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Pociones


Tauro M.
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Eobard Thawne
justo

 


El sonido del crepitar proveniente de la chimenea era casi que adormecedor. Haber pasado toda la noche anterior experimentando con las runas y pociones la había dejado agotada y si bien todavía no estaba cerca del final, los resultados obtenidos hasta el momento eran bastante prometedores. Quizás ella no era la única que se había atrevido a potenciar el efecto de una poción por medio de las runas, pero sus precursores o bien no habían conseguido grandes logros o se lo habrían guardado para sí mismos. Cualquiera que fuera la respuesta, sabía que lo hacía más para alimentar su sed de conocimiento y propia curiosidad, más que para obtener reconocimiento.

«Sí que se me hizo tarde».

Consciente de que su pequeño experimento le tomaría toda la noche, Tauro fue precavida y decidió llevar a cabo el procedimiento en el aula de pociones, cosa de que no tuviera que perder tiempo trasladándose desde el castillo hasta allí. Pero de todos modos se hizo tarde y apenas pudo esconder la evidencia y dejar medio arreglado el salón. Esta vez no notificó a los alumnos acerca del inicio de las clases, confiaba en que los directores lo hubiesen hecho por ella, de lo contrario tendría que posponerlo para el día siguiente.

Aun así, había cosas por hacer, ingredientes que organizar, calderos que devolver a su lugar y libros, muchos de ellos, que acomodar en los estantes. Nunca antes otra actividad la llenó de tanta satisfacción como aquella, ensuciarse las manos mientras aplastaba alguna raíz o sacaba el jugo de la hoja de una planta peligrosa, cuidarse del vapor emitido por la propia poción que podía resultar peligroso y mortal para quién lo inhalara más tiempo del debido y por supuesto, enseñar a otros ansiosos de aprender de tan difícil arte o guiar a los que ya tenían idea, porque como fuera ella directa o indirectamente se convertía en parte de ese proceso. Sólo cuando enseñaba pociones se olvidaba de los ideales de quién tuviera en frente, aunque sí que tenía una política de cero tolerancias a cualquiera que considerara que iba a hacerla perder el tiempo, la cual nada tenía que ver con el poco o gran conocimiento que tuvieran los aprendices.

—Espero que no tarden en llegar —intervino después de un rato, rompiendo el silencio que ella misma había creado. Dejó la puerta abierta para poder ver bien a quién llegara desde la comodidad de su escritorio y posteriormente tener una mejor vista de las dos únicas mesas delante de ella. Lo bueno del salón, es que era bastante amplio para tener dos grandes estantes del lado y lado, en los cuales había ingredientes guardados cuidadosamente en recipientes de vidrio, libros, pociones, frascos vacíos y otros con cosas demasiado desagradables para la vista. Ubicadas lateralmente estaban las dos mesas que tenían diferentes utensilios necesarios para la preparación de las pociones, así como guantes, delantales y batas, calderos, más recipientes y todo lo que se pudiera necesitar para una clase como aquella. Por último, una pizarra detrás del escritorio la cual ocasionalmente utilizaba para dejar una que otra indicación, rezaba el nombre de ‘‘Taurogirl Lavigne’’.

Lo único que faltaba era que sus estudiantes llegaran y cuando lo hicieran, como de costumbre, esperaba que le dijeran el por qué deseaban adquirir ese conocimiento, siendo esa su forma de conocerlos y tener una primera impresión de ellos.

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Los últimos días, se había encontrado a sí mismo practicando su puntería en los lindes del bosque familiar de los Black Lestrange. Aunque eran meros costales vacíos, consideraba esencial el pulir sus técnicas. El último sujeto de pruebas se desplomó, víctima de las cadenas que salieron de la punta de la varita del castaño. En ese momento, una lechuza surcó el cielo y se posó en su hombro. Llevaba una pequeña nota.

 

Hola, pequeña, ¿qué traes ahí? tomó la misiva, que al parecer estaba dirigida hacia él. El papel incluía el sello de Hogwarts, por lo que sólo se tomó un par de segundos para entender de qué trataba.

 

Agradeció a la criatura. Dando por concluida la práctica, giró sobre sí mismo, desapareciendo de su hogar. Sonrió de oreja a oreja en cuanto se encontró de frente a las verjas metálicas que concedían la entrada a Hogwarts. Había pasado considerable tiempo desde la última ocasión en que había recorrido sus aulas. Incluso, no contaba con tener que volver tan pronto. No obstante, era necesario.

 

No importa cuantas veces me detenga, la vista siempre es agradable.

 

Susurró para sí mismo, contemplando el castillo. Ya anochecía, por lo que las lámparas comenzaban a iluminarse. Los jardínes estaban casi en penumbra, y debido a su atuendo, podía fácilmente confundirse con el césped, si alguien lo observaba desde arriba. Llevaba unos jeans grises ajustados, que iban a juego con una túnica oscura que lanzaba pequeños destellos azules al movimiento, y bajo la cual llevaba su playera polo de manga larga favorita. Los tenis deportivos monocromáticos comenzaron a emitir eco en cuanto puso un pie sobre la piedra del vestíbulo.

 

De vuelta en casa por...¿segunda ocasión?

 

Apenas se encontró en el recinto principal, tomó las escaleras con dirección a las mazmorras, pues sabía que ahí se impartiría su clase. El eco de sus pasos aumentó a medida que fue descendiendo. Una vez en el subsuelo, y tras echarle un vistazo a la entrada de la Sala Común, donde pasaba su tiempo de esparcimiento mientras era estudiante, procedió al salón que le correspondía.

 

Buenas noches. se anunció, tocando la puerta, una vez que arribó al lugar.

 

Se encontraba abierta, por lo que accedió al aula, no sin antes dedicarle una ligera inclinación de cabeza a la profesora, quien observaba desde el escritorio que presidía el lugar. Tomó asiento en una de las dos mesas libres que había. Al parecer, serían sólo dos alumnos en aquella ocasión, cosa que no le molestaba al castaño, pues consideraba que de esa forma el aprendizaje sería aún más especializado.

 

Es una interesante cuestión... comenzó, después de un rato en silencio. No pensé que recorrería estos pasillos en un futuro cercano. Y más aún, la razón. La elaboración de pociones...Considero que es vital, no sólo como cultura general del mago, supervivencia, todo eso. No, no, también es un arte. Y, como todo producto de dicha disciplina, es digno de admirarse, de aprenderse si es posible. Por eso, estoy aquí.

 

Entrelazó sus manos y las apoyó sobre la mesa, pues de esa forma se sentía más cómodo. Volvió a asentir, mirando a la docente. De cualquier forma, tendría que esperar a que el otro estudiante arribará. ¿Lo haría?

 

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