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Prueba de Oclumancia #9


Aailyah Sauda
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La luz del Amanecer nunca había sido tan hermosa como aquel día. Sauda había permanecido allá, a pesar de que sus años le aconsejaran descansar en una cobija cómoda y con el calor de mantas alrededor de sus articulaciones. La Arcana lucía en aquel momento con toda la edad que el Tiempo le había ido acumulando en su rostro. Era hermosa, sin dudarlo; las arrugas que mostraban eran expresiones de su carácter afable y, siendo ella misma, seguía conservando la juventud en sus ojos y en la semi-sonrisa de sus labios. En aquellos momentos en que la luna se escondía y apenas robaba un beso al sol saliente, abrazándose apenas, Aailyah Sauda se sentía en su tierra natal, junto a sus hermanos y hermanas, aspirando el aire frío de la noche que huía, asustada por el calor del Astro Rey.

 

Aquel día era especial. La pupila no había accedido a venir a la gran prueba porque ella misma se lo había pedido. Sabía que el ímpetu de una respuesta rápida no era fiable para constatar que quería pasar la prueba. Muchos acudían obligados por su decisión precipitada y muchos eran, por eso, quienes fracasaban ante el Portal. ¿Sería ese el sino de la Señorita Gaunt?

 

Siguió contemplando el cielo hasta que la última estrella desapareció del manto nocturno, apagadas por la luz solar que invadía toda la superficie del lago, haciéndola brillar como si fuera un espejo. Y es que, en aquel momento, lo era. Aquella iba a ser la primera prueba que debería superar la muchacha. Cuando Anne Gaunt llegara allá, porque estaba segura que vendría, lo había visto en sus ojos, se encontraría un agua calma como un espejo, cristalina como un diamante. Sólo unos pilotes de madera sobresaldrían del lago.

 

Con apenas espacio para dar una zancada y mantener el equilibrio entre uno y otro en un espacio en el que apenas podría posar el pie, el agua se transformaría en el "espejo de lo que siempre fue", reflejaría un recuerdo doloroso de su infancia que, al rememorarlo, le haría desear dejar todo de lado y huir. Entre los diez pilotes que servirían de puente de madera para llegar a la otra orilla, debería evitar caerse y sobreponerse. El agua mágica del lago reaccionaría al dolor que sintiera y se revolvería, intentando engullirla. Debería evitarlo y ocultar sus sentimientos para que el agua no la leyera. Si Anne no lo hacía bien, el pivote desaparecería, haciéndola caer. Debería conseguir poner un muro entre su mente y el agua cristalina y calma para evitar la muerte.

 

La Arcana movió la cabeza, triste, hacia una lejana nube que parecía acercarse a los terrenos de la universidad, como si fuera de mal agüero. Si la muchacha caía, olvidaría todo y aparecería en la cama de su mansión, sin recordar siquiera que se había presentado a la prueba y debería empezar de cero, sin recordar que ya lo había intentando antes.

Editado por Aailyah Sauda
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  • 2 meses más tarde...

A pesar de que llevaba posiblemente horas con los ojos cerrados, no había conseguido conciliar el sueño en toda la noche. Kuro había ronroneado junto a su oreja durante un rato, como si quisiera transmitirle algo de tranquilidad, pero no había bastado para que la cabeza de la Gaunt dejara de dar vueltas entre unas cuestiones y otras. Por una parte, estaba todo lo que había aprendido con Sauda sobre Oclumancia en la clase; había sido mucho, a pesar de que había desaprovechado las primeras ocasiones en las que se reunió con la arcana. Por otra parte, se daba cuenta de lo que un poder como aquel conllevaba para una bruja como ella: era una especie de seguro de vida con el que proteger sus más íntimos y profundos secretos. Y luego estaba la Prueba.

 

Un aleteo en la ventana hizo que abriera los grisáceos ojos de golpe. A pesar de que estaba oscuro, distinguió el plumaje rojizo del fénix que vivía en el castillo Gaunt desde que ella lo había comprado en el Magic Mall. Siempre había venerado a aquellas criaturas, y verla enjaulada en la tienda le había causado un grave dolor de cabeza. Tanto que se la había comprado sin dudar para liberarla más tarde. Pero el ave había decidido quedarse con ella, posiblemente agradecido por el gesto de la licántropo. Desde entonces, volaba por los terrenos del castillo en libertad pero descansaba en la torre norte, que era la que Anne reservaba en el inmenso castillo para su uso personal. Se puso de lado en la cama y apoyó la cabeza sobre la mano, con el codo clavado en la almohada. El ave la miraba fijamente, como si quisiera decirle algo. Pero no podían entenderse, al menos no por el momento.

 

La mortífaga suspiró y se puso de pie lentamente, como si le costase moverse. Recordaba las palabras de Sauda como si acabara de escucharlas, a pesar de que habían pasado varias horas desde que las escuchó verdaderamente. La anciana la había invitado a hacer la prueba de habilidad sin esperar confirmación: simplemente le había indicado dónde y cuándo debía presentarse. Y aquél era el problema: no sabía si asistir a la cita o no.

 

En su interior sabía que debía hacerlo: al fin y al cabo, había trabajado mucho para llegar a aquella situación. Pero por otra parte recordaba las anteriores pruebas... habían sido temibles y todas le habían pasado factura a la larga. Cada vez se sentía más vieja, y eso que aún no había llegado a los cuarenta. Pero a la vez, se sentía fuerte. Poderosa. Aquella sensación le gustaba incluso más de lo que su conciencia le permitía demostrar.

 

Caminó lentamente hacia la ventana y rozó las plumas del fénix, que pareció estremecerse ante el contacto. Su cuerpo estaba tibio, no podía negar que la presencia del animal le resultaba de lo más tranquilizadora. Se alejó entonces de él y caminó hacia el armario, del que extrajo distraídamente algo de ropa. Se desprendió del pijama y se vistió: no quería llegar tarde a su cita.

 

 

 

Los primeros rayos del sol comenzaban a tintar la oscuridad del cielo aún nocturno cuando Anne se apareció en los terrenos del Ateneo, cerca del lago que protegía la Gran Pirámide que albergaba en su interior el Portal de las siete puertas. Tuvo que caminar durante un rato hasta que alcanzó la orilla del lago, junto a la cual la estaba esperando Aailyah Sauda. La saludó con un asentimiento de cabeza mientras una suave sonrisa curvaba sus labios: no sabía cómo, pero veía en la arcana que ésta estaba segura de que aparecería por allí. Para cuando se colocó junto a la anciana, los restos de la noche ya habían desaparecido y el sol iluminaba el cielo del Ateneo. Aún así, sentía frío y se arrebujó un poco más en su capa de viaje negra.

 

Se fijó en que el lago se mostraba ligeramente distinto respecto a la última vez que lo había visto. Era una especie de espejo, y no había ni rastro de los típicos botes que usaban para cruzar al otro extremo. En su lugar, había una especie de camino de postes dispersos en mitad del agua y que, al parecer, eran el camino que debía seguir para avanzar. Tragó saliva: algo le decía que llegaría mojada al otro lado. Miró de soslayo a la anciana.

 

Yo... cruzo, y nos vemos en la pirámide, ¿no? —murmuró. Pero no esperó respuesta, los arcanos solían mostrarse de lo más misteriosos cuando sus pupilos llegaban a aquella altura. Viendo que el camino iba a ser dificultoso y requeriría equilibrio (entre otras cosas como mucha magia y concentración), decidió que debía deshacerse temporalmente de la capa, pues le dificultaría el movimiento. Se la quitó de un tirón y la hizo un ovillo que introdujo en la pequeña mochila que siempre llevaba colgada en la espalda, mágicamente aumentada para guardar cosas de lo más variadas. Tras cerrar la mochila, se dispuso a iniciar el camino. Saltó hacia el primero de los pilotes y guardó el equilibrio sobre el pie izquierdo, su lado más hábil. Flexionó ligeramente la rodilla para amortiguar la caída y dejó la vista fija en la superficie del lago. Enseguida dejó de tambalearse y se preparó para el siguiente salto, pero una especie de fuerza invisible la retuvo. Pareció que su mente se desconectaba de la realidad y, súbitamente, la imagen de la señora Doherty apareció en su mente. Llevaba aquel espantoso traje de falda y chaqueta marrón oscuro que Anne tanto había detestado de pequeña y un cinturón en la mano. Sintió que se estremecía de pies a cabeza.

 

Aquella mujer había sido la pesadilla de la warlock desde que tenía uso de razón. Era la directora del orfanato en el que se crió hasta que Shiro, un sacerdote católico de origen nipón, la rescató y cuidó como si fuera su propia hija. La mujer siempre había tenido coraje hacia Anne, aunque ella nunca llegó a saber porqué. Doherty caminó hacia ella, enarbolando el cinturón. De repente, la Gaunt quiso salir corriendo de allí. «Un salto hacia atrás y estaré en la orilla. En la orilla... ¿Qué orilla había en el orfanato?». Aquel pensamiento interrumpió el avance de Doherty, que pareció quedarse congelada en su memoria. «¡Por todos los demonios del infierno! ¡No estoy en el orfanato, tengo casi cuarenta años y estoy en el Ateneo de habilidades!», se regañó a sí misma, enfadada. Tragó saliva mientras armaba una defensa mental y expulsaba aquel recuerdo de su mente. ¿Cómo había podido caer en aquella trampa?

 

Sin pensárselo dos veces, saltó hacia adelante y trotó sobre tres pilotes haciendo gala de su magnífico equilibrio. Se quedó sobre aquel cuarto inmóvil, con ambos brazos estirados en cruz para guardar el equilibrio, pues el pie que mantenía ahora apoyado era el derecho. En aquel avance, había descuidado ligeramente su defensa mental y, de repente, un nuevo recuerdo le asaltó la mente y se tambaleó en aquella peligrosa postura. En esta ocasión vio a un grupo de criaturas descomunales corriendo por los pasillos del orfanato: eran los licántropos que habían atacado aquella espantosa noche de verano y habían acabado con la vida de muchos de los chicos que allí vivían. En el caso de Anne, la marcó de por vida con aquella especie de maldición con la que ella, con el tiempo, había aprendido a convivir e incluso aprovechar. Casi podía oler la sangre en los pasillos...

 

Nuevamente luchó consigo misma para apartar aquello de su mente. La barrera mental se formó con más firmeza en aquella ocasión, dejando su mente protegida como en una especie de muralla metálica infranqueable. El temblor desapareció de su cuerpo y fijó la vista en su objetivo más próximo: el otro extremo del lago. Tomando aire, se inclinó hacia adelante y saltó los pilotes que restaban hasta que, al pisar el último, se escurrió. Sin embargo, llevaba el impulso suficiente como para caer rodando sobre la tierra, alejándose así del agua. Solo entonces, tendida en el suelo, se tomó la libertad de soltar el aire que había mantenido guardado en los pulmones durante aquellos segundos que habían parecido años.

 

Se puso entonces de pie y se sacudió la tierra de la ropa. Luego alzó la vista. Aún le quedaba un tramo hasta llegar a la pirámide, y Sauda no la había avisado sobre qué le esperaba en el camino.

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Tan pronto Anne había aparecido en la orilla del lago, la Arcana le había dirigido una única y significativa mirada antes de desaparecer de allí para ir directo a la Gran Pirámide. A veces, aún a pesar de los años que llevaba como Arcana, le sorprendía la facilidad que poseía para realizar ciertos hechizos o la naturalidad para moverse con la magia sin siquiera tener que pensar que lo estaba haciendo. Era algo maravilloso, de hecho, poder sorprenderse aún luego de haber vivido tantos años. Pero incluso con todos los conocimientos que poseía, Sauda no era la dueña de todos los saberes y dudaba que realmente hubiera algún ser humano, muggle o mago que tuviera aquella capacidad de conocimiento acumulado.

 

Con un ligero movimiento de su mano, la piedra del suelo de la Gran Pirámide se deformó momentáneamente ocasionándole un cómodo asiento desde el cual poder seguir los avances de su pupila. No podía decir que la prueba de Anne era lo más esperado pero sí, en parte lo era. La Oclumancia era una habilidad difícil de manejar y Anne había tenido que acudir a ella en dos ocasiones... ¿O habían sido tres? Tanta persistencia debía poder tener sus frutos y eso es lo que hacía sentir tan expectante.

 

Vio a la bruja tambalearse en el primer pilote pero continuar y supo lo que estaba pasando, no sólo porque ella hubiera puesto la prueba, sino porque podía leer con claridad, tras la barrera baja de Anne, lo que ella estaba viendo y sintiendo. Pero sus ansias de progresar se habían hecho mayores a sus temores, los que algún día, por la Gracia de Merlín, ella podría superar. Cuando la joven bruja aterrizó en la arena en la orilla opuesta a la que había comenzado su travesía, Sauda movió una mano y el camino de la arena hacia el laberinto se llenó de magia.

 

La Arcana le había enseñado a Anne a reconocer su propia barrera, a formarla de aquellas cosas que le eran conocidas y proporcionaban un refugio seguro: las olas rompientes contra una pared de piedra, el olor del salitre. Ahora, Anne se encontraría con imágenes de ella misma que plagaban el camino, imágenes retorcidas, oscuras, maquinadas para hacerla temblar mientras su propia voz hacía eco en su mente. Anne iba a tener que reconocer la esencia distinta en aquellos reflejos y destruirla para que, de esa forma, las cosas que la atormentaban fueran desapareciendo.

 

Y si bien Sauda había planeado ese pequeño percance en el camino, desconocía las esencias de aquellos relfejos, porque no eran más que cosas que Anne detestaba de sí misma.

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Tras unos instantes de reflexión, Anne retomó el camino en dirección a la pirámide. Se internó en el bosque que la rodeaba, donde la temperatura era un poco más fresca que en la otra orilla del lago. Aún así, la Gaunt decidió mantener la capa guardada en la mochila, pues estaba segura de que le estorbaría en cuanto avanzara un poco más.

 

Una ligera brisa removió las ramas de los árboles y arbustos que rodeaban el camino que debía seguir como si de guardianes naturales se tratasen. Algunos pajarillos piaban desde las alturas, observando a aquella semihumana que se internaba en sus dominios aplastando la hierba del suelo con sus botas de suela de goma. El aire se fue volviendo más cálido según iba avanzando, aunque Anne se mantenía alerta: el camino hacia la pirámide jamás era pacífico. Y mucho menos fácil. Por eso, en cuanto sintió que algo cambiaba en el ambiente, se preparó para una posible amenaza. Extrajo su varita del bolsillo trasero de su pantalón y siguió avanzando, aunque más despacio y con la espalda ligeramente encorvada.

 

Pero no sucedió nada. Al contrario, simplemente iba haciendo más y más calor conforme avanzaba. Tanto que, pronto, sintió que la frente se le perlaba en sudor. «Demonios», maldijo mentalmente mientras se restregaba la frente con el antebrazo derecho. Alzó la vista hacia arriba para comprobar cómo las ramas de los árboles se entrelazaban para crear una especie de invernadero en aquella zona. «No recuerdo que el bosque tuviera una zona así en las anteriores visitas que he hec...». Se le perdió aquella idea en la mente de forma repentina justo en el momento en que un olor dulzón le embotó la cabeza y la hizo detenerse. ¿Por qué estaba allí en lugar de estudiando en su castillo? Instintivamente, se dio la vuelta y dio un par de pasos en dirección a las afueras del bosque, a la orilla del lago. Pero algo la detuvo. ¿Y por qué tenía que darse la vuelta ahora? ¿Por qué no seguir adelante para ir a...? ¿Adónde iba cuando sintió ganas de salir de allí?

 

Tenía la cabeza hecha un lío. Alzó la mirada y se encontró con la pirámide a lo lejos. Allí se estudiaban las habilidades... ¿qué hacía ella allí? Se llevó una mano a los ojos y se los frotó. ¡Oclumancia! ¡Oclumancia! «He vuelto a caer, maldita sea», comprendió enseguida. El olor dulzón seguía haciendo que le costase trabajo pensar con claridad, pero no necesitaba pensar para rearmar una defensa eficaz en su cabeza. Se centró en el ejercicio que había hecho con Sauda el día anterior de crear una defensa a pesar de tener la cabeza en varias cuestiones pues, aunque no estaba haciendo varias cosas a la vez, la sensación de embotamiento era muy similar a cuando se tenían demasiadas cosas en mente y no le permitía concentrarse como debía en una sola. La melodía celta brotó en su memoria casi sin que se diera cuenta y, en cuestión de segundos, cada nota se entrelazaba con la siguiente armando una especie de red protectora que retiraba los efectos de aquel olor que había aturdido a la bruja. Al cabo de unos segundos, todas las ideas de la Gaunt volvían a estar ordenadas: tenía que llegar a la pirámide para presentar su prueba de habilidad.

 

En cuanto recuperó la razón, corrió hacia adelante sin dejar de cantar aquella melodía. Tras unos segundos de avance a toda velocidad, redujo la marcha y se tomó unos instantes para respirar. Había estado a punto de abandonar casi sin darse cuenta. Suspiró y continuó caminando. Su objetivo estaba cada vez más cerca, aunque estaba segura de que aún le quedaba algo por hacer en el camino. Los arbustos que quedaban a su derecha se removieron de repente y ella se puso en guardia, temiendo otro lío. Aunque prefería una buena pelea física antes que otra agotadora prueba mental. Dio un respingo cuando de entre la vegetación salió su padre.

 

¡Papá! ¿Qué haces aquí? —exclamó. El hombre mostró su característica sonrisa bondadosa mientras se encogía de hombros.

 

Venía a acompañarte a casa, por supuesto. ¿Cuánto vas a detener esta locura?

 

— Pero... pero es que yo quiero presentarme a la prueba de...

 

No, no, de ninguna manera. Volvamos a casa.

 

Dio varios pasos hacia ella y le tiró del brazo. Pero Anne no se movió. Comprendió enseguida que aquel no era su padre, sino una prueba más que le imponía la arcana para que demostrara que merecía presentarse en el Portal de las Siete Puertas. Esta vez no iba a vacilar. Aquella cosa que usaba la apariencia de su padre se percató de sus dudas.

 

Vamos, acompáñame.

 

— No. Déjame en paz.

 

A la vez que pronunciaba aquellas palabras, blindó su mente con una especie de muro que hizo que la imagen de aquel ser se desvaneciera en el aire. Suspiró y retomó su camino.

 

Se encontró ante la entrada a la pirámide muy pronto, y caminó buscando a Sauda para que le diera las últimas indicaciones. Cuando la encontró, se limitó a hacer una ligera reverencia ante ella y esperó.

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Anne se encontraba de nuevo en una situación apremiante y Sauda la vio retroceder, detenerse, pensar, frotarse la cara y comenzar a concentrarse de nuevo. Casi pudo sentir el orgullo recorrer su cuerpo mientras su pupila, una de las más arraigadas que había tenido, comenzaba de nuevo a seguir el camino hacia la Gran Pirámide.

 

Sin darse cuenta, Anne se introdujo dentro del Laberinto y la magia de la Arcana comenzó a maquinar de nuevo. Tal como había dicho, la imagen de lo que la bruja detestaba, de sus temores, se materializaría delante de ella. Para sorpresa de Sauda, eso era su padre. Pero no era que se llevara mal con él... no, era otra cosa... Parecía tener un cierto alcance en los sentimientos de la bruja que Sauda estudió mientras seguía el avance de su pupila. De nuevo, se deshizo de aquel hechizo y continuó corriendo, sin darse cuenta que se había adentrado mucho en el laberinto. La observó detenerse, avanzar más despacio y luego hacer una reverencia hacia el vacío.

 

En efecto, Anne había llegado a toparse con otra de las pruebas de la Arcana.

 

-No estás lista como pensé- dijo la imagen que Anne veía de Sauda-. Tanto que has entrenado para obtener tu habilidad y todavía veo que no has madurado. Lo siento señorita Gaunt, pero usted no es apta para esta prueba- la ilusión de Aailyah despachaba a la bruja, intentando hacer que desistiera de seguir adelante, diciéndole que había fracasado y que no la creía apta para pasar al portal. Era la última barrera antes de aparecer directamente en la sala de la estrella de siete puntas. Si la directora de la Universidad pasaba aquella prueba, se encontraría en su etapa final y accedería al portal-. Ve a tu casa, niña. No eres la bruja que esperaba que fueras. Me he equivocado contigo. Todo el tiempo desperdiciado enseñándote lo que sé y apenas eres capaz de moverte sin que las dudas te asalten- continuó la ilusión.

 

La Sauda real se removió en su lugar y esperó. ¿Podría Anne bloquear esa ilusión? ¿Destruirla? ¿Sobrepasarla? ¿Se enfrentaría a la persona que le había enseñado la habilidad?

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Tuvo que parpadear varias veces a causa del aturdimiento antes de comprender lo que estaba pasando. Las palabras de Sauda sonaban en un tono prácticamente igual al que había usado en todas las lecciones que habían compartido, pero su contenido era cuanto menos... extraño. Dio un paso atrás, de repente insegura por lo que oía. Durante las anteriores lecciones con Sauda, había visto cómo la arcana dudaba de su capacidad de aprendizaje; era lo más lógico, pues ella misma se había puesto en duda a sí misma en varios momentos.

 

Sin embargo, aquella vez pensaba que las cosas habían cambiado, pero aquellas palabras de Sauda le daban la vuelta a la tortilla: la estaba echando de la prueba incluso antes de comenzar. Se estremeció sin saber qué había hecho mal.

 

Pero... ¿por qué me dice eso ahora, maestra? —exclamó, con un ligero tono resentido en la voz. Sintió que el nudo que se le había formado en la boca del estómago se desplazaba hacia la garganta. Tenía incluso ganas de vomitar—. ¿Cómo he podido decepcionarla? No he hecho más que trabajar en lo que usted me ha indicado, superando las pruebas hasta aquí. ¿Qué he hecho mal? Yo... ¿cómo puede decir que ha desperdiciado el tiempo enseñándome? Ningún profesor debería decir eso a sus alumnos...

 

Las palabras se atascaban en su boca, indicando que estaba muy cerca de echarse a llorar. Había puesto tantas ganas e ilusión en aquella habilidad que se sentía a punto de desfallecer. ¿Qué había hecho para decepcionar de aquella forma a la arcana? Dio otro paso atrás, se sentía especialmente violenta en aquella situación. ¿Habría rechazado algún arcano a un alumno así, como Sauda acababa de hacerle a ella? Sintió que se le humedecían los ojos.

 

Fue a darse la vuelta cuando recordó algo. Recordó lo tranquila que se sentía con Sauda siempre: su bondad, la relajación y tranquilidad que transmitían su voz cuando explicaba algo, incluso cuando regañaba; lo educada y cariñosa que era al trato. ¿Qué había pasado con aquella mujer de repente?

 

Aquella información cayó como un mazazo sobre la Gaunt de repente. Miró fijamente a la arcana y dio un paso en su dirección. Ahora lo comprendía: no era ella. Y si sí era, simplemente la estaba poniendo a prueba. Y ella estaba allí precisamente para eso, para superar la Prueba. Si entre medias tenía que superar otras pruebas menores, las haría como hasta el momento. Entornó los ojos.

 

Y si hasta aquí he superado los retos gracias a la oclumancia, ¿qué he hecho para no estar lista? Más aún, para haberla decepcionado —avanzó un poco más mientras su mente comenzaba a trabajar a toda velocidad. Se había relajado demasiado, posiblemente dejando que Sauda aprovechara cualquier hueco para hacerla vacilar. ¡Qué endemoniado era el poder de la mente!—. Y, ¿desde cuándo dudar es sinónimo de debilidad? Mis dudas me han ayudado más que perjudicado durante mucho tiempo y en diversas situaciones. Precipitarse no es buen camino, del mismo modo en que no lo es dejar la mente desprotegida, ¿verdad? Tendré mucho cuidado con eso para evitar que imágenes como ésta... intenten disuadirme de mis empeños —terminó diciendo, aunque con renovada determinación. La imagen de Sauda, de repente, desapareció. Anne suspiró, aunque esta vez no relajó la mente. La barrera que la protegía seguía firme, aunque ella apenas gastaba energía para ello, como si poco a poco se fuera acostumbrando a protegerse así. Sonrió suavemente, conforme, y buscó con la mirada a Sauda. ¿Adónde debía dirigirse, si aquello solo había sido una imagen de su mentora? ¿Dónde estaría realmente ella?

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Aailyah soltó el aire que no sabía que había estando conteniendo y entonces se dio cuenta que tenía, además, los puños apretados. Había puesto muchas fichas en Anne, en que era la indicada... cuando llegara el momento. Miró sus manos allá donde las uñas se le habían hundido en la piel y se dio cuenta que no se había encontrado tan nerviosa desde que había tenido que enfrentarse a su destino como Arcana. Sentía un vínculo especial con Anne, quizá por las veces que había pasado con ella enseñándole, la garra que le había puesto su alumna, no lo sabía, pero era importante que llegara hasta el Portal.

 

Apenas Anne fue capaz de quitar aquella ilusión de su camino, se encontró con que estaba en el final del laberinto, de cara a la Gran Pirámide. Bastaba con que diera unos pasos para encontrarse dentro de la misma ya que Sauda había facilitado que así fuera. Dos pasos, quizá tres y Anne se encontraría verdaderamente frente a ella y sólo tendría que traspasar el portal para terminar con la prueba. Aquella era la parte más difícil, pues todo lo que Gaunt conocía o creía conocer se pondría contra ella, la haría cuestionar cada aspecto de sí misma y tendría que valerse de todos sus saberes para poder superar las dificultades y salir de allí. Por supuesto la Arcana no iba a dejar que nada malo le sucediera a su pupila.

 

Antes de entrar en el Portal de Oclumancia, Sauda le daría a Anne un anillo de Aprendiz que estaría vinculado con el de ella. Si bien la Arcana no podría intervenir en nada de lo que sucediera dentro del Portal, sí podría ver lo que su pupila viera y guiarla, de ser posible, dándole palmadas amistosas en la espalda o haciéndole recordar las cosas que había aprendido con ella. No interferiría a menos que viera que estaba en serios problemas o que se lo pidiera, sólo haría de observadora. Sabía que Anne era fuerte, decidida y que podría superarlo todo. Una vez que saliera de la prueba, su anillo se convertiría permanentemente en el Anillo de Oclumancia, ligada al de la Arcana y al del resto de los que lo tuvieran.

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  • 4 semanas más tarde...

No tardó en descubrir a Sauda un poco más allá de donde se encontraba. Aguantó el aire durante unos segundos, pensando que volvería a ser una prueba pero no... enseguida notó el aura de poder y solemnidad que envolvía a la anciana arcana. Se acercó a ella arrastrando un poco los pies y se detuvo a poca distancia, con la vista clavada en el suelo. Tras unos instantes así, alzó la mirada y sonrió a la mujer, casi pidiéndole disculpas con la mirada.

 

Es más difícil de lo que parece, ¿no? Eso de distinguir lo que es real y lo que no —le dijo, más a modo de reflexión que otra cosa. Luego esperó a las instrucciones que debía darle. Escuchó lo que ya sabía, aunque empapándose de cada palabra sabiendo que podría usarlas en cualquier instante de lo que se avecinaba y, cuando le entregó el anillo de aprendiz, sintió un ligero estremecimiento que le recorría la espalda. Se lo colocó en el dedo anular de la mano derecha y tomó aire con lentitud—. Gracias, maestra. Me esforzaré al máximo para hacerte sentir orgullosa del trabajo que has invertido en mí... y en demostrar que merezco llevar este anillo en el dedo.

 

No dijo nada más, sino que sonrió una vez más a la anciana y luego se encaró con el Portal que tenía el símbolo de la Oclumancia para enfrentarse a su Prueba y determinar si verdaderamente estaba lista o no. Tragó saliva justo cuando lo atravesó y se internó en lo desconocido.

 

 

 

De repente, tenía ganas de vomitar. Sintió como si el estómago se le girara en el interior y arqueó la espalda hacia adelante sintiendo que echaría por la boca hasta el intestino del malestar que sentía. Tras unos instantes así, consiguió controlarse y se incorporó sintiéndose débil y enfermiza de repente.

 

Tardó unos segundos en ver lo que acababa de pasarle. Su figura era algo más delgada, y evidentemente menos musculosa de lo que había sido hasta hacía unos instantes. ¿O sólo lo había soñado? Tampoco sabía dónde se encontraba.

 

¡Gaunt! ¿Qué haces aún en los pasillos? No volverás a pisar el jardín hasta que cumplas los treinta —exclamó una voz desagradablemente familiar. Anne se giró para encontrarse cara a cara con la señora Doherty, su peor pesadilla de la infancia. Dio un paso hacia atrás y cayó sobre el trasero. La mujer rio con maldad—. Y encima por los suelos. Quítate de mi vista antes de que te levante yo agarrándote por los pelos.

 

Casi instantaneamente, Anne saltó hacia adelante y se encaró con ella. ¿Quién era ella para hablarle así? ¡A ella, una warlock del Ministerio inglés, nieta del Ministro de Magia! Apretó los puños y entrecerró los ojos con furia.

 

¿Cómo te atreves a tratarme así, vieja est****a? —le soltó, sin contemplaciones. Se sorprendió a sí misma al escuchar su voz ligeramente diferente, pero no le pareció demasiado importante en aquel momento. La señora Doherty alzó la mano a la velocidad del rayo y le cruzó la cara de un bofetón que la hizo caminar varios pasos hacia atrás. Anne se quedó petrificada.

 

Al alzar la mano izquierda para cubrirse la mejilla, vio que su antebrazo estaba al descubierto (misteriosamente llevaba un vestido de manga corta muy hortero) y no lucía ningún tatuaje. Se quedó mirándose la piel unos instantes y luego, lentamente, se tocó la cara. Estaba lisa: ni rastro de su cicatriz. Luego, lentamente, miró de nuevo a la mujer que se alzaba peligrosamente ante ella, diciendo algo que apenas alcanzaba a escuchar. ¿Dónde estaba su varita? ¿Qué hacía de nuevo en el orfanato de Cork? ¿Dónde estaban sus tatuajes? Y... ¿había hablado de los treinta años? ¡Si ella los había pasado hacía ya un tiempo!

 

Una duda terrible cruzó por su mente a la velocidad de la luz. ¿Y si todo había sido un bello sueño? ¿Y si Shiro jamás había ido a adoptarla, como le había prometido siempre que haría? ¿Había soñado todo aquella vida llena de aventuras y aprendizaje solo por la frustración y el anhelo que le suponía aquel encierro? Nadie había querido adoptar jamás a una semihumana de origen desconocido... era una marginada de la sociedad. El peso de aquella idea cayó sobre ella como un muro de hormigón. Los ojos se le llenaron de lágrimas y cayó de rodillas. No tenía nada, solo la desgracia de haber sido abandonada poco después de nacer sin ninguna pista a la que aferrarse sobre su familia. Doherty siempre la había llamado "medio humana" después del ataque de los licántropos, así que ni siquiera sabía si Anne era su nombre real o se lo había inventado ella misma siendo pequeña. Pero ahora la había llamado Gaunt...

 

Gaunt. Un antiguo apellido inglés con mucha historia e importancia en la sociedad inglesa. Su padre biológico, Graham, le había contado que él era su padre pero jamás había tenido vinculación con su madre salvo durante un par de días, momento en que la habían concebido. Sin embargo, se arrepentía de ello y para intentar compensarla le legaba el patriarcado de su familia al ser ella su primogénita, aunque más tarde descubrió que tenía un hermano más. Pero todo aquello no podía ser real si seguía encerrada en el orfanato, siendo poco más que una adolescente. En tal caso... ¿cómo sabía Doherty que ella se apellidaba Gaunt?

 

Fue como si una pieza encajara de repente en la mente de Anne. «¡Estoy en el maldito Portal! ¡La Prueba!», se regañó a sí misma. Casi podía escuchar las palabras de Sauda en su interior indicándole qué debía hacer, aunque sabía que era un mero recuerdo porque todo aquello dependía de ella misma, la arcana no podía participar allí. Tal y como había practicado en el bosque, fortaleció su mente entonando aquella melodía irlandesa que había compartido con la anciana arcana durante sus lecciones mientras tejía en su mente una red protectora que enseguida la hizo ver con claridad. El rostro de la señora Doherty se desdibujó y, aunque alzó una mano en su dirección como si fuera a agarrarla del cuello, desapareció en el aire un instante antes de contactar con ella. Y todo se quedó misteriosamente oscuro a su alrededor.

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¿Cuántas veces había estado delante del Portal, esperando la salida del alumno, ya convertido en Oclumante? Incontables. Tantas veces había esperado allá que ya había perdido la cuenta. Había tenido tantas experiencias variadas que se había olvidado de lo que se sentía cuando algo parecía fallar. Aquello sucedía con Anne Gaunt. No podía entrar pero presentía que algo no iba bien.

 

La Arcana lo intuía. Aquel canto que parecía salir del interior le indicaba que había problemas. Sabía que su pupila lo había usado en una de las pruebas, para calmarse, para dominar el miedo y crear el muro necesario. El Portal le habría ofrecido el peor de sus recuerdos para hacerla débil.

 

¿Resistiría?

 

La mujer de piel oscura permaneció de pie, repasando con los dedos las piedrecitas circulares de su pulsera, en un gesto automático que le generaba algo de paz. Sin embargo, su mente estaba atenta a lo que podría estar sucediendo en el interior de aquel arco, esperando alguna señal. Estuvo tentada a entrar a buscarla, algo que lo tenía completamente prohibido. No sólo por influir en la prueba, también porque un Arcano sólo puede pasar una vez al interior.

 

Debía dejarla sola.

 

Tendría que vencer sus miedos y volver por sí misma.

 

O nunca sería oclumante.

 

Pasaron los minutos aunque tal vez fueran horas o días. La Arcana sabía que Anne estaba allá, luchando por vincularse y que debía salir por su propio pie. Pero perdía las esperanzas. Tanto tiempo dentro... Tal vez era la primera vez que una prueba se retrasaba tanto. ¿Cabía la posibilidad de que se hubiera... roto...?

 

Justo cuando empezaba a preocuparse en serio, notó el cambio. Un resquicio de luz parecía abrirse paso. Sauda era una mujer alta, a pesar de la edad que suele encoger las figuras. La luz la alcanzó, iluminando aquel semblante de piel arrugada por la tensión. Una paz creció en su interior. Ese tipo de luz mostraba siempre, en su experiencia, a un nuevo miembro oclumante. Sujetaba la pulserita fina con tanta fuerza que temió que acabaría rompiéndola pero no se atrevía a moverse.

 

Anne no salía.

 

Tras una serie de interminables respiraciones para calmar su ímpetu, Anne Gaunt no salía. Parecía que estuviera en una oscuridad y no fuera capaz de salir de ella.El peso de la espera se reflejaba en sus ojos atentos. Hasta que decidió aventurarse. Primero un paso, después otro... Aailyah Sauda llegó hasta la misma entrada. Anne debía de salir antes de que se cerrara o estaría atrapada en el limbo.

 

- Ven, Anne Gaunt. Sal, nueva Oclumante. Mira tu anillo, observa como brilla... Ya se ha vinculado y eres Bien Venida a este mundo de la Oclumancia. Sal...

 

Intentó no mostrarse muy imperativa ni abusar de su fuerza para acuciarle desde el interior de su mente. Al fin y al cabo, lo había conseguido. Ya era oclumante.

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