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Agotamiento


Leah Snegovik
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La destreza de Ivashkov se podía apreciar en más de un área y después de haber dejado fuera de combate a su compañera sin el mínimo esfuerzo, quedaba reflejado en la forma en que aplicaba la fuerza de su magia para hacerla volver a pelear. De cuclillas a su lado, murmuraba palabras en voz baja mientras la vara de cerezo ascendía despacio por su torso, curando su cuerpo. Las quemaduras, los golpes, incluso los daños internos, iban desapareciendo uno a uno y Arya, inconsciente, miraba el interior de sus párpados sin saber que no iba a descansar una vez que se recuperara por completo.

 

—Ennervate —sentenció al fin, poniéndose en pie.

 

Macnair abrió los ojos sin proponérselo y lo primero que vio fue el ceño fruncido de la rubia. A diferencia de ella, que estaba bañada en sudor y vestida con una túnica suave de algodón que le habían puesto para sustituir la ropa quemada, estaba intacta. No tenía un raspón, ni un golpe, ni siquiera había empeñado esfuerzo físico en pelear contra ella. Y por eso estaba enfadada. La levantó con un movimiento de varita, contra su voluntad, a sabiendas de que estaba no solo agotada, sino que la humillación encendería esa chispa que necesitaba. Ira.

 

—Necesito que le pongas más empeño a esto o quedará más que claro que no tienes lo que se necesita.

 

Los pies de Arya estaban alzados apenas unos centímetros del suelo, con la varita de la bruja hincada en la parte baja del mentón como si la estuviera levantando cual bravucón de escuela. La dejó caer entonces, asintiendo cuando ésta cayó en pie y no de rodillas, como una debilucha, y se alejó de ella a grandes zancadas elegantes. Esta vez no tendría piedad, si es que la tuvo antes. La plaza de la Torre Negra estaba chamuscada, llena de sangre y sin un rastro de benevolencia. Pero para ella era poco. Se plantó delante de su contrincante y la apuntó, justo al pecho, y sin esperar, volvió a atacar.

 

Celerus Káidan.

 

Una luz verde brilló en sus ojos y la vibración de su varita le anunció que el hechizo había hecho efecto, logrando que Arya viviera un cuento de terror. Así, pensaría que no podía adelantarse a ella. Y es que, aunque hubiese querido, no lo habría logrado. Realizó una floritura de inmediato, sin más.

 

Fuego Maldito.

 

Tres llamaradas salieron de la punta de su varita, con violencia, generando un calor tan potente que incluso ella, que lo hacía sin parpadear, empezó a sudar levemente. Tres criaturas empezaron a entrelazarse, hasta que su forma quedó a la vista de Macnair. Tres aves Fénix. Sumamente cínico. Las tres alzaron vuelo y posteriormente cayeron en picada, todas hacia ella.

 

¿Lograría pararlas?

 

 

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Macnair saboreó su lengua pastosa y abrió los ojos debatiéndose por seguir dormida. Lo que tenía enfrente de momento se representaba como una figura borrosa que hablaba de forma irritante para sus confundidos oídos. Pero bastó un minuto y medio para que corroborase que se trataba de Leah, seguía allí, tal cual le hubo prometido para darle una nueva paliza; y no es que le hubiese pagado para ello, sino más bien para recuperar el estado estratégico del que alguna vez se había jactado ¿sino cómo llegó donde estaba ahora? el escalón parecía volverse resbaloso y el rango le pesaba por haberse quedado en una silla viendo llover.

 

—Celerus, Ignea

 

Su rival jamás había fallado y era momento de dar vuelta las cosas. Alzando la varita al tiempo que tres aves sobrevolaban la distancia para acabar con su vida en un abrir y cerrar de ojos, una lluvia brillante de polen —al que increíblemente no le tenía alergia— cubrió su anatomía protegiéndola entonces del impacto mortal. El aroma a lirios se expandió hasta las fosas nasales de la rubia y seguramente ésta pudo apreciar el tipo de encantamiento utilizado por la bruja en cuestión. El cabello pelirrojo de ésta pareció ondear encendido, como si los fénix hubiesen sido absorbidos por cada hebra y ahora agitasen sus alas entre cada mechón pelirrojo.

 

—Confundus

 

Por segunda vez habló, pero en éste caso no hizo falta demasiado acompañar el efecto con un movimiento de varita, sino que a su vez se encargó de modificar su vestimenta. La bata médica de algodón que tan mal le quedaba pasó a la historia para poder volver a portal aquel enterizo carmesí con el que solía diferenciarse de Ivashkov, tan pura e impoluta con su traje blanco en batalla. Y por un instante hubiese agregado la máscara pero luego supuso que sería demasiado absurdo, después de todo estaba batallando contra un Alto Rango.

 

La mente de la rubia acabaría girando sin retorno entre la cordura y la locura por una fracción de segundo, quizás minutos, que a Macnair le resultaría ventajoso, eso si no lograba anular su ataque antes, como solía hacerlo.

 

—Necrohands

 

Dispuesta a dar batalla, ganó estabilidad sobre tierra separando un poco los pies y adoptando una posición ofensiva al tiempo que dos manos fantasmales flanqueaban su frente, surgiendo del suelo como los guantes de Mickey el ratón.

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Arya solía ser precedecible, tal vez por todas las veces que se habían enfrentado o tal vez porque, ante ella, se doblegaba casi sin proponérselo. Pero con el uso del Ignea fue la primera vez que hizo algo que se saliera de sus expectativas. Y no estaba mal, innovar era bueno, usar poderes de los guerreros Uzza decía mucho de un duelista. Solo que... ¿Contra ella? ¿De verdad quería usar los libros contra ella? Como Ivashkov uniera sus poderes con los libros de hechizos, hasta el nivel que los tenía, no quedaría nada de Arya que pudiese contar la hazaña. Chasqueó la lengua y movió la varita con exasperación.

 

Confundus.

 

El pensamiento salió justo antes del de Arya que, de manera involuntaria, había abierto la boca para decir que sabe qué. La confundió, la mandó al limbo durante unos instantes y por escasos segundos, se libró ella misma de una confusión. Lo siguiente fueron las manos de Mickey, las que miró como quien mira un feo dibujo que hace un niño en la flor de su infancia y al que te ves obligado a sonreír.

 

Necromantia Lingua.

 

Negó la acción de la Nigromante cuando las manos apenas habían quedado a la vista y así, las Necrohands desaparecieron como un chiste que nunca llegó a hacer gracia.

 

Morisoseo Anima Mortis —sentenció al fin, casi con aburrimiento.

 

Era ella quien había decidido los rangos, mucho antes de morir. Y aún sin libros de hechizos, la rubia era perfectamente capaz de hacerla arrepentirse de su decisión. El Mortis tal vez había sido un poco demasiado, porque era consciente de lo que fuera que hubiese hecho la pelirroja para defenderse habría sido poco o descartable, como lo habían sido las Necrohands, pero estaba cansada de la compasión. Probablemente porque no había nadie de la Orden que le diese batalla, porque quería ver la sangre correr, tal vez porque esperaba que Arya llegase a ser como ella en un futuro. Lo único cierto era que la sangre de Macnair empezó a correr por su enterizo, haciéndolo más oscuro, agregando más manchas a las que ya había en el suelo.

 

—Espero que cures tus heridas y me demuestres más que esto, porque vamos a reanimarte todas las veces que sea necesario hasta que alcances a hacerme cosquillas, Macnair —bufó—. ¡Andando!

 

Las heridas que habían ocasionado las calaveras no eran comparables a otras sencillas, como un Sectusempra. Era magia negra, pesada, cargada de un odio más grande que ellas dos. Generaciones de magos oscuros invocándolas. Dejarían marcas en su piel y destaparían viejos recuerdos, de cuando ella, Zack o cualquier otro las usaban en su contra. Pero era lo que quería. Quería hacerla sufrir y despertar algo en su interior que podría ser mortal. O miserable. Dependía de ella. Abrió los brazos como quien espera algo maravilloso.

 

—¿Y bien?

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—Eres. un. fastidio

 

Las palabras de la pelirroja se veían interrumpidas por sangre, saliva, y una combinación asquerosa de las dos. Su ropaje carmesí se había oscurecido una vez más, en aquellas zonas donde todavía estaba intacto que resultaban ser muy pocas y las heridas podían verse, a carne abierta y destrozada —como si tres perros la hubiesen atacado— allí donde la tela estaba vuelta jirones. Pensó un Episkey pues aunque su amuleto de ópalo brillaba casi quemando la piel de su pecho agitado, no estaba preparada para perder aquella pizca de magia que la salvaría más adelante.

 

Al instante el sangrado paró, pero de todos modos se vio obligaba a escupir lo que aun tenía en la boca, aquel sabor metálico le duraría semanas por mucho que cepillase sus dientes, o quizás una buena bebida lo curaría todo, incluso las heridas ¡No! mantenerse sobria era una promesa, ya su vida estaba encaminada y aunque todo hubiese empezado por las malditas palabras de Ivashkov en aquella playa desierta y ante el cuerpo de su hija muerta, las cosas iban dándose para mejor. Aries resultaba ser un muchacho maravilloso, pero un muchacho al fin y al cabo, nada que no pudiese controlar siendo madre; la relación con Pik había avanzado varios niveles y con el correr de los años, su inmenso poder había sido restaurado poco a poco.

 

> Pensó, aun faltaban cosas por obtener.

 

—Absorvere. Musitó

 

El crack le llegaría como una dulce melodía y traería a su memoria aquellos paseos por el bosque siendo animago, cuando la ramas se quebraban debajo de sus enormes patas de chacal así como el tobillo donde Leah solía depositar la mayor parte de las veces todo el peso de su cuerpo. La mujer estaría en cierta desventaja. El hueso cuboide y el astrálago se fragmentarían causando de ésta manera un dolor insoportable aun si decidiera adoptar la posición de la garza y no tocar el suelo, aquel par de pequeños óseos resultaban insoportables.

 

Más, no contenta con ello y a sabiendas de que Leah podía deshacer todas sus palabras en un tristrás, enarboló su varita y exclamó como quien desea hacer daño siendo consciente —¡Absorvere!

 

Sería la rótula de la pierna sana la ahora afectada. Aquel hueso del tamaño de un puño o menor que todo mundo sabía causaba gritos en las personas que lo sufrían, la mayoría deportistas de fútbol o corredores. la rubia acabaría sentada en el suelo, de cara a ella, posiblemente con el ceño fruncido para poder apreciar la sonrisa socarrona de Arya.

 

—Aun no hemos terminado.

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Acababa de llamarla "fastidio", pero ella sabía que la palabra correcta era otra. Asesina. Ella la había incitado a usar el poder que poseía en su máxima expresión, aunque aún no se hubiese adentrado a los libros de hechizos. Porque incluso el más bajo de todos cambiaba por completo cuando usaba un hechizo de sus páginas, porque el nivel de su magia lo tenían pocos en el mundo mágico y la verdad era que dudaba que todos tuvieran la sed de sangre que ella tenía. A tal punto que el dolor en su antebrazo tatuado le había pasado desapercibido en todo aquél intercambio de ataques, un recordatorio de que aquella era su compañera y que estaba rozando la traición con cada floritura.

 

Séneca —soltó el hechizo con naturalidad, como cualquier cosa, justo antes de que su tobillo se torciera con una brutalidad impresionante.

 

Apretó los dientes y gruñó con intensidad, tratando de mantener la estabilidad en un solo pie para no perder el equilibrio y caer el suelo, no solo por haber perdido su punto de apoyo más importante, como había intuido Macnair, sino por el insoportable dolor que provocaba una ruptura ósea. El más fuerte tenía que sentir y admitir que una fractura dolía más incluso que un corte. Y ella no era la excepción. Pero no se detuvo para entrar en detalles o soltar maldiciones que no aliviarían su dolor, en su lugar el amuleto de curación brilló en su lugar y con un crack no menos desagradable que el de la ruptura en sí, el hueso se recompuso justo a tiempo para retomar su posición de batalla y adelantarse a la acción siguiente de la Nigromante.

 

En un segundo, mientras realizaba el gesto con los brazos de sostener algo, la katana apareció en sus manos, como una invocación silenciosa y el preludio de un sangriento desenlace. El mango negro se ajustó a sus dedos, que ya se habían cerrado entornó a él incluso antes de apareciera, y el brillo de la hoja de plata se apreció por un instante antes de que la mujer cortara el aire con el arma, proyectando a su vez un corte en el pecho de la prometida de su hijo. No hubo nada que no estuviera en el suelo que no se moviera un poco debido a la potencia de la proyección, que aunque no tenía la intención de controlar el aire, lo hacía siempre por su gran poder. El cabello rojo de Arya, ondeando al tiempo en que el pequeño charco de sangre bajo sus pies empezaba a hacerse cada vez más grande.

 

Pero ella no había salido impune y por un momento crucial, estuvo a punto de caer, aunque consiguió estabilizarse gracias a la larga hoja de la katana, la cual clavó en el empedrado como un bastón improvisado. La rótula de su pierna sana se había separado de su lugar, o al menos eso parecía, por la forma en que su pierna apuntaba al lugar incorrecto. Pero entre respiraciones fuertes y el temblor de su cuerpo para aguantar el dolor y no exteriorizar ninguna expresión de dolor, la Ivashkov logró sostenerse y erguirse, lista para más. Era la primera vez en tres enfrentamientos que Arya lograba hacerle daño y eso era una buena señal. Aunque tal vez sería la última por aquél duelo. Haber dejado el daño para la segunda acción le permitía que se curara en sus próximos movimientos, el problema era que necesitaba un Episkey de emergencia y que el siguiente era su último turno con el Celerus, ¿lograría defenderse y curarse de todo lo demás?

 

Fuego Maldito —repitió.

 

Tres llamaradas salieron disparadas hacia ella, todos por flancos diferentes. Una por la cabeza, en picada como había hecho antes, una por la espalda y de frente a ella, por debajo de la sonrisa torcida de la rubia. Las tres tenían forma de Aethonans y cabalgaban, moviendo las alas como una sentencia. Alguno golpearía a menos que Arya tuviese tiempo suficiente de hacer algo al respecto y se planteara una estrategia a futuro. Porque de no hacerlo, moriría a continuación. Y ambas lo sabían.

 

—No, no se ha acabado —respondió—, pero casi.

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—Obsistens

 

Era la primera vez que utilizaba aquel poder adquirido por los Guerreros Uzza y algo en su cabeza le hizo pensar que quizás Leah buscaba la amplitud de su propio conocimiento cual mentora. Tan pronto como las palabras resonaron en su mente un cerco de luz azulino se materializó alrededor de su anatomía como si fuese una especie de burbuja que la protegería del más peligroso de los ataques, como en ese momento lo serían los tres Aethonans que buscaban chamuscar su piel cual carbón en chimenea una fría tarde de invierno.

 

Sus ojos verdes centellearon ante los impactos paulatinos de cada criatura mortal y el suelo tembló bajo sus rodillas, puesto que aquella era su posición actual. Tras el corte de katana sus piernas flaquearon y la arrojaron al piso desgarbado cual costal de harina, con una mano tratando de contener la sangre que manaba de la herida como si de aquello dependiese su vida, y en cierta forma así era.

 

—Necrohands. Pensó

 

Dos manos fantasmales, como las truncadas momentos atrás, surgieron a cada lado de sus hombros y se ofuscaron casi de inmediato para aparecer a centímetros de Leah y comenzar a golpearla. Ninguna podía vivir sin la otra, no se les era mágicamente permitido separarse a más de un metro y aprovechando la distancia pactada, intercalaban los golpes entre la pierna herida de la rubia y su rostro, buscando desestabilizarla. Curación agregó casi de inmediato para el corte de katana que la mataría y así detuvo la hemorragia, aunque aun la herida se veía fea.

 

—Episkey. Volvió a pensar, Leah le hubo quitado la voz.

 

De mala gana, sus labios se movieron pero nada de ellos brotó. Como resultado, las múltiples heridas de aquellos horribles cráneos desaparecieron y ya no hubo rastro del ataque en ella. Aun así se sentía pesada, el séneca había sido perfectamente utilizado en su garganta y ahora parecía el efecto secundario de haber ingerido kilos y kilos de arena del desierto. Un verdadero asco que no le dejaba hablar, y tan bien que se le daba.

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