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Secuestro


Jank Dayne
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Cayó de rodillas al quinto intento. Sin importar cuántos rayos saliesen de su varita o cuantas maldiciones escupiera por la boca, seguía sin poder usar sus ojos. Incluso había intentado prender fuego a su ropa, a su piel, a su propia varita.. Pero el fracaso solo daba pie a la desesperación. Tardó varias horas en concentrarse y entrar, de una manera poco ortodoxa, al trance que necesitaba para salir de ese apuro con impunidad. Respiró profundamente y la contuvo hasta que encontró la pared tras su espalda, donde pudo deslizarse y encontrar un interruptor que no dudó en accionar. Si eso lo mataba, al menos sabría que estuvo vivo.


Por el contrario, tuvo que cubrir sus ojos del sol encandilante que lo recibió. Al principio la majestuosidad del valle lo distrajo de la máscara de plata que cubría su cara, la cual no notó a pesar de ser considerablemente pesada. Pero a pesar de que el clima fuese idílico, que el paisaje le regalaba una vista casi ficticia, no dejaba de preguntarse el cómo, cuándo y por qué se encontraba allí, contra su voluntad, culpándose a sí mismo por no poder recordar su última acción de libertad.


La preocupación solo pudo ser opacada por el sujeto que, de la nada, apareció a varios metros de él. Jank sintió cómo las manos empezaban a sudar y casi la varita se le resbalaba de las manos. Por suerte recordó que ésta funcionaba y la apuntó hacia él o ella. No podría describir su vestimenta aunque lo quisiera, pero parecía un uniforme, y la máscara de plata cubría sus rasgos. Jank supuso que él vestía de la misma forma o similar, como si de una prueba malévola se tratase, o simplemente un juego.


- Floreus! - no dudó en hechizar al mago, a unos seis metros de distancia. El próximo encanto de su futuro rival solo haría que lindas flores adornaran el ya hermoso suelo fértil que pisaban. A pesar de no saber de quién se trataba o si quería hacerle daño, no pensaba correr riesgos. De hecho, analizó el terreno antes de hablar: estaban frente a un río tranquilo, casi mudo, repleto de rocas salientes y de todos los tamaños. El resplandor del sol sobre sus superficies húmedas las hacían apetecibles, vulnerables a la magia.


- ¿Quién eres?

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Yve Crescentia

 

Aparecí al costado del río en un instante. Tenía entendido que en esa zona había bastantes piedras de cuarzo en el agua, perfectas para confeccionar un collar que tenía en mente. Ese día no tenía ganas de hacer nada, estaba muy cansada como para estudiar y físicamente agotada por el entrenamiento de esgrima el día anterior. Me recibió un clima agradable, con un cielo despejado. Llevaba ropa cómoda y ligera, con una suave capa colgando de mis hombros y algunos adornos en el pelo. Mis pies descalzos tocaron el césped.

 

Sentí una presencia a mis espaldas. Llevé mis manos al pecho cuando, al girar, noté una figura agitada, llevando lo que parecía ser una máscara plateada en el rostro. Su figura intimidante hizo que mis manos comenzaran a temblar levemente. Sentí la ansiedad infectar rápidamente mis extremidades y mi respiración. No obstante, tomé mi varita con ambas manos, apuntando hacia él, visiblemente insegura.

 

Mi varita vibró entonces, asustándome. El hombre había invocado un maleficio que yo conocía.

 

<<Tiene que ser miembro de la Orden. Pero, yo me uní a sus filas hace muy poco. No debe saber ni quién soy. Además, ¿cómo sé si puedo confiar en él? — pensé.>>

 

El hecho de que esté ocultando su rostro y yo no el mío me generó una repentina paranoia. Ya era tarde para ocultarme, no tenía sentido siquiera gastarme en hacerlo. Descubierta como estaba, debía defenderme. Aún sosteniendo mi varita firmemente con ambas manos, apunté al pecho de ese desconocido.

 

—¡Yo no soy la que está en incógnito y ataca! Quién sos VOS sería la pregunta adecuada.

 

No supe cómo había tomado el valor para contestar tan firmemente. Mi lenguaje corporal debía delatar mi miedo.

 

—¡Desmaius! — grité, pero no sucedió lo que esperaba. Las flores blancas cayeron al suelo enfrente mío.

 

Tenía que pensar en algo rápido. Pensé que, tal vez, desarmarlo sería la mejor opción.

 

—¡Expelliarmus!— dije.

 

El rayo rojo se dirigiría hacia el cuerpo de ese desconocido y con suerte le quitaría su varita.

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— Lo siento.. Yo.. — se sostuvo la frente, como si se le fuese a desprender del cráneo —.. honestamente no sé qué hago aquí.

 

Jank quiso por un momento extinguir el sol. Estaba mareado, acalorado y confundido. Necesitaba el respiro que solo la soledad podía ofrecerle, pero dudaba que fuera algo que su nueva contrincante estuviera dispuesta a ofrecerle, menos teniendo en cuenta que ahora se enfrentaban. Tuvo que incorporarse pronto, aun sin responder la pregunta eufórica acerca de su identidad. A pesar que la bruja no parecía amenazante, ahora que la veía con la mente más calma, las apariencias tendían a jugarle malas pasadas.

 

¡Silencius! — se apresuró a decir justo después de que Yve tratara de conjurar un desmaius. El color de las flores le trajeron buenos recuerdos. El hechizo silenciador, que había salido segundos antes de que intentara atacarlo con lo que iba siendo un "Expe..", logró su objetivo de dejarla muda, lo que abrió una oportunidad para tomar una breve ventaja que debía aprovechar lo antes posible. Si lo hubiese querido asesinar habría empezado con hechizos más letales, por lo que Jank no tenía que pasar el trago amargo de tener el mismo objetivo. Por ahora.

 

Haciendo uso de una magia más simple de lo que habría pensado, se deshizo de la máscara que cubría su rostro. Para esas instancias no sabía qué atrocidades habían hecho sus secuestradores, o si más bien se habían concentrado en el hurto de sus poderes, o de sus pensamientos. De cualquiera manera, hizo una sutil reverencia tardía que, con un poco de suerte, serviría de conciliación.

 

— Soy Jank Dayne, un placer luchar contra ti. ¡Desmaius!

 

Un rayo plateado salió disparado desde Libra, su fiel varita, directo hasta el pecho de Yve, cargada con la magia suficiente para dejarla inconsciente y dar por terminado el enfrentamiento antes de que fuese demasiado tarde para ella.

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Las cosas no salen como una lo desea. Para la justicia estábamos nosotros, aquellos defensores de pobres e indefensos, porque la vida misma no era ni nunca sería justa. Y una pequeña porción de esa sensación de vacío se vio reflejada en mi rostro cuando la luz que supuestamente tenía que haber salido despedida de mi varita quedó en la nada misma. Mis palabras se habían escapado a medias. Aquel hombre al cual me enfrentaba parecía estar en un estado físico deplorable, como quien pasó por una situación de mucho estrés en poco tiempo. A pesar de su preocupante condición, seguía pareciendo ser más rápido que yo. Tampoco pude notar duda o inseguridad en su accionar.

Los misterios de ese día se redujeron un poco cuando mi contrincante retiró esa máscara de su rostro. Ahí fue cuando entendí que no se trataba de un demonio ni mucho menos, pero tampoco sabía las intenciones que él tenía. Quizás fue el detalle de que en su rostro no había cuatro pares de ojos, tentáculos saliendo de su mentón o grandes colmillos, que me hizo relajar un poco mi ya preocupante nerviosismo. Al hacer espacio en mi cabeza, aunque haya sido un pequeñito rincón, otras ideas entraron. Así funcionaba: tenía que estar con la cabeza llena constantemente. Esas últimas ideas, más frescas y brillantes, plantearon algunas incógnitas totalmente lógicas que me cambiaron la forma de ver esa situación completamente.

<<¿Por qué se queda? Ya vio que mis intenciones son puramente defensivas. ¿No quiere irse a su casa y ya? >>

No era bueno tampoco cortar ese juego que se había armado entre nosotros. Si estaba a punto de lidiar con una persona psiquiátrica, o algo similar, lo mejor era seguir las reglas que él me estaba trazando. No podía confiar en esa poca magia que había usado para determinar su poder total; a lo mejor sólo quería probar mi capacidad para defenderme. El problema era que yo, realmente, no quería hacerlo. Su nombre no me sonó en lo más mínimo.

—Mi nombre es Yve Crescentia — <<Qué más da, si quiere puede averiguarlo. Ya vio mi rostro, no le estoy dando información muy complicada de conseguir. >>

Imité su reverencia sin quitarle la vista de encima. Como era de esperarse, la cosa no iba a terminar ahí. Porque, en lo que venía experimentando desde que había terminado mis estudios en Hogwarts, cada persona que comienza algún tipo de enfrentamiento tiende a querer finalizarlo "como se debe". Mi concepto de finalizar parecía diferir severamente del común de la gente — si es que podía usar ese adjetivo en Jank. El rayo que invocó me era conocido, por suerte. Al menos tuve una idea rápida de cómo defenderme.

Tenía cerca una de esas tantas rocas de cuarzo, justo un metro hacia mi derecha. Esta estaba suelta, con el tamaño indicado para realizar lo que tenía en mente (justamente por eso no la había podido levantar para hacer un collar, porque hubiera sido... bueno, poco práctico, por decirlo de alguna manera).

—Morphos —dije.

La roca cambió en un instante, dando lugar a un lindo perro rottweiler adulto. Su orden inicial fue saltar hacia el rayo e interceptarlo. El perro quedó a tres metros de Jank, tirado en el suelo, desmayado tras el impacto.

—Sectusempra —dije, agarrando la varita con ambas manos, apuntando hacia el pecho de mi rival.

<<Perdón, Jank. No sé quién sos, llegaste y me atacaste, no puedo confiar en vos hasta que demuestres un poco de cordura.>>

Mi rayo verde saldría disparado hacia Jank, con sus efectos ya conocidos. Podría haber sido más blanda e ir por opciones un poco menos violentas, pero nada me aseguraba que él hiciera lo mismo. No podía arriesgarme enfrentándome a un desconocido que me había atacado de la nada. Al mismo tiempo que había conjurado mi último hechizo, el perro creado por Morphos se levantó del suelo y comenzó a recorrer esos 3 metros hacia Jank <<Atacalo.>> Esa orden mental había sido suficiente para que el animal tuviera intenciones de morder al máximo de sus capacidades las piernas de Jank sin parar.

<<No quiero matarlo. Sólo quiero sobrevivir.>>

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  • 2 semanas más tarde...

— ¡Sectu.. !

 

— ¡Silencius! ¡Hey!

 

Jank no pudo ocultar su indignación. Por suerte había actuado rápido, adelantándose al peligroso sectusempra de Yve, dejándola a medias en plena conjuración del rayo. Él era una de las personas más contradictorias que podían existir jamás, y por ese motivo siempre había apoyado a las que compartían esa debilidad. Pero, en ese caso, no le encontró sentido. Había querido demostrar que ese enfrentamiento, al menos para él, no tenía que ser algo más que un encuentro tranquilo que, incluso, podría resultar en una amistad imprevista. No sería la primera amiga que conociera que lo odiase o tratase de matarlo al principio, pero..

 

— Pensé que ese ataque sería prueba suficiente de que lo que busco es desarmarte, como en los duelos corrientes. ¿Has participado en alguno, por casualidad? — dijo, casi molesto. Comprendía lo difícil que resultaba para alguien desconocido confiar en una persona que aparece, de la nada, en un campo abierto a plena luz del sol con una máscara de plata cubriéndole el rostro. Incluso hasta él se alarmaría. Aparte, cuando se quitó la máscara, la cosa no mejoró. A veces olvidaba lo descuidado que estaba su aspecto físico desde su último viaje a Noruega. No era quién para juzgarla por temer, pero ya no sabía qué hacer para demostrarle sus intenciones. Si las palabras no funcionaban, lo harían los hechizos.

 

<<Oppugno>> pensó Jank cuando el perro creado por Yve casi llegaba a su pierna después de despertar del letargo ocasionado por el desmaius. El animal se quedó inmóvil hasta donde llegó, a unos centímetros de él. Aprovechó para acariciarlo y, de inmediato, envió una orden mental de atacara Yve y le mordiera el tobillo. Como era parte de su naturaleza, se encargaría de clavar sus dientes fuertemente en éste sin intenciones de soltarlo hasta que la sangre y el músculo se desgarrara. Los metros que los distanciaban no eran demasiados, por lo que sería una distancia corta. Si la bruja llegase a atacar por rayos, el perro volvería a cumplir su primera función: proteger a su amo que, a partir de entonces, sería Dayne.

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Pocas veces las cosas salían como yo lo esperaba y esa vez no había sido una excepción. El rayo que intenté mandarle a Jank quedó conjurado a medias, resultando en la nada misma. Escuché con atención sus palabras, poniéndome aún más en guardia.

 

<<No tiene caso razonar con él; debe estar en un estado mental muy trastornado para pretender que una completa desconocida no se defienda de una emboscada así — pensé.>>

 

Bajo ningún punto de vista iba a bajar la guardia. A pesar de que mi agarre de dos manos y mis piernas levemente temblorosas me delataban la falta de fortaleza, iba a mantenerme lo más firme posible para superar ese enfrentamiento. Jank parecía molesto, pero no me importó. Hasta no confirmar que él no era un psicópata no podía dejarle un segundo de ventaja sobre mí.

 

<<¿Qué está haciendo?>>

 

Observé a Jank hacer una floritura en el aire, intentando defenderse del perro. Supuse que iba a matarlo, o al menos incapacitarlo, pero nada sucedió. El perro se aferró de su pierna y comenzó a atacarlo. La herida se agravaría más cuando el perro vuelva a morder, si es que Jank volvía a fallar en defenderse. Lo único que se me ocurrió fue que mi rival haya conjurado mal el hechizo; supuse que había intentado conjurar un hechizo verbal solamente con pensamientos. El animal se estaba llenando de sangre la mandíbula.

 

<<Realmente debe pasarle algo; necesito desarmarlo cuanto antes y llevarlo al Cuartel para que lo atiendan.>>

 

—Morphos— dije.

 

La parte superior del uniforme de Jank, una especie de camisa gruesa y oscura, se transformó en un avispón japonés gigante adulto que voló en círculos cerca de su espalda. Su orden inicial fue picar la espalda de Jank, inyectándole el doloroso y letal veneno y, una vez que haya picado, tomar distancia en el aire y volver a picar nuevamente en cuanto yo conjure mi siguiente hechizo. El perro que le estaba mordiendo la pierna se preparó para atacar nuevamente en cuanto conjuré el Morphos. Su misión era seguir mordiendo la zona, agravando la herida aún más.

 

<<Vámos Jank, sólo ríndete, no me hagas llevarte el borde de la muerte — pensé.>>

 

—Floreus— susurré.

 

La varita de Jank aceptaría ese molesto conjuro si él no hacía nada para evitarlo. A su vez, el perro se volvía a preparar para atacar y la avispa seguiría inyectando su veneno en su espalda y sobrevolando luego.

 

 

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