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Pandora's Box Night Club (MM B: 86577)


Cissy Macnair
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Su fachada presenta un enorme cartel luminoso de luces muggles de neón que brillan intermitentemente en tonos morados, rojos y verdes para llamar la atención de los transeuntes. Debajo del mismo, una puerta doble de vidrio negro impide la vista al interior del lugar, custodiada por dos magos enormes y musculosos que hacen de guardias de seguridad.

 

Pasadas las puertas, que poco dicen sobre el club, uno se encuentra dentro de un lugar donde la negrura predomina, junto a música moderna fuerte y luces que intermitentemente dejan ver el rostro de aquellos que bailan en la pista o toman algo, ya sea en una mesa o en la barra. Justo frente a las puertas de entrada, una joven vestida totalmente de negro (su atuendo varía según el día pero no el color) espera detrás de un mostrador para custodiar, por un módico precio, las prendas que los miembros del club deseen dejar a su resguardo, siendo totalmente responsable con su trabajo.

 

Hacia la derecha, unas luces en el suelo indican el camio hacia el salón, lugar en donde el espacio se divide en dos niveles. En el nivel inferior, bajando un escalón y en el centro del lugar, se encuentra la pista de baile, con suelo de paneles que se iluminan mientras las personas van pisando al compás de la música. En el nivel superior, rodeando la pista en algunas partes con barandillas de metal, se encuentran las mesas donde la gente se sienta a relajarse, así como cubículos un poco más privados contra las paredes, acondicionados con sillones de terciopelo negro, rojo y morado, así como mesas del mismo vidrio opaco de las puertas.

 

Sobre el margen derecho de la pista se encuentra la barra, donde un grupo de vampiros, hombres y mujeres, sirven bebidas al público. Una puerta detrás de la barra, negra en su totalidad, permite el paso a una cocina y depósito. Frente a la pista de baile, en el lado opuesto de la entrada, una cabina con DJ pasa música en vivo algunos días, así como también se organiza un escenario para karaoke y concursos de bailes o disfraces durante las celebraciones como Halloween, San Valentín o Navidad.

 

A la izquierda del DJ se encuentran los baños tanto para damas como para caballero y, del lado derecho, hay una puerta roja de terciopelo que da paso a un corredor poco iluminado donde la música es más tenue. A la derecha de la puerta hay una escalera de caracol que desciende hasta la sala VIP del Club, donde los más adinerados y pretenciosos miembros se reúnen en un ambiente más tranquilo, donde la música suena más bajo y hay lugar para conversaciones secretas. El espacio está acondicionado con cómodos sillones de terciopelo negro, morado y rojo, mesas ratonas de vidrio negro y una barra privada donde un único bartender atiende al público exclusivo. La habitación se encuentra insonorizada al exterior y bajo hechizos protectores que hacen imposible que entren personas no deseadas o no invitadas a participar de las reuniones.

 

Volviendo al piso de arriba, siguiendo el corredor y sin bajar por la escalera de caracol, una puerta de madera y metal, pesada y segura, da paso a la oficina de la dueña del negocio. Apenas un escritorio, una cómoda silla reclinable y giratoria de terciopelo morado, un archivador y una pequeña mesa que hace de bar es todo lo que hay allí. La ventana que da al callejón trasero está resguardada para que no pueda ser burlada fácilmente y la habitación se encuentra insonorizada y encantada para que sólo se le permita la entrada a la dueña y quien ella quiera.

 

 

****

La pérdida de Artemis me había destrozado y aunque habían pasado ya tres largos años desde aquel momento no podía dejar de pensar en ella día y noche. Mi prima. Quien había dado su vida por proteger a la familia. Tenía sus defectos, como todos nosotros, pero aún así ella era especial y yo la amaba. Debido a la depresión había cerrado el Pandora's, el último negocio que la había tenido como socia y ahora volvía a reabrirlo, con la esperanza de que algunos buenos recuerdos acudieran a mi mente.

 

Pero a pesar de que había modificado su interior, el escenario seguía siendo el mismo en el que Henry había interpretado aquella canción años atrás, dedicada a mi y al amor que nos teníamos pero no mencionábamos. La sala VIP era en la cual había conocido a mi hijo. La barra me recordaba aquella botella que había hecho de brecha espacio-tiempo y me había permitido tener una vida normal, amar de forma desinteresada y vivir por un instante cosas que luego me serían arrebatadas.

 

Tenía el puño en la mano mientras, mágicamente, encendía el cartel que estaba en la fachada.

 

-Un nuevo comienzo- me dije a mí misma, esperando así sentirme mejor.

Editado por Feyre Rhiannon Macnair

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  • 4 semanas más tarde...

Alguien había arribado aquel nuevo establecimiento, una persona con apariencia joven, alto, de una contextura marcada y delgada, con el cabello de tonalidad siniestra y de punta oscura, sus ojos son de un color azul pálido y su piel es de tonalidad clara, una de sus características más llamativas son los largos parches adheridos en su cuerpo que aparentemente carecen de la piel, sobre las que usa piercings para unirla. Estos son de color violáceo, y en la parte de la cabeza, dan la impresión de que tiene ojeras y que carece de boca alguna.

 

En cuanto a la vestimenta del Lestrange, llevaba unos pantalones oscuros que llegan por encima de los tobillos y un abrigo oscuro sobre una camisa simple color blanco y cuello en uve, junto con zapatos oscuros.

 

Tras pasar los grandes guardaespaldas e ignorar a la persona de la entrada Theo siguió su camino, un poco molesto por el asaz sonido del lugar lo había dejado algo malhumorado, pero eso no le impidió poder ver y gracias a su condición detallar el lugar a la perfección aun así a la falta de luz. Su camino se detuvo en donde era unas escaleras, la verdad es que no sabía a donde dirigirse, así que decidió esperar.

 

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Era la noche de la inauguración y el negocio estaba repleto de gente. Al parecer había mucha gente que recordaba con cariño el Pandora's Box y le gustaba su ambiente tanto como a mi. Los recuerdos que quería asimilar tras la partida de mi prima y el amor de mi vida me habían hecho tener que cerrar aquel lugar, pero luego de varios años había sentido la necesidad de devolverlo a la vida. A pesar de que la música sonaba fuerte, la barra estaba llena y la gente reía y bailaba, yo no podía parar de sentir aquel latido de desesperanza en mi pecho... en el agujero que había dejado Artemis al partir.

 

Estaba ayudando a las camareras a atender las mesas más alejadas cuando noté a un muchacho parado justo en la escalera. Era... raro. Bueno, todos en aquel lugar eran raros y no porque yo fuera precisamente normal, pero la composición de su cuerpo... con aquellos, injertos de piel que se podían distinguir bajo las luces parpadeantes, me hicieron pensar qué cosa le había pasado que necesitara de tal intervención quirúrjica. No me había dado cuenta que lo estaba mirando fijo hasta que nuestros ojos chocaron.

 

-Oh... Ehm... Buenas noches y bienvenido al Pandora's Box- lo saludé casi gritando para hacerme oír por encima del ruido de la música-. No te había visto antes por aquí- dije, curiosa y al instante me sonrojé-. Oh, lo lamento. Soy Cissy... Cissy Macnair... La dueña de este lugar- equilibré la bandeja con las copas vacías hacia mi izquierda y liberé la derecha para extenderla y saludar al recién llegado. Quizá era alguien nuevo en la comunidad de magos y brujas de Londres y sólo buscaba algún lugar para divertirse aquella noche... Me alegraba que hubiera elegido el Pandora's.

 

 

@@Theodore Lestrange

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¿Era una mala noche o una mala elección? El Lestrange no le gustaba asistir a lugares donde había muchas personas y la actividad de este era muy grande, pero aun así era interesante el lugar había escuchado de establecimientos muggles que se dedicaban a ese tipo de cosas, lugares que jamás había frecuentado Theodore en su vida.

 

Al ver que la mujer y tras su presentación se percató que era la encargada y era ella a la que debía buscar escucho sus palabras perfectamente y bajo su condición meramente tuvo que agudizar sus sentidos y dirigir su línea a una sola cosa, era alguien interesante y por lo que podía ver, las impresiones que daba era alguien importante? Había que averiguarlo

 

– Buena noche madame. Saludo cuando ella le extendió cordialmente la mano, pero Theodore no respondió a ello, sino solo hizo una reverencia postrando un brazo delante y otro detrás de su estómago para saludar. – No se moleste por mi descortesía a no responder de su saludo de mano, pero procuro no tener contacto alguno con quien sea el tipo de persona, usted me entenderá. Esa última acotación que hizo no fue por sus marcas, sino que era molesto para él, pero eso no quitaba que tuviese que ser descortés.

 

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  • 7 meses más tarde...

Se procede al cierre por inactividad, tras cumplirse seis meses desde el último posteo. Aviso de la Oficina de Registro de Negocios y lo que conllevan:

 

 

Cita

INACTIVIDAD EN NEGOCIOS

Transcurridos 6 meses desde la última respuesta en el topic de Callejón Diagón, moderación podrá considerar que el negocio está inactivo y proceder a su cierre. Los propietarios, podrán, no obstante, solicitar la reapertura en el caso de que tengan intención clara de reactivar el negocio.

Transcurrido un año desde la fecha de la última respuesta en el topic de Callejón Diagón, moderación procederá al cierre definitivo del negocio, sin que sea necesario realizar preaviso alguno a el/los propietario/s.

El cierre implicará la cancelación del topic de registro correspondiente, además del topic del local. Gringotts será avisado para dar de baja la bóveda.

Los usuarios podrán utilizar los nombres de aquellos negocios que hayan sido clausurados.

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  • 1 año más tarde...
  • 3 semanas más tarde...

Mi cadera estaba apoyada contra el escritorio negro de caoba, pintado hacía mucho tiempo por manos ancianas, en un cobertizo en Galway. Pasé mis manos distraídamente por algunos nudos sin pulir, mientras el hombre sentado en la silla de terciopelo morado pasaba las hojas de pergamino que tenía delante, escritas con pulcra caligrafía y estilizados dibujos, con tinta negra y una pluma de Fwooper. Tenía unos anteojos redondos pequeños, más parecidos a monóculos que a lentes modernos, que se ajustaban a su afilada nariz aguileña. Sus labios, más grueso el inferior que el superior, estaban apretados en una fina línea que los hacía parecer una cicatriz en aquel rostro de pómulos marcados y mentón afilado. Era un hombre atractivo a su manera. Tenía el cabello oscuro del color del ébano, largo hasta los hombros, la piel tostada por algún incesante sol y las cejas pobladas un poco juntas, mientras fruncía el ceño hacia los papeles que estaba leyendo.

 

-Podrías haberlo hecho sin mi. Eres abogada- señaló con voz cansina y grave. Por su rostro podrían decir que apenas tenía cuarenta, la cicatriz sobre su ojo izquierdo ni siquiera había podido borrar lo joven que parecía ser. Pero su voz, la cadencia, denotaban una sabiduría que no correspondía con dicha edad. Y, a decir verdad, Marcus tenía muchos, muchísimos años más que eso.

 

-No ejerzo hace años, preferiría que alguien más afín a esta clase de cosas se encargase de mi testamento- comenté, como quien habla del clima de Londres, siempre nublado y lluvioso, con aquel tono aburrido característico de un inglés, pero con el acento irlandés de fondo que se había pegado a mi lengua muchos años atrás. Deslicé un dedo desde la superficie de madera negra hasta la carpeta con pergaminos, que giré para observar mejor lo que allí había escrito-. ¿Está bien así? ¿Necesitas más datos o... lo firmo?- quise saber.

 

Marcus se reclinó en la silla, como si ésta le perteneciera. Siempre tenía ese aire de confianza, de altivez, como si el maldito mundo le perteneciera. Y era precisamente eso lo que me gustaba de mi hermano. Él, con su piel morena besada por el astro rey, muchos miles de años atrás, en campos de trigo y tierras de guerra. Yo, besada por la luna, en templos de mármol y piedra. Parecíamos simplemente dos caras de la misma moneda y era tan difícil imaginarse que éramos parientes, como más lo era pensar que éramos gemelos. Nacidos del mismo vientre, compartiendo útero más no saco amniótico. Nos parecíamos el uno al otro en la forma de la cara y el mohín de desagrado que hacíamos cuando algo no encajaba en lo que habíamos planeado. Pero después de eso... dos caras de la misma moneda.

 

-¿Por qué vas a dejar el Pandora's a nombre de ellas dos? Volviste, estás viva, sana y salva...- un movimiento de su cabeza señaló mi creciente vientre-. Y formando una nueva familia. ¿Por qué no dejarle todo a la bebé Perséfone?- preguntó, dándole a su sobrina el nombre más común con el que se la conocida. La que trae la muerte. Pero ella no traería la muerte. Ella era vida. Y entrecerré mis ojos, molesta por el sobrenombre, posando la mano que no me sostenía sobre el abultado vestido rayado gris y negro. Las rayas horizontales ensanchaban mi figura, lo que parecía darle volumen a un cuerpo que había estado perdiendo peso las últimas semanas. Nada de qué alarmarse, me había dicho.

 

-Kore- lo corregí-, tendrá de por sí demasiada herencia de parte de su padre y también mía. Tengo otros dos negocios. Dejarle uno a mis sobrinas no va a empobrecer a la princesa- solté la mano de mi vientre para hacer un ademán despreocupado, alejando el tema que él había sacado-. Y tú tarea sólo es asegurarte que esta anciana mente no se haya olvidado de cómo redactar de forma apropiada un testamento... o los papeles que dejan a Arya y Juliette como dueñas y titulares del Pandora's- cerré la carpeta que estaba sobre el escritorio y le di un golpecito con un dedo-. Si todo está bien, entonces listo. Gracias por venir, Marcus. Transferiré las libras a tu cuenta bancaria- y con eso, la reunión estaba concluída.

 

O eso era lo que yo esperaba. Pero Marcus se hizo hacia adelante con velocidad y gracia de otro mundo y me tomó la muñeca antes que yo pudiera despreciar su presencia y someterme a la labor de adecuar el bar. Nuestras miradas chocaron y no de forma bonita, mientras yo bajaba la vista con parsimonia pausada hacia la mano morena, de nudosos y callosos dedos, que ahora sostenían mi muñeca, con firmeza más no con rudeza. De haber sido así, ya estaría muerto. Y me soltó tan pronto como notó que su movimiento había sido inadecuado.

 

-¿Podemos hablar? No nos hemos visto en... ni siquiera sé cuánto tiempo- pasó una mano tosca por su cabello, desordenándolo, lo que le daba un aire más juvenil del normal y mucho más desprolijo del que correspondía a alguien de su nombre.

 

Marcus Octavio Argéadas. Un apellido que no era tal, sino perteneciente a una dinastía que había perecido hacía casi la misma cantidad de años que poseíamos. Pero él había sido la mano derecha de uno de los conquistadores más renombrados de la historia de la Antigua Grecia. Y se había quedado con el apellido, que ya nadie recordaba, exceptuando a las ratas de biblioteca y a los fanáticos del arte. Marcus Octavio de Esparta, hijo de Iliria de Epiro y un hombre desconocido. General de las fuerzas de Alejandro Magno. Mejor amigo. Y mi hermano.

 

Su cuerpo torneado no se notaba debajo del traje caro y los zapatos lustrosos, como tampoco su antigua postura de guerrero. Había sido formado para servir y matar, más sus habilidades se habían utilizado para diferentes cosas en los últimos cientos de años. Era tan versátil como un trozo de tela, pudiendo moldearse a cualquier situación y sabía sacar provecho de todas ellas. Así, Marcus Octavio había sido General de la Legión del Águila, Comandante de las fuerzas invasoras de Alejandro Magno, asesino de Cleopatra, consejero de Ricarco I de Inglaterra, guerrero del la Orden del Temple... Tenía más títulos que pelos en la cabeza, probablemente.

 

Pero aún así allí estaba, suplicándome que le diera el tiempo que no habíamos tenido en dos mil años. Tiempo que yo no había querido tener con un hermano que me había abandonado a mi suerte para hacer la suya, al lado de un conquistador. No lo culpaba, nuestro padrastro había sido la peor escoria del mundo y así como yo había terminado en manos de un terrateniente inmundo que me triplicaba la edad, Marcus había sido reducido a látigos hasta que había obedecido. Aún recordaba cómo mis manos habían temblado al limpiarle las heridas abiertas de la espalda, mientras agonizaba semi dormido sobre la paja manchada del establo. Nuestra madre, impotente, sólo había podido llorar desde la distancia por dos hijos que era incapaz de proteger y, aún así, nos había heredado la más grande y maravillosas de las protecciones que pudiera haber imaginado, porque siempre nos teníamos el uno al otro.

 

Siempre.

 

O casi siempre, me recordé. No durante los últimos dos mil años.

 

-Me gustaría darte el número exacto de años, meses, semanas, días, horas, minutos y segundos que no nos hemos visto, pero me temo que ya no soy inmortal y mi mente falla un poco con tanto jaleo- señalé con un dedo mi sien-. Además, hemos evolucionado Marcus, no tienes que sentarte a hablar del tiempo perdido con tu hermanita- sólo unos minutos de diferencia, eso lo hacía el "mayor"-. Tampoco hay nada de qué hablar- me bajé del escritorio y caminé hacia la escalera.

 

-¿Nada?- replicó-. ¿Miles de años de por medio y nada de qué hablar? ¿Qué tal de que eres humana? ¿O de tu embarazo?- señaló, lo que me hizo volverme para encararlo-. ¿O de que desapareciste sin dejar rastro y creí que estabas muerta?- su tono acusador me sacó de mis casillas.

 

-¡¿Tú creíste que yo estaba muerta?! ¡Eres un maldito desgraciado sin sentimientos! Ese hijo de pu.ta me vendió para su provecho, mientras tú huías al maldito ejército, dejándome a su merced. ¿Y es mi culpa por desaparecer?- mi voz salió aguda, quizá más de lo esperado, pero no tembló y agradecí a todos los dioses por eso, porque no quería mostrar debilidad. Podía ser humana y mi vida pender de un hilo, pero jamás, ni en el más remoto de los casos, iba a demostrar debilidad o miedo. No ante él, al menos-. No te atrevas a volver a hablarme así, Marcus. Puede que sigas siendo un maldito vampiro y tengas dos milenios, pero yo puedo hacerte mi.erda con un maldito chasquido de mis dedos. Así que mejor te guardas ese maldito tono.

 

Tenía una mano extendida en el aire, hacia mi, como si quisiera tomar lo que yo era y unirlo porque claramente veía lo rota que aún estaba -y que nadie más vería nunca- y abrió y cerró la boca varias veces, como un pescado al que han sacado del agua y busca el líquido vital. Y, en cierta forma, esperaba que su dura mano cayera como bofetada en mi rostro, como había pasado en otro tiempo, cuando nos gritábamos y peleábamos y la cosa se ponía ruda, difícil entre nosotros. Pero, sin embargo, estrechó la distancia que nos separaba con velocidad vampírica y me abrazó.

 

Y rompí en llanto.

 

Lloré tan fuerte que comencé a estremecerme y llené de moco transparente el traje caro italiano. Tan fuerte que seguramente me oirían en el negocio de al lado, a pesar de los aislantes auditivos. Y mientras mi hermano gemelo me sostenía con ternura, con amor, como lo había hecho cuando éramos humanos adolescentes atrapados bajo el yugo de un general militar cobarde y presuntuoso que había hecho miserable nuestras vidas y la de nuestra madre, sentí que volvía a estar completa. Luego de dos mil quinientos años de vida, de esposos adinerados y pompa, de maridos que había amado e hijos que habían muerto, de una familia que me había acogido en su seno como si fuera una más, obviando ciertas particularidades de mí -no por desprecio sino por respeto-, por fin sentía que podía decir que Sybilla de Esparta había renacido.

 

 

****

 

 

Sujeté la parte posterior de mi cintura con las dos manos, inclinándome levemente hacia atrás y haciendo que un crujido saliera de mi columna. Puse los ojos en blanco ante el alivio y una carcajada retumbó por el espacio vacío de la pista de baile silenciosa.

 

-¿Por qué no le dices a los elfos que continúen? Estuviste todo el día limpiando y podrías simplemente haberte hecho un mojito y sentarte a ver el tiempo pasar- Marcus se había quitado el saco empapado en mis lágrimas y lo había dejado despreocupadamente sobre el mostrador empolvado, como si sólo fuera una prenda más de su guardarropa y, a decir verdad, no dudara de que así fuera. Yo tenía dinero, de eso estaba segura, pero las arcas de mi hermano ascendían a números que ya no se contaban, sino que se pesaban.

 

-Porque puedo hacer el trabajo yo. No necesito que estén siempre sirviéndome.

 

-¿Y para qué los tienes entonces?- preguntó.

 

Dejó la caja con copas y vasos largos sobre el mostrador. La camisa arremangada mostraba los tatuajes ascendentes por sus brazos, que comenzaban a la altura de sus muñecas y se perdían, quizá, en los entrelazados diagramas de su espalda y pecho. Tenía uno muy notorio en la frente, justo sobre las cejas, una corona de espinas, ramas gemelas entrelazadas. Notó mi mirada sobre él, sobre los tatuajes.

 

-Hechizos- dijo, señalándose un brazo-. Atadura- señaló su frente-. Y un recordatorio de una bruja... Pero aún si no lo tuviera, no necesitaba una marca permanente para no olvidarla- hizo ese mohín tan característico nuestro y me hizo sonreír.

 

-¿Hechizos de qué?- quise saber.

 

-Es una larga historia- replicó.

 

-Tengo tiempo...

 

-No hoy- suspiró y con eso pareció ponerle punto final a nuestra conversación sobre sus marcas-. ¿Qué tal está el tal Hades? ¿Es un buen hombre? ¿Te mantendrá a tí y a Kore?- soltó, intentando ocultar la sonrisa de burla.

 

-No necesito que nadie me mantenga. Soy una mujer que trabajó toda su vida para tener lo que tiene y seguiré trabajando. Y sí, es un buen hombre- ahora yo fui la que hizo el mohín y eso lo hizo soltar una carcajada-. No, es que... Bueno, ya lo conocerás. No es un tipo cualquiera, ¿sabes? Es algo... reservado- moví una mano frente a mí, inclinándola primero hacia un lado y luego hacia el otro. "Más o menos", significaba-. Y él y Arya... Bueno, aún no han tenido ningún choque sustancial y espero que no lo tengan, pero me atrevería a decir que no se tienen mucho aprecio.

 

-¿Arya es la sensual pelirroja que está con el otro vampiro?- preguntó, apoyándose de espaldas a la barra, donde dejó descansa los codos de forma despreocupada.

 

-No le digas así. No la llames "sensual pelirroja"- apreté los dientes-. Podría ser tu tatara tatara por mil, nieta. Además, sí, está con Aidan.

 

-¿Y la otra muchachita? ¿Juliette?- preguntó-. ¿Está... soltera?

 

-¡Marcus!- le arrojé un paño que había tenido en la mano, con el que había estado limpiando las lámparas colgantes-. ¡Es una niña!- le grité.

 

-No si tiene más de dieciocho- bromeó y, esta vez, le lancé un aguamenti que cruzó el espacio que nos separaba y le salpicó el rostro, haciendo que el cabello se le pegara al rostro.

 

-Te lo merecías, bastardo- refunfuñé.

 

Pero sólo se rió, una risa cálida y tintineante, profunda por su tono de voz de grave y cargada de alegría genuina. Y también me reí. Fuerte.

 

Esperaba que las chicas llegasen de un momento a otro. Les había enviado una lechuza, requería su presencia en el Pandora's. Quería enseñarles cómo era el negocio, que lo conocieran y supieran cómo manejarlo antes de hacerlas firmar los papeles que había dejado en la oficina. Oficina que sería de ellas, en poco tiempo.

 

@@Arya Macnair @@Juliette Macnair

Editado por Feyre Rhiannon Macnair

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—¿Mami?


Ámbar golpeó tres veces la puerta antes de asomar su sedosa cabellera rojiza. Le preocupaba que su madre no hubiese bajado a desayunar aquella mañana, y más tarde, tampoco a almorzar. Desde su regreso del monasterio, junto a Kalevi, la relación con Arya había dado un giro completo, ésta dejaba en claro lo arrepentida que estaba por haber sido tan desastrosa y que bien sabía los años no borrarían el pasado, más que su niña era la luz en su vida y que no soportaría perderla otra vez.


Esa niña ya contaba con siete años para entonces, y por todo lo atravesado era mucho más madura que cualquier muchachita de su edad. Le habría pedido a Aidan que fuese a indagar pero no le encontró en toda la mansión. E incluso se vio tentada a olvidarse de la cuestión y unirse a Rohana en una hermosa balada que la joven tocaba en el piano de la biblioteca, pero no, subió las escaleras y se escabulló en el cuarto de la matriarca.


—¿Te sientes bien, te duele algo? No has comido en todo el día.


La habitación estaba oscuras, a pesar de ser entrado el mediodía. Las pesadas cortinas no permitían que los fuertes rayos de sol ingresaran. Un rápido paneo le permitió constatar que todo estaba en su sitio, no había muebles rotos, ni cristales desperdigados por doquier. Siberia descansaba a los pies de una chimenea apagada y fría. Pero había algo extraño en el aire, algo melancólico.


Se acercó, lentamente, hasta montarse en la cama que no emitió ni un chirrido. Su pequeño cuerpo encajaba a la perfección con la silueta siseante de su progenitora, como si ambas fuesen piezas del mismo rompecabezas. Entonces la abrazó, con un pequeño pero fuerte brazo y las pulseras que portaba tintinearon al chocar contra algo. Ámbar se incorporó, montó a su madre como si fuera una montaña inalcanzable y posó sus ojos caramelo en el grimorio al que ésta se aferraba. Había estado llorando, podía olerlo en el aire, tristeza y sal, pero no dijo nada al respecto.


—¿Supiste algo de él?


Preguntó curiosa. Cuando Allen existió, había sido un bebé pequeño e indefenso, sin memoria o dicernimiento. Fue la propia Arya quien, a medida que iba creciendo, colmaba sus noches de maravillosas aventuras protagonizadas por su "Tío Allen" a quién mamá echaba terriblemente de menos, por quien en varias oportunidades le hubo descubierto llorando dormida.


—No cariño, pero se que pronto nos visitará.


Le mintió. Girando sobre su eje enfrentó ambos rostros y le besó la nariz, no quería preocuparla, además, en un par de horas debía acudir al Pandora's por algo que Sybilla aún no le había adelantado.


—¿Me ayudas a escoger un bonito atuendo? Tengo una reunión importante en un rato, con tía Cissy.


La pasión secreta de Ámbar era la moda, hacía poco que su madre lo había descubierto y hacía todo por posible por fomentar dichos sueños.


****************


Apareció a media tarde, con cierta desconfianza, frente a la puerta del pub que llevaba tiempo sin actividad financiera. Vestía unos jeans de tela fina que se le pegaban a las piernas, una mezcla entre rígido y elastizado. La mitad de sus nalgas estaban cubiertas por el vuelo de una larga camisa blanca de puntiagudo cuello ancho, éste sobresalía por encima de un suéter dorado que hacía juego con las botas mostaza que marcaban sus pasos.


No, Macnair llevaba años sin preocuparse por su apariencia. Existió un tiempo en que se vestía bonita para provocar, luego para llamar la atención de Jank y más tarde para estar a tono con sus terribles borracheras. Pero todo eso había cambiado con Aziid, él,en su vida, marcó un antes y un después hasta en el más mínimo de los detalles. Ámbar, desde hacía algunas semanas, jugaba a ella era su modelo, en secreto le había confesado a su prima que creía caduco el luto que cargaba en su espalda, tocaba renacer.


Irónico. Arya Macnair, como el ave fénix, renacía de sus cenizas.


Llevó una mano al pomo de la puerta para ingresar, el aire cálido le estaba sofocando, cuando sintió una fuerte correntada eléctrica en su palma.


—Ni lo sueñes, roja— alguien habló tras de sí.


El vello de su nuca se erizó. No quería girar por temor a lo que vería, le temblaron las piernas. Cerró los ojos agachando la cabeza, aferrándose al pomo de cobre con ahínco.


—¡Te odio!— Gritó en su mente, apretando los dientes.


—Sabes tanto como yo que eso es mentira. Y por eso estás aquí ¿Cuándo fue la última vez que pisaste éste lugar desde nuestro…..?


Arya sacudió con fuerza la cabeza. Se había dicho que no lo haría pero los recuerdos eran fuertes. Para cuándo atravesó el umbral tenía el rostro más pálido de lo normal y los ojos aguachentos. Deseaba que los murmullos fueran reales, correr escalera arriba a la oficina que pocos podían ver y perderse en un abrazo que añoraba hace tiempo. Era cierto, los fantasmas de lo que allí sucedió tenían razón, desde su último encuentro en el escritorio de Cissy, se juró nunca más volver.


Heme aquí. Pensó


No muy lejos, cerca de la zona de mesas, por la barra donde se apilaban algunos vasos y copas, vislumbró dos siluetas. Una, por el abultado vientre, supo era Sybilla; desde el descubrimiento, le notaba más delgada, si se prestaba atención casi pasaba por una soga a la que alguien le ha hecho un nudo en medio. Levantó una mano pesada y saludo, sin agitarla, avisando que por fin había llegado, y se acercó.


El segundo personaje le resultaba familiar aunque no lo hubiese visto en su remota vida. Se tomó unos segundos en estudiarlo para luego extender la misma pesada mano y saludar con educación.


—¿Qué tal?...— Esperaba que él dijera su nombre para poder ir al grano y saber el verdadero motivo por el que fue citada, además de, quizás, ayudar a poner un poco de orden allí.


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Mansión Macnair.

 

 

 

 

 

⸺ ¿Cuánto dices que lleva así?

⸺ Toda la noche, ni pisar el Hospital le importa.

⸺ ¿Aaron? ¿William?

⸺ Hombres es lo de menos, ya se volvió seca.

 

 

Giré mi rostro ligeramente cuando les oí, más guardé silencio y seguí mezclando las finas hierbas que poco a poco iba machacando con un pequeño objeto de madera; lavanda, lirios, grosellas. Dróvik, por supuesto, seguía su charla con él mismo, dividido en dos espectros sin rostro, grandes y delgados, apoyados contra el ventanal. Podría haberles contestado, ejercer un chasquido y hacerlos desaparecer. Sin embargo, mi atención continuaba inmersa en cada uno de mis movimientos, inundandome de un aroma que me llenaba el alma de una sensación llena de paz y juventud. Me convencía.

 

Chask.

 

Un intrépido elfo de puntiagudas orejas bien acomodadas hacia atrás, aparecía en medio de la habitación, saltando del horror al ver a la sombra dividida en dos; me miró con sus ojitos cual platos, aferrándose a los pliegues de mi túnica mientras intentaba ocultarse entre las telas. Hice un pequeño movimiento brusco con mi mano para que saliera de ahí y luego le dediqué una miradita llena de amenaza a mi protector.

 

⸺ Se-señorita, Macnair. ⸺comenzó a balbucear y presionó con ambas manitas su boca⸺ Draekh recibió una carta muy importante, no la abrió porque sabía era de la señorita Juliette, pero luego de pasar varias veces por su habitación vio el sello de su tía... ⸺frunció el entrecejo⸺ ¿o no es? ¿lo es?

 

¡Draekh, la carta!

 

⸺ ¡Aquí, aquí! ⸺tembló un poquito y le depositó la carta entre las manos.

 

 

...

 

 

 

Pandora's Box Night Club.

 

 

 

Aparecí a las afueras del club, con la mirada detenida en cada pequeño detalle colorido que veía frente a mi; por un momento, sentí como mis recuerdos me transportaban a las calles nocturnas de una ciudad americana siempre despierta, con los innumerables bares nocturnos donde asistían tanto no-maj como brujas y magos. Rebusque entre los bolsillos de mi capa, en esta ocasión parecía una bata para levantarse, de telas pesadas y sedosas, con tejidos sencillos en tonos dorados que le daban cierta luminosidad a mi figura, mientras que bajo ésta y cómo últimamente era lo usual, un vestido ajustado de tonos azabaches acentuaban las dos grandes curvas de mi cuerpo.

 

Deslice ambas manos por mi cabello y empujé la puerta con bastante facilidad, encontrándome inmediatamente por una fachada que me sorprendió gratamente. Me quité de encima la capa de viaje y la dejé en uno de los mesones que a esas horas estaba vacío. Nadie me acompañaba, no quería ningún elfo y mucho menos a la sombra que parecía haber encontrado una buen pasatiempo el hacerme fastidiar. Prefería la soledad, pero tampoco me venía mal un buen trago antes de que las luces se apagaran y la fogosidad de la gente en descontrol se hiciera notar.

 

Deslicé una de mis manos por el cuello, tronando un poco los huesos para quitar la tensión de mis músculos, y cuando llegué a la sala principal, las dos figuras femeninas que más alegraban mi alma me hicieron curvar los labios ampliamente. Me acerqué a ellas a paso parsimonioso, taconeando sobre el piso mientras mi mirada se paseaba disimulada por cada uno de los rincones; había visto al hombre, por supuesto que sí, ¿sería Juliette Macnair si no me fijara en su virilidad? Pero tampoco le haría tanta fiesta.

 

¿Un club nocturno querida tía? ⸺alcé las cejas con cierta gracia, mientras me acercaba a ella y rodeaba su menudo cuerpo en un pequeño abrazo, para luego girar mis piernas y acercarme a Arya, a quien con cariño deposité un pequeño beso en su mejilla helada.⸺ ¿Y...?

 

Giré sobre mis talones.

Enfrente al hombre y volví.

 

¿El guardia de seguridad? ⸺Susurré cual serpiente.⸺ ¿Dónde están los tragos, querido?

 

 

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@@Arya Macnair

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China.


Miró sus manos como como si fuera la primera vez, entre la humedad de sus pestañas y la polución del ambiente. Debía afilar sus ojos más de lo normal para poder avanzar a cada paso cuidadoso, pues la densidad del aire evitaba que sus sentidos le hablaran de lo que ocurría a su alrededor. Desde que dejó el Reino Unido tras la destrucción de lo que pudo haber sido su hogar y patrimonio a manos de los insurgentes al margen del Ministerio de Magia, se sumió en su propio exilio bajo el cobijo de la comunidad asiática, en China, donde la situación resultaba precaria. Sin embargo, era una nación que le permitía disfrutar de su privacidad y de su labor regular como medimago. Disfrutaba de las caminatas por la tarde, bajo la mirada adormecida y enfermiza del sol, atravesando con esfuerzo la nube de contaminación que dormía sobre el terreno imperial; aquél día cubría su rostro con dos vueltas de una bufanda de fina lana verde, cuyo nudo quedaba oculto en los pliegues anchos de su gabardina de anchas solapas, desgastada y roída. Le permitía respirar mejor, pero la incomodidad era la misma. Se sentía cansado, aturdido y distante de sí mismo, como si se contemplase desde afuera, de manera ajena a su propio ser, desconocido. Reposaba sus impulsos en el letargo de la monotonía, como un instrumento cansado de hacer arte y se dedicó sólo a realizar sonidos aleatorios, sin un rumbo armónico.


-Necesito ropa nueva.- Se dijo a sí mismo como si conversara con alguien más, mirando sus propias manos.

<<Sí, podemos hacer un viaje rápido antes de volver a la unidad.>> Dijo la voz en su cabeza, mientras intentaba alizar la tela desgastada antes de devolver sus manos a los bolsillos.

-¿Estará Dolce y Gabbana funcionando aún en el Callejón Diagon?- Se preguntó en un susurro, haciendo que la bufanda devorara la onda sonora. Se detuvo por un momento y enfocó la poca atención que le quedaba en los locales en torno a él: odiaba las tiendas en Shanghái. Después de todo, no requerían demasiado esfuerzo para ocultarse en una de las ciudades del mundo con más población por metro cuadrado.

<<¿Qué tal si lo averiguamos?>> Incitó el eco de su conciencia.


Al instante, un chasquido seco lo borró de las escena, llevándolo a un pequeño sótano ubicado en el distrito costero. Con un silvido de sus labios, su gabardina se despojó de su cuerpo y ardió en unas pequeñas brazas plateadas: ya había pagado con creces su valor y no era necesario conservarla. Corrigió su aspecto con una camisa blanca de mangas largas y se encajó un sutil chaleco de olán color petróleo; anudó su plateado cabello en una coleta con ayuda de un lazo rojo y se adornó con una corbata escarlata de líneas plateadas. Por un instante, se sintió listo para alguna especie de cita, un encuentro clandestino o un escape fortuito a los ojos de cualquier curioso. Se intuía preparado para un escape a Tanbarun, pero no se creía con la suerte suficiente. Habría de necesitarse un milagro que hiciera justicia a los maori tatuados en sus brazos para poder verla con sólo poner los piés en el Callejón Diagon. Se provocó un suspiro para llamar a la calma de su destartalada sensibilidad y, cuando percibió la llegada de la noche a través de la pequeña ventana sobre su armario, desenfundó a Solem antes de arden en llamas.


* * *


Reino Unido.


En medio del callejón, algunas personas debiron dar un par de pasos a un costado al generarse densidad calórica en el aire, de la nada. Del oxígeno, chispas criparon creando brazas diminutas que se arremolinaron en una llamarada de fuego blanco platinado, de la cuál emergió el exorcista. Para Allen resultaba la manera más fácil de apacerse a grandes distancias, evitando los riesgos de una dispartición y un gasto excesivo de energía: la autoinvocación de sí mismo. Apenas comenzaba a caer el sol en el comercio mágico cuando entornó sus ojos en la calle adoquinada, de modo que necesitó eclipsar la luz con la palma de su mano para establecer su ubicación. Se encontraba justo en frente de la Botica Macnair, el segundo local, al principio del callejón. Con una ligera media sonrisa que pareció iluminar su rostro encendió un cigarrillo luego de guardar su varita en el bolsillo interior de su chaleco.


Cuando salió de Gringgotts, el crepúsculo ya pintaba de naranja los ventanales del Callejón Diagon. Llevaba lo necesario en un pequeño monedero de cuero cepillado, recursos con los cuales se dió el placer de comprar un par de gabardinas, algunos conjuntos y zapatos; see pidió un café y un par de postres en Juan Valdéz que merendó con el más grande de los placeres. Y resultaba una de las cosas que más amaba del comercio británico: sin resticciones, sin afanes, sin calidad a medias; se respiraba una libertad hogareña inmarcesible desde todas las caras, siendo el pleno día del horario familiar hasta la caída de la noche y el ascenso de la reina en los clubes nocturnos esparcidos por toda el área. Echó una vista a su reloj mientras se preparaba para volver a sus aposentos roidos y confinados, pero jamás se perdonaría dejar la tierra que tanto lo amó y donde tanto amó sin ver a los ojos al ser que representó todo aquello en la etapa más emocional de su vida.


El Walker estaba sentado en una banca a la sombra del porche de una librería, mirando al cielo aduraznado; se frotaba las manos de manera inquieta y pensativa, esperando.


<<¿Qué esperas? No crees que haya cambiado de residencia, ¿o sí?>>

-Puede que esté con alguien. Podría ser inadecuado e insulso. Lo mejor será ser prudente.-

<<¿Y qué hay de Ámbar? Se lo debes. Se lo deben...>>

-Y sería enormemente vergonzoso que supiera que estuve aquí y no fui a verlas. Debería escribirle una carta y...-


Entonces, un estruendo mental.


<<Ni lo sueñes, roja.>>


De inmediato sus ojos, como mar turbio por el viento del litoral, viraron violentamente hasta el porche adornado del Pandora's Club. Allí estaba ella, con su esencia turbia y su aroma a jazmines. El albino sintió como el piso se sacudió bajo su centro de gravedad; quiso correr a abrazarla, pero su cuerpo no se movió. La conmoción de sus emociones fue más fuerte que su determinación para lograr la sinapsis que lo echara a correr. Inmaculado, sólo pudo escuchar el susurro de sus palabras llegar hasta él con ayuda del silvido del viento. Su piel se estremeció violentamente: no era capaz de recordar cuando fue la última vez que escuchó su voz... Que sintió su respiración tan cerca.


<<Sabes tanto como yo que eso es mentira, por eso estás aquí. ¿Cuándo fue la última vez que pisaste éste lugar desde nuestro...?>>


Pero no fue suficiente. Sus pensamientos simplemente cayeron bajo las tiendas, junto con el sol y el torbellino en su estómago, escurriéndose entre los adoquines. Debía marcharse justo en ese instante, o se metería en problemas. No obstante, y contrario a todo lo que se esperaría de su sensatéz y calcudamente estricta determinación, continuó sin moverse. Exhaló. Las bolsas de las compras temblaban en sus manos.


Con un chasquido de sus dedos creó una pequeña flama blanca que se escabulló entre la gente y siguió a la mortífago hasta el interior del club nocturno en busca de su perturbada presencia.



Editado por Allen Joe Walker

http://i.imgur.com/LxpxhTU.jpg
~ Reality Is Subjetive ~

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