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Prueba de Oclumancia #10


Aailyah Sauda
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La Arcana ya no poseía su imagen natural cuando se posicionó frente al lago aquella mañana. Los pájaros ya sobrevolaban la Gran Pirámide, atraídos por la magia y Sauda esperaba con paciencia a que Madeleine se acercara para darle los primeros pasos en su prueba de la habilidad. Sabía que ella iría, la había oído segura, así que cuando apareció sintió, por un lado, un enorme alivio de saber que había mantenido su palabra y, por el otro, un retortijón por lo inminente de la situación. Nunca había dejado que ningún pupilo saliera lastimado de una de sus pruebas, aunque a veces costaba recobrar sus mentes durante meses o años... Esperaba que Madeleine fuera lo suficientemente fuerte para sobreponerse a todo eso.

 

-Bienvenida- la saludó-. Sé que es tu primera habilidad, así que desconoces los métodos de las pruebas. Te enfrentarás a tres pruebas antes de poder llegar a la Gran Pirámide- señaló con una mano la estructura que se alzaba en medio de la isla, rodeada por vegetación. No era tan alta como uno pudiera esperar o quizá era el efecto que le habían querido dar al construirla-. Cada prueba pondrá en tela de juicio las cosas que has aprendido y si estás lista para enfrentar la prueba del portal. Cada una de ellas es única y tendrás que resolverla sola. Cuando termines, al final de un gran laberinto, hallarás la entrada a la Gran Pirámide. Yo te estaré esperando en la sala de los portales... y comenzaremos- Saka sonrió y luego hizo un leve guiño antes de desaparecer.

 

<<Oh>> dijo, en la mente de su pupila. <<Si bien puedes usar tu varita para pasar las pruebas, descubrirás que los hechizos de Aparición, los Trasladores y el Fulgura Nox no sirven en este lugar... Ningún mago o bruja a excepción de los Arcanos pueden aparecerse. Buena suerte>>.

 

Madeleine se daría cuenta que no había un puente para atravesar el lago, así que tendría que hacerlo de otra forma. En la orilla frente a ella había un muelle pequeño de madera donde estaba anclado un bote sencillo, con dos remos. El bote no funcionaría con magia, así que Madeleine tendría que dejar la varita de lado para poder cruzar. En su trayecto, una espesa niebla mágica caería sobre el lago y la desorientaría, no sólo en su dirección física sino también en su dirección mental, pues le haría preguntarse qué hace allí, si acaso es que está lista realmente e intentaría hacer que desistiera de su propósito.

 

Su segunda prueba comenzaría cuando llegara a la entrada del laberinto. Las criaturas de la selva que rodean la Gran Pirámide la atacarían para ahuyentarla, intentando por todos los medios que volviera sobre sus pasos y se fuera sana a casa. Si bien ninguno de ellos sería real, ya que los animales de allí no son agresivos, Madeleine tendría que enfrentarse a ellos, pues ellos se meterían en su mente, con voces de tormento. Era allí donde tendría que bloquearlos y hacerlos desaparecer, para romper la ilusión de que la estaban atacando.

 

Si lograba pasar la prueba, estaría más cerca de la Gran Pirámide. El laberinto presentaba la última prueba antes de llegar al final. Sauda le había enseñado a reconocer su barrera, sentirla, olerla y hacerla parte de ella, rodearse de sus mejores pensamientos y sentimientos para que la gente no pudiera meterse en su mente. ¿Pero qué pasaría si todo estuviera de cabeza? Madeleine se encontraría con un reflejo de ella misma, de todos sus temores, sus anhelos y sus deseos y tendría que enfrentarse a sí misma, reconociendo lo que no está bien con esa parte de ella, para transformarla en aquellos pensamientos que son su escudo. Tendría que convencer a su reflejo de que eran la misma persona y unirla a su esencia.

 

@Madeleine.

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—No te acomodes mucho... —murmura Madeleine, a pesar de que la arcana ha desaparecido ya. Así, con ocho horas de sueño ininterrumpido encima y un generoso desayuno americano en proceso de digestión, se siente segura, capaz de lograr lo que sea. Con la varita firmemente empuñada en su mano derecha, camina a grandes zancadas hacia el improvisado muelle de madera; ante la ausencia de un puente, la única opción que tiene es atravesar el lago en bote. No es que no sepa nadar, pero tiene la sensación de que el agua debe de estar infestada de horrores justamente para evitar esa alternativa.

 

Aunque ha viajado en bote en varias ocasiones, nunca ha remado por su cuenta. Y, en efecto, comprueba que la embarcación no puede encantarse de ninguna forma, ni siquiera puede encantar el agua que lo rodea para que lo impulse a través del agua. Cada vez está más convencida de que ellos quieren que ella reme a la andanza muggle. Si bien no tiene ningún inconveniente con ello, a excepción de la falta de práctica, aquello no le da buena espina. Tiene que tratarse de una trampa. No, no de una trampa. De una prueba. Mientras se sienta en el asiento de remo, observando la alta proa, piensa cuál puede ser la prueba de aquella aparentemente banal labor. ¿Quizás probar que puede valerse sin la varita mágica? ¿Que no cree que usar las manos sea denigrante?

 

Poco a poco, comienza a remar. Empuja los remos hacia abajo, luego hacia adelante hasta que suben a su espalda y entonces los jala hacia atrás, para dejar correr el agua delante el bote. Sólo tiene que esforzarse en mantener el movimiento, a pesar de que su cuerpo no esté entrenado para tanto esfuerzo físico. Sólo tiene que seguir recto a través del agua... aunque no pueda verla, por culpa de la niebla matutina, allí está la lista. No, ¿no tenía que girar hacia la derecha? Hacia allá estaba la torre... No, ¿qué estoy haciendo aquí? Son las seis de la mañana. Tengo que ir al trabajo. Sus pensamientos le parecen confusos. Hay pensamientos que la atormentan, que le recuerdan tareas que olvidó hace meses, mientras otros tratan de dirigirla a través de la bruma. Aturdida, suelta los remos y cierra los ojos con fuerza.

 

¿Qué demonios me sucede? Lo único que cree querer, es dejarse caer en el suelo del bote, hacerse un ovillo y tomar una siesta. No, maldición, no puedo. Alguien me está esperando. Tengo que ir a un lugar... Pero es incapaz de pensar con claridad. Esas ideas, cada vez más insistentes, no paran de invadir sus pensamientos, de penetrar en su mente. Desearía poder construir una muralla y dejarlos del otro lado. O, mejor, ser uno de esos magos, que pueden evitar que los fastidien en sus propias cabezas. Algún día iré a clases de Oclumancia. Inconscientemente, al escuchar esa palabra, sus manos aprietan con fuerza los remos de la barca. ¿No estaba ella en unas clases de Oclumancia? Más que eso, ¿no fue capaz de realizarla? ¿No está cerca de convertirse en una verdadera Oclumaga? Súbitamente, alza la cabeza hacia el frente y sus ojos observan la neblina. Es espesa, pero tiene una corazonada: que, tras ella, hay una gran pirámide. Y tiene que ir allí, para encontrarse con la arcana Aaliyah Sauda. No es una corazonada. Es una certeza.

 

Aunque ya le están doliendo los brazos, reanuda el remo. A medida que avanza, se da cuenta de que la niebla se hace más espesa, como si intentase encerrarla. No entiende muy bien lo que sucede, pero tiene la seguridad de dos cosas: una, es que tiene que mantenerse concentrada en su destino; la otra, es que esa niebla es, de alguna forma, la prueba a superar, pues es su enemigo. Quiere evitar que llegue con Sauda. No puedo permitirlo. Tengo que alcanzarla... Sin saber si han pasado minutos u horas desde su encuentro con la arcana, apresura los brazos. El dolor en sus músculos es agudo, pero siente que, mientras más tiempo se quede allí, más difícil será mantenerse concentrada. Tengo que seguir hacia adelante, y reunirme con Sauda. Hacia adelante, hacia adelante, siempre hacia adelante.

 

Deja de remar, cuando siente que los remos tocan la tierra. Como si estuviese siendo perseguida, se baja a toda prisa del bote con la varita fuertemente empuñada, aunque sus botas de charol se hundan en el agua y el barro de la orilla del lago. Corre sin mirar atrás hacia adelante, hacia adelante...

 

¡Ayuda!

 

Madeleine vuelve el rostro hacia el lago. Observa cómo la niebla se vuelve menos espesa, hasta que desaparece por completo. Ésa tuvo que ser la primera prueba. Sin embargo, no es por eso que se giró. Busca alrededor a quien sea que haya pedido por ayuda; después de todo, aquella es la palabra más fácil con la que puede ser llamada. A primera vista, no parece haber nadie más, lo cual no puede ser, pues escuchó a alguien pedir ayuda. Impaciente, agita la varita bruscamente, mientras conjura un homenum revelio. Aguarda unos momentos, pero nada ocurre.

 

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda!

 

Las voces no vienen del lago, sino de lo que hay ahora tras ella. Una especie de entrada hecha de altísimos setos. Sigue pensando en que tiene que llegar hasta Sauda, quien debe esperarla en la Gran Pirámide, cuya forma puede ver más allá de la vegetación. Éste tiene que ser el camino, no hay otra entrada. Voy a ayudar a quién esté aquí, y luego sigo hacia la pirámide. Sin pensarlo mucho más, se echa a andar hacia lo que, todavía no sabe, es un laberinto. Las luces de la mañana desaparecen en cuanto Madeleine avanza unos metros. Allí, en ese estrecho camino bordeado de árboles muy juntos y espesa vegetación, la única luz es la que brota del extremo de su varita mágica. No sabe qué tan extenso es el lugar, pero las voces suenan cercanas.

 

Pronto, además de las voces, escucha más sonidos. Revoloteos, pasos rápidos y ligeros... Les presta atención, preocupada, mas eso no la detiene; aunque la abruma el desconocimiento del laberinto, no puede dejar de pensar en lo urgente que sonaba esa voz. Por lo menos no hasta que, en cierto punto, toma el camino izquierdo de una bifurcación y se da cuenta de que hay más luces. Frente a ella, hay un muro de puntos plateados. Por inercia, levanta la varita mágica hacia ellos y deja que el Lumos ilumine el camino.

 

—¡Qué rayos...! —su voz se ahoga en su garganta. A menos de un metro, hay una gran cantidad de animales y criaturas que la observan fijamente. Es incapaz de reconocer a la mayoría en la escasa luz, pero lo que sí puede reconocer es el brillo del peligro en sus ojos. Peligro para ella, por supuesto.

 

¡AYUDAYUDAYUDAYUDA —observa con claridad cómo se abalanzan hacia ella— AYUDAYUDAYUDAYUDA! —el dolor que siente, sin embargo, no está sobre su piel, sino en su cabeza. Es el mismo dolor que sintió durante su entrenamiento, cuando Sauda se esforzó todavía más en usar la Legeremancia en su contra. Aquella pista, le hace darse cuenta de algo: que los animales no hablan, o, por lo menos, ella no los entiende. Aquello no puede ser real. No es lógico. Tiene que ser otra trampa, otra prueba.

 

—¡BASTA! ¡CÁLLENSE! —cierra los ojos con fuerza y se protege el rostro con las manos. Aquellas criaturas, aquellas voces no son reales, con una ilusión. Sólo lo son, si ella acepta verlas, escucharlas.. y, en definitiva, no es así. Rechaza esas imágenes y esos sonidos— ¡FUERA!

 

Abre los ojos lentamente, todavía sintiendo la palpitación en sus sienes. Está sola; su varita mágica sólo ilumina los setos que la rodean. Sí, lo sabía... Una ilusión. Pero, maldición, dolorosa. Bien, ésa tuvo que ser la segunda prueba. Tengo que estar atenta para la siguiente.

 

Es capaz de encontrar la Gran Pirámide, usando el encantamiento brújula en un par de ocasiones. Ni siquiera intentó usar la Aparición, confiando en las palabras de Sauda. Sin embargo, en realidad no está fuera le laberinto; aquella edificación se alza justo en el centro, de modo que todavía está rodeada por altos setos. No obstante, allí la luz no está obstruida. Cuando Madeleine por fin siente los rayos sobre su piel, tiene la sensación de que hubiese estado mucho tiempo en la oscuridad. Nah, todavía estoy a tiempo, se dice. No pude haber tardado tanto... De no ser por la seguridad de que habrá otra trampa, la visión de la pirámide la habría tranquilizado. A grandes zancadas, camina hacia lo que parece ser la entrada: un alto arco.

 

Lentamente, alerta, camina hacia él. No puede ver lo que hay dentro, pues parece ser que el interior de la pirámide está a oscuras; no obstante, no se detiene.

 

—¿H-hola?

 

A medida que se acerca, puede ver cómo la luz del sol se cuela ligeramente dentro del arco. Y a medida que se acerca, algo más también lo hace. Una figura no muy alta, que viste una sencilla túnica, camina hacia ella. Su cabello, enmarañado, está recogido en un moño tras su nuca. Su piel es un mapa de cicatrices. Alza la varita. Es decir, las dos lo hacen. En un principio, piensa que es un espejo, hasta que escucha su voz salir de la boca de aquella muchacha.

 

—N-no... no te acerques... —su voz se le antoja quebradiza. Entonces, la observa con más atención. Aquella muchacha es más delgada que ella, y no de la buena forma; tiene las mejillas hundidas, las facciones afiladas, y su piel es tan pálida como la de un inferi— ¡NO TE ATREVAS! ¡Soy capaz de matarte! —Aquel grito le hace helar la sangre, no por la voz aguda, sino por su determinación— ¡Avada....!

 

—¡No! ¿Qué demonios te pasa? —quizás es por la preparación, pero le parece bastante obvio que se trata de una prueba. Quizás lo que pretende Sauda, o quien sea que esté tras aquel espectáculo, es que pueda lidiar consigo misma, o algo así— Si tu eres yo, no harías éso. No somos asesinas.

 

—¿No lo somos? —aquella sonrisa la inquieta de sobremanera, aunque sea pequeña— ¿Y qué hay de Pandora? Tú la mataste.

 

—No, ves, ella decidió que no quería seguir...

 

—Éso fue lo que dijeron. Pero no lo sabes. Lo que sí sabes, es que por tu culpa ya no está.

 

—Ay, olvídalo —sí que soy pesada—. Tengo una prueba que superar, así que si me disculpas...

 

—Como si de verdad quisieras eso —replica la otra Madeleine—. Yo te conozco, Mad. Quieres estar en la cabaña, con Cath y con Pandora e incluso con Mel, compartiendo chocolates y bebiendo cerveza. Quieres que todo sea más fácil. Quieres olvidar todo sobre la guerra, sobre la muerte, sobre ti misma...

 

—Déjame en paz, caracortada —pero puede sentir cómo su voz tiembla—. Lo único que quiero es que te apartes, y me dejes hacer ésto...

 

—Yo sé lo que quieres. No puedes engañarme.

 

Lo sabe. Porque siempre, aunque sea de forma inconsciente, piensa en ello: en cómo serían las cosas si fuese una hija normal, una ciudadana normal. Piensa en cómo sería estar junto a Pandora nuevamente, y junto a Catherine, sin complicaciones, nada más que dulces y alcohol. Es difícil deshacerse de los anhelos, cuando están tan arraigados en el alma y el corazón. Pero pueden ocultarse, para que no le hagan daño. Lo sabe. Así como puede ocultar sus temores e inseguridades, puede ocultar esos deseos que nada de bien le hacen, sino que sólo le provocan más dudas. Éso es la Oclumancia: ocultar la mente, ¿no? La otra Madeleine sigue hablando, pero no le presta atención. No puede hacerlo, no puede distraerse, si de verdad quiere dominar aquella rama de la magia. Al tiempo en que se esfuerza en mantener una fuerte defensa psíquica, capaz de evadir ataques, limpia su mente de los pensamientos y emociones que se están volviendo contra ella. Lo único que permite que quien sea que la esté molestando vea, es que, verdaderamente, quiere llegar hasta Sauda y no va a permitir que la detengan. Sin nada que usar en su contra, aquel pálido reflejo de su realidad no tiene ningún efecto sobre ella.

 

Cuando atraviesa el umbral, la otra Madeleine desaparece. De repente, el interior de la pirámide se ilumina y distingue a la arcana. Si bien no es la anciana que la entrenó, se trata de Sauda, lo sabe.

 

—Henos aquí —musita, con un hilo de voz. Los brazos le palpitan y le duele la cabeza, pero allí está, preparada.

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Sauda, quien se encontraba de espaldas a Madeleine, la sintió llegar y giró sobre sí misma, para sonreírle. Había visto todo el camino de su pupila, sus miedos, sus deseos y también cómo había luchado contra ellos con todo lo que le había enseñado y no podía sentirse más satisfecha del trabajo logrado. Cada vez entrenaba mejores pupilos, mejores oclumantes y sabía que con el tiempo alguno de ellos se convertiría en un Arcano, si tenían suerte, cuando ella ya no estuviera.

 

-Lo has hecho bien- le dijo, con voz potente. A pesar del dejo anciano que había en ella, la imagen de Sauda volvía a ser la de una joven de treinta años en apariencia-. Ahora ha llegado el momento de ver si en verdad puedes con la presión que encontrarás en la prueba final- hizo una leve pausa y se dirigió a un pedestal que se encontraba junto a ella. Encima del mismo había un anillo parecido al que Sauda llevaba en su dedo corazón de la mano derecha-. Este anillo te guiará en tu viaje por el portal a través de tus recuerdos o de lo que sea que el portal te muestre. Una vez allí dentro, yo no seré capaz de intervenir para nada a menos que decidas abandonar la prueba, en cuyo caso ya no podrás volver a hacerla. Cuando logres salir de allí, el anillo se convertirá en el de la Oclumancia y estará ligado al mío para toda tu vida, mientras lo uses - se lo tendió y esperó a que ella lo tomara.

 

-No sé qué sucederá allí, pues para todos la prueba es distinta, pero sé que tendrás que usar tus conocimientos en Oclumancia para poder superarla. Será difícil, nada se compara con la prueba del portal y si crees que las pruebas de la isla fueron difíciles, entonces es posible que no llegue a concluir ésta- se hizo a un lado y la sala giró a su alrededor hasta que se detuvo frente a ellas una puerta oscura que poseía grabado el símbolo de la habilidad-. Entra cuando estés lista. Yo estaré aquí e intentaré darte mi apoyo, aunque no podré traspasar el portal, sólo sacarte de allí en caso de que... se ponga muy complicado. Te deseo suerte, Madeleine- concluyó.

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Por un rato que se le antoja largo, observa el grabado de la puerta, en silencio. Sólo una bala.

 

—No. La suerte no existe —susurra, con la voz enronquecida. Finalmente, con violencia, coloca el anillo en su dedo corazón y vuelve ligeramente la cabeza para observar a Sauda. En sus ojos, a pesar de que su apariencia sea completamente diferente, reconoce a la anciana arcana—. Estoy preparada —pero aún así, puede saborear el miedo en sus palabras, y no trata de ocultarlo. El miedo no le avergüenza, pues ya no es algo que la detenga—. Gracias por aceptarme, Sauda. Prometo no decepcionarla.

 

Sola, armada sin nada más que su varita mágica, atraviesa la Puerta de la Oclumancia.

 

* * *

 

Se despierta cuando siente aquella sensación de caída, sintiendo la respiración y el corazón acelerados. Sintiéndose desorientada, observa la escena: está sentada frente a su escritorio, y su diario está abierto frente a ella. Su habitación luce revuelta, y es iluminada por el fuego de la chimenea. Las ventanas y la puerta están trabadas. Sí, lo recuerda: se quedó dormida, luego de haber añadido un par de párrafos más a su diario. ¿Hasta donde habrá escrito?

 

 

24 de diciembre, 2027

 

En ese artefacto, está capturada la magia y la esencia de quién sabe cuántos magos y brujas... Pero no sólo puede capturar magia. La corrompe. Y, al usarla, un mago oscuro puede amplificar su magia. Todavía no he podido verlo "en acción", así que todavía no conozco su forma.

Mañana será el día. Confían en mí. No por haberles demostrado mi valía; en realidad, sé que creen que soy una cobarde. Pero ésto es lo que necesito. Me llevarán con ellos... Todavía no sé lo que planean, pero sí sé que el destino es Hogwarts. Eso sólo me hace sentir más enferma. Y también sé que es el momento de atacar, por fin.

Años atrás, la Orden del Fénix descubrió que tenían razón. Los mortífagos no habían desparecido definitivamente. Pero para cuando lo descubrieron, ya era tarde: tenían un plan, y habían comenzado a ejecutarlo antes de que pudiesen impedirlo. Para entonces, la Orden del Fénix se había reducido significativamente en número. ¿Cómo se iba a mantener vivo un bando, sin una causa por la que luchar? Los que permanecieron, como ella, lo hicieron por el cariño... y, quizás, por la necesidad. Madeleine era el vivo ejemplo de quien había sacrificado toda su vida por la causa, de quien se había construido en torno a ello hasta el punto en el que no podía hacer más nada. Nunca se casó, nunca formó una familia. Y nunca dejó de entrenar. Y éso nos salvará...

 

Oficialmente, Madeleine murió cinco años atrás. La bruja que se unió a los mortífagos cuando resurgieron por tercera vez, fue Alda Black. Una mujer de mediana edad, de apariencia poco llamativa, pero de indudable pureza en la sangre. Una mujer ambiciosa, sí, pero que nunca podría si quiera alzar la voz ante su líder, por lo mucho que lo respeta. Una mortífaga común y corriente, que pasa fácilmente desapercibida frente especímenes más... llamativos. Alda no hace gran cosa; se limita a seguir las órdenes directas de sus superiores, sin cuestionar. No obstante, nunca olvida su verdadero nombre ni sus verdaderas intenciones; nunca deja de pensar en lo mucho que odia hacer las cosas que, en ocasiones, tiene que hacer. Y nunca deja de ocultar todos esos pensamientos a su líder. Ella con una mirada, puede saberlo todo. Todo lo que uno le permite saber.

 

"Mañana" es hoy. Por entre las rendijas de las persianas, se cuela la luz de la mañana.

 

Alda se levanta de la silla, sintiendo su cuerpo adolorido por la mala posición para dormir. Lo primero que hace, como todas las mañanas, es verse al espejo, sosteniendo la petaca de metal. Entonces, le da un largo trago, si dejar de observar al frente. Su piel se alisa, ocultando las cicatrices. El cabello crece hasta la mitad de la espalda, y se colorea de un negro azabache donde relucen varias canas plateadas. Su cuerpo se vuelve más delgado y se estira, pero sin que la piel rejuvenezca. Sus facciones se afilan, como las de un típico Black. Lo único que no cambia es el tatuaje. Está grabado a fuego, y sabe muy bien que jamás podrá deshacerse de él. Gajes del oficio.

 

Se reúnen en la mansión Malfoy, siendo bien atendidos por los patriarcas de la familia. En el salón, la líder es la que se sienta a la cabeza de la mesa, con un Malfoy a cada lado. Alda está sentada muchas sillas a la distancia, pero puede oír con claridad las palabras. En aquel momento, está bloqueando todo lo que no tiene que ver con Alda Black, lo cual es principalmente, su verdadero nombre y, en torno a ello, todo sobre la Orden del Fénix. Lo único que tiene en la cabeza es que es Alda Black, ansiosa antes de la que parece ser la misión más importante de los mortífagos, hasta los momentos.

 

—Como ya saben, hoy iremos a Hogwarts. Sí, sé que muchos deben sentirse nostálgicos... —para Dalila, ningún pensamiento, ningún sentimiento pasa desapercibido cuando te observa. A pesar de que nunca dice abiertamente que es una Legilimaga, para nadie pasa desapercibido— Y espero que se sientan más emocionados, al escuchar el motivo.

 

>>En Hogwarts, están los restos de nuestro Señor Tenebroso, Lord Voldemort.

 

Alda clava los ojos sobre su copa, donde el vino comienza a calentarse. Los restos de Voldemort. Restos mágicos... restos que pueden servir para el arma...

 

—Sí, están en lo correcto —evidentemente, escuchó los pensamientos superficiales, en general—. Una vez que logre capturar su magia residual, estaré lista para atacar el Ministerio de Magia. Los Aurores no serán un problema, con mi arma.

 

>>¿La Orden del Fénix? No me hagas reír, Rowle —el mago a su lado, suelta una risa nerviosa, seguramente sobresaltado por la repentina mirada que le clava la mujer—. Ellos son historia. ¿O ustedes opinan otra cosa? —sus ojos plateados, recorren cada uno de los rostros. Podrían detenerse en cualquier lugar... pero lo hacen justo en los suyos— ¿Black?

 

Observa a Dalila a los ojos, sabiendo que está usando la Legeremancia sobre ella; sin embargo, sabe qué hacer. Oclumens. El encantamiento es silencioso, hasta para ella. Alda asegura cada uno de sus secretos, los esconde en lo más profundo de su mente, y deja visible sólo lo que es seguro.

 

—Un cuento para niños —responde, sin apartar la mirada, con su correcto acento inglés—. Y, aún, si existiesen, no serían nada para nosotros. No con su arma, mi señora.

 

Horas antes de aparecer en Hogwarts, luego años sin comunicación, envía un patronus. Por un momento, creyó haberlo olvidado, creyó que su alma estaría ya muy corrupta como para realizar uno... pero, luego de varios, intentos, apareció: el medio-kneazle. En su interior, todavía estaba el secreto de aquel antiguo poder. Sin embargo, luego le asaltó la duda. ¿Llegaría ese patronus a alguien? ¿Y si sus viejos compañeros lo recibían, acudirían? ¿Alguien recordaría todavía su misión, o a ella misma? Las dudas la atormentaron por horas, pero para cuando el tatuaje ardió, se obligó bloquearlas incluso para sí misma. Nada de pensar en la Orden del Fénix, nada de sentir aquella preocupación por los sucesos que vendrían a continuación. Es Alda, una Black de sangre, una mortífaga fiel.

 

Se aparecen en los terrenos circundantes a Hogwarts. La líder no los guía hacia el castillo, sino hacia el Bosque Prohibido. Un poco atrás de ella, camina un mortífago de rango interior, pero con grandes poderes: un nigromante. Supone que sus poderes sobrenaturales, su conexión con el mundo de los no-muertos, fueron los que lograron encontrar los restos de Lord Voldemort. Alda nota que no es él el que sigue a la bruja, sino que es ella la que, sin dejar que se note, lo sigue, mientras rastrea el "tesoro".

 

La docena de mortífagos camina a paso constante, con las varitas en alto. Con todas las túnicas negras y las máscaras plateadas exactamente iguales, salvo por Dalila cuyo rostro pálido y envejecido está expuesto, parecen un ejército de clones. Lo que es molesto, en realidad es una estrategia de combate. Sin embargo, no medita al respecto. En realidad, no se atreve a pensar en nada que no sea en la ubicación de los restos de Voldemort, en cuánta magia residual puede tener, pero siempre procurando que su interés por el tema no sea mayor al que pudiera tener una simple soldado.

 

—Aquí.

 

Cuando la mujer da la orden, los mortífagos alzan al unísono las varitas. La tierra rociada de escarcha comienza a levantarse, a formar montículos. Y, en ellos, comienzan a distinguirse las siluetas de los huesos. Seguramente la piel y los tejidos estuviesen ya mezclados con la tierra... mucho poder perdido, pero todavía puede sacarse algo de los huesos. O eso se atreve a pensar, al ver cómo Dalila toma el cráneo carcomido en su mano, y lo examina con un rostro que no luce decepcionado.

 

Alda tiene que bloquear las náuseas, los impulsos de sacar la varita y atacar a Dalila. En cambio, se obliga a observar.

 

—Te necesitamos, para continuar tu legado —bajo la túnica, sobre su pecho, algo reluce. Muy pronto, se enteran de lo que es. El ópalo comienza a flotar, sin soltarse de la firme cadena de plata que lo une a la mortífaga. Cada vez, brilla más. El cráneo también brilla. Sin embargo, mientras que la joya parece volverse más hermosa, más viva, el conjunto se huesos se vuelve más frágil. Alda nota cómo parece consumirse con aquella luz violeta, hasta que se vuelve polvo y desaparece en el aire.

 

En Dalila, también se notan los cambios. Su postura se vuelve más regia, y la determinación en su rostro es más fuerte que nunca. Es demasiado poderosa.

 

—Servirme, es servir a Lord Voldemort —habla con la voz firme, penetrante. Es imposible no escucharla, pues hay algo... encantador, en su voz. Alda observa que sus compañeros asienten, sin cuestionamientos. Ella también lo hace, aunque lo cierto es que hay algo que la protege de aquel efecto; pero ése conocimiento también permanece oculto—. El siguiente paso, es atacar el Ministerio de Magia y hacerlo nuestro, nuevamente.

 

Y, entonces, sucede.

 

¡Expelliarmus!

 

Dalila es más rápida. Un escudo mágico se materializa frente a ella, y la protege del encantamiento. Entonces, sus ojos buscan al culpable. En primer lugar, se posan sobre los mortífagos, que tienen ya las varitas en alto, pero al ver a través de las rendijas de las máscaras, sabe que no han sido ellos. Se vuelve hacia los árboles, seguramente escuchando pensamientos superficiales, acusadores...

 

—No —masculla, con una ira que le desfigura el rostro.

 

De entre los árboles, aparecen. Sus túnicas y capas son de diferentes colores, y hay una gran diversidad de rostros. Deben ser poco más de una docena. A esas alturas, no se molesta en ocular lo familiar que se le antojan algunos de ellos.

 

—Sí —Alda se quita la máscara. Su cabello negro ha adquirido un tono más castaño, y se ha acortado un poco. Y, en su piel, comienzan a verse las viejas cicatrices de guerra... Lo hace como un reto y, por supuesto, Dalila lo acepta.

 

Su odio hacia la Orden del Fénix, no es tan grande como el que debe sentir ahora hacia ella, al descubrir su traición. Madeleine no se molesta en ocultar ya su verdadero nombre, ni todo lo que ha ocultado los últimos años; sin embargo, hay un detalle que Dalila, que está usando la legeremancia contra ella, no es capaz de observar todavía. Los mortífagos no intervienen, pues están ocupados con los miembros de la Orden del Fénix que salen de entre el follaje.

 

Dalila le grita que es una traidora, que morirá y todo eso, pero Madeleine no le presta atención. No deja de observarla a los ojos, sabiendo que se atormenta con todo lo que le revela: los años de cartas, de observación, de actuación. Y, mientras que la ira de la líder la ciega, ella ataca. Agita la varita mágica de ébano, cansada de practicar Artes Oscuras, y hace que un látigo de un vibrante azul se materialice de su extremo. Entonces, lo agita y hace que rodee la cadena de plata.

 

—¡NO! —Dalila trata de sostenerlo, pero es inútil. Madeleine tira del kiorke, y la cadena se rompe y vuela hacia ella, con aquella enorme gema brillando intensamente.

 

Cuando lo tiene en las manos, no puede evitar observarlo por unos momentos que parecen eternos. Puede sentirlo palpitar en su mano. Puede escuchar su susurro, que clama por ser usado para realizar magia negra. Es por eso que ella es la que lo sostiene. Porque aunque sus compañeros tengan buenas intenciones, no tienen las mismas defensas, la misma barrera que ella. No pueden ocultar aquellas cosas que ése objeto podría usar para manipularlos. En fin, no son oclumagos. Finalmente, lo arroja al suelo y alza la varita hacia él.

 

Avada kedavra —la luz verdosa envuelve el ópalo, lo llena y lo tiñe. Ni siquiera el mismísimo poder de Lord Voldemort, es inmune a la maldición asesina. Madeleine está segura de que puede escuchar un millar de gritos que le hielan la sangre, pero ya no pueden detenerla. Aunque lamenta acabar de forma tan penosa con un artefacto que guardia magia de personas inocentes, está convencida de que es la única forma. Esa magia está corrupta, y no tiene salvación. Dalila, incluso algunos fieles mortífagos, saltan hacia la joya, pero es en vano: ésta explota, y sus fragmentos se vuelven polvo y desaparecen antes de tocar el suelo.

 

Ante sus ojos, la líder mortífaga parece envejecer. Su piel se cuarteta, y sus huesos son más notables. Sus ojos pierden el brillo de poder que tenían al realizar magia, mientras usaba la joya. Maldición, pareciera que se consume... Y se da cuenta de que siente algo en el aire. Puede sentir ciertas energías negativas liberándose, pero muchas más positivas. Magia restaurada, de las cenizas, pero buscando el lugar donde debe estar.

 

Ganaron, aunque sólo sea de momento. Lo sabe. Se vuelve para observar a sus compañeros, que ya han aturdido a los demás mortífagos, y observa en sus ojos que también lo saben. Sin embargo, hay algo más. Gratitud. Ella también puede sentirlo, pero no exactamente hacia ella misma. Se siente agradecida de, muchos años atrás, haber aprendido a dominar aquella habilidad. Gracias, Sauda. Espero no haberte decepcionado.

Editado por Madeleine.

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Una vez más,se cumplía su meta de no perder ningún pupilo en la Gran Prueba. Desde que ella era la Arcana de Oclumancia, Sauda no había pasado por ese trauma desconocido. La mujer había entrado en el Portal con un leve deje de miedo al rechazar su deseo de suerte. La anciana la contempló de espaldas al cruzar y sintió tristeza por ese corazón apesadumbrado. Madeleine era valiente, nada te hace más valiente que luchar contra tus propios miedos.

 

La Arcana esperó en la Pirámide. Era una mujer paciente, algo que había aprendido allá en su tribu, en Tanzania, desde que era bien pequeña. Aún así, piensa que ha pasado mucho tiempo. <<Demasiado tiempo>> piensa para sus adentros. Se sintió tentada en crear un falso recuerdo por si no regresaba.

 

<<Has de hacerlo.>>

 

Como tantas veces que había esperado ante la Puerta, Sauda temía que algo haya ido mal. Miraba continuamente su anillo de Onix, al que se habían vinculado todos los Oclumantes que ya pasaron antes por esa prueba, pero la muchacha no la llamaba. Aún podría estar viva, aún podría estar pasando la Gran Prueba...

 

A pesar de todo, ella permaneció allá de pie, esperando, confiando en la fortaleza de Madeleine, tenía su fé depositada en ella. Y su espera tuvo sus resultados. Una luz mortecina se fue incrementando y haciendo más limpia y más pura al permitir salir a la muchacha de su interior. No hacía falta preguntar, la faz pálida de ella le informó del resultado positivo, de lo duro que había sido, de la satisfacción por conseguirlo.

 

Sauda quiso abrir los brazos y recibirla como si fuera una niña , arroparla... Siempre sentía esos pensamientos agradecidos por los que conseguían pasar la Prueba. No lo hizo, temió que ella no le correspondiera. Ahora era una mujer diferente a la que entró, con convicciones más fuertes, con una perspectiva de la Vida totalmente diferente.

 

Ahora era una Oclumante cuyo anillo provisional se transformó en el Anillo de Oclumancia vinculado al suyo. Sauda la saludó de una forma muy de su tribu. La mujer africana se inclinó un poco ante ella.

 

- Bienvenida seas, Oclumante. Ya eres uno de los nuestros. Usa bien nuestra Habilidad. Me siento orgullosa de ti.

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