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Prueba de Nigromancia #11


Báleyr
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A Baléyr muchas veces le costaba entender los caprichos de la muerte. Esa frase tan popular que dice "Ves pasar toda tu vida en un segundo", debía estarse haciendo realidad con su aprendiz. No entendía del todo la visión que estaba teniendo y, ese sentimiento que tenía, no le gustaba para nada. Mas se limitó a observar la escena con una mirada enigmática.

 

Rodó el anillo de la habilidad entre sus dedos y se rascó la barbilla, curioso por esa ansiedad que presentaba Helike. Se preguntó si se trataría de lo que estaba viviendo o de si era consciente, aún en su visión, de lo que estaba pasando. Pues no muchos lograban tener despiertos el cerebro con la realidad que les esperaba afuera. Les costaba, eso sí, darse cuenta de lo que realmente era eso que veían.

 

El Arcano quiso hablarle, pero su tiempo se vio desplazado por lo que sucedió a continuación. No había pasado mucho rato desde que Helike hubiese estado a la espera, pero todo alrededor se volvió humo. Quizás se escucharan gritos, llantos, desesperación y mucho olor a sangre. Muerte.

 

Aún así, nada de eso le daba una pista al anciano. Ya, para entonces, frunció el ceño al darse cuenta de que aún no aparecía esa necesidad de poder sobre la muerte, que alguna vez vio. El control, la confianza. Lo veía tan claro y tan borroso a la vez, que dudaba si en algún momento su alumna de apropiaría de él. Lo tenía allí, a un paso. Bastaba con estirar la mano y tener ese control.

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Recuerdo haber hecho tiempo en la plaza y así lo hice. Seguí mis instintos y mis recuerdos. Pero él, apareció. Tenía mala cara, estaba pálido y parecía, ¿sudoroso? Noté cierto olor a intranquilidad. Supuse que, quizás en algún momento del día, fuese espiado por la policía secreta. Debía tener los pies en plomo, antes de actuar. Sí, por aquél entonces, pertenecía a la resistencia alemana. Una fracción muy pequeña de la población que estaba en contra de la dictura de ese... Ese, tipo. Por decir algo amable, sin encontrarlo.

 

Saqué un cigarrillo. Éste era blanco y un mechero plateado. Lo encendí. Los rayos del sol dieron en el metal y lo guardé rápidamente en el bolsillo. Intentaba leer su rostro. Seguía pálido. Quizá necesitase un poco de alcohol. Busqué dentro del morral de cuero y encontré una petaca de whisky. Sí, por aquél entonces, era aficionada al whisky escocés. Tenéis que probarlo es de los mejores y no deja mal regusto en la boca, cómo otros que he probado. Se lo tendí y éste pareció beber la mitad de la petaca.

 

- ¿Todo bien? -le pregunté cuando cerró el objeto y me lo dio de nuevo. Se limpiaba la comisura de la boca, con la manga. Agarré con fuerza el bastón. Tuve un mal presentimiento. No supe porqué, pero sus ojos bailoteaban cómo si estuviera histérico. La moneda alemana que había pactado con él, estaba a buen resguardo en el bolsillo. Noté que cojeaba ligeramente al andar. Parecía cómo si su tobillo se hubiese esforzado o lo hubiesen, ¿torturado? No podía hacer una lectura. Era casi inexpresivo, aunque sus ojos me indicaran algo, completamente diferente.

 

- Sí... no - se corrigió- todo mal. Debe irse, señorita Ilse. La gestapo... La gestapo me ha pillado - susurró y se apoyó en una farola cercana. Entendía lo que significaba eso- si la pillan, la matarán, saben cómo son ésta gente. No les importa la vida ni lo que hacemos. Quieren eliminar a costa, toda resistencia y depaso a todos los judíos posibles... - algo que no entendí, ¿porqué lo liberaron después de varias horas de tortura? Pareció leer mi cara- me dejaron salir... a cambio, de...

 

- ¡NO! - exclamé yo- eres un maldito traidor, pensé que podía confiar en tí - él negaba con la cabeza- sí, lo eres. Creí que eras un tipo de fiar, pero ya veo que no - bufé y di con el bastón un fuerte golpe en el suelo. En ese momento, varios policías se nos acercaron. Nos separaron y a mí me vendaron los ojos. No pude hacer nada. Me sobaron (tocaron) los bolsillos y me sacaron el revólver que llevaba ahí guardado. Sentí un fuerte dolor en la mejilla y noté un sabor metálico en la boca. Me habían partido el labio. Notaba cómo caía poco a poco.

 

- Cerda asquerosa. ¿Creías que podías burlarte de nosotros? ¿A los alemanes de pura raza? -estaba en shock, no entendía nada de lo que estaba pasando. Me habían atado las manos a la parte trasera de mi espalda. Además, sentí el ronroneo de un motor. ¿A dónde demonios nos llevarían? Aunque sentía que mi amigo, el ya traidor, ni siquiera estaba conmigo. El murmullo de la gente se fue apagando. No sé cuánto tiempo estuvimos desplazándonos con ese trasto.

 

El camino se hizo ésta vez, intransitable. Apenas podía ver, al tener los ojos vendados. Parecía que nos habíamos ido de la ciudad porque ahora el camión daba algunas sacudidas por los baches. Podía notar además, por mis fosas nasales, el aroma de la naturaleza. ¿Eran árboles? Seguramente sí y estábamos en las afueras de Berlín. El tiempo parecía transcurrir más lentamente que antes o quizás fuese mi percepción. Sentía ciertas miradas en mí pero tampoco podía decir nada. El trasto se paró y me mandaron bajar. Caí de bruces, al suelo.

 

Me levantaron con fuerza y me sacaron el vendaje. El sol me deslumbró al estar tanto tiempo en la "oscuridad". Me fijé en que, había un pelotón de hombres con varios fusiles. Eran unos seis, preparados para disparar, al otro lado, parecía que el terreno bajaba cómo una especie de hueco, algo de lo que, a mi altura, apenas podía notar. Estaba algo lejos. Uno de los agentes me hizo andar, dándome un golpe en el hombro. Fui despacio, lentamente. El canto de los pájaros resonaban por doquier, parecía mentira, un lugar de vida era una zona de muerte.

 

- Bien, usted tiene el poder ahora mismo -me dijo uno de los oficiales con una mueca burlona - si nos dice para quién trabaja, éstos judíos se salvarán de la muerte - con una inclinación de su cabeza, otros alemanes trajeron a una pequeña familia. Una pareja y dos niños pequeños. Éstos en los abrigos tenían la estrella amarilla. Al lado del pecho. Lloraban. Sabía lo que les pasaría, pero al mismo tiempo, su mirada era de firmeza- pero si no lo hace... ellos pagarán las consecuencias.

 

Un buen dilema, sí señor. Tenía el poder y no precisamente del habla. Podía usar la varita, pero podía romper el Estatuto Secreto. No, no podía ni quería hacerlo. Podía renunciar a la vida, o a esa vida mísera y renacer de nuevo. No sabía cómo sería mi final, pero esperaba que no fuera en ese momento. La verdad, no recordaba para nada, el llegar ese momento. Bajé la cabeza sin decir nada. Éstos me miraron burlones... Puede que, queriendo saber un poco más amenazándome, podían sacar algo.

 

- Bien, veamos... ¡carguen! - vi que los hombres iban carcando sus fusiles y apuntaban en dirección a la pequeña familia- y ¿bien, no piensa decir nada? Sepa que usted, no tiene el control. Nosotros, sí. Somos la muerte. Tenemos el poder de la vida. El poder de dedicir quién va a morir y quién va a vivir, y aquí la señorita presente, no -todos se rieron. Eran crueles, demasiado y lo había olvidado - sabemos que está en una situación difícil. Pero es sencillo, ¿para quién trabaja?

 

No podía decirlo o eso, o traicionaría a mi país y seguramente, ellos me fusilarían también, así que, tampoco les iba a dar el gusto de reírse a mi costa. Bufé. Aunque ese gesto hizo que me escociera más la herida del labio- yo... - ¿ahora empezaba a tartamudear? Carraspeé- yo sí tengo el poder -notaba como tenía confianza en mí misma después de todo - yo tengo poder suficiente para mataros a todos o para sacrificarme con ellos -los reté y éstos me miraron estupefactos. Seguro que no se esperaban esa respuesta.

 

- Sé que no todo acabará con mi muerte. Hay más posibilidades de que ustedes mueran mañana y yo podré seguir hacia adelante. La muerte no es sólo el final de ésta vida. Es el inicio de otra -seguía con mi discurso. Había aprendido la lección, eso seguro. Podía no traicionar y lo estaba haciendo, asumiendo las consecuencias de un acto, que, ¿a dónde me llevaría? Ni idea- ellos así lo saben por eso aunque lloren, saben que estarán todos juntos. Nos veremos en la otra vida... Lamento no ayudarles más -les dije con cierta pena.

 

Me arrastraron nuevamente para colocarme al lado suyo. Ellos me miraron con ¿orgullo? Algo me decía que sí. No supe cómo ni cuando, pero sentí la ráfaga de los disparos. No gritaron, yo tampoco. Caí de bruces al suelo. Mi mente se volvió todo de negro. Cuando abrí los ojos, estaba otra vez en una sala, parecía blanca. ¿Qué ha pasado? Ya no notaba que tenía las manos agarrotadas. Me levanté cómo pude. Un cuerpo fantasmagórico, se me apareció. ¿Era mi madre? Sus cabellos así me indicaban, cómo así su rostro.

 

- Veo que has aprendido una dura lección. Aunque tengas el poder. No quiere decir que retrases más la muerte. Ésta llega en el momeno menos inoportuno, de cualquier manera. No has querido traicionar a nadie y has pagado con tu vida. Sacrificándote. Eso es lo que tenías que aprender, todo en la vida, está llena de sacrificios, para bien y para mal. La muerte a veces también es un sacrificio, a veces loable y a veces amargo. Yo lo aprendí de la manera más cruel. Me arrebataron la vida, pero tú, querida hija mía -siguió hablando y calmándome cómo ella sabía hacer- tienes el poder suficiente para adelantarte a los hechos. Recuerda todo ésto. La muerte no es el final, tan sólo el principio de un viaje en el que todos, recorreremos.

 

Después de esas palabras, todo se volvió oscuro. Se deshizo en una voluta de humo y un par de lágrimas salieron por mis ojos. Era una dura lección que me marcaría de aquí en adelante. Suspiré, nerviosa como estaba. El Portal parecía que había terminado con su trabajo. Quizá hubiese sido un poco soberbia en esa actuación de los soldados pero me había sacrificado con ellos. No quería dejarlos en la estacada, huyendo como una vil cobarde. No estaba en mi naturaleza, nunca lo había sido.

 

Comprobé cómo mis ropajes volvieron a cambiar y una pequeña luz salió de un pequeño hueco. La Puerta se estaba abriendo poco a poco. No pude evitarlo y salí llorando. Me limpié las lágrimas. Al otro lado, pude divisar al viejo arcano. Seguro que había presenciado todo lo que podía hacer con su mágico anillo. Me senté en las escaleras. Necesitaba reponerme de todo lo que había vivido ahí dentro. Había sido demasiado duro demasiado fuerte incluso para un ser de la noche. Un vampiro cómo yo.

 

Me calmé y ahora me dirigí al arcano.

 

- ¿Y ahora? Sé que la muerte es caprichosa y nos puede llegar de un momento a otro. Hay que vivir la vida que tengamos para seguir hacia adelante. Aunque pueda hacer regresar a los muertos, sé que no será lo mismo. Pero, supongo que, si el portal me ha dejado salir es que, sabe que he aprendido de la manera más cruel posible. No todo está en nuestras manos y el destino es efímero y sólo con nuestros actos podemos describir nuestro propio destino o la manera de morir...

 

- Está en sus manos señor Arcano, ¿he pasado la prueba? - dije con cierta timidez- entenderé cualquier decisión que tome, señor -asentí con la cabeza - pero quiera que sepa, que ha sido un honor ir a sus clases y aprender todo ésto que me ha enseñado la muerte. En definitiva, lo tendré muy presente, de eso no le quepa ninguna duda -esbocé una ligera sonrisa- hay cosas que no están a nuestro alcance aunque, a decir verdad, no recordaba todo ésto...

 

Bufé, aún me sentía débil al entrar dentro de la pirámide. Debía reponer fuerzas antes de seguir con el resto de aprendizaje del resto de habilidades, pero no sería por ahora. Debía calmar además, mi mente, porque la sentía agotada. Pero sabía que, con un buen baño relajante de espuma y un poco de cava y estaría como nueva, antes de seguir a lo que tuviese que hacer. Seguro que después de todo eso, miraría las cosas de otra manera, lo tenía bastante claro.

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Suspiró. No un suspiro forzado, ni de cansancio. De alivio, quizás. Nunca había tenido un alumno tan difícil y tan impredecible como lo era su actual aprendiz. Que le habían presentado otros desafíos, sí, pero en repetidas ocasiones había sido casi imposible leer a la señorita Rambaldi. No era su culpa, sino la del viejo Arcano. Estaba acostumbrado a lo tradicional, o mal acostumbrado era mejor decir.

 

― Llegará el momento en el que, tal vez, valga la pena devolverle a alguien la vida. Pero nuestro juicio, muchas veces nos puede nublar anteponiendo lo personal a lo razonable. Nunca, en todo tu camino como Nigromante, debes dejar que eso pase.

 

Se detuvo y esperó a que ella terminase de enjugarse las lágrimas.

 

― Tenemos el poder de controlar a la muerte, señorita Rambaldi. Mas debemos andarnos con cuidado si no queremos que ese control se ponga en nuestra contra. Ser precavidos, cuidadosos, prudentes. Nunca está de más. ―acarició su barba con total parsimonia.― ¿Qué me diría si me negara a darle el anillo?

 

Aunque, al cabo de unos momentos, le tendió la mano con el anillo de la habilidad en ella. Se lo había ganado, después de todo. Muchos aprendían de la manera más dolorosa, unos más que otros, pero el resultado siempre era el mismo. Baléyr esbozó una ligera sonrisa a su alumna y la ayudó a incorporarse.

 

― Felicidades, ahora posee usted la habilidad de la Nigromancia.

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- Entiendo, señor - susurré al terminar de limpiar mis lágrimas y esperé atentamente a lo que pasara a continuación. Él cómo Arcano era el único y con postestad de decidir si era o no, nigromante. Ahora la 'pelota' estaba en su tejado.

 

No podía negar que estaba nerviosa y un poco ansiosa. Tampoco quería presionarlo. Las cosas eran mejor a su tiempo y después se disfrutarían más. De eso no me cabía la menor duda. Mis antepasados, además, estarían bastante orgullosos de mis logros. O eso esperaba.

 

- Sí, señor, sí, tendré en cuenta sus palabras por, por si se da esa circunstancia - era un poco sumisa, sí, porque tampoco quería hacer presión sobre Báleyr. Me quedé muda ante su pregunta...

 

- Bueno, usted es el que tiene postestad si me lo merezco o no -esbocé una triste sonrisa- pero tenga en cuenta que, soy muy respetuosa con la Muerte. Ella puede venir en el momento que menos esperamos.

 

Me ayudó a levantarme y fue justo cuando me tendió mi tan ahora, preciado anillo de la habilidad.

 

- ¡Muchísimas gracias señor! - era inevitable que no me emocionara. Había pasado por mucho, las pruebas iniciales, cruzar el maldito laberinto y luego la pirámide. En dónde los recuerdos todavía se me agolpaban en la cabeza. Era cierto que parecían echos con la mano de la Parca, pero yo sabía que al final, no habían acabado así. De manera instintiva me toqué el abdomen. Sí, supuestamente, había ahí recibido los tiros, pero fue en su justo momento en que la edificación pareció entender que había acabado y justo a tiempo.

 

- Lo cuidaré como un tesoro señor Arcano, por supuesto -asentí feliz con el anillo en mis manos - lo guardaré junto con otros objetos preciados que tengo y espero no tener que usarlo... Gracias por sus enseñanzas - asentí con la cabeza y con una sonrisa.

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