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Conocimiento de Maldiciones


Leah Snegovik
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Cambiar de aires no le hacía mal a nadie, ni siquiera a ella. Sin embargo, no terminaba de agotarse del todo de la cabaña. Si bien siempre se veía exactamente igual, debía tomar el mismo camino y sin duda debía dar el mismo contenido una y otra vez, encontraba la forma de darle la vuelta a sus clases para que ninguna fuese idéntica a otra. Los estudiantes tenían la mayor parte del mérito, con sus opiniones variadas o incluso sus debates inesperados. Así que, como el mes anterior, Ivashkov terminó de redactar una carta y la duplicó, enviándola por el método mágico tradicional.

 

Observó la lechuza partir, viendo el aleteo de sus alas hasta que se perdieron no muy lejos de ahí, más que todo porque el clima no permitía ver demasiado del entorno. La cerrada neblina cubría el bosque y sus alrededores, entre ellos la cabaña donde la rubia impartía sus clases de Maldiciones. Carente de ventanas, el pequeño jugar parecía una mezcla perfecta entre lo miserable y lo misterioso. Incluso con la profesora recargada en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y su túnica elegante, la cabaña no perdía ese toque tenebroso que se hacía cada vez más perturbador, de hecho, parecía hacerse más grande con su presencia ahí.

 

Era una pequeña casa de troncos gruesos e irregulares, de distintos árboles que habían sido talados y apilados sin mucha delicadeza. La superficie de la madera parecía dañada, aunque en buen estado considerando el tiempo que tenía erguida la edificación en el bosque, y las ventanas sólo era agujeros tapados con tablas irregulares y gruesos clavos negros. Del interior sólo salía una ténue luz verde, lo que hacía la presencia de la mujer tan perturbadora como todo lo demás, e irradiaba con tanta parsimonia que daban ganas de acercarse para descubrir qué era lo que brillaba.

 

Sin embargo, el claro donde la cabaña estaba ubicada no daba la misma sensación.

 

Un círculo perfecto de un radio de unos cinco metros rodeaba la cabaña, con el pasto seco alrededor y un sonido peculiar. No era un ruido, era más bien un rumor. El rumor de cosas muertas, como si los espíritus estuvieran por ahí cerca. Y un olor, un olor que podría ser azufre o algo más dulzón. Pero no se trataba de cosas supernaturales, ni de eventos paranormales. Se trataba de una maldición. Una maldición rodeaba la cabaña y la cabaña en sí era una maldición. La noche se cernía sobre Londres, el Ateneo y la cabaña y con ella, estaba apunto de empezar su clase.

 

La carta decía claramente que la clase empezaría a las nueve en punto y esperaba mucha puntualidad de parte de sus estudiantes. Ashura, su hija y Neos, un viejo compañero de bando, seguro no iban a decepcionarla. Pero había enviado la carta con cinco minutos de antelación, lo que quería decir que tenían unos dos minutos para llegar a tiempo, según los aproximados tres minutos que había perdido viendo al infinito desde su posición. Sonrió con picardía, revelando unos dientes blancos y simétricos casi tan elegantes como su túnica champán, bordada con pequeños y bonitos soles.

 

Aura del Escudo Fantasmal —pareció cantar con su curioso tono de voz.

 

Sacó la varita antes de pronunciar el hechizo y concentró toda su energía en sus manos, hasta formar dos fantasmas perfectos con formas distintas. El primero, Lucius Malfoy, salió a una dirección. La segunda, Bellatrix Lestrange, salió hacia un lugar diferente. Ambos atravesaban los árboles como si no existieran, cuando en realidad eran ellos los que no pertenecían al mismo plano, así que dejó de verlos pronto en la oscuridad. A Neos le había dado indicaciones distintas a las de Ashura y si tenían suerte, los fantasmas los guiarían a tiempo por el laberinto pequeño y casi accidental de la naturaleza del bosque oscuro. Un minuto, según sus cálculos.

 

Al final de la carta había agregado una pequeña frase:

 

"Espero puntualidad, sin excepciones".

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Una de las prioridades de Neos al regresar a Londres era la de recuperar un lugar de importancia en el ministerio, donde había llegado a ser director de uno de los departamentos. Pero las cosas habían cambiado mucho desde su ida, incluidas las certificaciones para trabajar, lo que sumado a su nula practica y estudio durante su ausencia le había llevado a tener que anotarse en clases de la universidad mágica. Tampoco era algo que le molestara mucho, pues le gustaba estar en un constante aprendizaje y descubrimiento, por lo que no lo pensó demasiado antes de hacerlo.

 

Conocimiento de Maldiciones había sido la primera de la lista, que era algo que le servía más como mortífago que como trabajador ministerial, algo que obviamente no podía revelar a la profesora por mucho que también estuviera en la marca. La recordaba de su antigua época, pero había pasado tanto tiempo fuera que era difícil esperar lo mismo de ella. De cualquier manera no era que fueran a ponerse a conversar sobre los viejos tiempos con un whisky de fuego, era bien sabido que las clases de maldiciones podían ser muy peligrosas, no iba para aprender sobre las sencillas que los niños utilizaban para lastimarse entre clases.

 

Había estado esperando el inicio desde hacia varios días, por lo que cuando vio una lechuza picoteando en su ventana del castillo Triviani se acercó de inmediato a ver la nota. Casi de inmediato su cuello se giró hacia el reloj de pared, momento en que no supo si sonreír o maldecir a la profesora. Le importó poco que estuviera con una túnica maltrecha que solo usaba en casa, al menos tenía zapatos y ropa interior puesta, así que saltó por la ventana y apenas estuvo a una distancia que pudiera hacerlo se desapareció hacia el lugar del encuentro.

 

Apareció en un bosque, y de inmediato se dio cuenta de que no tenía idea de donde estaba. Intentó buscar la cabaña mencionada en el pergamino, pero no vio nada. ¿Allí era donde debía aparecerse? Quizás lo había hecho mal, después de todo había estado mucho tiempo viajando sin utilizar la aparición, bien podría haberse equivocado en el destino.

 

Pero cuando vio a una extraña presencia fantasmal cambió de opinión, un hombre rubio y con la mirada mirada estaba a pocos metros de él. Miró su reloj de bolsillo, le quedaba justo un minuto para las nueve. Y cuando volvió a mirar al fantasma, este dio la vuelta y comenzó a avanzar. ¿Porqué se le hacía tan conocido? En la oscuridad era difícil saberlo, pero creyó que era razón suficiente como para seguirlo. Sin embargo, su paso lento hizo que a los pocos segundos prefiriera adelantarlo y casi correr hasta que vislumbró la cabaña y a Leah al frente de ella.

 

Miró su reloj, quedaban cinco segundos.

 

 

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El día tan lejano finalmente había hecho su aparición. Sabía que no faltaba mucho para que las instrucciones de la primera clase de conocimientos de maldiciones llegaran. Escuchaba atentamente el goteo de una

de las manijas del lavamanos caer suavemente una tras otra para entretenerse mientras esperaba las noticias tan anciadas. Esperar seguramente no era algo para lo que poseía habilidades innatas, solía ser

tranquila, pero sabía que cuando se trataba del aprendizaje su tiempo era oro. Cada goteo se volvía mas intenso a cada segundo provocándole un estado de tensión aún mas grande, intentaba relajarse mientras veía la dura neblina que se formaba ante la vista que le proporcionaba la ventana que daba junto a su alfeizar en el que se encontraba sentada.

 

 

 

Una pequeña mancha diferente al escenario que le proporcionaba el clima de aquel día había llamado su atención que al mismo tiempo la colocó en un estado de alerta. Las pequeñas alas batían rápidamente con las instrucciones de su dueño de llevar aquel mensaje a tiempo a sus destinatarios. > pensó Ashura nerviosamente deseando poder ayudar al pobre animal a batir ese par de alas un poco mas aprisa. Unos minutos antes de aterrizar sobre el alfeizar en donde ella se encontraba le arrebató a la pequeña ave la nota con las instrucciones e indicaciones de la primera clase. La leyó cuidadosamente hasta el punto que había logrado memorizar cada una de las palabras que conformaban el mensaje.

 

"Espero puntualidad, sin excepciones".

 

 

Ante esta demanda de la Ivashkov no pudo evitar dibujar una pequeña sonrisa, después de todo, Leah era su madre y aunque no había tenido la oportunidad de convivir demasiado con ella en el pasado, parecía que por fin tendrían tiempo para conocerse, aunque esta vez como madre-alumna y estaba segura de que no la decepcionaría.

 

Tomó un poco de comida para aves y un poco de agua para alimentar a la pequeña lechuza antes de que tomara de nuevo su curso para dirigirse a casa, tomó su morral y se lo cruzó sobre el pecho.

 

- Estoy lista - Declaró después de dejar escapar un ligero suspiro con la intención de relajarse a ella misma.

 

 

* * * * * * *

 

Había decidido aparecerse en el bosque de las indicaciones, había llegado al parecer con diez minutos de anticipación, si algo que le habían inculcado muy bien dentro de la cultura asiática era respetar el tiempo ajeno. Se detuvo a analizar el terreno en donde se encontraba parada. Por extraño que parecía no había percibido al menos hasta el momento alguna señal de vida por los alrededores.

 

A su nariz le llegó un pequeño aroma a azufre, sin pensarlo, se mantuvo en posición de alerta al tiempo que colocaba su mano derecha cerca de su varita en cualquier caso que fuera necesario. Una pequeña luz platinada se había hecho acreedora de su atención. No, no parecía ningún animal o una maldición, esto ya lo había visto antes, al menos eso le recordaba a un pequeño fantasma con el que había tratado durante su estadía en la academia hace ya mucho saños atrás.

 

 

La figura platinada comenzaba a moldearse conforme se acercaba a Ashura, entrecerró un poco los ojos para distinguirla bien de entre la densa neblina que parecía comerse el lugar en el que se encontraban.

 

- ¿Ashura Lestrange? - La chica solo se limitó a asentir con la cabeza. Había distinguido perfectamente la figura de Bellatrix Lestrange ante ella, cualquier otro mortífago se sentiría honrado al estar sobre su presencia fantasmal y aún mas al ser guiado por ellos hacia su destino. El ente no pronunció otra palabra y se limitó a flotar por el camino que las llevaría con junto a Leah y sus compañeros de clase.

 

Llegaron a una pequeña cabaña o al menos eso era lo que parecía. Era curioso que su madre decidiera aquel lugar para tomar la asignatura, pero estaba realmente emocionada por comenzar con las actividades que ella les impondría. Su compañero ya se encontraba ahí, al parecer había conseguido llegar al margen de tiempo que había marcado Leah para dar inicio al curso.

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Asintió, complacida, cuando escuchó los pesados y veloces pasos de alguien que corría a través del bosque. Quedaba poco tiempo, tenía sentido, pero le dejaba en claro que existía compromiso y con él, un fuerte sentido de puntualidad. Sus ojos divisaron a Neos poco antes de que entrara al claro del bosque, ahí donde ella y la cabaña esperaban con curiosidad. Posteriormente, escuchó los pasos de Ashura, un poco más relajados, aproximándose por la esquina contraria. Su hija parecía tranquila en comparación a Neos, quien agitado respiraba con más velocidad de lo que una persona lo haría en reposo.

 

—Bienvenidos a la clase de Maldiciones, soy la profesora Ivashkov —saludó, realizando una pequeña reverencia para ambos.

 

Por supuesto, ellos sabían quién era ella. Pero la cortesía nunca estaba demás, sobre todo después de que los había hecho apurarse y correr por el bosque, en el caso de Neos. Empujó la pesada puerta como si no pesara en realidad y realizó un ademán elegante, señalando el interior para que ambos entraran. Una vez lo hicieron, entró tras ellos y cerró la puerta tras de sí, que pareció sellarse en seco por arte de magia.

 

Si el exterior no era vistoso, el interior lo era mucho menos.

 

Carente de color, más allá de la sombra del moho en la madera descuidada, lo único que realmente llamaba la atención del lugar era el cúmulo de verlas negras con flama verde que estaban puestas en algunas repisas. En el centro de todo, como el mayor misterio de construcción de la cabaña, una rústica mesa redonda hacía parecer el espacio aún más cerrado de lo que era en realidad. Sus sillas eran troncos secos, irregulares, a la altura ideal dentro de su asimetría. Y al fondo de todo, una chimenea de escasa leña crepitaba con suavidad, sin llegar a calentar el lugar y sin cambios sustanciales en la iluminación.

 

Era sucio, casi ordinario y tal vez muy simple. No pegaba en absoluto con la rubia, ni con sus estudiantes. No obstante, la primera parecía curiosamente cómoda con el olor, la falta de luz y sin un ápice de claustrofobia. Avanzó en silencio, pasando hasta el final de la mesa y tomó asiento en uno de los feos taburetes, entre Neos y Ashura, antes de cruzar los dedos sobre la superficie marcada de la mesa. Junto a sus manos, la vara de cristal era lo único que tenía color, exceptuando las túnicas que portaban, en todo el lugar; roja, de cristal, recibiendo la luz ténue de las velas como un pequeño reflector.

 

—Hay una diferencia entre un hechizo común y una maldición —empezó, enarcando las cejas como si no lo hubiera repetido cientos de veces—, en realidad, hay muchas diferencias. Pero la más importante, la más obvia, es el creciente deseo de causar daño a alguien más. ¿Cómo podemos diferenciar una maldición de un hechizo común? Analizando los resultados que queremos conseguir. En el caso de un Traslador, el encantamiento Portus confiere habilidades especiales a un objeto. Si hiciéramos que alguien riera descontroladamente con un Rictusempra, sería un maleficio, es inofensivo. Y si transformáramos una silla con un Morphos, sería una transfiguración. Pero, en el caso de un Sectusempra, ¿qué pasaría?

 

Mientras hablaba, una bruma gris había empezado a formarse su cabeza, llamando la atención de sus estudiantes y eso era lo que quería en realidad. No había pizarras ni objetos muggles, había magia y con ella, figuras capaces de explicar lo que quería. La bruma había formado pequeñas personas, con detalles tan marcados como la ropa o el peinado, con varitas mínimas que se apuntaban entre sí. Había dado un ejemplo del Portus, del Rictusempra y el Morphos. Y cuand llegó el momento del Sectusempra, la respuesta a la pregunta que acababa de hacer se reflejó en un rayo rojizo, un impacto y sangre, representada en humo rojo, saliendo a borbotones del contrincante. Ella no lo miraba, pero sabía cuándo volver a retomar la palabra.

 

—Una maldición, siempre, busca hacer daño a una persona. Entendemos por daño, cualquier herida, grave o no, que pueda ser causada por nuestras acciones. Y ahí es cuando se marca la diferencia entre las maldiciones muggles y mágicas. Los muggles son capaces de maldecir, poseen el mismo deseo de dañar a alguien y maldicen, con todas sus fuerzas, pero sin resultados —separó sus manos y tomó la vara de cristal entre sus dedos—. Nosotros en cambio tenemos magia y no sólo podemos desearlo, podemos hacerlo realidad.

 

»Y con magia no tenemos demasiadas limitaciones a la hora de maldecir. Podemos maldecir a una persona, maldecir un objeto, maldecir incluso por medio de una poción. Pero cuando aplicamos estas maldiciones a un objeto, no estamos apuntando al objeto en sí, ¿qué podríamos lograr maldiciendo un objeto que no nos ha hecho nada? Apuntamos al dueño, a quien lo busca, a quien vaya a beber. Y ahí es cuando la maldición cobra sentido.

 

El par de fantasmas entraron en la cabaña con sigilo, atravesando la pesada puerta y poniéndose uno detrás de cada estudiante. Alzó la barbilla hacia ellos para que Neos y Ashura se giraran a verlos.

 

—Maravillosas son las Auras —comentó, refiriéndose al arte aprendida con los guerreros Uzza—. Son fantasmas sin cuerpos físicos, es evidente, pero tienen la función de recibir un único hechizo antes de desaparecer. Y su tarea, en este momento, es realizar una maldición. La que sea. Exploren más allá de las imperdonables, que estoy segura de que saben usarlas.

 

Sonrió, cómplice y los apuró con un par de palmadas.

 

—Vamos, quiero verlos.

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Se dio unos segundos para recuperar el aliento, al parecer había sido el primero en llegar, aunque la que sería su compañera de clases no tardó en llegar. Respondió a la reverencia de la profesora, presentándose también, más por cortesía que por necesidad.Neos Triviani.

 

La siguió cuando esta entró a la cabaña, dejando el paso primero a Ashura por caballerosidad. Levantó una ceja al encontrarse en el interior, no es que esperara un hotel de lujo, pero aquel sitio parecía más un lugar donde se arrojaban cadáveres que uno para hacer una clase. Imaginaba que algún propósito debería de tener, o de otra forma no los habría citado en un lugar tan específico.

 

Tomó asiento a la derecha de Leah, acomodándose como pudo en el tronco irregular que tenía como asiento, más su rostro no mostró signos de molestia. Neos sabía cual era su lugar, allí la profesora era quien mandaba y él escucharía atentamente todas sus instrucciones. Aquel conocimiento era de suma importancia para él, necesitaba aprenderlo bien o solo habría sido tiempo perdido.

 

La escuchó con mucha atención, al tiempo que seguía con la mirada la bruja que iba representando sus palabras. Hacer daño, algo que a Neos se le daba muy bien, sobre todo cuando dejaba que esa ira que escondía se desatara. Muchas veces se había excedido, estando a poco de ser descubierto, más llegó a aprender con los años a como hacerlo de manera más segura. Maldecir era todo un arte, uno que el Triviani gozaba con cada grito provocado.

 

Cuando los fantasmas entraron, a la seña de Leah Neos se giró para quedar de frente al rubio y solo entonces lo reconoció, Lucius Malfoy. La indicación era clara, lanzarles una maldición a elección. Podía ser una tarea sencilla, pero para el Triviani escoger una nunca lo era. Se puso de pie y se alejó un par de pasos del fantasma. Pensó en un embrujo punzante y el hechizo salió en dirección al fantasma, no era una maldición muy sofisticada, pero había sentido unos deseos irremediables de ver ese rostro perfecto desfigurado, un pequeño gustito que se podía dar con un Malfoy.

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Una vez que Neos y ella se dispusieron a sentarse a los costados de su madre agudizó su sentido del oído para prestar suma atención a cada palabra que su madre emanaba de su boca. Si algo sabía bien es que sentía un orgullo y respeto determinantes hacia la rubia Ivashkov, así como también sentía que tenía mucho que aprender de ella y a su vez demostrarle que era digna de llevar sus apellidos. Respiró un poco para tranquilizarse mientras proseguía escuchando la cátedra que su madre estaba dispuesta a impartirles. Después de un momento centró su atención hacia la presencia de las auras que se encontraban detrás de ellos. Notó el ligero sonido que producía la madera al crujir durante el proceso de combustión que ayudaba en parte a la iluminación de la habitación.

 

Neos se había adelantado a realizar el primer movimiento del juego, parecía seguro, pero para nada confiado con sus decisiones finales, pero daba la impresión de que le producía un cierto placer el hacer sufrir a cualquier individuo que portara el apellido Malfoy.

 

Cerró los ojos para concentrarse mentalmente mientras elegía la maldición adecuada para su víctima durante aquel simulacro, aunque para ella, no le producía nada de placer el hecho de atacar a la imagen de una bruja de la historia a la cual ella admiraba. Apartó esos sentimentalismos inecesarios para la ejecución de su tarea. Se colocó delante del fantasma de la Lestrange pensando en una maldición que podría tal vez ser muy básica, pero sin duda efectiva.

 

Atrajo a su mente la > apuntando directamente al aura para generarle el daño que buscaba. Ese movimiento sin duda le había recordado la temporada que había vivido dentro de la acadmeia. Sabía perfectamente el efecto y el daño que causaba la maldición hacia el oponente. Instantaneamente el aura de la bruja se había puesto de bruces mientras intentaba deshacerse de todas las babosas que se encontraban en el interior de cada centímetro de sus intestinos estomacales.

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Tras el choque de sus palmas, cruzó los dedos y se inclinó sobre la mesa, apoyando la barbilla sobre sus falanges como si esperara ver mejor en esa posición. Pero la verdad era que esperaba con tranquilidad a que se equivocaran. No porque le causara satisfacción verlos errar, más bien porque le encantaba marcar los errores y erradicarlos para momentos futuros. El primero fue Neos, con un Embrujo Punzante. Logró ver el rostro deformado del fantasma antes de que desapareciera. La segunda y por ende la última, fue su hija, quien realizó un babosas. Por suerte no llegó a ver cuándo el fantasma escupía babosas, aunque todos vieron las arcadas.

 

—Siempre es complicado reflejar una maldición —sus ojos verdes mostraban una paz absoluta o, tal vez, demasiado conocimiento, pero la sonrisita ligera que curvaba sus labios la hacía parecer casi divertida—. Pero eso que acaban de hacer no es una maldición.

 

Se puso de pie ante las miradas de incomprensión y alzó ambas manos, dándoles el beneficio de la duda.

 

—En los libros y listas de bando aparecen como maldiciones, es cierto. Lo sé. Pero según mi definición y lo que les dije que hace una maldición, ¿consideran que un hechizo deformador y un hechizo que hace vomitar son maldiciones? Dicho como lo acabo de decir, son más bien maleficios. Igual que el Desangueo, que hace crecer los dientes incontrolablemente. Son hechizos que podría hacer un chico por vengarse de otro que ha obtenido mejor puntaje en el Quidditch, aunque eso no les quita mérito en lo absoluto. Sin embargo, es tiempo de hablar de verdaderas maldiciones.

 

Avanzó hasta quedar entre ellos, casi a la misma altura que su hija y bastante más baja que Neos, pero con el cuello lo bastante largo como para lucir esbelta y peligrosa al mismo tiempo. Un movimiento de su muñeca invocó una voluta de oscuridad, como si la penumbra pudiera moldearse como la arcilla y la misma recreó esta vez a otro Mortífago, un traidor que adoraba usar como sujeto de prueba puesto que lo despreciaba. Peter Pettigrew, uno de los personajes que más odiaba en la historia, lucía como una ratita asustada ante ella. Perfecto.

 

Seccionatus.

 

Con el floreo de la varita, sus compañeros de bando sabrían qué hechizo era mucho antes de que las medias lunas volaran rápidamente al pecho del hombre. Como efecto extra, se aseguró de que la espesa bruma chillara como hubiera chillado Pettigrew de estar vivo. Rió por lo bajo.

 

—¿Cómo sabemos diferenciar una maldición de otra? Busca hacer daño, tanto daño, que pueda provocar la muerte. Seccionatus es un ejemplo. Necesito que cada uno me diga una maldición, tanto de la Marca Tenebrosa como de la Orden del Fénix. Sus miembros sostienen con suma devoción que no hay maldiciones en sus hechizos, ¿están de acuerdo con eso?

 

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Escuchó con atención las palabras de la profesora, más no pudo estar del todo de acuerdo con ellas. Al menos él si había deseado hacer daño, y creía que uno que pudiera causar la muerte no era tan divertido, la deformación en el rostro iba acompañada de dolor. Pero quizás entendía a que quería llegar, y solo era su mente juguetona la que se divertía pensando en nuevas formas de torturar a alguien, que para él nada tenía que ver con le hechizo especial que se usara, con cualquier se podía improvisar.

 

La observó hacer lo propio con un nuevo fantasma, al que era imposible no reconocer. Cualquiera que se tuviera algo de respeto sabía que ese tipo era lo más bajo que se podía caer, la traición, la cobardía, ninguna de las cualidades que un buen mortífago debiera poseer. Se dispuso a disfrutar del momento que se vendría, adivinando que Leah usaría una maldición mucho más violenta que la que sus estudiantes había utilizado. En ese sentido tener como guía a una mortífaga hacía las cosas más interesantes, mucho más.

 

Cuando volvió a ser su turno de participar, Neos tuvo que comenzar a rebuscar en su cabeza hechizos que hubiese visto de parte de la orden, en uno de sus muchos encuentros antes de que se alejara de Londres. Con los mortífagos no tendría problemas por supuesto, aunque mejor le daba una vuelta antes de decir cualquiera y que la profesora no lo considerara maldición.

 

—Pues hechizo de la Orden voy a mencionar el Disparo de flechas, que es básicamente el Seccionatus pero con flechaslos hechizos de la Orden no eran particularmente de su interés, pero imaginaba que ese debía de servir.—Para los mortífagos creo que diré el Absorvere, puede no llevar a causar la muerte pero si a perder extremidades y a causar tanto dolor que bien podría hacerles desear la muertedijo, casi imaginando en su cabeza las veces que lo había utilizado, y como había disfrutado de ver el dolor causado.

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