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Ellie Moody
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Había salido de casa muy temprano ¿Por qué lo había hecho? No lo sabía, probablemente era la costumbre de ir a ver si no había pasado algo en las calles durante la noche, algún herido o un acontecimiento importante, estrago de la guerra, que ella pudiera observar o en el mejor de los casos ayudar, así fue cuando llegó al callejón Knockturn, en alguna ocasión lo había visitado, puesto que ella era una amante de las artes oscuras, pero no por el hecho de utilizarlas para dañar, no, ella las veía como una forma diferente de hacer magia...

 

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al recordar que una criatura, justamente la que se había apoderado de su padre, fue la quien le decía lo que ella creía, alejó ese pensamiento de su cabeza y encontró una tienda, a esa hora de la mañana, cuando ya había recorrido el callejón por completo la tienda de segunda mano ya estaba abierta, así que entró y sin querer chocó contra una chica, a quien no había visto nunca, sin querer tanto sus cosas como las de la rubia habían caído al suelo.

 

-Oh, lo siento tanto- ese puso a recoger todo lo que había caído al suelo -... disculpa mi torpeza ¿Estás bien?

 

La joven se veía un poco molesta, o eso le pareció a la rubia de primera impresión, poco después la vió dibujar una sonrisa y Hannity parecía que la conociera -Disculpa ¿te conozco de algún lugar?- recogió detrás de su oreja un rubio mechón y extendió si mano -¡Que distraída soy! Mi nombre es Hannity Ollivander

 

@Kusty Stroud Lenteric

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Una noche endemoniada

Es otra noche solitaria, en el primer piso de El Trastero. Es otra noche solitaria para Ellie Moody —no es que aquello sea una novedad, en verdad—, quien estudia minuciosamente un antiquísimo libro con su monóculo de la claridad; desde hace mucho tiempo aquel libro es de su propiedad y todavía no es capaz de romper la maldición que hace que la tinta de las palabras se vuelva borrosa cuando se intenta leer cada una de ellas. Está muy concentrada en la faena, aunque no se trate de un trabajo pago. De hecho, ni siquiera está segura acerca de qué versa el tomo; bien podría ser un compilado de rituales mágicos, como un libro de recetas embrujado por una abuela muy cuidadosa. Simplemente, quiere mantener la mente ocupada: quiere todo lo que ocurre en el mundo, tanto en el mágico como en el muggle. Quiere olvidar lo sola que se siente y lo monótona que es su vida últimamente. El deseo es tan ardiente que mientras trabaja, se siente tentada a buscar la polvorienta botella de hidromiel que debe estar en uno de los gabinetes.

 

Ellie levanta la mirada a la ventana que está frente a su escritorio, preguntándose qué hora será ya. ¿Las diez? ¿La medianoche ya? Debe ser tarde, pues casi todos los negocios del Callejón Knockturn lucen cerrados desde allí y las calles están oscuras, pero no se siente capaz de conciliar el sueño a pesar de lo cansada que está. Quizás, si sigue trabajando unas horas más...

 

¡BAM! ¡BAM! ¡BAM!

 

Aquellos tres golpes estremecen con tanta fuerza El Trastero, que todos los tablones y estanterías parecen amenazar con desplomarse. Ellie se levanta y corre a la planta baja, sin saber si aquello se trata de un temblor o un ataque a su humilde negocio, pero segura de que, sea lo que sea, debe salir de allí. Baja los escalones de dos en dos, sus botas golpeando con fuerza los tablones de madera y sus torpes piernas a punto de hacerla caer. Por fortuna, la túnica que usa le llega hasta las pantorrillas de modo que no se le enreda en los pies. Todavía tiene el monóculo en el ojo, aunque el libro se quedó en la planta de arriba. Abre la puerta y sale corriendo...

 

Y se tropieza con un bulto que alguien dejó en su pórtico, y se cae al suelo, llenándose de lodo.

 

—¿Q-qué...? —la rodilla le duele, seguramente tiene un raspón pero ahora eso no es importante. Ellie se levanta y vuelve el rostro para ver qué la hizo caer... Y casi se desmaya.

 

¿Acaso...? ¿Acaso está muerto...? Luce bastante magullado, como hubiera quedado atrapado en una pelea. O, quizá, como si hubiera comenzado una. Ellie mira a los lados, pero no hay nadie. Nadie a quien pedir ayuda ni nadie a quien dejarle aquel asunto. Se siente atrapada.

 

—¿H-hola? —conteniendo las náuseas que le provoca el olor a sangre, le da un ligero puntapié en el costado, mientras que sus manos sostienen la varita mágica con fuerza. Intenta darse cuenta de si respira, de si se mueve, pero en las sombras es difícil distinguirlo. Decide patear con más fuerza, sólo un poco, para despertarlo.

 

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Está teniendo uno de esos episodios que los humanos le denominan como "estar teniendo un sueño", o algo como eso. En el sueño él no es una figura humana y nadie más ahí parece verlo, es como si de nuevo se tratara de ese indescriptible ser que recolecta almas como un soso burócrata del inframundo. Merodea entonces, sus pies de largas piernas no tocan el suelo y lo que deben ser sus brazos cuelgan pesadamente a cada costado, el lugar donde está es algo parecido a ese callejón Knockturn en el que ha estado por última vez como Hess, salvo por que ahora es de día y hay mucha más gente, aunque tampoco por montones, él puede verlos cómo bultos negros que van y vienen, sin entender nada de lo que dicen sus palabras.

 

—Hubiera sido más sencillo si así fuera siempre, ¿no es así?

 

En su sueño, epifanía, transición o lo que sea que estuviera teniendo ahora, puede ver el final del callejón sin problemas, a pesar de todos esos bultos que se atraviesan. Ahí al final está ella, Amaya, le está dando la espalda, con su brillante y largo cabello color plata al viento, con un vestido floreado, lo único ahí de tantos colores que hacen que la piel pálida de sus brazos y piernas cortas luzcan mucho más descoloridas. Él no puede ver su rostro directamente, pero si en el reflejo de la vitrina que tiene de frente, la sombra del sombrero que lleva puesto y el flequillo despeinado sobre su frente ensombrecen sus mirada, así que no está seguro de que ella lo observa, pero sí de que ella sabe que está ahí, su sonrisa de autosuficiencia la delata.

 

—Hubieras sido mejor solo no escuchar-, se burló ella.

 

En una fracción de segundo él ya está a su lado, pero no parece importarle y en cambio, orgullosamente levanta la cabeza, victoriosa.

 

Él la detesta tanto.

 

—¿Que vas a hacer ahora? ¿Cazarme hasta el final de tus días?

 

El golpe se siente como electricidad en su cuerpo, no porque fuera un gran golpe, pero quizá había presionado un nervio bastante sensible en él. Maldiciones, los humanos eran tan blandos. Se queda en tumbado en el suelo un momento más, contraído en sí, apenas abre los ojos para observar en su mano uno de esos amuletos de magia uzza que le advierte si quien sea que esté a su espalda puede causarle daño. Para su suerte (o quizá para suerte de quien lo ha despertado-, piensa con arrogancia) no es un peligro, pero igualmente no se confía.

 

Lentamente hace por incorporarse, ya no se siente tan lastimado, a pesar de que el cuerpo se el ha enfriado y no parece querer reaccionar debidamente. El sangrado en sus heridas también se ha detenido casi por completo, seguramente por que no esta haciendo sobre esfuerzo por respirar o arrastrarse, de pronto se siente como si todo le funcionara lo suficiente para levantarse nuevamente y continuar, pero aunque a sus fuertes brazos no tienen nada que envidiarle a nadie,, él apenas puede sostenerse a sí mismo para quedar sentado sobre el suelo sucio del callejón Knockturn.

 

Hey, hey, necesito de un poco de ayuda, ¿crees que puedas…-, apenas puede hablar, pero cuando finalmente puede levantar el rostro para encontrarse con la persona que lo ha despertado a patadas, lo que menos espera es encontrarse con ella nuevamente.

 

Amaya

 

Hessen queda con media palabra en la boca, el temblor de sus brazos sosteniendo su torso se ha detenido, es como si de pronto alguien le hubiera arrojado una maldición de parálisis, incluso parece haber dejado de respirar. Esa mujer era físicamente idéntica a Amaya, salvo por el color de sus ojos, los cuales son lo único diferente, ¡pero lo era!, tenía que ser ella. Por supuesto que también, por lo que ve ahora, ella tenía que ser una bruja en esta vida, al menos no se imagina otro motivo de por el cual le este apuntando con una varita. No obstante, algo en el rostro de esta Amaya no parece darse cuenta de que ella es Amaya o ¿seria que no lo reconocía con esa forma humana?. Se siente confundido, ¿Qué hacía ella ahí?

 

Él tenía que saberlo.

 

Hola-, dice con el puro aliento que le queda, trata de parecer más compuesto, pero aun sigue casi en shock por el encuentro. —Es evidente que no puedo hacerte nada-, levanta las manos a la altura de sus hombros en señal de rendición, había pensado solo pedir a cualquiera que pudiera aparecerlo en alguna clínica de urgencias, pero ahora quiere pensar cómo quedarse con ella el mayor tiempo posible. —¿Tendrás algo que pueda ayudar a levantarme y no morir desangrado?-, como puede se gira apenas para mirar nuevamente la fachada del local, hace un gesto de disgusto imaginando que seguramente morirá ahí. —No tengo dinero ahora, solo...puedo ofrecerte esto por mientras si me ayudas-, rebuscó entre sus cosas u encontró un athame que también arrebató al brujo que perseguía.

 

Se tambaleó al ponerse finalmente de pie, la sangre casi se ha hecho costra en las heridas menos profundas, pero no le da tanta importancia como aquellas que continúan dejando un rastro. Le lanzó una última mirada a la mujer que ha dejado abajo, pensándose en que tan difícil seria tumbarla la varita y dejarla inmovilizada, casi midiendo y pesando dos o tres veces más que ella seguramente no sería un problema. Se imagina entonces que ahora si pudiera tener a Amaya, pero esta vez para él.

 

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Siempre ha tenido un estómago blando. La visión de la sangre es demasiado. Los moretones, las costras y los raspones, lo hacen mucho peor. Se obliga a apartar la mirada, asqueada. Recuerda, un par de años antes de ingresar a Hogwarts, la ocasión en que quiso entrar corriendo desde el automóvil a su casa de la infancia y sus cordones sueltos la hicieron tropezar: se resbaló y deslizó en el suelo. Logró mantener la cara apartada del asfalto, pero las rodillas y las palmas se llevaron lo peor. En aquel estado de shock, todavía no sentía dolor, lo la hizo horrorizarse y comenzar a llorar, fue la visión de la piel, rota y emanando sangre. Nunca pudo tolerar bien nada relacionado con ello, lo cual es irónico considerando que encontró la forma de obtener un diploma en Primeros Auxilios. Siente repulsión, no puede ocultarlo, pero también hay cierta empatía. Los humanos son seres frágiles, más de lo creen. Son bolsas de carne, sangre corriente, huesos que podrían ser fácilmente triturados y reducidos por los seres que caminan junto a ellos: semigigantes, vampiros... demonios, inclusive. Es muy fácil pasar de ser una bolsa de carne sonriente y viva, a una bolsa de carne inerte; quizás no lo parece, pero hay una gran diferencia.

 

Por otro lado, Ellie se considera una buena persona. Lo intenta, por lo menos. Es amable, deja buenas propinas en los restaurantes, es parte de una organización —sí, clandestina: nada es perfecto— que lucha contra los mortífagos, recicla su basura. Ayudar a una persona que parece estar en muy mal estado, es lo que debería hacer ¿no es cierto? Además, ahora que lo piensa, le parece que se lo debe: resulta que está vivo —¿no debería sentirse aliviada?— y ella le dio un puntapié bastante fuerte, que pudo haber empeorado su situación. Quizás, no fue lo mejor que pudo haber hecho.

 

—Ay, lo siento —susurra, intentando retorcer la varita mágica con ambas manos.

 

Lo lógico y razonable, es llamar a una ambulancia mágica. Llamar a San Mungo. Ella conoce a la directora, Bodrik Lockhart, otra buena persona. Sí, quizás demoren un poco en llegar, pero... «¿Tendrás algo que pueda ayudar a levantarme y no morir desangrado?». Siente cierta urgencia, lo cual sabe que es su culpa pero ¿ella no intentaría convencer a alguien de ayudarla inmediatamente, estando en aquella situación? No tendría ganas de esperar ayuda, que podría tardar una hora o toda la noche en llegar.

 

Recuerda que su madre la llevó al salón y sacó su armamento de pócimas. Su padre, corrió al jardín en busca de hierbas medicinales. Se ocuparon de ella inmediatamente, porque podían y tenían otra opción, a esperar la llegada de los medimagos. ¿Por qué no hacer lo mismo? «No es como si la vida de alguien estuviera en mis manos... heh... ay...».

 

—Ay, bueno, bueno —la verdad es que también le intimida el tamaño del mago. Y, si pierde la consciencia nuevamente, no podría moverlo. Ellie sostiene el athame en las manos, con el ceño fruncido pero sacude la cabeza. Parece un artefacto interesante, pero no sería muy de buena persona curiosear en aquella situación—. ¡Entre, pues!

 

No hay mucho lugar para sentarse, así que no le queda de otro dejar que ocupe la silla tras el mostrador. El mueble cruje, acostumbrado al peso más ligero de Ellie, y ésta se lamenta internamente al pensar que su silla favorita podría quedar hecha añicos. Piensa en cómo reforzarla, mientras busca en el baúl tras el mostrador algunas de las pociones que guarda en caso de emergencia. La esencia de díctamo, es simple pero muy importante y útil.

 

—Pero... q-quédate quieto, ¿está bien? Porque no soy muy buena en esto —las manos le tiemblan, porque sabe muy bien lo doloroso que es el contacto de la herida abierta con la pócima y la sensación de la piel regenerándose rápidamente. Más que preocuparse por el mago, no quiere recibir un manotazo— Y duele, un poco, pero se pasa rápido...

 

«¿Por qué estas cosas siempre me pasan a mi?».

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A tropezones Hessen camina por detrás de Ellie, no es que hubiera cosas a su alrededor con los que pudiera toparse, pero sus piernas aún doloridas, entumecidas, no quieren responder, no a todo el peso del cansancio encima. Además de que, la visión naturalmente monocromática de Hess no es de ayuda, mucho menos en un lugar tan oscuro, apenas iluminado al paso de la pequeña bruja que va por delante.

 

Honestamente, no quiere tampoco recibir mucho de la ayuda de Amaya, esa humana tramposa.

 

Por otro lado, ya de pie y haciendo un esfuerzo por no dejarse caer sobre la pequeña silla detrás del mostrador, se da cuenta de que en realidad, aunque no quisiera, no hubiera llegado más lejos que del portón del Trastero sin ayuda alguna. Se siente humillado aun así, confundido por el reencuentro con una Amaya que no lo reconoce, pero molesto de que aun en esas circunstancias, ella se muestre siempre superior a él.

 

Por fortuna, él no tiene problema alguno para ocultar todos aquellos pensamientos rebuscados que invaden su cabeza cada vez que devuelve la mirada a Ellie.

 

Deja de seguir su rastro cuando la bruja se pierde entre botellas dentro de un baúl. Hess aprovecha entonces para echar un vistazo al lugar y encontrar algo que pueda decirle mas sobre ella; está lleno de artefactos de todo tipo, de libros de todos los tamaños y seguramente de temas diferentes, pergaminos, cuadros y algunas otras cosas de apariencia mas cosmética, todos acomodados con (o sin) un orden en largos estantes que forman varios pasillos en la planta. Es un sitio horriblemente aburrido. Al menos él no pasaría su tiempo libre en un lugar así.

 

Entonces, persona, tu…eh, ¿vives aquí?-, intenta descubrir algo más sobre Amaya antes de que acabaran con aquello. La verdad es que no tiene ni idea por que es que ella aparecido en este lugar al igual que él, en esta comunidad de magos ingleses y en estos tiempos tan oscuros, es para él como una mala corazonada, como un augurio terrible, que ella entre todas las almas, tuviera que aparecer de nuevo ante él. —Es un lugar muy feo-, Hess entonces vuelve los claros ojos hacia la bruja que está más concentrada en encontrar algo al final del baúl que en el brujo que le habla.

 

Arrugó el entrecejo al verla regresar con frascos de díctamo entre sus manos. Los hechiceros tienen siempre un método mucho mas limpio y rápido para todo. El modo en el que Ellie le habla, como si en parte intentara evitarlo también, hace sentir a Hessen que ella está tratando con una criatura del bosque malherida.

 

— !!Espera, espera, espera no!!-, Hess detuvo cualquier contacto, inclusive se había puesto de pie casi de un salto para que ella no le alcanzara. ¿Dolía, dijo ella que dolía? ¿que tanto lo hacía y por qué demonios todo en los humanos tenía que doler tanto? Los magos tenían que tener algún método menos doloroso de sanar sus heridas al menos.

 

Increíble aun para él, Hess es bastante cobarde con cosas como estas, es otra cosa que detesta de los seres humanos, tienen muy poca resistencia, son muy sensibles y muy blandos. Por supuesto que las heridas que ha tenido que soportar hasta entonces deben haber dolido mucho mas que lo que el díctamo pueda causar sobre ellas, sin embargo, era algo muy distinto terminar lastimado mientras la adrenalina de la cacería corría por sus venas.

 

De acuerdo si, bien...uhm...estoy listo…agg

 

No duele tanto en realidad, pero su mente puede llegar a ser bastante sugestiva en algunos casos. A pesar de todo, es obediente, e intenta no sacudirse como un animal dolorido mientras Ellie hace su intento por sanarlo.

 

Cuando ella finalmente termina (no entiende cómo pudo dar a cada una de sus heridas con ese pulso maraquero) Hess deja la silla de lado y se sienta sobre el suelo que también reclama ante su peso. Se siente entumecido, no hay tanto dolor como antes, el frío que comenzaba a sentir en sus extremidades se extingue poco a poco y aunque no es una persona cálida o calurosa su temperatura aumenta sintiéndose reconfortado, aunque no necesariamente repuesto del todo, pues ha perdido ya toda esa sangre.

 

Sentado en el suelo de ese viejo local tiene una mejor vista de Amaya. No la observa fijamente como un demente solo por que tampoco quiere darle la importancia que no se merece(?)

 

Pero lo cierto es que cuanto más la mira, más quiere saber sobre ella.

 

Solo hay algunos detalles, bastantes obvios además, que la hacen diferente. Ella es mucho más introvertida, nerviosa tal vez, aparentemente torpe, pero Hess cree que esconde la astucia y lucidez por debajo de ese aspecto. Se ve aún más extraña con ese monóculo en el ojo, que además hace que no pueda él ver a través de sus ojos su alma, aun cuando el peculiar objeto solo protege a uno. La Amaya de esta época es tan parecida y no a su Amaya que lo intranquiliza cada vez más.

 

Así que, casi sin poder evitarlo, de dos movimientos arrastrados y rápidos se estiró por el suelo para alcanzar a tomar a Ellie por el antebrazo. No lo hace con la fuerza como para lastimarla, pero sí del modo necesario para que no se libre tan sencillamente de él. Cuando cree que la tiene (mucho ayuda también la reacción de ella) Hess tiró hacia él para tenerla solo un poco más cerca. Él está casi postrado ante ella, con una rodilla en el suelo y la otra soportando el resto de su peso inclinado hacia Eillie, una de sus manos aún se aferra al antebrazo de ella mientras con la otra intenta quitar el monóculo de su cara y finalmente ver hacia su interior.

 

Se da cuenta entonces que ella (Ellie, no Amaya) no tiene el alma corrompida y que de ella solo puede ver la superficie, por lo que comienza a dudar de si mismo.

 

Ya estoy mejor, ¿vez?-, la sonrisa en su rostro vaciló, pero se mostró con encanto. —Te lo agradezco-, suavemente aflojó el agarre y deslizó la mano por su brazo hasta la mano de ella, la cual soltó luego de dar un ligero apretón, como si no decidiera aun soltarla. Avergonzado apenas de su inexplicable arrebato, Hess se puso nuevamente de pie, quejándose, resentido aun. —Que curioso artefacto es este, ¿como es que funciona?-, preguntó por el monóculo que aún tiene en su mano, intentando obviamente aliviar la tensión nerviosa que la No Amaya le provoca.

 

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Ellie se sorprende a sí misma sonriendo levemente, mientras hace el trabajo que jamás hizo realmente, en el breve tiempo en que el Ministerio de Magia la reasignó como sanadora en San Mungo tras el fiasco de Selena Haydn. No fue hasta hace un par de semanas que tomó su primer curso de Primeros Auxilios, que se trató más de una incómoda visita a una morgue guiada por una nigromante, que de un verdadero curso de la materia. En resumen, ha tenido varias oportunidades de aplicar sus conocimientos en Pociones y Encantamientos para la sanación, pero es la primera vez que lo hace de verdad. Sonríe porque descubre que no se le da tan mal, una vez que supera el shock inicial de la sangre y deja de prestar atención a los quejidos del mago. Había olvidado que todavía tenía puesto el monóculo de claridad, pero al percatarse durante el procedimiento opta por conservarlo. Advierte, al principio con interés, que las heridas tienen rastros de magia oscura, aunque no es nada que ella no pueda remediar. Sin embargo, luego de unos momentos, su rostro pierde un poco de su color cuando se da cuenta de que tuvo que tratarse de más que una simple pelea de borrachos: pudo haber sido un duelo mágico, más que por simple deporte, a notar por el estado del sujeto.

 

Desvía momentáneamente la mirada a su espejo comunicador, debajo del mostrador. ¿Quizás debería decirle a alguien qué es lo que sucede? No está segura de si tiene verdaderos motivos para desconfiar, pero siempre es mejor ser precavido. Aunque tampoco quiere preocupar a Melrose, quien tiene el otro espejo. Quizás podría decirle algo como que llegará un poco tarde a cenar, porque un tipo desconocido que le dobla el tamaño y parece haber estado involucrado en un duelo mágico a muerte apareció en El Trastero y no se le ocurrió nada mejor que aplicarle los primeros auxilios. ¿Eso no debería preocuparla más de la cuenta, cierto? De cualquier forma, quiere pensar que es capaz de defenderse por su cuenta... o que, por lo menos, podría escapar.

 

—Supongo que no está mal —murmura, para sí misma, refiriéndose más que todo a su desempeño. Al advertir la palidez del hombre, recuerda que algo muy importante es administrar una poción reabastecedora de sangre luego de sanar heridas que evidencien una alta pérdida de la misma. Está segura de que tiene alguna poción de esa índole en el piso de arriba, de modo que intenta incorporarse pero se da cuenta de que algo la detiene.

 

Sin entender lo que sucede, baja la mirada a su brazo y se da cuenta de que es el mago, el que la sostiene por el brazo. A pesar de haber estado armando un plan de contingencia, simplemente se queda paralizada y confundida.

 

—¿Qué...?

 

Lo observa acercarse y una angustia la invade. Su varita mágica está en el mostrador, lejos de su alcance. Su aprendiz, hace ya un par de horas se fue del negocio. El letrero de afuera ya reza "cerrado". En cuanto a su fuerza física, no confía mucho en ella y mucho menos en su coordinación; cree que podría causarse más daño a sí misma, del que le infligiría a él. Frunce el ceño, disgustada, y decide esperar y ver qué pasa. No puede negar que siente cierta curiosidad. Ahora que parece que el sujeto no morirá, por lo menos no bajo su guardia, se permite prestarle un poco más de atención. Es, en pocas palabras, extraño. Más extraño de lo que ella es, lo cual es decir bastante. Sin embargo, le resulta difícil de leer y de adivinar sus intenciones, aunque se dice que quizás esté desorientado por la pelea y la pérdida de sangre. Ellie decide sostenerse de esa idea: él debe estar más asustado de ella, que ella de él. Debe estar confundido, débil, y por eso actúa extraño. No siempre debe pensar lo peor de la gente. Eso le ayuda a calmarse.

 

Lo que no puede tolerar, sin embargo, es que toque su monóculo. Odia que toquen sus cosas. Quiere arrebatarle el monóculo, pero percibe la mirada del mago. Como la legilimante que es, la reconoce: es la mirada del que intenta ver más allá de los ojos. Él no puede pasar, sin embargo. Ellie siempre mantiene cerrada su mente, ocultos los pensamientos en las sombras que la oclumancia le permite extender. ¿Qué es lo que está intentando buscar? No lo conoce, está segura de eso. Y ella, es prácticamente nadie.

 

—Por supuesto —murmura Ellie, entrecerrando los ojos. Había pensado que, al colocar la mano en la suya, el mago le entregaría el monóculo, pero no fue más que un extraño apretón de manos. Ellie no es del tipo de persona que usa sus poderes en la cotidianidad; para ella son una colección de saberes a los que recurrir en situaciones de verdadera necesidad, pues no deben tomarse a la ligera. Sin embargo, se ve tentada a usar la legilimancia y entender. Sólo logra echar un vistazo fugaz, antes de que él levante e interrumpa el contacto visual, así que no logra captar prácticamente nada, además de un dato básico.

 

Nuevamente, desvía la mirada al espejo comunicador, aunque no se mueve.

 

—No es nada más que Monóculo de Claridad, Hessenordwood —replica Ellie, apoyando el mentón el mentón sobre una de sus manos. Sonríe levemente, aunque el gesto no ilumina sus ojos. Tiene la esperanza de que, dejando ver que sabe por lo menos su nombre sin que él se lo haya dicho, deje de tomarla por tonta—. Sirve para ver cosas que pasan desapercibidas... Como los rastros mágicos de tus heridas, aunque no te preocupes, en verdad no quiero saber qué fue lo que te pasó.

 

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Editado por Ellie Moody

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Sintiéndose más recuperado, se da cuenta de que intentar descifrar el misterio que comienza a desarrollarse alrededor de esta hechicera en particular le está provocando un verdadero dolor de cabeza, sin mencionar que seguramente es algo que se está provocando a sí mismo pues ha perdido ya mucha sangre y su cuerpo está resintiendo cada vez más el cansancio de una batalla anterior. Además, ¿Cuál era la posibilidad? hasta ahora Amaya no había sido más que un mal recuerdo que con el paso del tiempo se ha hecho casi inexistente. Por si las dudas, Hessenord vigila descuidadamente de reojo a Ellie por un tiempo antes de llegar a cualquier otra conclusión.

 

No es nada más que Monóculo de Claridad, Hessenordwood-, responde y al escucharla él siente que su respiración se queda en la garganta y el suelo bajo sus pies se pierde.

 

Trata de no mostrarse impresionado por la correcta pronunciación que ella tiene de su nombre como si lo hubiera dicho una vez mas entre tantas otras veces, pero la verdad es que si lo está, desconcertado, sobre todo por que él no recuerda haberlo mencionado con anterioridad, ni delirando, ¿cierto?. Mentalmente maldice la habilidad de los magos escurridizos (como seguramente lo es ella) para hacer cosas como esta de saber más de él que él de ella. El modo tan fresco en la que Ellie lo llama y la sonrisa apenas perceptible en su pequeño rostro lo empalidece aun más, aún cuando superficialmente él no muestra más que un rostro cansado por la batalla, ella por otro lado parece tan segura de sí misma, por un momento breve muy distinta a la persona tímida que sanaba sus heridas con manos temblorosas.

 

Parpadea rápidamente para deshacer su idea un poco paranoica, o por lo menos posponerla un instante, lo que menos le importa ahora es si ella sabe como es que se ha lastimado, así que echa otro vistazo al monóculo que tiene en la mano, monóculo de claridad, dijo ella y Hess se imagina que es por ese aparato que Ellie ha descubierto su nombre, era muy posible que así fuera, ¿cierto? Sería mejor idea no devolverlo, a ella, un artefacto tan delator.

 

Por otro lado, si ella en realidad fuera Amaya...

 

...En verdad no quiero saber qué fue lo que te pasó-, arremete Ellie contra sus pensamientos y automáticamente el entrecejo de Hessenord se contrae con irritación, de nuevo esa engreída mortal creyéndose mejor que él. Que terribles ganas tiene ahora de aplastar su pequeña cabeza entre sus manos. Ella tenía que ser, sin duda, ese desagradable ser humano de Amaya.

 

Bien, esto…es tuyo entonces-, de todas formas le alcanza el objeto mágico para devolverlo, no tiene caso esconderse de ella ahora que sabe su nombre, el del hombre al menos, y si ella era quien Hessen creía seguramente también conocía el otro. Era mejor no provocarle. —Te queda bastante bien ah-, le sonrió con galantería, como si fuera ese su mejor cumplido, aunque honestamente prefiere que ella no vuelva a llevarse ese artefacto al rostro de nuevo, y es que mejor le parece que ella no siga usando su magia contra él.

 

Suspira pesadamente, alejando el cansancio, pero aparentemente también rendido. Comienza a avanzar hacia ella con pasos lentos, sin empujar siquiera la hace retroceder, dejando atrás el vestíbulo, la incómoda silla, el espejo que ella ha estado observando constantemente cuando cree que él no tiene su atención puesta en ella. En pocos y no tan largos pasos la acorrala contra el baúl de donde debió trastear los antídotos para él. El azul en los ojos de Hess han perdido color y ahora eran casi tan cristalinos como la esclera, como el reflejo del lívido rostro de ella.

 

Pensé que el día que nos encontraríamos de nuevo sería mucho más significativo-, comienza a hablar con más soltura. No lo parece, pero la confusión apenas visible en el rostro de ella le molesta. —Por un momento me engañaste, si-, cada paso que da más cerca de Ellie se escucha en la habitación como si sus pies fueran de plomo sobre el viejo suelo del Trastero. —¿Sabes? me gusta mucho más esta forma tuya-, estiró la mano para simular una caricia que en realidad no sucede en la mejilla de ella. —Es tan compacta, limpia y...bonita, que casi no te reconozco. Ni a ti, ni a tu alma descompuesta-, es demasiado gentil con sus palabras como para sonar molesto o agresivo.

 

En la oscuridad de ese rincón ella se ve mucho mejor para él, Ellie lo deslumbra con sus cabellos plateados y su piel tan demasiado blanca, y esa grande y redonda mirada que casi lo paraliza. Entonces, se cuestiona nuevamente si puede mejor tener a esta bruja entre las especies que guarda dentro de su propia colección, ¿era ilegal eso? Correría el riesgo si así era. Por el contrario, él no quiere pasar el resto de su existencia siendo una persona y la única forma de conseguirlo era con Amaya.

 

Lo bueno es que... al fin puedo llevarte a casa, Amaya-, cuidadosamente tomó de nuevo la mano de la bruja, esperando que finalmente, después de todos estos centenares de años, ella por fin aceptara su trágico desenlace.

 

Él irá tras ella y la arrastrará a ese su final si no lo hacía de todas formas.

 

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Cuando cierra los dedos de su mano derecho, lo hace esperando encontrar en ella su varita mágica. No está y tampoco puede alcanzarla. Hessenordwood se acerca lentamente hacia ella, de una forma evidentemente amenazadora. Ellie se esfuerza en mantenerse erguida cuan alta es, en mantenerse firme y decidida a no dejarse intimidar en su propia tienda, pero a medida que se acerca el hombre parece volverse más alto y ancho, y ella se ve obligada a retroceder hasta que su espalda choca contra su baúl de alquimia. Él es una pared que sabe que no puede bordear y, aunque todavía luce demacrado, está segura de que no alcanzará a correr; conociéndose a sí misma, seguramente se tropezará con el bache del mostrador o con algún objeto que esté olvidado en el suelo de los pasillos. No tiene otra opción más que mantener su fachada valiente, que es tan frágil como la arquitectura de la humilde tienda, y enfrentarlo, con magia o sin ella. Intenta rememorar los últimos momentos, intentando entender cómo es que ha llegado a esa situación, pero no lo comprende. Es surreal como un sueño, pero no puede despertar.

 

Rápidamente, su mente intenta buscar algo. Intenta recordar si tiene una poción capaz de hacer daño, si tiene un objeto a la mano, si acaso tiene una varita de repuesto... Y la respuesta le llega, cuando una de sus manos roza uno de los bolsillos de su túnica y se encuentra con un objeto metálico pesado. La paga. El athame. Lentamente, sin apartar la mirada de Hessenordwood —y asegurándose de que él no aparte sus ojos de ella—, introduce la mano en el bolsillo; siente el mango redondeado de la daga ceremonial. Nunca ha usado un arma de esa clase, así que se esfuerza por recordar las palabras de Madeleine, que le dijo cuando la encontró practicando con su espada de meteorito. «Tienes que clavarla por el lago puntiagudo», le dijo con un tono socarrón, dejando en claro que no iba a darle una lección... pero, ahora, es lo único que tiene.

 

Ellie empuña la daga con fuerza, pero no se mueve. Es irracional, pero quiere escuchar lo que él tiene que decir. Sabe que hay algo que no es capaz de ver o entender y necesita hacerlo.

 

Cuando vuelve a hablar, pareciera que el mago se ha quitado una careta y muestra sus verdaderas intenciones. Es evidente que la confunde por otra persona y, sin embargo, eso es lo que menos le preocupa. Lo que la pone nerviosa es darse cuenta de que, muy probablemente, esa noche no tiene nada de accidental: los golpes a su puerta, el pedido de ayuda, incluso la sutil forma de hacerla sentir culpable. ¿Y las heridas? ¿Auto infligidas, acaso? De repente, no le sorprendería, sólo sería parte de su teatro para entrar a su tienda, justo en las horas solitarias de la noche. Se siente como una est****a. Casi puede escuchar el regaño de Richard, por dejar a un extraño entrar a esas horas y por ser tan ingenua como para ayudar a cualquier transeúnte del Callejón Knockturn, un lugar con tan mala reputación.

 

«Ninguna buena acción queda sin castigo».

 

Se siente, de cierta forma, traicionada. Ya es incapaz de seguirle viendo a los ojos, es incapaz de volver a intentar hurgar en su mente, pues no quiere ver qué hay más allá.

 

Intenta pensar. ¿Qué le dará más posibilidades? ¿Ser Ellie o ser esa tal Amaya? Si revela que no es esa persona, él no tendría ningún interés en ella... ¿pero eso significaría que la dejaría en paz o que se desharía de ella? Por otro lado, es evidente que tiene un interés en Amaya, aunque no sea el interés de llevarla a tomar helado. Si bien sus palabras son gentiles —dejando de lado la parte que le pone la piel de gallina y no de la buena manera—, no es tan tonta como para no ver la amenaza en ellas. Es alguna clase de demente y no tiene la menor idea de qué hacer para sobrevivir a él. De todas formas, cree que hablando no logrará nada. Quizás en ese escenario, la violencia sea la solución. Sus dedos envuelven el athame con tanta fuerza que teme le salgan ampollas, pero se siente incapaz de clavárselo en el pecho. No quiere más sangre y siente los brazos tan débiles que teme que la daga se le resbale de las manos.

 

—¿A-así es como piensas agradecerme, Hessenordwood? —susurra Ellie, decidiendo apelar a las emociones. Esa daga puede enterrarla sin depender de su fuerza física. Le sostiene la mano con fuerza, preguntándose si podría llegar al borde de las lágrimas, sólo para espolvorear un poco más de drama a su performance. Aunque quizás no debe abusar, por no mencionar que su rostro es mucho peor cuando llora— ¿Luego de que te dejé entrar y te curé, con las mejores de las intenciones? ¡Mira, todavía tengo sangre en las manos! Pude haberme aprovechado de tu situación y deshacerme de ti de una vez por todas, pero corrí el riesgo y decidí que haría lo correcto.

 

»Así que no lo acepto. Esta es mi casa y mi alma está perfectamente bien. Y no puedes hacer nada al respecto —dice con firmeza, aunque no está segura de qué es lo que haría el mago... otro detalle que prefiere no conocer, a decir verdad—. No puedes, porque... Porque ahora estamos a mano.

 

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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¿Que?-, existe algo en la expresión de ella que le hace sentir algo parecido a la angustia, es ridículo, pero se siente un poco mal ahora por causar esa reacción en esa mujer, aun si era la persona que buscaba, el regaño de ella le remueve las ideas dentro de su cabeza. Tonta calidez humana.

 

El discurso de Ellie pareció sacarlo de un letargo inconsciente. Está confundido por la respuesta, por que de todos los escenarios que pudo imaginar esa es la única respuesta por parte de ella que no hubiera esperado. En su cabeza repasó el contexto de la situación en la que se ha involucrado (no por culpa de ella) en esta situación. Hessen se imagina primero que nada que este debe ser una de las mañas de Amaya para burlarlo una vez más. Ciertamente, él no cree que “estén a mano”, lo que Amaya le ha causado es, para él, un acto imperdonable, y él aún le guarda rencor por ello.

 

Por otro lado, está de acuerdo en que al menos de debe el favor él a ella de haber sanado su cuerpo humano, aun cuando ella es en parte responsable de que él esté en esa condición, atrapado entre mortales como uno de ellos.

 

Hess considera también que, de ser un truco de ella, está siendo demasiado cínica como para asegurarle que su alma esta en perfectas condiciones, y es que, a este punto de su historia, el alma de Amaya debe ser la más descompuesta que él hubiera visto a lo largo de su existencia como regulador. Por supuesto que también él no ha podido verla, ella ha hecho algo que no le permite explorarla, seguramente por algún truco de magia que él no es capaz de ver, aunque tal vez con un objeto como aquel que le ha devuelto, el monóculo de claridad, si pueda.

 

Por otro lado, la reacción de ella y la serie de hechos, hace que la duda lo invade nuevamente; ¿Y si ella no era? Podría ser solo él, fastidiado de esta rutina, que busca inconscientemente encontrar solo con quien desquitarse, hoy era esta bruja que bajo la escasa luz que ilumina el interior de su negocio se parece tanto a Amaya, con sus cabellos plateados y redonda mirada, mañana podría culpar a esa muchacha que habita uno de los pisos del Pink Palace, cuya forma corporal se asemeja más a Amaya que a la de Eille. Cómo sea, se da cuenta de que está casi desesperado por encontrarla.

 

Y eso le molesta aún más.

 

Quedó estático por un largo segundo, con la mirada puesta en el rostro de ella que ha comenzado, cree él, a enrojecer en los bordes. Tiene el entrecejo forzado costandole casi darle la razón a ella, solo porque...bueno quien sabe porque, y es que no se siente en las mejores condiciones para evaluar "justamente" el argumento de Ellie. Aún no convencido del todo de su propia decisión, deja el acoso para después y se aparta dejandole libre el camino, por que aun si ella no le hubiera complicado las cosas, no cree que tenga las energías para llevarla consigo justo ahora.

 

Tienes razón, lo lamento-, de a poco el color en sus ojos se recupera, aun así el azul de él es claro, no tan electrizantes como los de ella. —Es que debe ser la... es que tal vez estoy algo desorientado-, comienza a explicar, convenciéndose a sí mismo de lo que dice, de que ha sido todo a causa de ese sueño extraño que tiene de Amaya justo antes de volver a la conciencia y encontrarse con Eille. —Estaba, uhm, pasé la noche buscando a alguien y no me fue muy bien como te habrás dado cuenta-, no es del todo la verdad, pero espera que sea suficiente. —Debí confundirte, quiero decir, debí confundirme-, le devolvió la mirada y le sonrió torpemente, ella de verdad parece estar a punto de estallar, si es algo bueno o malo para él era mejor no averiguarlo.

 

Nada en esta noche ha resultado bien, o por lo menos no como lo habría esperado, así que con todo esto ya está bastante ahíto para seguir insistiendo sobre esta pequeña mujer. "Quizá puedas dejarlo para después"-, adyacente a eso, se da cuenta también de que aún existe algo por ella, Amaya o no, algo que continúa dándole vueltas en la cabeza, así que la verdad es que tampoco quiere irse sin nada de ese lugar, sin nada de esa persona.

 

Recuerda entonces que ni siquiera sabe su nombre, aunque ella él suyo si.

 

Debes dejarme compensarte por tu socorro, el tiempo extra y el mal rato-, el brujo había vuelto hasta el mostrador, trasteando entre los frascos vacíos de díctamo y las pocas cosas que hay encima de la superficie en busca de algo que a ella le pueda servir para limpiar sus manos de la sangre de él. Aprovecha también la distracción de su acción para tomar la varita de ella, discretamente claro, ella lo ha dicho ¿no? para qué arriesgarse a que ella aproveche entonces. —No hoy por su puesto, pero debe haber algo, de algún modo.

 

off: edito por que se me da la gana(?) nocierto, me falto algo :c

Editado por Hessenordwood Crouch

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  • 2 semanas más tarde...

Las palabras imaginarias de Richard siguen rondando en su cabeza. «Ninguna buena acción queda sin castigo». A esas alturas, no quiere hacer nada más que cerrar los ojos y despertar ya en casa, a salvo. Está comenzando a considerar forzar una Aparición, aún sin su varita mágica, aún sin un espacio suficiente para desenvolverse y sin la suficiente capacidad de concentración como para preocuparse por las tres D's. Y por la expresión inicial de Hessenordwood, comienza a pensar que deberá correr el riesgo. Está convencida de que no cayó, lo cual significa que no tendrá un buen final. ¿Cuál es ese dicho que tienen los muggles? «Si no es por las buenas, será por las malas». Ellie sospecha que rechazó la alternativa buena —que en verdad, debía ser bastante mala— y sólo le queda la opción mala —que debe ser mucho peor—. Sin embargo, ella también tiene una opción mala tras la espalda. Sus dedos se ciernen con tanta fuerza alrededor de la empuñadura de la daga, que le duelen. Todavía tiene un movimiento.

 

A medida que el silencio se prolonga, está más convencida de que aquella será su salida. Una puñalada en el pecho, en el estómago, en el brazo. Una puñalada en cualquier lugar donde sea capaz de hincar la daga y salir corriendo hacia su varita mágica. Entonces, el cuento puede ser otro. Podría aturdirlo mientras llegan los Aurores, o simplemente cualquier amigo a su socorro. Incluso, ella misma podría encargarse... Siempre y cuando no haya sangre derramada. Su mente idea planes, pero ¿de verdad sería capaz de ejecutarlos? ¿O volvería a quedarse petrificada?

 

No quiere seguir pensando. Cierra los ojos y exhala el aire contenido en sus pulmones, como si se resignara. Y, entonces, lo siente alejarse.

 

—N-no te disculpo —repone Ellie por lo bajo, intentando no mostrarse sorprendida ni aliviada; se esfuerza por mantener un semblante firme, lo más que se lo permiten sus rasgos redondeados y suaves. No debe confiar, aunque recuerda que no le proporcionó la Poción Reabastecedora de Sangre, lo cual, efectivamente, podría provocar cierta desorientación en aquel estado... Sabe que tiene una botellita por ahí, pero ahora no está segura de que aquello sea sensato. Sí, es lo correcto, es lo que debería hacer pero ¿eso no la pondría en riesgo? Aquella es una persona potencialmente peligrosa y no le emociona la idea de que esté en óptimas condiciones de hacer de las suyas. «Quizás después»—. Así no actúan las personas, ¿sabes?

 

Quiere acercarse al mostrador, pero al apartarse de ella él ha quedado en el camino y la verdad no quiere acercarse. Por un momento le da la espalda, escucha el tintineo de las botellas vacías. No puede ver qué es lo que hace, pero no le gusta tampoco.

 

—Pensé que ya habías pagado por los primeros auxilios —contesta Ellie con sequedad, para esconder el nerviosismo. El pequeño soplo de alivio desaparece y ahora sólo permanece la sensación de seguir atrapada, no importa la distancia que mantenga Hessenordwood—. Ha sido un largo día y una larga noche; sólo quiero descansar.

 

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