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Una práctica como cualquier otra


Anne Gaunt M.
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Le había mandado una nota hacía ya casi un día, pero no había recibido respuesta. Quizás se había echado para atrás en el último momento a pesar de que, cuando lo habían hablado, parecía conforme con la idea. Pero, por si acaso, Anne había acudido a la cita. Estaba en las mazmorras del castillo Gaunt, en una parte particularmente protegida que evitaría que nadie pudiera verlas u oírlas. Y es lo que quería, claro, porque lo último que le apetecía era una charla moralista de su padre.

 

Llevaba una túnica de gasa oscura que dejaba traslucir su nívea piel, e incluso su ropa interior oscura. Evidentemente no le importaba, su hija no iba a ver nada que le fuese desconocido. Llevaba el pelo muy corto, casi a ras de la piel excepto en la parte del flequillo, que quedaba un poco más largo. Todo en un color azul eléctrico muy llamativo a pesar de la tenue iluminación de la estancia. Además, iba descalza.

 

La sala olía a humedad y estaba iluminada con antorchas de fuego mágico dispersas por las paredes de piedra. Había algunas cadenas en las paredes y algunas piedras esparcidas en el suelo, recuerdo de cuando el dragón había surgido del interior del castillo y lo había arrasado todo a su paso. Menuda aventura habían vivido con aquel ser.

 

Anne se había colocado al fondo de la sala, junto a la puerta que llevaba a la siguiente sala, de cara a la entrada por la que debía llegar Mery. Ya tenía la varita preparada y en alto, apuntando hacia el fondo. Qué menos tratándose de la pelirrosa, que estaba más loca que una cabra.

 

Vio una sombra en las escaleras que había en la entrada de la estancia, suponía que se trataba de ella. No imaginaba a ninguno de sus mellizos ni a su padre bajando hasta allí. Así que decidió no dejarle ni un momento de respiro. Habían ido a entrenar sus habilidades, esperaba que su hija estuviera atenta y despierta.

 

¡Agárrate que vienen curvas, Mery! —vociferó a modo de aviso. Y en cuanto vio su figura en la entrada, actuó—. ¡Sectusempra!

 

El rayo voló desde su varita hacia el cuerpo de Mery a toda velocidad, iluminando de un verde intenso allá por donde pasaba. Si la joven Gaunt no se defendía, recibiría el impacto del hechizo y en su piel surgirían heridas sangrantes que pondrían en peligro su salud si no se sanaba correctamente.

 

 

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¿Acaso Anne no se había enterado a ésas alturas de su larga vida que odiaba los duelos? Mery no los odiaba, los detestaba con todas sus fuerzas. No soportaba tener ese constate sufrimiento interno de no saber que iba a hacer su contrincante y pensar que iba a morir. Era mucho más fácil cuando se disfrazaba en su máscara y se limitaba a crearse defensas mientras sus compañeros atacaban a todos los demás. Bonitos tiempos aquellos.

 

Resopló con fuerza, al final había aceptado a ir, pero seguía estando completamente en contra de aquello. ¡Encima su madre era buenísima! Y había puesto de escusa que debía de practicar. ¡Y la usaba a ella! Mery iba a acabar loca a ese paso, lo tenía más que claro.

 

- Mazmorras, mazmorras... ¡Qué no había un sitio más al aire libre donde poder correr y pedir ayuda! -vociferaba la Gaunt mientras bajaba las escaleras desde el tercer piso. Si, se iba a tomar todo su tiempo en llegar, así a lo mejor con un poco de suerte su madre se había cansado e ido. ¿Se podría considerar ganadora en aquel caso?

 

Y para colmo, aunque a ella le importaba más bien poco, bajaba completamente desnuda, tal cual su madre la había traído al mundo. Pero suelto y varita en mano, ¿para que quería más? Así evitaba, al menos en gran porcentaje, de acabar envenenada por un morphos hecho una araña violinista o algo peor. Y si, todos los elfos y personas se le quedaban mirando.

 

Por suerte para ella, siempre se había mantenido bastante bien físicamente, y desde que se convirtió en vampiresa, su cuerpo se moldeó hasta quedar perfecto, así que aquellas miradas estaban consiguiendo que el ego subiera más allá de por encima de las nubes, y eso que siempre había estado bastante alto.

 

- ¿Me vas a matar? -gritó la pelirrosa asomando la cabeza por la puerta que daba a la entrada a las mazmorras, esas escaleras infernales.

 

Su madre se encontraría en el rellano de abajo, justo donde comenzaban a estar las mazmorras realmente, así que ya sentía su cuerpo temblar debido al nerviosismo.

 

Y si, sabía lo que le tocaba en aquel momento, justo cuando quedaban siete escalones para llegar a suelo firme y escuchó la voz gritar de la matriarca Gaunt. ¿Aquella mujer estaba loca? Sin duda alguna.

 

- ¡¡PERO NO ME VAYAS A HACER DAÑO!! -le respondió de vuelta antes de asomar por la entrada. Y si, un rayo apareció directamente en su dirección. ¿Aquello no era una práctica?, ¿por que la había atacado con un ataque dañino y agresivo?-. Detritus -dijo en un golpe de desesperación y en el que su mente había comenzado. Una capa gaseosa de tonos verdosos apareció en el momento justo sobre el cuerpo de la Gaunt, tragándose el rayo que iba directo a ella. Suspiró con alegría, por un momento había pensado que se había confundido de hechizo-. Mamá, no quiero hacer más prácticas contigo -lloriqueó la vampiresa.

 

Pero la cosa no podía quedarse así, y aunque ella fuera una chica simple y torpe, además de no querer matar a su madre, iba a jugar a fastidiarla un poco, lo suficiente como para que la señorita se volviera loca y fuera con toda la artillería a por ella. Sabía que no tenía ninguna probabilidad de ganar. "Zancadilla" aquel hechizo tenía algo que llamaba demasiado la atención y siempre se lo pasaba bien cuando el contrincante se caía de bruces al suelo, y sobre todo cuando los reflejos fallaban y se comían, literalmente hablando, el suelo.

 

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Mery apareció desnuda. Y sí, Anne lo había imaginado porque ella misma había optado por aquella táctica en alguna ocasión. Tuvo que controlarse para evitar soltar una carcajada y luego asintió cuando vio que se defendía con una buena táctica. Ella se empeñaba en asegurar que odiaba los duelos y que se le daban mal, pero la Gaunt sabía que no era así y no pensaba subestimarla pasara lo que pasase, por mucho que Mery lloriquease al respecto.

 

Por eso, cuando vio que un detritus la cubría, se imaginó que la iba a atacar y decidió anticiparse, dificultándole un poco el duelo. No todo iba a ser coser y cantar, ¿no?

 

Absorvere —el efecto fue inmediato y un crujido resonó por encima de sus voces en cuando los huesos de una pierna de Mery se quebraron, a la altura de la rodilla, haciéndola caer al suelo al no poder mantenerse de pie. Le dolía que le doliera, al menos sentimentalmente, pero estaba segura de que ambas habían sufrido dolores peores en la época en que la Orden del Fénix estaba activa y se dedicaban a perseguirlos por Ottery y Londres. Más como cazadores que como protectores, dicho sea de paso.

 

Justo en ese momento, algo le tiró de los pies y cayó al suelo con un golpe seco, dándose de bruces. Afortunadamente, había movido el brazo libre para taparse la cara y no partírsela contra el suelo. Claro, como no. Mery adoraba aquel tipo de hechizos. «Lo vas a flipar», pensó entonces, mirándola con gesto divertido y un poco de malicia.

 

«Necrohands», pensó. Dos manos surgieron del suelo que había frente a ella, de una altura un poco mayor que la suya y con una separación entre ambas de poco menos de un metro. Era una invocación poderosa que servía tanto para atacar como para defender, ya que se ofuscaba o volvía sólida a placer, según su creadora. Y en aquel momento, estaban ahí disponibles para detener cualquier ataque físico que su hija pudiera lanzarle. Y porqué no, también para importunarla si veía el menor resquicio de sacar ventaja sobre ella. Siguió tendida en el suelo sabiendo que el efecto desaparecería en pocos segundos. Mientras tanto, al menos, estaba protegida por lo que pudiera pasar. Además, era cómico ver a ambas tiradas en el suelo, aunque debía reconocer que Mery estaba pasándolo peor con una pierna partida.

 

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