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Castillo Evans McGonagall (MM: B 97458)


Syrius McGonagall
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Frente al cuadro de Pandora, meses atrás

 

Aparta la vista, furioso consigo mismo. Las lágrimas se le aglomeran en los ojos y el rencor lo enmudece. Quiere que esté viva, que esté enfrente de él, y hacerle daño, daño real, pues sabe que ninguna de sus palabras podrá lastimar tanto como su abandono. Se toma el tiempo oportuno para formular una respuesta acorde a su madurez actual, pero ni siquiera él sabe si ha madurado lo suficiente para ese momento. Ha reprimido esos sentimientos durante tantos años que encontrar una manera de canalizarlos se vuelve agonioso. Aun así, está convencido que de hallarla, será inútil. Ya es tarde. Ya está muerta.

 

- Ya estás muerta, ya no sirve de nada - susurra. Se limpia las lágrimas con el antebrazo, rápido. Se le viene a la mente, de repente, los primeros días en la Orden. Tal vez porque fueron esos en los que más conectado estuvo a su madre, incluso cuando ella no lo percibiera. Se relame los labios y sonríe, arrogante -. Ni siquiera me saludaste. No me diste una palmada en el hombro, una cabeceada - se levanta - Ni siquiera cuando te llevaba colgada en mis hombros a San Mungo. O cuando asistía a batallas solo porque sabía que tú estarías allí. ¡Ni una mirada!

 

El grito es estremecedor. Los demás cuadros se caen, el barandal de la escalera tiembla, y la pared que sostiene el retrato de Pandora agrieta. Jank comprende lo patético que fue y vuelve a desplomarse al suelo. Ha vuelto a tener diecisiete años. Ha regresado a las solitarias noches en Nurmengard, las que aumentaban el narcisismo, preguntándose si alguien en el mundo estaría pensando en él. Descubre que es caprichoso de afecto. O, capaz, carente. No levanta la cabeza cuando habla.

 

- Pude haber sido de ayuda, madre - dice, esta vez, más reflexivo -. Me hubiese conformado con ayudarte en alguna misión, con que me incluyeras en una pequeña parte de tu vida - traga grueso. La siguiente confesión jamás se la dicho a nadie, y de cierta forma, seguirá así -. Me uní a la Orden por ti, Pandora. Pensé que formando parte de tu grupo te verías obligada a compartir conmigo. Claro que al instante me sentí identificado con el lema y me enamoré de lo que representa, pero no desestima mi intención original. Habría sido útil, eso es todo. Quizás habría ayudado a Madeleine a prevenir tu muerte, quién sabe.

 

Se encoge de hombros, resignado. Sabe que la última frase fue más fantasía que realidad; una alternativa idílica que se dispone a imaginar cada cierto tiempo. Casi el mismo que se toma para volver a separar los labios.

 

- ¿Por qué no enviaste cartas? Sabías que las esperaríamos. Teníamos seis años cuando decidiste no volver jamás. ¿Creías que un par de letras no era excusa? ¿O que darnos esperanzas era aún peor?

 

En realidad, sí quiere saberlo. Lo sabría si la conociera.

 

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La sonrisa que se forma en el rostro de Catherine es genuina pero luce como carente de expresión porque es ella quien está distinta. Mucho de su forma de ver el mundo y prácticamente todo en su interior se ha trastocado.

 

>>Estoy bien<<.

 

Y en su mente, sin duda lo está.

 

Entonces habla el cuadro de Pandora, de cómo el llamado lo ha realizado para que Lillian y Madeleine puedan hablar. Para que sepan de la existencia de la otra. Sin embargo, comparado con lo que dijera antes, sus palabras son insulsas, casi olvidables. Como si realmente no estuviera allí y no fuese más que un objeto parlanchín. Mas una figura muy similar a la del cuadro asoma por el pasillo y Catherine se da el lujo de sentirse sorprendida luego de mucho tiempo.

 

Un muchacho joven, con marcas en el cuello, se encuentra a su lado. Cuando saluda, su acento francés es demasiado evidente. La voz de Aylin les llega así aún desde lejos, cuando todavía no ha terminado de aproximarse.

 

—Aylin Stark, un gusto ¿este cuadro nos llamó para...?

 

Pandora no dice nada por un instante. Catherine niega con la cabeza mientras Aylin termina por pararse cerca de sus dos medias hermanas, sin hacer ruido sobre sus tacones número quince de negro azabache. Al mirarlas, sus ojos desprenden cierta coloración escarlata.

 

—Yo no te llamé, Aylin.

 

La vampiro bufó, casi con aburrimiento.

 

—Qué poco sentido del humor, Catherine... pero aquí estoy ¿alguien me explica sobre esta amena reunión?

 

Pandora S. Evans McGonagall

Meses atrás

Su mundo da vueltas; casi desea que sus ojos se empañen para que deje de ver su expresión de soledad y abandono, una réplica de lo que ella solía ver en el espejo. La razón por la cual no había querido hacerse cargo en primer lugar: dejar que creciesen con alguien que les inculcase cómo ser humanos. Ha terminado estropeándolo igual, otro nombre a la lista de las personas que amó, que amaría todavía si fuese algo más que un eco, a los que no ha hecho más que arruinar.

 

Intenta excusarse, decir algo que le sirva para salir del paso. Alejarlo de ese ente vacuo que siempre cargó en su interior, de esa miríada de recovecos oscuros que no puede justificar. Era difícil explicar cuán efímero le parecía, cuan hermoso, cuan corto se percibía el tiempo, cuando lo comparaba con el resto de sus recuerdos de una vida inmortal. Quizá, Jank era el único que había llegado a atisbar o sospechar el tamaño de ese vacío que consumía su interior. Quizá ni siquiera Madeleine lo había comprendido mientras ella vivía.

 

¿De qué servía entonces, como él mismo decía, callarse nada?

 

—¿Tienes idea de lo que es?

 

Sus ojos están fijos en él, sus manos caídas a los lados. La sangre de la copa que se deslizó hasta el suelo se derrama sobre la alfombra persa pero eso no importa. Ni siquiera está segura de si la mancha estará allí en unas horas o en unos días ¿cómo funciona eso en los cuadros después de todo?

 

—Luchas por una causa y esa causa es tu único motivo—su expresión es intensa, sus palabras salen rápidas, atropelladas—. Hace mucho que estabas detenida en el tiempo, porque cuando la persona que amabas se alejó de ti, perdiste todo ánimo de seguir pero viviste, una y otra vez intentaste escapar de ello aferrándote a humanos encantadores que prometían cambiar esa realidad en tu interior... pero el vacío no se iba. No se va nunca.

 

Sus ojos están secos y sus mejillas se colorean poco a poco a medida que prosigue, casi como las de una muchacha viva cuyas emociones se desbordan.

 

—Entonces, te haces una promesa —apartó los ojos un instante como si considerara lo que acababa de decir, para luego sacudir la cabeza y volver a mirarle—, no, más que eso: tu último deseo, aún si te lleva a la muerte.

 

>>Que vas a conseguir ese objetivo, sin importar el precio. Que está bien estar vacía por dentro, siempre que ese objetivo se cumpla, que todo aquello por lo que luchas prospera. Y para evitar contaminar a tu progenie, te prometes también estar lejos de ellos. Porque no eres humana, porque necesitan amor que no puedes darles sin destruirlos, porque sería est****o aferrarte si igual vas a morir. Porque el dolor que sientes no va a poder ser disimulado ante ellos. Porque estás más allá de todo reparo y lo sabes<<.

 

El dolor reflejado en su rostro no puede ser disimulado tampoco en el presente. No es que su rostro se haya contorsionado. Es simplemente demasiado palpable. Su capacidad de percibir esas sensaciones por diez, por veinte veces, deberían haber desaparecido muerto su cuerpo vampírico y con él sus capacidades más allá de lo humano pero no es así. Por algún misterio que no es capaz de explicar, siguen intactas.

 

—Eso es para ti La Orden del Fénix —su voz es débil ahora, y su mente evoca recuerdos de la ciudad del inicio, el lugar lleno de cenizas y crías de fénix a donde el poder del templo blanco los había conducido cuando la mente de Pandora se había avocado a ello ¿terrible? Era casi una alegoría demasiado cruel— pero encuentras más que eso allí. Encuentras amor, compartes risas, eres capaz de entender alguna clase de gozo. Vuelves a respirar, sólo un momento.

 

Sus ojos están muy abiertos ahora, vidriosos.

 

—Pero es sólo un suspiro —una lágrima recorre su mejilla tiñéndola de rojo— e inevitablemente, despiertas. Estás maldita. Sabes que debes morir, como siempre debió ser. Al fin alguien te da la oportunidad... de hacer que todo deje de verse como una película en sepia. De recordar cómo solía ser cuando no te habías cansado de reír, de beber vino, de ver el mundo. Cómo era doscientos, trescientos años antes. Cómo era cuando esa persona todavía te amaba y caminaban lado a lado. Como quizá, en otro contexto, un muchacho de ojos verdes pudo haber tomado la mano cálida de su madre para ser feliz, en lugar de cargar un cuerpo exánime. Porque tus decisiones, por más que lo intentaste, siguen estando mal. Cómo has dañado todo más allá de todo reparo de nuevo. Cómo sería mejor desaparecer y cómo, una vez te hayas ido para bien, de todos los modos posibles, ellos podrán olvidarte y volver a ver en torno suyo y darse cuenta, al fin, cómo el mundo es más acogedor a su alrededor porque desprenden una luz que tu jamás les diste.

 

>>Entonces, eso se convierte en tu último deseo y lo anterior ya es menos importante. Así, es como mueres<<.

 

La figura en el cuadro se limpió el rostro usando eso como excusa para ocultarlo, pues su pecho subía y bajaba con rapidez contraído por una sensación desgarradora, al haberse visto en la obligación de poner todo eso en palabras. Mientras tanto, a muchísimos kilómetros de allí, despertó un pelirrojo de una siesta intranquila, con lágrimas en el rostro, la cara sudada y el cuerpo temblado. Un pelirrojo que rara vez reía de forma genuina o como forma de expresar verdadera animosidad en su interior y que, en cuanto hubo determinado que esa sensación era realmente de malestar e intensa como no había sentido en años, casi decenios, se cambió con sus ropas negras de estrella de rock, se caló los guantes de cuero y se montó en una moto voladora, dirigiéndose a Inglaterra.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Todo había transcurrido con calma en la celebración, estaba llena de instantes que atesoraría por siempre. Después de todo, al estar en aquel castillo me sentía segura y en casa, de eso no había duda alguna. Mas un suceso cambio el ambiente a nuestro alrededor. La aparición de un joven mago hizo que más de uno de los presentes nos intrigara su presencia, una parte de mí interior se removió inquieta al escuchar el nombre con que en un principio habían anunciado a nuestro inesperado visitante.

 

Para cuando mis pupilas se toparon con el cuerpo de aquel mago, aquello que intentaba dar rienda suelta sencillamente se desvaneció. No tenía muy claro cómo actuar o que decir, me había quedado casi de piedra al escuchar el nombre de Andrómeda, tantos errores, tantas omisiones se hicieron presentes que en algún punto deseé que la velada concluyera. De alguna forma me sentía culpable porque en otros tiempos habría ayudado al viajero sin más, pero estaba ahí con el corazón latiendo a un ritmo desigual y con una encrucijada en mi sentir.

 

Sólo acerté a suspirar y a replegarme al fondo de la pequeña comitiva que rodeara al mago, –¿acaso no tenía preguntas? –me cuestione internamente mientras con cierta aprensión unía mis manos y me debatía en abandonar los jardines. Por fortuna Bel, había hablado después de que el joven solicitará una reunión, consideré que era el momento oportuno para irme. Tal vez Ethan al final había tenido razón y terminaba huyendo de todo aquello sabía me hería, a consciencia o no.

 

Mi sentir volvió mis reflejos y acciones más lentas que cuando les vi partir a ambos, por una fracción de segundos mis pupilas bicolores miraron el resplandor de la fogata que estaba casi por extinguirse antes de caminar tras ellos. No estaba segura del porque hacía aquello, sin embargo algo en el discurso de la matriarca había cambiado mi determinación para desaparecer de la escena. No sabía si no sería una intrusa en aquel pequeño encuentro pero como dicen por ahí: más vale pedir perdón que permiso.

 

Los seguí a cierta distancia, procurando que mi presencia no fuera del todo descubierta. Así que una vez entraron a uno de los salones del castillo me quedé semi escondida en la puerta entra abierta mientras prestaba atención a cada una de las palabras del viajero, en un principio decidí retirarme a mis aposentos, no obstante, al detectar la desesperación y las lágrimas en su voz, mis pies por simple impulso me condujeron a quedar frente a lo que parecía un acto por demás impensable.

 

Mi mano derecha cubrió el ahogado grito que no emitieron mis labios al tiempo que los símbolos que observaba me hacían recordar aquellos que alguna vez porté en las manos –lo…–trague saliva con dificultad, sabía que quizá estaba siendo una entrometida, –siento – fue todo lo que acerté a decirle al mago que yacía casi al borde de un colapso emocional.

 

@ @Andromedario

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  • 4 semanas más tarde...

—Ya lo recordé —se atreve a romper el, a esas alturas, incómodo silencio. Aunque tiene los brazos cruzados sobre el pecho y su cuerpo está tenso, por encontrarse en un lugar que no la llena de gratos recuerdos, habla con voz neutra y su voz parece tranquilo. Observa a Lilian con tranquilidad; es difícil intentar ser agradable, con su voz ronca y las cicatrices sobre su piel. Duda mucho que pueda recordarla. A Madeleine le tomó un buen rato, buscar en sus primeras memorias en Inglaterra, para descubrir por qué el rostro de la bruja le era familiar—. Fue en un... un parque acuático —murmura, siendo consciente de lo est****o que suena. Ella misma no es capaz de imaginarse a sí misma en tal escenario, mucho menos en aquel: la despedida de soltera de su entonces hermana adoptiva, Laura Haughton.

 

»Claro, obviamente no sabía que éramos...

 

No está segura de por qué interrumpe la frase. No es sólo por lo extraño que suena y lo incómodo que es descubrir, a esas alturas de la vida, que tiene otra hermana y la consciencia plasmada en el retrato de su madre muerta las ha reunido. Es algo más. Una extraña sensación. Un mal augurio.

 

Entonces, escucha su voz... oh, aquel fastidioso acento francés.

 

—Ya no es una amena reunión —replica Madeleine—. ¿No es de mala suerte para un vampiro entrar a un lugar al que no han sido invitados, o algo por el estilo?

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Me sujetaba firmemente de la saeta de fuego en la que había llegado, como si aquella escoba pudiera darme la seguridad que necesitaba. Caminaba lentamente, siempre con la escoba sujeta por mi firme agarre,con pequeños pasos vacilantes y con la misma duda que traía desde Grecia ¿Seguirían allí? ¿Encontraría a alguien conocido allí?

 

No quería detenerme a pensar demasiado en eso, aunque resultaba casi inevitable. Me había ido, nuevamente, sin decir ni una palabra a nadie, sin mencionar si quiera dónde iría o que estaría haciendo; se me había hecho un horrible hábito, hábito que pensaba terminar. Tenía que quedarme alguna vez en algún lugar... como diría mi padre "Hechar raíces", y había decidido que ese lugar sería Londres, aunque sabía perfectamente que en realidad... nada sería como antes y que probablemente no encontraría a mis amigos, o a mis compañeros, pero... ¿Encontraría a mi familia?

 

<<Bueno, a una parte de ellos prefiero no encontrarlos>>

 

Después de lo que parecieron años caminando por aquel sendero, llegué al límite del bosque que rodeaba el castillo. Hacía muchísimo tiempo que no utilizaba el sendero para llegar. Ante mi se mostraba imponente la barbacana roja de la entrada... había extrañado a ese lugar... ¿Pero ese lugar me había extrañado a mí?

 

El viento soplaba suavamente envolviendo la túnica a mis pies, mi cabello, ahora corto, se enganchaba con los largos pendientes que colgaban de mis oídos. Me quedé parada en la entrada, sin animarme por completo a entrar en el que alguna vez, fue mi hogar.

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Christian Evans

 

 

El invierno ya se comenzaba a pregonar, un viento frío del norte soplaba aquella noche agitando las esqueléticas ramas de los árboles haciéndole apretar los dientes al mago que se arrebujaba dentro de su capa mientras ascendía por aquel sendero rumbo al castillo que coronaba aquel peñasco.

 

Quizás bajo otras circunstancias caería en la cuenta de que estaba por conocer el hogar original de su familia, los Evans de Inglaterra, la ancestral familia mágica británica de la cual él y su familia en Estados Unidos descendían. Pero aquellos pensamientos no había cabida en su cabeza, solo quería llegar y encontrar ayuda.

 

Su vida dependía de que unos extraños de los cuales no conocía nada más que su apellido y que de forma lejana estaban relacionados, le creyeran y decidieran darle una mano.

 

Christian aceleró el paso al ver la imponente verja que bloqueaba la entrada a extraños, aquella estructura de metal tras la cual se alojaba su última esperanza, <<Necesito sangre original muchacho>> las palabras de Marie Laveau sonaron con fuerza en su alma una vez más y la desesperación atenazó con mas fuerza su garganta.

 

-Expecto Patronum – conjuró apuntando con su varita las iluminadas torres del castillo Evans MacGonagall, un pequeño hurón luminoso se formó de hilo de luz que emergían de la varita.

 

-Avísale a la primera persona que te encuentres de mi visita, de que es urgente y que necesito su ayuda – susurró el mago al hurón que se desvaneció en una voluta de luz.

 

Emprendió los últimos metros de ascenso con prisa para encontrar que había una bruja también allí, del otro lado del enorme portón del castillo.

 

-Disculpa – atinó a decir.

 

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No podía evitar preguntarme si Catherine seguía allí, si se había hecho cargo de Ania o Madeleine... si ellas seguían ahi o, si lo que encontaría en aquel enorme castillo era una gran cantidad de gente extraña, tal vez algo peor: Darme cuenta que lo único que aún había allí estaba mantenido gracias a los fieles elfos y nadie más.

 

- Irri ... - susurré, había dejado a mi leal elfina atrás como a todo el resto; Irri no me lo iba a perdonar nunca.

 

Un reflejo plateado atrajo mi mirada, giré rápidamente para encontrarme con un hurón brillante, un patronus.

 

- Es urgente... necesito de su ayuda...

Eso fue todo lo que dijo antes de desvanecerse, no reconocía el patronus, pero eso no importaba, había alguien que recurría a la familia Evans por ayuda y eso era lo que encontraría. Di media vuelta con la intención de hechar andar... o incluso volar si fuera necesario, aún tenía la saeta en mi mano...

 

Pero no tuve que ir muchos metros más lejos para encontrarme con un mago, murmuró apenas un "disculpa" pero no pudo decir más, lucía ansioso, nervioso, desesperado.

 

- ¿Tú fuiste el que pediste ayuda? - me acerqué un poco hacía él, pero mi instinto me previno, la palabra "trampa" apareció de pronto en mi mente. Me mantuve alejada - ¿En qué puedo ayudarte?

 

@@Syrius McGonagall

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En aquel lejano día
Había permanecido en silencio, escuchando el relato de Deodoro, atenta a su tono de voz y examinando cada gesto suyo, solo para asegurarme que ninguno revelara una contradicción en lo que me estaba contando. Después de todo, era un desconocido, y aunque la guerra mágica no tuviese el ímpetu de antaño (y su capacidad de destrucción) bajar la guardia tampoco era una opción.
Pero él no mentía. A medida que la historia adquiría tintes más pesadillescos, pasaba lo mismo con las expresiones de su cuerpo, más tenso y después atenazado por un temblor que era observable aun cuando no estaba cerca a mí, sino al frente y casi a un metro de distancia. De igual forma sus ojos, habían enrojecido súbitamente, presos de las lágrimas, que finalmente terminaron por manar de forma silenciosa, en el momento en que descubriendo su espalda, revelaba también la marca indeleble que ese espantoso rapto y tortura le había ocasionado.
- Encontraré la forma de ayudarte, de descubrir...
Un ruido cerca a la puerta hizo que instintivamente avanzara hacia él, intentando cubrir su cuerpo. La medida podía parecer excesiva, y no es que desconfiase de mi familia, pero si él me estaba confiando algo era a mí, no a los demás, de modo que no me sentía con el derecho que su secreto se revelase de forma tan abierta. La persona que sin embargo emergió, resultó ser Kutsy. Solo entonces, mientras la oía disculparse es que recordé el lazo que ella guardaba con Andromeda ¿cómo había podido olvidarlo?
- Disculpas aceptadas, pero, no vuelvas a hacerlo- dije intentando mostrarme lo más seria posible aunque sentía que la preocupación por ella debía estar reflejándose en mi cara- y ni una palabra de lo que has observado ¿de acuerdo? Hablaremos después de esto...tú y yo.
No le dije más, y girándome hacia Deodoro tomé sus ropajes y se los coloqué sobre los hombros.
- Has pasado por demasiadas cosas ya. Debes descansar. En el cuarto encontrarás ropa limpia y podrás tomar un buen baño antes de dormir.
Con una venia lo invité a seguirme, pues estaba decidida a llevarlo personalmente hasta su habitación. Todavía eran muchos los misterios en torno a él y Andro, pero estaba segura que forzar a que todo se supiera esa noche no era lo adecuado. Así que guiándolo en silencio lo había dejado allí. y luego en mi habitación, tardé poco en quedar profundamente dormida.
El hoy

 

 

Era increíble lo rápido que el tiempo transcurría. Esa noche, aun cuando hacía un poco más de frío que el día anterior, había decidido dar mi usual paseo por el jardín delantero, una actividad que desde mi regreso se había convertido casi en una rutina. Allí, caminando en medio de las estatuas que dibujaban largas sombras sobre el suelo cubierto de césped, sentía la paz suficiente como para pensar y planificar las cosas que haría después.

 

Edward había dejado Ottery, y con él las responsabilidades como cabeza de familia que le había delegado. Su partida, por fortuna, había coincidido con mi retorno al castillo tras divorciarme de Garry, de forma que el impacto en los manejos del castillo no se había visto afectado. Al menos por ese lado...porque por el otro, el que tenía que ver con los miembros de la familia, la ausencia de la mayoría de ellos si que se dejaba sentir.

 

Y en Diciembre, con navidad a la vuelta de la esquina, los recuerdos de los salones repletos de risas diversas y anécdotas imposibles contadas por los errantes miembros de la familia se hacía extrañar más que nunca.

 

Quizá fuera por eso que, cerca de verja, al reconocer a una de las personas que allí se encontraba, abrí enormemente los ojos y con la emoción a flor de piel, la llamé.

 

- Helen ¡debe ser un regalo navideño, tenerte de vuelta en casa!- chasqueando los dedos, las enormes rejas de hierro forjado abrieron paso a ella y al muchacho que la acompañaba a quien enseguida observé a detalle- ¿y tú eres?

 

En el bolsillo interno del abrigo gris que traía puesto, llevaba la varita. Solo por precaución.

 

@@Helen Evans @@Syrius McGonagall

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Me encontraba nerviosa frente a aquel muchacho; mucho tiempo atrás probablemente no hubiera dudado en ingresar al Castillo con él... pero ahora, no podía confiar que aquel mago me estuviera diciendo la verdad. Me encontraba entre la duda de que hacer y la desesperación de que el joven no dijera palabra cuando escuché una voz conocida, una voz amable... una voz que anunciaba buenas noticias.

 

- ¡Bel! - casi grité su nombre - te extrañé... muchísimo

 

Fue todo lo que pude decir, había planeado por semanas el discurso que diría apenas viera a la familia, uno por cada miembro; pero al ver a mi tía, sonriendo amablemente siendo tan hogareña y cariñosa como siempre había sido... se me había olvidado completamente todas las palabras que había preparado y todas las cosas que había pensado. Simplemente pude decir lo que en verdad sentía, y la había extrañado... muchísimo, mucho más de lo que podía expresar con palabras.

 

Miré al mago aún nerviso y lo único que me animé a explicar fue el patronus que mandó y el mensaje que llevó... pero necesitabamos que el joven nos dijera algo más si queríamos saber lo que pasaba.

 

@ @@Syrius McGonagall

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Christian Evans

 

Había llegado en un mal momento, la bruja con la que se encontró en el portón también llegaba pero con motivos muy distintos y por la sorpresa de la otra mujer que apareció a recibirlos el tiempo que estuvo ausente parecía ser largo. ¿Y ahora como cuadraría él en aquella ecuación?

 

Tampoco es que tuviera con anterioridad una idea clara de lo que diría o haría al llegar al castillo, el castaño sacudió la cabeza para quitarse el repentino entumecimiento.

 

-Soy Christian Evans – dijo con un claro acento sureño que delataba que era un extranjero – Disculpen que llegue de esta manera sin avisar y a estas horas, pero necesito su ayuda – las palabras salieron atropelladamente mientras el mago trataba de mantener la calma.

 

Observó las reacciones de las brujas ¿debería seguir contando su historia allí o esperar a que las mujeres lo invitaran a entrar?

 

@@Helen Evans @

 

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