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Prueba de Metamorfomagia #7


Amara Majlis
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Amara se encontraba un tanto inquieta. El interior de ella aun esperaba que la última de las chicas que había mostrado que podía obtener el anillo de la habilidad se presentara en su cabaña después de lograr su pequeña prueba, había pasado toda la noche en espera de ella, pero nunca llegó, por lo que no se quiso separar de aquel lugar. Por otro lado, sus ojos verdes miraban por la ventana de su cabaña en espera de que dos figuras aparecieran en el patio, eso también la dejaba un poco inquieta.

A la mañana siguiente, a la que había enviado a sus respectivos hogares a Nathan y Sagitas, era un día soleado y un tanto caluroso, ella podía sentir la humedad del aire golpear su rostro, al tiempo que recorría sus fosas nasales mientras respiraba. No era un clima óptimo para hacer correr al Weasley y a la Potter Black, pero aun así lo haría, no los haría correr como tal, pero si recorrer un largo camino hasta el lago más cercano.

Toda la mañana había calentado agua en una tetera de porcelana, solo se acercó a agregar unas cuantas hierbas y el contenido de varios sobres con polvos hasta que el agua llego a su primer hervor. Después de varios minutos, tomo la tetera como si supiera que ambos chicos a los que esperaba estarían próximos a llegar. Para cuando amabas siluetas se hicieron visibles en su jardín, la Arcana se encontraba recargada al filo de la puerta con una tetera humeante y dos grandes tazas en las que iba a verter el contenido de aquella tetera. Un líquido verdoso, el cual tenía un sabor un tanto peculiar a menta y chocolate, ingredientes que había agregado para que no notaran que aquel líquido les haría perder un poco sus recuerdos de la metamorfomagia.

Bienvenidos, qué alegría es encontrarnos de nuevo. —saludo a ambos con una sonrisa cálida. Se acercó a ellos y entregó una taza a cada uno, vertió el líquido de la tetera en cada una de ellas, no dio la indicación de que bebieran su contenido y regresó al interior de su cabaña por un cesto donde dejarían todas sus pertenencias.

Antes de comenzar, quiero sus varitas, amuletos y anillos al interior del cesto. Cuando termine de dejar todo, por favor beban el contenido de su taza. Recibirán indicaciones de su prueba cuando hayan bebido todo el contenido.

Se alejó unos cuantos pasos de ambos y cuando los vio listos, les indico una sola cosa.

Se enfrentarán a tres desafíos, deben seguir el camino hasta llegar al lago, ahí seguro encontraran algo que les ayudará a llegar al otro extremo del lago, ese es su primer desafío.

Cuando lleguen al otro lado del lago, se hallarán frente a un gran laberinto que los separará en esta gran prueba, crúcenlo, ¿Cómo sabrán que están listos para salir del laberinto? Fácil, su figura o aspecto real se debe ver reflejado en un cuerpo acuoso contenido en una vasija que encontraran, si es que lo que se refleja en aquella vasija es su verdadera forma, ese es su segundo desafío.

En su tercer desafío, se encontrarán en un lugar en el que las personas necesiten de su ayuda, será realmente fácil para personas como ustedes resolver las necesidades de esas personas, cuando lo logren nos volveremos a ver.

Los estaré esperando frente a las siete puertas de las habilidades, donde les entregaré un anillo, les diré para qué sirve el anillo y lo que deben hacer al llegar frente a las siete puertas cuando lleguen a ese lugar, buena suerte. Nos vemos, hasta entonces.

Amara, se despidió de ambos y entró de nuevo a su cabaña dejando que la Warlock y el Weasley se alejaran del lugar. Al llegar al lago, ambos jóvenes verían una pequeña balsa que soportaba el peso de un adulto o de dos niños, debían trabajar en equipo para lograr que ambos pasarán sanos y salvos al otro lado, ahí comenzaría su gran aventura. Ella aún estaba esperando que Helike apareciera de Corea del Sur.
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Sintió sus pies tocar el suelo, dándole una sensación de estabilidad que bien le venía en aquel momento. Era la cuarta vez que se enfrentaba a una prueba de habilidad y, a pesar de la experiencia previa, todavía no dejaba de sentirse nervioso ante la perspectiva de realizar una nuevamente. Había intentado mentalizarse la noche anterior respecto de lo que podía esperar, más rápidamente había aceptado que aquello no daría fruto alguno. En cambio, se limitó a dar vueltas y vueltas en la cama hasta que, finalmente y dándose por vencido, salió de su camba y dio un paseo nocturno en su forma animaga.

 

Adelantándose hasta el presente, permaneció unos segundos con los ojos cerrados. Supo entonces que había elegido bien su vestimenta para aquel día: unos jeans, una remera de mangas cortas y unas zapatillas cómodas. La humedad de Ottery St. Catchpole estaba multiplicada en los terrenos de la Universidad y, a pesar de que una fresca brisa soplaba de norte a sur, no era suficiente para paliar la sensación de calor que el denso ambiente ofrecía aquel día. La mañana era aún joven para cuando se hizo la hora en que había sido citado y comenzó a caminar hacia la cabaña de la Arcana, lugar donde recibiría las instrucciones para realizar la prueba.

 

A lo lejos puedo ver la vivienda de la mujer, y a medida que se acercaba divisó su figura en el exterior de la misma, reposando contra la puerta y esperándolos a ambos: Sagitas tomaría la prueba junto a él. Frente a ella había una pequeña mesa ratona con una tetera y dos grandes tazas a juego. El Weasley arqueó las cejas a modo de curiosidad, más le pareció un bonito gesto de parte de la mujer para ayudarlos a hacer aquella experiencia un tanto más amena. La tetera desprendía un fuerte olor a menta y chocolate, lo que condecía parcialmente con el color verdoso del brebaje que la mujer vertió en cada una de las tazas para luego entregarle una al Weasley y otra a la Potter Blue.

 

Ambos fenixianos siguieron a la mujer dentro de su hogar donde les enseñó un cesto en el cual debían dejar sus pertenencias. Nathan no llevaba más que su varita: rara vez se lo veía portando algún anillo o amuleto de los libros de hechizos (su desdén hacia aquellas magias era conocido y hacía ya meses que había abandonado la idea de completar alguna vez esos cursos) y ese día no era la excepción. Se sintió aún más expuesto y vulnerable en cuanto dejó su varita mágica y cayó en la cuenta de que tendría que valérselas él solo aquel día. Suspiró y obedeció a la mujer, bebiendo el contenido de la taza de una sola vez.

 

Momentos después, la Warlock y el Weasley se encontraban fuera de la cabaña. Se habían despedido de la Arcana segundos atrás y ahora no llevaban más que sus cuerpos en el camino que debían emprender hacia el lago. Nathan se mantuvo silente en el trayecto, víctima de su nerviosismo, a pesar de que conociendo a Sagitas sabía que ella debía estar muriéndose por conversar con él. Un leve nudo en su garganta se había formado, más no dejó que se le notara el nerviosismo en toda la caminata y no fue hasta quince minutos después, cuando llegaron junto al borde del lago, que abrió la boca.

 

- Ese sí que es un bote pequeño. - comentó el Weasley, señalando una embarcación que apenas alcanzaba el metro de ancho y los dos metros de longitud. Algo era seguro: bajo ninguna condición, y aún menos sin magia de por medio, soportaría aquel bote el peso de los dos. - Creo que es bastante obvio lo que tenemos que hacer, ¿no? - agregó a la Potter Blue.

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Cuando desperté aquel día no me esperaba que fuera tan soleado. El día anterior había hecho frío y creo que había llovido por la noche, aunque no supe dilucidad si era lluvia o rocío lo que bañaban las hojas de las orquídeas de la Potter Black cuando paseé por los jardines para relajarme.

 

No lo podía ocultar. Estaba nerviosa. Aquella Arcana había ido muy lejos mandándome hacia un lugar en guerra sólo para probar que podía metamorfosearme. ¡Esa maldita Korea...! ¿Qué es lo que habría pensado ahora para vincularnos al anillo? Había pasado por muchas pruebas ya y cada día me horrorizaba pensar en lo creativos que eran los Arcanos para hacernos demostrar nuestra valía.

 

Estaba cansada.

 

Realmente no sabía si quería hacerlo. Tomé una de las orquídeas con las manos y me paré a olerla. Me arrodillé para no arrancarla y observé su textura. La sujeté con suavidad y, sin darme cuenta, uno de mis dedos tomó un tono blanquecino y con pequeñas pintas moradas. La solté de repente y mi mano retomó su color natural. ¿En serio podía transformarme también en una planta? Sonreí y asentí. Le había pedido a los Dioses una prueba de que debía tomar la prueba y me la habían dado. Si era capaz de hacer eso, era capaz de cualquier cosa así que me vestí, de forma sencilla (demasiadas experiencias en las diferentes pruebas de otras tantas habilidades como para saber que no debía vestir con lujos) y me llevé las bambas muy usadas pero cómodas. Recogí el pelo con una goma elástica y di una última ojeada a la mansión, desde los jardines, antes de desaparecer.

 

Cuando llegué a la Universidad, el recorrido hacia el hogar de la Arcana fue rápido y me encontré a Nathan. Le saludé a la vez que Amara nos recibía. El olor a chocolate y menta inundó mis fosas nasales y recordé que no había almorzado antes de salir. Malo. A una prueba de esta envergadura se va con el estómago lleno para tener energía.

 

-- Me vendrá bien un poco de eso, Arcana -- le contesté aún antes de que nos invitara. Me bebí el té y sólo cuando veía los posos que se arremolinaban en un círculo rallado me di cuenta que me indicaban peligro. Mi habilidad con la Videncia me había enseñado a leerlos. Puse una mirada interrogante que no parecía tener Nathan. ¿Se habría dado cuenta de sus posos o él no sabría leerlos? Quise preguntarle a Amara pero resultó que ella se había ido y vuelto con una cesta, donde nos pidió depositáramos todos nuestros cachivaches de los libros estudiados en el Ateneo. --- ¿En serio? ¿Está usted loca?

 

No es que quisiera insultarla pero sin varita ni mis quincallas yo no era nada. Arrugué el morro; mi compañero de bando pareció no poner objeciones así que gruñí y empecé a quitarme todos los objetos: el anillo de las bestias y de las plagas no lo había usado casi nunca así que no me costó deshacerme de ellos, el amuleto volador me había salvado una vez la vida e hice un mohín al dejarlo dentro del cestito. Con el amuleto de la Curación recordé que había salvado a un compañero de la Orden y me costó dejarlo. A su lado deposité los anillos de salvaguarda, de escucha y de detector de enemigos. No me costó mucho eso, fue mucho más difícil dejar la daga del sacrificio y los frasquitos de los pétalos y las semillas de hielo. El amuleto de la Resurrección no lo había usado nunca pero siempre era necesario, el de escape de cualquier cárcel o el de miradas indiscretas me había servido en alguna ocasión... Lo que más echaría de menos era el Kansho y fue el último que deposité en la cesta.

 

La miré a la cara con cierta altivez, manteniendo su mirada. Después la agaché y acaté sus órdenes. Me quité los Anillos de todas mis otras habilidades. En cierta manera, no los necesitaba porque son innatas, así que ponerlos allá fue más un golpe duro contra mi orgullo que un desfallecimiento de mi fuerza interior. Finalmente, dejé la varita encima.

 

-- No quiero que falte nada cuando vuelva. Porque volveré, se lo prometo. Y ya me bebí su maldita taza.

 

No le estaba acusando de ladrona sino que le estaba jurando que iba a conseguir superar la prueba y recuperar todo lo que tanto tiempo me había costado conseguir. Me crucé de hombros y la escuché. Sí, blablabla, los tres obstácul0s de siempre. Estaba enfadada porque sin mi varita (y el resto de cosas que ahora descansaban en aquel cesto) me hacían sentirme desnuda. Prácticament nos echó de su casa y salimos.

 

Supongo que fue el enfado lo que me hizo recorrer el trayecto hacia el lago en silencio. Normalmente soy una charlatana empedernida pero cuando se me cruzan los cables no hablo por nada del mundo. Después, al llegar al agua, me obligué a relajarme. Además, me encontraba como más relajada, como si me hubiera librado de algo, ¿pero de qué...? ¿Tal vez un recuerdo? Me encogí de hombros, tal vez sólo me había librado del peso de tantos anillos y amuletos, supongo...

 

-- Vaya bote más pequeño -- susurré. Nathan dijo algo que era obvio lo que había que hacer. Sonreí. -- ¡Pues claro! Yo cruzo en el bote y tú te vas a casa.

 

Solté una risotada y, de repente, me puse a reír. Siempre he sido payasa y la risa me hace olvidarme de todos los problemas.

 

-- ¡Por supuesto que es obvio lo que hay que hacer! Súbete. No sé porqué no hay remos pero yo no los necesito. Sé nadar genial.

 

Me lancé al agua y respiré. Fue lo más hermoso del mundo. Podría haber dejado mi Anillo de Animagia pero mi cuerpo, en cuanto se sumergió en el agua, se transformó en el cachalote con una ala violeta que me caracterizaba. Saqué la cabeza (ya convertida en animal) y grité:

 

-- ¡Aaaaaaaggghhhh, criiiiiiii...! -- le di un coletazo a la barca, leve, sólo para moverla ligeramente y enseñarle que se montara, que yo le empujaría hasta la otra orilla.

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Acompañó a la Warlock en su carcajada mientras sentía que su cuello perdía un poco de la tensión que inconscientemente llevaba desde que había despertado. Suspiró, pensando en lo fácil que sería marcharse a su hogar ahora y evitar todo aquello, y estaba a punto de rechazar la idea de la mujer y ofrecerse él mismo a zambullirse en el agua cuando la mujer se elevó en el aire y cayó con gracia en las aguas del lago. Arqueó las cejas, admirando la rapidez y destreza de la mujer, para luego acercarse a la orilla del lago y poner un pie dentro del bote.

 

La embarcación tambaleó levemente cuando Nathan le puso su peso encima más se estabilizó al cabo de unos cuantos segundos. Nathan probó hacer un poco más de peso y hasta se animó a dar un pequeño salto, más el bote parecía decidido a mantenerse a flote. Más relajado, dejó que Sagitas (ahora convertida en una especie de pez) empujase el bote con su aleta: sentía que debía ayudarla pero no tenía ningún remo, y dudaba que empujar el agua con su mano hiciese más que virar el bote en la dirección incorrecta. Por mala suerte, el clima no ayudaba en nada y el poco viento que el Weasley había sentido en su rostro hasta hacía segundos atrás ya no era más que un recuerdo.

 

Habían recorrido la mitad del ancho del lago para cuando algo pasó. Una especie de remolino de vapor se apareció en el medio del aire, justo a unos metros de donde estaban. Nathan chistó a la Potter Blue, quien se detuvo de inmediato. Del remolino comenzaron a salir unas cuantas volutas de la misma consistencia que se unieron dando forma a una pequeña muchacha que flotaba con sus pies cruzados y un rostro con una nitidez sorprendente, teniendo en cuenta de que no se trataba más que de humo. Estaban a tan solo medio metro cuando la muchacha extendió su mano derecha haciendo una señal de pare.

 

- Puedo detectar la presencia de un adulto y un animal ajeno a mi lago alrededor de tu embarcación. - dijo la mujer, con una voz grave que resonó levemente a la distancia - Lo lamento, no está permitida la entrada a los adultos. - Nathan tragó saliva y asintió: después de todo, era imposible que su misión fuese tan sencilla. Cerró los ojos y procuró poner sus conocimientos de metamorfomagia a la obra, y para ello empezó por el principio.

 

¿Cuál es el principio? >> se preguntó, confundido. Por alguna razón, no podía recordar a ciencia cierta que era lo que tenía que hacer. Piensa, Weasley, lo has hecho antes. >> Sin embargo, por más que rebuscaba en su mente, no podía encontrar la respuesta. Tras varios intentos fallidos, optó por un recurso que parecía ser su última opción y, a decir verdad, un manotazo de ahogado, más supuso que no tenía nada que perder. Sin abrir los ojos, recordó la misión en el continente africano que había vivido el día anterior, y trazó uno a uno sus pasos. Recordó el momento en que se apareció en la colina y en que emprendió la marcha hacia el pueblo, para luego rememorar como recorrió las calles de aquella ciudadela hasta entrar en un cajón y.... ¡si!

 

Nathan sonrió de la emoción y de inmediato se puso manos a la obra: sabía exactamente lo que tenía que hacer. La imagen de un muchacho adolescente, de apenas 13 años, se formó en su conciencia: el joven apenas medía metro cincuenta y sus rasgos faciales delataban su niñez.. La talla de sus prendas enseñaban la inmadurez de su cuerpo, y la delgadez de sus músculos laríngeos le procuraban al Weasley una voz de timbre mucho más agudo. Sintió un cosquilleo en todo el cuerpo, y supo entonces que había funcionado. En efecto, para cuando abrió los ojos, la mujer había desaparecido y Sagitas (quien estaba exenta de hacer otro cambio al no ser técnicamente un adulto) volvió a mover el bote hasta que, minutos después, llegaron al lado opuesto.

 

Un ancho sendero se abría paso frente a ellos entre la densa maleza, obligándolos a tomar aquella ruta al ser la única posible. Miró a su compañera y emprendió la marcha por el camino.

 

- El Laberinto. - acotó, suspiroso, momentos después. La segunda prueba estaba frente a ellos.

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Siempre me había gustado el agua pero desde que supe que me podía convertir en un cachalote, era un don divino el poder nadar dentro de aquel líquido elemento. No vi si Nathan se sorprendía de que ahora fuera un animal marino, pues estaba dentro del agua, toda sumergida, pero cuando salí comprobé que ya se había subido y que medio sonreía (la visión de un cachalote no es tan nítida como la humana, así que interpreté que le gustaba que fuera cachalota). Empujé levemente la barca y ésta se movió. Era genial así que empujé más fuerte y, pronto, estuvimos en medio del lago. Si hubiera sabido, hubiera silbado, feliz, así que sólo me limité a hacer burbujitas dentro del agua.

 

De repente, el bote pareció hacerse tan pesado que ni empujando con el morro llegué a moverlo ni un centímetro. Me hubiera gustado frotarme la nariz dolorida pero la aleta morada no llegaba, así que bufé y salió un chorrito de agua. Asomé el morro y vi unas volutas de humo que detenían nuestra marcha. ¿Humo? ¿Y desde cuando el humo era más fuerte que yo?

 

-- ¿Cómo que no está permitida la entrada a los adultos? -- pregunté, en medio de un montón de burbujas y sonidos que sonaron más a "creeeck, crii, iii, iicriiiick, jooo" que a lo que significaba en humano. Era la primera vez que me pasaba eso pero ya se sabe que las pruebas son todas diferentes en cada habilidad, aunque el espacio geográfico fuera el mismo?

 

Al principio pensé que eso no me afectaba. Soy una cachalota, como animal no debiera preocuparme, ¿no? Pues parece ser que no, que eso de ser adulto ambién es para los peces grandotes, ya que el bote no se movió para nada. Gruñí. No iba a transformarme en chiquilla porque, como humana, odio el mojarme, así que gruñí de nuevo. Es decir, todo dentro de la normalidad, soy gruñona por naturaleza.

 

Sin embargo, no podía quedarme allá en medio del agua y, además, algo le pasaba a mi compañero de bando porque parecía encogerse. ¡Demonios desdentados! ¿Qué le sucedía? ¡Oooohhhh! Lo entendí a la primera (bueno, tras ver cómo lo hacía Nathan, no soy tan lista) y supe que tenía que transformarme en niña.

 

-- ¡KK! -- dije, aunque en burbujas saltarinas por encima del agua. No me apetecía ser una niñita mona de pelo morado (mojado) y con piel clara (mojada) y con dedos arrugados (por estar mojados), nadando y empujando (a eso me había comprometido con Nathan). Pero las órdenes son las órdenes así que me tragué el orgullo como pude y solté todo el aire de golpe, lo tomé con cuidado y respiré a ritmo suave varias veces hasta que empecé a sentir un cosquilleo agradable por toda grasa de mi piel cetácea. Abrí los ojos e hice un movimiento de succión.

 

Hey, no me pregunte nadie como apareció ese chupete en mi boca pero ahora ya no era adulta. ¡Ni humana! ¡Leñes, soy la monda! Había conseguido metamorfosear mi cuerpo aún estando animageada como cachalote. Me animé y chuperreteando el tete jugueteé con el bote hasta llegar a la otra orilla. No sé si Nathan llegó a notar la diferencia ya que las ballenas y los ballenatos (en este caso, ballenata) somos enormes siendo grandes y pequeñitos. Pero había conseguido superar el reto de la voluta de humo. ¿Estaría contenta la Arcana o pensaría que era una tramposa por juguetear en el agua y divertirme, en vez de pasarlo mal para pasar las diferentes pruebas?

 

Al instante que salí del agua, mi cuerpo volvió a ser sonrojado y con dedos, en las manos y en los pies. Nathan caminaba por un sendero y se alejaba. Grité y corrí pero no tras él, sino a esconderme tras un arbusto.

 

-- ¡Malditas gárgolas! ¡No llevo nada encima! -- Mentira. LLevaba el chupete que no sé como lo conseguí, tengo memoria selectiva pero nada más. Así que tuve que improvisar hojas para taparme. Menos mal que aquellas hojas eran bien gordotas y me cubrían por delante y por detrás. Si tuviera mi varita hubiera podido ponerme ropa. Imagino que la mía estaría flotando en el lago. No podía animaginarme sin guardar la ropa en algún sitio o no me llegarían los galeones para comprarme ropa. - ¡¡Espérame, Nathan!! ¿Sabes coser con lianas de los árboles?

 

¡Maldito laberinto! Ah, no, espera... Creía recordar que allá había palmeras que me servirían como vestido primitivo.

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Amara miraba todo desde su cabaña, le parecía inquietante el hecho de que ninguno intentará usar su habilidad de metamorfomagia para cruzar el lago, quizás se había precipitado al enviarlos a la prueba y aún no estaban listos. Pensó en regresarlos a su cabaña, aunque eso significaba que su criterio estaba fallando al considerar quien estaba listo y quién no, pero en su lugar envió a lo que era un ente de vapor formado por el agua, en forma de niña que les había impedido cruzar en su forma adulta.

Mientras sucedía el cambio de Nathan de adulto y niño, la Arcana miraba con cierto interés a la Potter Black, al estar en su forma de cachalote la podría sorprender al usar la animagia y la metamorfomagia al mismo tiempo, y así había sido. Sagitas al volverse una ballenata la dejó conforme, así que al volverse ambos unos infantes, la niña de vapor por órdenes de Majlis volvió a sumergirse en el agua permitiendo que ambos siguieran su camino.

Al llegar a la isla podían ver paredes formadas por matorrales, enredaderas y arbustos que llegaban a medir un poco más de 2 metros, la entrada al laberinto era la misma, pero al cruzar los caminos se volvían separados de acuerdo a la personalidad de cada uno. Los peligros o aventuras que podían encontrar al interior dependía enteramente de ellos, lo único que era similar para ambos era el ente de agua en la vasija justo a lo que parecía el final del laberinto.

Estaban justo a la mitad del recorrido antes de la prueba final, lo que le indicaba a la Arcana que era el momento de emprender el viaje a la gran pirámide para estar presente cuando ellos llegarán a aquel lugar. Por lo que golpeó su vara de cristal en el suelo y desapareció de su cabaña, por un momento había olvidado que Heliké seguía en corea del sur.
Editado por Amara Majlis
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Por supuesto, no es que me dé vergüenza ir desnuda en una prueba de Habilidades pero el sentido del pudor fue más fuerte (con alguna maldición en voz baja porque la Arcana nos hubiera quitado hasta la varita, algo que me hacía sentirme más desnuda de lo que ya estaba) y conseguí hilvanar un vestido (no muy incómodo) de lianas y hojas. He de confesar que no es trampa. Soy sacerdotisa y tengo el poder de hacer crecer las plantas a mi alrededor; me vanaglorio que mi jardín de la "Ojo Loco" es uno de los mejores y más floridos sin prácticamente necesitar ningún tipo de cuidado, y todo es debido a mi poder innato de vivir en equilibrio con la flora de la zona.

 

Así, pude sentirme a gusto, tapadita, e ir a buscar a Nathan, que se me había adelantado por el camino del laberinto. Había verdaderas paredes formadas por todo tipo de vida vegetal. La notaba viva al pasar la mano por ellas. Sentía el murmullo de las plantas al rozar con la punta de los dedos aquellas enredaderas, matorrales, arbustos... Susurraban.

 

Parpadeé un poco confusa. Siempre había sentido la naturaleza de las plantas pero no era como lo que estaba sintiendo ahora. La Flora no susurra; tienen sentimientos.

 

-- Nathan, ¿sientes lo mismo que... -- ¿dónde estaba mi compañero?-- ... yo?

 

Me giré a los lados, le había perdido de vista sólo un segundo, menos tal vez, pero ya no estaba. En la entrada del laberinto estábamos juntos, o al menos visibles el uno para el otro pero ahora, al tomar el camino de la izquierda, ya no estaba. Arrugué el morro porque no sabía si volver hacia la entrada y tomar el otro camino o seguir por el que iba.

 

Decidí seguir por pura pereza a dar media vuelta. Caminé despacio, atenta a las señales que me chivaban mis amigas las plantas. De repente, una serie de ruidos me hicieron saltar sobre mis pies descalzos. Ni idea de qué pasaba allá pero no recordaba que las otras veces que pasé por aquel laberinto encontrara una manada de Augureys (¿se llamaba manadas o nidadas?, bueno, como se llamaran, se acercaban por mi pasillo del laberinto metiendo gran ruido. No soy miedosa, por supuesto, pero uno o dos no me importan, me gustan los Augureys. ¿Por qué algunos magos creen que son animales de mal agüero? Si son aves preciosas, todas verdes y con formas graciosas, delicados... Pero tantos... Hem... Allá había más de 50 ejemplares que pueden ser realmente dañinos sin te pasan por encima. ¡Y yo no sé volar!

 

-- Piensa, Sagitas, piensa... -- Sí, lo sé, suena extraño hablar conmigo misma cuando necesito improvisar con toda prisa pero eso me ayuda. Y cosas peores y más locas he hecho.

 

Y funciona. Cuando las aves, a saber por qué motivo llegaban hasta mí con grandes carreras y moviendo sus alas de forma peligrosa (podrían cortarme con sus plumas o sacarme un ojo con alguna pluma, por no hablar de sus patas de uñas afiladas), se me ocurrió que tenía que camuflarme. Con el cuerpo era fácil, ya era una planta andante con tanta liana, así que me pegué a la pared lo más que pude e intenté no moverme mientras pasaba la turba. Curiosamente, cuando me pequé a los arbustos, conseguí que la cara de mi piel y mis manos, que estaban al aire, adquirieran el tono de color verde que me rodeaba.

 

-- Merd... Ahora seré un camaleón -- pensé. Contuve el aliento mientras pasaban los animales. Uno de los pájaros se paró frente a mí y no parpadeé. Bajó su pico e intentó abrir hueco entre las lianas de mi vestido, haciéndome cosquillas. Intenté resistir sin moverme. Recordé que los Augurey anidan en zarzas y espinos. Le di una patada y, para mi sorpresa, porque había salido sin querer o sin pensar, o al menos sin pensarlo de forma lúcida, tenía patas como las gallinas, o como los pájaros esos (yo creo que eran de gallina, aunque se deben parecer mucho porque el Augurey reaccionó y también me dio un patada con sus uñitas, aunque comprendió que aquel arbusto estaba ocupado por otro de su especie y que no podía anidar allá, con lo que se fue.

 

Solté el aire de golpe cuando ya no quedaba ninguna de las aves. Me miré los pies y me puse a reír a carcajadas al verme estas patitas tan enclenques. Es curioso como soy capaz de transformarme sin darme cuenta, la facilidad para cambiar cuando la necesidad lo requiere y lo difícil que me sentaba volver a la normalidad. Movía mis pies cuando me di cuenta que el ruido no había disminuido. Era cierto que ya no quedaban Augureys a la vista pero el ruido estruendoso seguía acercándose.

 

Era un Cíclope. ¡Demonios desdentados! ¿Qué hacía una criatura como esa en aquel laberinto? ¿Es que algún día no podía pasar una prueba con normalidad? Me vino a la cabeza una historia de un Cíclope que tenía una ganado en una montaña y... ¿Es que aquellos animales eran suyos y se les habían escapado? Pues ahora a ver qué demonios hacía porque... ¡No se me ocurría nada y el monstruo se acercaba hacia mí! Huir estaba descartado, mientras no me quitara aquellas patas de ave y pudiera volver a tener mis pies hermosos que corrían como si fuera un gamo.

 

-- ¿Qué hago? -- grité al aire, asustada porque aquel único ojo me había visto. No es que le preguntara a alguien pero vamos, que si a la Arcana se le ocurría algo...

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Para cuando quitó la vista del largo pasillo del laberinto que se abría frente a él y miró por detrás de su hombro, Sagitas no estaba allí. En su lugar había una pared de bloques macizos, cubierta por una enredadera tan fina que señalaba su crecimiento por al menos varios años. Arqueó las cejas, sorprendido, pero ya se las veía venir y después de todo no podía esperar que la Arcana se las hiciese tan fácil de tener que atravesar la primera parte de la prueba por sí solos. Decidido a que era su única opción, echó a andar a paso rápido por el laberinto, valiéndose de la orientación del sol para guiar su camino y ubicarse en los puntos cardinales.

 

Un aullido resonó en la distancia, seguido de un silencio que no atrevía a ser quebrado si quiera por el frote de las hojas de los arbustos entre sí. Pasaron unos cuantos segundos y el aullido sonó devuelta, esta vez más fuerte, indicando que cualquiera fuese la criatura que lo profería se estaba acercando, y a paso rápido. Su intuición le indicaba que sin importar qué fuese, ciertamente no tenía ninguna oportunidad sin su varita, y tampoco tenía su anillo de la animagia como para valerse de aquel recurso. El propósito de aquella prueba, una vez más, era claro.

 

En menos de lo que hubiese imaginado, se transformó progresivamente en lo que había imaginado dentro de su mente: su figura no había variado en demasía, pero ahora su piel era de un color gris oscuro y tenía una apariencia pétrea. No había centímetro de su cuerpo que semejara una apariencia humana, dado que hasta su cabello y sus ropas de habían tomado las mismas características. Nathan se puso de pie en ese momento sobre un pedestal de piedra que tenía junto a él y, tras colocar su cuerpo en una posición algo distónica, permaneció tan quieto como pudo.

 

Justo para el momento en que dejó de moverse, un lobo albino se apareció por la esquina en la que hubiese doblado momentos atrás. El animal enseñaba firmemente sus colmillos, y ronroneaba de un modo que estaba lejos de inspirar ternura. Su rostro denotaba enojo, y sus labios permanecían retraídos y con un colgajo de baba pendiendo de su borde externo. El lobo caminó lentamente a lo largo del pasillo y pasó junto al Weasley, quien tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para hacer su interpretación más convincente de una estatua.

 

Segundos después, el lobo aulló devuelta y echó a andar una vez más a trote rápido por el pasillo, alejándose del Weasley. Éste suspiró y, en un santiamén, se bajó del pedestal y echó a correr por el laberinto. A medida que corría, se concentraba en su forma original, procurando retomar sus rasgos propios mientras se concentraba en otras cosas, buscando así entrenar a su mente en hacer varias cosas al mismo tiempo y que manipulase a la Metamorfomagia de la forma más espontánea y fácil posible. Al final del laberinto se encontró con una vasija. Miró por encima de su borde y la encontró llena de un líquido plateado que reflejaba el cielo que se alzaba esplendoroso por encima del laberinto. Nathan asomó su rostro justo por encima de la vasija y se vio a sí mismo reflejado. Sin saberlo, había completado la segunda prueba.

 

De manera tan espontánea como Sagitas había desaparecido, tras mirar a un lado se encontró con unos cinco niños vestidos con camisones largos y blancos, que se aventuraban hasta debajo de sus pequeñas rodillas. Lejos de impregnar ternura, los pequeños tenían el rostro deformado por el terror, y era más que evidente que estaban perdidos. Por fortuna, todavía no habían visto al Weasley, quien se escondió detrás del ancho pedestal que sostenía la vajilla, apoyando su espalda contra la piedra y procurando encontrar una solución a aquel problema.

 

Algo le decía que el objetivo de aquel desafío era el mismo que su primera misión, el día anterior en la cabaña de la Arcana: de alguna forma tenía que ayudar a esos niños, debía regresarlos a su hogar para que se sintiesen sanos y salvos. Sin embargo, dudaba que confiasen en un adulto como él, y de todas formas no era lo más elocuente que no cambiase su forma siendo que ese era el principal objetivo de la habilidad que buscaba dominar. Negó con la cabeza y cerró los ojos para luego concentrarse una vez más en modificar la apariencia.

 

De detrás del pedestal no emergió Nathan sino una mujer de unos 75 años, con un pelo moteado por canas y unos grandes lentes que magnificaban sus ojos. La mujer tenía la más cálida de las sonrisas y las más dulces de las voces, y se valía de un palo de madera (que el Weasley había encontrado junto al pedestal) para caminar. La mujer se acercó a los niños, quienes la miraron esperanzados, y sin tener que insistir demasiado guió a los infantes a través del único camino que el laberinto le ofrecía ahora. En el camino, los niños no perdieron oportunidad de preguntarle a la mujer quién era y cómo los había encontrado, tras lo cual Nathan (camuflado) inventó una historia de que era una abuela que vivía en la colina, no muy lejos de allí, y que había bajado hacia el laberinto tras haber escuchado gritos.

 

- No es poco común que la gente se pierda en este laberinto, pero sí que me sorprendió escuchar sus voces tan jóvenes. Tranquilos, niños, yo os llevaré a casa. - y en efecto, para cuando salieron del laberinto, los niños identificaron su casa en la lejanía y sin mediar otra palabra que un "gracias" a la distancia, se marcharon pitando hacia ella. Nathan retomó una vez más su apariencia original, y casi se trastabilla con sus propios tobillos al mirar a un costado y ver a la Arcana junto a él.

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Tal vez si me hubiera callado... El Cíclope me oyó y miró hacia la zona de los matojos que había servido de escondite a mi cuerpo. Me reconoció, tal vez no por mi ropa de hojas ni por mi color verde pero vamos, que el olor le llegó seguro. A mí también me llegó el suyo, que era horrible, por cierto. Pero yo estaba asustadísima (nunca he tenido un Cíclope, es más, ni sé cómo es que había un cíclope en Londres; juraría que eso sólo se veía en Grecia y en lugares muy particulares y secretos) y suelo sudar mucho cuando eso me pasa.

 

Bueno, me vio o me olió o sólo vio el movimiento, porque salí corriendo. El problema es correr con dos patas de gallina mientras tienes un cuerpo de mujer que es demasiado pesado para esos palillos. Me caí. Me levanté y corrí dos-tres paso más hasta volver a besar el suelo. Me di la vuelta para ver llegar al Cíclope con pasos agigantados.

 

-- ¡¡Nathan!!

 

¡Anda! ¿Cómo es que llamaba a mi compañero para que me ayudara? Supongo que yo ya me daba por perdida. Pero la solución era fácil sólo que mi mente estaba aterrorizada y no encontraba la paz de espíritu necesaria para volver a tener unos pies normales. Me estaba sucediendo lo mismo que cuando me quedó la lengua de serpiente trabada en la boca y no era capaz de quitármela. Pero allá no peligraba mi vida y aquí sí. ¿Por qué la Arcana no nos había permitido traer la varita?

 

Parpadeé.

 

Porque teníamos que usar la metamorfomagia para sobrevivir.

 

Algo tan fácil y sencillo y tan difícil a la vez.

 

Cerré los ojos, una temeridad si pensamos en que lo tenía prácticamente encima. Sentí un temblor en mis piernas y en mis brazos, algo que era normal porque temblaba de miedo. Cuando abrí los ojos, me mareé al ver distorsionado. Era como si hubiera perdido un ojo y sólo pudiera ver hacia delante en un grado de visión más pequeño del que acostumbraba como humana.

 

Humana...

 

¿Es que ya no era humana? Me apoyé con una mano en el seto y miré hacia mis pies, procurando no hacerlo de prisa para no vomitar sobre ellos. Eran planos, peludos y con unas uñas muy sucias, por cierto. Ahogué la exclamación al darme cuenta de lo sucedido. Ahora era una ciclopesa (¿se llaman así?, bueno, era igual, me había transformado en cíclope). El gigante de mi misma especie me observaba, extrañado. Me habló. ¿Los cíclopes hablan? ¡Demonios, que debía estudiar más las criaturas especiales de otras culturas...!

 

-- ¿Te has perdido, pequeña?

 

¿Pequeña yo? Pero si soy considerada alta aunque no una gigante como él, claro... Es lógico que aquel hombre pensara que era una niña. Dije que sí con la cabeza, sólo por no abrir la boca. Aún me acostumbraba a ver por un sólo ojo.

 

-- Yo soy Tak, ¿cómo te llamas, chiquitina?

 

-- Sag... -- no fui capaz de pronunciar nada más.

 

-- Dulce Sag... ¿Qué haces aquí...? No se debe jugar en un laberinto...

 

Afirmé con la cabeza para decirle que sí, que me había perdido y después negué, para decirle que no, que no se juega en los laberintos. Sonrió. El tufo que salió de su boca me atacó la nariz y ahora sí que estaba mareada.

 

-- DebosalirdeaquíNoencuentrolasalida

 

Lo dije de un tirón para evitar vomitar. Me temo que sabré metamorfosearme pero no sé imitar los olores. ¿Se podría? Prefería no saberlo... El Cíclope medía más de dos metros, mucho más, seguro que el doble. Podía mirar por encima de los setos que me impedían a mí ver nada. Sonrío pero sin decir nada y señaló hacia un punto.

 

-- La salida está allá pero te vas a perder porque aún hay muchos recovecos. Ven.

 

Me montó a horcajadas. ¡Ay, dioses! Aunque hubiera podido impedirlo de alguna manera, la sensación de vértigo y de nauseas me lo impedía, con lo que me dejé izar y me montó en sus hombros. Desde allá sí, veía la salida del laberinto pero aún no controlaba la visión con un único ojo central y no sabía distinguir las distancias. En un plis plas, el monstruo (ahora ya no tan monstruo, la verdad, me estaba ayudando mucho), me llevó hasta la puerta de salida. El trayecto fue corto debido a sus piernas largas (y a que hizo algo de trampa y algunos setos, sencillamente, los cruzaba por el medio, para no dar mucha vuelta) pero yo iba dando botes a cada paso, como si fuera galopando. De repente, me vi en el suelo. Me había bajado.

 

-- Anda, ve con tu mami y no te vuelvas a meter en los laberintos. Son peligrosos. Hay criaturas extrañas y... -- bajó la voz mientras se agachaba y me volvía a respirar junto a la oreja-- a veces te encuentras a humanos.

 

Se alejó y me senté en el suelo, sin atreverme a cruzar por aquella salida desde la que se vislumbraba la silueta de la pirámide. Respiré varias veces intentando alejarme aquella sensación de mareo. Era una cíclope, me veía las manos y los pies y el cuerpo. ¿Me quedaría así para siempre? Cerré los ojos y no sé si llegué a dormirme o es que mis pensamientos se perdieron en un bucle extraño, en una idea rígida.

 

¿Y si era un cíclope para siempre y me olvidaba de mí misma? ¿Cómo era...? ¿De qué color tenía los ojos...?

 

Entonces la vi. Era una vasija que estaba justo en el arco vegetal de salida. Me levanté, mirando mis piernas peludas de no haber ido en años a una estheticienne y con las uñas largas y negras. Me acerqué a la vasija y fui a meter las manos. En el agua se vio mi reflejo. Sonreí al verme.

 

Era una mujer joven, de pelo violeta y grandes ojos marrones, el color pálido de mi piel connotaba que no me gustaba tomar el sol y que era humano. Metí el dedo y moví el líquido.

 

-- Soy Sagitas -- dije, recordando todo de mí y de mis vivencias, buenas y malas. Salí del Laberinto y, al recibir la luz del día y el calor del astro sol, me sentí feliz. Me observé. Volvía a ser yo, con mi traje de hojarasca, mis pies con dedos humanos y limpios (no muy limpios por ir descalza, no más) y mis dedos de las manos con las uñas bien cuidadas. Era yo. Era Sagitas.

 

Silbé, como si no hubiera ocurrido nada allá dentro. Iba a dirigirme hacia la pirámide cuando vi a un grupo de personas. Eran de color, de piel tan oscura como Babila; hablaban de forma airada y parecían enfrentarse a una chica caída en el suelo. Claramente, tenía el tobillo roto por la hinchazón violeta que tenía. Parecía que los otros querían dejarla allá tirada. ¡Se iban sin ella, la dejaban atrás!

 

-- ¡¡Eh!! -- les grité.

 

Me sorprendí al sentir una voz masculina que salía de mis labios. Sin darme cuenta, era un Babila en pequeño, ya que todos saben que Babila tiene sangre de semi-gigante.

 

Mi cuerpo era atlético y hubiera pasado por un africano de la sabana, pies descalzos oscuros con la planta más clara, pelo negro de rizo pequeño y toda la piel oscurecida como si me hubiera bañado en carboncillo. Sólo el vestido de hojas verdes destacaba en mi indumentaria.

 

-- ¿Cómo os atrevéis a dejarla? ¿Es que no vais a ayudarla?

 

Entonces lo comprendí, tarde, como siempre. Esta era la tercera prueba antes de llegar al Portal de la Pirámide. ¡Leñes, se me había olvidado por completo que estaba en medio de una prueba!

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La gran pirámide se alzaba en el fondo, justo a espalda de donde Amara miraba al horizonte, habían tardado más de lo que esperaba en la prueba del laberinto, por lo que decidió no entrar al interior de la pirámide hasta no ver como el camino de grandes matorrales desaparecía. Por un momento pensó que se había extralimitado al haberles quitado la varita y los anillos de poder que habían llevado con ellos, pero la verdad era que estas pruebas estaban hechas para lograr todo gracias a su habilidad, así que dejo de mirar el laberinto e ingreso.

Las siete puertas de las habilidades se alzaban frente a ella cada una imponente, sin embargo, la única puerta de habilidad que a ella le importaba era la de Metamorfomagia, así que en cuanto el primero de los londinenses se hiciese presente ella estaría de pie frente a la puerta. Para que ese momento sucediera no había tenido que esperar demasiado.

Pudo ver al joven Weasley frente a ella con una cara de confusión, le acarició el rostro como si de un familiar se tratase y le mostro una gran sonrisa llena de satisfacción, al verlo lograr las primeras pruebas de manera impecable. Era momento de hacerle la gran pregunta que era esperada por todos los jóvenes que realizaban esa prueba, pero antes de formularla dirigió unas cuantas palabras a él joven.

Mi querido niño, no sé cuántas veces has estado frente a estas siete puertas y mucho menos sé cuántas veces has leído estos pergaminos. —justo en las manos de la Arcana se encontraban dos pergaminos, el primero hablaba del portal de las siete puertas y el segundo sobre los breves apuntes de las pruebas de las habilidades. Le extendió ambos pergaminos y después de varios segundos mirando el lugar en espera a que la Potter Black llegará, volvió a dirigirse a él.

Nathan, ¿Deseas vincularte con la habilidad de la metamorfomagia? —le miro con la más cálida de sus sonrisas, y apareció el anillo de la habilidad para entregársela en la palma de su mano. —Jovencito, es momento que cruces la puerta y puedas vincularte de esa forma. —dio dos pasos al costado permitiendo que el Weasley pudiese cruzar la puerta rumbo a su prueba final. ¿Qué le esperaba? No lo sabía, sólo él podía saberlo.

Y mientras Nathan iba a su prueba final, Sagitas se encontraba en su última prueba antes de llegar a la pirámide. El panorama en el que se encontraba era prometedor, Amara llegaba a admirar las proezas de aquella mujer de cabellera violeta al hacer su elección de pruebas, la arcana confiaba en que vería a la Warlock muy pronto frente a ella a la cual le haría la misma pregunta que al joven castaño.
Editado por Amara Majlis
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