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Ellie Moody
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REGISTRO

Una de las pocas propiedades de los Moody en Inglaterra, se encuentra ubicada justo en una esquina del callejón Knockturn. No es un edificio grande. Está construido con ladrillos de piedra de tonos que van desde el negro hasta el gris claro, con vigas de solida y resistente madera de roble, en la cual aún así se observan los estragos del tiempo.
 
La puerta frontal, la única entrada y salida, es también de roble. Junto a ella, una amplia ventana permite observar con claridad el interior del local; sólo en las ocasiones realmente necesarias, se emplean las cortinas negras para obtener mayor privacidad. En el piso superior, también hay amplias ventanas, aunque éstas sí suelen estar protegidas por las cortinas. El techo, de tejas de color ladrillo, es alto y triangular, y de él sobresale la chimenea.
 
Lo que le da la apariencia al edificio de negocio, en lugar de simple casa, es el sencillo cartel de madera clavado en la puerta.
 
EL TRASTERO
 
La planta baja es la zona abierta al público. Está llena de estanterías, organizadas de tal forma que crean pasillos, y éstas a su vez están abarrotadas de todo tipo de objetos: libros de magia, objetos mágicos restaurados o completamente modificados, incluso uno que otro objeto de colección. Tras los pasillos, al final del salón, hay un mostrador donde están en exposición los libros y reliquias más valiosos; allí, además, es donde suele estar la encargada de la tienda. Atrás, hay unas escaleras en forma de "L" que conducen a la planta superior, el taller de Ellie, donde pasa muchas horas restaurando reliquias y libros antiguos y repara e incluso modifica artefactos averiados.
 
⊱ ────── {⋆⌘⋆} ────── ⊰

Ellie aparta las cortinas negras de la ventana frontal del negocio. Cuando lo hace, una nube de polvo se desprende de las gruesas telas; puede observarla claramente, gracias a los rayos del sol matutino que ahora pueden entrar con libertad. Además, casi inmediatamente, siente aquel cosquilleo en lo más profundo de sus fosas nasales.

¡Achú! —estornuda, como se acostumbró a hacerlo por medidas sanitarias, en la parte interna de su codo.

Debe desmontar y lavar muy bien las cortinas, pero es lo único que hace falta. El piso está bien barrido y trapeado, y las cosas en las estanterías están bien puestas; ante la mirada de quien pasó toda la noche acomodando el lugar, buscando la forma de convertir aquel basurero en un lugar tanto útil como cómodo por lo menos para ella, hay bastante orden... Pero lo cierto es que, quien entre, sólo verá basura inútil colocada al azar en las estanterías que conforman los pasillos.

Cuando Ellie descubrió el título de propiedad de aquel pequeño local, no pensó en usurparlo para llenarse los bolsillos de oro. Simplemente, le pareció un buen lugar para trabajar tranquilamente, sin la interrupción de las visitas cotidianas o la distracción de la cama. Además, por qué no, le emocionó la idea de tener un "taller privado", un lugar donde aplicar sus conocimientos mágicos de una forma más flexible y libre que en el trabajo. Pero, al estar allí, no le pareció mala idea exponer ese montón de artefactos mágicos sin dueño desde hace tanto tiempo. La basura de alguien, es el tesoro de otro, o algo así dice el dicho...

Ni siquiera en sus más lejanos pensamientos, llegaría a pensar que probablemente Richard lo tomaría como una usurpación a la herencia de su hermana, aprovechándose de un apellido que es más de ella que de él y de una sangre que no corre por sus venas. Muy al contrario, mientras se sube a una silla para bajar las cortinas (Ellie odia usar la varita mágica para actividades mundanas), piensa en llamar a Mel y a Richard, e incluso a la joven Athena, quienes ahora son su familia.

Editado por Ellie Moody

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Es demasiado temprano para haber salido a la calle un día precisamente como hoy, pero también era demasiado tarde para volver a Baker y tratar de tomar el desayuno junto a la recepcionista y la elfo domestico sin recibir más que críticas de cómo no ha tenido consideración con ellas o la sanadora durante las fiestas decembrinas y las mantuvo lejos y fuera de Baker y de sus asuntos personales. No es que le moleste realmente, sus comentarios siempre son lo bastante superfluos hasta que Evans siempre hace o dice algo y se asegura de que no solo sean “críticas constructivas” ¿No era por eso mismo que paseaba por los callejones ahora?


El bullicio en las calles del callejón a esa hora del día no es tan complicado y merodear por ahí se vuelve bastante sencillo, eso hace más fácil acceder a un sitio o tan siquiera dar con él.


En su cabeza está sonando esa música de ascensor de la que se contagió por pasar toda la mañana haciendo trámites en los pisos del ministerio, mientras pasa la vista a lo largo del estante se pregunta si habrá sido una canción de éxito algunos años atrás, entonces que extraño seria escuchar en un futuro “Je veux te voir” mientras subes al piso de inquisidores. Sonríe para sí mismo, sin duda sería algo interesante de experimentar, aunque se sabe nada poderoso (o no lo necesario) como para infiltrarse en la ambientación del ministerio y sabotear los audios de los ascensores. Con algo de suerte un día tendrá la excusa perfecta para convencer a Evans de que será por el bien de la humanidad.


-Salud- de pronto asoma la cabeza por uno de los estantes para encontrarse a una joven mujer, era eso lo que se dicen cuando alguien estornudaba ¿no? ahh ese mal hábito de tomar modales ajenos, -Hola, l-la la puerta estaba abierta así que entre- con sus largos dedos señalo el acceso principal a su espalda, el gesto que tenía la mujer ahora no aseguraba si el lugar estaba en horario laboral o no -Ehh, pronto será mi cumpleaños- dice del modo más casual, como si con aquello justificara su presencia -Mi esposa me ha mandado a comprar un obsequio, para mí por supuesto, debo llevarlo a casa para que ella lo envuelva y después fingir que es una sorpresa- sonríe pensando que quizá haber dicho eso último estaba de más -¿Tendrás este mismo libro pero…con portada?- le mostro a la joven un ejemplar de un libro muy viejo con hojas grises y comidas por el tiempo -Y con sus primeras veintidós hojas?- sonríe divertido a la joven antes de distraerse con otro ejemplar mas completo.


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—No recuerdo haber... —comienza a decir, limpiándose el rostro con la manga de la túnica para quitarse el polvo de la cara. Sin embargo, aquel muchacho se le adelanta. "La puerta estaba abierta". Decide darle el beneficio de la duda, pues ha estado más bien distraída, pensando en todo al mismo tiempo; además, ¿por qué no?, está emocionada de tener un cliente. Su primer cliente. Así que deja el enredo de cortinas polvorientas sobre la silla sobre la cual ha estado haciendo equilibrios, decidiendo dejar aquella labor para más tarde. Al volverse hacia él, es que lo detalla verdaderamente.

 

Al principio, Ellie piensa que aquel mago estuvo metido, muy recientemente, en una pelea callejera. Sin embargo, aquellas cicatrices sólo le hacen pensar en una cosa. Considerando que en sus años de estudio postgrado se dedicó a la (mal llamada) Defensa Contra las Artes Oscuras. Por algún motivo, en esa área aprendió sobre criaturas como hombres lobo y vampiros, como si ellos fuesen una especie de magos oscuros. De cualquier forma, con esos conocimientos, se atreve a comparar las cicatrices con heridas de licántropo. Así que este muchacho muy probablemente fue atacado por uno... y, si esto es cierto, muy probablemente sea uno. Sin embargo, todavía hay bastante sol para el resto del día y todavía no hay Luna Llena. Además, hoy en día, la mayor parte de los hombres lobo, especialmente los pertenecientes a la comunidad mágica, han aceptado el uso de la poción matalobos como algo normal.

 

Se acerca despreocupadamente para tomar el libro que el muchacho ha encontrado. Parece un libro de cuentos muy viejo. Con cuidado, Ellie deja pasar las páginas, y un aroma a humedad y encierro invade sus fosas nasales. En efecto, el lomo parece hacer sido carcomido, y sólo están poco más de la mitad de todas sus hojas. No puede leer en éste el título y en la contraportada, que está bien conservada aunque manchada, no hay ninguna información relevante. Además de la historia narrada, lo único útil que encuentra es un breve mensaje en la última hoja, escrito con tinta negra: "con todo mi amor, Clementine". Supone que ha de tratarse de una dedicatoria, para la persona a la cual fue obsequiada aquel libro.

 

Y ahora está aquí, olvidado... Pobrecilla esa Clementine.

 

—Lo siento, chico. No lo he visto en las cosas que me han traído —suspira Ellie, sin preocuparse por disimular su acento escocés—. Pero este libro me vino en una caja llena de otros libros viejos —divaga, hablando más para sí misma que para el muchacho. El repentino interés con aquel libro no se debe a que quiera satisfacer al cliente. Se trata de un nuevo reto personal, como el propio establecimiento—. A lo mejor encuentro algunas partes... y Puedo intentar restaurar lo demás...

 

A grades zancadas atraviesa el estrecho pasillo hasta alcanzar el mostrador. Junto a la silla, encuentra la caja que quiere, de entre tantas otras. Es una caja de cartón, llena de libros en peor estado que aquel y pergaminos rotos. Según su evaluación, todo lo que queda allí es basura. Está tan ensimismada en la labor, que ni siquiera se da cuenta de que el muchacho parece haber perdido el interés en su regalo de cumpleaños y ahora está viendo otro libro.

 

En primer lugar, saca de la caja los libros, para desecharlos ese mismo día. Luego, los pergaminos; aunque éstos los deja sobre el mostrador, pues sólo están rotos y manchados, pero si se reparan un poquito, pueden servir por lo menos para enviar cartas informales. Así, en la caja quedan hojas sueltas y lo que bautiza rápidamente como "migajas de papel". Buscar hojas que coincidan con aquel libro, es extrañamente entretenido. Es como armar un rompecabezas o resolver un misterio.

 

—Ya vas a ver cómo esta cosa queda como nueva... —murmura distraídamente— Si quieres, por ahí hay unas cajas forradas de tela, para ahorrarle el trabajo a tu esposa —si bien Ellie es consciente de que el muchacho soltó aquel comentario con cierta malicia, le parece que su esposa tuvo una buena idea. A ella, muy pocas veces, le regalan justo lo que quiere y como si fuese poco las personas se enojan cuando busca cambiar cosas que no quiere o no necesita por lo que ella considera que sí. Sería tan feliz si la gente le diera el oro y la dejaran comprarse lo que le cante...

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Ella deja entonces las cortinas polvorientas y Ollivander no evita contraer un segundo el entrecejo cuando la ve venir con pisadas certeras en su dirección, aún se encuentra ligeramente preocupado por saber si ha entrado a un lugar previo a su apertura, pero tampoco su preocupación es tanta como para insistirle a ella si puede quedarse, aunque sea a mirar prometiéndole que no notará su presencia. Finalmente, solo ha caminado hasta parar junto al mago para mirar curiosa el libro que Ollivander aun sostiene en sus manos, lo ladea un poco para mostrárselo y pueda ver mejor de que trata todo eso, pero termina por quitarlo de sus manos al final de cuentas.

 

El aroma a polvo y humedad que viene de la mujer es capaz de hacerle pensar al licántropo que se trata de un objeto más de esa sala de tesoros, sin embargo la edad que ella aparentaba a simple vista no parecía ni siquiera una fracción de la que cualquier otra cosa en el cuarto pudiera tener, aunque no podía fiarse de ello, el mundo, sobre todo en el mágico, le había enseñado que la edad era solo un número en el que entre más chico no era necesariamente ser un ingenuo y que entre más grande no era precisamente ser un viejo. Él mismo podía verse en el espejo y ver a un hombre casi quince años mayor que él cuando las noches de luna llena se acercaban al calendario. La edad era solo un tormento para aquellos que aún no habían conseguido lo que buscan en la vida.

 

La boca de Garry es una línea delgada que apenas se tuerce por un lado figurando en su cara un gesto pensativo “lástima” piensa para sí mismo cuando escucha del libro, se siente apenado del mal estado de aquel objeto y es que lleva ahí el tiempo suficiente para haber leído con mucho esfuerzo al no llevar sus anteojos las dos primeras páginas que tiene y ha bastado para catalogarlo como algo bueno, y después de todo es un lugar de antigüedades, seria inepto de su parte exigir algo más “nuevo” aunque aquel otro ejemplar que sostiene en sus manos se encuentre en mejor estado, su fachada también es vieja y descolorida y en él puede ver una huella de tinta que mancha el título del libro como si no quisiera que lo leyesen. Garry se preguntó si habría una historia realmente escalofriante en este tomo o solo había tenido un dueño caprichoso.

 

-Bien si- masculla apenas, pero sonríe cuando la escucha cruzar a grandes pasos la habitación, no se lo dirá aun, pero llevara ese libro a casa completo o no, sería divertido (o al menos entretenido) imaginar cómo pudo haber sido el comienzo de la historia una vez que lo terminara de leer, algo como un acertijo, pero si ella puede hacer que parezca algo mejor no la detendrá, sobre todo después de ver el esmero con el que rebusca en la caja, entre tantos pergaminos, el resto de las hojas.

 

Asiente como respuesta apenas soltando un “uhm” agradecido por la promoción de las cajas de envoltura, sin embargo termina por caminar los pasos de ella hasta al mostrador, ya escogerá un tema para la envoltura después.

 

-¿Sabes la historia de procedencia de estos objetos?- pregunto entonces sacando unas cuantas hojas de la caja y juntándolas con el libro para ver si coinciden -En algunos lugares manejan cartas de garantía que hacen eso precisamente, garantizan, ahí viene el nombre del dueño previo, el material del que esta hecho, las partes que lo componen, su valor monetario y los papeles de propiedad…-hace un gesto de desagrado tras escucharse a sí mismo y lo burócrata que le ha parecido su comentario -Ahh, pero supongo que siempre es mejor averiguarlo por cuenta propia- echa un vistazo a dentro de la caja y toma un puñado de papeles -¿Has pasado por algo extraño entre estas cosas? ¡Ah! Creo que encontré una- sonríe largamente.

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Ellie se limita a encoger los hombros, mientras escucha al muchacho hablar sobre cartas de garantía. A pesar de que podría meterse en graves problemas si un supervisor visitara el local y no tuviese ella la documentación de cada pequeña cosa expuesta, no piensa en practicar aquella pesada y aburrida burocracia. Por supuesto, su postura al respecto está sumamente influenciada por el hecho de que no ve aquel negocio como un sustento; para poner el pan sobre la mesa, tiene el trabajo en el Ministerio de Magia. Aquel es un hobbie que puede tomarse muy en serio por gusto, pero sólo éso. El valor de las cosas suele determinarlo haciendo una evaluación rápida y negociando con la persona interesada; está segura de que entre sus ventas debe haber alguna verdadera ganga, mas no le interesa, pues todavía no ha descubierto nada allí que sea un tesoro para ella.

 

—Yo creo que cada quién le da el valor que le quiere dar —musita, mientras intenta armar varios trozos de papel para averiguar si pueden armar una hoja del libro. Mientras habla agita la varita, realizando un encantamiento reparador despreocupadamente.

 

>>Hasta los momentos, lo más extraño que me ha sucedido con estos objetos, fue conseguirlos —le confía. Si bien Ellie tiene un carácter introvertido, cuando habla de sus aficiones, se le afloja bastante la lengua (aunque no lo suficiente como para decir cosas que pueden ponerla en una situación comprometedora). Diferente sería si le preguntaran por asuntos personales, sus sentimientos. Se inhibiría al tener que responder un "hola, ¿cómo estás?"—. La mayoría estaban en la casa donde me mudé... Tuve que hacer una buena limpieza. Habían montones de cajas por todo el lugar, pero escondidas, especialmente en el ático, el cual era la habitación de la mujer que vivía antes allí.

 

Lo que Ellie no menciona, es que, en la cabaña de los Moody a las afueras de Ottery St. Catchpole, todavía hay varias cajas con pertenencias de Madeleine Moody, la cual identificó con la ayuda de Mel. Pero son objetos... diferentes. A pesar de que no ha logrado descifrar de dónde provienen o para qué sirven, fue lo suficientemente avispada como para deducir que ellos no usan magia normal.

 

—Pero no he sido rastrear de determinar mucho sobre ellos, más que una idea aproximada de lo que hacen.

 

>>Y, bueno, otros más me los vendieron algunas personas. Yo también consigo mis gangas... Déjame mostrarte...

 

Saca de la vitrina del mostrador, donde expone lo que ella considera más valioso, un pequeño libro forrado de cuero negro sin ningún tipo de grabado. Sintiéndose como una verdadera friki, aunque sin dejar que eso la inhiba, lo abre para que tanto él como el muchacho puedan observarlo bien. Al principio, pareciera que las páginas de pergamino amarillento están en blanco. Sin embargo, poco a poco, las letras comienzan a aparecer; se mueven por todas las páginas, cambiando. Sin embargo, si se presta suficiente atención, pueden leerse algunas de las frases que flotan y encontrarle sentido, a pesar de que parezcan estar escritas en un idioma desconocido.

 

—Hay grimorios que son muy difícil de leer, pero éste es bastante sencillo, incluso para alguien que no haya estudiado Runas Antiguas —explica—. La señora me lo vendió porque, cuando se abría, sólo soltaba un alarido terrible que le causaba una tremenda migraña. Sólo había sido maldecido, ¿ves? Y ni siquiera fue una maldición difícil de romper.

 

>>Parece ser que estos conjuros se utilizan para el cuidado del jardín. No lo he intentado usar, porque no he estudiado Herbología, así que seguro sólo mataría las cosechas... Pero a mi me parece que luce confiable.

 

Deja el libro para que el muchacho lo examine, si quiere, y vuelve a su faena. La página que arregló no es del libro, sino que es una receta de pastel de chocolate (la guarda en el bolsillo de su túnica, pues sería divertido hacer un pastel uno de esos días). Por el otro lado, la página que encontró el muchacho, sí encaja perfectamente; su varita no protesta al unirlo al libro, lo cual significa que la compatibilidad es perfecta. Sigue buscando en el interior de la caja, esperando encontrar las restantes.

Editado por Madeleine.

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El mago no se fija en ella mientras le explica la procedencia de los objetos de la tienda colocados sobre los mostradores listos para venderse, pero asiente apenas de tanto en tanto como significado de que entiende lo que le está contando, por las palabras que ella le dice comprende entonces que su llegada al Ottery puede que sea reciente, ya que habla de una mudanza, aunque tampoco nada le asegura que sea de ese modo, igual ella pudo haber llegado hace mucho tiempo y al fin decidido hacer algo con todas aquellas pertenencias de las que hablaba. Justo algo como eso estaba siendo su visita al ministerio de esa mañana, aburridos trámites para una herencia de la que aún no sabía qué hacer con ella.

 

Sus manos son algo más lentas que las de ella cuando trata de hacer que los pedazos de papel se unan entre ellos, es difícil porque apenas consigue ver las letras y seguía más en la forma y color que tienen. Sería una tarea bastante complicada, esta de completar las hojas que hacen falta en el libro de cuentos, se piensa entonces si es que no existe algún hechizo que pueda hacerlo más rápidamente mientras él escucha las aclaraciones de la propietaria del local.

 

Se confía de ella cuando escucha que, aunque no esté convencida de la procedencia, al menos está enterada de lo que pueden llegar a hacer los artilugios que están ahí. Tampoco se molesta en esconder la gracia que le causa el pensamiento que cruza fugaz por su mente, aquel donde en algún escenario se encuentra ella regateando precios de la manera más injusta ofreciendo precios inverosímiles a artículos de gran valor, tan segura y convencida de si misma sin desistir ni un segundo de su oferta y, aun así, haciéndose de ellos.

 

Es tan solo, aquel pensamiento, un producto de su imaginación, después de todo ella no parece ser una persona de mucho insistir y es posible que las ofertas de las que hablan sean meramente buenas coincidencias.

Ollivander no se molesta en pensar más en eso.

 

La acompaña hasta donde ella le muestra un ejemplar en cuero negro casi nada gastado y de misteriosa presencia. Garry alza las cejas en señal de encontrarse admirado por aquel ejemplar y alarga el cuello lo suficiente para ver por encima del hombro de ella las figuras y símbolos que se aparecían y desaparecían delante de ellos. Solo afirma ante la explicación de la mujer, ya lo ha visto antes, eso de maldecir objetos para que no puedan ser profanados por aquellos a los que no les pertenece, al menos cree que ese es uno de los motivos más comunes de cuando se quiere maldecir un objeto, aunque al igual que muchas otras cosas en el mundo mágico; al consultorio han llegado casos de maldiciones hechas con el simple hecho de querer agobiar.

 

-¿Y tú? ¿La conociste? - preguntó el mago sin mucho cuidado al mismo tiempo que tomaba el libro en sus manos -Digo, a la persona a la que pertenecían estas cosas que encontraste en tu casa…- sus ojos parecen hipnotizados con las hojas donde brillan letras difíciles de leer por lo rápido que desaparecen, hojea un poco más y sus ojos de pronto son tan abiertos que lo hacen ver realmente entretenido. Por el rostro en su cara parece que está fuera de esta conversación.

 

Sin embargo, él piensa que el vínculo que une a la vendedora con la persona a la anteriormente dueña de todas esas cosas no debió ser muy fuerte o quizá ni siquiera existente, puesto que no le ha costado deshacerse de ellas. Era eso o tal vez ella no es una persona materialista o sentimental o apegada o...-¿Qué es esto?- murmura más para sí mismo ladeando la cabeza curioso cuando una figura similar a una quimera se apareció de pronto.

 

Finalmente, después de un rato, cerró el libro con ambas manos haciendo un ruido fuerte, inhaló largamente reteniendo el aire dentro por más tiempo del necesario y mostrando una extraña sonrisa de lado mientras permanecía, por unos largos segundos, pensando con dificultad. Un tema sobre cuidado de jardín sería bueno para sus clases de conocimiento en la academia de magia y aunque cree que cuenta ya con los suficientes para no necesitar uno más, era eso demasiado pronto para confirmarlo, después de todo las clases apenas daban comienzo y nunca se sabía que locuras les harían cometer para acreditar los temas vistos. Con aparente sufrimiento físico vuelve a colocar el libro en el mostrador. Piensa entonces que ya volverá por él si hace falta.

 

-¿Hay algo aquí que fuera tuyo anteriormente?- pregunta girando sobre sí mismo para buscar a la mujer -Algo que usaras para ti- se encoge de hombros, pero su tono de voz es de curiosidad pueril y lo expone con tanto ánimo que pareciera listo para saltar a buscarlo entre las racas del local como un sabueso experto hasta dar con el objeto que ella mencione.

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Naw —niega en jerga escocesa, con aire distraído. De tanto forzar la vista para distinguir las letras borrosas en los pergaminos amarillentos, comienza a sentir un ardor de los ojos y punzadas en su frente. Casi puede oír la voz de su madre: te vas a quedar ciega, si sigues así. Tienes que conseguir gafas. Sin embargo, sin darle importancia al asunto, evade esos pensamientos, de la misma forma en que evadió los regaños de su madre durante años—. Por el aspecto que tenía la casa, estoy segura de que se fue mucho antes de que yo llegara —Ellie no piensa mucho en esa tal Madeleine, a pesar de que su vida parece haberse tropezado con la de ella. Tampoco piensa mucho en si le molestará lo "limpia" que dejó la cabaña... aunque lo cierto es que lo que parecía ser valioso para ella, o por lo menos esa fue la corazonada que tuvo, sigue en el ático. La espada, la vaina de piel de dragón, el chivatoscopio, el colgante de Fénix y algunas "manualidades".

 

Muy poco a poco, sobre el mostrador Ellie coloca con cuidado las páginas que ha logrado recuperar. Una de ellas, es la que aquel muchacho ha encontrado; otras las ha encontrados enteras y otras las ha tenido que armar como si fuesen rompecabezas. Sólo lleva algunas y, en la caja, ha descartado más de tres cuartos de su contenido. Duda bastante poder encontrar las diecitantas hojas faltantes en aquel pequeño montón. Lo intenta pero, mientras sigue con su faena, se pregunta si no podrán estar en otro lugar... quizás en otra caja, quizás en algún rincón. No dice nada en voz alta, pues odia darse por vencida antes de agotar todos sus recursos, pero teme no ser capaz de restaurar aquel libro por completo. Claro, puede "ponerlo bonito", para el mago: puede renovar la cubierta, hacer las letras más visibles, aplicar algún conjuro para preservar las ya de por sí frágiles hojas.... Pero, ¿cuál sería la gracia de tener un libro sin sentido?

 

Sólo le presta atención a las palabras del muchacho, por la emoción pueril que embarga su voz. A pesar de que es un desconocido, se le hace extraño, pues le pareció al principio un sujeto más bien distante.

 

—Por ahí deben estar algunas de mis cosas de Hogwarts —dice, sin darle mucha importancia al asunto. Ellie nunca fue una persona materialista, así que sería difícil encontrar entre sus escasas pertenencias cosas que no usa o que no necesita. Sería capaz de encontrarle uso a sus viejos útiles escolares, pero en la cabaña ocupan mucho espacio y de la mayoría de sus cosas tiene versiones más prácticas y modernas, como un laboratorio de pociones dentro de una maleta y libros de magia más avanzada—. Las cosas que uso hoy en día son importantes, así que no tengo planes de deshacerme de ellas —musita, sin ocultar su extrañeza ante la actitud del muchacho. Por un momento, no puede evitar pensar que quizás aquel muchacho sabe que es una Inefable y quiere uno de esos valiosos objetos que se dice que ellos manipulan... y que, sí, es cierto.

 

No está acostumbrada a hablar tanto de sí misma. Bueno, a decir verdad, no está acostumbrada a que le hagan tantas preguntas. Se siente interrogada, cada vez a un nivel más personal. Incómoda, vuelve a bajar la mirada a la caja, que está principalmente llena de "migajas de papel". Decidida a recuperar todo lo que sea posible, toma la varita mágica y revuelve el interior, como si revolviera una olla. Un resplandor proveniente del interior entonces ilumina levemente su rostro y, poco a poco, las los minúsculos pedazos de pergamino buscan a sus hermanos, volviendo a enlazarse. Realizar un encantamiento reparador tan grande hace que, por un segundo, se sienta sin aliento, así que toma asiento en el banco de madera tras el mostrador.

 

—Los ingleses que he conocido hasta los momentos, no estarían haciendo tantas preguntas, estando en el Callejón Knockturn —suelta sin tapujos, más para alejar el foco de atención de ella que por genuina curiosidad. Cuando se decide a hacerlo, es capaz de ocultar ciertos sentimientos, de la misma forma en que es capaz de ocultar sus pensamientos a cualquier Legilimante; cuando se siente amenazada, le sale por naturaleza. Sin embargo, no levanta la mirada, sino que intenta buscar en el pequeño montón de hojas restauradas alguna que encaje en el libro.

 

Para tener poco tiempo en Inglaterra, ha aprendido varias cosas sobre su comunidad mágica. Una de sus supersticiones, es que el Callejón Knockturn está lleno de magos oscuros y objetos malditos. Ellie no niega que es un lugar peculiar, pero está lleno de cosas interesantes. Claro está que ella no le tiene miedo a las Artes Oscuras. Hay ramas muy interesantes, en "ese lado" de la magia... aunque, bueno, para ella no hay lados, sino un todo, y todo ese todo podría usarse para hacer daño, cosa que no sería capaz de hacerlo. Considera la magia algo muy hermoso para corromperlo de esa forma, mucho menos si no hay necesidad de hacerlo. Claro, puede prever que él no se dará por aludido, comenzando por el hecho de que no es inglés. No tiene ese acento extraño.

 

—No me conoces... bien podría maldecirte por no controlar tu curiosidad...

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Entonces ella no menciona algo que verdaderamente motive al mago, sin embargo, el brillo esperanzado en sus ojos no se apaga tan pronto. Artículos escolares, no, eso no era de su interés por ahora y a pesar de sus intenciones de volver a los estudios de magia, algo más avanzados, ni siquiera él sabía que era de las cosas que usaba durante aquellos tiempos en el colegio de magia, si habían quedado olvidados en su antigua habitación en la hacienda de los Tonks o Bernadette ya los habría despachado del consultorio, eso no estaba siendo nada alarmante.

No dijo nada más tras la siguiente explicación de la mujer, preguntándose a si mismo que tanto habrían cambiado las propias pertenencias de Ollivander desde su llegada al Ottery. Era, en cada tiempo una persona diferente, él así lo sentía y no hacía nada nunca al respecto, no necesitaba pensarlo tanto para saber que no era tan diferente, que no se habría acostumbrado nunca a todos los protocolos civiles de ese lugar, aunque bien hacia el intento para, por lo menos, pasar desapercibido.

 

Se dio cuenta en aquel momento de que todo aquello no era algo muy absorbente para pensar. Se facilitó la vida en relacionar entonces la extrañeza en la vendedora con lo aburrido que podía ser el tema.

 

Gira en dirección a los estantes que dan más simetría al local y sus ojos se pasan rápidamente de un objeto a otro como si todos ellos llamaran por la atención del mago, malluga el labio inferior con parte de sus incisivos, dubitativo, pensándose en que tan difícil será inventar una excusa para Evans si llegase al consultorio con varios más artículos de los planeados. Sin embargo, es la sencillez que tienen las cosas que ve hasta ahora, que pueden hacerle creer que pensar en algo no será necesario.

 

Su atención se presta a la bruja una vez más cuando escucha el ruido que provoca aquel hechizo reparador que ha hecho sobre todos los retazos de papel dentro de la caja, y con largos pasos alcanzó su antiguo lugar donde ayudaba a juntar los pedazos que ahora son más sencillos de leerse. Sonrió echando un vistazo al interior de la caja con curiosidad, tomando un par de hojas alargando sus manos y busca de nuevo encontrarse con la mujer para darle uno de esos agradecimientos corteses de los que está habituado a hacer.

 

Apenas la sigue con la mirada cuando ella va por un lugar más allá sobre un banco, alzó las cejas como si con eso preguntara por su estado y no espera una respuesta antes de volver la mirada al contenido de la caja, si ella está bien o no, no es algo que quiere saber, sin embargo, cree que con eso ya ha pedido mucho más a la vendedora de lo que había pensado en un principio.

 

-Ahh ¿Este es el callejón Knockturn?- su voz de sorpresa es traicionada por el gesto sin expresión de su rostro -Eso explica porqué los locales acá son bastante más oscuros- continúa removiendo las hojas dentro de la caja buscando alcanzar las del fondo -Pero no importa, los ingleses que he conocido hasta los momentos...- arremeda -...Jamás harían tantas preguntas ni aquí, ni en ningún otro lugar- dice con un gesto de fastidio.

 

Puede pensar entonces en qué tipo de gente si lo haría, el “hacer tantas preguntas”, pero cree que no ser un inglés no es necesariamente una característica obligatoria para ser de ese tipo de gente. Él no lo encuentra mal visto, podría ser inoportuno, incómodo, inapropiado, si, tal vez, pero eso siempre dependía de los lugares, los momentos y las personas. Por supuesto que él no es inglés, sin embargo, ha sido criado bajo esos cánones que destacan tanto entre los británicos que fingir comportarse como uno es una actuación casi perfecta, pero que no deja de ser meramente interesada y para cualquiera de los casos, a Garry saber cuándo se puede o no se puede preguntar es una de las reglas más difíciles de seguir al pie de tal hasta ahora.

 

-Los de por acá no son mucho de mi agrado- no se siente preocupado en ofender a la mujer con la que platica, ella claramente no es inglesa y si tiene alguien que aprecie y que lo sea no piensa que eso le robe el sueño, ni a ella, ni a él -Te hacen pensar en que se alarmarán y perderán la cabeza por cualquier cosa que digas o hagas- hace otro gesto de sorpresa tras haber encontrado una página más -Pareciera que hablan tanto de cosas que en realidad no significan nada, son de algún modo aburridos- nuevamente sonríe, pensando en lo injusto que está siendo al juzgarlos de ese modo, como si fuera él un interlocutor exquisito.

 

-¡¿Ehh?!- con apenas una sonrisa arrepentida retrocede un par de pasos y extiende sus manos a la altura de sus hombros haciendo con ellas un gesto de calma mostrando sus manos “limpias de culpa” -Pero no seas injusta conmigo- apenas se ha dado cuenta que el día de hoy ha estado más conversador de lo habitual, si, era bastante extraño -Tampoco te conozco y de verdad creo que nunca vas a terminar de encontrar el resto de las hojas- se encoje de hombros, aun con las manos en “alto” aunque por su cara no parece realmente amenazado -A-además, es muy extraño que digas esas cosas a tus clientes- baja las manos para tomar el viejo libro de cuentos y adjuntar las últimas hojas encontradas.

 

De pronto tiene la impresión de que las palabras por parte de ella han sido para ponerse a la defensiva, ahora la pregunta era ¿De qué se estaba cuidando? Hace memoria rápido desde que entró al local, pero su mente juega con una distorsión extraña de los hechos reales sucedidos hasta ahora, donde es una chica llena de empalagosa simpatía que parece dar vueltas al caminar ondeando un vestido lleno de flores la que atiende el bien cuidado local donde está todo debidamente ordenado. “Ugg no, espera, así no fue como pasó”, lástima, parece que no encontrará ahora en su cabeza algo que sea de ayuda.

 

Quizá ella solo podía estar dejando en claro su punto al mago, después de todo el callejón Knockturn es popular por ser un lugar al que se debe ir bien despierto. Exhala con cuidado, mientras vuelve a la tarea de buscar más hojas sueltas, también está la idea de que trata de mantener al mago callado mientras conseguía el resto de las hojas. Bel siempre le ha dicho que no es muy bueno captando indirectas, ella deberá ser más eficiente si quiere conseguirlo.

 

-Entonces...¿Qué tipo de maldición le echarías a un cliente curioso? - ladea la cabeza pero sus manos y atención no se despegan de su tarea.

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A medida que el muchacho se explaya, descubre que piensa de forma muy similar con respecto a los ingleses. Estando ya en la treintena, le parece que sus recuerdos de Hogwarts son borrosos y distantes; sin embargo, recuerda pensar que muchos de sus compañeros eran un poco mojigatos. En la infancia, aquello no era muy notable. Quizás en la adolescencia le hubiese parecido algo más notable, especialmente porque en esa época comenzó a instruirse (aunque fuese en un nivel básico) en áreas de la magia antigua, considerada oscura; pero, ya que era tan fácil ignorar a cualquier tonto, tampoco le prestó mucha atención. Ahora que comenzó a trabajar en el Ministerio de Magia y se ve obligada a trabajar en equipo, no puede ignorarlo y, por lo tanto, encuentra que es algo repulsivo. Modales fingidos y pretenciosos, conversaciones superficiales y vacías, una obsesión por no hablar de "temas incómodos"; como si todos ellos fuesen viejas anticuadas. Claro, tienen que haber excepciones... y espera, de verdad, encontrarlas.

 

Aún así, Ellie no dice nada al respecto. Sabe que está actuando de forma extraña, pero él también lo está haciendo. No sabe cómo está tan segura de ello, mas es así. En realidad, ella no suele ser una persona tímida y así lo demostró a Mel y Richard (su "nueva familia") e incluso a su jefe y a sus compañeros de trabajo. Cuando está segura de algo, se expresa sin temor. Supone que es sólo porque no lo conoce. Repentinamente, se da cuenta de que ni siquiera sabe cómo se llama. No es que ella necesite una gran ceremonia de presentación, mas sí cree que podría hablar más si sintiese que no es la única que se expone ante un desconocido. Y si no pareciera tan... exaltado.

 

Admite internamente que le hiere el orgullo que el muchacho le diga que no será capaz de restaurar el libro. Una cosa es pensarla, otra que te la digan en voz alta. No es que Ellie sea una persona perfeccionista; simplemente ha estudiado tanto los últimos años, e incluso sigue haciéndolo, que le desesperada no ser capaz de solucionar algunos problemas con esos conocimientos. Como si, a pesar del esfuerzo que les dedicó, en realidad no sirviesen para nada. Por inercia, estira las manos cuando él le quita el libro de las manos; sin embargo, al ver que está volviendo a juntar las páginas al lomo, las baja.

 

—Igual puedo intentarlo —replica con dureza, sin intenciones de darse por vencida todavía.

 

Sin nada que hacer, cruza los brazos sobre el mostrador y apoya el mentón sobre ellos. En general, no le agrada que las personas se entrometan en sus actividades. Sin embargo, permanece relativamente tranquila, seguramente por sentir el orgullo herido. Aún así, murmura por lo bajo, mientras observa el trabajo del muchacho: qué encantamiento tan brusco...

 

—Una maldición de boca cosida y oídos tapados —replica casi de inmediato, pues son los que aplicaría sobre él. Sin embargo, sabe que no sería capaz; probablemente, si llegara a su límite, sólo le gritaría que se vaya y que se lleve su maldito libro. Ellie en realidad ha usado en muy pocas ocasiones magia sobre otro ser humano, generalmente en duelos mágicos por deporte; en sólo un par de ocasiones, tuvo que hacerlo para defenderse a sí misma, aunque lo más "fuerte" que ha usado fue un potente hechizo aturdidor que le causó una contusión a un mago atrevido y grosero—. Entonces, ¿te peleaste gusta pelear con bestias a menudo? —suelta, levantando ligeramente un dedo hacia su mentón. Está bastante segura de qué son aquellas cicatrices, pero no quiere sonar maliciosa, pues en realidad no es así... Sólo quiere saber si, siendo él un tipo tan curioso y preguntón, es abierto a la conversación personal cuando es sobre él.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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-No lo harás cruzada de brazos- el tono en su voz es bastante neutral cuando masculla aquello, pero la sonrisa autosuficiente de su rostro, cuando una más de las hojas embona en el libro, pareciera más bien que se burlase de la vendedora.

 

Sin embargo no tiene esa intención de verdaderamente hacerlo, y es quizá en ese momento en el que se está preguntando a que se debe tanta comunicación de su parte, no es que realmente le interese obtener algo más de esa mujer además del libro de cuentos, cree entonces que debe tratarse de algo más propio; romper protocolos de conducta propia delante de un desconocido de vez en cuando le recuerda que no quiere ser parte de un sistema, resulta algo bueno para cortar las raíces que lo siembran a una rutina, sin contar claro ese pasatiempo o mala maña de gustar descolocar a las personas de sus pensamientos. Aun no entiende por qué, pero encuentra entretenido las reacciones que las personas pueden llegar a tener.

 

Era eso, quizá, por lo único que estar entre ingleses no resultaba tan agobiante todo el tiempo.

 

Niega apenas tras escuchar la respuesta de la bruja, no dice con eso que ella se equivoca o que sea malo, solo lo hace casi como un reflejo a lo que está por decir.

 

-No me lo vas a preguntar, pero…- inhala ruidosamente, preparándose a dar lo que seguramente será una réplica sin mucho sentido -Yo usaría algo diferente- solo un segundo es cuando pasa la vista del libro y se encuentra con la cara de la mujer para solo después volver a la tarea –Si lo silencias, conseguirías que se callase o lo que fuera, pero no le quitarás las ganas de hacerlo- explicó -Entonces, cuando la brujería acabe o sea rota, será como un siego que ve por primera vez o un mudo que al fin consigue hablar y volverá a platicar todo aquello que no ha contado antes- siente de pronto la vista más cansada, después de haber leído todas esas reglas para todos esos trámites en el ministerio, cree que es capaz de ver letras sobre la cara de la vendedora.

 

-Sin embargo, yo lo haría hablar sin parar, si tuviera la intención claro- se encoge de hombros -Que hablara hasta el cansancio, hasta que no tenga más que decir, hasta que su boca se seque y no se le apetezca hacerlo más por un tiempo incluso cuando la maldición sea deshecha- ha terminado con el puño de hojas que tenía hasta ahora, echa con fastidio un vistazo más al interior de la caja, pensaría entonces que la vendedora ya ha comenzado a blasfemar contra el licántropo porque cree que cada vez aparecen más hojas ahí dentro -Así le demuestras lo equivocado que esta- el tono de voz con el que dice eso último es confuso como si no tuviera idea del por qué ha dicho eso.

 

Ríe abiertamente cuando escucha el modo de la pregunta. Encuentra simpática la noción de que por una vez escuche, a quien fuese, referirse a sus cicatrices no siendo aludidas a su licantropía. Habían siempre resultado ser lo suficientemente obvias todo el tiempo para no necesitar hablar de su condición. Entonces cree que ella está siendo demasiado amable con él.

 

-¿Me creerías si te digo que tengo una esposa difícil?- sonríe largamente, pero no dura mucho, algunas cicatrices en su rostro hacen que sea difícil hacerlo por largos periodos de tiempo -¿No?, la verdad es que no me gustan los animales, supongo que solo lo habitual- no miente, pero tampoco dice toda la verdad.

 

Y qué raro había sido hacerlo después de haber permanecido por tanto tiempo en el departamento de control y regulación de criaturas mágicas en el ministerio de magia, lo cierto era, que desde que la oficina de seres, a la que él pertenecía, había desaparecido tras la nueva reforma las cosas no fueron del mismo modo para el mago. Aunque igual eso ya había quedado en días lejanos.

 

-Pero no por eso me pelearía con uno- trata de no reír aún divertido con la pregunta -Supongo que solo tengo un mal día- no se ha fijado bien que se está entreteniendo con una vieja infografía sobre lo seguro que son los viajes en vagón -Posiblemente lo haría si no tuviera alternativa como en un ataque o algo, pero no sé, ya sabes cómo son las “bestias” nunca sabes que tan grande puedan convertirse, que tan duro puedan patearte o cuantos más están escondidos ahí para hacerle apoyo- lo está haciendo de nuevo, hablar sin fijarse mientras dobla nuevamente el mapa sobre trenes -No son muy diferentes a las personas. No, tampoco me pelee con una persona- aclara.

 

Ya sintiéndose bastante más cansado exhala como dejando escapar el malestar que causa su mala postura por inclinarse tanto al leer las hojas -¿Cres que pueda tener un descuento por ayudar con el libro?- sacude sus manos el polvo que se ha pegado a ellas en señal de que no piensa más continuar con esa tarea -No importa, de cualquier modo, me llevaré lo que conseguiste hasta ahora de él, también la envoltura si aún es posible y este cartel de trenes.

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