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Prueba de Oclumancia #11


Aailyah Sauda
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Aailyah tenía cosas qué esconder. No por algo era la Arcana de Oclumancia. Y es que, era uno de los fundamentos de la habilidad…

 

¿O era realmente otro?

 

La primera impresión que se tiene, frente a la protección de la mente, es de la desconfianza. Me protejo, para que no me vean. Pero, claro, es lo superficial. Es el error, raspar esa barrera y ya. Es allí, donde la Oclumancia juega su verdadero papel. Mantener una esencia firme. Reconocerse y poder actuar en consecuencia con el más puro sentido del ser. La meditación más profunda y una convicción hacia sí mismo.

 

Esperaba con fuerza que ese día, Mei se convirtiera en Oclumante. Así, fue como se preparó para la especial ocasión. Pasó de largo en fijarse qué ponerse: si eran las telas adecuadas, o si su pulsera familiar estaba bien acomodad; porque, la preparación fue mental. Meditación y descanso por varios días. Era tal, el esfuerzo como Arcana dentro de la prueba de sus alumnos, que terminaba agotada. Pero, eran de esos cansancios especiales y hermosos en sí mismos.

 

A Aailyah a veces le costaba separar la fina línea entre apoyar a los estudiantes y estar del lado de ellos. Era normal. Estaba formando a oclumantes poderosos y hasta el momento no tuvo que intervenir en ninguna emergencia. Le daba un alivio, pero no podía evitar pensar en la existencia de aquella posibilidad. Así es como estaba pendiente en el pedestal, tras una fina película de bruma que proyectaba el inicio de la prueba.

 

La prueba iniciaba con el típico cruce de lago. Esta vez, la arcana había preparado un pequeño bote con dos remos. La primera prueba, por lo tanto, intentaría desafiar la voluntad de pensamiento de la Delacour. La barca se detendría a mitad de camino y no se movería por nada. La frustración le llegaría hasta la más íntima punta de su cuerpo. Completamente quieta, como un Iceberg. Sólo después de haber superado la desesperación ante el fracaso y, luego, la reconstrucción del temple, la barca se movería.

 

- Querida Mei, te espero directamente en la pirámide. Estaré vigilando tus pasos. Confía en ti y en tus habilidades.

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  • 2 semanas más tarde...

Había cosas que quería proteger, pero al mismo tiempo, había cosas que quería ocultar del mundo exterior, incluso de ella misma si era posible. Un tiempo atrás lo había logrado, aunque a día de hoy no tenía en claro el cómo había sucedido, si tal vez su madre había tenido algo que ver. No era perfecta, era consciente de ello, como también lo era de la imagen que proyectaba externamente, de una mujer firme, valiente y decidida. Pero he allí la cuestión: a veces era sólo eso, una imagen proyectada.

 

Y debía mantenerla de esa forma, por lo menos frente a las personas ante las que deseaba verse de esa forma. No para que la admiraran, ni mucho menos, sino sencillamente porque era su protección. Suya y de las personas allegadas a ella, familia, amigos, compañeros que confiaban en su juicio.

 

El mensaje había tardado unos días en llegar, pero no le molestó, más bien lo agradeció, pues quiso practicar todo lo que le fuera posible, aprendiendo a dominar, cada vez con mayor facilidad el arte de la oclumancia. Hubieron días en que le resultó fácil, otros, donde la frustración terminaba por doblegarla. Pero a fin de cuentas, ahora se sentía un poco más segura de sí misma para llevar a cabo aquella nueva prueba.

 

No tardó demasiado en llegar hasta la orilla del lago que daba acceso a la isla. Era la tercera vez que estaba allí y aún le sorprendía la extraña aura que rodeaba aquel lugar, pues no era como ningún otro que hubiera visto en otra parte.

 

Rodeó el lago, tratando de encontrar una forma de atravesarlo, sabiendo que de alguna forma debería de hacerlo, hasta que lo halló: un bote y dos remos, evidentemente a su disposición. Se acercó y se subió sin perder tiempo, y sin más comenzó a mover los remos al mismo tiempo y en la misma dirección para avanzar a través de las aguas.

 

No era un trabajo particularmente difícil, por lo que no tardó demasiado en avanzar y acercarse cada vez más a la isla. Internamente se preguntó en más de una ocasión si algo sucedería, pues es lo que solía suceder, recordaba su experiencia con la prueba de Nigromancia y efectivamente había tenido que superar un obstáculo.

 

Tal vez esta no sea la ocasión ― meditó en voz alta.

 

Pero en cuanto lo hizo, repentinamente el bote se detuvo de una sacudida, haciendo que casi dejara caer los remos y, por consiguiente, también ella. Se incorporó al asiento nuevamente, acomodando los remos y pensando que tal vez había chocado contra alguna roca, pero una rápida inspección le indicó que no era así.

 

Frunció el ceo, pero no lo pensó demasiado y volvió a intentar remar nuevamente. Y esta vez, era como si los mismos hubiesen sido fijados con algún hechizo, pues a pesar de intentarlo una, dos, tres y cuatro veces, los mismos no giraron ni un poco.

 

Pero… ¿qué rayos…?

 

Intentó otro par de veces, pero por más que lo intentara nada cambiaba, ¿qué estaba sucediendo? ¿Acaso iba a terminar atascada allí y no podría llegar a su prueba?

 

No, cálmate, sólo inténtalo de otra forma, tal vez usando magia.

 

Sacó su varita de entre los pliegues de su capa y, aún no muy segura de qué hacer, probó suerte con un sencillo hechizo para finalizar cualquier conjuro que tuviesen los remos. Lo volvió a intentar a forma de prueba, pero nada había cambiado. Lo probó una vez más, esta vez centrando toda su fuerza en sus brazos, y jalando fuertemente…

 

¡CRACK!

 

Cayó de espaldas al fondo del bote, y en ambas manos, un trozo roto de cada uno de los remos. Los observó boquiabierta, ¡había roto su único medio de transporte!

 

Se puso de pie de un salto y, ya desesperada ante lo que acababa de hacer, comenzó a lanzar hechizos a diestra y siniestra, intentando arreglar los remos, hacer que se movieran por sí solos, mover el bote o incluso crear de alguna forma olas que ayudaran a mover a la pequeña embarcación. Pero nada, absolutamente nada funcionó.

 

¡¿Esto es una maldita broma?! ¡No puede ser! ¡No es posible!

 

Esta vez se dejó caer sobre la tabla que hacía las de silla, completamente rendida, frustrada y alterada a partes iguales. Aquello debía ser una maldita broma, ¡¿cómo iba a empezar siquiera su prueba si no podía llegar a la isla?! Sus manos, inquietas, iba de su frente a su nuca, mientras trataba de pensar sobre qué hacer, pero sin ideas realmente.

 

Había una opción, pero era la última a la cual recurrir: si llamaba a Sauda para que acudiera en su ayuda, significaría –muy probablemente- que ello era admitir su propio fracaso. Abrió levemente la boca, ¿estaba dispuesta a utilizar aquella opción?

 

Fue entonces cuando otro sacudón la tomó por sorpresa y, con parsimonia, la barca comenzó a moverse nuevamente, esta vez por sí sola.

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Soltó un pequeño gritito de alegría cuando vio que Mei pudo superar la prueba. Poder observarla con toda la desesperación que acarreaba el no poder avanzar. Esta prueba, era la representación exacta de cuando la vida te dice que no a algo y te dice que no. No hay razón. Es una negativa. Intentamos buscar respuestas a preguntas que nos carcomen la cabeza, que nos sacan del eje y no nos aportan para nada. La clave, en estas situaciones, era respirar, detenerse un momento y encontrar el eje.

 

Si hubiese sido Aailyah la de la barca, al ver la imposibilidad de avanzar bajo ningún punto de vista, la respuesta era echarse a dormir una siesta. Obviamente hasta ella hubiese tenido su momento de duda. Las preguntas, como demonios, siempre iban a estar. Ni tantos años practicando una habilidad terminarían con su existencia.

Después de todo eso, lo que realmente aprendía uno, era a cómo responder frente a esto.

 

Le quedaban dos pruebas más a la líder fenixiana. Y es que, en las siguientes, el mismo tipo de premisa se pondría a juego. Para la Oclumancia, había que tener la mente en equilibrio. Había que buscar una solución para todo, pero que muchas veces esta solución. Al final de cuentas, la habilidad tenía sus raíces en el manejo de energías de la mente

 

La siguiente prueba, entonces, se trataba de la verja que daba paso al laberinto. Se trataba de una verja oxidada, vieja. Se dejaría abrir, dejando un largo pasillo entre dos altos setos que, luego de un giro a la derecha la llevaría a otra verja exactamente igual. Caminaría en círculos. Estaba diseñada para desgastar hasta la última punta de motivación.

 

Finalmente, cuando se diera cuenta que estaba volviendo al lugar de inicio desde la primera vez, y que, el camino no siempre se componía de ir hacia delante automáticamente, entre unos setos se abriría el camino al laberinto. Finalmente, para llegar a la pirámide, tendría que confiar en sus más puros instintos. Canalizar lo que aprendió en la habilidad, demostrarle a la Arcana que podía proteger su mente, como un Protego ante un Sectusempra.

 

- Ya casi llegas Mei.

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  • 2 semanas más tarde...

El alivio que sintió en cuanto vio que la barca retomaba el andar, esta vez por sí sola, fue algo que la hizo casi llorar. Por un momento estuvo a punto de pedir auxilio, pero por suerte no había tenido que llegar a eso. Aunque por poco.

 

Se acomodó sobre el asiento y esperó, mirando de un lado al otro del lago. Recordaba la primera vez que lo atravesó, allí mismo tuvo un encuentro que aún a día de hoy la movilizaba. Sin duda alguna, siempre era una nueva experiencia atravesar aquel lago para llegar a la isla donde se encontraba la pirámide. Levantó la vista, notando que ya iba llegando, y notando la punta de aquella pirámide.

 

No iba a mentirse a sí misma, temía por lo que pudiese llegar a encontrarse en aquel lugar, pero se sentía preparada para afrontar un miedo más. Si lo superaba o no, ya era otro tema.

 

Se detuvo entonces para cuando se percató de que había caminado de forma automática sin darse cuenta en cuanto pisó tierra. Y ahora se hallaba frente a una verja que daba acceso al laberinto. Aspiró aire, llenando sus pulmones de aire una vez más.

 

A dar el siguiente paso.

 

Empujó entonces la oxidada reja, haciendo que ésta se abriera con un chirrido, pero sin problema alguno. Dio un paso, en alerta por lo que pudiese ocurrir. Pero nada pasó, de nuevo. Tal vez en aquella ocasión sólo debía atravesar el laberinto, lo cual de por sí no era tarea fácil.

 

Caminó, llegando a un lado determinado espacio en el cual dobló hacia la derecha sin pensarlo. Unos cuantos pasos más allá, otro cruce a la derecha y una verja la interrumpió.

 

No recordaba que el laberinto tuviese verjas internas, la sola idea era un poco absurda, porque se supone que se las colocaba a la entrada y salida, ¿no? Se encogió de hombros y abrió la nueva verja, notando que aquella estaba oxidada también, y tenía un diseño parecido a la anterior. Volvió a caminar, doblando una vez más a la derecha. Unos pocos metros más, y una nueva verja.

 

La abrió, tratando de evitar pensar demasiado en que allí había algo raro. Coincidencia, eso debía ser, o alguien que intentaba jugar con su mente.

 

Verja, y a la derecha. Y verja de nuevo, y a la derecha de nuevo. Pero entonces, verja.

 

Esta vez se detuvo frente a la nueva verja. No, no podía ser coincidencia, allí había algo raro. La observó en detalle, la verdad que aquel conjunto de hierros oxidados no tenía nada fuera de lo normal. Pero debía hacer una prueba, por lo que rápidamente sacó su varita y, apuntándose al bordado del vestido corto que llevaba puesto, con un simple hechizo hizo que se cortara un trozo. Tomó la tela y rápidamente la ató en el extremo superior derecho antes de abrir la misma y adentrarse nuevamente en aquella parte del laberinto.

 

Pero no tardó mucho en llegar a una nueva verja luego de doblar, y esta vez allí lo halló: el pedazo de tela se encontraba atado y ondeando levemente. Había dado vueltas en círculo todo el tiempo, pero ¿por qué?

 

Volvió a entrar, pero esta vez pensando a toda velocidad a medida que avanzaba. Hasta que llegó donde el laberinto dejaba ver el pasadizo por la derecha. Estuvo a punto de doblar, pero se detuvo en seco. No, era el mismo camino, siempre había doblado para el mismo lado, debía haber otro lugar por donde avanzar.

 

Se hizo un par de pasos hacia atrás a la vez que pensó en voz alta:

 

Debería doblar a la izquierda…

 

Y como si el laberinto la hubiese oído, la niebla que invadía aquel laberinto se despejó unos cuántos metros más allá, mostrando una ruta alternativa que daba en la dirección que había deseado, la cual no tardó en tomar.

 

Luego de unos quince minutos logró encontrar el final del laberinto, lo cual la emocionó a tal punto que su corazón comenzó a latir fuertemente. Corrió el último tramo, algo ansiosa ya a ese instante, pero en cuanto estuvo a punto de atravesar la salida, algo la golpeó tan fuertemente que la hizo caer sentada.

 

Se sobó la nariz, que parecía había recibido un golpe contra un muro. Un muro invisible que, a la primera prueba, notó que estaba allí. Apoyó la palma de su mano. Estaba a un solo paso, pero no parecía que fuera fácil.

 

Se hizo unos pasos hacia atrás y comenzó a lanzar hechizos, pero nada sucedió, nada parecía alterar a aquella barrera.

 

¡Bombarda!

 

El choque del hechizo contra la pared invisible fue tan potente que agitó los setos del laberinto y, asustados, unos pájaros que se hallaban anidando allí salieron volando de forma asustada, atravesando la salida sin problema…

 

Observó aquello boquiabierta. Ellos habían podido cruzarla, pero, ¿cómo? Eran animales… Tal vez…

 

Dudó por un momento, pero agitó la cabeza. No tenía nada que perder en ese instante. Varita en mano, observó fijamente aquel estrecho camino que daba a la salida a la vez que se alejaba cada vez más, y en cuanto se detuvo, ahora adquirió una pose especial, preparándose para correr. Y repentinamente lo hizo, adquiriendo cada vez más velocidad a cada paso, hasta que dio un salto y se dejó guiar por lo que su instinto le decía. Su instinto animal.

 

Segundos después se transformó en gorrión y voló velozmente en dirección a la salida. No lo pensó, sencillamente se dejó guiar por aquellos instintos y, como si nada hubiese sucedido allí nunca, atravesó la salida. Alzó vuelo, sintiendo un júbilo y una libertad propia de su forma animal y revoloteó junto a los otros pajarillos.

 

Allí, allí se encontraba la bendita pirámide. La estaba esperando, por lo que bajó en picada hasta la entrada, y unos metros antes llegar al suelo, extendió y agitó las alas, amortiguando la caída hasta apoyarse en el suelo, donde retomó su forma humana.

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Aailyah sonrió ante el accionar de su alumna. Estaba dentro de todo orgullosa. La última prueba se había formado en base a los propios límites que la líder fenixiana se podía imponer a sí misma. Pero, la verdadera prueba comenzaba con la entrada al portal, donde sólo aquellos tres desafíos funcionaban como un calentamiento previo. Sin embargo, ella, la arcana, estaba segura de que no implicaría grandes problemas.

Con su vara rojiza levantó el portal. Su sombra se extendió por toda la sala principal. Golpeó la vara contra el suelo, Mei encontraría así una réplica del anillo de habilidad que la acompañaría a través de la prueba. Cuando soltó el bastón de pastoreo, éste se deshizo en finísima arena que desapareció tras una brisa.

Se acercó a su alumna, cuando se transformó luego de su forma de gorrión. Le dio un leve abrazo y la acompañó hacia el portal.

- Lo tienes adelante. La última prueba. Ya sabes de qué va. Confía en la Oclumancia, no tengas miedo en enfrentarte. Después de todo, no existe la fortaleza, si no pasamos por desafíos que nos pongan a prueba.

La soltó y suspiró.

- El anillo te acompañará en la prueba. Te estaré esperando.

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Soltó un largo suspiro, pero no de cansancio, sino de alivio. Desde que había adquirido la habilidad de poder transformarse en un ave, cada vez que tomaba esa forma y echaba a volar, sentía que la libertad le pertenecía en absoluto. Ella sola, y mundo por delante que la esperaba.

 

Abrió los ojos, encontrándose con la entrada a la pirámide, la cual se encontraba abierta, pero antes de que pudiese entrar, notó que Sauda ya se hallaba allí, acercándose a ella al mismo tiempo que algo que emitía un brillo verdoso aparecía frente a Mei. Lo tomó con cuidado entre sus manos y luego lo observó, comprendiendo que se trataba del anillo. No dijo nada, sencillamente correspondió al breve y ligero abrazo, y siguió a la Arcana hasta el interior de la pirámide, allí donde la esperaba el centro con el cual se había enfrentado ya en un pasado. Aún a día de hoy se preguntaba si todo lo que allí sucedía era real o no, un presagio o una magia poderosa que creaba realidades alternas.

 

Allí estaba el portal, esperándola. Tragó saliva, ¿en qué momento sus nervios había aflorado tanto?

 

Oyó las palabras de la anciana mujer, aun sintiendo el agarre de la mujer sobre su hombro. Estaba lista, lo sabía, pero temía por lo que se encontrara, siempre lo hacía. Pero como bien había dicho Sauda, la fortaleza no existía si no había un desafío de por medio que superar.

 

Gracias por todo, Sauda ― dijo al fin, a la vez que se colocaba el anillo sobre el dedo anular, allí donde descansaba el otro anillo el cual poseía dos piedras de diferentes colores y con diferentes signos, cada uno representando una habilidad ―. Por enseñarme tan pacientemente. Y por esa taza de té.

 

Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de dar el primer paso para avanzar hacia su prueba.

 

 

 

 

Abrió los ojos una vez más, pero esta vez sintiéndose desorientada. Parpadeó varias veces, intentando discernir dónde se encontraba. Pero sintió que su corazón daba un salto al percatarse de lo que había a su alrededor.

 

Se encontraba tirada sobre el césped de una casa frente a ella en deplorables condiciones. Destrozada, desarmada, y con sangre pintando las paredes y muebles. El vecindario plagado de casas similares a la que tenía frente a ella se hallaba en un silencio inquietante, sólo se oía el rugir del viento, azotando su cabello y levantando el polvo que había debido a los derrumbes.

 

¿Qué… qué sucedió aquí?

 

¿No lo recuerdas? Esto es obra tuya.

 

Giró la cabeza para encontrarse con una alta figura a sus espaldas, vestida con una sencilla pero elegante túnica negra plagada de manchas de sangre. En su rostro, una máscara que identificó inmediatamente como la de un mortífago. A pesar de saber lo que ello significaba, ni él pareció dispuesto a atacarla, ni ella reaccionó a la defensiva. Estaba en shock.

 

¿Qué?

 

Fue tú idea, estábamos aburridos y decidiste venir a esta localidad llena de muggles para divertirnos un rato. Debo admitir que no fue mala idea.

 

Inesperadamente, con un sencillo movimiento de varita del mago, se quitó la máscara, dejando ver un rostro familiar, pero al cual no podía ponerle nombre pues no lo recordaba con exactitud. El hombre acercó el dorso de su mano a su cara y lamió con cuidado la sangre que tenía allí.

 

Has resultado ser más interesante de lo que hubiese jurado.

 

A pesar del tono de interés que marcaba su voz, su rostro era inmutable.

 

Se puso en pie al fin, tambaleando. ¿Que ella había ideado aquello? Era imposible, debía tratarse de un truco, de una trampa, o de una broma de muy mal gusto. Se acercó lentamente hasta lo que quedaba de aquella casa, y lo vio.

 

Allí, en una de las salas se hallaba la mayor parte de la familia. Uno de los padres junto a dos niños. Sus cuerpos, mutilados y desangrados, al punto de casi quedar irreconocibles. Repentinamente se sintió débil y su estómago comenzó a revolverse tan fuertemente que cayó de rodillas al suelo, haciendo arcadas ante el fuerte olor de la sangre.

 

No, no, no… no, imposible, no…

 

Qué susceptible. Y pensar que minutos atrás disfrutabas tanto torturándolos.

 

¡Cállate! ¡Imposible!

 

Otra arcada detuvo su repentino impulso de ira. Era mentira, no podía ser verdad que ella se comportara de esa forma, debía ser un truco. Ella no era capaz de hacer eso…

 

«―¿Segura? ― Repentinamente la voz de aquel hombre adquirió un tono diferente. Esta vez no era indiferente o cargada de interés, sino más bien con una insistencia atrapante, casi hipnótica ― Esos cuerpos no dicen lo mismo, más bien confirman tu lado más oscuro y sádico. Ese al cual sucumbiste irremediablemente. Acéptalo, no puedes seguir encerrando a la bestia.»

 

¿La bestia? ¿Qué bestia? Ella nunca había sido así, nunca había tenido sed de sangre… ¿O tal vez sí? No podía dudar de aquella voz tan insistente que intentaba convencerla de ello…

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  • 2 semanas más tarde...

Sauda sintió una ligera presión en el pecho en el momento exacto en que Mei se adentró en el Portal. La prueba había comenzado.

 

Confiaba en el poder de su alumna, ella la había preparado hasta que había estado segura de sus habilidades, pero eso no significaba que pudiera fallar en algún momento. El Portal era traicionero y jugaba con los sentimientos de las personas, haciéndoles mostrar lo más salvaje y privado de cada ser humano, licántropo, vampiro o criatura que se adentrara en los entresijos de su poder. Precisamente por eso era algo tan peligroso.

 

Tragó saliva mientras sentía lo mismo con Mei, como si ella también estuviera pasando la prueba junto a la Delacour. Sentía su duda, su desesperación ante lo que el Portal le mostraba. ¿Una masacre auspiciada por ella? Una triste y suave sonrisa apareció en la comisura de sus carnosos labios; qué cruel podía llegar a ser aquella magia. Se llevó ambas manos al pecho y las entrelazó, apoyándoselas a la altura del corazón mientras mantenía los ojos cerrados. La chica lo conseguiría, estaba segura.

 

Pero Mei dudaba, o al menos es lo que le llegaba a ella a través de la conexión que compartían sus anillos, el de oclumancia por su parte y el de aprendiz de la Delacour. Varias arrugas aparecieron en su frente, signo inequívoco de su preocupación. Pero no debía intervenir, bajo ningún concepto, a no ser que la muchacha estuviera en peligro de muerte y sin reaccionar. No era el caso, ni lo sería. Mei era fuerte, ella lo había notado durante sus lecciones.

 

Pero seguía dudando sin percatarse del engaño del Portal, la voz que ella oía era tan convincente como las palabras de un ser amado incondicionalmente. Sauda apretó los labios hasta que estos formaron una delgada línea en su piel morena. Había llegado el momento de echarle una mano a la mujer, de recordarle porqué había ido hasta allí. Su pensamiento fluyó a través del Anillo de Oclumancia como una corriente de agua que discurre por su canal, sin desviarse del camino.

 

«Mei, no pierdas de vista tu objetivo. Estás en el Portal, concéntrate en lo que has aprendido. Protege tu mente, querida». Era el mejor consejo que podía darle a sus alumnos, máxime cuando estaban ya en la prueba del Portal. El mejor y más importante, que no debían olvidar en ningún momento de sus vidas si querían ser auténticos magos oclumantes.

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Aún de rodillas en el suelo, a gachas, seguía pensando las palabras de aquel muchacho. Tenía un fuerte conflicto interno que comenzaba a abrumarla, aunque externamente sencillamente parecía que había quedado en blanco.

 

El mortífago se acercó y se acuclilló frente a ella. A pesar de notar sus movimientos, Mei seguía sin ser capaz de reaccionar, por lo que no opuso resistencia en cuanto sintió que una de las manos del hombre iba a parar a su barbilla y la obligaba a moverla para así levantar la cabeza. Sus rostros quedaron próximos, tanto que pudo apreciar sus ojos. Casi podía verse a ella misma reflejada en ellos.

 

«―Estás a un paso de lograr muchas cosas, más de las que hiciste estando con ellos, más y mejores, innegablemente extraordinarias. Pero para ellos debes darme acceso a esos secretos que tan celosamente has guardado.»

 

Podría haber jurado que, a pesar de haber oído perfectamente esas palabras y con la voz del mortífago, la boca del mismo en ningún momento se movió. Pero sus ojos seguían fijos en los de él, por lo que no podía afirmarlo con certeza, y aunque lo hiciera, ¿tenía alguna importancia?

 

Sus labios se abrieron levemente. ¿Secretos? Tenía muchos, no iba a negarlos, pero a cuáles se refería exactamente.

 

«―Todos aquellos a los que me des acceso. El paradero del cuartel de la Orden del Fénix, todos y cada uno de los miembros que lo componen, sus planes, estrategias, sus puntos débiles, su poder… tus miedos, tus dudas, tus debilidades. Aquel talón de Aquiles que no quieres que nadie sepa.»

 

Abrió grande los ojos, y su cuerpo actuó por instinto, cerrando la boca, lo cual causó que el muchacho sujetara con mayor fuerza su barbilla.

 

Me haces daño…

 

«―Dímelo. Muéstramelo.»

 

De pronto, y por una fracción de segundo, todo a su alrededor se desestabilizó, tembló y se distorsionó, en el momento justo en el que varios recuerdos pasaron por su mente: Mei de pequeña, sujetando la mano de cada uno de sus padres; ya de mayor, en el funeral de su madre; aquella carta que había encontrado que explicaba sus orígenes…

 

Una nueva reacción, su instinto de supervivencia tal vez, la hizo intentar apartar la mano del hombre, pero esta vez fue más brusco y la sujetó directamente del cuello luego de tumbarla al suelo y colocarse a horcajadas sobre ella, apretándole tan fuerte que comenzaba a costarle el respirar, sin mencionar que no tenía forma de librarse.

 

Su llegada a Londres pasó velozmente por su mente, su primera clase en la Academia; sus viejos amigos…

 

«Mei, no pierdas de vista tu objetivo. Estás en el Portal, concéntrate en lo que has aprendido. Protege tu mente, querida»

 

«Protege tu mente. Protege tu mente. Protégela.»

 

No sólo una voz, sino dos oyó, a pesar de sólo reconocer una de ellas. Se trataba de Sauda, lo cual la hizo despejar la confusión que había embargado su mente. Esta vez actuó sin duda, sujetando con ambas manos la muñeca del hombre en un intento de apartarla.

 

Esta vez no se dejaría seducir por aquella manipulación, y mucho menos le seguiría permitiendo un acceso tan fácil a su mente. Había logrado escarbar rápidamente en viejos recuerdos, buscando en el caos interno de Delacour en busca de respuestas. Y había llegado realmente lejos, pues notó que los recuerdos eran cada vez más actuales.

 

Sintió que algo en su dedo anular le quemaba levemente, pero no prestó demasiada atención. Sus manos comenzaban a generar energía, a pesar que el aire comenzaba a faltarle peligrosamente. Cerró los ojos, concentrando todo su poder en la creación de barreras que comenzó a colocar una detrás de la otra, pero a su vez, el mortífago las iba derrumbando, las barreras de su propia mente.

 

Gruñó, aspirando aire desesperadamente. Pero aun así siguió colocando defensas, como lo había hecho en la clase, en la vivienda de la Arcana, mientras tomaban una deliciosa taza de té. Apretó los dientes, tratando de resistir, notando que aquel hombre era realmente poderoso y cada vez le costaba más proteger sus propios pensamientos y recuerdos.

 

Ríndete ya de una vez, será mucho más sencillo.

 

Abrió los ojos, lanzándole una mirada decidida a no rendirse y seguir luchando. Esta vez estaba más decidida que nunca a llegar hasta el final si era necesario. Dentro de ella, dentro de su mente, existían cosas que eran capaces de afectar a muchísimas personas de llegar a conocerse, era consciente de que la fragilidad de su propia mente podía poner en peligro de tantas personas, conocidos, amigos, su propia familia.

 

Una defensa, dos, tres, cada vez más gruesas…

 

Ya casi ―susurró el hombre, mutando su rostro ante el frenesí de saber que poco y nada faltaba para alcanzar lo que estaba buscando, adquiriendo una sonrisa algo deformada y unos ojos muy abiertos y expectantes.

 

Cuatro defensas, cinco. ¡Pero las tiraba!

 

Y realizó la última defensa, con todas sus fuerzas, las que le quedaban. Una que protegía a todo aquello que no revelaría nunca, menos a la fuerza. El aire apenas llegaba a sus pulmones.

 

Movió su brazo, aunque no supo por qué, era como si algo o alguien estuviese actuando por ella, llevando su mano hasta colocarlo sobre el rostro del mortífago. Y con apenas un hilo de voz, pronunció:

 

«―Aun soy un secreto. Y así seguirá siendo»

 

Fue entonces cuando el hombre intentó derribar la última defensa, pero lejos de poder lograrlo, dio de lleno contra el muro y revelando los destellos de electricidad que lo invadieron, a forma de castigo por haber penetrado en su mente, a la vez que generaba un efecto rebote y terminaba por quedar expulsado.

 

El muchacho la soltó al fin, retrocediendo y alejándose, como si una real descarga eléctrica hubiese atravesado de punta a punta su cuerpo, y quedó tendido en el suelo, sujetándose el rostro.

 

Mei se puso en pie con ligereza, y a pesar de encontrarse debilitada, aun así buscó su varita y la mantuvo apuntándolo de forma amenazante mientras recuperaba el aliento.

 

Alcancé a verlo, lo que realmente sucedió aquí, ―habló, con la voz ronca― sabía que mentías, y lo pagarás caro. No vuelvas a intentar entrar en mi mente, porque ya no es posible, te rechazaré las veces que haga falta.

 

No respondió, más de él se oyó que lanzaba una risita baja.

 

Interesante… realmente interesante… Tienes algo allí que no conoces, algo más viejo que tu existencia y que permanece escondido. Y algún día puede salir…

 

Entonces rompió a reír a carcajadas sonoras, lo cual la molestó.

 

¡Desmaius! ―El rayo impactó de lleno en su pecho, causándole un desmayo inmediato que lo dejó inerte sobre el suelo.

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Sus palabras habían actuado como una especie de bálsamo para la Delacour, que de repente había sacado fuerzas de donde no parecía tenerlas ya y había ido recuperando el control de la situación poco a poco. La tanzana había sonreido, orgullosa, al percatarse del cambio de actitud de su alumna, aunque todo lo que el Portal le estaba mostrando captaba su atención del mismo modo en que lo hacían las vivencias de sus anteriores alumnos.

 

Tras el breve consejo que se había permitido darle, Mei había comenzado a utilizar sus habilidades oclumánticas para detener los ataques mentales del Portal, aunque no le fue demasiado bien al principio. Sauda estuvo tentada de volver a echarle una mano pero no, debía dejar que se probara a sí misma. Solo volvería a intervenir si la veía sufriendo más complicaciones de las debidas, o si su vida corría peligro. Y aún no estaban en ese punto aunque ella, inmersa en aquel sobreesfuerzo, pudiera pensar que sí.

 

Pronto comprendió que había acertado en su decisión de no intervenir, pues Mei se había valido por sí misma muy bien. Asintió para sí y esperó. El Portal aún tenía algo reservado para ella, pero no sabría de qué se trataba hasta que al muchacha continuase su camino en él mientras Sauda la observaba desde lejos. Si seguía así, auguraba un buen resultado para ella en aquella prueba.

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Se apartó cuanto pudo, dándose espacio a sí misma para poder recobrar el aire y la compostura al todo. Su garganta le ardía cuando aspiraba por su boca. Cayó de rodillas al suelo, esta vez completamente rendida, tanto física como mentalmente.

 

Ahora lo entendía todo y recordaba cómo es que había llegado hasta aquella situación. Se hallaba en una extraña realidad que sólo podía ser producto del Portal que había atravesado, ese donde se ponía a prueba a cada alumno en diferentes disciplinas enseñadas por los famosos Arcanos.

 

Sólo en ese momento se percató del anillo, el cual poseía una piedra de color verde que en ese instante brillaba intensamente. Era el anillo de la Oclumancia, y al parecer al fin se encontraba en armonía con ella. Había sido difícil, sí, pero lo había logrado. A pesar de haberse visto en aprietos, había logrado proteger su mente, aunque fuera aquellos recuerdos y pensamientos que más le importaba mantener ocultos del mundo y por los cuales se esforzaría de mantener únicamente para ella, ahora con la Oclumancia como recurso. Estaba lista para enfrentarse a la realidad.

 

Entonces, como si el mismo Portal aceptara aquello, el mismo hizo aparición frente a ella, esperando porque por fin pudiese regresar. Y así lo hizo, luego de colocarse nuevamente en pie para cuando se sintió recuperada, lo atravesó, sintiendo que una parte de aquel temor que usualmente la embargaba se había quedado atrás.

 

En cuanto volvió al interior de la pirámide, sintió que algo sucedía con el anillo, por lo que lo observó. En ese momento pudo ver cómo el mismo se fusionaba con el otro que tenía en el mismo dedo, para ahora pasar un solo anillo que poseía tres piedras, cada una de distinto color y representando una habilidad diferente.

 

Estoy de regreso, Sauda ―dijo, sonriendo y haciendo una leve reverencia hacia la Arcana, en forma de agradecimiento.

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