación. No iba a detenerse hasta que aprendieran a curarse posteriormente con el Aguamenti, hechizo más sencillo de recordar por la relación agua apaga el fuego. En sí el hechizo no era exclusivo para las personas, por supuesto que los filamentos de fuego lograban dañar a las bestias como cualquier otro conjuro, así que esperaba que no terminaran confundidos por el concepto.

 

Antes de que comenzaran con la siguiente tanda de intento se dirigió a Amelie quien, al parecer, no tuvo la suficiente personalidad para saludar, presentarse o anunciar que se estaba uniendo.

 

—Buen día, ¿Amelie, cierto? Soy Athena Rouvás instructora del Libro del Equilibrio. Me han comentado que partes un poco tardío en el grupo, pero descuida que me aseguraré a que llegues preparada al examen que deberían rendir al acabar la clase. — Varita en mano realizó una floritura para que un cuarto muñeco se añadiera en el centro del lugar, junto a los tres previos. —Estamos practicando dos hechizos. El Libro del Equilibrio es una balanza entre fuerzas —Hizo un movimiento como si calibrara una balanza imaginaria. Si una mano subía la contraria bajaba hasta quedar niveladas al centro. — fuego-hielo, vida-muerte, pensamiento-corazón, etc... Siempre las fuerzas coexisten.

 

>>Estos son las Semillas de Hielo que congelan a animales o criaturas mágicas sólidas. Y luego están las flechas de fuego, que son filamentos que queman. Para efectos de esta actividad solo hieren a las personas. Veo que lograste realizar los movimientos para lanzar ambos hechizos. Te pido ahora que culmines la actividad tal cual Keaton, Darla y Melrose. He puesto un cuarto muñeco —Lo señaló con el índice desde su posición. —Atenta porque puede ser peligroso. —De hecho lo era.

 

Al final le haría una muestra sobre el primer hechizo que trataron con Lisa, por ahora era preferible avanzar pues no se estaba quedando con nada. Con eso ya no tendría problemas para ir en igualdad de condiciones.

 

Les dio tiempo a que asimilaran lo que harían, y a que luego lo pusieran en práctica.

 

___

 

—Lo último que nos queda, en hechizos al menos, es la Arena del Hechicero. Cuando un mago o bruja muere quemado por un fuego mágico sus huesos se cristalizan y se vuelven polvo. Este no es tan mortal como el Cinaede que puede matar, pero si les dará ventaja sobre su contrincante. Simplemente deben lanzarlo a los ojos y el contrario quedará cegado por un par de minutos. —Utilizó la varita y mencionó un par de palabras para que los muñecos desaparecieran dejando el lugar vacío. — Atentos a su alrededor, probablemente tendrán que atinarles a algunos.

 

No, no era ningún truco esta vez. Solamente una grupo de Duendecillos de cornualles un poco alterados que venían en dirección al grupo. Una "prueba" un poco relajada para que pasaran el trago más amargo de los dos hechizos anteriores. Solo debían dejar cegados al menos a cinco, siendo arena podía hacerla desaparecer después. Aunque, bueno, eran el resultado de varios Morphos, no podría utilizar Duendecillos reales por muy odiosos que fueran.

 

Retrocedió unos pasos para tener la mejor visibilidad de los cuatro alumnos.

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Darla sonrió ante la respuesta de Amelié ¿por qué no le extrañaba que una clase se demorase y cambiaran de profesora y que además hicieran llegar con el curso empezado a una de las alumnas. A veces no entendía a los Uzza, se suponía darían más calidad a sus vidas y más poder con su magia pero al final... bueno, si lo pensaba bien, quizás era porque algunos de ellos no consideraban dignos a los ingleses de tener su magia, ni siquiera enseñaban bien a los propios profesores para que éstos no pudieran transmitirla como se debía.


Amelié practicó sus hechizos, tal cual lo habían hecho Keaton y Melrose, Darla observó con curiosidad, el lagarto/tronco se había regresado a su forma real más rápido de lo que pensaba. Pero una vez más pensó que seguro era todo obra de los Uzzas y sus celos hacia su magia. Minutos después las palabras de la profesora se lo ratificarían.


Athenas empezó alabándolos por sus desempeños y luego les remarcó un detalle: que les había remarcado que las flechas solo podrían utilizarlas en personas. ¿Lo había hecho? la vampiresa hizo memoria de las palabras de la profesora y de su claro límite a los hechizos de no utilizarlo en personas reales para no meterse en problemas. No, estaba segura que no lo había dicho en voz alta, quizás lo había pensado y algo la había distraído haciendo que no lo dijera en voz alta. Darla se encogió de hombros, no había mucha diferencia, ellos sabían que esas heridas podían ser mortales y que de las quemaduras solo el agua podía salvarlos más un episkey ¿sería acaso que ella dudaba que se supieran curar? Si los dejaran duelear, uno contra el otro, quizás podría comprobar qué si eran capaces de manejar los hechizos aprendidos y defenderse, o al menos curarse de ellos.


Mientras ella meditaba en estas cosas la profesora ponía al tanto de lo que había dado a Amelie. Y era mientras repasaba las flechas de fuego es que había dicho lo que le confirmaría a Darla que los Uzzas los querían limitar: en esa actividad solo herían a personas, no a criaturas ¿era en serio? La Potter Black se propuso seríamente que cuando volviera al Ministerio investigaría entre lo que quedasen de los papeles de Mackenzie qué malditos tratos había hecho con aquellos demonios. Guerreros, se recordó a sí misma, pero estaba convencida de que eran más que guerreros, traficantes demoníacos que pretendían algo más que enseñar a sus “aliados” en el mundo mágico.


Pero más vale que no pensara más en conspiraciones ocultas ¿había entendido bien a Athenas. “Te pido ahora que culmines la actividad tal cual Keaton, Darla y Melrose”. La profesora parecía estar esperando que ellos reaccionaran e hicieran algo, Darla abrió los ojos y miró del muñeco a Athenas y de Athenas al muñeco. Su corazón se negaba a atacar una figura que sabía claramente llevaría hacia ella el efecto del hechizo. Frunció el ceño, no le tenía miedo al fuego, de hecho había muerto por él ya en el pasado y había sido enterrada. Recordó su resurrección y como Sagitas se había asombrado al verla después de tanto tiempo pasado.

Giró y observó a la profesora. Para luego agregar con voz calma.


--¿De verdad quieres que nos quememos? —se encogió de hombros mientras volvía a girar y apuntaba hacia el muñeco de madera.


Si la porquería esa hacía algo más que devolverle su propio ataque la Rouvás, Lisa y los directores de la maldita universidad, aunque uno de ellos fuera su propio padre, tendrían que vérsela con ella y no en los mejores términos. Una demanda mágica les parecería una bendición al lado de lo que ella era capaz de hacer cuando todo esto acabase si no terminaba bien.


Flechas de Fuego, tal cual la vez anterior, la invocación dirigió la andanada de filamentos de fuegos hacia el muñeco de madera al que estaba apuntando, pero como si se tratara de un portal mágico apenas los filamentos alcanzaban al muñeco desaparecían para reaparecer frente a ella y clavársele uno tras otro en el pecho, arrancándole un gruñido de dolor. Sí, no iba a gritar, cuando el auto ataque acabó la Potter Black se apuntó a sí misma donde las heridas habían quemado su pecho, dejando su piel ardiendo y en carne viva.


Aguamenti –el chorro de agua fue como una bendición al apagar las llamas y enseguida pensó en un Episkey que terminó de curar sus heridas, miró a su profesora --¿satisfecha? —definitivamente jamás sería masoquista ni sado, y mucho menos jugaría a echar cera caliente en el pecho de nadie —me debes un guardaropas —agregó antes de que la Rouvás comenzara a explicar lo de la arena de hechicero.


~~~


Al menos esta vez no utilizarían los muñecos, o sea, no quedarían ellos cegados. Eso era un buen punto para empezar. Athenas los había desaparecido, pero eso no garantizaba que lo que viniese pudiera ser más sencillo que lo demás. Levantó la guardia al oír la frase de la profesora ¿atinarle? ¿Atinarle a qué? Pronto lo descubriría, más de una docena de duendecillos de Cornualles aparecieron como de la nada alrededor de ellos, Darla maldijo, no debían utilizar las semillas de hielo, sería lo óptimo.


Uno de los duendes pasó cerca de ella y le jaló de los cabellos haciendo que la pelirroja diera un alarido de bronca y moviendo rápido la varita pensó en Arena de Hechicero, al lanzar al aire la arena ésta entró en los ojos de la pequeña bestiecilla azul que empezó a chillar, al quedar ciega y se estrelló en su errante vuelo contra uno de los árboles linderos. Pero ni ahí que le resultaría tan fácil deshacerse de aquellas criaturas, sus compañeros estaban ocupados con los suyos propios, si se les podía decir suyos. ¿Por qué no atacaban a Athena? No era justo. Pero no era cuestión de justeza o no, vio venir a un par de pequeñines más, más allá de sus escasos veinte centímetros no cabía duda que eran peligrosos.


Movió una vez más la varita volviendo a pensar dos veces Arena de Hechicero, la arena salió la primera vez hacia la derecha, desde donde venía el primer duende y a la segunda salió hacia la izquierda de donde venía el otro. Ambos duendes chillaron y volaron errantes hasta chocarse entre sí y caer desmayados del golpe. Iban tres y quedaban… maldición… había intentado dar un paso y algo, o mejor dicho alguien, o cómo demonios se les llamara, dos duendes le habían atado los cordones de su calzado entre sí.


Arena de Hechicero… Arena de hechicero, pensó molesta tras haber girado sobre sí misma quedando sentada en el piso, aquello era humillante y molesto, los duendes se volvieron a ver afectados por la ceguera y por si las moscas les apuntó con su varita una vez más mientras decía casi como escupíendolo como una maldición.


—Incárcerus –sí, era exagerado, pero las tres cuerdas hicieron un matambre con los dos duendes cegados y otros dos que habían intentado ayudarlos, pienitas, cuerpecillos y brazos estaban bien atadas con las tres gruesas cuerdas, se iban a desatar si eran brujos, pensó mientras se desataba los cordones de los borcegos y los volvía a atar como correspondía ¿cuántos quedaban aún?


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Dolor.

 

El recuerdo de sus transformaciones es un buen referente. Al menos, pegándole fuego al muñeco, sabe lo que va a recibir. No va a ser nada tan dramático como costillas rotas o la espina dorsal mutando de tamaño, las vértebras punzándole la carne, el sistema del lobo revolviéndole las entrañas.

 

Es sólo fuego, piensa. Pero entiende que el lobo en su interior odia el fuego; siempre lo ha odiado. Otros han empezado ya el ejercicio, como aquella pelirroja con permanente cara de desazón. A Mel le cuesta todavía un minuto más, alzar la varita y pensar:

 

--Flechas de fuego

 

Porque debe afectar humanos. Mueve la varita apuntando hacia el monigote y los filamentos de fuego caen a mansalva sobre el éste, sólo que no es el muñeco quien se incendia. Es Mel. Puede sentir la superficie de su piel arder mientras dichos filamentos empiezan a causar estragos y dolor, dolor, dolor. El tipo de dolor que odia, que la pone enferma. La sangre empieza a manar de las heridas y por un momento se siente dominada por el pánico, a punto de gritar todo aquello que hasta ese momento ha contenido con los dientes apretados.

 

Sólo que no lo hace. En su lugar, susurra "aguamenti", apuntándose a sí misma, a sus heridas y es entonces que empieza a sentir el alivio que ha buscado, pues luego del padecimiento no es capaz de entender como se ha obligado a soportarlo. Piensa entonces en un "episkey" y sus heridas sanan al fin. No más fuego. Ver desaparecer a esos muñecos es mejor que cualquier incentivo. Ni siquiera le preocupa su ropa.

 

A pesar de lo sucedido, tiene que aceptar que ya tiene mejor idea acerca de los hechizos que ese libro le ofrece. Cuando ve los duendecillos de cournalles disimula una sonrisa. En su forma de lobo, suele despedazarlos pero como humana es como si las malditas bestiecillas buscaran venganza. Se llevan muy mal. Cosa rara en Mel, que cuanto menos con las criaturas, suele llevar una relación o bien lúdica o bien amistosa; incluso con el tebo del Edén a quien cada luna llena está esperando hincar el diente y nunca lo consigue.

 

--Arena del hechicero

 

Se concentra de manera adecuada antes de ver los efectos del hechizo. El primer duendecillo no la alcanza. La arena de muerto (qué desagradable manera de realizar magia la de estos Uzzas, por cierto) cae sobre sus ojos saltones y de vivos colores, cegándolo y desorientándolo debido a la repentina oscuridad en la quede pronto se encuentra, de forma que aunque continúa agitando las alas desvía su rumbo. Quizá las orejas sean sólo adorno después de todo, porque no parecen servir de mucho para guiarlos.

 

Así que vuelve a pensar "Arena del hechicero" y en segundo duendecillo retrocede chillando, centímetros antes de conseguir tomarla de la nariz (lo que es una suerte pues con un poco de convicción habría conseguido tomarla de la nariz de todas formas). Un tercero se estrella de lleno con su cabello y empieza a tirar de él como si se tratase de una cuerda de baño. Cegar a ese resulta más difícil porque se sitúa en su punto ciego y un cuarto también le tira del otro lado de la cabeza mientras se demora con el tercero. Sus cabellos negros enredados entre sus manitas perversas. Catherine piensa por dos veces Arena del hechicero primero para uno y luego el otro, hasta que ambos dejan de forcejear, indicador de que han quedado cegados y por el contrario enriedan cada vez más sus manitas en su cabello. Catherine piensa entonces en un repulsor que consigue alejarlos, aunque lamentablemente con una buena porción de sus cabellos. Siguen dando tumbos pero ya sin tener ni idea de a dónde. Curiosamente, ninguno más parece aproximarse en su dirección.

 

--Ah, a pesar de todo fue mejor de lo esperado --suspira no sin cierta resignación, acomodando su cabello de forma que sólo parezca desordenado y no arrancado.

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—Pobrecillos. —La verdad si le causaba algo de pena ver como Darla los había enredado entre las cuerdas, aunque también entendía que la mujer debía estar molesta con las pequeñas bestiecillas rondando y molestándola. —La verdad no sé si se lo merecían por muy pesados que sean. La paciencia no es tu virtud, o estos pequeños cumplieron bien su tarea, una de dos. —Intentó no sonreír, aunque internamente si lo hacía. Algunos magos o brujas, al crecer, pierden parte del sentido del humor, o tal vez es que ella no ha perdido el que tenía cuando estaba en el colegio. Si hubiese sido una broma casual era muy probable que ya le hubiesen dado con las Flechas de Fuego. Un escalofrío le recorrió la espalda ante este pensamiento. —Pero bueno, lo has conseguido, cegaste a todos y te aseguraste de que no vuelvan a las suyas, es lo mejor. La arena después de unos instantes pierde su efecto, y el oponente puede recuperar la visión.

 

Por eso era bueno tener una continuación de plan. En un duelo real, donde cada paso cuenta, puede ser una ventaja tan efímera que al final constituye una desventaja. Cabe mencionar que son pocos los que se atreven a jugar un juego con la arena, será cosa de estrategias, es lo más probable.

 

—Lo siento, de verdad.— Menciona junto a una mueca en dirección a Melrose. —Si me hubiese pasado a mí, créeme que me habría salido de mis cabales, mi cabello es demasiado importante para mí. —Puede sonar vanidoso, pero aunque no lo reconozcan la mayoría de las chicas piensan algo similar. —Debo confesar que son solo piedras morpheadas, pero no creí que actuarían como auténticos y salvajes Duendecillos. La instrucción era solamente ser hostigosos, se pasaron... —Si con esto no la mandaban a volar con los hechizos recién aprendidos prometía comerse hasta la última gragea de una caja con colores que producían poca confianza.

 

>>Bien, solo quedan ustedes dos. —Mencionó en dirección de Keaton y Amelie. —Luego de eso, les daré unos minutos para recuperen sus fuerzas, y para enseñar a Black la primera parte en que no ha estado presente, y creo que ya estamos. Podrán dar la prueba para vincularse con el Libro del Equilibrio. En ese momento les contaré en qué consiste. —Guiñó un ojo. —Ustedes dos, —Darla y Melrose. —Pueden preguntar si tienen dudas o solo practicar en lo que creen que fallen. No creo que los Duendecillos libres se les ocurra volver a atacarlas. —No podía estar segura, pero realmente contaba con que sí.

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Melrose asintió. Era curioso pues sabía que muchos lobos tenían gran aprecio por su pelaje. No era precisamente que no le importase pero no fue si no hasta que Rouvás lo mencionara que cayó en cuenta de que se suponía que debía sentirse agraviada. En realidad, más bien estaba aliviada de haber terminado con toda esa primera parte. Debía ser sin duda que se venía la parte más exigente del trabajo, ya que mencionó una prueba y todo pero para Mel eso sólo significaba que pondría en práctica aquello que ya había aprendido así que no podía sentirse tan mal como ensayar sin tener idea.

 

Se limitó a alejarse un poco, dejar caer el bolso y tenderse en el suelo junto a éste, primero agitando su sombrero ante ella para hacerse aire y luego colocándoselo de forma que ocultara su rostro de miradas curiosas. Empezó a acomodarse distraídamente el cabello, notando que en realidad quizá las disculpas de Rouvás no habían sido gratuitas: había una parte que había sido arrancada de manera que parte de sus cabellos habían quedado sobresaliendo como pelambre. Lo arregló lo mejor que pudo con la varita pero esperaba hacer un mejor trabajo en la choza de las pociones en los terrenos Moody. Incluso, entre las posesiones de las que Richard le había dicho que podía disponer, había pociones que podrían servirle ya preparadas.

 

—Me quedó la duda de si sería posible intentar realizar el aguamenti sin tener que pronunciar el hechizo —preguntó de pronto, recordando el dolor en la piel y las nulas ganas que había tenido de hacer absolutamente nada en realidad, más que buscar un poco de nieve sobre la cual revolcarse—, digo, a menos que haya algo que lo impida o si no resulta muy práctico...

 

Había algunos hechizos que no permitían hacerlo. Otros que limitaban de diversas formas y otros en dónde era más práctico pronunciarlo debido a que intentar concentrarse en medio del dolor era muchas veces fútil y hacía que la persona perdiera el tiempo inútilmente. Mel había aprendido un poco de ello desde su llegada a Londres. Fuera de ello, creía haber leído también eso en el libro, algo de que "tenía las mismas cualidades que un episkey" aunque no entendía a qué se refería exactamente, salvo al hecho de que no podía ser afectado por un hechizo llamado anular. Sobre eso, no sabía hasta qué punto llegaba esa similitud.

 

Supuso que sobre la prueba les explicaría luego tal cual había dicho así que de ello no hizo preguntas. A pesar de todo, tenía que aceptar que le había resultado productiva y hasta cierto punto interesante. Quizá si hubiera sido ella la que hubiese pagado la clase tendría más que reclamar, como la pelirroja, pero dado que no lo había hecho y no medía de acuerdo a precio-compra, se sentía relajada.

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Darla miró a la profesora Rouvás y se permitió sonreír. Sí, las réplicas de duendes podrían ser pobres criaturitas pero la experiencia le decían que tampoco eran de fíar. En cuanto a sus virtudes, ohh, tenía muchas, quizás su alter ego Scarlet era la más impaciente y era la que nunca lo había tenido luego de perder todo en la vida, pero ella, ella sí la sabía cultivar mejor, necesitas tener paciencia para ser una buena cazadora, el tema estaba con quién la sacaba y con quién no.


--No te creas, puedo tener mucha, solo con quien lo vale, a veces hay que tomar decisiones drásticas --se encogió de hombros recordando una anécdota muggle--no es como matar un mosquito con una bomba atómica.


Asintió al escuchar los comentarios sobre la duración del hechizo, por eso mismo se había asegurado que los pequeñines no molestaran más. Dejó que la bruja se dedicara a sus otros alumnos, más bien Melrose, quien había sido junto con ella de las primeras en lograr deshacerse de los duendecillos. Escuchó sin ver directo a la joven lo que le comentaban, a ella también habían intentado arrancarle o al menos tirar de sus cabellos pero ella había aprendido a zafarse, o al menos lo había logrado por la velocidad vampírica, por lo visto a la licántropo no le había ido tan bien.


Por respeto giró el rostro y observó a ver cómo les iba a Amelie y a Keaton, pero no duró mucho ya que la profesora les estaba comentando sobre el examen final y las dudas, bueno, sí, algunas tenía. Dejó que la joven dijera las suya, vaya, con el apuro había olvidado que podría haber evitado decir en voz alta el hechizo, rascó su barbilla antes de empezar a lanzar sus propias dudas, esperando la respuesta de Athena.


—A decir verdad tengo varias dudas, las semillas de hielo congelan a las criaturas por un lapso [un turno] pero no las mata ¿verdad? Si fueron creadas con morphos durarán lo que duran habitualmente ¿entendí bien? –tras esperar la respuesta continuó.


--¿No es muy morboso que usemos cenizas de muertos? Bueno, no, esa no es la duda principal, debo pensar “Cenizas de hechicero”? ¿No existe una palabra más simple para invocarla?


—Y por cierto, ¿qué ocurre con el anillo antiveneno? ¿No es capaz de evitar el envenenamiento con Cinaede? O sea ¿no hay forma de evitarlo, salvo evite lo lancen, solo debo curarlo?


—Y el amuleto de resurrección —agregó mostrándolo colgando en su cuello [/i]—¿solo basta con que lo lleve al momento de morir? ¿No es necesario ningún rito? [/i]—Darla mostró junto a él colgando el frasquito con semillas de hielo --¿a nadie se le ha ocurrido que nos va a doler el cuello con tanto dije, frasco y los dedos con tantos anillos? —agregó un gesto resignado, sabía que para eso parecía no haber nada más lógico ni saludable.


Se sentó en una de las bancas cercanas, cruzando las piernas y echando hacia atrás su cuerpo y apoyando a cada lado sus manos, esperando la próxima etapa.
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Y cuando Keaton pensaba que las cosas irían un poco mejor, salió Athena indicándole que si, habían hecho un buen trabajo, pero que para efectos de la clase, debían de seguir empleando a los maniquíes esos que Lisa había dejado antes de irse. El vampiro dió un suspiro o más bien un bufido de molestia, ¿pero quién era él para ponerse en contra de alguien que había logrado ser un recomendado de los Uzzas? Aunque claro, el ojiverde estaba más que seguro de que los Uzza no consideraban a los ingleses tan dignos de aprender sus secretos, pues los tres profesores que había tenido hasta el momento en los primero tres libros en la Universidad, parecían no estar lo suficientemente bien calificados.

 

—Vaya, con que ésto va en serio, ¿no? La cosas que nos hagamos daño. En cierta forma coincido con usted, madame Rouvás, la mejor manera de aprender es sentir en carne propia los efectos, aunque es poco ortodoxo, he de admitir —Dijo el Black Lestrange.

 

Acto seguido, miró con saña al maniquí que tenía más cercano a él, su cara sin serlo le parecía algo así como cuando de niños nos daban esas pociones horrendas para curarnos de las enfermedades: sabíamos que no lo íbamos a disfrutar, pero le montábamos cara. El vampiro asió entonce su varita mágica de cerezo entre sus níveos dedos de la diestra y apuntó con total seguridad al muñeco ese de madera. <<¡Flechas de Fuego!>> De inmediato, una andanada de filamentos de fuego salió de nueva cuenta de la varita del Animago, los cuales causaron quemaduras en el cuerpo del muñeco, sin embargo, el hechizo le regresó como un tiro por la culata.

 

Sus ropas se quemaron al contacto, la sensación de escozor en la piel era evidente. Si no actuaba de inmediato, se extendería aquel hechizo y terminaría por tener quemaduras de segundo o tercer grado si no hacía algo pronto. Volvió a enarbolar su varita con fuerza y se apuntó a su pecho, pues era donde la mayoría de los filamentos había hecho impacto, y de nueva cuenta, pensó <<¡Aguamenti!>>, y de la punta de su varita un chorro de agua salió para apagar las llamas.

 

—Madame Rouvás, opino igual que mi compañera Darla, nos debe un guardarropa nuevo —Añadió mientras que secaba su ropa con la varita.

 

La mujer pasó por alto aquellos comentarios y prosiguió con la clase, indicando que, al menos por la parte de los hechizos, sólo les restaba el que correspondía a la Arena del Hechicero. Keaton había leído bien sobre ese hechizo cuando compró el libro en la Mall, pero la verdad, de todos los hechizos que contenía, aquel se le hacía el más inútil, aunque tal vez funcionara de algo ya más adelante, no lo sabía, pero de momento, no le encontraba un uso. La Rouvás les explicó la manera de utilizarse, sus efectos, y de pronto se le ocurrió al ojiverde que podría tener un uso, si iba algún lugar con chicos guapos, podía cegarlos y manosearlos un poco mientras les volvía la vista, así nadie se enteraría de quién fue.

 

La profesora entonces hizo que los maniquíes se fueran, lo cual hizo que la plazoleta en la que estaban quedara de nueva cuenta vacía. El vampiro sonrió, ya no tendrían que probar en ellos mismos los hechizos, al menos ya no el que faltaba. Sin embargo, no era todo miel sobre hojuelas, pues a los pocos segundos, una bandada de Duendecillos de Cornaulles muy alterados los invadió. Keaton lo primero que hizo fue cubrirse la cabeza con el Libro del Equilibrio, no quería que le empezaran a jalar los cabellos, pero de pronto entendió que debían cegar los duendecillos esos con la Arena del Hechicero. Keaton volvió a sacar la varita.

 

—¡Arena del Hechicero! —Soltó sin más aún a sabiendas de que era un hechizo que podía ser No Verbal, pues quería que se escuchara en el recinto la molestia contr esa plaga infernal. La varita apuntó a uno de los Duendecillos, el cual de inmediato chocó contra uno de los pilares de la plaza —¡Arena del Hechicero! —Volvió a decir y aquel efecto afectó a otro duendecillo, el cual al quedar ciego, chocó contra otros dos que cayeron junto con él al suelo por el impacto —¡Arena del Hechicero! —Dijo por tercera vez y un duendecillo más quedó afectado chocando de lleno contra la cara de Amelie —¡Disculpa, no fue esa ,i intención! —Aunque al Ravenclaw le dio muchísima gracia.

 

Para cuando Keaton terminó con los duendecillos que lo tocaron, Darla y Melrose ya había terminado. Le satisfacía no haber sido el primero, posiblemente le hubieran tocado mayor cantidad de duendecillos y no le agradaba nada. Justo terminaba cuando Athena decía que aquellos seres eran solo piedras morpheadas. Al Black Lestrange casi le daba un patatús, y estuvo a nada de cargarse a la profesora, pero se contuvo.

 

—Vaya manera de ponernos a prueba, ¿ahora qué sigue? ¿la prueba? Antes me gustaría saber un poco más acerca de Los Pétalos de Pensamientos —DIjo con voz amable, la enseñanza del Libro del Equilibrio, lo estaba equilibrando (badum tss) —La definición en el Libro nos indica que si se pone en una vela, puede generar alucinaciones antes de causar la muerte, pero también dice que se puede usar para pociones agudizadoras del ingenio, ¿no podría entonces usarse en la vela de la misma manera? Me refiero a que ¿No podría hacerse una vela que, al oler su esencia, causara ese elevamiento de agilidad mental? —Explicó lo mejor que pudo su duda y se sentó a esperar su respuesta.

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