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Runas Antiguas


Orión Yaxley
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Clavó la mandíbula. Les había dicho específicamente a Aaron y a Maida que fueran directamente a ese bar de Tokyo. Ya habían pasado dos horas de la pactada y los Orión ya empezaba a flaquear frente a los sakes. Sus cachetes estaban colorados y su mirada se perdía a momentos. De un momento para el otro, extendió sus brazos y dejó caer su cara en la barra donde antes había tragado, en tiempo records, un tazón de ramen.

 

Soltó un quejido.

 

Cómo DIABLOS pasaba que estaba fallando TANTO en sus predicciones. Su taza de té decía claramente; y él, si le preguntabas, te remarcaba CLA-RA-MENTE –con énfasis en el cla y el ra–; que iba a ser un clima hermoso, una misión hermosa y sin problemas hermosos. Había llovido asquerosamente toda la maldita noche, la misión ni siquiera había empezado y dos Tempestades de los que estaba a cargo, no aparecían.

 

Golpeó su cabeza levemente en la barra de madera. El mesero le ofrecía amablemente sake, y él con la misma actitud, decía que sí. Era simple, Orión como Mago Oscuro tenía que asegurarse que Maida y Aaron sigan vivos después de esa noche, sino fracasaría como todo, tutor, padrino, tío, y varias otras etiquetas y estructuras sociales. Ni él, muy nihilista y todo, podía deconstruirse frente a esas cosas con un poco de alcohol encima.

 

Sacó unos papeles blancos de su bolsillo y, tras una pasada de su palma, los convirtió en los yenes suficientes como para liberarlo de ese bar muggle. Dejó el dinero en la barra y se dispuso a salir de lugar. Música noventosa con una mezcla de hip-hop sonaban en las calles. Las luces, tenues por la llovizna otoñal del país oriental, le daban un aspecto lúgubre a todo, hasta la vívida cara borracha de Orión. Puso sus manos dentro de sus pantalones. No le importaba chapotear agua con sus borcegos. Los mechones azules caían por su frente y de su barba cobriza ya empezaba a chorrear agua.

 

Estaba caminando en círculos, como lo haría cualquier dadaísta en su cadáver exquisito andante. Sus dedos tocaron el monedero Mocke. Levantó su cabeza, poniendo sus ojos azules como platos ¡las runas! Se metió corriendo a uno de los callejones y miró para todos los costados, asegurándose que estaba solo. Luego, con la varita, conjuró un pequeño paraguas para que sus preciados materiales no se mojaran. Sacó todo lo que necesitaba, el pequeño pouch lleno de runas y la manta de tela azabache.

 

Metió sus dedos y las runas sonaron al chocarse unas con otras.

 

- Ahora simplemente tengo que tomar cuatro runas y preguntar efectivamente dónde se han metido estos mocosos.

 

Sacudió un poquito. Seleccionó al azar, como era debido y las lanzó a la tela.

Eihwaz

Nauthiz

Thurisaz

Raido

 

- Blodd* H***. Veamos. Eihwaz, protección, bueno, eso es obvio, tengo que protegerlos yo aparentemente. Nauthiz, que está cerca de Eihwaz, es la necesidad, pero que también está cerca de Thurisoz. Finalmente, Raido, la más alejada es el viaje. Hablando en voz alta, Maida y Aaron fueron atacados, o protegieron algo, o por necesidad, quedaron demorados en el viaje. Con esto no puedo hacer nada.

 

Suspiró.

 

De un momento para el otro, su cara se iluminó frente una maldición que le rozó la mejilla. Giró rápidamente conjurando a su varita. Posición de duelo. Unas manos fantasmales Necrohands salieron de su pecho para protegerlo de los atacantes.

 

- ¡Fuego Maldito!

 

Solo apareció un águila de fuego de la misma varita materializada, que prendió fuego a uno de los atacantes. Las manos capturaron al otro, que gritaba ya en japonés. Orión caminó hacia el prisionero. Tenía una máscara de una araña en su cara. Entrecerró sus ojos. La Sociedad de la Viuda Negra. ¿Algún nombre más original no había? Apoyó lentamente su varita en el cuello del hechicero. Una mano lo tenía prisionero desde el torso hacia abajo, la otra, en la cabeza.

 

- Ya tendrás oportunidad de saludar a tus compañeros, en donde sea que vayas luego de morir.

 

Siguió por el callejón tras escuchar el chasqueo de un cuello roto. Las manos desaparecieron y Orión también.

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¿Tokyo? Los sentimientos oscuros en Maida era algo que básicamente, no existían, pero su tío, con semejante indicación la ponían al borde de conocerlos. Resopló mientras caminaba hacia la habitación de Aaron, hace nada se había enterado que llevaban la clase juntos y le pareció oportuno no trasladarse tan lejos de manera individual. Tocó unas cuantas veces y cuando oyó su voz dándole la bienvenida con el mismo tono parsimonioso de siempre, entró.

 

Viajar a Asia con la dulce Maida, ¿no te sientes afortunado, Yaxley? —murmuró molestándolo un poco mientras disfrutaba de ver su rostro serio como siempre— ¿Alguna vez has ido?

 

Se sentó en el borde de la cama mientras lo veía terminando de alistarse, vestido, por supuesto casi en su totalidad. Comenzó a acariciarse las uñas de sus pulgares con la yema de los mismos. Viejo síntoma maidiano de ansiedad y se quedó en silencio. Miró un reloj en la mesita de noche y suspiró, era tiempo.

 

Vamos —aventuró llamándolo y concentrándose lo mejor que podía según las indicaciones de Orión, no podía perderse, no con tanta preparación.

 

Cuando su primo se acercó, lo tomó del brazo y desaparecieron juntos. En ese instante, Maida volvió a recriminarle a su tío el hecho de no poder disfrutar de sus elfos domésticos en la Manor. Presionó la varita con la mano libre y esperó por lo mejor. Es decir, cualquier cosa que le quitara la sensación de vacío en el estómago y de tener ahora en medio de la garganta. Un callejón y a lo lejos, señales en neón con un idioma que desconocía. Habían llegado. Quiso caminar pero no pudo.

 

Un resplandor verde pronto la aturdió y lo último que supo fue que sus manos intentaron cerrarse en el brazo del Yaxley. Algo había salido terriblemente mal.

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Hace poco que me había ido por un tiempo a la Manor de los Yaxley, del viejo Black, de mi padrino. No había un motivo en particular o es que aún no lo descubría; la verdad es que entre la seriedad que me caracterizaba jamás podría asumir que había aceptado la invitación de Orión a compartir bajo su techo cuán familia feliz, con desayunos a los que no acostumbraba a compartir todavía o cenas que simplemente evitaba; de hecho, hasta podría admitir que extrañaba a Nius, mi elfo.

 

-¿Quién?- me limité a preguntar cuando golpearon a mi puerta pero como era de esperar, Maida entró sin previo aviso- "Permiso Aaron, ¿estás ocupado?" Un segundo Maida, te aviso...- solté con cierta ironía, sin mirarle, allí parado frente a la pared dándole la espalda mientras abotonaba una camisa ligera para luego de un toque con mi varita una voluta oscura cubriera parte del atuendo formando una cómoda túnica de viaje.

 

No había olvidado la "reunión familiar" que tendríamos con Orión, quién y según la nota, quería enseñarnos una magia peculiar que nos serviría como parte de una tradición en el linaje. Mi prima venía comentando sobre la actividad con cierta ansiedad que bordeaba el abismo de mi paciencia, pero extrañamente me quería así tal cual, con todo aquél temperamento que tanto me distinguía del común de los magos. Yo le llamaba indiferencia, una que ocultaba varias debilidades que no compartiría con nadie pues algún día conocería la magia de los horrocrux para sortear el poder que tanto anhelaba.

 

- Me sentiría más afortunado si los elfos pudieran habitar éste lugar- plasmé enseñando la estancia la cual, a pesar de estar ordenada, sentía que faltaba ese servilismo innato de las criaturas; quizás era el hecho de que Nius había estado allí desde que tenía uso de la razón- Y creo no haber ido ...- intenté recordar con una caricia en mi mentón- ... no, definitivamente no he ido. Pero si alguno de esos ojos rasgados me molesta me traeré su cabeza como trofeo.... sabías que algunos muggles los consideran una plag....

 

>> Vamos....

 

Conversaba caminando hasta ella cuando me tomó del brazo y nos consumimos en un punto ciego producto de la desaparición. Estaba acostumbrado al vórtice que odiaban los demás, pero el mareo era algo de costumbre- vivía desapareciendo- sin embargo, siempre quedaba un tanto desorientado al reaparecer en algún lugar, cuestión por la cuál no preví un supuesto ataque una vez formados frente a un callejón desolado.

 

-¡Fortificum!...

 

Exclamé rápidamente con mi varita rasgando el frente mientras me ponía de cuclillas a mi prima bastando la palma en su brazo para consumirnos en fuego negro y reaparecer en el tejado de un restaurante que alcancé con la vista a pocos metros mientras la muralla que se formaba nos protegía de uno que otro rayo aturdidor que dictaban en nuestra contra. No pasaron diez segundos en que la protección se deshizo mientras mi prima y yo nos resguardábamos sobre la humedad de la pequeña azotea, acostado en el piso para no ser vistos puesto que las parlanchinas voces de su lengua parecían dar aviso de nuestra escapada.

 

-Maida...- chisté entre dientes, alternando la mirada en su rostro y otro punto en el que ocupar la aparición pues no conocía el lugar y tampoco era bueno regresar; la bruja no soportaría la vuelta en ese estado- Maida...- volví a chistar mientras ponía toda mi concentración en llevarnos un par de estructuras más alejados- malditos japoneses...

 

Llamar a la marca para avisar a Orión solo alertaría un problema que no le competía a la casta. Sin tener otro medio, solo restaba esperar a que los tipos desistieran de la persecución para buscar a mi padrino quien no debía estar lejos; de cualquier manera mi prioridad era despertar a Maida.

 

>>Ennervate- susurré con la punta de la varita en su pecho.

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- Cortada la cabeza, muerta la araña.

 

Cómo odiaba cuando gente que no tenía ni idea, se buscaba problemas. Orión era experimentado en el arte de los duelos. Había salido victorioso del Torneo de la Marca, convirtiéndose en el campeón de su tiempo. Además de los centenares asaltos comandados. Una banda sin estructura armada que lo desafiaba, le sacaban sus más puros instintos asesinos que tenía guardados ya en el fondo de su inconsciente.

 

La lluvia caía copiosamente sobre sus hombros. La varita en mano y la cabeza gacha, con la intención de resguardar el perfil. Las luces de neón en ese barrio pseudo tradicional de Tokyo simplemente le daban ese toque de melancolía que Orión hubiese sentido a flor de piel si es que no estuviera en esa situación. Los borcegos chapoteaban en cada charco. Sentía que había gente que lo observaba, esperando el mejor momento para atacar. Nada que un Detritus o unas Necrohands no solucionarían.

 

Tenía sus dedos de la mano derecha dentro de la bolsita de runas. Necesitaba un encantamiento de identificación potenciado. Levemente sacó su mano, acompañado de bolsito de terciopelo flotando. Con un movimiento de su muñeca, las 25 runas flotaron en el aire. Como si fuese un panel electrónico que controlaba con los dedos, seleccionó las dos que necesitaba.

 

Ansuz

Othila

 

Ansuz, porque necesitaba del conocimiento de las runas y la ayuda de la magia. Othila, porque Aaron y Maida eran parte de su legado, su familia y tenían su sangre. Sangre que conllevaba el conocimiento y el manejo de las artes oscuras. Sangre que pesaba por sobre todas las cosas. Así fue como guardó el resto, colocando el mismo bolsito en su respectivo bolsillo. Movió su varita y comenzó a repetirlas. Ansuz, Othila, Ansuz, Othila. Las runas brillaron ante el uso de la magia y comenzaron a girar levemente, ellas lo guiarían hacia Aaron y Maida.

 

Cada tanto levantaba la vista, sin perder a su guía. Sus ojos azules iban desde las esquinas, hasta las azoteas. Cada tanto veía una sombra proyectada desde los faroles, que desaparecía a causa de sus movimientos. Rastreros, pensó.

 

De un momento a otro, las dos piedritas se elevaron en el aire, lo mismo que hizo Orión gracias a sus Necrohands que se materializaron debajo de sus pies. Ahí estaba Aaron intentando despertar a Maida.

 

- Haz que Maida se levante. Necesito su varita al igual que la tuya.

 

Descendió de sus manos y caminó hacia donde estaba su ahijado.

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—...se levante.

 

¿Oía la voz de Orión o seguía paseando en el verde campo de una Sófiya primaveral? Lo segundo era más que tentador, pero segundos más tarde, descubrió que estaba con dos aristas del triángulo más cercano de su vida, debía contestarles, hacerles saber que estaba "bien", sea lo que sea que hubiera pasado antes. ¿Qué sucedió? No, Maida estaba a años luz de descubrirlo. Sintió una frialdad no propia de un ser humano normal y supo que Aaron estaba cerca. Semejante enseñanza la había obtenido con los meses, ese, aunque no fuera vampiro era un témpano, y ella ya se había acostumbrado.

 

— ¡Estoy bien! —dijo abriendo los ojos por fin y tratando de sentarse. Entrecerró los azules unos segundos, queriendo enfocar algo lógico en aquella escena oriental que se había visto obligada a vivir.

 

Cada vez que Orión la mandaba llamar a algún lado, algo extraño sucedía, tenía que andarse con cuidado de ahora en adelante o su padrino terminaría por matarla un día de estos. Fuera que lo quisiese o no. Miró a su primo y se preguntó si había llevado consigo el broche de acerco que le había dado un tiempo atrás. Ella se había mandado preparar una cierva, algo para no extrañar al gemelo. Tenía que dejar su costumbre de preocuparse por la gente, menos si eran tan poco agradecidos como el Yaxley.

 

¿Cuánto tiempo me quedé así? ¿Y qué se supone que me atacó? —en la segunda pregunta no pudo evitar ver a Orión y culpar a su bolsita de runas en el camino. Desde que lo conocía tenía cierta fascinación por ese arte adivinatorio tan aleatorio— No me digas que te despertaste y leíste que debíamos conocer Asia, porque si es así, te juro que comenzaré a perderte respeto, ¡tío!

 

Pero no, su arrebato le duró justo el tiempo que le tomó decirlo. Su rostro se enrojeció y decidió quedarse muda entre los dos grandulones. Eso sí, a modo de disculpa, sostuvo firmemente la varita una vez la hubo sacado de la manga.

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Aaron Augustine Black R. Yaxley

 

Mientras Maida se despertaba, Orión, quién había aparecido sin siquiera percatarme me pedía que levantara a la bruja pues necesitaba de nuestra ayuda; ¿en qué líos andaría metido ésta vez?; El viejo Yaxley tenía un afán revolucionario en la política al borde de la anarquía, al menos así lo expresaba cada vez que se tocaba el tema en una que otra cena- instancias que apenas compartía con ambos familiares- y si andaba al otro extremo del mundo algo debía estar ocultando.

 

-Alguien nos atacó apenas pisamos el callejón que nos dijiste...- fui comentando mientras tendía la diestra a mi prima y le jalaba suavemente por su antebrazo. Observé a la bruja y luego a mi padrino- ¿Porqué nos citaste?

 

Si el mortífago nos quería ahí, no sería por amor al arte ¿confianza quizás?. El cielo nublado y el iluminado Tokio nos rodeaba en plena magnitud ¿serían rencillas de poder entre bandos oscuros?, sabía que la casta tenebrosa no había cruzado los límites de Reino Unido, por tanto y perfectamente podría tratarse de alguna clase de mafia para el control de las artes oscuras en varios puntos del planeta.

 

-¿Qué traes ahí?- pregunté siguiendo la mirada de la bruja hasta un costado de la cadera del mago, una pequeña bolsa que se mecía a cada paso que dábamos- Nos siguen- solté de inmediato mientras me percataba de unas sombras entre las azoteas de aquél lugar.

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Bueno, ya está, se había desesperado un poco por la formas del mortífago más experimentado, pero si lo que decía Aaron era cierto, tenían que actuar. ¿Era este el momento para probar el valor de su varita en combate? No, lo dudaba. Tampoco logró encontrar los ojos que, según su primo, los seguían. Estiró la mano y en un arrebato, le quitó la bolsita con las runas a Orión.

 

— ¿Cómo se supone que funciona esto? Lanzamos y esto nos dice si ¿avanzamos tres pasos, retrocedemos uno o saltamos el turno? —está bien, el sarcasmo no era precisamente su fuerte, sin embargo era lo único que se le ocurría para ganar tiempo y tratar de posicionarse de manera tal, que el ataque no la cogiera por sorpresa. Sacó un puñado de runas dispuesta a cegar con ellas a quien quisiera atacarla, si, porque usar la varita no estaba entre sus posibilidades. Pero su mano era pequeña y de ellas, se escaparon tres, que cayeron al suelo— ¿Y bien?

 

Uruz

Algiz

Hagalaz

 

— Lumos —siseó iluminando su varita y viendo con más confusión que antes, las piedras— ¿Desaparición conjunta a las tr... ¡Avis!

 

Unas pobres e inocentes aves nacieron de su varita sólo para morir tres segundos más tarde en medio de un haz de luz verde, y entonces los planes se le desbarataron. Trataba de recordar el hechizos desilusionador, pero nada, nada golpeaba su cabeza. Echó a correr lanzando maldiciones a sus espaldas y esperando que los que estuvieran delante y detrás de ellas fueran Aaron y Orión. Tenía la varita en alto, tres runas perdidas en el suelo que abandonaron, otras en el puño izquierdo y algunas pocas en la bolsita de su tío. ¿Eran alguna especie de regalo especial? Esperaba que no, o tendría que darlas por perdidas, ella no regresaría por el cambio.

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Aaron Augustine Black R. Yaxley

 

-Suelta eso ...

 

Había murmurado entre dientes cuando Maida tomó la bolsa de Orión; quizás no era lo más sensato en aquél minuto ¡Habíamos sido atacados!; por otro lado, nadie se había percatado de mis palabras. Las runas cayeron al suelo y tras un leve destello de los símbolos, las sombras que nos seguían cayeron en picada para rodearnos- un haz de luz en mi contra fue interceptado por el avis de mi prima- materialicé la varita y tras un par de movimientos logré zafar uno que otro hechizo sin preocuparme si alguno de mis acompañantes hacía o no lo mismo.

 

Las runas emitían una frecuencia intermitente, como si llamasen la atención de los tipos que nos perseguían- intervalo en el que crucé miradas con uno de los cercanos quién acercándose hacia mí a paso de bloqueos con nuestras varitas me dio de lleno con la planta del pie en el pecho lanzándome a unos diez metros (no es que pudiera haberlo hecho con fuerza muggle, sino más bien con la magia que les protegía acentuando el arte marcial que desconocía)... El tipo se agachaba a recoger el trío de runas cuando agité mi varita en la misma dirección para atraer las piedras de mi tío con un accio... ¡si estaban tras ellas tal vez no fuesen tan insignificantes!

 

Agitando la varita materialicé un látigo que jaló a uno de los magos por el pie, acto por el cual y cayendo al piso hizo tropezar a otro que corría en mi dirección- no me gustaba huir pero no veía a los Yaxley por ninguna parte- pero al darme vuelta o siquiera pensar en desaparecer en una dirección ciega sentí un golpe en la flexión de mis piernas que me hizo caer al suelo. Un hombre lo bastante corpulento como para asemejarse a un troll me había reducido con su fuerza física a tal punto de jalarme luego por las prendas bajo mi nuca cuán cachorro frente al depredador...

 

Alzo mi varita...

 

Me desarma otro tipo por la espalda...

 

Intento darle una patada a la cabeza, la misma que por cierto parecía ser la mitad de mi estatura...

 

Me azota contra el suelo fracturando más de un hueso...

 

-No no... déjalo- sostuvo uno de los atacantes mientras se acercaba a paso ligero con las manos atrás- ¿Ya tenemos las runas de Orión?

 

>>¿Le conocían?...

 

-Y éste es su sobrino...

 

-La otra que escapó también lo es...

 

-¡Pero tenemos a éste, idi***!

 

-¡Silencio!- les ordenó el mismo hombre que ahora ladeaba mi rostro con el pie; estaba inconsciente- ganamos por partida doble ésta noche, nos vamos...

 

Y así desaparecimos, sin saber nada de Maida y Orión.

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Orión no era el tipo de adulto que enseñaba a golpes, pero el sarcasmo de Maida podía hacer tambalear sus más fuertes principios de pedagogía. Ese no era el momento. Sin embargo, el Mago Oscuro estaba demasiado preocupado manejando s sus manos fantasmagóricas para cubrir una que otra maldición. Eran demasiados, incluso para él. Había salido de situaciones con muchos más atacantes, sin embargo, sus atacantes esta vez no eran fenixianos. Estos luchaban mejor.

 

Cuando Maida salió a correr, las piernas del patriarca se dispararon solas para su lado. ¡Cómo iban a hacer eso! Estaba entre la espalda y la pared, y, cuando se dio cuenta que estaba cometiendo un gravísimo error, giró desesperado su cuerpo. Aaron había sido capturado nuevamente. Gruñó, de esas que ocurren una en un millón. Necesitaba asegurarse que a Maida no le pasara lo mismo.

 

Sus piernas nuevamente accionaron, sin ni siquiera pensarlo. Las manos se ofuscaron en un segundo frente a él. Mientras que aparecían a los costados de Maida para tomarla de pies a cabeza y cubrirla de cualquier ataque, él se quitaba la campera de cuero.

 

- Vitae.

 

La varita reaccionó con una pequeña vibración. La prenda también, convirtiéndose en un intento de Lethifold, pero de cuero. Volaría, alrededor de su invocador, cubriéndolo de cualquier hechizo y ataque de los orientales. Finalmente lanzó un par de maleficios y se desapareció, cuando las Necrohands, junto con Maida, se acercaron a él.

 

 

La lluvia se escuchaba lejana. Por fin habían llegado a un lugar seco. Con su varita se centrifugó sin movimiento, su ropa, quedando un poco seco. Tomó a su amigo vitalizado y con un sacudón, volvió a la normalidad a su campera. Sacó de su bolsito de Mocke una Poción Herbovitalizante y se la acercó a Maida.

 

- Nunca más vuelvas a alejarte de mi lado –le dijo, un poco comprensivo y un poco con reproche-. Ahora tenemos que encontrar a Aaron.

 

Tanteó nuevamente sus bolsillos, no tenía sus runas. Ahí fue cuando recordó lo que había pasado. Suspiró con fuerza, soltando un poco de molestia. Del mismo monedero, sacó otra bolsita, esta vez de tela y llena de runas de madera.

 

- Necesito que esto salga de tu magia. Estoy ligado a mis runas y no puedo hacer consultas con otra. Verás, no me sirve si el conjunto de las mismas está incompleto. Justamente, la magia del azar es la que hace el trabajo.

 

Le dejó la bolsita a un lado de la poción.

 

- Visualiza la pregunta, con sus palabras, en la mente. “Dónde está Aaron”. Luego, busca solamente tres runas al azar y tíralas sobre el suelo, como si dejaras caer la respuesta. La lectura de una consulta consiste en la relación de las runas. Cada pieza es un concepto. Es en su posición y lo que representa, donde se encuentra la interpretación.

 

Le insistió con ambas manos.

 

- Vamos, yo te ayudo.

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