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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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Bel Evans Ollivander

 

— Catherine, que extraño verte por aquí.

 

Las relaciones con ella nunca habían sido buenas, pero a menudo pensaba en el derrotero que Catherine había recorrido para llegar a ese punto, de la enérgica mujer que había aparecido por primera vez en el Castillo Evans McGonagall ante una agonizante Pandora, a la lánguida figura que tenía delante y a la que Freya tenía que proporcionar filtro de la paz y alguna otra cosa (no alcanzaba a reconocer los ingredientes) en una copa. En el pasado, juzgarla por sus decisiones de mezclarse con la magia oscura y militar en las filas de la marca tenebrosa habían sido cosa corriente, pero simplemente ahora no podía hacerlo. Así que solo guardé silencio mientras y atiné a presentarla ante el desconcertado Matt.

 

Te presento a Catherine Moody. No sé si lo sepas pero tenemos un parentesco lejano con los Moody de Luss. P-ko me había comentado de que se encontraba en el castillo, pero es una sorpresa que Madeleine también venga a visitarnos.

 

El ambiente enrarecido no mejoró con la llegada de Madeleine. Hasta donde recordaba entre ambas mujeres no existía la mejor de las relaciones, y sabía que para Madeleine era molesto estar en nuestra residencia, pues le recordaba el lugar donde su madre había fallecido. Entonces ¿qué razón tan poderosa podía tenerla en casa? Mientras Mavado se retiraba, dejándonos con la más reciente visitante, comencé a sentir el espacio de la cocina demasiad pequeño ante tanta tensión.

 

— Siento mucho que tus visitas coincidan con extraños sucesos Madeleine. Pero nos despertó un temblor extraño esta mañana, y la constatación de que nuestro jardín se está tornando un cementerio de plantas y animales. ¿Será posible que puedan prestarnos ayuda con eso?

 

A la par de las palabras, había colocado delante de ella una taza de té, algo insegura de que quizá ella deseara servirse algo más fuerte. Los Moody, hasta donde recordaba, tenían gustos bastantes peculiares.

 

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Matt Ironwood.

 

 

Siguió con la mirada el extraño e ido accionar de la bruja que se llamaba Catherine, jamás la vio por el castillo, ni siquiera recordaba haber escuchado su nombre en alguna conversación pero parecía ser una vieja conocida para Bel. La mujer anunció que una compañera de bando pronto arribaría a la cocina ¿Cómo sabia aquello? ¿Había recibido un mensaje de la Moody? Si giró con la taza humeante de café y miro confundido a Bel antes de volver a centrar su atención hacia la Moody que observaba tras las cortinas como todavía algunos insectos impactaban mortalmente contra la ventana.

 

 

La visión de los insectos reencauzó la atención del mago al verdadero asunto de aquella improvisada reunión, algo sucedía en los terrenos familiares y debían encontrar una solución, pero el entorno no lo estaba haciendo fácil, demasiadas cosas extrañas estaban sucediendo en la cocina. Trató de no imaginarse cuál sería el contenido de la sospechosa copa de la cual bebía Catherine y que recientemente le entregó una pequeña elfina doméstica y la llegada de Madeleine tampoco ayudó en la concentración.

 

-Buenos días Madeleine – saludó a la bruja de baja estatura que acaba de llegar, conocía a la Moody de algunas de la Orden del Fénix, era una buena compañera aunque un poco hosca. Aprovechó a beber otro sorbo de su taza de café mientras Bel le explicaba a la bruja lo que acontecía desde hacía unos días en el castillo, mientras observaba a las mujeres hablar no pudo dejar de notar que Madeleine parecía confundida, no por lo que le contaba la Evans sino por algo más que no lograba descifrar, en cierto punto notaba una actitud algo similar a la que mostraba Catherine ¿Qué le estaba sucediendo a las Moody?

 

-Bien, ya estando todos al tanto de la situación, manos a la obra – Matt se levantó de la gran mesada central sujetando su taza vacía de café y la dejó en el fregadero, el sonido de los insectos impactando contra las ventanas se detuvo pero por lo que comentó Bel aquel extraño comportamiento en animales y plantas sucedía desde hacía un tiempo. El Ironwood se dirigió a la pequeña puerta que conducía al exterior desde la cocina y la abrió, del otro lado una hermosa mañana de otoño le dio la bienvenida.

 

El sol ya se alzaba por encima del horizonte y bañaba de luz dorada los arboles de los bosques que rodeaban el extenso predio familiar, la luz llegaba hasta el castillo y daba una agradable sensación de calidez. Los pájaros llenaban el aire matutino con una sinfonía de diversos cantos, el castillo Evans McGonagall y sus terrenos era un lugar muy hermoso y aquella postal que les regalaba la mañana no hacía más que confirmarlo. ¿Cómo era posible que sucedieran aquellas cosas que comentó Bel en un lugar como aquel?

 

Pero solo bastó con que Matt se girara hacia las ventanas de la cocina que tenía a su espalda para ver el revoltijo de insectos estrellados que chorreaban líquidos por los vidrios hasta el césped que había debajo. Aquello no era normal. El castaño se acercó hasta las ventanas y tocó unos de los pequeños cuerpos, debían ser cerca de un centenar, era como un enjambre. -¿Ha sucedido algo así antes? – preguntó a nadie en particular, aunque posiblemente la que persona que tuviera una respuesta fuera Bel.

 

El mago se apartó de la ventana y se limpió los dedos en su pantalón -¿Dónde están las plantas marchitas? – preguntó a Bel.

 

 

@ @@Ellie Moody @@Rory Despard

 

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  • 3 semanas más tarde...

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Se conduce a sí misma hacia el lugar de donde provienen las voces. Aunque sabe que es bienvenida en la casa de la familia Evans McGonagall, no puede quitarse de encima la sensación de ser una intrusa. Lo espléndido de la mansión, lo grande, lo elegante, parece ser algo que no es para ella; siente que desencaja, pero no es que le gustaría encajar tampoco. En su fuero interno, cuando intenta pensar en su hogar, se imagina una casa pequeña y retirada en una zona tranquila, con unas pocas habitaciones de mobiliario sencillo, paredes con un papel tapiz ligeramente anticuado y un cobertizo llevo de cachivaches... Las voces la conducen a la cocina, donde varios integrantes de la familia parecen compartir una reunión improvisada, donde están presentes Catherine, Bel y Matt Ironwood, un miembro de la nueva generación de la Orden del Fénix.

 

Madeleine saluda con un tenso gesto de la cabeza. Ella sabe muy bien que es parte de la familia; debido a Pandora, pero la verdad es que nunca se interesó por explorar aquello, así como tampoco intentó ahondar en las relaciones con su familia sanguínea por parte de su padre, los Gryffindor. De modo que aquel escenario es extraño, cuando menos. Como bien señaló Bel, cuando acude (o es arrastrada) a la familia Evans McGonagall, suele ser por algún infortunio, no por propia voluntad. Ahora, escuchando que algo extraño está sucediendo, le queda en claro que es una de esas situaciones. Y, por algún motivo, eso la hace sentir aliviada. El desastre y el caos, es algo que es familiar para ella.

 

—No sé si pueda ser de ayuda, pero supongo que puedo echar un vistazo —masculla Madeleine, con las manos en los bolsillos, un poco vacilante.

 

Una preocupación auténtica comienza a germinar, muy a poco a poco, mientras sigue a Matt Ironwood hacia el lugar del incidente. Lo dicho con Bel le hace pensar en Artes Oscuras y el hecho de ella misma estar vinculada a un clan que practica la magia negra, le hace preguntarse si esa "equidad de energías" de alguna forma la atrajo allí. Algo así como ocurrió cuando fue llamada hacia la Fortaleza Errante, para despertar la fuente de magia de la Orden Oscura. O algo como ha ocurrido tantas otras veces, cuando un presentimiento o un mal sueño la hacen acudir a un lugar o a alguien... y entonces, algo raro sucede. «Pero aquí ya pasó lo mano, sólo queda arreglarlo». No es como si pudiera empeorar las cosas...

 

«¡Qué demonios! Por supuesto que es posible. Todo puede empeorar, siempre».

 

Por un momento Madeleine no ve nada raro, hasta que Matt señala los insectos muertos contra los cristales de los ventanales de la cocina. Hace un gesto de repulsión, pero se acerca para observar mejor. Aunque no es que haya una pista interesante, en la pila de alimañas destrozadas.

 

—Qué desagradable —masculla por lo bajo.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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  • 2 meses más tarde...

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Había sido cuestión de tipo que los mortifagos notaran el tremendo poder y capacidad estratégica de Luca. Ahora como blanco visible, el estar entre las sombras no ayudaba. El Van Halen sabia que tenia que usar aquello en su favor. Abrazo su lado mas guerrero y dejo que Einar tomase el control. Ademas de que entrar en batalla le servia para recabar datos, también podía ver la manera que tenían de ser aquellos que ahora debía llamar camaradas y podía minimizar los daños lo máximo posible y frenarlos cuando fuese necesario. Aunque era aun un bajo rango del bando verde su astucia y evidente afinación con la duelos lo habían llevado a comandar y a ser el ejemplo a seguir.

 

Hoy debía impresionar al publico. La peste oscura reclamaba cabezas y el les daría algo. El bastión fenixiano estaba casi apagado. Entre los cambios de liderato y que nadie sabia tomar el control como en su día lo habían hecho Mei y Elodia, los amantes de la pureza de sangre hervían por reclamar la Evans como suya. El dhampir conocía los entresijos del castillo, así como a sus propietarios. Aquel embiste funcionaba para todos; los mortifagos aplacaban sus ansias encolerizadas de matar y la orden del fénix se ponía a trabajar y se centraba en lo evidente; la guerra aun no había terminado para nadie. El “abre los ojos” era necesario. Tocaba prepararse para una noche devastadora.

 

Cerró los ojos y dejó que el rostro sea cubierto por aquella mascara de plata, ocultando su identidad. Es sencilla. La palabra lealtad escrita en rumano en un lado de esta es lo único que detallaba la personalidad del europeo. Sus ropajes eran sencillos; unos pantalones de cuero ceñidos a su piel, una camisa azul de lino y unas botas de combate. No llevaba mas, ni joyas ni abalorios. Su varita se materializaría en su mano cuando la necesitase y solo lo obedecería a el. Tras un suspiro se evaporo en dirección al castillo Evans Mcgonagall.

 

No tardo en hacer acto de presencia. El castillo se alzaba imponente sobre un alto desfiladero rocoso. Para alcanzar el castillo ascendió por un amplio sendero que serpenteaba junco con el desfiladero. Las vistas del bosque eran magnificas. El camino finalizaba ante una barbacana flanqueada por torres laterales que da hacia el oeste. Allí hizo el llamado. La serpiente en su antebrazo izquierdo quemo, así como su alma. Dejaría que los novatos jugasen en aquel espacio abierto y los controlaría como un profesor a los niños emberrinchados. Si poner banderas y derruir un par de paredes los mantenía a raya para evitar males mayores, aceptaría el trato.

 

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Un día estas en tu oficina redactando una editorial para tu diario, al siguiente te pones un par de borcegos plateados con punta y talón de acero, un pantalón de tiro algo y suelto color negro repleto de bolsillos con un pequeño pistón el cual conservaba para arreglar mi moto voladora en cuanto tuviera tiempo, dos plumas y un bolígrafo, una larga cuerda enrollada en el bolsillo más ancho y bajo del pantalón, tres navajas y la varita en la vaina de cuero del cinturón, atas tu cabello en una larga cola de caballo sin permitir ni un solo mechón sobre tu rostro que, cubierto con la máscara de hueso de tu primer asesino, te dispone para una sola cosa: matar.

 

Así fue como salí en cuanto la serpiente en mi cuello empezó a envolverlo como una gargantilla y a apretar levemente ahogando mi respiración, con una camiseta negra y capa de igual color sobre mis hombros, aparecí en un desfiladero rocoso de imponente altura, la frescura que otorgaba el frondoso bosque a un lado del desfiladero provocó que serenara mi andar y disfrutara saboreando los momentos previos a lo que sería una masacre. Conforme me acercaba, empezaban a visualizarse los picos de las atalayas adornadas con el temple ulular de los buhos y el rugir de las bestias nocturnas, ocultas entre los árboles.

 

Finalmente llegué a la barbacana de rojos muros y contemplé el fénix que, esplendoroso, brillaba en el gablete escalonado. Bella criatura el ave fénix, curiosa y maravillosa.

 

-Honor, sangre y gloria- leí la inscripción a viva voz al posicionarme junto al mortífago de máscara de plata y desenvainé la varita con la diestra, mi mano buena.

 

 

 

 

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Traspaso la barbacana con paso firme. Tener una visión del entorno era esencial para ubicarse ante posibles contratiempos. Lo que vio le hizo recordar tiempos mejores. Una de sus primeras defensas como parte de los Hunters fue proteger aquel lugar. El patio interno del castillo se encontraba dividido en dos niveles. El patio inferior, mas pequeño, que cuenta con una bella fuente de piedra, la que serviría de cobertura en caso de ataque. Según su evaluación, el lado oeste del patio este delimitado obviamente por la barbacana, al norte por la base de la torre cuadrada, mientras que el lado sur de encuentra abierto dando espectaculares vistas de los terrenos. Ideal para un buen vigiá.

 

Había tres escaleras cortas talladas en la piedra misma que permiten al acceso al mucho más amplio patio superior. Este nivel cuenta con un variado y cuidado jardín con plantas de distintos tipos y una amplia piscina, ideal para un sacerdote como él. Se dirigió hacia allí y se situó como a seis metros de cualquier cosa que pudiese ser transformada y útil en su contra. Ademas para mas confort y seguridad se subió encima de lo que parecía un pozo de agua de piedra labrada – Tenéis diez minutos, ni uno mas ni uno menos.

 

Evidentemente él estaba allí como guardián, no pondría absurdas banderas. ¿Respondería alguien? Mas les valia. Arriesgaba su vida y su integridad por ellos. Cuando la Delacour capitaneaba el barco no hubiesen tardado en defender sus dominios. Ahora, hasta el lo dudaba. Le dolía en demasía ver la orden tan de capa caída. Por dios, tenían que resistir y dar batalla. Era su deber, el legado que Albus Dumbledore les había dejado. Alzo la mirada al cielo y murmuro un "Lo siento" dedicado a su alma, la cual dolia como el infierno al verlo alli parado con aquella infame mascara.

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En el fondo me preguntaba si estaba haciendo lo correcto, si la de hueso máscara caía de mi rostro, me vería como la periodista que se va a jugar a casas de fenixianos quienes muestran su lealtad con la clara imagen del fénix en sus puertas. Sin embargo Shiva, la oscuridad que abundaba en mi alma, sentía la necesidad de liberar aquél odio que arremetía contra aquellos que bloqueaban el paso de una inminente guerra, debían caer y ella sería el cerillo que encendería la llama de su final.

Avanzamos por la barbacana y el suave sonido de hilos de agua sobre roca capturó mi atención, provenía del nivel inferior donde una enorme fuente adornaba el jardín, del otro lado de la barbacana tres escalones invitaban a un jardín donde el aroma de hierbas tropicales capturaron mis sentidos, sabía que los Evans eran amantes de la herbología y que traían plantas en sus viajes así como antaño el mismo Eddie traía animales en los bolsillos de su capa.

Su comandante se acercó a la piscina y se situó lejos de cualquier artefacto del jardín, por mi parte me acerqué al borde para contemplar el reflejo de las estrellas que acompañaban el cuartomenguante de la luna en el agua.

-¿No piensas colocar banderas?- dije con una pícara sonrisa -pues yo vine a divertirme.

Con una ácida sonrisa en mis labios, me acerqué a uno de los muros del jardín y con una suave floritura coloqué una bandera que había hecho en mis horas libres en la editorial.

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Su poder mágico rechazaba aquella magia, en cambio su lado vampiro le resultaba tentadora. La dualidad del alma del dhampir lo ayudaba en parte, a no volverse loco ante tanta negrura. Gaia, como siempre y constante en su vida, cantaba para el, calmándolo y recordandole siempre su buen accionar y el color de su verdadero destino – No me divierte colocar banderas. Gracias por la oferta – Su tono de voz debajo de aquella mascara de plata era inanimado y duro, como un verdadero comandante debería ser.

 

- Detrtus

 

Conjuro un Luca rápido como el rayo. Haciendo que una neblina de color verde apareciese en el campo de batalla y cubriese a Shelle y a el mismo de cualquier ataque físico o frontal que los rivales les enviasen. Le dolía ver a la Orden como su rival, no obstante, tenia que tomárselo en serio o su plan no resultaría. A fin de cuentas salvaguardarle el culo a sus ahora camaradas eran puntos para que los altos rangos y líder confiasen en el y por ende le abriesen las puertas del todo a la familia mortifiaga, permitiendo le decidir y visualizar su planes maestros. Aquella neblina era translucida, les dejaba ver bien y apuntar y en ningún momento impedía sus movimientos.

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No estaba muy segura de que se encontraba haciendo en los terrenos de la casa Evans, siempre que fuera divertido podían contar conmigo, me encontraba nerviosa cosa que era bastantemente extraño para mi persona, estas actividades mortis no eran habituales ciertamente, cosas que realizara con regularidad por eso estaba algo perdida, tenia en la memoria algún recuerdo de años pasados de alguna vez haber hecho esto, cuando era mas joven(?

 

-Rayos esto se ma va hacer complicado.-Suspire pesadamente.

 

Llevaba puesto un pantalón lycra pegado al cuerpo sumado a una remera de manga larga del mismo material con botas de cuero negras, nada suelto ni holgado, mi cabello rojo trenzado y bien armado cosa que no estorbe tampoco, el bolso de piel de moke a la cintura como única cosa ajena a mi cuerpo ademas de "Angis" en mi mano derecha. La mascara mortifaga brillaba en sus detalles de piedras elegantes y en un derroche de ostentación en aquel jazmín que me representaba como Denebola.

 

-Ya llegue yo...- Comente en tono suave a las otras personas que se encontraba ahí.

 

En mi rostro una sonrisa que no se podía ver pero ahí estaba imperturbable y feliz...eso significaba que estaba lista para salir a jugar con el mejor animo de destruir todo a mi paso, por que hacia mucho que no lo hacia.

 

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Un par de piedras brillaron a lo lejos, pude reconocer a la hermosa Denebola del otro lado del jardín acudiendo al encuentro, su rojizo cabello ondeaba en el viento de aquella noche de solsticio. El invierno había llegado para quedarse en Ottery, esperaba que no fuera tan devastador como en los años anteriores.

 

La voz de Einar acompañó una neblina color verde que me envolvió por completo, esperaba que aquello me protegiera de posibles ataques enemigos, aún así debía estar preparada, el cartel con la imagen de una importante integrante de aquella familia brillaba en uno de los muros, y pronto llegarían a defender el castillo. Me sorprendía que aún no lo hubieran hecho, esperaba más reacción de parte de los centinelas de la Evans.

 

El Mago Oscuro se mantuvo a la defensiva, observándonos como quien protege a sus niños en el parque. Aquello molestó a la bruja quien tenía mayores habilidades en asuntos políticos que en asaltos o intrusiones a hogares ajenos, ella solo respondió al llamado como buena mortífaga y como tal le daría una lección al desgraciado. Con la varita bailando entre mis dedos murmuré casi en un susurro:

 

-Espejo de niebla.

 

Y mis azulados ojos se posaron sobre los del dhampir y con una malévola sonrisa que enseñaba mis colmillos murmuré con una voz delicada pero que infundía gran respeto:

 

-Qué decepción, pensé que nos llamaste para asesinar y no para simplemente colgar banderas -caminé por el borde de la piscina con la mirada fija en los ojos del mago -la próxima vez asegúrate que haya al menos un ser vivo antes de llamar.

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